Capitulo único
El bosque es un gran lugar para aquellos que busquen algo distinto, sea cazar, pescar, observar la naturaleza, entre otras.
Justo aquel día unos cazadores del pueblo aledaño, se encontraron con un joven lleno de heridas, algunas profundas y otras no, pero aún parecía seguir con vida.
Despertó tres días después, aquel joven de cabello obscuro enmarañado, ojos color amarillo-verdoso y cuerpo robusto.
—¿Ah? ¿D-donde me encuentro?
—¡Al fin despiertas muchacho! Llevas tres días durmiendo, al menos desde que te encontramos en medio del bosque.
Un repentino dolor se apodero del muchacho, reviviendo el dolor de su cuerpo, las heridas aún abiertas, algunas cicatrizando, otras aun sangrando, y como si su ser recordará algo, adopto una posición defensiva.
—Con calma hombre, que nada sucederá aquí, estas a salvo en esta ciudad.
—Al parecer fuiste atacado por algún animal salvaje, pudo ser un lobo, o un oso, dado tus heridas.
—¿Recuerdas tu nombre? ¿De dónde vienes?
—Yo... No recuerdo nada...
—¿Crees que venía de otra ciudad a ver a alguien? De ser así algún ciudadano ha de reconocerlo.
—Esperemos a que sanen sus heridas, mientras puedes quedarte aquí, si recuerdas algo no dudes en decirnos. En caso de que no recuerdes nada... bueno... puedes quedarte aquí como un ciudadano, aunque tendrás que empezar desde cero.
—¡Puedes quedarte en mi casa si gustas!
—Muchas gracias...
No se sentía cómodo con el ofrecimiento, pero no tenía nada más en este momento, solo podía aceptar empezar desde el final, y si recordaba algo podía volver a donde estaba, al menos eso creía.
Después de un mes de cuidado intenso fue dado de alta, quedando solo con cicatrices, siendo las más graves dos líneas en a los costados de su columna.
Como fue pactado anteriormente el joven se fue a vivir con el aldeano, cumpliendo así con labores del campo, recogiendo frutas, verduras, labrando tierra, desmalezando, entre otras cosas.
—¿Aún no recuerdas tu nombre?
—No... Aún no puedo recordar nada, aparte de mi despertar en el hospital
—Deberías escoger un nombre, ¡el que gustes!
—Hm, Tetsuro estaría bien, supongo —Sentía algo, como si ese siempre hubiese sido su nombre, mas no dijo nada en el momento.
—¡Decidido entonces!
Así pasaron dos meses, en los cuales el pueblo adquirió gran afecto por el joven extranjero, que ya era parte del pueblo, como si siempre hubiera estado ahí. Una vez cumplidos los tres meses de estadía le obsequiaron su propio hogar, no era muy grande ni muy pequeño, era ideal para tres personas.
Y como si fuera un regalo del cielo un gato negro apareció. Pequeño, con las patitas blancas y el resto de su cuerpo negro como la más profunda obscuridad.
Una extraña conexión existía entre Tetsuro y su gato, llamado Kuroo, como si hubieran nacido para estar juntos, como si siempre hubieran estado juntos, casi si fueran uno solo. Donde sea que Tetsuro estuviese, Kuroo lo observaba de cerca o de lejos, siempre manteniendo un ojo en su amo.
Los meses pasaban, Tetsuro ya era un habitante conocido por todo el pueblo, e incluso venían señoritas de ciudades cercanas a conocerlo. Se había vuelvo popular entre las damas, por ser hábil, gracioso, alto, de tez morena, y al parecer sus cortes solo lo hacían más intrigante para las chicas. Pero él no parecía estar interesado en ninguna de ellas, tampoco en las de su pueblo, y sentía que nada de eso era lo que buscaba, o lo que correspondía, estaba "en casa", pero no se sentía parte de ella por ningún segundo, era como si ni estuviese en el plano correcto, pero estaba solo, nadie comprendería lo que sentía y quería convérsese de que todo era parte de su amnesia, que sus heridas fueron causadas por algún accidente, y que todo lo que sentía era parte normal de su recuperación, eso era todo lo que quería creer.
El cielo estaba nublado, parecía que una tormenta se avecinaba, como si el cielo fuese a caer sobre ellos; ese era el panorama cuando aquel joven apareció, Tsukishima Kei, así dijo llamarse el extranjero. Camino por toda la ciudad, como si la conociese de antemano, mas nadie nunca le había visto antes, hasta que llego a su destino.
—Kuroo...
—¿Si? —Preguntó extrañado al joven de cabellos dorados.
—... —Eso era suficiente para Tsukishima, verlo de nuevo, vivo, pero sin recuerdos de lo que era y de lo que había ocurrido.
—¡E-Espera! T-Tu...
—No. Vuelve a lo que hacías... —Tragó con amargura. —No... no necesitas recordar quien soy, ni que éramos... —Susurró convenciéndose de que era lo mejor para ambos.
Ese día no dejo de llover, Tetsuro no volvió a casa y Tsukishima desapareció de igual manera que llego.
El paso de Tsukishima por la ciudad no pasó inadvertido, todos se preguntaban quién era, de donde venía, que hacía en la ciudad y su relación con Kuroo. Fue un huracán, revolucionó a toda la ciudad, en especial porque no había respuestas a sus preguntas, y fue el puntapié inicial al cambio de Kuroo.
Nadie se extrañó de que no apareciera el día siguiente, un joven extranjero había aparecido de la nada, podía ser su única conexión a su vida antes de ser encontrado, de que creara una nueva identidad, de ser quien era ahora, era algo normal que se cuestionara e intentara recordarlo, pero la preocupación empezó a la semana. Solo salía a hacer las compras, llegaba tarde a la iglesia, con sus ropas sucias, su cabello enmarañado, y parecía hasta perdido, como si estuviera dudando de quien es y quien era, como si fuera otro.
Tsukishima volvió a su habitación, estaba molesto, triste, decepcionado, asustado e incluso pensó en arrancar sus alas, solo a la espera de correr el mismo destino que su amado. No era capaz de comprender la crueldad de los ángeles, podían haberlo matado simplemente, pero no, le arrancaron las alas y sus memorias, lo botaron en un bosque cualquiera. Pero se veía bien, lucía como un humano cualquiera, solo tenía cortes y heridas, memorias de una guerra en la cual ya no tenía cabida.
Boto las tripas que había utilizado para encontrar su paradero, de cualquier forma no interferiría más en su vida, ya no eran parte del otro y mucho menos pareja. El gato negro había vuelto con él, su verdadero dueño, quien lo había enviado para buscarlo, observarlo, aprender de las costumbres antes de bajar a la tierra a observarlo con sus propios ojos, la nueva realidad de aquel que lucho a su lado, y entrego su cuerpo para salvarle la vida.
Ya nada era como antes, algo en lo profundo de él recordaba que no era de este plano, no era de este mundo, pero... si no era de la tierra, ¿de dónde era?
Las dudas lo carcomían, no lo dejaban dormir, necesitaba saber quién o qué era, pero no obtendría respuestas si seguía como hasta ahora, debía buscar lo que fuese que le diera la más mínima pista sobre su origen, su verdadero ser. Día tras día buscaba cualquier señal, lo que fuese, hasta que recordó que todo había comenzado en el bosque, algo podría haber quedado ahí.
Fue hasta el bosque, solo, sin una linterna, una lampara o algo que le ayudase. Grande fue su sorpresa al encontrarse con un pequeño fuego fatuo, algo que parecía ser sacado de un cuento se hallaba ahora frente a sus ojos, brillando con fulgor, coloreando el obscuro bosque de un color rojizo. Siguió la pequeña luz por el camino, parecía llevarle a lo profundo del bosque, donde decían los aldeanos que se encontraban los demonios.
La luz llego a un lugar en especial, parecía haber un trozo de algo negro, lucía pegajoso y extraño, más la luz seguía indicando ese objeto en especial, así que sin pensar ni dudarlo más Kuroo se acercó lo suficiente y lo tomo.
Algo en las tripas caídas y repartidas por el suelo aparecía, Tsukishima no tardó en darse cuenta.
Se levanto, tomo su abrigo y emprendió camino a la tierra, específicamente a un lugar del bosque que rodeaba a la ciudad, mas una vez cerca reconocería el aura de aquel que sostuvo en sus brazos antes de perder sus alas, a mano de un cruel ángel.
Un aura rodeaba su cuerpo, memorias inundaban su mente, sentía como el rompecabezas se armaba dentro de él; cómo fue que llego ahí, de donde era, quien era el "extranjero", el significado de sus cicatrices, todo, todo ahora tenía sentido.
Era una guerra sin fin, tiempos de paz existían, pero no duraban, y todo porque los ángeles no podían soportar la presencia de otro ser igual de poderoso a su Dios; porque no soportaban como los humanos se revelaban lentamente ante los mandamientos, ante sus palabras divinas, culpando siempre a los demonios. Kuroo había sido un demonio, pero no cualquiera, era el general mayor, se decía que podía matar a cualquier ángel de bajo nivel con solo mirarlo, puesto sus ojos dorados eran un infinito imposible de soportar, y quien siempre estaba con el mago negro, brillante como la luna y tan retorcido como la sombra de esta.
—Kuroo... —Susurró el joven de cabellos claros.
—¡Tsukki! —se abalanzó con cuidado sobre el mago, ahora vestido con su traje normal —¡He vuelto!
Su corazón fue bañado por un mar de alegría, no podía creer que aquel que tanto amaba hubiese recobrado sus memorias, porque según él era ridículo interrumpir su vida de humano, puesto que parecía uno más, un humano común y corriente, como si nunca hubiese librado batallas con los ángeles, o estudiado magia, experimentado con los elementos y descubierto el potencial en él.
Un abrazo fue lo único necesario para que sintiera su poder aumentar, sus lágrimas fluir, aquellas que no dejo escapar por ningún momento, pues sabía que aquella batalla nunca cesaría, hasta que uno de los bandos saliera victorioso, y hasta aquel día seguirían muriendo demonios y magos, así como ángeles, sin descanso.
—¿Por qué no me lo dijiste cuando bajaste? O es que... ¿esperabas que llegara tu general a buscarte? —agregó con una sonrisa pícara.
—Me largo.
Kuroo agarro su muñeca con cierta brusquedad, sobre todo por el tiempo que habían estado distanciados.
—Deberías volver. Todos te necesitan.
—¿Eso crees? Y tu Tsukki, ¿qué quieres hacer?
—Vengarte.
—¿Estás seguro?
—Aun que me cueste la vida.
—Entonces vamos, pero júrame que esta vez te detendrás cuando sea necesario.
—Tsk...
Emprender el viaje fue complicado, Kuroo no tenía sus alas y Tsukishima no podía soportar el peso de ambos, así que tuvo que abrir un portal.
Al volver no encontraron más que problemas, la batalla había tomado un rumbo que afectaba a los demonios, no por mucho, pero se encontraban en desventaja, y debían retomar el ataque.
Tsukishima no tuvo más opción que volver al lugar de la batalla, era uno de los pocos que se habían retirado de la frontera, y justamente por eso perdieron fuerza de ataque.
Al llegar al frente supo que podía ser su última batalla, la contienda era dispareja, la mayoría de sus compañeros se encontraban derrotados, con poca o nula energía, pero sabía que debía ir y luchar también, aunque hubiese abierto un portal un poco antes.
Habían sido horas, quizás un día ya, su energía había sido drenada completamente, entre hechizos de ataque, de protección, encantos de armas y curaciones. Justo antes de emprender el regreso lo vio. Era ahora o nunca, era el momento de vengarse, de asesinar al que había cortado las alas de Kuroo, al culpable de su separación, de todo su dolor. Sabía que no debía, no era necesario, y tampoco tenía la energía suficiente para matarlo, pero aun así quería hacerlo, o al menos intentarlo.
Con un último esfuerzo conjuró el ataque más tortuoso que sabía, condenando así a aquel ángel despiadado, incluso más que cualquier demonio que conociera, a una muerte lenta y segura. Tsukishima nunca fallaba en matar a un objetivo cuando se lo proponía. Tan enfocado estaba que ni noto el ángel que paso a su lado, mas logró reaccionar a último minuto, resultando el corte de su ala izquierda.
Ese era su fin.
Despertó.
Kuroo estaba llorando, sentía su sollozo y sus lágrimas en su rostro. Recobro el sentido, recordó lo que había ocurrido y volvió el dolor. Tetsuro no dejaba de llorar, se sentía culpable por todo, sabía que no debía dejarlo ir al frente.
—¿Cumplirías mi último deseo?
—L-Lo que pidas, pero... quédate a mi lado...
—Arranca mi ala, y conviértela en una poción... Olvidemos todo esto, seamos humanos y dejemos la magia y los poderes atrás... —Tomo su mano de la mejor manera que pudo, y la apretó con las nulas fuerzas que tenía. —¿Harías eso por mí? ¿Por nosotros?
—Lo que tú quieras Kei... —Arranco el ala del cuerpo de su amado, con rapidez, esperando a que el dolor fuera menor de aquella manera.
Llevo el ala al caldero, vertió en este todo lo que llevaba una poción de transmutación, un arte prohibida hasta para los demonios, pero de la cual existían algunos registros no actualizados.
Con toda la esperanza de que funcionara vació la poción en dos cuencos, rezando a todo lo que recordase que podía rezarle en ese momento.
Se acerco lo suficiente a Tsukishima, tomo su cuerpo débil y lo ubicó sobre el suyo, rezando por un milagro, porque ambos se salvaran, incluso menos, quería que Kei lo estuviera, si él lo estaba entonces todo lo que habían pasado hasta ahora habría valido la pena. Coloco el cuento sobre los labios del rubio, y con la mayor fragilidad posible vertió el brebaje en sus labios. Posteriormente procedió a consumirlo también.
El manto estrellado iluminaba a los jóvenes que se encontraban en la orilla del mar, bañándolos gentilmente con su luz, mientras el mar los golpeaba con la espuma más blanca posible.
El de cabello azabache despertó, miro el horizonte y observo al joven a su lado. No sabía quién era, ni que hacía ahí a su lado, pero su corazón estaba lleno de agradecimiento, teniendo conocimiento de algo que no recordaba.
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