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Episodio 19


Un estruendo fuerte aparto a aquella presencia de la puerta de mi habitación, seguido de fuertes golpes y gruñidos, quejidos y el sonido de objetos que estallaban sobre el suelo, una fuerte lucha ocurría fuera de aquel cuarto.

-¡Samuel!- Grite en mi cabeza, era lo único que podía repetir una y otra vez, no quería seguir escondida como una inútil cobarde, necesitaba hacer algo.

Rápidamente me arrastre para salir debajo de la cama apresurándome para abrir aquella puerta, no niego que sentía miedo pero no podía quedarme simplemente como espectadora de los sucesos que eran mi responsabilidad. Corrí hacía la puerta y la abrí sin pensarlo, solo por impulso y puro coraje.

-Te dije que te quedaras en la habitación- Me reclamó Samuel, parado justo delante de mí, su presencia se sentía diferente, su aura oscura, sus ojos que suelen relucir parecían más opacos hasta incluso su color era diferente, diría negros a simple vista.

-¡No!- Exclame- Ambos estamos en esto y no voy a esconderme-

Su cara de sorpresa dejo notar el arqueo de su ceja derecha sin pronunciar palabra, solo me miro, se puede decir hasta algo divertido por mi reacción, debía saber lo asustada que estaba y lo mucho que me esforzaba para demostrar valor y seguridad que no tenía.

Me tomo del ante brazo y me llevo hasta la habitación nuevamente, sin importar mis protestas ni el forcejeo que fue un mero intento, él era muy fuerte.

-Bien, si quieres ayudar- Tomo mi mano izquierda mirándome a los ojos mientras me hablaba- Solo mantente a mi lado, y no te apartes de mí en ningún momento. ¿Entendiste?

-Sí- Susurre, sus palabras eran extrañas, se sentían diferentes o tal vez aquella noche entre el caos y el terror yo las sentí diferentes, más que una orden parecían una súplica. Sin duda me mantendría a su lado, de todas maneras no había otro lugar en donde quisiera estar.

Sujeto fuerte mi mano y caminamos juntos, lado a lado, acortando los pasos a la salida. La casa parecía vacía, el silencio y la oscuridad eran escalofriantes, el viento frio se colaba a través de las ventanas rotas moviendo las pesadas y grandes cortinas blancas, el fuego de la chimenea se había extinguido dejando que la luz de la luna sea la única que ilumine aquella tétrica escena. El crujido de los pedazos de vidrios delataban nuestros lentos y cautelosos pasos, mis ojos trataban de observar todo, pero no podía divisar absolutamente nada, no había enemigos ni ninguna presencia en aquel lugar.

Samuel se detuvo de golpe, alertándome, él había percibido algo que quizás yo no. Gire mi cabeza hacía ambos lados y atrás, en aquel pasillo detrás mío puede sentir algo que me hizo fijar la mirada, no lograba ver nada pero sabía con certeza que una presencia muy poderosa venia de ahí. Esta sensación era abrumadora, mi piel se erizaba, mi corazón latía con fuerza pero no era miedo, era algo más, un presentimiento, algo estaba mal esto era... una trampa.

En un reflejo rápido e instintivo empuje a Samuel para derribarlo, cayendo sobre él al mismo tiempo que una daga cruzo por encima de mi nuca, rozándola y cortando mi piel para incrustarse en la pared con una increíble fuerza.

-Buenos reflejos niña- Escuchamos, ambos miramos a donde proveía la voz, no distinguía con exactitud a aquel hombre pero era alto, llevaba un abrigo largo y oscuro.

Samuel me empujo a un costado y se puso de pie rápido, parándose entre aquel hombre y yo. Su silueta en la oscuridad no me era familiar, su voz era grave y relajada.

-¿Así qué esta es la razón por la chica logro sobrevivir?- Exclamo – Samuel me sorprende que tengas este tipo de asociaciones con mortales-

-Mis asuntos no son de tu incumbencia-

-Bien, esto es solo una advertencia, por tu propio bien, como amigos te digo que te apartes- Dijo – La chica tiene que morir-

-Quiero ver que te atrevas Azazel- Advirtió Samuel muy furioso- Intenta siquiera acercarte-

La expresión del bello rostro de aquel hombre se ensombreció mostrando su enojo y total desagrado a aquella fuerte advertencia, apretaba sus puños con fuerza y una mueca de sonrisa forzada se dibujó en rostro mientras retrocedía unos pasos, Azazel lo llamo, yo recordaba ese nombre. Mi padre solía contarnos antiguas leyendas y relatos hebreos, entre ellos lo había escuchado nombrar, era un ángel caído, en las antiguas historias se creía que se aparecía como un macho cabrío negro en los desiertos, se dice que fue quien corrompió a los hombres enseñándoles a construir armas e incitándolos a la guerra unos contra otros.

Ahora sabía quién era el aliado de Jezabel, él era quien la protegía, por fin las sombras de mis enemigos tomaban rostros y nombres. Ahora era consiente a lo que me estaba enfrentando.

Azazel miró fijo a Samuel e hizo una amplia sonrisa para luego colocar ambas manos en su espalda, una neblina densa y negra comenzó a levantarse desde el suelo dando círculos a su alrededor, envolviendo todo su cuerpo hasta que se desvaneció por completo junto con él. Las luces volvieron a encenderse, al igual que el fuego de la chimenea que volvió a arder con la misma intensidad o quizás más.

Me levante del suelo, camine hacia el centro del living sin dejar de observar todo.

-Hay que tapear las ventanas para que no entre tanto frío- Dije girando para ver a Samuel, siempre fui especialista en evadir todo tipo de momentos incomodos o complicados, supongo era un método de defensa – Él no volverá esta noche, vamos a estar bien-

-Si Elizabeth, vamos a estar bien- Contesto acercándose a mí, tanto que nuestros rostros casi se tocaban entre si- Te debo una, esta vez fuiste tú quien me salvo- Sonrío posando su mano sobre mi nuca, palpando la herida que aun sangraba.

-Vamos buscar el botiquín de primeros auxilios para curar esto- Me dijo apartándose de mí, dejándome sumida en mis pensamientos. No, no podía sentir esto, no debía siquiera atreverme a pensarlo.

Luego de que curase mi herida y me aplicara un vendaje, nos pusimos a acomodar un poco la casa, levantar los vidrios rotos y tapiar las ventanas. A penas eran las 11 p.m, parecía que la noche no avanzaba, me sentía inquieta y distante, tenía demasiadas cosas para preguntarle, dudas que me carcomían y no me animaba a averiguar, me sentía culpable, su presencia demasiado cerca, me hacía sentir calidez y deseos de refugiarme en sus brazos, sentimientos incorrectos teniendo la plena conciencia quien era él.

Me senté frente al fuego para calentar mis manos heladas, el hipnótico baile de este al consumir los maderos, me trasladaron a viejos recuerdos. De niña solía tener visiones y presentimientos, cuando esto ocurría mi corazón latía fuerte e imágenes pasaban por mi cabeza, veía las cosas antes que sucedieran y muchas veces podía anticiparme a cambiarlas pero no siempre reaccionaba lo suficientemente rápido para poder lograrlo, sentía el peligro o las "auras oscuras" con facilidad, cuando esto sucedía lo que veía se alteraba tornándose color rojo y palpitando como si estuviera todo en movimiento. Jamás le dije a nadie sobre eso, ni siquiera a mis padres la noche que nos emboscaron, si lo hubiese hecho quizás seguirían vivos ahora.

-¿Qué piensas conejita?- Sus palabras me sacan de aquel trance y agacho mi cabeza para que no me vea, no quería explicar porque mis ojos estaban llenos de lágrimas.

-¿Por qué?- Murmure entre palabras entrecortadas por la angustia- ¿Por qué termine en aquel lugar?¿Cual fue mi pecado?-

Su silencio era incomodo, no quería mirarlo pero sabía que estaba parado a mí lado, sin saber que decirme.

-Elizabeth, no pienses tanto en lo que paso, porque aun que quieras no puedes cambiarlo lo único que puedes hacer ahora es no rendirte en el presente, para cambiar tú futuro- Sus palabras eran sabias y contradictorias

-¿Cambiar mi futuro?- Dije entre risas amargas- Si muero hoy me voy a ir al infierno y si me salvo de alguna manera milagrosa y logro vengar a mi familia matando a Jezabel el trato se termina y también voy a terminar ahí.-

-¿Estas arrepentida?- Cuestiono intrigado buscando mi rostro que seguía tratando de ocultar sin éxito.

-No, no lo estoy- Le conteste dejando de evadirlo y mirándolo a los ojos- Soy un alma condenada, tengo remordimiento pero no me arrepiento, acepto el pago por mis actos, fui consiente cuando lo pacte.

-Uy, que seriedad – Dice sonriendo mientras se acerca y se sienta a mi lado- Entonces deja un poco la melancolía, que nada ganas de esta manera-

-¿Quién eres realmente?- Le pregunto sin reparos de mis acciones- Si realmente fuese verdad lo que me contaste que alguna vez fuiste humano, Azazel no se hubiese retirado, porque serias inferior a él. ¿Quién eres?, Quiero la verdad Samuel.- Exigí mirándolo sería ante el descaro de su sonrisa complaciente.

Sus ojos se tornaron oscuros, al igual que unas horas antes, la intensidad de su mirada me erizaba la piel, permanecía en silencio sin inmutar esa sonrisa que comenzaba a impacientarme al punto de ser totalmente irritante. Se abalanzó sobre mí, haciendo que caiga sobre la alfombra muy cerca de aquel cálido fuego, sujetando mis muñecas contra el suelo.

-¡¿Qué haces?!- Le grite forcejeando para soltar mis muñecas de su agarre sin lograr si quiera que él hiciera fuerza.- ¿Te volviste loco? ¡Suéltame ahora!- Le ordene ante su mirada sorprendida, seguido de unas carcajadas.

-¿Por qué preguntas tanto?- Me dijo, recostándose sobre mí, soltando lentamente mis muñecas- Quédate quieta, estoy cansado- Ordeno apoyando su cabeza sobre mi pecho que palpitaba exaltado.

El silencio de aquel momento me hizo cuestionar todo, ¿Realmente quería saber?, me pregunte mientras mi mano derecha se posó sobre su cabeza, entrelazando mis dedos en su cabello y suavemente pase mi mano izquierda debajo de su brazo abrazando su espalda.

-Yo nunca te haría daño o te causaría algún dolor- Murmuro con los ojos cerrados, prácticamente entre dormido.

-También te quiero, sin importar lo que el destino decida- Le susurre, sabiendo que no me escucharía por que se encontraba profundamente dormido.

También estaba cansada, gire mi cabeza para intentar relajarme, tarea bastante difícil con el peso de su cuerpo sobre el mío que me aplastaba. Curiosa puede ser la vida, reflexione, que miserable sentimiento de apego y cariño hacía un él, me hacen no querer saber la verdad, esa cobardía de no querer averiguar, de que simplemente no me importe. Cerré mis ojos para dejarme caer en mi melancolía, el cansancio y la pena hicieron el resto, era hora de descansar un poco, no quería seguir preocupándome por él después, solo quería que aquel momento durara un poco más y olvidar que el mundo se caía a mis espaldas.

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