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7. Cansado

Ni Escorpio ni Acuario esperaban encontrarse allí, pero sus miradas se detuvieron en el otro con una intensidad que podía verse y sentirse a kilómetros de distancia.

-Camus... -murmuró Milo sintiendo como todas las palabras intentaban salir de su boca con urgencia, con la urgencia de quien necesita ser perdonado.

El francés lo miró, con algo de desdén. No esperaba verle, y su mecanismo de defensa siempre era el mismo, algo que a Milo lo aterraba y lo fascinaba, la mirada gélida y la barrera.

Camus quiso ignorarlo, pero era demasiado tarde. Está bien. Si tenían que hablar pues hablarían. Después de todo, se lo debían. 

No había existido tanto silencio en la casa de Virgo ni cuando el indio pasaba horas meditando sin interrupciones. Acuario y Escorpio se observaron fijamente, sin poder emitir palabra. Milo no sabía bien como comenzar y... el galo no estaba seguro de querer escuchar. Aún estaba herido... eso sí pudo notar el griego. 

"Estás triste, puedo verlo" pensó para si.

-Camus, no sé... qué decir... yo lo siento mucho. No sabía que era tu hermana, no sabía que estaba pasando. Me cegué... yo... no sabía quien era, solo... sabía que la mirabas con amor... como jamás me has mirado a mí. No entendí, no intenté entenderlo... Lo siento mucho, de verdad, no sabes cuanto lo siento... y créeme, pedir disculpas no es mi pasatiempo favorito. Lo digo porque... es lo justo. Me comporté como un imbécil. 

-Estamos bien, Milo.

Esas palabras fueron un bálsamo para el griego. Era un buen inicio. Quedaba el detalle de Aioria por definir. 

-Yo... te am---

-No. -negó el aguador- No te atrevas a ir por ese camino.

Allí estaba otra vez. La pared. El escorpión sintió una patada de frustración en su pecho. Que difícil era acercarse a él.

El griego suspiró y cogió la taza de Shaka. Comer su comida se había convertido en una nueva pasión. Observó su contenido, para evitar los ojos helados de su amigo, para no tener que llorar de la rabia y de la frustración que todo eso le provocaba. Leche dorada eh, con que así se veía la leche dorada. Miró el líquido algo espeso, amarillo, jaspeado. "Leche dorada... y creí que me echaba los tejos" pensó.

-Está bien. Lo dejaré estar... al menos... ¿me dirás como estás? -levantó su frente y volvió a buscar sus ojos, los ojos de Camus amigo, renunciando a los ojos de Camus amante.

El aguador se sentó junto a él, aunque su corazón estaba tan roto como podía romperse un corazón. Cogió la otra taza sin dueño a modo de excusa para evitar su mirada, como un niño perdido.

-Estoy... cansado. -respondió, y así lo parecía. Se le veía algo más viejo, agotado.

-¿Quieres hablar de lo que pasó? ¿Puedo ayudar? -preguntó sincero Milo jugando con la bebida. No sabia que cojones beberían en la India pero ese líquido amarillo olía a pimienta y no le parecía apetecible.

-Mi hermana... llegó aquí sin recordar cómo. Sus padres adoptivos murieron en un accidente, que tampoco recuerda. No sabe qué pasó, quien la golpeó, o cómo apareció aquí, pero Kiki la encontró una madrugada y quiso ayudarla, sin saber quien era. Cuando mi hermana murmuró mi nombre, le avisó a Mu... y el resto de la historia creo que ya la conoces. 

El santo de acuario se veía cansado y algo triste. ¿Qué le apenaba? Después de todo su hermana se recuperaba a su lado. 

-Lo siento, debe ser... difícil. Yo no sabía que tu hermana existía. -murmuró el escorpión arrepentido. -¿Por qué no me lo dijiste, Camus?

El francés le miró, algo arrepentido.

-Porque intenté enterrarlo. Después de todo, de nada servía velar por alguien a quien ya no podría cuidar. Solo... solo me vulneraría.

-Y tu eres Camus, el imperturbable.

Camus asintió. -Sí. Soy Camus el imperturbable.

Milo cogió su mano, en silencio.

-Las emociones te sientan bien. Tu hermana está ahora contigo. Shaka me ha dicho que... se encuentra mejor y que Dohko te ha permitido...

-Sí. Se quedará hasta recuperarse completamente -replicó rápidamente alejando su mano de la de MIlo. -Vivirá en una de las cabañas, al pie del santuario.

-Eso es bueno. ¿no?  

El aguador se sentía completamente fuera de eje nuevamente. El retorno de su hermana le había vulnerado a niveles que desconocía ser capaz de sentir. 

-Sí, es bueno. Fue muy amable y Shaka también. 

Milo sonrió de lado. -Veo que hicieron buenas migas.

El francés lo miró, frunciendo el ceño, gélido nuevamente.

-¿A qué te refieres exactamente? ¿Qué es esa sonrisa?

Milo carraspeó, algo nervioso, no quería liarla aún más.

-Bueno, les veo bastante cercanos, ¿no crees? ¿No te molesta que Shaka se acerque tanto a tu hermana?

Camus le miró aterrado y fastidiado. No le gustaba ese tema. No le gustaba el rumbo de la conversación. Le miró fulminante.

-Pero vamos a ver, ¿qué dices? Es Shaka. Es asceta, célibe, yo que sé. Mi hermana no ha venido al santuario a... hacer lo que haces tú, ¿es que es lo único que tienes en la puta cabeza? ¿En qué cabeza tienes el cerebro, de verdad? ¿Estas insinuando que solo por el hecho de cuidarla por pedido mío algo pasa entre ellos? Es que eres ridículo, ¿no puedes pensar en otra cosa? Que tu te tires todo lo que veas no significa que mi hermana sea como tú. Incluso si lo fuera, ¿Shaka? ¿De verdad?

Milo frunció el ceño. No le gustaba que lo encasillen en ese lugar. Se lo pasaba bien, pero eso no significaba que se tirara todo lo que se movía. O quizás sí, las palabras de Camus estaban cargadas de un reproche tácito.

-Mira, chico, tu puedes decirme a mi lo que quieras pero que tú seas un puto hielo no significa que no hayas traído a tu hermana a un sitio lleno de hombres que no ven un coño a menos que paguen por el, o se tiren otros hombres por necesidad y soledad, o se jueguen el pellejo como las mantis por ligar con alguna santa. Sabes que estás buenísimo, macho, y que si pudieran, te pondrían a cuatro patas muchos de los que llamas "amigos" o "compañeros". Tú traes a tu hermana, que es tan guapa como tú, que no entiende el idioma, que no se entera de nada... a un sitio lleno de tipos que lo único que saben es pelear, comer, respirar y cascarse. ¿De verdad crees que es solo un invento de mi cabeza? Aquí todo se sabe, chico, lo sabes mejor que nadie. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que sepan que tu hermana está aquí, quieran saber quién es, cómo se vé, y sepan que está sola?

-No está sola -lo interrumpió Camus, enfadado. Sabía que el escorpión tenía razón pero siempre cuidaría de su hermana. Quizás tendría que prestar más atención. 

-No puedes cuidarla por siempre. Tienes obligaciones que cumplir aquí Camus. Pronto nos enviarán niños para entrenar. ¿Qué harás entonces? ¿A quién le encargarás la tarea? ¿A Shaka? ¿Porque es asceta? El tío ya me ha dicho que él no es un puto monje, chico, ya te haré yo la traducción hindi-francés "Voy a follarme a tu hermana a la primera que se acerque a mi entrepierna tan duro que la armadura de Virgo tendrá que mirar para otro lado avergonzada". ¿Lo has pillado? Abre los ojos tío... y deja que haga lo que le apetezca... que tú no te permitas sentir no significa que no se lo permitas a ella, ¿no?

Otra vez el fuego había vuelto a los ojos de Milo. Camus evitó su mirada sintiendo como su corazón se aceleraba. Hijo de puta, ¿qué derecho tenía él de decirle eso a él? El escorpión se follaba todo lo que veía para reafirmar su autoestima y no permitir que el rechazo de Camus le dejara como un crío llorando por ahí.

"Que tú no te permitas sentir no significa que no se lo permitas a ella"
Era cierto. No se permitía sentir. 

-No quiero que la lastimen. -replico, serio. "No quiero que me lastimen"

-Shaka no tiene pintas de querer lastimarla, ¿no? 

-Y dale con Shaka, ¡que antes de que toque a mi hermana él o cualquiera le arrancaré los ojos!

-Tocate los huevos con el hermano sobreprotector. -rio Milo jugando con la taza.

Camus bufó. Milo no entendía. Jamás lo haría. Después de todo, eran antagónicos en su sentir. 

-Mi hermana es mayor de edad y sabe lo que hace. Es una mujer y no voy a decirle qué hacer, pero ya me jodería que se enamore de uno de... nuestros compañeros.

-¿Y eso por qué? ¿Tan terrible es amar a uno de tus compañeros? -lo miró, fijo, buscando sus ojos.

El francés rechazó su mirada, volviendo a su gélida expresión. 

-Sí. Lo es. Ella no pertenece aquí. Ya lleva la maldición de tener un hermano que se dedica a morir una y otra vez por alguien luego de ser golpeado hasta la muerte. Crees que quiero que se enamore de un hombre que probablemente muera en unos años luego de vivir una vida de luchas sin cesar? ¿Crees que quiero que mi hermana entierre a otro ser amado? No tienes idea, Milo, lo que eso se siente. No tienes idea. 

Camus parecía afectado. Había una parte de la historia que desconocía, pero no sabía exactamente cuál. Asintió, en silencio. Tenía razón, no era justo para una joven normal, sea Shaka o cualquiera de sus compañeros más amables. No existía felicidad en sus vidas, solo dolor y el placer de vivir la vida un día a la vez. 

El francés se sentía abrumado y Milo no recordaba haberle visto así en la vida. Evidentemente lo estaba pasando mal y él no estaba siendo justo con él. Asintió.

-Sé a lo que te refieres... pero a veces, quizás dos meses, cuatro, un año de amor son más  especiales que una vida junto a alguien que no te hace feliz... y si tu hermana se enamo--

El golpe seco del puño contra la mesa lo silenció. Camus estaba molesto. Golpeó la madera con firmeza, mirándolo con los ojos llenos de fiereza.

-¿No entiendes lo que digo? ¿Puedes entender cuando hablo? 

El griego le devolvió la mirada, desafiante. Si creía que con esa tontería de golpear cosas podría callarlo a él, el puto iceberg de mierda tendría que pensárselo dos veces. Nadie lo callaba a él, sea Camus o los dioses del olimpo. Ya podía meterse el puño donde no diera el sol.

-No entiendo lo que dices porque estoy escuchando a un cobarde y no a un caballero que sabe que la vida es un puto regalo y que todos, todos,  tarde o temprano vamos a morir. Estoy escuchando un cobarde que se escuda en una postura altiva y esquiva para no aceptar que está enamorado de su amigo, quien lo ama también. -se acercó a él lo máximo que le permitió la mesa entre sus cuerpos. -Sé que me quieres y yo a tí, pero es más cómodo esconderte que sentir, porque me amas tanto que no puedes permitírtelo.

Camus también se acercó. Sus ojos azules despedían un veneno denso, pero su rostro estaba impávido.

-Estás equivocándote de interlocutor. -replicó antes de levantarse con una calma fingida, ya que todo su interior se quemaba. -No soy Aioria.



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