47. Los Miserables - Parte 1
"Javert:
Prisionero 24601,
Tu tiempo se ha acabado
Y comenzó tu libertad condicional
¿Sabes lo que significa?
Valjean:
Sí, significa que soy libre
Javert:
¡No!
Sigue al pie de la letra tu itinerario
Esta insignia de la vergüenza
La mostrarás hasta que mueras
Advierte que eres un hombre peligroso
Valjean:
¡Robé una barra de pan!
El hijo de mi hermana iba a morir
Y teníamos hambre.
Javert:
¡Morirás de hambre otra vez!
A menos que aprendas el significado de la ley
Valjean:
Conozco el significado de esos 19 años,
esclavo de la ley
Javert:
Sí, 24601——
Valjean:
¡Mi nombre es Jean Valjean!"
Prólogo - Los Miserables (musical)
A veces, los caminos del dolor parecen imposibles de atravesar. Los túneles que surcan el infierno son, muchas veces, claustrofóbicos y oscuros como la cueva mas aterradora... y sin embargo, también a veces, son momentáneos.
Algunos años atrás, Siberia
Había soñado con ella... o para ser justos, había tenido una pesadilla que le había desestabilizado a límites que le costaba procesar. Se levantó tan sobresaltado y fuera de sí que hizo lo que jamás creyó que haría: correr hacia la casa de la señora Lyudmila con el rostro tan pálido que podría haberse camuflado en la nieve de Siberia con facilidad.
Era tan severa como seria. La mujer que se había encargado de enseñarle lo básico del idioma para poder comunicarse con los pocos aldeanos de la zona en caso de necesidad, lo observaba detrás de unos párpados caídos llenos de arrugas y una piel erosionada por los años.
Rebuscó con dificultad la capacidad de cambiar el idioma del sistema operativo de su cerebro de griego a ruso en un microsegundo que le resultó una década, intentando mantener sus ojos tan impasibles como pudo.
La anciana lo observó, curiosa.
—Una llamada. Por favor. Solo es una llamada.
La mujer enarcó una ceja.
—¿A quién?
—Eso no le incumbe. Es personal.
La señora sonrió.
—Eres un Santo, Camus. Nada es personal aquí, lo sabes muy bien, ¿no? Los Santos no tienen pertenencias.
Iba a cagarse en sus muertos. No solo no lo ayudaría sino que además se mofaba de él. No perdería más tiempo allí, los segundos eran vitales y lo sabía, todo su interior lo sabía.
—Tiene razón. Disculpe la molestia. —comentó volteándose con las mejillas que comenzaban a arder, tiñéndose de un rojo avergonzado. La mujer le acompañó a la puerta, cerrándola tras ella.
—No vuelvas aquí por temas personales. Solo soy una empleada. —le dijo, cogiéndolo firmemente por el brazo, gesto que al francés se le antojó violento y protestaría. Giró su cuerpo para lanzarle una mirada fúrica pero cuando lo hizo, se encontró con los ojos grises de la señora mirándolo fijamente antes de coger su mano en silencio, dejándole el frío reconocible del metal de unas monedas. Camus la observó y la mujer se limitó a hacer un gesto con la cabeza, indicándole el camino al pueblo. Contó los rublos a simple vista, supuso que le alcanzaría.
El galo asintió.
—Gracias.
Solo le bastó una llamada para que Sophie Darraux le confirmara sus sospechas, Marianne había tenido un accidente y estaba en el hospital.
Santuario, Atenas, presente
La tarde cayó tan plomiza sobre su espalda que se creyó demasiado lejos del santo protector de la humanidad que alguna vez fue, y demasiado cerca del verdugo que blandía un arma cargada de muerte y severidad. Él había sido caballero de oro, sí, y de bronce, también... muchos, muchos años atrás. Observó el trono en silencio, con angustia, su túnica de Patriarca pesaba doscientos kilos.
Dohko no lograba que su cabeza se relajara, en absoluto. Sabía que poner orden y dar muerte eran dos cosas distintas... ¿pero lo eran realmente en aquel sitio?
La primera en llegar fue Shaina, ataviada con sus ropas de entrenamiento, seguida de cerca por un adormilado Death Mask, quien intentaba sin éxito arrancarle una sonrisa. Saga y Aioros también cruzaron la puerta pocos minutos después, antes de arrodillarse juntos frente al chino. Shion se unió a ellos pronto.
Finalmente, luego de largos minutos, Dohko se giró para observarles, pero primero le indicó a Adrián que cerrara las enormes puertas. El mensajero lo hizo, observando a través del rabillo del ojo a Aioros con tanta pena, que creyó que moriría preso de una angustia opresiva. Se sintió un cobarde, de la más alta calaña... porque eso era, una sombra, un siervo y por eso jamás había logrado ser un santo. Así se sentía. Ni siquiera asintió y limitó su robótico cuerpo a realizar todo de forma automática. El centauro también lo observó desde su genuflexión, que le permitía mirarle sin ser detectado.
—Creo que todos sabemos muy bien por qué estamos aquí reunidos hoy. —comenzó Dohko, intentando alargar sus palabras, como si aquello fuera capaz de darles más tiempo. Se sentía profundamente agotado, extenuado. Allí estaban sus antiguos compañeros de armas y sobre todo, el que había sido el amor de su vida por más de doscientos años... el dueño de todos sus sueños, el dueño de su corazón: en una genuflexión perfecta frente a él.
Death Mask fue el primero que habló, como si pudiera leer claramente a través de sus pensamientos.
—Sabíamos lo que hacíamos. Al menos sé que yo sí. Estamos aquí para ser castigados por nuestras acciones y creo que deberías ir al punto ya.
Dohko lo observó, frunciendo el entrecejo.
—Tenías contacto con la hija de Hades. A espaldas del Santuario. ¿Sabes exactamente lo que eso significa? Porque pareces no entender.
—Sí, sí —comentó despreocupado. No lo estaba, pero al menos eso demostraba su rostro impasible y casi divertido. —Vengo de la tierra de los Montesco y los Capuleto, sé muy bien lo que eso significa.
Saga intentó reprimir una risa nerviosa.
—Shakespeare era inglés. —agregó el gemelo, como dato innecesario. Ángelo enarcó una ceja.
—Mira, Eurípides, lo que digas, pero ellos eran italianos, como yo, quédate con tu Ilíada de mierda, que Verona está muy bien situada en——
El chino finalizó el debate rápidamente.
—Siento interrumpir el club literario. —comentó, demasiado cerca de la furia. No tenían noción de lo que habían realizado realmente, y allí estaban, bromeando divertidos como si aquello fuera una travesura. —Pero ya que no vamos a discutir los actos de forma seria, entonces procederé a leer el castigo correspondiente a cada una de las normas que se han salteado por aquí.
Shaina temblaba, de forma inconsciente. Su cuerpo diminuto y atlético entre aquellos hombres altísimos y enormes por un instante destacó por parecer incluso aún más pequeño. Su estómago se había transformado en un infierno de nudos y desesperación. Nadie lo notó, excepto Shion, quien acercó su mano para sostener la suya de forma sutil de una forma tan paternal que por un instante la italiana temió romper en llanto.
—Comenzaremos en orden. Shaina de Aries... acércate por favor.
La joven, que había vivido tras una máscara más de la mitad de su vida, se sintió completamente desnuda y vulnerada. Ángelo le hizo un gesto amable con la cabeza, casi imperceptible. Sus labios, gruesos y usualmente ocultos tras un gesto de fastidio, le obsequiaron una ligera sonrisa y sin emitir sonido alguno, movió la boca para que ella pudiera leer lo que decía.
"Per una volta fidati di me, Gina Palladino." *
***
Traducción:
Por una vez confía en mi, Gina Palladino*
Algunos años atrás, Paris...
Contactar a Mu había sido extremadamente fácil, pero evadir su curiosidad no. De todas formas, el carnero no era especialmente conocido por cumplir a rajatabla las órdenes del Santuario y cuando le pidió discreción, el tibetano se la prometió. Se limitó a decir que era un viaje de carácter personal y urgente y evadió con extrema cautela sus preguntas, para ser enviado rápidamente a Paris.
Por fortuna, encontrarla fue sencillo y su corazón volvió a latir normalmente cuando la vio sonreír en la cama del hospital.
—Coucou... —murmuró ella, con un intento fallido y suave de carcajada cansado, tras un rostro teñido de sangre. Camus sintió que pronto se desmoronaría, pero se acercó, más calmo.
—Marianne... —suspiró, con una exhalación pesada. —¿estás bien? ¿qué...?
—Estoy bien... —asintió ella. —Mi pierna sanará pronto, además... voy a escaquearme del colegio con una buena excusa. Volveré a casa pronto, mi padre está hablando con los médicos.
Su hermano volvió a exhalar pesadamente.
—Marianne, yo... creí que algo había sucedido y...
—Bueno, algo sucedió. Un coche me arrolló cuando volvía a casa por la noche... y aquí estoy. Tengo muy buenos reflejos, supongo que ser la chica deportista tiene sus ventajas, Cam. ¿Ves estas piernas musculosas? Pues tus Dioses no me dieron un culo grande y bonito pero sí estos muslos, que son como los de un superhéroe. Literalmente, creo, porque volé, como Superman... pero primero salté y fue guay. Luego perdí el conocimiento, pero volé.
—Ya veo, Superman... Lo que estás es súper colocada ahora mismo, ¿no? —preguntó él con una ligera sonrisa al notar que los calmantes habían drogado a su hermana.
—Pues me metieron una buena dosis y ahora mismo me siento William Blake cuando decía aquello de "Si las puertas de la percepción bla bla bla, todo aparecería al hombre como realmente es: infinito". Luego dolerá mucho... pero ahora todo está bien... porque tú estás aquí. Te extrañé mucho, Jean Valjean. ¿Debo romperme los huesos para que quieras visitarme?
Él se acercó para coger su mano, con dulzura.
—Lo siento... no puedo quedarme mucho tiempo. ¿Prometes que te cuidarás? Porque... no puedo perderte, Mimi. No a ti... por favor.
—No me perderás, porque soy un superhéroe.
—Exacto, además, ¿qué le diré al señor Kumar? —rio él, ligeramente más tranquilo. —No puedes ir rompiéndote las costillas por ahí, aún debo asistir a tu casamiento e insultarte por recomendarme un libro de mierda.
—¡Hey! —protestó ella con un quejido de dolor cuando quiso moverse. El cuerpo le dolía y mucho, a pesar de todo. —Jamás recomiendo libros de mierda. ¿Qué estás leyendo?
Camus intentó sonar despreocupado para tranquilizar a su hermana, pero verla cubierta de su propia sangre era un espectáculo que de buena gana se hubiera ahorrado.
—"Los Miserables". Es... horrible, Marianne. No era justo que Gavroche muriera, era un niño... y nada de lo que le sucedió fue justo. Es que te encantan las novelas de mierda donde todos sufren y mueren, pero luego yo soy el poeta maldito, ¿no?
Su hermana sonrió.
—Gavroche... —asintió, sonriendo. El galo no pudo saber si su mente evocaba algo o estaba drogada hasta el culo, pero no lo preguntó. —Los miserables es una obra injusta pero... real. ¿No lo crees? ¿No lo somos todos, de alguna forma? ¿No lo eres tú?
—¿Me estás llamando miserable? —indagó él arqueando una ceja. Ella asintió, sonriendo aún.
—Sí. Creo que lo eres. Los miserables del mundo merecen ser escuchados y representados.
—Pues menuda mierda de libro, porque han muerto todos. La rebelión fue un fracaso. ¿De qué les ha servido?
La adolescente volvió a sonreír, esta vez con algo de dificultad.
—Pues de no haber existido miserables con deseos de cambiarlo todo, yo no me llamaría Marianne, probablemente mamá hubiera elegido otro nombre. Y tú, Camus... honras muy bien al tuyo.
El francés enserió su rostro. Albert Camus no era el escritor más optimista sobre la tierra y creía que indirectamente su madre le había cargado con la cruz de su propia personalidad.
—¿Ahora soy el Meursault del Extranjero? Pues... si debo ser honesto me representa más. Su vida... bueno su vida no tenía sentido, era apático y... nada le importaba. El libro comienza cuando muere su madre y creo que puedo sentirme como él muchas veces.
Sí, así lo sentía. El personaje de la novela de Albert Camus, era un antihéroe, como él. Por un instante, sus ojos no lograron esconderse de la mirada de Mon Petit Ange.
—No eres Meursault, eres el Albert Camus de "El Verano." Ese eres tú, Cam.
El galo negó, inquieto.
—No lo he leído. Y debería irme ya, lo siento, Mimi. Ha sido una escapada rápida y mi transporte me arrastrará pronto. Por favor, cuídate... y por lo que más quieras, presta atención en la calle. Mi corazón no podría resistir que le faltes y créeme, no voy a enterrar a mi hermana menor. Por favor. —le suplicó sin siquiera notar que lo hacía. Ella le sonrió como respuesta, pero los calmantes ya comenzaban a llevársela lejos. Cerró los ojos.
—Sí. Eso debería decirte yo a ti. Tú eres el soldado, Cam... no quiero recibir una notificación o algo así... cuando dejas de venir yo creo que... —no logró terminar la frase, pero quería agregar "que te han asesinado". No le alcanzó la fuerza, y se acomodó en la cama.
—Nos veremos pronto, Marianne. Y si muero... intentaré que——
—No lo digas. No puedes morir. No antes de que camines junto a mí hacia al altar y comamos samosas en la boda Dubois-Kumar.
Camus sonrió y depositó un beso dulce en la frente aún ligeramente ensangrentada de su hermana.
—Adiós, mon petit ange.
—¿Cam?
Se había volteado para el momento que su hermana le llamó juntando la poca energía que su cuerpo había recopilado.
—"Ese último recurso era también el nuestro y ahora yo lo sabía. En medio del invierno aprendía por fin que había en mí un verano invencible." Nunca olvides que tu nombre no es Meursault, es Camus. Ese, mon coeur, es Albert Camus. Y ese, también, eres tú.
Atenas, periferia del Santuario, presente
Aquella sopa de cebollas que había heredado indirectamente a través de su madre y de su hermana, había llegado a las manos culinarias del ruso, quien se desenvolvía muy bien en la cocina, cortando y preparando más. Se veía feliz, rostro que el antiguo Andrómeda disfruto como quien saborea algo delicioso.
En la sala, Shun se había unido a la conversación ya, con dificultad, pero se veía animado... y para ser honestos ligeramente nervioso. Todos allí eran huérfanos, sí, pero Camus era lo más parecido a un suegro que jamás tendría... y su hermano mayor tenía razón, era algo intimidante.
A pesar de los nervios del nuevo Virgo, el francés parecía otra persona. Su rostro ya no parecía el tótem impávido que custodiaba Acuario, sino un hombre tan normal y común como cualquiera, y verle tan delgado, lejos de su imponente armadura de oro, ayudaba.
—Me alegra saber que estás bien, Camus. —comentó Hyoga. —De verdad... y... me encantará visitarte, aunque dudo que siendo un santo de oro pueda tener mucho tiempo personal.
El francés se recordó a sí mismo y asintió. Sabía exactamente lo que eso se sentía sí.
—No te preocupes, estaré en contacto... y me tranquiliza saber que pude ser honesto contigo. No voy a justificar haber sido un maestro de mierda, pero no era justo que sigas cargando con mis propias frustraciones. —se sinceró. Le costaba sí, pero se sentía tan extremadamente liviano en aquella honestidad que le resultó natural y justo.
El ruso protestó rápido.
—No lo has sido. No lo eres. Aún eres mi maestro y siempre lo serás.
Los ojos del francés se alejaron avergonzados.
—No me considero tu maestro, no lo soy, Hyoga.
El rubio no quiso confrontarlo ni refutarlo, no quería ser siempre el portador de aquella sensación que Ikki le había reafirmado una y otra vez: el lamebotas de su tutor.
—Lo entiendo. —se limitó a contestar, de todas formas se sentía bien. La voz del galo le alcanzó pronto con una explicación.
—Quiero decir, creí haber dejado claro el motivo de mi visita. Deseo otro tipo de vínculo contigo... más familiar y menos... vertical. No tengo hijos y supongo que no los tendré considerando que ni mi pareja ni yo somos capaces de concebir, por razones evidentes pero... —se revolvió en la silla por un momento para jugar con sus dedos. —Sé lo mucho que te dolió perder a Natassia, lo sé porque sentí lo mismo cuando era un crío... y por motivos ajenos a nosotros, me tocó ser el padre/tutor adolescente de mierda. Así se sintió. Repetí mi propia historia. El padre cruel y abandónico de mierda, con un niño dulce que solo deseaba ser escuchado. Era demasiado joven para comprender ciertas actitudes de mi madre pero con el tiempo y fragmentos de mis recuerdos aprendí a intuir su carácter. Sé fehacientemente que desde su tumba debió haber deseado darme un cachetazo para enderezarme las ideas. Mi madre murió joven, como la tuya... pero soy tan Dubois como lo era Jeanne y voy a dignificar la memoria de esa mujer y sus ideas, cada día, por el resto de mi vida. Estoy aterrado, porque siento que intento caminar por primera vez en mucho tiempo, fuera de mi zona de confort. No te imaginas lo difícil que es para mí este discurso, el antiguo Camus siente que le han abierto en canal y le están extirpando el alma con una tenaza hirviendo... pero lo combatiré. Lo combatiré por ti, Hyoga, por mi hermana, por mi madre, por Milo, por mí mismo. No quiero ser un extraño para ti, un recuerdo horrible, un maestro nefasto. Quiero ser solo Camus Dubois, hijo de la maravillosa Jeanne, reconstruyendo el vínculo con el niño ruso que el destino le obsequió. Supongo que... no soy y jamás seré Natassia ni tu padre biológico, pero creo que en este sitio nadie jamás aprendió una mierda de biología y ADN.
Hyoga había dejado de picar para escucharlo atentamente y no era la cebolla lo que había surcado sus ojos de una fina barrera brillosa. El francés prosiguió, aunque no se animaba a observarlo, seguía jugando con sus dedos como si sus uñas rojas tuvieran la respuesta que buscaba.
—Y aquí estoy, y no me iré de tu vida porque no lo deseo... porque de todos los vínculos que tengo, cercanos a mí... Milo, Marianne... tú, Hyoga, eres el que me llena de orgullo. Porque... hablando honestamente... tú eres aquel niño que se presentó ante mí con 6 años y al que cubría con su manta pesada por la noche. Lo siento, Hyoga, yo... soy demasiado egoísta para sentirte mi alumno porque te quiero demasiado para reducirte a esa estúpida palabra.
Shun tuvo que reprimir su propia boca que amenazaba con exhalar tan pesadamente de la emoción que temía arruinar el momento. El ruso asintió, tan conmovido que le costó articular su propia voz. Él también debía honestidad.
—Yo no dormía cuando venías por las noches a cubrirme porque... anhelaba ese momento profundamente. Yo estaba tan despierto como tú, solo lo fingía. Luchaba con mi propio cansancio para esperar tus pasos y aquellas palabras en francés que jamás comprendí. La noche que me cantaste... la noche que me desgarré en aquella caída... también estaba despierto. A veces fingía enfermarme porque sabía que prepararías esa sopa deliciosa y vendrías por la noche a verificar que me encontraba bien cada quince minutos exactamente. Los contaba. También sabía que no encontrabas queso en la aldea y que a pesar de tener muchos problemas con el idioma y tiempo, te las apañaste para que el señor Ígor lo trajera desde la ciudad en sus viajes a cambio de pequeños trabajos de fuerza para él... para poder preparar la sopa, lo sé, siempre lo supe. Su hijo me lo dijo, Camus. "El queso es para el extranjero". Así te llamaban por allí. Isaac y yo siempre supimos todo lo que hacías por nosotros.
La boca de Camus hizo un ligero gesto al danzar de costado. "El extranjero" de Albert Camus había sido por años un libro que le representaba muy bien. Era casi divertido que le llamaran así en su antigua vida.
("¿Ahora soy el Meursault del Extranjero? Pues... si debo ser honesto me representa más."
"No eres Meursault, eres el Albert Camus de "El Verano." Ese eres tú, Cam.")
Hyoga prosiguió su confesión, le parecía que era la mejor forma de corresponder a sus palabras.
—Quizás creas que eres como tu padre y no lo conozco para poder desmentirte. Fuiste extremadamente severo porque eso se suponía que debías ser... pero jamás nos abandonaste. Me da igual lo que puedan pensar los demás respecto a ti yo... creo saber quién eres.
Camus sonrió esta vez de forma casi completa, acariciando una calma tan necesaria que se sentía levitar.
—Ah, ¿lo sabes? ¿Y quién soy, Hyoga?
El ruso lo miró a los ojos esta vez.
—Eres el hombre que a último momento se dejó morir porque sabía que me mataría. Soy un santo y no se nos escapan las sutilezas energéticas. En Acuario... yo no te vencí. Tú cediste a posta... me da igual que los demás lo sepan, yo lo sé y eso es suficiente.
Camus negó.
—Eso no es cierto. Yo no cedí, tú me venciste... con mi propia técnica. Chapeau. Esa victoria es toda tuya.
Esta vez, el ruso sonrió, muy amplio. Su rostro ligeramente bronceado se veía cómplice y divertido.
—Ya. Si crees que por ser mayor puedes mentirme está bien... pero yo también estuve allí, Camus. Y sé lo que sé.
Milos, Grecia, presente
Luego de llegar, Marianne había corrido a la ducha con urgencia, ducha que su cuerpo recibió con extrema alegría después de unos días que parecían décadas de angustia, cansancio y tensión. Había acomodado sus cremas con cuidado en los estantes vacíos, para aclimatar su hogar poco a poco. Asintió con satisfacción. Pronto aquel sitio se convertiría en su hogar y le gustaba el proceso.
Shaka se preparó para cocinar, luego de lavar cuidadosamente los restos de caos que había dejado el gran chef greco-turco, pero la sonrisa en su rostro había decidido acampar allí sin moverse.
Milo, con su cuerpo ya activo, se acercó a él con curiosidad, cargando algo en sus manos. Se veía alegre y jovial, y volvía a ser aquel vecino invasivo y curioso de la octava casa que disfrutaba sobremanera reírse de cualquier cosa que se le atravesara.
—Hey, Barbie Hache Aspirada... ¿todo va bien con mon petit ange?
El indio asintió, aún sonriendo.
—Sí. Todo está bien... finalmente. ¿Sabes? Aioria tenía razón, debo escucharlo más. Y ducharme. Creo que le pediré algo de ropa a Camus, sin ofender, Milo.
—No me ofendo, chico, pero la ropa de Cam huele a él... eso puede provocar dos cosas. Que su hermana no quiera tu "happiness" y que yo me erecte en tu presencia. Te recomiendo personalmente que utilices la mía o la de Aioria. Te conseguiremos algo propio pronto.
A diferencia del bufido del antiguo Virgo que Milo esperaba, solo rio suavemente. Creía que en 26 años de vida había escuchado a Shaka reír pocas veces, pero le alegró.
—Gracias por el consejo, supongo. No necesito mucha ropa de todas formas. ¿Y tú? ¿Qué haces?
—Pues mira... adivina quién era esta mujer.
Le mostró la foto y aquello no era ni remotamente difícil de deducir. Era un calco femenino de Milo.
—¿Tu madre?
El griego asintió, feliz.
—¿No es hermosa? ¿Cómo yo? Me gustaría pegar sus fotos aquí. Lejos de la cama, no quiero que me vea en culo pero me gustaría tenerla presente. También tengo dibujos de mi hermana que quiero——
La japonesa se unió pronto a la conversación, espiando con una carcajada.
—No seas bruto, no vas a pegarla por ahí. Podríamos pedirle a Marianne que nos ayude, encontré muchas fotos en su portátil de lo que era su apartamento y tenía muchas bonitas pero en cajitas super cuquis en la pared, podemos hacer eso. Es como... decoración. —intentó explicar. —Buscaré en ese google como hacerlo. ¿Sabes que el móvil de la pequeña Camus toma fotos? Me tomó una con Aioria, también podemos ponerle una cajita. Sé que tiene algunas de Cam. ¿No sería genial?
Milo asintió.
—Pues si yo tuviera un móvil le enviaría fotos a Camus, de mis erecciones. ¿Cuánto cuesta uno? Me vendría genial.
—Oh no, no, por favor. —exclamó Marianne, acercándose al grupo con un gesto de terror. Sentía que la ducha había reacomodado sus ideas y su cerebro en su lugar. —No quiero saber eso.
Marin rio divertida.
—Milo quiere pegar fotos en las paredes como en tu hogar de Paris.
—Ahora que tenemos casa aquí puedo buscar más cosas y traerlas. Tengo muchos marcos allí.—sonrió. —Pero nada de "erecciones" y "Camus" en la misma oración, es aterrador. Por favor. Gracias.
Shaka terminó de lavar prolijamente la vajilla antes de observar que Milo se había sumergido en una caja enorme.
—¿Y eso? —quiso saber.
—Lo trajo Saga, parecen cosas de Cam... hay... —se rascó la cabeza confundido antes de extraer algunos libros y objetos que recordaba haber visto en el templo circular. —Oh, recuerdo esto.
Con una mano hábil extrajo el pesadísimo ejemplar del que le llamó particularmente la atención.
—Les misérables! —exclamó alegre y emocionada Marianne al reconocer rápidamente aquella cubierta. Había sido su regalo muchos años atrás y le gustaba saber que su hermano lo había conservado. —Se lo obsequié... aún debe tener mis rayas.
Milo se levantó no tan emocionado como Mimi. Ojeó el libro para encontrarlo atravesado por líneas y anotaciones en francés. No comprendía en absoluto nada de lo que decía pero lo recordaba perfectamente... lo recordaba porque fue el último libro que Camus...
6 años atrás, Santuario...
Aún sentía sus muslos arder. Aquel segundo round sexual le había drenado hasta la última gota de energía vital, pero sus encuentros con el francés se caracterizaban por su afán de entregarse en cuerpo tan desesperadamente que siempre terminaba por sentirse sacudido, cosa que disfrutaba especialmente. Luego de una ducha rápida, decidió casi intuitivamente, dormir en el Templo Circular. Estaba agotado.
Agotado y nervioso.
Había rumores, claro.
El ataque de los traidores al Santuario era inminente y podría suceder de un momento al otro, y si bien jamás sintió miedo, le gustaban las misiones porque eran lejos de casa y no sentía aquellos estúpidos nervios producto de una inminente "invasión". Nadie llegaría vivo a Escorpio de todas formas, no con sus compañeros custodiando... y aún si lo hicieran, él se los cargaría personalmente. Jamás permitiría que llegaran a Acuario. Nadie atravesaría su casa, nadie; él no lo permitiría.
Jamás creyó Milo que sería su última noche junto a él en mucho tiempo y que desde aquel día solo podría visitar su recuerdo en una lápida con su nombre.
Camus no podía dormir, no lo conseguía. No lo manifestó, pero sentía exactamente los mismos nervios que el griego que yacía desnudo a su lado. Cuando los ojos rasgados del heleno se abrieron y lo buscaron al notar que el francés no solo no podía dormir sino que por algún motivo se había sentado, observó su figura pálida en la semi-penumbra de aquella noche.
No lo echó, ni se marchó. Supuso que el galo se sentía como él... pero ambos eran soldados y allí no había cabida para dudas, miedos o nervios. Intentó sonar despreocupado.
—¿Qué haces, Camus? —preguntó, espiándolo.
—Leo. —contestó rápido, con una vela como toda luz. Se había acostumbrado a hacerlo de esa forma y le tranquilizaba.
—Ya. —asintió acomodándose en la cama, cruzando un brazo sobre su cabeza. Su pecho subía y bajaba con normalidad, pero su corazón estaba inusualmente acelerado. Volvió a espiar el libro y aquella cubierta le llamó la atención.
—¿Qué lees y por qué hay una mujer en tetas con una bandera francesa?
—Ah... —comentó Camus distraído. —No es una mujer en... se supone que es Marianne. Es un cuadro muy famoso en Francia.
—Pues Marianne tiene buenas tetas. —comentó observando atentamente. —¿Qué hace con tu bandera? ¿Era una guerrera o algo así?
Camus negó.
—No. Marianne es la personificación de Francia. Como Hellas por ejemplo. Antes solía ser Galia, que representa la monarquía... —le comentó paciente detrás del libro con su voz suave y atónica. —Fue reemplazada por Marianne luego de la revolución, ella representa la república y sus valores. Es un cuadro famoso, aquí simboliza la libertad guiando al pueblo.
A Milo se la sudaba el tópico totalmente. Lo único que sabía era que los franceses habían guillotinado mucha gente... y que la persona que amaba había nacido allí. Algo en su interior deseaba que él le siguiera hablando, daba igual de qué... pero su instinto se encontraba perdido como una brújula rota. Putos nervios.
—Ya. —comentó despreocupado. —Adhiero con sus valores. Me gusta que vaya en tetas, pelear en tetas tiene estilo. Creí que era una guerrera como nosotros.
—Bueno... —tosió Camus sin reír ni sonreír. Su rostro rara vez expresaba algo pero hablar de su país natal le había dado un poco más de combustible oral. —Los valores que deben ser representados por Marianne son "libertad, igualdad, fraternidad" que es el lema de Francia.
—No suena mal. ¿Y quién la cabreó?
—El cuadro representa las tres gloriosas. —comentó aún sumergido en el libro.
—Eso suena súper elegante pero me perdí las clases de historia de tu país. Y espero que me digas que tus nalgas están entre esas tres cosas gloriosas de Francia —comentó con una sonrisa audaz y un guiño.
El galo abandonó el libro, dejándolo sobre la cama, en un gesto que Milo asimiló como fastidio, pero no lo era. Intentaba dejarlo a la vista. Su rostro era imposible de leer, pero al menos allí estaba y parecía interesado en contarle a alguien aquel relato. El griego lo observó con atención.
—La Revolución de 1830 también se conoce en Francia como "Las tres gloriosas", ehm... —intentó explicarse más claramente, pero no lo miraba. —Las tres jornadas gloriosas, es que fueron tres días, de ahí su nombre. El 27, 28 y 29 de julio el pueblo se levantó y eso pues... lo conocemos como "La revolución de Julio." Lo siento, te estoy aburriendo, ¿verdad?
No lo miró, seguía sin mirarlo, pero la mano de Milo atajó la suya propia.
—No me aburrirías tú ni aunque me contaras de un tirón la historia del mundo. Además... hey, soy griego y estoy muy orgulloso de serlo supongo que también llevaría mi patria en algún sitio si emigrara. No entiendo mucho de la vida a grandes rasgos pero... si te gusta ese libro pues igual a mí también. Y tú eres mi ami, ¿no? Pues eso... no tienes la culpa de no haber nacido griego y glorioso, ¿sabes? No todos podemos ser épicos, pero míralo de esta forma, al menos no eres turco... Francia no está tan mal. Francia es una guerrera que lucha en tetas con una bayoneta en la mano... pienso que está bastante bien. —sonrió él, divertido.
Camus le contestó con un sonido seco y sus comisuras se movieron levemente en lo que Milo supo era un atisbo de sonrisa y asintió.
—Así que Marianne, ¿eh? —volvió a preguntar. Aquel nombre le tensó en el acto.
—¿Marianne qué, Milo?
—La chica que pelea en tetas. Tu república y tal. ¿He dicho algo malo?
Camus negó, relajándose.
—No. ¿qué quieres saber?
El griego respiró profundamente con el anhelo de contestar "Lo que tú quieras contarme" pero intentó sonar despreocupado y retomar los hilos de aquella conversación.
—¿De qué va el libro? ¿De la tía de la bayoneta y el crío este? —contestó golpeando la tapa con un dedo.
Camus intentó relajarse un poco más antes de contestar. Se sentía tenso y solo podía pensar en Hyoga y si los rumores de que pertenecía al bando de los rebeldes era cierto.
—Ehm... —contestó dubitativo volviendo al libro. —Es una novela que habla de... injusticias que suceden en el país y el levantamiento de junio. Es... acerca de un hombre que roba un trozo de pan para su hermana y su familia y le encarcelan por 20 años. Jean Valjean. Luego le liberan y... rehace su vida pero el poli malo, Javert, le persigue durante gran parte de la novela. —Se ensombreció al recordar a Mimi. Debía visitarla y pronto.
Milo sonrió estirándose, dejando al descubierto sus costillas vestidas de músculos firmes y bronceados.
—Hombre, primero julio luego junio, ¿todo el rato estabais ahí haciendo la revolución o qué? Entonces... supongo que de ahí el cuadro, ¿no?
Camus asintió.
—Bueno, este chiquillo que acompaña a La Libertad en la pintura sirvió al escritor como... modelo para crear a un personaje de su historia, Gavroche. Era un niño abandonado, pero le asesinaron durante el levantamiento, murió peleando con sus amigos del ABC por una causa justa, en las barricadas. ¿Ves estas personas tan diferentes? Simboliza la unión de todos; niños, obreros, burgueses... por el bien común, destruir la tiranía y perseguir la igualdad. El cuadro es un ícono de la lucha por la libertad... Por eso es la foto de la cubierta... Creo que todo el libro habla de la opresión y la injusticia en líneas generales. La pobreza, la desigualdad, el poder y aquellos que nadie mira... ya sabes... es bastante triste.
—¿Y si es triste por qué lo lees? —preguntó curioso, acomodándose nuevamente en una posición diferente.
Camus no diría la verdad. No le confesaría que su hermana le había dicho que siguiera hasta el final y que su pacto consistía en encontrarse en aquellas letras cuando se sintieran lejos. Le extrañaba, mucho, pero vulnerarse no le estaba permitido. Se limitaba a leer aquel libro que le recordaba a ella con el afán de conectar con la voz de Mimi.
—No lo sé realmente. —comentó, pero lo sabía.
—¿Estás bien? —quiso saber, intentando sonar despreocupado. Camus asintió, pero no, no lo estaba.
—Sí. —aseveró, mintiendo. Él era un soldado y así se quedaría. Se preguntó qué pensaría su madre acerca de aquello y su hermana, quien le creía Jean Valjean. —¿Crees que ataquen pronto?
Milo negó, observándolo a los ojos esta vez.
—No lo sé, Cam... pero no creo que tarden demasiado. De todas formas, será fácil para nosotros exterminarlos a todos. ¿El gran Camus de Acuario tiene miedo o qué?
Escupió una risa cargada de desprecio hacia aquellos rebeldes que eran lo suficientemente estúpidos como para suicidarse atacando al Santuario.
—¿Miedo? ¿Yo? No digas tonterías.
El griego se movió de forma casi felina, estirando sus brazos para abrirse paso frente a su cuerpo y mirarlo a los ojos.
—No permitiré que nadie llegue al templo circular. Nadie. Yo, Milo de Escorpio, asesinaré a un ejército por ti. Me da igual quién sea. Estamos en el mismo bando Cam, jamás podrán con nosotros. —comentó con una sonrisa tan sádica que por un instante Camus se tensó. Milo era un guerrero tan formidable como aterrador y cruel... y si Hyoga estaba allí... no.
—¿Ah, sí? ¿Por mí? —preguntó con solemnidad, sin mover un solo músculo de la cara.
Milo lo besó alcanzándolo rápidamente con una mano veloz antes de sentarse sobre sus piernas y que su miembro comience a crecer contra su piel desnuda.
El francés, a su vez, cerró sus ojos y se entregó a aquel beso sin poder levantar sus barreras. Ninguna de ellas.
—Por ti. —repitió como respuesta, descendiendo rápidamente por su pecho, trazando círculos con su lengua.
Un jadeo suave llegó a sus oídos, lo que inmediatamente terminó por solidificar aquella erección pulsátil.
—Milo...
El griego levantó la cabeza para observarlo. Camus deseó poder hablar con libertad, pero no lo consiguió. Deseaba poder decirle cómo se sentía... lo que sentía por él... lo que le dolía. ¿Y si aquella era la última vez? No lo consiguió.
—¿Qué sucede? —quiso saber el heleno, curioso.
—Nada. Que quiero chupártela también, no te corras aún.
Milos, Grecia, presente
—Leía ese estúpido libro... la noche... bueno la noche anterior a que los caballeros de bronce atravesaran las doce casas. Fue... nuestra última conversación en una cama antes de su muerte. —comentó, algo fastidioso. —Y quiso contarme esa tonta historia de la república francesa y yo... creo que fui un estúpido y no lo escuché. Me arrepentí durante tanto tiempo de haberlo hecho que...
—Hey. —le atajó Shaka. —Camus está vivo, Milo. ¿Por qué no se lo pides ahora? Puedes escucharle. ¿No es esto mejor que cualquier otra cosa que hayáis vivido previamente? Quiero decir... tienes a tu hermana, Camus te ama... y es feliz. ¿No es muy diferente a todo lo que puedes recordar?
El griego asintió, no demasiado seguro.
—Sí, lo es... es que... tú no lo entenderías, Shaka. Te volviste loco por un anillo que ni siquiera era para tu novia y no tienes idea de lo que se siente perder a la persona qué más amas en esta vida.
Marianne intercedió, con el ceño fruncido.
—Yo sí, yo sí lo sé, Milo. Yo perdí a todos, yo lo entiendo. Yo también perdí a Camus, lo perdía cada vez que se marchaba de Paris. También perdí a Shaka. Pero aquí están. Mi hermano está vivo y prepararemos tantas galettes que terminarás por odiar el azúcar y pienso disfrutar el pene de Shaka lo que me quede de tiempo.
—Ehm... es felicidad, Marianne —aclaró el indio.
—No, mon chou, esta vez sí quise decir pene. —aseveró asintiendo.
—Oh.
El rostro de Shaka tuvo tan poca reacción que le arrancó a Milo una carcajada histérica.
—¿Sabes qué, mon petit ange? Tienes razón. Lo siento, yo... me puse lúgubre y... ha sido una tontería porque... tienes toda la razón.
—Dijiste que seríamos aliados. —comentó ella solemne extendiendo la mano. —Pues yo creo que esta vez, nos toca ser aliados felices. ¿Qué hay de Lía? Es tu hermana y... ¿no crees que es una buena idea visitarle? Yo enmarcaré las fotos de tu madre. Y los dibujos. Tendremos una casa bonita pero elegiremos qué recuerdos conservar. Los tristes deben irse. Ya está bien de sufrir. Nuestros amados están aquí... nuestra familia también. Solo quiero felicidad. Y el pene de Shaka. Ambas... solo que ahora sí sé la diferencia.
El indio asintió confundido.
—¿Ahora mismo o...?
Marin fue la que carcajeó esta vez.
—No chico, ahora mismo debes cocinar. El bebé tiene hambre. Debemos cenar. Por cierto... ¿Camus sigue en el Santuario?
Marianne giró su cabeza.
—¿En el Santuario? ¿qué hace allí? —preguntó sintiendo una ligera punzada de terror.
Milo fue quien la detuvo esta vez.
—Tranquila. ¿Somos aliados recuerdas? Tú y yo. Aliados felices. Además... Cam está bien, el Santuario es seguro.
La francesa frunció el ceño.
—Shaka murió en el Santuario, y mi hermano también ¿cómo se supone que es seguro?
—Nadie atacará, mon petit ange pero... iré a buscarle, ¿sí? ¿Eso te dejaría más tranquila?
Marin palmeó ligeramente su hombro.
—Venga, pequeña, no te vengas abajo, eras tú la que nos dabas ánimos recuerdas? ¿Dónde está tu violín? ¿No hace música bonita?
Quiso contestar que sí, que era bonita, pero que a pesar de desear tocar canciones bonitas solo había escuchado últimamente una pieza. Algún réquiem crónico que le aterró. Intentó ocultarlo, pero fue Shaka quien lo detectó.
—Iré a buscarle. Le pediré a Mu que nos envíe juntos de vuelta. ¿Crees que puedes encargarte de la comida? Solo me tomará unos minutos y volveré con tu hermano.
Santuario, Atenas, presente
Ikki entró a la cabaña rengueando aún, observando a Camus con recelo. Se dijo a sí mismo que Hyoga se la sudaba y su historia también, (ya le incumbiría eso a Shun) pero le parecía que el muy imbécil de su maestro entraba en la misma categoría que el suyo. A diferencia de su cuñado, él detestaba a su tutor, pero el ruso se empeñaba en venerar cada paso que daba el francés con su cara de pocos amigos y sus actitudes de mierda. No podía evitarlo, le fastidiaba y mucho.
Shun, quien se veía extremadamente divertido en aquella reunión, notó que su hermano mayor se encontraba algo sudado luego de desaparecer por un buen rato y se alarmó ligeramente.
—Ikki... ¿has estado entrenando o qué? ¿Has perdido la cabeza? Deberías estar descansando, estás herido. Ya vamos a comer. —comentó con su voz, suave aunque ligeramente severa.
—Estoy bien... pero deberíamos estar atentos, ¿no? —comentó con el semblante ligeramente preocupado.
—¿A qué te refieres? —quiso saber Hyoga, frunciendo el entrecejo.
—Bueno... escuché que hoy juzgarían a algunos compañeros por ciertas acciones en el Inframundo. —espetó el león observando a Camus. —Tú no deberías estar aquí. Te arrestarían de un momento al otro. Por tu seguridad, te recomiendo que te pires. No quieres volver a traumar a tu querido pupilo.
El francés se levantó, mirándolo seriamente.
—Pues he hablado con la Diosa que ahora te encargas de proteger y puedo asegurarte que todo está bien.
Ikki negó, esta vez dejando ver más clara su preocupación.
—Me importas una mierda. —le confesó. —Pero el rubio es mi colega y mi cuñado. Da igual lo que opine la Diosa porque no se encuentra aquí. Saori se ha marchado y créeme... el Patriarca no parece demasiado feliz. Si eres inteligente, deberías irte ahora mismo.
Shun intentó levantarse con cuidado.
—Ikki, de qué hablas, ¿cómo sabes...?
—Da igual como lo sé, solo lo sé. Van a ir a por Shaina, Death Mask, Saga y Aioros. —suspiró. —Y Shion.
El francés lo miró.
—¿Qué dices?
—Digo que hoy morirá alguien. Uno, dos, los que deban morir para enseñarnos una lección. No podemos obrar sin órdenes y ya me estoy arrepintiendo de haber aceptado Leo, con lo fatal que llevo yo que me digan lo que tengo que hacer.
—Dohko no hará algo así, Ikki. Deja de dramatizar. —comentó el ruso con un suspiro, pero la verdad es que sí le preocupaba que alguien pudiera ir tras el francés si le encontraba merodeando por allí.
El antiguo fénix carcajeó.
—Piensa lo que quieras. Ya te digo yo que hoy caerán los que deban caer. Hay... rumores.
—¡Para ya con el puto misterio, Ikki! —exclamó Shun con un vozarrón que les dejó a todos helados. —¡Dinos qué sabes o no digas nada, pero deja ya de jugar al puto rey de las adivinanzas!
Todas las miradas se giraron al nuevo Leo. Hizo una pausa antes de escupir sus palabras, totalmente serio.
—Sé todo lo que ocurrió en el Inframundo. Me lo ha dicho Shaina. Sé quienes estuvieron involucrados y con qué gravedad. Sé que Dohko acusará a Death Mask por alta traición. Saga y Aioros correrán con la misma suerte. Shion aceptará el castigo que le corresponde a la santa de Aries, así que supongo que no podrá matarle pero sí desterrarle o perseguirle. Sabéis cual es la pena por eso... y Shiryu me lo dijo. También me comentó que su maestro cree que algo huele mal y que teme que al castigar a tantos santos de ese calibre le caiga un golpe interno. Es un llamado a las armas, los que podemos, debemos proteger el Santuario. Tú, Hyoga, estás en una pieza. Te llamarán al frente. Tendrás oportunidad de estrenar tu nueva armadura.
—Creo que estás siendo extremadamente dramático. —resopló Hyoga, con fastidio. Aquello no sonaba bien, sonaba a algo que no quería transitar en aquel momento, pero se volteó a buscar los ojos de su maestro. —A pesar de que creo que... Ikki solo exagera... quizás debas irte de aquí ahora, Camus. Podemos cenar pronto, lo prometo.
Aquellos ojos claros le atravesaron tan profundamente que recordó a su hermana cuando mencionaba que veía el alma de las personas en sus pupilas. Todo se agolpó en su mente de forma rápida, los recuerdos le arrastraron a aquel Hyoga adolescente que...
6 años atrás, Santuario...
...Cuando pudo percibir el cosmos de su alumno batallando en la casa de Tauro se desesperó. Sabía que ese rumor era una posibilidad, pero no creyó que era lo bastante estúpido para meterse allí a traicionarles. Atravesó Capricornio casi sin mirar atrás, notificándole a Shura que deseaba pasar en la distancia. Se adentró en Sagitario corriendo para llegar con urgencia al templo de Escorpio, quien le impidió el paso vistiendo sus ropajes dorados, frunciendo el entrecejo con severidad.
—¿Qué haces? ¡Nos están atacando! —le reclamó Milo. —Vuelve a tu puto templo, ¡ahora mismo, Camus! Aldebarán se encargará de esto, ¡son unos niños! ¡Vuelve a tu templo, ahora! ¿Has perdido la cabeza?
Los ojos gélidos del francés destellaban con intensidad cuando logró mirarlo.
—No. Hyoga está aquí. Le matarán.
—¡Pues eso se merece! ¡Tu alumno es un traidor! ¡Abre los putos ojos, nos están atacando y no llegarán vivos aquí! ¡Son traidores! ¡Nosotros defendemos la justicia y a nuestra Diosa!
Camus negó.
—Déjame pasar. No voy a darte explicaciones.
—¿Vas a convertirte en un traidor también? —le miró con rencor. Le estaba poniendo en una situación horrible y su corazón comenzaba a batallar como un desgarro muscular. —Tu alumno eligió su camino y ahora mismo somos bandos opuestos. Ya no es ese niño. No eres su padre, eras su maestro y ahora su enemigo.
Ni un músculo se movió en el rostro del francés pero en la tensión de su cuerpo descubrió su incomodidad.
—Muévete, Escorpio. Soy un caballero dorado y puedo atravesar los templos que yo desee. Voy a matarlo yo mismo.
Milo frunció el ceño.
Escorpio
La noche anterior se había corrido sobre su vientre entre jadeos pero ahora solo era Escorpio. Lo miró con cierto rencor.
—Eres un caballero dorado, un soldado y no un traidor. Nuestra vida personal da igual. Si Hyoga alguna vez fue tu alumno es que no importa, porque ahora mismo es el enemigo. Nos atacan.
—Estás retrasándome y me verás obligado...
Milo se acercó, con fiereza.
—¿A qué? No cruzarás Escorpio porque tu casa queda más arriba. He dicho que Aldebarán se ocupará, se cargará a esos niños y mañana todo será un estúpido recuerdo.
—¿De verdad? —indagó Camus, desafiante. —¿Crees que no seguirá los pasos de Mu? Mu no ha luchado, Milo. No lo he sentido. ¿Lo has sentido tú? ¿Crees que su amorcito no hará exactamente lo miso? Atravesarán Tauro, Aldebarán les dejará pasar, ¡exactamente igual que Mu!
—Aún si lo hacen... no atravesarán Leo ni Cáncer. Death Mask está ansiando este momento como nadie y créeme, lo disfrutará. Aún si algún despistado sigue subiendo... nadie cruzará Leo.
—Pareces muy seguro de tu colega. —escupió, con cierta severidad.
—Lo estoy. Entrené con Aioria toda la vida. Los destrozará. Jugará con ellos y los destrozará, como un gato con una presa. No atravesarán Leo.
Camus volvió a observarlo con desdén.
—El cabecilla de los traidores es el alumno de su amada inmortal. ¿Tan seguro estás que el orgulloso y valiente león dorado no le dará paso al crío que Marin entrenó?
Milo frunció el entrecejo.
—Da igual. Aún si Aioria... es lo suficientemente estúpido para... ceder. Desearán jamás haber llegado a Virgo. No se jode con Shaka, hombre, y tú y yo sabemos que quien sea que pise la sexta casa deseará no haber nacido jamás. ¡Espabila, mierda!
Shaka. Aioria. Death Mask.
Aquel trío aterrador podría estar esperando torturar a su alumno, las palabras de Milo eran totalmente ciertas. Volvió a intentar mantenerse tan imperturbable como siempre, buscando valentía y entereza a paladas desesperadas, pero la idea de Shaka enviando a su alumno a un infierno mental y físico no le simpatizó. ¿Era un traidor? Sí, lo era. Se debatió internamente.
—¿Y si lo hacen, Milo? ¿Y si luchan todos juntos y encuentran la forma?
—No. No atravesarán Virgo... y si lo hacen... —le miró tan fijamente que la tensión podría haberse sentido a kilómetros de distancia. —Si lo hacen llegarán a Escorpio y yo no tendré ningún tipo de piedad.
Camus evitó su mirada. No podía pedirle que se aliara con el bando contrario por él, y no lo hizo. Milo advirtió un ápice de angustia.
—Le mataré yo. —contestó, fríamente. —Es mi alumno, debo hacerlo yo.
—Hombre, tú eres quien dice que aquí... no hay espacio para la emoción. No lo hagas, Camus yo... si él te... —diría "mata" pero cerró sus ojos con ferocidad y no lo manifestó, se lo tragó como un cajón de dinamita. —No.
—No puede matarme porque soy su maestro y conozco perfectamente todos sus puntos débiles. —replicó. —Ahora... Milo... Voy a pasar.
El griego irrumpió su paso, parándose frente a él nuevamente.
—Tu misión es defender el templo circular, el Santuario está siendo atacado y allí es donde debes estar, Acuario.
Pudo vislumbrar por un instante, en aquellos ojos azules y gélidos, un pedido. No era Acuario, era Cam, el francés de las erres graciosas... era el amor.
Milo forzó el apagado de sus ojos con desesperación y trabó su mandíbula.
—Han atravesado Tauro. Están en Géminis. —suspiró con los párpados cerrados aún. —No me hagas esto, Camus.
El francés se impacientó, con tristeza.
—¿Qué hago exactamente, Milo?
—Soy leal a este sitio. Por favor. —le suplicó. —Por favor, Cam.
—No te he pedido nada, solo quiero pasar. Tú... tú defenderás el Santuario y yo... yo también. Solo quiero matarlo yo.
Milo negó.
—Cam. —murmuró herido. Sentía que algún monstruo cruel jugaba con sus entrañas. —Solo necesito saber... solo necesito saber que... estamos teniendo la misma conversación, ¿vale? No lo digas... solo... necesito saberlo porque yo... te... ¡Mierda, Camus! —exclamó, frustrado. —Los destrozarán. Y te juzgarán... el Patriarca sabes... oh, Dioses, te juzgarán, cuando todo esto termine. Irán tras de ti y yo...
—Milo. Respira. Cálmate. Estás exagerando. No te he pedido nada, no te lo pediría. —Claro que jamás se lo pediría porque sabía que si había un mañana su cabeza rodaría junto a la suya y no le arrastraría. —Solo necesito pasar. Lo mataré yo mismo y volveré. Mañana solo... beberemos un café en Acuario y esto será un recuerdo.
—¡Camus! —le reclamó exasperado. —¡Por favor! ¡No voy a verte morir! ¡Solo dime que estamos en el mismo bando! Soy yo, ¡tu puto ami de mierda! No puedes morir, no puedes, ¿oíste? ¿Estamos juntos en esto? ¡Porque no lo entiendo! ¡Habla conmigo! ¿Qué es lo que quieres? Estás destrozándome vivo... solo dime si tengo que echarme de cabeza a un puto barranco o qué, solo dime si debo saltar... porque... si te vas tú yo también. ¡Solo dímelo!
El francés sonrió ligeramente y asintió, como si hablaran algún tipo de código desconocido.
—Lo estamos, Milo. Estamos en el mismo bando. Siempre. Solo debo encargarme de esto.
El griego asintió, con el rostro totalmente desnudo reflejando un remolino emocional que ninguno estaba dispuesto a discutir en aquel momento.
—No sé qué coño pasa en Géminis pero... no suena bien. No llegarán, Cam. No lo harán.
Por primera vez en mucho tiempo, el galo estiró su mano para acariciar su rostro.
—¿Confías en mí? —preguntó.
Milo asintió.
—Sí. ¿Y tú?
El francés le devolvió el gesto con una afirmación, serena.
—Sí. Yo soy tu ami, y tú eres mi ami. Mon ami. ¿Sabes por qué lo eres? Porque... eres el único que me conoce realmente.
—Yo te... —se mordió la lengua y respiró profundamente, luchando con aquella tormenta que era su cuerpo. El Santuario estaba siendo atacado y debía ser un puto soldado, no aquel manojo de emociones. Cerró los ojos. —Puedes pasar por el octavo templo, Acuario.
Camus asintió pero cuando Milo le permitió el paso moviendo su cuerpo, alcanzó sus ojos otra vez y lo besó en la boca, suavemente.
—Gracias.
Le había dejado pasar. Milo comprendió pronto que el galo había decidido salvar a su alumno, y por el mismo motivo, a pesar de que el muy hijo de puta había logrado zafarse de alguna forma de aquel ataúd de hielo, le dejó atravesar Escorpio luego de aquella batalla; por él... por Camus. Creyó que saltarían juntos.
Cuando Hyoga llegó a Acuario, aquellas emociones que habían comenzado como una ligera misericordia, se transformaron en odio... odio a sí mismo y al ruso, el jovencito que le había llevado a un abismo emocional y ponía en riesgo su esencia. El cisne, con sus ojos de rogar piedad... y su estúpido amor.
Le atacó, le atacó tanto como pudo pero en aquel instante que su pupilo atinó a intentar su propia técnica contra él, momento que requería su absoluta concentración, pudo ver en lo más profundo de su alma podrida, una realidad:
Él no era Jean Valjean, su hermana estaba completamente equivocada.
Aquel niño rubio y de ojos traslúcidos y enormes que hablaba del amor y la justicia era Gavroche y sus compañeros de bronce, los amigos del ABC. Él era Javert, el poli malo que ejercía la ley con crueldad. Él mismo hubiese matado a Jean Valjean, como estaba asesinando al pequeño Gavroche.
("La cuarta bala no le acertó tampoco. La quinta bala no produjo más efecto que el de inspirarle otra canción: "La alegría es mi ser; por culpa de Voltaire; si tan pobre soy yo, la culpa es de Rousseau."
Así continuó por algún tiempo.
El espectáculo era a la vez espantoso y fascinante.
Gavroche, blanco de las balas, se burlaba de los fusileros. Parecía divertirse mucho. Era el gorrión picoteando a los cazadores. A cada descarga respondía con una copla.")
Su corazón trastabilló. Javert, Javert, siempre había sido Javert. Había perseguido a los miserables él mismo, con el peso de la ley, su ley.
("La barricada temblaba mientras él cantaba. Las balas corrían tras él, pero Gavroche era más listo que ellas. Jugaba una especie de terrible juego al escondite con la muerte; y cada vez que el espectro acercaba su faz lívida, el pilluelo le daba un papirotazo.
Sin embargo, una bala, mejor dirigida o más traidora que las demás, acabó por alcanzar al pilluelo. Lo vieron vacilar, y luego caer. Toda la barricada lanzó un grito. Pero se incorporó y se sentó; una larga línea de sangre le rayaba la cara.")
¡Puto libro de mierda!
Allí estaba él, disparándole al pequeño niño rubio de la historia, al pequeño de Victor Hugo, al pequeño niño de la pintura, que una Marianne justiciera llevaría a la victoria... pero no...
...porque él era Javert y debía terminar como él.
("Escaparé ahora de ese mundo
Del mundo de Jean Valjean
No hay a donde pueda volver
No hay forma de seguir.")
Recordó el suicidio de Javert como la parte más justa del libro y su energía descendió, a posta. Poco tardó Hyoga en superarlo minutos después...
Había perdido.
Cayó sabiendo que su elección era la correcta. Lo mejor que podía hacer por el mundo justo que anhelaba era privarlo de él mismo, una mano cruel e injusta.
Santuario, Atenas, presente
Hyoga lo sacó de aquel trance.
—¿Camus?
El francés volvió a la realidad de golpe y porrazo, como si le arrastraran.
—Sí, lo siento.
—Deberías irte.
Shaka se materializó pronto en la cabaña, sorprendiendo a todos los presentes. Saludó con un gesto amable, moviendo levemente su cabeza.
—¿Shaka? ¿Qué haces aquí?
El indio lo observó con atención antes de responder.
—Milo y Marianne están algo preocupados y te esperamos en casa. ¿Todo va bien?
Recordó a Milo y aquella promesa que no había podido cumplir, la misma promesa que le había hecho a Marianne. Asintió. No. Ya no era Javert. Nunca quiso serlo.
—Estoy bien, tranquilo. Ya nos vamos... a casa.
Jamás había pronunciado esas palabras con la sensación real de sentir lo que significaba realmente... hasta ese momento. Se sonrió. Sí. Su casa. Tenía una, un hogar. Su propio hogar.
—Lo siento, solo no quiero que te arriesgues, Camu——le suplicó su alumno pero un abrazo fuerte lo silenció.
—No lo haré. ¿Puedo darte un consejo?
El ruso asintió cuando sus brazos se separaron.
—A veces, la justicia lleva los ojos tapados. Recuerda quien eres.
No creyó entender lo que su maestro intentaba decirle, pestañeó repetidas veces.
—Eh... está bien. —asintió, sin comprender.
—Sigue tu intuición, no hay más ley que tu corazón. Tú sabes para quién luchas. No sigas órdenes absurdas y no mates a quien no debe morir. No lo permitas. Pelea por hacer de este mundo un sitio más justo para todos, si no es justo para todos, no es justo para nadie. ¿Puedes entenderme?
Shaka lo observó en un silencio sepulcral, podía entender a lo que se refería, pero a Hyoga comenzaba a escapársele.
—¿Estarás bien?
—Sí, estaré bien porque... yo tengo mis propias batallas y voy a hacer del mundo de los que amo, un sitio mejor, desde mi mismo. Por eso voy a luchar y créeme... será la batalla más difícil de mi vida. —sonrió. —Por favor, comunícate en todo momento y... elige con sabiduría en caso de tener que hacerlo.
Shaka carraspeó, todo aquello no le daba buena espina.
—Camus, voy a avisarle a Mu que nos saque de aquí ahora, despídete.
—¿Nos veremos pronto? —preguntó Hyoga ilusionado, con una sonrisa.
—Muy pronto, sí. —le prometió Camus, prometiéndose a si mismo cumplir cada promesa realizada con responsabilidad. —Te quiero, Hyoga. Lo siento mucho.
—No, no hay nada que sentir. Solo puedo agradecerte.
Camus sonrió, con cierta timidez.
—Gracias a ti.
Para cuando Shura invocó su primera Excalibur, Mu ya se los había llevado de allí.
Milos, Grecia, presente
Marianne se abalanzó sobre su hermano con una desesperación que le corroía internamente como el ácido, Camus le abrazó fuerte, más fuerte que nunca.
—Tranquila, Mimi, no me iré a ningún sitio. Estoy bien.
Podía verlo, no era estúpida, pero quería llorar de alegría y a su vez, de alivio. Tendrían finalmente, una noche en paz, en un colchón, en su nuevo hogar.
—No vuelvas a desaparecer así, ¿oui? —le suplicó con una pequeña sonrisa que fue devuelta con un beso en su frente.
—Nunca más, lo prometo. Me compraré uno de esos móviles y... me contactarás cuando tú quieras.
Marianne asintió, feliz, volviendo a las ollas. Le pediría algo de ayuda a Lía, estaba segura que la hermana de Milo le echaría un cable. El rubio espió sobre su hombro.
—¿Qué preparas? —quiso saber, husmeando curioso. Deseaba (ansiaba) con toda su alma perfeccionista meter mano en aquella cena y verificar que las especias estuvieran bien dosificadas.
—Tss, ¡es sorpresa, mon chou! Y no, no puedes arrugar la nariz, es mi plato, yo cocino y tú comes. —sonrió divertida. Él le devolvió la sonrisa, supuso que permitirle jugar como a la rata de la película estaría bien. Besó su cabeza con dulzura.
—Entendido. Tú cocinas, yo como. Me daré una ducha, la necesito. ¿Dormiremos juntos esta noche?
—Sí. Y mañana y... luego los otros días. Todos. "Y las noches y los días gobernados por tus párpados" —agregó en un tono poético exagerado, citando a Éluard. Shaka volvió a sonreír antes de buscar al antiguo León y pedirle algo de ropa.
Milo permanecía en silencio. Había intentado que no le afecte, pero se dio cuenta lo mucho que le temía a la ausencia del francés, más que nunca... pero ya no tenía fuerzas para reir, se limitó a acercarse en silencio.
—¿Todo fue bien en el Santuario, Cam?
El galo no contestó, le abrazó con tanta fuerza que creyó que le arrancaría las costillas. Reposó su cabeza en su frente, para mirarlo a los ojos (su alma) y le sonrió, asintiendo.
—Milo... te amo. Te amo tanto, pero tanto... que creo que no seré capaz de decírtelo lo suficiente. Eres... el ser humano más increíble que haya tenido el placer de conocer y... no puedo imaginarme una vida sin ti. No puedo, no puedo ni quiero. Quiero despertarme a tu lado, con tu sonrisa, con tus ojos, con tus bromas de mierda, con tus chistes... quiero que me digas todo el rato que mi culo se ve bonito y quiero... quiero amarte cada segundo de esta nueva vida porque si hay alguien que lo merece, ese alguien eres tú. Te mereces mucho más que yo, pero... voy a ser ese hombre que te haga feliz aunque... tropiece, ¿sabes? porque tropezaré... porque soy un idiota pero mi mundo gira alrededor de tus ojos y... Eres mi mejor amigo, eres el amor, eres... lo que da razón a cada uno de mis amaneceres. Eres mi compañero, mi soporte, mi alegría. Cásate conmigo, Milo Çelik. No puedo vivir una realidad sin ti. No quiero ni puedo... vivir sin ti dándole luz a mi vida. Te amo. Hoy, mañana. Siempre. Toda la vida. Es mi única certeza en este mundo. Esa y que tengo en mí un verano invencible.
Marianne soltó la cuchara, que golpeó el suelo con un tintineo al compas de los ojos enormes del griego que amenazaban con salirse de sus párpados. O Camus mentía y su visita al Santuario era ficticia y en realidad estaba enganchado a las drogas duras, no lo sabía... lo único que sabía es que sentía que jamás en su historia había podido sentir un caudal semejante de emoción.
—Estás... ¿borracho?
—¡Non! ¡Se supone que debes contestar! —protestó Marianne. —¡Te ha pedido que te cases con él! ¡No puedo ser tu aliada si eres tonto!
Milo escupió una carcajada confusa entre la risa, la histeria y la sorpresa.
—También te amo, Cam pero... ¿de... de verdad estás sugiriendo... o sea... casarte... como... juntos... tu y yo?... ¿vivieron felices y fin? Anillos... pedos en la cama... ¿casarte conmigo? ¿con este puto desastre que soy?
Camus también rio, pero asintió.
—Sí. Quiero todo eso, sin dudarlo. Porque tú eres mi familia, da igual el nombre que tenga nuestro vínculo. Eres el desastre que me ha hecho feliz desde que tengo 6 años. Quiero una vida entera de todo eso. Mi hermana tiene razón, se supone que debes contestar ahora, antes de que me desmaye en este pico de ansiedad.
El griego esbozó una sonrisa.
—Pues... nunca creí que sería de esta forma pero... lo de los pedos en la cama me encanta. Ya no le echaré la culpa a alguien más. Claro que quiero, deseo presumir que esas piernas y ese culo son mi merienda.
—Eso fue... extremadamente romántico, Milo. —carcajeó el francés antes de acercarse a él y fundirse en el beso más deseado de su propia historia. —¿Eso es un sí?
—Si alguna vez te digo que no, es que enloquecí. Sí. Hoy y siempre.
Kanon se despertó de aquella siesta de forma forzada, abruptamente, en una contracción que le sentó como un resorte. Aún abrazaba a Lena con su brazo izquierdo y le costó que su cerebro reconectara sus últimos circuitos útiles. Intentó despertarla con cuidado, en un susurro.
—Lena... cariño... losiento mucho. Algo sucede con Saga y yo... debo irme.
-Fin de la primera parte-
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