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46. De la haine à l'amour

¡Gracias por el apoyo y por todo el amor y la paciencia! Dejo otro capi largo para que no me esperen demasiado tiempo XD.

¡Amo cada uno de sus comentarios!

Mia ♥

"Pero los tigres vienen por la noche
con sus voces suaves como un trueno
Mientras destrozan tu esperanza
Mientras convierten tu sueño en vergüenza"

J'avais rêvé d'une autre vie - Les Misérables (comedia musical)

"Mientras exista, a consecuencia de las leyes y de las costumbres, una condena social que cree artificialmente infiernos en plena civilización, y enturbie con una fatalidad humana el destino, que es divino; mientras no se resuelvan los tres problemas del siglo: la degradación del hombre en el proletariado, la decadencia de la mujer por el hambre, la atrofia del niño por las tinieblas; mientras en ciertas regiones sea posible la asfixia social; en otros términos, y desde un punto de vista aún mayor, mientras haya ignorancia y miseria sobre la tierra, los libros de igual naturaleza que éste podrán no ser inútiles."

Victor Hugo, Hauteville-House, 1 de enero, 1862


Algunos años atrás...

<<Un Camus adolescente caminaba por una Paris ligeramente lluviosa y veraniega, acompañado de su también entonces adolescente hermana menor.

—¿Sabes cuánto tiempo te ha tomado prepararte esta vez? —preguntó el santo de Acuario con un fingido gesto de fastidio.

—Lo siento, lo sé, lo sé. —replicó ella divertida, buscando en su bolso las entradas que rezaban: "Roméo et Juliette, de la haine à l'amour"*. —No volverá a suceder.

—Cuarenta y cinco minutos, Marianne. No cinco, no diez; cuarenta y cinco. Aquí está tu regalo, por cierto. Siento haberme perdido tu cumpleaños, de verdad lo siento.

Estiró la mano para entregarle el libro usado y viejo, con un gesto de duda y algo de vergüenza. No le diría que no tenía dinero y que donde vivía no había forma de acceder a ningún tipo de comodidades. Se limitó a evitar su mirada en silencio.

—¿"Las Flores del Mal"?* Eres un ángel, Camus. —sonrió ella, feliz. Ojeó rápidamente la dedicatoria de un tal Pierre que la confundió ligeramente.

El francés asintió, pero no, estaba lejos de sentirse un ángel o cualquier entidad benévola de cualquier cosmología religiosa.

—¿Quién es Pierre?

—Ah, no lo sé, supongo que el hombre a quien... le robé el libro. —confesó impulsivamente. Su hermana no lo miró, seguía observando las hojas con curiosidad. —Lo siento... yo... no olvidé tu cumpleaños, Mimi, solo... no tengo recursos para darte nada mejor. ¿Estás... molesta?

—No, Jean Valjean,* ¿ves? Por eso debías venir. Sophie me obsequió entradas para Los Miserables. Y tú debías estar ahí, conmigo. Sé que te hubiera encantado. Deberías leértelo, mira, lo compré luego de ver la obra. —volvió a navegar en la profundidad de su bolso para entregarle aquel regalo improvisado, un libro pesado de más de mil hojas. —Aquí tienes. Ahora es tuyo.

—Gracias. Lo leeré, lo prometo. —comentó con media sonrisa. —Sophie, ¿eh? ¿Nunca le dirás "mamá"?

—Bueno, Sophie no es mamá, Sophie es Sophie. Mamá murió. Venga, camina más rápido que llegaremos tarde. —comentó casual arrastrando a su hermano por las calles atestadas.

—¿Sabes que no llegaríamos tarde si no tardaras un siglo en solo ponerte 17 cremas y perfumes que no necesitas porque tienes como 4 años de edad, verdad? ¿Dónde han quedado tus raíces y que ha hecho esta parisina maligna con mi hermana menor?

La joven chasqueó la lengua con desaprobación, volviendo a arrastrarle de la manga.

—¡No soy parisina, Camuuuus! —protestó ella. —¿Tú eres ruso ahora además de tonto? Porque yo no soy parisina. Ahora pon cara de que esto te importa, porque ya hemos llegado. Veremos Romeo y Julieta y luego iremos a ese sitio de comida India en Batignolles, comeremos samosas y volveremos a casa a ver una película.

La mención de la comida le arrastró a una sonrisa matizada de carteles en hindi, los que le hacía de pequeño su compañero de armas rubio. Le extrañaba, como les extrañaba a todos... como extrañaba a Milo.

—Romeo y Julieta... ¿no es como súper romántica? —quiso saber divertido, ubicándose detrás de una pareja que también aguardaba entrar a la sala del teatro.

—¿Súper romántica? Es Shakespeare, Camus. Es tragedia pura y dura, tragedia como Edipo o Antígona, Sófocles o Eurípides. El romance es totalmente secundario. Sí, que hay romance, pero si lo miras atentamente pues quizás a William le gusta ver el mundo arder porque siempre se lía, todos mueren y ahí te deja él el mensaje, como Hamlet o Macbeth.

Avanzaron un poco, mostrando sus entradas para ser conducidos dentro a sus respectivos asientos en la oscuridad de la sala. Era la primera vez que Camus vería una obra y aunque no lo demostró, estaba emocionado. Le daba igual Shakespeare o Molière, una parte dentro suyo, sentía que podía alejarse de sus responsabilidades de caballero por un día de su vida y las luces apagadas de la sala y el murmullo de la gente acomodándose le generaron una combinación adrenalínica.

—¿No es bonito?

—Lo es, pero aún creo que será demasiado romántico para mi estilo. —confesó, pero no lo sentía así en su corazón, solo intentaba fastidiar a su hermana que lo miraba con desaprobación en las tinieblas del teatro.

—Pero que dices, romántico... será genial ya verás. —contestó ella acomodando su bolso con otro gesto de fastidio fingido.

—Que sí, cuando salgamos de aquí le declararás tu amor al Indio de las samosas. —contestó con media sonrisa, cambiando la voz para luego hacerla más chirriante. —"¡Señor Kumar, la despedida es tan dulce pena que diré buenas noches hasta que amanezca!"*

Su hermana carcajeó tanto que tuvo que contenerse con ambas manos para no montar un escándalo. Camus sonrió.

—Eres un estúpido y ya va a comenzar, mira, que bonito el escenario.

Las luces se habían encendido, rojas y azules, mostrando una puesta en escena increíble. El corazón del francés se agitó ligeramente. Se lamentó no poder contarle a Milo aquella aventura y por sobre todo, saber que jamás compartiría algo así con él.

—¡Mira, Camus, que hermoso es, mira...! —comentó ella tirando suavemente de su manga, emocionada. Su rostro se asimilaba cada vez más al recuerdo que el francés tenía de su madre y en la tenue pero colorida sala, el parecido le resultó tan abrumador como encantador.

Él lo observaba todo con atención.

—Shhhh, Marianne, déjame oír.

Un hombre descendió lentamente y el estómago de Camus se revolvió. Aquello era un sueño (debía serlo, porque así se sentía), era un libro abriéndose de una forma mágica y sus ojos usualmente inexpresivos se ampliaron, al igual que su boca. Jamás había visto un relato volviéndose realidad en actores, luces, una ciudad retratada en estructuras cuidadosamente preparadas. Sí, un sueño... debía ser un sueño. Su corazón volvió a latir apresurado y una ligera sonrisa sorprendida se dibujó en su rostro. A pesar de haber creído que ya no tenía la capacidad para sentir y asombrarse, allí estaba todo su cuerpo indicando lo contrario.

"Todas las historias comienzan igual
No hay nada nuevo bajo la luna
Para que una estrella se apague,
otra debe iluminarse.

Todas las historias comienzan igual
No hay nada nuevo bajo la luna...
Esta es la historia de Romeo y Julieta"

—Pero mira qué bonito es——

Camus ya no escuchaba a su hermana (quien solía hablar durante cualquier tipo de espectáculo en altas dosis, igual que en las películas). Estaba completamente seducido por aquellas personas que se iluminaban brevemente ataviadas con sus disfraces de época y la voz fuerte y profunda de los cantantes.

Sí, Marianne tenía razón, el romance era secundario.>>

***

Jean Valjean: Personaje principal de la novela "Los miserables" del escritor francés Víctor Hugo, quien es condenado a prisión por robar pan para su familia.

"Las flores del mal": Libro de Charles Baudelaire, uno de los considerados poetas malditos franceses.

Traducción: (Roméo et Juliette, de la haine à l'amour) Romeo y Julieta del odio al amor.

"Buenas noches, buenas noches, la despedida es tan dulce pena que diré buenas noches hasta que amanezca": frase que Romeo le dice a Julieta en el balcón.

"Tú que crees que lo has visto todo
tú que has viajado, que has leído,
que nunca nada te impresionará jamás...
¡Bienvenido a Verona!"

Habían caminado cogidos de la mano hasta la playa más cercana donde el sol se rehusaba a morir y comenzaba a agonizar. Marianne no había contestado inmediatamente, había tenido que volver a tocar aquel interruptor (en realidad lo apagó él, con aquella copia del Le Monde Diplomatique escrita sobre las hojas que encontró en una calle en su India natal y la galette) pero luego lo abrazó, sintiendo el contacto desesperado del cuerpo del rubio quien parecía haber estado cerca de ceder ante la presión nerviosa.

Ya más tranquilo, sujeto su mano pequeña (sus dedos cortos contrastaban con su propia mano, larga y estilizada) y se sentaron sobre la incomodidad de unas rocas gemelas. El paisaje no estaba nada mal, después de todo... si bien su jardín era solo un recuerdo, la nueva vida había traído colores nuevos a la vida del Indio y lo agradecía... se sentía en paz.

Comieron aquella galette azucarada (que el estómago de Shaka agradeció, a pesar de que no le resultó especialmente deliciosa) con la tranquilidad de quien ve las nubes alejarse luego de una tormenta que amenaza con destruirlo todo.

Ella intentó aclarar lo sucedido y excusar su comportamiento, del cual se avergonzaba ligeramente.

—Creí que solo querías sexo y que... querías terminar conmigo otra vez. Yo... creí te daba igual como me sentía yo con tal de seguir escalando el monte Géminis conmigo.

—¿Qué es eso de escalar el monte Géminis? ¿Tiene que ver con Saga o...?

—No... ¿por qué la insistencia con Saga? —preguntó disfrutando la sensación del azúcar en su paladar. —Escalar el monte Géminis, ya sabes, acostarnos juntos desnudos y que me examines los pechos y... —a falta de recursos lingüísticos hizo un gesto que intentaba emular una relación sexual como si estuviera jugando a las películas.

Shaka sonrió algo avergonzado ante la catarata de malentendidos y erres guturales.

—No... no significa eso, pero... si quieres podemos volver a tus clases de griego. Yo también creí que solo querías sexo conmigo y eso me confundió porque... creo que eso me dolería. Siento ser tan torpe, solo sigo indicaciones. Camus mencionó muchas cosas... que no comprendo. Mi cultura es diferente y creo que no tengo mucha inteligencia emocional. Es fácil para ti porque tienes más experiencia pero yo no la tengo. En absoluto. Temo arruinarlo todo.

La joven negó con un gesto amable, ya mucho más tranquila.

—No lo harás. Solo habla conmigo, ¿sí? Siento haberme ido pero... necesitaba ser sola. A veces necesito ser sola para pensar.

Shaka asintió pero frunció el entrecejo... no creía comprenderlo completamente.

—¿Ser sola? Eso significa que... quieres... ¿irte? ¿Sin mi?... ¿Que quieres estar sola y terminar conmigo?

Ella negó, cagándose en el idioma y sus barreras.

—No, tú eres mi novio, quiero estar contigo... ¿Por qué no querría estarlo? No vas a meterme en una jaula, ¿no? Paso muchas horas trabajando, me gusta ser ocupada y también me gusta ser sola. Y a ti también, por eso me enamoré de ti... Eres lindo conmigo y me das mi espacio, con amor. Eso me gusta.

—Creo que lo que quieres decir es que te gusta estar sola... por momentos. ¿No?

—Sí. Como en tu templo. Tú meditabas y yo leía, y cuando lo deseábamos hablábamos y... teníamos nuestro espacio. Yo podía ser yo y tú podías ser tú. Podemos ser libres solos y juntos.

Él asintió, aún ligeramente confundido.

—Yo... necesito...

Marianne lo observó. Shaka no estaba seguro de querer continuar aquella frase porque lo que Camus había mencionado acerca de la ligera barrera cultural se había vuelto una pared.

—¿Qué necesitas tú, Shaka? —quiso saber ella, lo que le importaba. Quería y deseaba construir algo bonito con él, pero anhelaba escuchar sus deseos también.

—Necesito... estabilidad. Yo no sería feliz si te acostaras con alguien más y que tengas otros novios. Soy un hombre de costumbres y... ahora mismo siento un poco de vértigo porque creo que no entiendo eso de ser solos y juntos. No estoy seguro de poder... ser feliz con eso. Me gusta dormir contigo y me gusta que seas tú y... me dolería que te acuestes con alguien más porque me agrada que sientas placer y amor conmigo. Creo que me siento como Camus, supongo pero entiendo que tu hermano nunca le demostró a Milo el mismo afecto ni le pidió... esto. Yo creo que sí te lo pediría, Marianne. ¿Estoy cortando tu libertad? Eso... no sé cómo es en Francia. ¿Tienes muchos novios allí o...?

Ella rio divertida. El rubio había malinterpretado sus conceptos y supuso que pulir el idioma le ayudaría pronto pero poder hablar era un comienzo.

—No quiero tener otros novios, Shaka, con uno está bien para mí, contigo me siento feliz, no necesito más. Me gusta la estabilidad también y me siento cómoda contigo, creo que también me dolería. ¿Quieres una relación exclusiva? Yo también... no es esa la libertad de la que hablaba.

El indio suspiró aliviado, se sentía más tranquilo y menos pesado. Aioria tenía razón, solo debía hablar y preguntar. Sonrió.

—Entonces yo estoy contigo y tú conmigo y no con otras personas. Me gusta eso.

Marianne rio, besando su nariz.

—Y a mí, mon chou. —sonrió ella, acariciando su mano con sus dedos cortos como si fuera un instrumento musical.

Él respiró profundamente.

—Hay cosas de mí que quiero... que sepas.

La francesa asintió, frunciendo el entrecejo.

—Dime.

—No, no puedo decírtelo... Pero podría mostrártelo.

Ella asintió, sin saber exactamente lo que sucedería a continuación y el abrazo la arrastro nuevamente al calor casi insoportable de su energía elevándose. La playa, frente a ellos, desapareció para convertirse en la más densa oscuridad.



"Tú que crees que el hombre es bueno
porque sabe hacer bellas canciones
Si crees que esta canción es bella,
bienvenido a Verona"

Milo se encargó de preparar un almuerzo improvisado, con la compañía de la japonesa quien había decidido lavar los pantalones de los huevos fritos, entre muchas otras prendas que necesitaban con urgencia algo de amor. Se acercó al griego al terminar, husmeando la comida como un can curioso. Desconocían el paradero de Shaka, pero su estómago había protestado ya repetidas veces y se buscarían la vida para comer.

—¿Qué cocinas? —quiso saber.

—Pues si estabas esperando las delicias asiáticas de Barbie Cachemira, ya te digo yo que te busques una silla muy cómoda, porque esto tendrá el sabor particular del gran chef greco-turco Milo Çelik, es decir, sabrá a culo... pero eh, chica, que hambre no tendrás.

La joven carcajeó divertida, acomodándose en el suelo con el portátil de Marianne. Navegó por algunas carpetas sin ser capaz de entender el idioma en el que se encontraba absolutamente todo, pero había aprendido lo suficiente metiendo la nariz curiosa e investigando.

—Sé que tenía música por aquí, en alguno de estos íconos, solo no recuerdo cuál. 

Milo se asomó por su espalda curioso.

—Ah, pues el único que entiende esa mierda es Cam. Espera... mira —replicó espiando la pantalla. —Allí dice "Musique" eso se parece, ¿no? ¿Música? —sí, en griego se le parecía lo suficiente.

—¡Aquí está! —comentó emocionada, investigando la lista. —Milo, me alegra que el pene de Camus te sirva para algo más que para lo que sea que lo utilices.

El griego rio.

—Ya te digo yo que me gustaría, que llevo tiempo sin verlo ni comérmelo, y si te refieres al francés como concepto idiomático, ni lo hablo ni lo entiendo... lo único que sí entiendo es que me pone muchísimo cuando él lo habla.

—Siento haberos interrumpido hoy, de verdad... moría de hambre. No ha sido fácil, ¿sabes? Este tiempo... para nosotros. —confesó la japonesa apretando los botones con insistencia para reproducir algo de música.

Milo asintió, podía verlo. A pesar de haber pasado una temporada enchufado a las máquinas del hospital... no necesitaba mucho intelecto para notar el agotamiento en Marin, el león, Marianne y su nuevo y resplandeciente novio francés. Aquellos largos días de incertidumbre en el hotel barato compartiendo dos camas diminutas e incómodas, sin comida y sin dinero, posterior a los ataques del Santuario, no les habían dejado tiempo para nada más que vivir mal, pésimo; presos del estrés, la angustia y la falta de descanso.

—Lo veo, créeme. —contestó, sin dudarlo. —Y me siento horrible al respecto porque yo me siento genial pero... creo que los ojos de Aioria se cierran solos y Camus... yo sé el esfuerzo que hace, Marin. Lo sé y lo amo por eso... ¿sabes? Es estoico y frío en apariencia pero... cuando veo lo mucho que todo le importa realmente, es imposible para mí no enamorarme de él por enésima vez.

Volvió a los vegetales cortados con una ligera sonrisa, sabiéndose esta vez no solo correspondido sino libre para poder sentir y expresarse. Por primera vez en su vida, podía mencionar su nombre sin sentirse un completo idiota juzgado por él mismo por correr tras el culo de alguien que se limitaba a contestarle con onomatopeyas y miradas gélidas... aquellos ojos helados se habían transformado para él, y con ellos, su realidad. Comenzó a silbar, alegre.

—Me alegra escuchar eso. —sonrió ella, investigando la música. —¿Puedo preguntarte algo, Milo?

El griego asintió.

—Venga, dispara, niña. ¿Qué pasa?

La pregunta lo dejó algo estacado en el sitio, de espaldas a su voz.

—¿Alguna vez te enamoraste de Aioria?

La música comenzó a sonar en un francés profundo, casi oscuro. Yves Montand cantaba desde algún rincón del portátil, una canción que Milo creyó reconocer de algún sueño lejano. No pudo responder, no supo responder aún cuando sabía la respuesta.

—Sé que te acostabas con él y estoy bien con eso. —agregó ella, para relajar ligeramente la situación. —De verdad, lo sé y solo es curiosidad porque... bueno, también sé que es un buen chico y te adora. Es fácil enamorarse de Aioria, o al menos, eso creo.

Sí, claro que era fácil. El griego se volteó.

—Marin no sé si esta conversación...——

La chica negó con un gesto amable.

—Milo... sé que teníais algo, él me lo dijo, Shaina también. Es su pasado y estoy bien con eso, ¿sabes? Creo que todos estamos en otro momento ahora mismo... solo es curiosidad pero puedes ignorar mi pregunta.

El joven se sentó frente a ella, luego de echar algo de arroz en la olla y se acomodó para poder acceder a su mirada.

—Si no es algo perturbador para ti, y quieres saberlo... te diré la verdad.

El corazón de la joven se aceleró ligeramente pero sabía que ella había indagado proactivamente... claro, porque creyó que la respuesta sería un NO rotundo que jamás mencionó. Los ojos azules del griego la miraban y se sintió ligeramente intimidada y atraída por partes iguales. Podía entender qué tipo de magnetismo atraía a todos a la cama del escorpión, no era ciega ni tonta. Asintió, si había una verdad, ella quería conocerla.

—La verdad... chica, qué difícil me lo has puesto, ¿eh? —comentó con una sonrisa.

Ella le devolvió el gesto, escuchándole atentamente.

—Entonces... ¿te has enamorado de él?

La cabeza de Milo se movió con un gesto de negación.

—No. Verás... yo... —suspiró. —Creo que tenía conceptos de amor algo... retorcidos. Nadie me espabiló y mi único referente adulto fue Némesis, mi maestra. Ella también tenía ciertos conceptos del amor ligeramente... anormales. Me enamoré de Camus cuando era un crío y jamás pude enamorarme de nadie más... lo que me hubiera gustado ¿sabes? porque digamos que Cam no siempre fue quien es ahora mismo y no siempre... me hizo feliz. Yo era un crío torpe y cuando la adolescencia me golpeó, también me golpeó su ausencia. Digamos que su ausencia marcó muchas cosas de mi historia.

Marin asintió, podía comprenderlo.

—Y ahí estaba Aioria, tu amigo.

—Sí, cuando las hormonas me transformaron en un joven que empinaba y me excitaba pues... bueno, me di cuenta lo evidente, que Aioria también crecía, como todos por aquí. Tenía la estúpida idea de que el amor me destruiría, que no voy a negar, porque lo hizo, Marin. El amor es algo hermoso que puede construir y destruir... y Aioria era mi amigo y estaba perdidamente enamorado de ti, entonces era zona segura.

—¿Zona segura?

—Sí, porque él jamás me amaría de otra forma que no fuera fraternal, porque él estaba tan enamorado de ti como yo de Camus.

—¿Él estaba enamorado de mí? —preguntó curiosa.

Milo carcajeó como respuesta.

—Hasta las trancas, mujer. ¿Por qué creías que siempre entrenábamos cerca de la periferia? Porque intentaba llamar tu atención, el muy cabrón, pero tú no le hacías caso. —rio. —En ese entonces entrenabas a Seiya y ni siquiera nos mirabas.

La japonesa también se unió a aquella carcajada divertida, porque lo recordaba.

—¡Claro que lo miraba! pero llevaba una máscara, tonto, la máscara me ayudaba, ¿sabes? Por supuesto que lo miraba, ¿quién en su sano juicio no lo haría?

Milo sonrió con un guiño.

—Pues eso era todo parte del plan maestro del león, que me arrastraba a sus estupideces de animal, haciendo ahí como un pavo la danza del apareamiento. Yo sabía que le gustabas porque se iluminaba cuando alguien te mencionaba, y el muy cotilla quería oír. Le funcionó, ¿no? Aquí estás años después, compartiendo cama con sus ronquidos.

—Sí, lo estoy. Me alegra que lo haya hecho porque... creo que no puedo imaginarme la vida sin él.

—Ni yo. —negó él. —Es un gran chico, Marin. ¿Sabes qué? Me alegra como se dieron las cosas... creo que todo está en su lugar ahora. Adoro al cachorro, y adoro que sea feliz. Es el hermano que me dio el Santuario.

—Sé que él también te adora, Milo. No te imaginas el infierno que atravesó aquí cuando no habías despertado aún, creo que se culpaba a sí mismo por no haber podido hacer nada la noche que te atacaron.

El griego sonrió.

—Volvería a hacerlo. Daría mi vida por él sin dudarlo. Supongo que ahí tienes tu respuesta también. Aioria ha sido una experiencia sexual necesaria porque... aprendimos mucho juntos, exploramos y... eso fue todo, era un alivio físico si puedes comprenderme. Él sabe dónde está su corazón y yo también.

Marin asintió, comprendiéndolo profundamente.

—Lo sé, yo misma he aprendido mucho con Shaina, todos hacíamos lo que podíamos en un sitio que no era demasiado... amable en líneas generales.

El antiguo escorpión interrumpió la charla brevemente para levantarse y revolver el contenido de las ollas.

—Como todos allí. Por cierto... esa canción... la conozco. Creo que la primera vez que escuché a Camus cantar, cantaba algo similar. Le cantaba a Marianne. ¿Crees que algún día quiera cantarme a mí?

—No lo sé, estoy segura que sí, pero no lo sé y si lo hace me avisas. Lo siento pero la voz de tu novio me pone muchísimo. Son las hormonas, están fuera de control.

Milo carcajeó divertido nuevamente, y pleno, sobre todas las cosas, se sentía cómodo y pleno.

—Marin, cielo... ¿a quién no le pone la voz de Cam?



"Por supuesto que aquí es como cualquier otro sitio,
los hombres no son ni peores ni mejores.
¡Oye! Tú que vienes a nuestra casa esta noche
por error o por casualidad..."

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Ikki acercándose a ella, con cierta dificultad, para mirarla pronto con cierto gesto burlón detrás de sus cejas gruesas.

—Pues en primer lugar que te ahorres esa actitud para alguien a quien puedas intimidar, a mí solo me das ternura, cachorro. En segundo lugar quiero acostarme contigo y tú quieres lo mismo, porque llevas diez segundos mirándome las tetas y no la cara y ya te has empalmado en el camino, pensando todo lo que vas a hacer conmigo. ¿Vienes a mi cabaña o qué? Ya te estás tardando. —replicó la italiana enarcando una ceja.

Ikki carcajeó.

—¿Crees que soy tu juguete sexual o qué?

—Depende. ¿Quieres serlo? Porque ya te digo yo que a mí me va bien. Nos acostamos, tú disfrutas, yo disfruto. ¿Vas a mentirme en la cara y decirme que no pensaste toda la noche en lo que hicimos? ¿Hoy? ¿Te has tocado esta mañana pensando en mí?

Volvió a mirarla detrás de un ademán algo distante y burlón.

—No estuvo mal.

La joven rio, divertida. Redobló la apuesta, dando un paso adelante y enarcando una ceja fina.

—¿De verdad hay gente que cree que toda tu actitud de macho borde es real? Porque no voy a comprarla yo, no me la creo.

—¿Y de verdad hay gente que cree que toda tu actitud de amazona devora hombres es real? ¿Te lo crees tú?

Ella volvió a carcajear.

—Ah, vas a decirme como me siento. Ya veo. Mira, no tengo tiempo para tu análisis, Lacan.

—Ni yo, pero tú crees que sabes quién soy. Y no, no tienes idea. —contestó él, sin borrar su sonrisa.

Shaina le observó de pie, con un gesto divertido.

—Eres adorable... ¿sabes?

Él se volteó fastidioso, haciendo danzar sus ojos azules.

—Hablas demasiado —respondió ácido. —Tú eres adorable cuando estás jadeando y no tocándome los huevos.

La carcajada estrepitosa lo alcanzó por la espalda.

—Creí que te gustaba que te tocara los huevos, especialmente cuando me los comía, pero venga, va... tengo poco tiempo para tonterías, Fénix.

—Es Leo, no Fénix. —contestó, áspero.

La voz fuerte de la joven volvió a llegarle burlona.

—Ah, es cierto, pero que ternura de gatito.

Esta vez se volteó, serio, entrecerrando sus ojos.

—Pues hay gatitos que puedan desayunar culebras inofensivas como tú.

La joven se acercó felina para deslizar su mano ataviada de uñas eternamente largas sobre su pecho, ejerciendo la presión suficiente para erizarle la piel. Se mordió el labio antes de respirar en su boca y pegar su cuerpo al suyo.

—Como me pone este juego, cachorro.

Ikki la tomó por la cintura, riendo, antes de abalanzarse sobre su cuello y trazar un camino húmedo desde su clavícula hasta su oído, recorrido que finalizó tironeando suave del lóbulo de su oreja izquierda con sus dientes.

—Y a mí. —le susurró. —Quizás. Levemente.

Shaina carcajeó suavemente pero no pudo evitar estremecerse y estirar su mano libre para deslizarla bajo su pantalón y presionar, lo que le arrancó un jadeo inmediato.

—Levemente... ya veo.—se apartó para respirar y sonreír, cómplice. —Vamos. Pueden vernos y noquieres perder tu reputación de hombre solitario.  

"Estás en Verona,
la hermosa Verona
La ciudad donde todos se odian,
nos gustaría irnos, pero nos quedamos"

Las horas habían caído en el Santuario como una catarata irrefrenable. Dohko se debatía internamente de una forma que jamás había experimentado en vida. Respiró profundamente mientras acomodaba su túnica.

—Todas las notificaciones han sido correctamente entregadas, Señor. —comentó el mensajero, reposando su cuerpo sobre una pierna, con el deseo de preguntar, como si no fuera una sombra más en aquel sitio, como si realmente tuviera una voz. Supuso que de haber sido caballero, podría haber ayudado a Aioros en lo que le pidiera, pero allí estaba, hincando la rodilla como el siervo que era, así se sentía.

—Muy bien, Adrián, eso es todo, puedes aguardar fuera. —respondió Dohko, a kilómetros de distancia.

Asintió tras su flequillo negro y lo que parecían dos cuencas vacías.

—¿Debo hacer algo más? —quiso saber.

El Patriarca asintió.

—Sí. Dile a Shion que pase. 

"Aquí no existe el amor de los reyes,
aquí dos familias hacen la ley.
No es necesario que escojas tu bando,
lo hicimos por ti hace mucho tiempo"

Saga bebía su (no podía recordar, cuarta, ¿quizás?) taza de café mientras ojeaba distraído una revista de coches en la sala del noveno templo. La voz de su amigo le arrastró nuevamente a la realidad.

—¿Y a ti desde cuándo te interesa la Fórmula 1? —quiso saber el centauro espiando las hojas.

—No lo sé, chico, la encontré con las cosas de Kanon y está en italiano así que ya me dirás tú qué coño pinta esta revista aquí.

—Awwwww eres como un niño adorable y pequeño, ¿quieres un libro con dibujitos de coches? ¿O uno para colorear? Ya mismo te preparo tu Nesquik —exclamó divertido Aioros con un gesto burlón.

—Mira, caballito, ¿sabes? Se me ocurre que puedes ir desde aquí, coges la salida izquierda, caminas 3 kilómetros al oeste, llegas al pueblo, allí mismo esperas el autobús Atenas-TuPutaMadre y te vas a la mierda. Puedes bajarte ahí. Igual si eres muy subnormal puedes decirle al conductor "Dijo mi amigo Saga que me vaya a la mierda, ¿podría usted, por favor, indicarme dónde es?"

El guardián de Sagitario rio con su característica carcajada infantil.

—Ya veo, ¿crees que sabré llegar a destino?

—Oh sí, muy bien, o puedo enviarte yo si te apetece. —comentó dejando la revista a un lado. —Ya casi es hora, chico. —contestó observando el sol abandonar aquel paraíso griego.

Aioros esta vez lo miró serio, sentándose frente a él.

—Lo sé.

Los ojos del gemelo lo observaron atentos.

—Estás en la misma mierda por mi culpa, Aioros. Debí haberte dicho que no. Debí haber ido solo.

—Hombre, creí que aún debía tomar el autobús Atenas-TuPutaMadre. —sonrió. —Estamos en la mierda. Volvería a hacerlo, Saga. Creo que ha sido justo. Descuida, soy un adulto responsable.

El santo guardián de géminis negó.

—No lo eres, debí haberme dado cuenta cuando dijiste "porfaplis"... eres un crío impulsivo en el cuerpo de un tío de 30 y pocos. Lo siento, Aioros. —murmuró algo lúgubre. Sabía que su amigo pagaría las consecuencias de sus actos y eso le había revuelto el estómago. Kanon estaba allí pero debía pagarlo él y no la persona a quien le había cagado la vida una vez previamente.

Aioros sonrió.

—Bueno, tú lo dijiste. "Es un idiota, pero es mi amigo idiota" lo cual está muy bien ¿sabes? Porque para eso están los amigos. Creí que habías aprendido la lección.

—La aprendí... y se sintió bien, pero me he venido arriba y creo que Dohko también lo hará cuando decida nuestros destinos. No le temo a un castigo duro, solo no quiero que tú pagues mis cuentas. No es justo.

—Madre mía, de verdad, como aburres todo el rato ahí, dale, dale, la misma canción. ¿Eso de que eras un violín y tal? Pues suenas a la canción de la "Lista de Schindler" atormentándome como si no hubiera mañana.

—Wow, que referencia moderna, hombre. —comentó con media sonrisa.

—Tsk, que estuve muerto mucho tiempo. Disculpe, su alteza cinéfila, por haberme perdido las últimas joyas del cine. Págame tú la entrada y ya me pongo al día.

—Pues en caso de que tengamos una vida después de esta noche, no prometo pagar porque no tengo dinero pero sí le reventaré el cráneo al chico de la sala para que recuerde tu rostro y te deje pasar tantas veces quieras. ¿Te gustan los dramas adolescentes o las pelis infantiles?

Aioros carcajeo agrio. Sabía que nada de lo que habían hecho había estado bien, nada... y también sabía que Dohko no podía dejar pasar una arbitrariedad semejante. Suspiró.

—¿Recuerdas el día que llevamos a Aioria a ver El Rey León y a pasear por Atenas? Eso fue bastante acertado.

—Hombre, cómo olvidarlo, si el crío se tiró de cabeza en una fuente al segundo que me distraje.

Aioros sonrió.

—Era un cachorro inquieto. —dijo divertido, jugando con la revista. —Te he dicho que será padre, ¿no?

—Sí, como unas noventa mil veces, como se lo dices a todo aquel que osa cruzarse por tu camino. Lo notas, ¿no? —quiso saber el gemelo enarcando una ceja.

—No, ¿qué? —preguntó el centauro curioso.

—Que cuando estás inquieto o preocupado lo tapas con un exceso de tontería y risa y evades el lío. Quiero saber si lo notas porque me parece importante.

Aioros asintió algo pensativo.

—Sí, aparentemente eso hago. No eres la primera persona que lo dice, Adrián solía decirlo también. No tienes que psicoanalizarme, Saga. Estoy bien.

El gemelo asintió.

—¿Qué crees que nos toque?

Aioros negó.

—No lo he pensado.

Saga chasquéo la lengua, enarcando una ceja.

—No me mientas, potrillito. No a mí, soy inmune a las mentiras. Yo fui honesto contigo, venga, espero lo mismo.

Los ojos verdes del centauro brillaron intensamente bajo los últimos rayos de luz que se filtraban en el templo.

—¿Quieres la verdad? Creo que hemos roto todas las reglas posibles. Si lo deseas puedo enumerarlas. Hemos actuado solos, sin notificar al Santuario en absoluto. Hemos abandonado nuestros templos para dirigir una misión suicida y peligrosa que puso en peligro a 4 santos de oro con la complicidad de antiguos caballeros que utilizaron sus poderes en la absoluta normalidad de su vida para alterar el orden natural de las cosas. Hemos ingresado al Inframundo sin permiso, con un plan arbitrario y ese plan estuvo a punto de ponerse en riesgo y mandar todo a la mierda. Thanatos quiso desquiciarte y tuvimos que detenerte, pero si a ti se te iba la pinza y reaccionabas como ibas a reaccionar nos hubieran masacrado a ti, a mí, a Kanon y la que hubiera pagado ese plan maravilloso hubiera sido nuestra Diosa, con una expulsión del Olimpo, el destierro o un castigo más severo. Somos el brazo armado más importante de la orden y nos hemos colado en tierras divinas cometiendo todo tipo de faltas, una tras otra. Atena nos salvó el culo pero... ellos podrían llevar su cabeza a juicio por el mismo motivo ¿sabes? Exactamente el mismo por el que las Keres tuvieron que pagar. Actuar sin orden divina, ¿te suena de algo? Pues eso, chico. Nuestra Diosa es super cuqui y dulce y lo que tú quieras pero no le ha gustado nada lo que hicimos. Ella se fue con un panorama y cuando volvió tenia medio Santuario vacío y tuvo que contener personalmente a su "mensajero", un puto Hermes psicótico fuera de control. A ver, que yo lo llevo claro: volvería a hacerlo porque Kanon lo vale, tú lo vales y de verdad no me arrepiento... pero querías la verdad y ahí está tu verdad. Fue un milagro, una posibilidad entre mil que nuestro plan sirviera y... funcionó, sí... pero los otros escenarios eran tenebrosos y la que pagaba la fiesta era Saori. Fue heavy, chico. Deberíamos esperar un castigo semejante.

Saga asintió. Sentía lo mismo y lo sabía, que podía ser muchas cosas y estúpido no estaba entre ellas.

—Lo entiendo, Aioros. Solo quería saber si lo habías pensado realmente. De verdad, yo voy a ser el responsable, no permitiré que ninguno de vosotros pague por mí. No voy a permitirlo. —hizo una pausa, intentando aclararse. —¿Crees que me maten? Porque estoy seguro que Thanatos no me quería a mí pero no se opondrá a recibirme con una fiesta de "Bienvenido Saga" con un banquete, una tarta con mi cara y globos de colores. Hombre, cuando palme la pasaré muy mal. —carcajeó ácido.

El centauro lo observó extremadamente serio por un momento.

—Eso yo no voy a permitirlo, Saga.

—Ya va otra vez la oda a la alegría —volvió a reír, tan áspero como divertido. —Mucho me temo, querido amigo mío, que si Dohko se ve obligado a bajarme el pulgar pues tendré que despedirme... Créeme, había contemplado esta posibilidad así que estoy en paz con ello.

Aioros no rio, en absoluto. Se limito a observarlo en silencio, pero fue un ligero gesto de sus párpados el que enmudeció la risa de Saga inmediatamente; ajustó sus ojos, entrecerrándolos como quien descubre algo.

—Tú tienes algo entre manos que no me has dicho, potrillito. Suéltalo. Venga, va, dímelo ya.

—Deberíamos ir ya, Saga.

El gemelo lo detuvo rápidamente con un movimiento de cabeza negativo.

—Oh no, no no no no no. Tú me dirás lo que está pasando y me lo dirás ahora. ¿Recuerdas? No puedes mentirme a mí, yo inventé la puta mentira, Aioros. Más sabe el diablo por viejo que por diablo y tú, hijo mío, estás demasiado verde para pasarme a mí. —exclamó sin dubitaciones, mirándolo fijamente a los ojos. Saga podía ser tan amable como aterrador y lo sabía, pero el centauro no evitó su mirada, ni bajó su cabeza. Se limitó a observarlo por unos segundos silenciosos que al gemelo le parecieron décadas.

—Voy a dar un golpe, Saga. —sentenció con frialdad. —Aquí no morirá nadie porque pronto seré yo el que dirija este lugar.

El santo de Géminis exhaló sonoramente sin notarlo, cuando abrió su boca preso de la sorpresa. Luego de aquel guantazo sorpresivo, sonrió; de lado, amplio.

—Pues yo no sé de qué va toda esta puta locura, chico pero... —asintió, divertido, con la misma semi-sonrisa iluminada. —Yo mato y muero por ti. Solo dame las órdenes y yo las ejecutaré.

Aioros protestó.

—No, Saga, no lo dije porque te quiero fuera del lío, ¿lo entiendes? Tú ya tienes mucho y te quiero fuera de esto. Simplemente olvídalo.

El gemelo sonrió, deslizando su mandíbula de lado en un gesto divertido, chasqueando nuevamente su lengua.

—Soy un adulto responsable. —dijo, golpeando con su palma el hombro de su compañero de armas. —Yo seré tu brazo ejecutor.

El centauro bufó.

—No, Saga. Esto te traerá más problemas y créeme, no los necesitas.

Esta vez la sonrisa del santo de Géminis que solía ser incompleta, de costado, se amplió abarcándolo todo.

—Y tú me necesitas a mi. No puedes hacer música solo, Aioros.

"Estás en Verona,
hablamos de Verona
Aquí el veneno del rencor fluye en nuestras vidas
Al igual que en nuestras venas"

<<...Las luces del teatro habían terminado por encandilar al joven Camus quien luchaba con su propia emoción y un nudo en el estómago. Estaba completamente hipnotizado por la danza y las coreografías ensayadas, pero además, sentía tanta emoción que sentía que explotaría internamente de un momento a otro. Su hermana miraba atenta también, jugando con sus dedos que acompañaba el ritmo de la canción. Inconscientemente, buscó su mano, como cuando eran niños.

Deseaba vivir aquel momento, para siempre. Por un instante cerró sus ojos y pudo verse lejos de todo el odio que sentía hacia la vida, hacia su propia vida, hacia su destino. ¿Y si se quedaba allí? ¿Con su hermana? Claro que los Darraux no podrían adoptarlo pero quizás podría buscarse él mismo la vida en Paris. Era ruidosa y angustiante, pero igual... dedicar sus días a comer las galettes preparadas con amor por las manos de Marianne...

Ella cortaría el queso en la cocina, contándole de Antoine, Emmanuel, o el chico estúpido de turno y él la escucharía riendo, diciéndole que cambiaba de novio una vez al mes; Marianne volvería a protestar, frunciendo sus ojos pequeños, rasgados y exageradamente delineados, diciéndole que no era cierto. Luego le obligaría a ver "el Profesional" por vez número mil, y lloraría por la muerte de Jean-Paul Belmondo, mientras él le alcanzaba los pañuelos y pensaba que era completamente improbable morir de esa forma y que era un terrible actor.

Pudo sentir en la oscuridad de sus párpados y su propia ensoñación, el deseo de huir de su destino, de su armadura, de correr a los brazos cortos de Mimi porque se dio cuenta, profundamente, que su suerte ya estaba marcada, como la de los Montesco y los Capuleto.

Presionó la mano pequeña de Marianne, incapaz de abrir sus ojos y escapar a posta de aquel anhelo profundo de sentirse amado y no un exiliado. Quería robarle trozos de queso, planear una nueva visita a algún teatro parisino para ver como sus libros se hacían realidad en canciones y personas de carne y hueso, pero... ¿cómo huir de su propia vida? Podría, sí. Se daría por muerto en alguna misión y desaparecería...

Pero...

Milo.

Jamás volvería a ver a Milo.>>  

"Por supuesto nuestros jardines florecen
Y nuestras mujeres son realmente hermosas
Es como un paraíso sobre la Tierra
Y sin embargo, nuestras almas vagan en el infierno
Estás en Verona..."

La rubia se movía de una forma casi frenética en búsqueda de su propio orgasmo. Con los ojos cerrados, presa del placer casi animal de la cercanía del clímax y sus intentos desesperados y primitivos por obtenerlo, se aferró con fuerza a los hombros del español, quien intentaba acompañar sus movimientos con la cadera, buscando el ritmo exacto que ella le marcaba.

Las manos de Shura escalaron a sus pechos, rápidamente, al compás de sus ojos abriéndose para ver el espectáculo en primera persona. Podía sentir, en aquellas contracciones involuntarias que envolvían su miembro, la satisfacción física que podía brindarle a la joven que comenzaba a arquearse y deshacerse en jadeos sonoros.

Cuando June se estiró inconscientemente, entre reiterados gemidos profundos, alcanzó a acariciar sus costillas, sus cicatrices, sus marcas. Su mente, por un instante, no pudo evitar alejarse a galaxias de distancia.

Era hermosa, sí, la etíope era mucho más que hermosa. Desnuda parecía tan bella como cualquier modelo y sin embargo, allí estaba, en el Santuario que él defendía. Aioros y sus estúpidas ideas, tenía razón.

Una marca antigua le atravesaba el tórax y la buscó con sus dedos, en una caricia dulce que fue lo último que alcanzó a hacer antes de verse arrastrado a la realidad por el orgasmo de la joven, su humedad y la sorpresa del suyo propio, el que intentaba contener con mucho éxito para no venirse antes que ella.

El cabello claro caía como una catarata de oro sobre su pecho sudado y desnudo, y cuando finalmente se separó de él, en aquel sopor, se recostó a su lado, agitada, intentando recobrar el ritmo de su respiración.

Shura se estiró ligeramente para alcanzarla en un beso suave y breve antes de deshacerse con una mano del preservativo utilizado, en silencio.

—¿Estás bien? —quiso saber ella, observándolo. Él no era especialmente expresivo, especialmente en contraste con su explosiva personalidad, más sanguínea. El español era un hombre de pocas palabras y aún menos gestos, pero por un momento pudo vislumbrar algo de preocupación.

—Sí, lo estoy. Solo... algo nervioso.

La joven, sonriendo amablemente desde su desnudez, le alcanzó con un pie juguetón para hacerle una caricia.

—¿Nervioso? ¿Por qué? —preguntó curiosa. Sabía que no era por algo sexual o al menos lo intuía, porque no era la primera vez, ni pensaba que sería la última.

—Creo que... —hizo una pausa, pensativo. —Todo cambiará después de esta noche y yo... lo siento mucho, June.

Ella frunció el ceño, esta vez ya no curiosa, sino preocupada.

—¿De qué hablas? ¿Estás dejándome o algo así? ¿Y después de acostarte——

—No. Yo... no puedo explicártelo, no quiero que seas cómplice de una locura pero... lo siento porque si algo sale mal... —volvió a detenerse, para buscar sus ojos. —Yo prometo que no estoy dejándote y que... mañana lo entenderás. Ahora... voy a darme una ducha y... tengo algunas cosas que hacer. ¿Quieres quedarte un momento más?

—No sé que sucede ni de qué hablas o si estás como una cabra y no precisamente la de tu constelación guardiana pero——

—June. Si algo me sucede... solo recuerda que busqué el bien común. 

La chica frunció el ceño, algo espantada.

—¿De qué bien común hablas?

Él volvió a besarla, con los ojos cerrados esta vez, para aferrarse a ese recuerdo en caso de ser de los pocos besos que se llevara con él.

—Soy un caballero de la orden y mi deber es, por sobre todo, luchar por la justicia.

"Tú que te duermes por la noche
seguro de ser amado..."

La había arrastrado a alguno de sus mundos imaginarios y pudo distinguirlo fácilmente. Los monjes tenían rasgos similares pero no él, quien destacaba por ser un niño pequeño y cabello extremadamente rubio. La melena adulta y eterna que caía como una catarata de oro llegaba en ese entonces hasta sus hombros diminutos de infante. Sus dedos cortos y pequeños lavaban lo que Marianne creyó que era una sábana blanca.

—¿Ese niño eres tú? ¿Qué haces?

—Lavo mi Kāṣāya.

—¿Eso es sábana? —quiso saber, curiosa.

Shaka negó.

—No, es la ropa que se utiliza en el templo. Suele ser amarilla o marrón pero yo no era monje y no teñían la mía. Son... retazos de tela descartadas. Debía lavarla porque solo teníamos tres prendas.

—¿Solo tres prendas?

—Sí, solo tres. 

El pequeño niño lavó en silencio, cuando escuchó el murmullo de los pasos y el sonido que indicaba que debía ponerse en marcha pronto. Marianne lo observó.

—¿Dónde...? ¿Eso qué es? ¿Vas a comer?

—No. Es el cuenco de las limosnas. Debemos salir a la calle y si nos ofrecen comida, podemos aceptarla. No la pedimos, solo la recibimos.

—Ohlala... pero eras un niño... —exclamó ella angustiada.

—Lo era. Y aquel monje es según mis papeles, mi padre.

—No te habla... ¿tu padre? Es que no se parece a ti en absoluto. —protestó.

—No es mi padre biológico. No sé qué pasó con ellos, nunca lo supe y nunca me interesó. En India las castas son muy importantes, no para los budistas pero... sí para el país. Si tu apellido es de una casta baja o eres intocable, entonces tu futuro es bastante malo. Ese monje tenía un buen apellido, de casta alta: Gadhavi. Cuando vieron que era un bebé... diferente, solo quisieron protegerme dándome un apellido decente en caso de que... tuviera que vivir aquí. Ese monje me nombro Shaka Raj Gadhavi.

Marianne asintió. Conocía el sistema de castas hindú y le parecía una locura que no lograba comprender. Siguieron al niño por la calle donde caminaba descalzo buscando como un ave rapaz alguien que quisiera entregar algo de comida.

—Pareces triste... y hambriento.

—Lo estaba.

—¿Y por qué nadie te alimenta? ¿Por qué nadie te abraza? Eras un niño... —protestó ella observándolo todo. Comenzaba a sentir angustia e impotencia en cantidades alarmantes.

—Comeremos luego, y no sé por qué nadie me abrazaba, creo que porque era diferente causaba algo de impresión y... temor.

—No es justo. —protestó ella. —No es justo, Shaka.

—Ven...

La llevó pronto a través de sus memorias. Todo era silencio, silencio y el mismo día repetido una infinidad de veces: Despertarse, coger la cuchara y el tazón, comer, meditar, mendigar, y volver, más meditación. Las horas eran precisas, como un reloj suizo. Pudo entender en profundidad sus manías madrugadoras, su miedo al exterior. Shaka había aprendido a camuflarse para no ser observado en un país donde era diferente... había aprendido que ser invisible era su refugio. Pudo comprender por qué jamás salía de su Templo en Virgo, y por qué solo viajaba a sus zonas de confort.

—¿Están hablando de ti? No entiendo el idioma. —volvió a protestar ella, profundamente angustiada, al notar las miradas de todos ante los pasos del pequeño mendigo rubio.

—Sí, lo hacen. No saben qué soy exactamente. Dejaron de hacerlo cuando... volví como Santo de oro de todas formas. Quería mostrártelo porque... —hizo una pausa. —No me gusta salir al mundo. No soy un hombre de aventuras y... como verás... tampoco salía demasiado en el Santuario.

La arrastró nuevamente a otro paisaje, griego esta vez. Logró verlo todo. Los niños jugaban alejados y él meditaba, espiando con incomodidad y sin lograr comprender.

—Por eso... me dijiste que no sabías jugar. Jamás habías jugado. —comprendió súbitamente. 

Shaka negó.

—Jamás había jugado, no... pero fue divertido cuando me enseñaste. Lo siento, ¿estoy agobiándote? —preguntó al ver que su rostro se había convertido en un lienzo de angustia y sorpresa. —¿Quieres volver?

Marianne negó, tomando con su mano de dedos cortos, la suya.

—Veré lo que quieras mostrarme. Tú decides si quieres volver. Si es tu vida y quieres que vea, lo haré y yo solucionaré mi dolor luego.

El sonrió, negando también con un gesto.

—No. Solo quería que vieras... la vida más monótona y aburrida que ha existido... que ha sido la mía. ¿No te asusta? Lo que soy... este hombre aburrido del que se burlaban... ¿No temes aburrirte tú también? Porque sé que todos creen que soy despistado pero soy muy inteligente, Marianne y puedo ver las cosas aunque no las diga. Tú vives en un mundo de poesía, alegría, colores, diversión y aventuras y yo... no sé si puedo darte nada de todo lo que te gusta.

Ella negó enfáticamente.

—Vivo en el mundo que me gusta y tú eres parte de ese mundo. Te lo he mostrado, ¿no? cómo me siento. Tú haces que el mundo me guste. Las poesías existen por ti, los colores existen por ti. No tienes que darme poesías porque mi corazón las escribe para ti. Tú eres la musa, lo has sido desde que supe que estaba enamorada de ti. —cogió su mano y la besó, antes de presionarla con firmeza. —Te quiero por lo que eres, Shaka. Donde alguien ve una persona aburrida, yo veo calma, me da igual qué piensen. No me gustan los juegos emocionales, me gusta tu paz... y aunque no los veas, tienes colores hermosos. Tú me gustas, mucho... ¿qué es más que mucho? Pues eso, muchas veces. Un mundo de veces. No eres aburrido, no eres descartable, no eres ese niño, porque en mi corazón, lo eres todo y no eres invisible, ya no más. Tú haces de mi mundo un sitio más bonito. ¿Sabes cuál es mi color favorito?

Shaka sonrió inconscientemente, algo avergonzado, antes de negar con la cabeza, sintiendo aquella calidez embriagadora. En ese instante, todo encastró de forma tan perfecta que creyó que la tristeza que había drenado toda su energía del día, no era más que un sueño lejano que jamás había tenido.

—No. Creo que no lo sé. ¿Cuál es tu color favorito?

Ella sonrió, observándolo divertida y risueña.

—El de tus ojos.

(les yeux sont le miroir de l'âme)

Él rio aliviado, observando la playa que comenzaba a materializarse nuevamente frente a su mirada, recordó la voz de Aioria y sus consejos con una sonrisa. Daba igual si la chica se había golpeado la cabeza de niña y no veía con claridad, la idea de ser colores y poesías en el mundo onírico de la joven de las erres graciosas le parecía un mejor refugio para morar que sus miedos.

—Quiero ser la persona que necesitas, Marianne. De verdad lo deseo.

Ella se aferró a él por la cintura, antes de besar su hombro con dulzura.

—No, tú solo sé tú. Eres exactamente lo que yo necesito. No voy a cambiar por ti y tú no tienes que cambiar por mi. Solo sé Shaka. 

Se aferró a ella aún algo abrumado por las emociones, novedosas y demoledoras. Después de todo, aún podría seguir abrazándola y también escuchar el tambor dulce de su pecho blando. Aquello lo hizo sonreír y por un instante cuando sus miradas se cruzaron, vislumbró en aquellos ojos pequeñitos y rasgados, un fragmento de su alma.

—Sé decir te amo en muchos idiomas... pero las palabras, esta vez, creo que no me alcanzan. —aseveró. —No hay una palabra en ninguna lengua que conozca esta vez para decir lo que siento ahora mismo.

Ella asintió.

—Lo sé. —afirmó sonriendo. —Bienvenido a mi mundo, Shaka. Eso, mon chou, es la poesía.

El indio le devolvió la sonrisa y la besó, siguiendo como flecha guía, su emoción que se había transformado en un torbellino gigante e indestructible.

—¿Vamos a casa?

Marianne asintió, observándolo.

—A nuestra casa, sí. Nos ducharemos, cenaremos... nos acostaremos juntos y te diré "buenas noches" hasta que amanezca, porque ya no quiero despedirme de ti. 

Esta vez el indio de los tesoros del cielo repitió como un mantra, hipnotizado, antes de ponerse en marcha. 

—Nuestra casa. Sí.

"Aquí de nadie se está seguro...
¡Bienvenidos a Verona!"

Shion se acercó a él con cuidado. Sabía que el chino no era demasiado flexible y se sentía traicionado, podía sentirlo en la pesadez del aire, en su silencio que era un muro de piedra inmenso.

—Dohko... debí habértelo dicho. —le dijo a su espalda ataviada con la túnica del Patriarca.

—De todos... ¿por qué me has mentido tú? —le preguntó sin más, volteándose para observar sus ojos con tristeza.

El antiguo carnero suspiró, negando.

—Solo quería evitar que colapse sobre ti el peso de... lo que sea que sucediera. Estabas muy abrumado con lo que pasaba aquí... solo buscaba ahorrarte el disgusto.

Dohko lo observó con la angustia reptando en su pecho como un monstruo oscuro y aterrador.

"Es cierto que somos bendecidos por los dioses,
aquí morimos pero morimos viejos"

—Sabes que tendré que... —cerró sus ojos, intentando no pensar. Shion, a su vez, asintió.

—Lo sé, lo llevo claro, cariño. —sonrió, de lado.

La respiración del chino se agitó y su mundo, que giraba, había terminado por arrastrarlo a lo que posiblemente haya sido su pico máximo de ansiedad.

—De verdad vas... —hizo otra pausa y negó. —¿De verdad simplemente vas a tomar el lugar de Shaina? ¿De verdad me has mentido? —indagó, como si su energía vital lo hubiera abandonado.

El tibetano asintió, apenado.

"Aquí cada uno a su corona
Así es en Verona..."

—Lo siento tanto, Dohko.

—Yo también lo siento Shion. 

"¡Verona!
¡Verona!
¡Estás en Verona!"

<<Finalmente, cuando la obra terminó, Camus y Marianne abandonaron el gran teatro para dirigirse a Batignolles, donde rezaba gigante el cartel "Le jardin du Kashmir".

—Te ves feliz, Mimi.

Ella sonrió, amplia y enorme.

—Eso ha estado alucinante, Camus... de verdad, alucinante. ¿No te gustó a ti la obra o el teatro es demasiado pretensioso para "los caballeros de la orden de Zeus?"

Él rio.

—Es Atena... y sí, ha estado bien. —confesó serio. Lo que no confesó fue que lo hubiera dado todo por destruir la vida que llevaba y correr a sus brazos, se limitó a hacer un gesto con la cabeza antes de buscar un sitio en la mesa del restaurante.

—¿Solo dirás bien? ¿Allí donde vives te matan el alma o qué? Siempre creí que serías escritor o algo así, porque eres sensible y maravilloso y ¿sabes por qué lo sé? Porque soy tu hermana, te conozco y porque los libros que lees te delatan... Eres un romántico idealista, mon coeur. ¿Te lo imaginas? Yo también podría ser escritora. Ambos, Cam... nosotros podríamos hacer obras, las mismas que Shakespeare, que Victor Hugo, que Plath, Éluard, que el mismísimo Apollinaire... quizás algún día alguien hable de lo que escribimos. Quizás algún día podamos abrazar a alguien en algún rincón solitario del mundo con nuestras palabras, como ellos lo hacen con nosotros. ¡Ha sido una puta fantasía! —exclamó extasiada. El rio, su hermana se venía arriba rápidamente y se preguntó por un instante, qué tipo de problema mental tendrían aquellos tipos que solían engañarla, cuando él hubiera dado todo para poder quedarse a vivir en el mundo simpático de sus palabras apasionadas.

—Creí que habías decidido estudiar enfermería, finalmente. Eso está como a diez millones de carreras de distancia de ser una escritora, mon ange.

Ella protestó, observando el menú.

—La enfermería también es poesía, Cam. Todos somos escritores... hay médicos escritores, ¿por qué no enfermeras? Todo a tu alrededor está escrito en una poesía maravillosa que solo los poetas desciframos, decodificamos un lenguaje ya existente, que es la misma vida, como alquimistas. Este menú también sería poesía para alguien que entienda estos símbolos tan extraños.

Camus sonrió, recordando a Shaka y sus carteles.

—Es hindi, Mimi. Es lo que habla el cocinero al que le declararás tu amor hoy, ¿recuerdas?

Ella carcajeó otra vez.

—¡Eres un estúpido! ¡Ya deja de burlarte de tu hermana!

—Ohlala, ¿por qué estúpido? Alguno de tus mil novios podría ser indio, ¿sabes? No sabes hacia donde girará tu vida.

Ella escondió la nueva carcajada tras sus manos de dedos cortos ataviados de uñas negras.

—Camuuuuuuuuus... —protestó.

—Asistiré a tu boda con el señor Kumar algún día, Marianne Dubois, y me reiré de ti... o mejor dicho... ¿Marianne Kumar? —comentó con una sonrisa leve. —Es que no me sé muchos apellidos... Gadhavi quizás. Tengo un compañero de armas indio en la orden que se apellida así.

—Pues le pides la receta de las samosas y luego me la dices. —carcajeó. —Depende... si tu colega está——

—Oh, claro que no —carcajeó él. —Tú no le conocerás en tu vida. Además, ese colega en específico ni siquiera te miraría, lo siento.

—Pfffff, ¿estás diciendo que no soy bonita? —comentó herida.

Él negó.

—No, solo creo que él sería la última persona en mirarte y la última a la que tú le prestarías atención. Es... diametralmente opuesto a ti.

—¿No has aprendido nada hoy? ¿Qué hay de ti? ¿El chico que te gusta no es diametralmente opuesto a ti también y tú le miras igual, Camus?

La mención de Milo ensombreció su rostro repentinamente. Le extrañaba con una necesidad casi desesperada. Intentaría huir al Santuario con cualquier excusa, pronto.

—Da igual, eso no sucederá tampoco, Mimi. Venga, a ver, ordénale a tu esposo las famosas samosas, que mi estómago necesita algo de alimento.

—No sabes hacia donde girará tu vida, mon coeur. ¿Partirás mañana?

Camus asintió algo lúgubre. No le gustaba la idea, pero debía volver a su vida y su realidad, lejos de las luces teatrales y las tragedias de Shakespeare.

—Sí, lo siento. Ha sido una visita breve. Pronto te visitaré con la receta y un nuevo libro. Por cierto... gracias por este... se ve gigante. —comentó observando la copia de "Los Miserables" de Victor Hugo que su hermana le había obsequiado impulsivamente. Espió las hojas y se cagó en la manía de Marianne y sus lápices de colores. —¿Cuándo dejaras de escribir y subrayar los libros?

La joven protestó, con un gesto.

—Yo subrayo lo inevitable. Solo le muestro el camino a tu alma, Cam.

La risa ácida y sardónica del francés le acompañó con un movimiento negativo de cabeza, ojeando el libro.

—Pues... ya no sé si tengo una, Marianne... pero me alegra saber que tú aún conservas la tuya. Espero nunca nadie o nada te apague, Mimi. No lo permitas, por favor.

Sus ojos avanzaron por las hojas en movimiento mientras su hermana ordenaba la cena. Intuyó que el libro le gustaría, porque a pesar de no ser especialmente nacionalista, era un nostálgico de su propia patria, a la cual ya no pertenecía en absoluto. La tapa, de la editorial Magnard, tenía el retrato de Eugène Delacroix, "La Liberté guidant le peuple" , donde se podía ver a Marianne guiando al pueblo hacia la libertad (no su hermana, sino la personificación de la República Francesa).

Sonrió.

—Claro que la tienes, Cam, solo debes expresarla.

Él asintió, pero no lo creía realmente. A pesar de que le dolió hacerlo: tuvo que destruir aquel sueño de robar el queso de sus galettes y volver a la realidad; su horrible, odiosa, terrible realidad de ser el gélido santo de Acuario y probablemente morir en algunos años en algún combate. Eso era él: un soldado, un guerrero... no un hermano, ni un amante de Verona.

Un soldado y nada más.

Como si el estúpido libro pudiera leer su mente, sus ojos encontraron entre tachones grises y signos de exclamación, algo que Marianne había destacado especialmente.

"Y no hay nada como el sueño para engendrar el porvenir. Hoy: utopía; mañana, carne y hueso."



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