45. Di male in peggio - Parte 1
¡Holi!
Siguen siendo días difíciles. Alguien muy especial para mí partió de este plano y a pesar de tener el ánimo oscilante, busco refugio en la escritura, como siempre. Gracias por el apoyo y por todo el amor. Espero se disfrute este capítulo que se demoró un poco más de lo previsto.
Mia ♥
"De camino a la gloria, honraré mi espada,
para luchar por los ideales correctos
y justicia para todos."
Emerald sword - Rhapsody
"Cuando sabes que tu fin se acerca
tal vez empiezas a entender
que la vida es solo una extraña ilusión."
Hallowed be thy name - Iron Maiden
Cuando los primeros rayos de sol de la mañana siguiente se colaron en el décimo templo tiñéndolo todo de claridad, June se ovilló friolenta bajo las mantas, buscando casi inconscientemente el calor corporal de su compañero de cama español. Se acomodó junto a él, en una posición fetal que enredaba su pierna derecha sobre las del santo de Capricornio. Una caricia en su pelo rubio le indicó rápidamente que el guardián del templo no dormía.
Buscó sus ojos rápidamente con una sonrisa, pero su rostro cansado le puso en alerta.
—¿No has dormido? —preguntó curiosa, manoteando a ciegas otra manta.
Él negó. A pesar de su seriedad característica, parecía algo... lúgubre.
—No. Leía un poco. ¿Tienes frío?
Ella asintió, lo tenía. Evidentemente aquella primera cita había ido bien y en esa frecuencia de "solo vives una vez" el romance no había tardado en florecer pronto. Le gustaba, sí; llevaba tiempo observándola en silencio antes de invitarla a salir luego de los sucesos que habían sacudido fuertemente el Santuario, pero aún intentaban conocerse y acoplarse a sus respectivas costumbres. Ella tenía un carácter más impulsivo, espontáneo... y a él todo eso se le escapaba.
—Tu templo es algo frío... —comentó despreocupada, volviendo a cerrar sus ojos. —Me gustaría que algún día pudieras quedarte tú en mi cabaña.
El español murmuró algo parecido a un sí, pero no lo creía. Su primer impulso era básicamente, acatar una orden, la más importante de todas. Esa era su ley, hacerlo que debía hacer y nada más.
—Me gustaría, sí, pero sabes que los caballeros dorados no podemos abandonar nuestro templo en ningún momento.
Ella sonrió divertida, besando su pecho mientras se acomodaba en un medio abrazo.
—Aioria solía dormir con Marin, ¿sabes? En su cabaña. Él también era un santo dorado.
Shura volvió a asentir, serio, antes de besarla.
—Bueno, al antiguo león no se le daba bien cumplir órdenes. Yo soy algo más apegado a ellas. ¿Crees que soy demasiado rígido?
La rubia lo observó en silencio, admirando su rostro pálido y su cabello oscuro. Una mano de dedos finos se acercó en una caricia.
—Pues... no eres lo que se dice un rebelde.
No.
No lo era.
Era.
Había huido de él como si tuviera una enfermedad altamente contagiosa. Aioria se había equivocado y preguntar cosas no había mejorado nada, lo había empeorado todo y ahora él no tenía idea cómo arreglarlo, porque cuando quiso saber algo simple, la chica lo había mirado horrorizada y con odio y había escapado de él sin más para encerrarse en su habitación.
(Y además estaba la estúpida carta de Saga, la que había dejado para ella con su nombre y cerrada.)
Se sentía fastidiado y no había logrado dormir demasiado aquella madrugada. Se despertó rápidamente cuando escuchó el grito ahogado de Aioria al golpearse el pie en su escapada nocturna y no pudo volver a dormir, especialmente no después de que el antiguo león le contó al pasar que Géminis les había dejado algunas cosas, que le dejaría la nota a Marianne junto a la cama y que se iría.
Todo le resultó confuso. El amor era confuso. Todo era más fácil cuando simplemente nadie quería ver su alma a través de sus ojos y le dejaban en paz.
Milo y Camus habían evidentemente descubierto un colchón y dormían, en un abrazo... o eso parecía cuando se acercó a los fogones para calentar un poco de agua para su té. Fue el griego el que murmuró.
—La jirafa rubia se ha despertado. —masculló bajo las mantas.
Shaka lo miró.
—¿Sabes que puedo escucharte porque mi oído es muy bueno, no? ¿Me has llamado jirafa rubia?
—No. Ha sido Camus. —replicó rápido con una risita... se veía como un niño de seis años otra vez, en el cuerpo de un hombre de veinte más.
El francés se estiró, intentando despegar sus ojos. No había podido acostarse con Milo con tanta gente presente, pero al menos había logrado dormir por primera vez en mucho tiempo.
—No, no he sido yo. Buenos días, Shaka. ¿Me pones uno a mí también, por favor?
El rubio asintió, aún con fastidio. Quería ducharse, supuso que necesitaría su propia ropa y rápido.
—¿Estás bien, Barbie Pucheritos? —quiso saber Milo, estirando el cuello.
La cabeza del indio volvió a asentir, con un murmullo que emulaba un sí algo empantanado.
—Pues para estar bien vaya cara de gato atropellado que me llevas, muchacho. —comentó el griego desperezándose con un bostezo exagerado.
—Estoy bien, Milo. —bufó como respuesta.
—Pues avísale a tu cara, chico.
—¿Y ahora qué tiene mi cara? —replicó rápidamente, volteándose para verle.
—Relájate, hombre. Madre mía, este cuando explote dejará Hiroshima en un petardito. ¿Sabes, Shaka? A veces está bien hablar las cosas, tú mismo me diste ese consejo tiempo atrás. Puedes hablar con nosotros, somos amigos... para eso estamos aquí.
Sí, recordaba aquella noche, la noche que el escorpión se había deshecho en llanto y había desanudado algo en su garganta, claro que lo recordaba. Suspiró plomizo. Tenía razón. Quizás si pudiera verbalizar lo que sentía serían capaces de comprenderle.
—Marianne se ha ido temprano y... no se ha despedido. Ayer Aioria me aconsejo preguntarle todo y cuando le pregunté si ya no dormiríamos juntos ahora que solo tendremos relaciones sexuales, se volteó y sin mirarme solo se fue, ofuscada. Ella fue la que me dijo que quería sexo pero luego no lo quiere entonces yo no sé qué se supone que pinto aquí. Y además está la estúpida carta de Saga. ¿Qué quiere con tu hermana? Pues yo no lo sé, pero él seguro sabría cosas que yo desconozco... así que supongo que simplemente me dejará y yo——
—Espera, espera, hombre, respira. —sugirió Camus, sentándose e interrumpiéndole. —En primer lugar, no comiences con las conspiranoias sobre Saga.
El griego rio.
—A ver, que si Saga se queda con tu hermana ni tan mal, eh, me pido a Shaka de cuñado.
—No funciona así, Milo. —negó el francés con una exhalación. —Mira, Shaka... creo que mi hermana por algún motivo desconoce el significado de la palabra pene. No quiero decir que no le guste el tuyo, quiero decir que probablemente sea un error de interpretación y solo esté repitiendo esa palabra muchas veces sin saber su significado... no me imagino a Marianne gritando que solo quería un miembro una y otra vez, intuyo que puede ser un error de traducción, lo cual me preocupa porque ahora mismo trabaja en un hospital y si por casualidad se le ocurre utilizarla mal, pues... bueno... hablaré con ella cuando vuelva por la tarde y me aseguraré de corregir ese malentendido.
—No puede haber un error porque lo traduje yo. Ella lo dijo claro. "A penis". Un pene. Que sentía un pene. Ese era el mío... o eso creo. No la comprendo. Me ha dicho que me ama y que es mi novia pero no se casará conmigo y luego me ignora. Ahora se ha ido sin despedirse. En India no funciona así, tu novia te presta atención y te trata como un rey, no te ignora como si tuvieras lepra.
El griego no logró contener la carcajada histérica que pronto ocultó bajo una mano como un crío ante la mirada del francés.
—Los antepasados de tu novia decapitaban a sus reyes en la plaza de la Revolución, Shaka. Y a todo aquel que no hiciera lo que——
—Milo, no lo espantes, para ya. —volvió a intervenir el galo, analítico y pensativo. —Ignora lo que dice. Mira, tendrás que atravesar algunas barreras culturales, entre ellas el idioma. Creo que mi hermana quiso decir "Happiness", para nosotros los franceses, la h aspirada del inglés es un sonido que... puede ser difícil, porque no existe nada similar en nuestro idioma. Yo aprendí otros que me han ayudado pero Marianne no. Nuestra "h" aspirada suena así: —deslizó su lengua para cambiar el paladar griego por el francés, lo que significaba que su idioma natal lo invadiría todo y su pronunciación cambiaría radicalmente. —La hauteur, les héros, happiness...
Los ojos de Shaka se abrieron enormes. Ahí estaba de vuelta. A penis. Claro... ¿cómo no lo había notado antes? Cuando el acento de Camus, empalagoso y gutural se hizo presente, pudo reconocer fácilmente su error. Sí, sí, había sido su error.
—¿Lo ves? En Francia hablamos con esta zona de aquí —apuntó dentro de su paladar —y a veces puede resultar——
—Acabo de tener una erección. —sonrió Milo, a medias. —¿Podría enseñarme más, profesor Dubois?
El galo intentó reprimir una sonrisa, pero la dejó ser. Aunque su primer impulso habría sido mirarlo con desaprobación, una ligera mueca divertida se dejó ver en su boca.
—Puedo enseñarte francés luego si lo deseas. —agregó guiñándole un ojo en señal de complicidad.
El griego rio, acariciando su muslo y buscándolo en un beso rápido.
—Oh, me interesa muchísimo eso y——
Shaka los interrumpió, sin comprender el tono de la conversación, que era evidentemente sexual.
—Yo también quiero aprender. —sentenció el rubio, sirviéndose su té. —Si Marianne no sabe hablar inglés correctamente, entonces yo aprenderé su idioma. ¿Qué tan difícil puede ser? Hablo muchos perfectamente.
—Eh, tranquilo, Barbie Garam Masala, este profesor ya es mío. Tú tienes tu propia Dubois, ¿por qué no le pides que te enseñe?
—Porque no me habla, Milo —contestó sincero, creyendo que su amigo era idiota y no comprendía lo que había dicho previamente. —No me habla en griego, no me habla en inglés, no me habla en ningún idioma, ¿no has escuchado? Está enfadada conmigo y no sé por qué.
Le alcanzó el té a Camus quien le agradeció con un gesto.
—Mi hermana no es rencorosa en absoluto. Solo está enfadada y le durará poco. Ayer noche se enteró que te pedí que la dejaras y lo hiciste, y se enfadó con ambos por mentirle y ocultárselo. Salió esta mañana con sus deportivas, así que correr calmará su cabreo y volverá tranquila. Descuida, le conozco... a ella y a Marianne-colère.
El indio asintió, pero aún no se sentía tranquilo. Había malinterpretado todo y por un instante también comprendió que había rematado su enfado ofreciéndole sexo casual creyendo que eso era lo que ella quería de él. Se sintió un estúpido y sus mejillas, enrojecidas, lo evidenciaron.
—Me dijo que era igual a todos. Eso no es bueno, ¿no?
—Pues no, mi hermana ha salido con un buen número de imbéciles y créeme, no quieres ser igual a todos. Sé que no lo eres, Shaka, y ella también lo sabrá cuando le baje la espuma.
—¿Y si eso no sucede? ¿Y si jamás logra perdonarme? —preguntó confundido. Volvía a sentirse triste porque su nueva realidad llena de cambios le había golpeado el rostro tan repentinamente que sintió diez toneladas de peso sobre sus tobillos.
Camus se levantó finalmente del colchón para beber su té en silencio, pensativo.
—Mi hermana no es rencorosa ni estúpida... no te atormentará con idas y vueltas. Si cree que le has mentido y que ese engaño en concreto es motivo de terminar contigo, créeme, lo hará de inmediato y de forma bastante... frontal. Mi hermana es desapegada y suele... huir muy fácilmente cuando algo no le gusta.
Aquello le aterrorizó. Era la antítesis personificada de toda su estructura necesitada de estabilidad. ¿Y si decidía irse y abandonarle? Todo parecía indicar que así sería, y su corazón, por un momento, trastabilló.
—Me suena de algo. Creo conocer a alguien así. —agregó Milo, despreocupado.
—No, créeme. Mi hermana puede ser peor. Es muy fría y drástica para tomar decisiones y si bien ha tenido muchas parejas, es independiente y se la suda terminar una relación. Llorará luego mirando Cinema Paradiso, pero te dejará primero y sin más.
Milo advirtió la mirada del indio, que pocas veces había demostrado tantísima perturbación, e intentó detener a su novio con una mano.
—Estás aterrando a Shaka. Si este es tu intento de tranquilizarlo creo que estás fallando miserablemente, Cam.
El galo negó.
—Lo que quiero decir es que si Marianne hubiera decidido dejarte, sus maletas no estarían aquí, en su lugar habrías encontrado una nota escrita por ella diciendo "Adieu" y a la mierda. Sin embargo, salió a correr, lo que significa que sabe que su cabreo tiene solución. Volverá. Le explicarás que happiness es felicidad y que si le mentiste cuando te lo pedí yo, fue porque Milo había muerto, que la guerra se aproximaba y que creíste que era lo mejor. No la engañaste, es solo un pequeño error, lo comprenderá, créeme.
—Podrías ir a buscarla... —agregó Milo, pensando también, que si el rubio se iba de la casa, les daría un momento a solas (si Marin seguía durmiendo), para ponerse al día con su pareja. —Obsequiarle algo bonito. Aioria le obsequia flores a Marin todo el rato y eso parece gustarle a las mujeres.
—Le gustaban las flores de mi jardín, yo podría——
—No. —negó Camus. —No le gusta que le obsequien flores, ni chocolates, ni corazones. Cree que son una tontería y una horterada. Le gustan los libros. Obséquiale un libro.
—O una guillotina, también les gusta. —rio Milo. —¿Quieres una tú, amor mío? —preguntó acariciando el cabello de Camus, quien negó sonriendo, fingiendo fastidio.
—No, ignora la guillotina. Un libro está bien. Los libros son los peldaños al corazón de mi hermana, recuerda eso.
Shaka negó, abrumado.
—No tenemos dinero para libros, solo para comida. Supongo que... no soy lo que Marianne necesita y debo aceptarlo. —suspiró, resignado.
Fue Milo quien habló, esta vez, serio. Lo vio tan derrotado que pudo reconocer aquella sensación, la misma que sentía él ante los continuos rechazos previos del francés. Le apenó profundamente ver a su amigo tan perdido, igual que aquel chiquillo rubio que no hablaba griego y se veía aterrado el primer día en el Santuario.
—¿Sabes, Shaka?... creo que estás abrumado porque es la primera vez que vives algo así y no es lo que podrías llamar tu zona de confort. Camus conoce a su hermana, dale algo de crédito a sus palabras. Personalmente creo que tiene razón, todo ha sido un malentendido y se solucionará pronto... porque la chica te adora. Todos lo sabemos y tú también deberías, porque tú eres quien vivió ese romance. ¿No? ¿No crees que te ame?
—No. No lo sé. —murmuró. No sabía si podía contestar a eso, no estaba seguro. No estaba seguro porque el amor no era una ciencia exacta o algo que él pudiera dominar y pronunciar aquellas palabras le resultaba casi tortuoso. Él no lo sabía, no tenía idea.
Camus frunció el entrecejo.
—¿No lo sabes?
El indio negó.
—No lo sé. No puedo medirlo, no puedo saberlo con certeza. Nunca me han amado. Nunca. ¿Cómo reconocer algo que jamás he sentido? —sus cejas delgadas se fruncieron en un gesto de desesperación angustiante cuando lo descubrió. Jamas. Había. Sido. Amado. Sus padres le habían abandonado siendo un bebé recién nacido. Los monjes le habían criado como un adulto, no hubo caricias, no hubo juguetes, no hubo palabras de afecto... jamás nadie le había dicho cosas bonitas y nunca en su historia le habían amado... hasta que llegó ella y la puta ventana del alma que ahora había decidido romper por una mentira tonta. Intentó recordar pero... jamás le habían tocado, jamás le habían dicho cosas bonitas, jamás había sido objeto de cariño de absolutamente nadie. Ahora todo eso dependía de ella y se lo llevaría pronto, con sus maletas y sus guillotinas, sus haches mudas y su nombre mal pronunciado.
(ShakÁ)
Cuando cayó su primera lágrima ante la mirada atónita de Milo, simplemente desapareció sin más.
Adrián sintió que la mano le quemaba, que su alma se había derrumbado y que prefería morir cada paso escaleras abajo antes que enfrentar a Aioros para entregarle la notificación de Dohko.
Lo único que amenizaba ligeramente su corazón, era la certeza de que estaba vivo pero... nada le dolía más que aquello. Nada.
Se detuvo en la entrada norte de Sagitario y exhaló pesadamente, intentando juntar algo de valor.
—Señor, tengo un mensaje del Patriarca para usted. —dijo en voz alta, a la sala vacía, para poder ingresar.
—Adelante. —contestó otra voz, algo pantanosa. No llevaba despierto mucho tiempo, podía descubrirlo en su tono algo apagado.
Caminó despacio, entrando en la sala principal con el corazón latiendo como un caballo desbocado y sus ojos grises que parecían un cielo a punto de llover, cubierto de nubes densas y oscuras.
Aioros se acercó, con la misma pena, pero le sonrió al verle, como era habitual.
—Buenos días, Adrián. —dijo al fin, buscando sus ojos y extrañando su boca, su abrazo. Se preguntó cuánto tiempo le dolería su ausencia, pero en aquel momento la respuesta parecía demasiado lejana. Como se prometió a si mismo, le respetaría. Nada de rogarle, nada de jugar con él.
El mensajero asintió, intentando esquivarle.
—Tengo un mensaje para usted. —masculló, estirando su brazo para entregarle un sobre. —Es una citación.
—Gracias. Sabía que llegaría hoy. Supongo que tienes una para Saga también... aún duerme, pero puedo despertarlo si quieres entregarle la suya.
Adrián asintió, con la misma pena, pero cuando el centauro se volteó, su voz le llegó suave, porque no logró reprimirla a tiempo.
—Moriste por él. —susurró.
La cabeza de Aioros se giró para buscarlo.
—Morí por una causa justa y porque sabía cómo volver. ¿Es esto un reproche, Adrián? —preguntó curioso.
—No, señor, lo siento. —contestó avergonzado.
—Tú quisiste dejarlo. No creo merecer ningún reproche. Y ya no me llames señor, por favor. —agregó Aioros, serio.
Adrián asintió, apenado.
—¿Estás con él? —quiso saber, pero aquellas palabras también habían caído de su boca.
No fue la voz de Sagitario la que respondió, sino la del Gemelo, quien se acercó a la sala sin camiseta, vistiendo sus pantalones celestes de entrenamiento, con una sandalia a medio atar.
—Aioros es solamente un amigo. ¿Tienes mi notificación?
Bostezó impaciente estirando su mano, ante la mirada asombrada del centauro quien le fulminó con los ojos pidiéndole privacidad. Adrián le entregó el sobre, asintiendo, extremadamente avergonzado. Saga lo observó de soslayo, luego de mirar el papel.
—El caballito de la esperanza es como escuchar la oda a la alegría de Beethoven en un loop infinito, pero es buena gente y te quiere. Si no le amas y quieres dejarle pues muy bien, entonces déjale ser feliz. Reprocharle está mal y fuera de lugar. ¿Quieres saber si estamos acostándonos? ¿Quieres saber si murió por mí porque me ama o lo que sea que tu cabeza se haya inventado? No y no. Ahora, voy a dejarlo claro. Aioros es mi amigo, mi mejor amigo. Si tú quieres dejarle ir, pues enhorabuena, déjale en paz y evita los comentarios desafortunados y los reproches. Si le haces sufrir te separaré la cabeza del cuerpo, ¿he sido claro? Dohko tardará quince minutos en conseguirse un mensajero nuevo.
—¡Saga! —protestó el centauro, con su voz gruesa. —¿Te importaría dejarnos solos?
—Solo he venido a recibir mi notificación. Eres un idiota pero eres mi amigo idiota y si tu ex se comporta como un imbécil puedo carg——
—¡NO! ¡Que no tienes que cargarte a nadie, que te vayas a duchar o algo, hombre! —replicó Aioros con desesperación.
—Ya. Qué carácter, chico, háztelo ver. —comentó Saga con una media sonrisa antes de abandonar la sala para, efectivamente, ir en búsqueda de una ducha caliente y rápida.
Ambos se miraron, en la soledad de la sala.
—Siento las palabras de Saga, te pido disculpas en su nombre. Lo siento, Adrián.
El mensajero negó, pero creyó que seguir sosteniendo aquella angustia le era físicamente imposible.
—No quería sonar como un imbécil, Aioros, de verdad... no quería reprochártelo. Yo soy el que lo siente y el que... no he sido profesional, estoy actuando como un adolescente estúpido porque... me siento tan triste ahora mismo que no sé ni lo que digo. Sé que terminé contigo y que tengo que lidiar con esa elección pero... fue muy horrible para mí saberte muerto otra vez. Te busqué desesperado y cuando tiempo más tarde Kanon me dijo lo que había sucedido yo... —hizo una pausa intentando regularizar su voz y su respiración. —Mi cabeza me jugó una mala pasada. Es muy reciente para mí y me duele tu ausencia... eras lo único que me hacía feliz aquí dentro. Me siento vacío, increíblemente vacío. Soy un egoísta porque no debería decir nada, debería callarme la boca, disculparme y marcharme de aquí.
Los ojos de Aioros lo observaron en un verde que entretejía pena, alegría y nostalgia como la trama de una tela escocesa emocional.
—Yo también me siento triste, Adrián. También me hacías feliz. Descuida, no creo que sea un reproche, sé que te preocupas por mí y... te duele que Saga sea... la voz que me ejecutó años atrás y ahora decida arbitrariamente morir como un rebelde por él. Sé que no eres un adolescente estúpido porque... a mí también me dolería en tu lugar.
—Yo... —susurró el mensajero breve, pero logró frenar lo que su corazón quería decir. Hizo una leve pausa. —No sé en qué líos estás metido pero Dohko está hecho una furia. —Sus ojos grises le miraron con temor. —¿Qué pasará contigo?
—No lo sé. —contestó con honestidad, y una ligera sonrisa. —Solo sé una cosa y es que me hiciste feliz. Muy feliz, Adrián. Te lo agradezco. No sé cuál será mi castigo pero... aún si debo irme de aquí, me encargaré de que tu vida sea mejor. Es una promesa que me hice a mi mismo la noche que terminamos.
La cara de sorpresa y sus ojos enormes escondidos tras su flequillo negro le dieron la pista de que no había evaluado la posibilidad de la expulsión.
—No... no pueden... no pueden alejarte de la orden... y si te expulsan yo... me iré contigo. —aseveró serio. —Nos iremos juntos. Buscaré a mi hermana y nos iremos juntos.
Aioros se acercó lentamente, con una ligera sonrisa.
—Aunque me encantaría seguirte hasta el fin del mundo si me lo pidieras, mucho me temo que estás demasiado afectado y deberías pensártelo con calma. Creo que estás triste y no piensas con claridad en este momento. Volveremos a hablar cuando seas un hombre libre y tomes las decisiones que desees y no las que te impongan.
Adrián frunció el entrecejo.
—¿Hombre libre? ¿A qué te refieres?
—A que debo alistarme. Y tú debes entregar esas notificaciones a Shaina y Death Mask. Es un día algo largo y no debemos dejar a Dohko esperando. Buenos días, Adrián.
Marianne se duchó rápidamente, lo que su cuerpo agradeció recuperando su temperatura habitual después de correr. El agua no solo aplacó el calor de su piel, también ayudó a aclarar sus ideas y renovar momentáneamente su ánimo.
Como siempre que se alistaba para trabajar, podía sentir aquel "click" interno, el interruptor que transformaba a Marianne "poemas" Dubois por "La femme scientifique", la joven que podía verlo todo a través de una óptica
("¡Cómo deseó el invierno!
Austeramente,
en orden minucioso de blanco y negro
de hielo y roca,
todo deslindado, de corazón a fría disciplina sometió,
exacto cual copo de nieve...")
fría y automática, donde su precisión y su agudeza mental le permitían escapar de su amor por la vida y la dramatización poética de sus problemas. ¿Por qué? Porque podía solucionar los problemas de alguien más. Sin embargo, unos ojos extremadamente claros hacían ruido en su memoria, en su memoria ahora robótica, a pesar de estar vistiendo su uniforme azul...
(Pero he aquí:
un capullo de sus cinco sentidos de gran dama
una grosera confusión deduce: traición intolerable.
Que el idiota se rinda al caos de la primavera:
prefirió retirarse.)
los ojos y el poema de Sylvia Plath le recordaron por un instante al indio de los tés especiados y sonrisas milimétricas.
Putain, pensó, protestando internamente mientras acomodaba su sujetador de forma despreocupada por debajo de la bata antes de observar su reflejo. Ya pensaría luego en el rubio y su estúpida frase de despedida (si es que lo era, porque no lo había comprendido en absoluto y el por qué ahora quería solo acostarse con ella era un misterio que no resolvería frente a un espejo acomodando sus pechos para que no le molestara la presión del estúpido uniforme), ahora mismo su cerebro había dictaminado como una sentencia atroz que limpiar culos y heridas era más importante que sus tontas, tontas y cálidas manos de dedos finos.
Una voz familiar la saludó amablemente al entrar.
—Buenos días...
Se volteó con una sonrisa.
—Lía... que bien... tengo algo para ti.
La enfermera rio antes de acomodar su bolso y buscar su ropa.
—Solo dime que no tiene que ver con examinar tus pechos porque veo que lo estás haciendo muy bien sola.
Se avergonzó por un instante al notar que aun tenía sus manos bajo el uniforme, pero luego de terminar su tarea, acomodó su aspecto planchándolo rápidamente.
—No, lo siento. Nada de eso. Mis pechos están bien, los examino con frecuencia.
La enfermera Karagounis volvió a reír, sacudiendo la cabeza.
—Niña, con tantos maridos imagino que no necesitarás ninguna ayuda extra.
La francesa sonrió, aún ligeramente avergonzada por aquello.
—No, no tengo pareja ni maridos.
Lía enarcó una ceja.
—Espera, que vas muy rápido. ¿Y el rubio con pintas de profesor de yoga? Porque hasta ayer creí que...
—Pues yo también lo creí pero... no te preocupes, es una historia muy grande... pero es un estúpido y me comeré sus riñones.
La hermana de Milo carcajeó con una arcada corporal que la cortó al medio. Desconocía si la francesa extraña, poliamorosa y de erres graciosas sabía lo que acababa de decir o si era una caníbal admiradora perdida de Jeffrey Dahmer.
—A ver, que un poco fuerte lo de comerte sus riñones sí que es. ¿Es metafórico o...?
—Oh... ¿no es... una expresión de enojo aquí en Grecia?
Lía negó, aún riendo.
—No, niña, digamos que suena ligeramente a canibalismo. ¿En francés lo dices así sin más? Porque aquí mete un miedo que te cagas. Te recomiendo no ir vociferándolo por ahí, si me aceptas el consejo.
La francesa suspiró. Estúpido idioma de mierda, estúpido profesor de mierda, estúpidas palabras de mierda, merde, putain, fuck, super fuck.
—Saga me enseñó a insultar, pero no aprendí bien.
Oh, el griego alto que le había invitado un café delante de su hermano en un momento de shock, que murió y revivió. Tan normal. Todo aquello le recordó a Milo
(Alexander)
y su rostro cambió ligeramente. Supuso que a pesar de la locura de su relato, las pruebas habían sido suficientemente válidas para justificar aquellas historias extrañas. Quería volver a verle, quizás pueda preguntar a Marianne si...
—Hablando de Saga, me ha dejado algo para ti.
Los ojos de la enfermera se abrieron con sorpresa.
—¿Disculpa?
—Sí, esto. No lo he abierto, pero me lo ha dejado para ti.
Estiró su mano de dedos cortos con un sobre cerrado. Podía leerse "Enfermera Karagounis" en una caligrafía, que pudo intuir, era algo veloz. La tomó con el mismo gesto de asombro y buscó su mirada en busca de respuestas, en un silencio que demandaba algo más de información.
—Saga es una buena persona. Es un violín, una buena madera, su música interior es bonita. —asintió algo lúgubre, lo cual confundió aún más a su colega que la observaba totalmente atónita, sin saber si la chica aún no comprendía bien el idioma o estaba teniendo un viaje de alguna droga lisérgica. —Tu hermano no decide con quién sales... el mío lo hizo por mí y ahora yo... ya no importa. Lo que importa es la lección. No deciden por nosotras. Saga es bueno, y divertido... y su alma es... especial. La he visto, Lía. Lee lo que te ha dejado y si a Milo no le gusta pues que se vaya a la mierda y que le den, si me aceptas el consejo tú a mí.
Los ojos de la enfermera la examinaron con atención.
—No sé en qué estás metida, niña, pero espero que vaya bien. —comentó Lía sacudiendo el sobre. —Lo leeré. No creo entender muy bien lo del violín y la música pero... lo leeré.
Shun abrió un ojo al olfatear la mantequilla que se derretía algunos metros más lejos cuando una melodía silbada terminó por despertarle.
—Hyoga... buenos días —sonrió somnoliento desde la cama a su espalda cocinera. —¿Qué canción es? Es bonita. —quiso saber, estirando su cuerpo.
El ruso se volteó para encontrarse con sus ojos y enarcar una ceja rubia.
—No sé qué canción es... porque no soy yo quien silba. Igual es tu hermano. —comentó confundido... y preocupado. —Ahora que lo pienso, no me ha dicho que el desayuno era una puta mierda incomible, ni ha discutido conmigo esta mañana. ¿Se habrá dado un golpe en la cabeza?
Shun buscó el origen del silbido caminando con cuidado luego de incorporarse con algo de dificultad.
—¿Ikki? ¿Estás bien?
El nuevo león curaba su propia herida, sentado junto a la ventana.
—¿Yo? Sí, ¿por qué lo preguntas?
Shun sonrió.
—No te escuchaba cantar desde que éramos niños.
—No estoy cantando. —comentó despreocupado, volviendo a su vendaje. —¿Ahora no puedo silbar o qué? Vuelve a la cama, que tienes que descansar.
Su hermano sonreía, observándolo con atención.
—Te ves... alegre. ¿Me perdí de algo?
Death Mask terminaba de engullir con énfasis un bocado cuando Adrián se presentó con Shaina en su templo, como esperaba. Le entregó la notificación y se alejó rápido, como una sombra veloz casi sin rostro. La joven en cambio no se movió, se sentó junto a él.
—La hemos cagado, pero bien. —comentó con su voz fuerte. —¿Qué tal un último cafelito antes de que nos expulsen o nos maten?
El italiano la observó sin inmutarse.
—¿Otra vez con eso? Creí que ibas a entrenar ayer noche, usualmente eso te tranquiliza.
—Y tener sexo. Salvaje y animal... pero no, no me ha calmado, Angelo, esto es serio ¿puedes concentrarte?
Death Mask rio con ganas.
—¿A quién te tiraste? ¿Quién ha sido la víctima de la cobra esta vez? Déjame adivinar... ¿has decidido probar el veneno de Ichi de Hydra con la boca y de su envase?
—No, pedazo de subnormal, me he tirado a Ikki pero eso es que da igual, van a expulsarnos o matarnos, ¡yo que sé!
La carcajada histriónica del cangrejo resonó con eco en el templo.
—Pero si estaba medio muerto y hasta cojo, cabrona, tú sí que no tienes límite alguno. Va tutto di male in peggio*.
Shaina resopló otra vez, levantándose para buscar un café ella misma. Su amigo no comprendía la gravedad de la situación. El humo del tabaco le llegó pronto, como una caricia olfativa.
—¿Tienes un cigarrillo? Porque necesito uno ahora mismo.
—Ponme un café también a mí y te daré uno. A ver si me aclaro... ¿el pene del fénix te ha dejado así de tonta? Porque no entiendo qué te preocupa, Shion rompió una lanza por ti, ¿qué más da?
Los ojos verdes de la italiana lo observaron tan fijamente que la sonrisa se desvaneció de su rostro. Sea lo que sea, iba en serio.
—Dohko estaba cabreado next level, Angelo. No creo que se conformen con patrullas nocturnas por el resto de nuestra vida. Tú deberías preocuparte... nadie aquí sabía que ibas de amiguito de la hija de Hades. ¿Sabes lo que significa eso? Que te colgarán de las pelotas. Y a mí, por buscarte. ¿Has leído la citación?
El santo de Cancer resopló, dejando bailar sus ojos.
—¿Cómo voy a leer la puta citación si me la dieron ahora mismo contigo presente?
Shaina asintió.
—Léela. Porque si crees que lo del juicio del Inframundo fue difícil... ya verás este.
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*Va todo de mal en peor.
El turno de Lía había finalizado después de una tarde agotadora. Se preguntó si visitar a su hermano era una buena idea, después de todo, aún necesitaba procesar algunas cosas y quizás, descansar en su sofá y ver una película para permitirle a su mente recuperarse, eran la elección correcta.
Se duchó para acomodarse posteriormente en la comodidad de su pijama, pero al recoger su uniforme (debía lavarlo) tocó el sobre rígido en un bolsillo... la nota de la francesa, lo había olvidado completamente.
Se sentó para abrir el sobre, algo curiosa. ¿Qué quería el griego alto y por qué tanto misterio?
"Estimada Enfermera Karagounis:
Ahora mismo sé de qué me sonaba el apellido.
Supongo que te preguntarás por qué Ratatouille (Marianne) te entregó esto, por qué escribí estas líneas, y por qué mi letra es una mierda horrible.
Voy a contestarlo todo pero primero, quizás te encuentres en casa... ¿Por qué no te preparas un té? Te haré algo de compañía.
No, no es broma. Venga, que te espero... tienes pintas de bebedora de té por las tardes, porque el café lo bebes por la mañana para espabilarte en el trabajo pero si lo bebes por la noche no te deja dormir... ¿a que sí?
Te espero aquí mismo, en esta misma carta, algunos párrafos más abajo. Y antes que lo pienses: no, no soy un puto loco psicópata, solo soy una persona extremadamente observadora y analítica. (Y tengo como consejero a cierto roedor francés de ojos rasgados y pequeñitos)."
Lía sonrió reprimiendo una risa. Aquello era estúpido, pero entretenido. Tenía razón, bebía té por las tardes. ¿De qué iba aquel hombre? No tenía idea, pero el juego le resultó divertido. Volvió algunos minutos después con su bebida humeante a la mesa.
"...Ahora que tienes tu té, y espero haber acertado con el tiempo ya que si abriste esta estúpida nota en el hospital quedaré como un idiota (a veces lo soy, no voy a mentirte), podemos proseguir.
Mi nombre es Saga, eso no era una mentira. Supongo que conoces la historia de tu hermano, a juzgar por lo que me enteré... y también que fui su compañero de armas entre muchas otras cosas que no comentaré hoy.
Como también sé que has escuchado, me suicidé para buscar a mi hermano y si tengo que ser honesto ahora mismo, jamás me había sentido mejor... supongo que ahí va la primera respuesta... ¿por qué escribirle una nota de mierda a una extraña? Porque me siento bien. Porque le prometí a un amigo que haría que todo valga la pena y haría algo bonito, porque haberte invitado un café sorpresivamente fue algo impulsivo, pero mantendré la invitación en pie por si algún día te apetece... y a falta de café, ¿qué mejor que un té por la tarde, leyendo a un caballero que porta una armadura de oro recién llegado del Inframundo? Si decides arrojar la carta a la basura, supongo que al menos tendrás una anécdota divertida para contar a tus amigas.
Voy por otra respuesta. ¿Por qué Marianne te entregó esto? Porque ayer noche tuvimos una pequeña conversación y los franceses son grandes espías, pero por sobre todo, creo que les agrada mucho presumir que son estandartes del amor y la libertad. (Y presumirán también de su comida y su arte. No se lo digas, le romperás su frágil corazón poeta de erres guturales). Siento haberte mentido y haberme presentado como su esposo, como sabrás, fue una mentira rápida para poder llevarla junto a su hermano quien la buscaba desesperado. Ese mismo día yo había perdido al mío... y el resto de la historia creo que la conoces muy bien.
¿Qué por qué tengo una letra de mierda?
Porque estoy escribiendo esto luego de profanar y robar un Santuario sagrado para llevarle a tu hermano y compañía algunas cosas y no quería desaprovechar la oportunidad: escribo rápido para ganar algo de tiempo.
No, tranquila, no soy un delincuente. Al menos no uno peligroso... lo he sido, y probablemente, tu hermano te cuente una historia que algún día, me gustaría reescribir con mi versión si me das la oportunidad.
PD1: Probablemente mañana (es decir hoy, cuando leas esto) me caiga un castigo grande por la visita impulsiva al Inframundo, así que no estoy seguro de poder invitarte a cenar personalmente como me gustaría... de todas formas, te acompañaré de esta forma, en la distancia, a través de una hoja.
PD2: El ratoncito cocinero (no sé qué tal se le da la enfermería, pero cocina de puta madre) tiene más indicaciones en caso de que hayas llegado hasta estas líneas y quieras seguir leyéndome.
Entonces... ¿mañana? ¿Misma hora, nueva hoja? ¿Tenemos una cita?
Espero hayas murmurado que sí como imagino y no estés llamando a la policía. (Siempre puedes decirle a Marianne que no quieres recibir nada y así será.)
Cordialmente,
Saga."
Shaka la esperó fuera, nervioso. Intentó repetidas veces calmarse, respirando como siempre supo respirar... pero la calma había decidido abandonar su cuerpo enamorado.
Divisó la cabellera larga y negra alejarse cuando, con un último empujón de coraje, se acercó tan decidido como pudo.
—¿Marianne?
La francesa exhaló pesadamente.
—Ah, merde... ¿Qué haces aquí? ¿No te cansas de jugar conmigo o qué? —protestó, sin detenerse. Quería llegar a su nuevo hogar y descansar.
—No. Espera. Por favor. Dame un momento. Un pene... Un pene es... A-penis. Que me he equivocado yo. Happiness... es felicidad. Eso siento yo cuando te veo. No ahora, en realidad ahora estoy... extremadamente triste y confundido... pero cuando estamos bien... siento felicidad. Bonheur... espero haberlo pronunciado bien porque me pasé toda la tarde en una biblioteca en Uttar Pradesh y solo había un diccionario dudoso pero... un niño me ayudó en Pérouges.
Marianne se giró asombrada, abriendo sus pequeños ojos tan grandes como pudo y detuvo su marcha para encontrarse con su mirada clara y agónicamente triste.
—Me han dicho que me encargaría de la economía y la comida... Quería comprarte un libro porque Camus dijo que no te gustan las flores ni los chocolates pero... te gustan los libros y no puedo comprarte uno porque no tengo dinero y... —Buscó con torpeza unas hojas manuscritas y se las dio. —Esto es todo lo que pude hacer. No sé francés, pero lo aprenderé.
—¿Qué... qué es esto? —preguntó curiosa y sorprendida intentando leer aquellas páginas llenas de humedad, amarillas, escritas por él.
—No tenía dinero para comprar un libro pero fui a la librería pública del Parque Alfred en Prayagraj, India. Es... grande pero no había nada en francés, solo un número de "Le Monde diplomatique" y yo... lo transcribí... para que leas. Porque no te gustan las flores pero te gustan las palabras... y no comprendo tu idioma pero... quiero obsequiártelo.
Marianne lo observó en silencio, conmovida.
—¿Escribiste todo el número de Le Monde diplomatique aquí, tú mismo?
—Sí, lo hice... pero no está completo, no tuve tiempo... la librería cerró y... fui a Pérouges... el sitio que me mostraste en tu sueño... el sitio con olor a mantequilla quemada y azúcar. Allí le pedí ayuda al niño, quien pronunció esta palabra, la anoté aquí. ¿Ves? Bonheur. Le mostré la hoja y soy muy bueno con los idiomas. ¿Se dice así, bonheur? Ah, y puedo gastar dinero en comida así que compré... tu galette... la que preparan en tu pueblo. Aquí está.
Hizo una pausa, aturdido, buscando algo. Tragó en seco, estaba nervioso y sentía un nudo en el vientre que no cooperaba en absoluto.
—Podemos comerla juntos, Marianne... porque honestamente tengo hambre, no he comido aún y... mi estómago hace ruido. Por favor... me gusta que me ames y me gusta amarte. —Le alcanzó el postre de su infancia en un paquete manchado de grasa, ante la asombrada mirada de la joven que se preguntó por cuánto tiempo había esperado allí con la galette pérougienne en la mano y sus notas.
—Shaka... yo...——
Él la interrumpió. No podía renunciar a aquella sensación sin más. ¿Por qué luchar hasta desangrarse y morir por la justicia y no por su propio amor y por aquel sonido arrítmico que le acunaba en su pecho blando?
No, no era como los demás. Se lo juró a si mismo. Daba igual que idiotas habían salido con ella, él no era uno y donde otros veían una copa DD, él veía su refugio nocturno; el reproductor musical de su canción favorita: su corazón. No quería renunciar a un abrazo... ni a sus caricias, ni a los besos que ella depositaba dulce en sus ojos.
No, no quería.
La miró, cansado.
—Ne me quitte pas, Marianne Dubois.
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