44. De comienzos y finales - Parte 3
¡Hola! ¡Perdón la demora! Estuve con algunos problemas personales y poco tiempo, por lo que acá va un capi largo o dos seguiditos para compensar.
Gracias por el amor y la paciencia :)
Peace out!
Mia ♥
PD: Votos y comentarios siguen salvando foquitas bebés y el psiquismo de la autora.
"Puedo escuchar su lamento entre estas rocas,
el susurro de un fantasma enojado,
habla por todos ellos atrapados en este mundo perdido
yo soy su última esperanza
para viajar desde el infierno libre una vez más
para romper las cadenas de un pasado sangriento,
por mi victoria.
Gloria eterna, extiende tus alas amplias,
vuela, y por siempre, guía mi acero sagrado
Yo pelearé, lloraré, por tu silencio, tu nombre...
Vivirás a través de mí, terminaré con todo tu dolor."
Rhapsody – Eternal Glory
Shura estudió su rostro con curiosidad, buscando algún signo que demostrara que aquello era una broma de mal gusto y, sin ser capaz de cerrar su boca, preso de la sorpresa y la conmoción, exhaló pesadamente al descubrir que iba en serio.
—Te has vuelto completamente loco, hijo. —musitó. —Me cago en mi vida, que te has vuelto loco, Aioros. —resopló, sujetando la taza con fuerza. Dudó un instante observando el líquido oscuro, debatiéndose internamente, como buscando excusas en su mente y la forma de acomodar sus palabras. —Sabes que estás volviéndome cómplice de un crimen que se paga con la muerte y la deshonra. Sabes también que aunque no es mi deseo, debería denunciarte...
Buscó sus ojos, apenado. Aún llevaba a cuestas la cruz de haberle asesinado tiempo atrás, lo que jamás logró perdonarse (entre otras cosas)... y ahora, allí estaba, pidiéndole a gritos que le llevara a la fuerza ante el Patriarca para confesar algo terrible.
El centauro, lejos de apenarse y retractarse, redobló la apuesta acercándose sobre la mesa con seguridad.
—No le temo a la muerte ni a la deshonra, porque ya las he vivido. Morí una vez, creo que conoces muy bien el contexto. Mi nombre fue mancillado y el de mi familia también. Aioria pagó luego aquella deshonra que caía sobre mí y llevé el título de traidor durante años. No le temo; ya no. Ya morí una vez por una causa justa y si debo morir por otra, lo haré sin dudarlo.
El guardián del décimo templo suspiró, acalorado y conflictuado.
—¿Es eso lo que buscas, Aioros? ¿Un suicidio programado ahora que Aioria no está en el Santuario? —quiso saber, con cierta pena. Aquello le dolía y no podía comprenderlo. —¿Qué hay de tu sobrino? ¿No quieres conocerle, cuidarle...?
El griego lo observó fijamente, con la pasión que le caracterizaba... con aquellos ojos llenos de verdad, que no conocían otra forma que destellar verdes y feroces.
—Lo mejor que puedo hacer es luchar por ese niño. Por todos los niños, por nosotros, por los que vendrán... y sí, creo que cuidarlo también es esto. Que mi sobrino se haya salvado y esté feliz por ello, no significa que no sufra por otros niños que no lo harán y que no llevan la sangre de mi familia.
El español volvió a suspirar, plomizo.
—Lo siento, Aioros. Yo no soy la persona indicada, lo siento, de verdad. Deberías volver a Sagitario y yo... simplemente fingiré que no te he visto. —contestó, debatiéndose internamente con dolor, evitando su mirada. (La mirada que alguna vez evocó en él emociones de otros colores, sí, esa mirada.) —Te debo una y por eso no daré aviso ahora mismo... pero te vigilaré de cerca. Hubiera preferido no tener esta conversación.
—¿No quieres escuchar lo que tengo para decir? —indagó el centauro, frunciendo el entrecejo. —¿Ni siquiera me darás el beneficio de la duda?
—He escuchado suficiente. —replicó, áspero. No quería escucharle, no quería ser cómplice de aquella locura insensata. No quería que aquellas palabras le pusieran nuevamente en el bando contrario.
El centauro replicó con rapidez y severidad, como si su voz tuviera filo.
—No, no has escuchado nada, Rodrigo.
Los ojos del guardián de Capricornio se abrieron enormes. Nadie le llamaba por su nombre real, desde que fue rebautizado en la toma de posesión muchos años atrás. Lo miró.
—¿Disculpa, Aioros? ¿Mi nombre de caballero no significa nada para ti? ¿Así va la cosa? Sabes muy bien quién soy y que no lucharé contra nuestro Santuario por ninguna idea extrema por mucho que te deba mi conciencia.
Sus ojos se encontraron y allí estaba, el adolescente al que había asesinado, con el cuerpo de un adulto que comenzaba a tener ligeros cabellos ceniza repartidos de forma aislada en su melena castaña y alborotada. El iris verde, intenso y jaspeado, le obligó a apartar la mirada.
—¿Luchar contra tu Santuario por una idea extrema, como por ejemplo hincar la rodilla ante el Dios del Inframundo y vestir un Sapuri para intentar filetear a Shaka en tu ascenso por las doce casas? Eso no suena extremo en absoluto.
El español volvió a su taza, tensionando su mandíbula afilada. Volvió a debatirse internamente, de forma incómoda. Finalmente, su voz profunda, rompió el silencio como escapándose de su boca, impulsiva.
—Tienes cinco minutos para decirme qué es lo que quieres antes de que llame a Dohko.
—¿Cómo cicatriza lo que no para de supurar, enfermera Dubois? ¿Por qué supuran las heridas? ¿Por qué duele lo que duele?
Marianne lo comprendió. Sabía a lo que se refería Shaka, porque metafórica y biológicamente, conocía las respuestas de lo que le había preguntado.
El dolor existe para avisar que algo no va bien, que algo no funciona correctamente. El dolor, aunque desagradable desde muchas ópticas tanto físicas como anímicas, son el registro más primitivo de la sabiduría corporal. Algo no va bien, nada bien. Ayuda.
Recordó su libro pesado de tapas oscuras y sus lápices, sus notas: "Etapas de sanación de una herida".
"Las heridas sanan por etapas. Cuanto más pequeña sea la herida, más rápidamente sanará. Cuanto más grande o más profunda, más tiempo..."
Todo cayó como una catarata de información en forma de imágenes veloces. El crecimiento y la reconstrucción del tejido, la respuesta inmune, la costra, la supuración... podía entender perfectamente a lo que se refería aquel hombre, que desde la ciencia, se acercaba a la poesía: como la vida, como su vida.
No quería mirarlo, no. Tampoco le contestó. Aún le dolía lo que le dolía también... porque era una herida propia que aún supuraba también. Ignoró sus ojos cristalinos que le observaban atentos y escuchó la conversación, calmándose ligeramente al ver que su hermano, finalmente, cedía ante esa purga dolorosa pero sanadora. Su corazón se hacía lento, volviendo a su normalidad.
—Marianne...
No contestó. Aquella ley del hielo parecía ser hereditaria y genética. Shaka volvió a insistir.
—¿No vas a hablarme? ¿No más?
La chica negó.
—No ahora. No quiero hablar.
Por un instante le recordó tanto a su hermano mayor y su gélida coraza que se preguntó si también tendría que atravesar aquella tundra helada para volver a llegar a su corazón. Suspiró, herido. Volvía lentamente a convertirse en aquel joven frágil e inseguro.
—Lo siento... supongo que esto es porque crees que te he mentido pero no ——
—No quiero hablar, Shaka. —sentenció. Estaba cansada y la resaca del miedo de perder a su hermano le había llevado a otro sitio conocido y doloroso. —Solo quería pedir ayuda, pero no... lo hiciste. Me detuviste.
—Te detuve porque les conozco a ambos desde que tengo 6 años. Te pedí que confiaras en mí, jamás hubiera permitido que algo le suceda. —replicó rápido, intentando ser honesto. Recordó las palabras de Aioria.
(Pregúntale. Solo ella tiene las respuestas. Habla con ella.)
—Buenas noches, Shaka.
(ShakÁ)
(Pregúntale. Solo ella tiene las respuestas.)
—¿Marianne?
Ella lo miró, esperando lo que tuviera para decir, en silencio. Quería volver a aquella habitación incómoda y dormir las pocas horas que le quedaban antes de amanecer dura y contracturada. El indio intentó ser tan honesto y claro como pudo.
—Me duele que no me hables... Me duele no saber si me odias. No puedo pensar en otra cosa y aunque intento descifrar lo qué hice mal para arreglarlo, no lo comprendo.
Ella lo observó, en un silencio agotado, dejándole hablar.
—Tampoco entiendo francés y no sé qué sucedió con Camus, porque aún si tuviera mi diccionario, no podría decodificar la conversación completa. Creí que todo estaba bien, me mostraste tus recuerdos y todo estaba bien... y luego ya no. Solo quiero saber cómo acercarme a ti sin lastimarte porque... pareces enojada y triste y no sé por qué. Me llamaste mentiroso. Me dijiste que era igual a todos... Eso no parece bueno. ¿Esto es...? —No se atrevió a terminar la pregunta, no quería saber si aquello era el final. —¿Qué es lo que quieres, Marianne?
Sus ojos eran la ventana de un alma rota, un paisaje gris y desolado. La joven se debatió un instante. No estaba lista para contestar, no en ese estado lamentable y agobiado, cubierto de una capa de enojo que solo causaría dolor a ambos innecesariamente.
—No lo sé, necesito descansar. Podemos hablar mañana. —replicó finalmente. El indio asintió pero no lograba comprender aquello de las relaciones y cómo funcionaban realmente, todo parecía fácil para Marin y Aioria y por un instante les envidió profundamente.
—Sí, deberías descansar. —aseveró, intentando acomodar sus ideas. A él le gustaban las cosas claras y aquella chica no lo era, lo que le agobiaba un poco por la falta de respuestas. El león tenía razón. Solo ella tenía las respuestas a sus preguntas. —¿Ahora que solo tendremos sexo ya no dormiremos juntos o solo cuando nos acostemos?
Milo observó la noche en silencio. Habían caminado juntos, esta vez, livianos; lejos de aquellas armaduras y los gritos de alarma por primera vez en 20 años. No habría que volver urgidos si el Patriarca daba una orden rápida, ni preocuparse porque los espectros le abrieran el pecho al medio, o que el alumno de su amado asesinara a su novio en el afán de atravesar su templo circular... esta vez estaba él, desempleado, libre y por fin, correspondido.
Camus caminaba a su lado, aún ligeramente sacudido por aquella explosión anímica que le había dejado algo resacoso, sin fuerzas; pero a pesar de todo, más ligero, observando atento las luces de los restaurantes que luchaban contra los relojes en su búsqueda de atraer turistas y bullicio.
La playa de noche tenía un olor y un sonido particular. No recordaba si alguna vez se había permitido escucharlo, porque estaba acostumbrado a las tormentas y ventiscas de Siberia o a la lluvia fastidiosa de Paris. No había playas en su historia, y ahora, de pronto, una página nueva se escribía en aquel libro con aroma a mar, luces coloridas y música.
—¿En qué piensas, Cam? —quiso saber el griego, acercándose a la orilla como el niño que descubre un paisaje novedoso y divertido.
—En todo. —confesó. El escorpión le había atestado un golpe necesario, doloroso, pero necesario. A veces la realidad duele, especialmente cuando nos da de lleno en la cara, sin aviso. Quiso ser franco y honesto, después de todo, lo intentaría... se lo había prometido a sí mismo. Su hermana solía decir que para cambiar el rumbo solo necesitabas dar algunos pasos en la dirección donde deseabas ir y aunque parecía fácil, a él le parecía un imposible. Lo hizo. Él quería eso, lo quería todo. —Pienso en nosotros, en... esta nueva vida. ¿Puedes creerlo? ¿Temerle más a la normalidad que a la guerra? Temo no saber qué hacer aquí y me siento un impostor. ¿No tienes miedo?
Los ojos azules del griego lo observaron atentos, pero relajados.
—No. No... no le temo a nada.
Camus rio.
—Vaya, qué valiente. —resopló con un gesto divertido.
El griego chasqueó su lengua, con una sonrisa.
—No le temo a nada porque tengo todo lo que necesito, junto a mí, cerca. Te tengo a ti, lo tengo al estúpido del cachorro... e incluso al subnormal de tu cuñado, que es bastante torpe e inadaptado pero se hace querer. Mi hermana vive aquí... y... estoy ansioso por descubrir qué se siente una cena familiar, ¿sabes? —confesó también con una franqueza demoledora. —¿Te lo esperabas? Mi hermana, tu hermana, nuestros amigos... nuestra familia, Cam. Aioria y Shaka también lo son. Les conocemos desde que tenían 6 años y a duras penas se limpiaban el culo solos. Si eso no es una familia yo no lo sé. Además... no puede ser tan difícil, quiero decir, el gato consiguió empleo y ahora sin dolor, yo puedo hacer lo mismo. Puedo caminar por primera vez en mucho tiempo y me siento genial. Le pediré ayuda a Lía, cortaré su césped, pasearé a su tortuga, yo qué sé, Cam, me buscaré la vida o pediré ayuda. Tú también lo harás. Contigo aquí, así, todo parece fácil... da igual lo vacía que esté esa casa, tú lo llenas todo.
El francés asintió. Su corazón solía ser una pintura acromática pero ver al griego nuevamente con su andar casi felino y firme (sin protestar por su dolor), ya lejos de aquel hombre atado a mil cables para sobrevivir, había agregado unas pinceladas de color.
—¿Puedo preguntarte algo, Milo?
El antiguo santo de escorpio asintió, dejándole proseguir antes de sentarse frente al mar que se acercaba sonoro y oscuro.
—¿Por qué me amas? —inquirió curioso, observándole.
Shion entró a la recámara silenciosa como un adolescente que vuelve a escondidas a su casa luego de escaparse, para encontrarse con la espalda de Dohko, que no se atrevió a voltear. No supo si ocultaba enojo o tristeza, porque su voz, severa no se lo dejó saber.
—¿Lo sabías todo? ¿Todo este tiempo lo supiste todo?
No volteó. Sus cabellos caoba caían alborotados sobre la túnica que parecía pesarle cien mil kilos, dibujada sobre una columna vertebral derrumbada y hundida en un gesto de cansancio. El antiguo carnero se acercó con cautela y paciencia, después de exhalar pesadamente.
—¿No vas a mirarme cuando me hablas?
La cabeza de Dohko negó.
—No. —sentenció finalmente, firme y severo. —Aparentemente te gusta hacer cosas a mis espaldas así que intuyo que no te molestará hablarle a ella, no necesitas ver mi rostro en absoluto. Puedes encontrar otro sitio para dormir porque no será en mi cama. Retírate, por favor.
No logró detenerlo y tampoco lo intentó. Conocer a aquel hombre desde que era un crío le había ayudado a comprender sus espacios y sabiendo que finalmente aquella pesadilla había terminado con el último caballero revivido y la declaración casi forzada de una paz divina, le daría al antiguo Santo de Libra el aire que necesitaba para poder explotar y drenarse como la olla a presión en la que se había convertido.
Sabía que a pesar de ser como la tercera guerra santa de su historia, ver morir a tus compañeros cayendo uno a uno bajo una tormenta de ataques y sangre, enterrar a tu segundo alumno y luego esperar novedades mientras el sitio que diriges está completamente destruido, no era gratuito para ninguna psiquis, por más caballero dorado con experiencia que hayas sido.
Él había sido Patriarca por más de doscientos años pero Dohko no tenía esa experiencia y sabía muy bien que se sentía más cómodo en otros sitios que sentado sobre aquel trono vacío. Él mismo se sintió perdido cuando tuvo que reconstruir el Santuario muchísimos años atrás después de enterrar a todos sus colegas, no sería quien lo juzgue. Ya hablaría con él, pero no sería aquella noche.
—Lo siento. —alcanzó a decirle al vaivén de su túnica, que se alejaba. Dohko no volteó, pero su voz sí le llegó como una ola en la lejanía, como una canción que terminaba con su respectivo descenso de volumen.
—Mañana enviaré a Adrián con las notificaciones pertinentes para todos los involucrados. Buenas noches.
Aioros demandó otra taza de café antes de meterse de lleno en un relato y un terreno difícil. Sabía que de todos, Shura era el menos indicado para escuchar todo aquello y a su vez, el mejor... la frágil dicotomía de Capricornio y su nobleza inquebrantable... y su culpa, la misma que le llevaría a escucharle y probablemente aceptar.
Se sentó frente a él para volver a caer preso de aquella sensación, como cada una de las veces que sus miradas se cruzaban. Todo lo remitía a aquella noche en la que se había encargado de asesinarlo, o mejor dicho, asesinar al joven que admiraba en secreto a sangre fría por una orden directa del Patriarca del Santuario.
—Hay una mujer en tu cama, Rodrigo. Es June de Camaleón ¿no? ¿Cuánto tiempo lleváis juntos?
El español zanjó aquella conversación de forma tajante. Quería escuchar lo que tenía para decir pero no tenía humor para tolerar charlas irrelevantes.
—¿Qué es lo que quieres de mí exactamente, Aioros? —preguntó, serio.
—Ahora mismo saber si le amas. ¿Es solo sexo o le quieres?
El guardián de Capricornio se revolvió incómodo en la silla, trabando sus labios en una mueca que rozaba el mutismo forzado y la antipatía.
—Eso no te incumbe a ti, ¿por qué estás preguntándome eso? ¿Has venido a mi templo por la noche a beber mi café, proponerme un golpe y saber de mi vida afectiva? ¿Qué tienes en la puta cabeza, macho? Porque comienzo a creer que estás como una puta cabra, de verdad.
—Digamos que es información relevante. ¿Le quieres o no? Háblame, Rodrigo, dímelo.
—Rodrigo no es mi nombre y sí, la quiero. ¿Es eso lo que querías escuchar? ¿A qué tonterías absurdas has venido aquí? Te quedan 3 minutos de los 5 que te di y los estás desperdiciando.
—Ya. —asintió. —Y la cuidas, porque le quieres... ¿verdad?
—¡Es que yo me cago en tus muertos, chico! —resopló con fastidio. —¡Que sí, que sí; que la quiero y la cuido!, ¿qué coño tiene que ver ella con nuestra conversación y con tu puto momento majareta?
Los ojos de Aioros volvieron a interceptar los suyos en una mirada cercana.
—Yo también amo a alguien, Shura. Y también quise y quiero cuidarlo.
El español volvió a resoplar, rascándose el párpado con impaciencia. No entendía de qué iba el centauro pero a esas alturas ya no estaba seguro de querer saberlo.
—Vale. Enhorabuena, muchacho. ¿Quieres que le deje algún mensaje póstumo cuando cometas tu estúpida misión suicida? Porque estoy seguro que no has venido aquí a hablarme de amor, te quedan dos minutos, Aioros y voy en serio.
El guardián de Sagitario observó furtiva y momentáneamente la taza ahora llena y caliente con cierta tristeza, que el santo de Capricornio alcanzó a divisar.
—Sí, he venido aquí a hablar de amor. Todo esto se reduce al amor... al amor que nunca alcanzamos.
El español enarcó una ceja.
—¿Has bebido esta noche? Porque siento que estoy en un universo alternativo donde soy el dueño de un bar que desea cerrar pero no puede expulsar al tío borracho de la barra. Mira, chico. No soy el indicado para hablar de amor, porque no entiendo que tiene que ver tu pareja con un golpe al Santuario que defiendes, así que o me hablas claro o doy por finalizada la puta conversación entregándote a Dohko personalmente.
La mirada triste que antes espiaba la taza le alcanzó como un golpe en el estómago. Sus ojos verdes, siempre alegres y vivos, reflejaron brevemente un cansancio bastante desolador.
—Me enamoré perdida y locamente de Adrián. Adrián, sí, el mensajero de Dohko.
El español asintió como respuesta.
—Vale... sí, Adrián. Entonces lo del golpe al Santuario era metafórico, ¿verdad? Y solo vas a largarme un montón de palabras rollo "amigo enamorado". Creo entender... porque hay reglas estrictas que prohíben cualquier tipo de vínculo afectivo con el personal del Santuario... ¿es eso? ¿Quieres cometer una locura por él?
—¡No, Rodrigo! ¿por quién me tomas? En primer lugar no es una locura, es justicia y es mi derecho. Tú sabes muy bien que quien debería estar sentado en la sala del Patriarca soy yo y no Dohko.
La boca de Shura se abrió casi por completo, al compás de sus ojos, que por un instante parecieron querer escapar de su rostro asombrado.
—Madre mía del amor hermoso, es que a ti se te ha ido la olla completamente. —suspiró afectado. —¿Quieres tomar el Santuario por la fuerza de verdad? ¿Es que tú estás loco o qué? —se levantó. —Mira, no; no quiero saberlo. No quiero saber tu estúpido plan, ni tus locuras y——
—¡Escúchame Shura! ¡Solo escúchame! ¡Todo aquí está mal y lo sabes! No es Adrián, ¡somos todos! ¡Y eso te incluye a ti! Si estás acostándote con una chica está muy bien pero... ¡le quieres! Y quizás, ¡algún día le ames! ¡Te importa! ¿No te duele saber todo lo que tuvo que atravesar para convertirse en quién es ahora? ¿Lo que tú atravesaste? ¿Crees que eso es normal? Mi hermano tendrá un hijo, lejos de aquí... porque sabes lo que sucedería estando aquí, ¿no? El niño tendrá que criarse a golpes para ser digno de portar una armadura. Una armadura que le dejará preso y perdido, como todos aquí. ¿Crees que Mu es imbécil? ¿Aldebarán, Shaka, Milo, Camus? ¡No! ¡Es que quieren vivir, Shura, eso quieren!
—Si tanto te jode la existencia tu armadura puedes desertar, Aioros. —replicó, serio e inmutable.
—No. —aseveró, seco y furioso. —No es mi estilo, lo sabes. También sabes que aunque tenga que ir contra un Santuario entero por una idea noble lo haré. Si me voy, todo seguirá igual, ¿no lo ves? Habrá más Sagas, más Kanons, más Shakas, más muerte y dolor. Habrá más niños golpeados, fracturados, sangrando solos con algún maestro tirano que les deje en la oscuridad con fiebre, agonía y la desesperación de la más absoluta soledad... no hay lugar para el amor aquí. Puedes empalmarte, follar, comerte un coño esporádicamente, pero ni se te ocurra enamorarte porque probablemente veas caer a tu amorcito una y otra vez sin más en algún entrenamiento donde le muelan a palos. Así funciona, y con todo ese dolor, tendrás que cuidar de tus alumnos o de tus compañeros... como Camus cuidaba a Milo, como Saga cuidaba de mí, como yo cuidaba de ti... ¿crees que no me dolía limpiar tus heridas? ¿No te dolía a ti? ¿No te dolió asesinarme? ¡Me jode que no lo veas! ¡Todo este lugar que se encarga de luchar por el amor y la justicia y carece absolutamente de ambas!
El español no logró contestar, se limitó a observarlo en silencio por algunos segundos.
—Somos sol——
—Soldados, sí, lo sé... pero no lo elegimos, ¿o sí? ¿Vas a escucharme de verdad o solo vas a limitarte a contestarme obviedades para seguir justificando toda esta mierda?
Shura observó al centauro con atención. La luz de la luna griega se filtraba entre las columnas y llegaba a su rostro tiñéndolo con unas franjas claras que acentuaban el filo de su mandíbula y su perfil.
—Aioros... así funciona, lo sabes. Es nuestro destino, no es azaroso, es el destino.
—No. No lo es. No debería... al menos no así. Mañana me caerá un castigo que no veas por intentar ayudar a Saga a recuperar a su hermano muerto. El mismo hermano que este Santuario ocultó en una cabaña... ¡eran niños! ¡Y Saga era bueno, siempre lo fue y este sitio lo enloqueció, como enloqueció a su gemelo! Y a sus predecesores... y lo hará con sus sucesores, en un ciclo sin fin de crueldad en donde los críos son sometidos a padecimientos físicos y psicológicos sin ningún tipo de contención. ¿Recuerdas a Némesis? ¿La maestra de Milo? Pues ya te digo que nosotros somos privilegiados por ser caballeros pero... los sirvientes, los escuderos, los aspirantes... todos ellos sufren día a día cosas que ni siquiera podemos comprender. ¿Sabes? Adrián me ama, o me amaba, no lo sé... ¿quieres saber por qué?
El español asintió ligeramente invitándolo a continuar, dándole un trago a su café para aflojar el nudo que amenazaba por obstruir su garganta.
—Dime por qué, Aioros. —musitó.
—Porque fui el único que le trató decentemente y no le daba órdenes directas como si en vez de un ser humano fuera un siervo-sombra-robótico que solo está allí para coordinar reuniones con el Patriarca que defiendes. Porque años atrás salvé a una niña que jamás le importó a nadie que la atacaran por desertora. Porque soy un imbécil y un iluso, pero aparentemente soy un tipo noble. Ha terminado conmigo porque no podemos siquiera amarnos con libertad sin que sea degradado y castigado por... haberse enamorado de un santo de la orden. Nuestro romance se limitaba a pequeñas escapadas de algunos minutos que yo intentaba justificar ante Dohko con mensajes estúpidos. ¿A ti te parece justo? Porque a mí no.
—Pues no, a ver, lo que se dice justo, no me lo parece... pero sigo sin comprender... ¿qué es lo que quieres lograr exactamente y qué pinto yo en todo esto?
—Quiero cambiar las cosas aquí. No es por Adrián, no es la estupidez de un tío despechado. La noche que me dejó, me agradeció por haberle tratado con respeto... y no me parece ni justo ni bueno que alguien deba agradecerte por algo así. Todos aquí lo merecen. Desde el primer caballero dorado hasta el último de los empleados del Santuario. Probablemente Dohko me escuchará si nos rebelamos y——
—Oh, no has dicho eso... Aioros, de verdad, chico yo——
—Déjame terminar por favor. —le interrumpió. —No voy a cargarme a Dohko. Solo necesito un aliado... y ese eres tú. Eres mi compañero y me lo debes, Shura. Intentaremos cambiar las cosas por las buenas y si no funciona...
—¿Por qué yo y no Saga? Es tu amigo y ya tiene algo más de experiencia con eso de las "rebeliones" si la memoria no me falla.
—Porque no quiero arrastrarle a esto —confesó rápido. —Por una vez quiero que no sea el que meta la pata hasta las ingles. Quiero preservarle... que sea feliz y que por una vez, no esté en el ojo del huracán. Además, no lleva bien el control temperamental. Soy arriesgado pero no busco una carnicería, solo algo de justicia. Sé que Saga lo haría sin dudarlo pero... ahora mismo quiero que disfrute de su vida y de su hermano. Te necesito. A ti.
(Te necesito)
Volvió a darle otro trago en silencio, estúpido nudo.
—Solo quiero que este sitio sea diferente. Es lo único que quiero. Que las reglas cambien. Que no haya más niños llorando solos. Que no haya personal escondiéndose y personas maltratándoles por algo tan estúpido como un rango. Quiero que los que no tienen voz, la tengan. Quiero que podamos amar con libertad... Si Adrián no quiere nada conmigo, pues muy bien, pero que sea él quien elija a quien amar, y no una ley arcaica y estúpida. Y si le sale del culo acostarse con media orden dorada y no conmigo, pues da igual... yo lucharé por ese derecho.
El español enarcó su ceja oscura otra vez.
—¿Lucharás por su derecho a acostarse con otros?
Aioros asintió.
—Sí. Lucharé por su derecho a elegir. Por su derecho y por el de todos. Porque no haya más maestros de mierda metiéndote ideas de mierda mientras te rompe los huesos. Yo entrené a Aioria con amor y ha sido un santo más que digno. Shion ha hecho lo mismo con Mu. No más Némesis, no más Theodorus, no más Baxajaun. No más niños de orfanatos, Rodrigo... Tenemos un sitio lleno de aprendices ya, de jóvenes que sí desean ser caballeros... y los que no lo desean... pues que tengan el derecho a marcharse de aquí sin ser juzgados.
El recuerdo de su propio maestro le estremeció ligeramente. La humedad usualmente le recordaba también la fractura mal consolidada de su pierna izquierda y la imagen de aquella cabaña a los pies de la montaña fría de su España natal en Abaurregaina se le hizo carne. Aquella tarde que el pequeño Capricornio sintió su hueso ceder durante la caída en el barranco de Txusta, recordó que la vuelta a su frío "hogar" había sido el momento más desafiante de su joven historia. Su maestro se había negado a cargarlo, alegando que sufriría cosas peores en el futuro.
<<"Y no te atrevas a llorar. Eres un caballero, no una niña pequeña." Había sentenciado en ese instante. Pudo entender por un momento, las palabras de su compañero de armas. Niña pequeña. Sí, June sí había sido una niña pequeña y había corrido con el mismo destino que él, podía descubrirlo en sus manos colmadas de callos y su piel pálida llena de cicatrices.
Era un niño. La pierna rota le dolía y el txirimiri fastidioso se encargaba de empeorarlo todo. Deseaba gritar, deseaba llorar... y luego de aquellos kilómetros agónicos sin saber exactamente cómo, logró atravesar la puerta pesada de madera para encontrarse con aquella oscuridad húmeda de la casa de piedra que le vio derramar lágrimas en silencio tantas noches que a su psiquismo infantil le parecieron infinitas. Él era el Santo de Capricornio. Una fractura no era nada para él. Era su destino...
Tampoco quiso cocinar para él, alegando que al volver al Santuario tendría que hacerlo solo. Apoyándose en su pierna buena y sobre su costado derecho moviéndose sobre la mesa, logró asar rápidamente una txistorra y cocinar unos huevos para acompañar. Nunca, a pesar de ser un huérfano sin arquetipos parentales, había sentido tanta soledad y desamparo.
Comió pronto, cegado por el hambre y la angustia, antes de casi arrastrarse dolorosamente hasta el baño y darse una ducha para observar su pierna inflamada y colorida. Se preguntó si debería hacérselo ver, pero supuso que si fuera grave, su maestro se encargaría. Estaba equivocado.>>
El hombre adulto en el que se había convertido acarició su muslo izquierdo de forma inconsciente mientras observaba absorto en su café la casa de piedra, el cielo gris de Nafarroa, la txistorra, su pierna morada. También pudo ver en aquellos pensamientos cinematográficos, las caricias de la joven que ahora dormía en su cama... su cintura perfecta atravesada por finas cicatrices ligeramente más oscuras, como el dibujo cruel del látigo que finalmente ella había logrado domar. Cerró los ojos y estacó su mandíbula por un instante. Aioros lo observaba en silencio... finalmente, luego de algunos eternos minutos, lo miró a los ojos.
—No lastimaremos a nadie. No somos Saga. —sentenció el español.
El centauro asintió.
—Te doy mi palabra, Shura. —aseguró, honestamente. —No quiero lastimar a nadie y no lo haré, pero reclamaré lo que me corresponde para poner las cosas en su sitio. El Santuario necesita una óptica más... joven. ¿Me ayudarás?
Volvió a acariciar su muslo izquierdo y luego de terminar su café de un trago silencioso que impacientó a Aioros, lo miró.
—Solo dime cómo y lo haré.
Para cuando Saga abrió su portal dimensional, Milo y Camus se habían ido ya y la sala estaba vacía y oscura. Acomodó todo como un Papá Noel altísimo y jovial, dejando dos notas escritas con su puño y letra.
La primera, escrita con una caligrafía rápida y algo irregular la leyó un adormilado Aioria quien se cagaba en Shaka y sus charlas nocturnas que le habían robado preciadas horas de sueño, en sus tés de mierda, en sus inseguridades, en su pubis rubio, en el subcontinente Indio, en Buda y cuando tropezó con su pie descalzo en la oscuridad con la caja cargada de vajilla robada, también en Ganesha, si cabía. La leyó cuando logró dar con el interruptor de la luz.
"Estimados desertores:
Gracias por vuestra ayuda. Mi hermano está vivo gracias a mis antiguos colegas y si mi corazón no fuera una piedra hecha de tiranía y síndrome de Hubris, estaríais todos en él.
(O quizás, solo intento esconder en estas estúpidas palabras la tranquilidad, la alegría y la paz que me habéis obsequiado.)
En síntesis: gracias. Supongo que adornar más esa palabra es en vano. Me habéis devuelto la vida y ha sido un placer haberos despedido oficialmente de la orden con una misión al Inframundo, ¿a que no soy un compañero divertido?
Creo que extrañaré algunos rostros por aquí, pero sabéis dónde encontrarme y cómo. Estaré eternamente a vuestra disposición.
PD: En otro orden de las cosas a Aioros se le ha ido la pinza y decidió que robar medio templo circular era una buena idea, así que Camus, supongo que reconocerás tu colchón y tu vajilla, entre otras cosas. También encontré algunos objetos que creo te pertenecen y debes llevar contigo en esta nueva vida. Os deseo suerte en esta novedosa etapa.
PD2: Ratatouille: se dice "vete a tomar por el culo" y no a "tomar un culo", puedes ir a tomar el aire, pero no un culo. Te he dejado una nota cerrada que ya comprenderás. Gracias a ti también.
Atenta y cordialmente,
Saga Noel."
El antiguo león sonrió ligeramente, barriendo una lagaña con el dedo antes de arrastrar uno de los colchones a la habitación que compartiría con Marin, para acomodar a la bella durmiente japonesa sobre su nueva "cama" con cuidado. Luego de hacer lo mismo con la francesa que se había ovillado en un rincón presa del cansancio, dejó la nota cerrada junto a sus cosas y aún con aquel gesto divertido en el rostro, apagó la luz para dejarles dormir, esta vez, más cómodas.
Besó la frente de su novia y se alejó en silencio.
—¿Que por qué te amo? —indagó Milo con una sonrisa divertida. Camus lo observó ligeramente avergonzado, temiendo haber hecho una pregunta estúpida... pero le interesaba saber. Quería saber por qué alguien amaría a una persona como él, considerando que sin quererlo ni desearlo, le había hecho sufrir con su silencio y su distancia.
—Sí. —contestó el francés. —Quiero saber por qué alguien como tú, que podría salir con cualquiera que deseara, me ama a mí. ¿Por qué pudiendo elegir a cualquiera... me has elegido a mí, que no he hecho nada para merecerlo? ¿Por qué... si Aioria siempre ha estado ahí para ti, por qué no te has enamorado de él? ¿Por qué yo?
La música griega de uno de los bares seguía atrayendo turistas, con sus luces coloridas. El sonido del mar entrecruzaba acordes con un busuki veloz y alegre. Milo tomó su mano, acercándolo a él para acomodarse a su lado. Lo miró con sus ojos enormes, azules y ligeramente rasgados y sonrió.
—El amor no es una ecuación, Cam. Supongo que tienes razón en que podría haber elegido a alguien más y lo hice, corporalmente elegí muchas veces a otras personas, creyendo que podría olvidarte... pero el amor no funciona así. Solo lo sientes... como lo siento yo ahora mismo. Porque cuando lo sientes, no puedes sentir nada más. Como yo cuando te veo. Jamás sentí eso por Aioria, él es... otro tipo de amor. Es mi hermano, ¿lo entiendes? Y sí, sé que dirás que no te acuestas con Marianne, pero... él era mi amigo y nos acostábamos... y no lo amo ni lo amé nunca de forma romántica, simplemente porque el cachorro no es... no es Camus. Desde que era un crío que no podía quitarte la mirada de encima, porque es que no podía... y mi estómago daba vueltas cada vez que alguien mencionaba tu nombre... o escuchaba tu voz. ¿Sabes cuando la sola presencia de alguien te desestabiliza física y mentalmente? Bueno, todo eso sentía yo... y lo sigo sintiendo porque... cuando te veo sigues siendo aquel niño de las erres graciosas...
—Ese niño está muerto, creo. —murmuró el galo, algo perdido.
—No lo está. Puedo verlo... en tus ojos y en tus acciones... Ese niño me siguió al hospital, ese niño leyó para mí. Ese niño me confesó su amor y aún está ahí, en el deseo latente de una vida nueva. ¿No crees que es hora de dejarle volver? Creo que no está muerto, solo muy asustado. Se ha escondido... pero lo veo. Siempre lo vi y siempre lo amé.
El francés sonrió ligeramente.
—¿Crees que seremos felices?
—Sí. Y también viviremos momentos de mierda, así funciona... pero sé que estaré ahí para ti y que tú estarás ahí para mí y eso es todo lo que me importa. Saber que por primera vez en mi vida tengo la oportunidad de descansar junto a ti... que puedo abrazarte sin el peso de mi armadura. Y respondiendo a tu pregunta... te amo porque sé quién eres en realidad. Porque lo que te ama no es Milo, es mi alma, es algo más. Es la sensación en mi pecho cuando te nombran, es la calma de tu presencia en mi cama. Y tus piernas, Cam, vaya piernas, hijo mío, que de mirarte el culo algún día me romperé el cuello.
La carcajada del francés salió expulsada por su caja torácica como un arrebato epiléptico... reía. Reía y podía permitírselo.
Reía porque... en aquella nueva vida, aquello estaba muy bien. Se lo permitió, novedosamente, estallar en aquella risa tonta y sonora.
—Anda, pero si te hago reír...
El galo sonrió, asintiendo, perdiéndose en su mirada.
—Lo haces, sí. Siempre lo has hecho... siempre me gustó eso de ti.
Milo enarcó una ceja divertido.
—Pues antes te reías pa' dentro porque en tu cara no se notaba... —comentó alegre. —Pero... me encanta que lo hagas, Cam... tu risa es una canción. Una bonita... Una canción que me gustaría escuchar siempre.
Asintió acercándose a él para mirarlo tan profundamente a los ojos como pudo, como si un hilo conector uniera sus dos espíritus a través de sus pupilas.
—Pues escúchala. Yo cantaré para ti. Yo reiré para ti.
La boca del griego lo alcanzó suave, ansiosa y a la vez, dulce. Sus comisuras se cerraron con un encastre perfecto, ejerciendo la presión adecuada para profundizar un beso adornado de buzukis y luces coloridas que danzaban sobre su cabello en la lejanía.
—Te amo. Te amo tanto, Camus Dubois... te amo tanto que aún si intentara alejarme, mi alma te seguiría buscando... una y otra vez. A ti y a——
—A mi culo, sí —rio el galo nuevamente. —Pues el tuyo ni tan mal, eh.
La sonrisa de Milo invadió su rostro llena de dientes enormes. Se sentía tan pleno que aunque intentó recordar un momento de su vida similar no lo consiguió.
—¿Sabes? Me ha quedado una cicatriz muy chunga en el pecho pero aún estoy bueno. Y mi culo está muy bien, tanto entrenamiento no fue en vano... si algún día quieres explorarlo más en profundidad... no voy a oponerme, francés.
Camus levantó sus hombros en un gesto divertido y despreocupado.
—Ya no hay dolor ¿no? Porque podría simplemente coger tu cintura así... y...
Su brazo fue rápido y lo que comenzó siendo una caricia guiada por su columna vertebral descendió pronto hacia su pierna, trazando un dibujo sensorial perfecto mientras se acercaba peligrosamente a su vientre, persiguiendo el surco de su hueso ilíaco hasta su final... lo que puso en alerta naranja al griego, que pasó de observarlo alegre a entrecerrar sus ojos en un gesto lujurioso y visceral.
—¿Y qué harás luego? —preguntó Milo con la voz ligeramente entrecortada, deslizando su lengua instintivamente por sus dientes como un animal que se relame ante una posible comida, manteniendo su mirada fija, hipnotizado.
El francés se levantó como respuesta, estirando su mano para ayudarlo a incorporarse, sin dejar de mirarlo con sus ojos azules.
—¿Por qué mejor no volvemos a casa y te lo muestro? Tengo algunos planes para nosotros. —comentó, sintiendo su propia erección pulsátil despertar rápidamente. —Entre ellos, ponerte de espaldas a suspirar mi nombre.
No podía ver su rostro, pero sí la palidez de su espalda moverse enérgica y rápidamente. Las estocadas le provocaban un intenso dolor en la pierna mala pero oculto bajo su deseo primitivo la sensación llegaba a él como un eco sordo y lejano. Movía sus caderas en un frenesí desesperado, arrastrado por el sonido de los gemidos y la presión que ejercía sobre su miembro. Ya pensaría luego que calmantes meterse para callar aquel rengueo forzado, ahora mismo no había espacio para nada más.
—¡Así, más rápido! —escuchó oculto en sus omóplatos, sus jadeos casi agonizantes. —¡Ah, Ikki!
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