Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

42. Mon petit lapin

Hola, hola!!!

Olvidé en el capi anterior, contarles la anécdota de Nietzsche (que quizás a nadie le importe XD) Voy a copiarles un pedacito, que si se las suda la historia, pueden saltear:

"Friedrich Nietzsche cruza la plaza Carlo Alberto y se topa con un cochero que azota con el látigo a su caballo, rendido, agotado, resignado, doblegado en el suelo. Nietzsche, hondamente dolido, herido en lo más profundo de su alma, se arroja sobre el caballo, lo abraza y comienza a llorar.

Los relatos del incidente varían según los autores. Unos dicen que le susurró palabras que solo él, el caballo, podía oír. Otros dicen que permaneció en silencio, llorando, quizá hablándole sin pronunciar palabra. Pero todos coinciden en que fue un episodio crucial en la vida del filósofo alemán: el momento en el que perdió lo que la humanidad llama "razón" y, de alguna forma, rompió para siempre con esa misma humanidad, que lo consideró desde entonces un perturbado. Permaneció junto al caballo hasta que fue detenido por desórdenes públicos."

Luego de este momento, no volvió a ser el mismo jamás.

En fin, basta de palabrerío. Gracias por sus mensajes, sus comentarios, su amor, si supieran lo muy muchísimo feliz que me hacen, de verdad salvaríamos foquitas bebes de su depredación. 

Mía ♥


"Mon petit lapin
S'est caché dans le jardin
Cherchez-moi, coucou, coucou
Je suis caché sous un chou
Cherchez-moi, coucou, coucou
Je suis caché sous un chou"

"Mi pequeño conejito, 
se esconde en el jardín,
¡Búscame, coucou, coucou!
Estoy escondido bajo un repollo,
¡Búscame, coucou, coucou!
Estoy escondido bajo un repollo"

Mon Petit Lapin - Canción infantil francesa


Atenas, Grecia

La cabaña era pequeña y solía ser, previo a la mudanza improvisada, el hogar de Jabu, quien decidió ceder su espacio mientras trabajaba incansablemente para limpiar y reconstruir aquel Santuario acéfalo y destrozado. Ahora, no era su hogar; había pasado a ser un hospital improvisado (las cabañas destinadas para ese fin eran escombros ahora mismo) donde Shun, Hyoga e Ikki, descansaban. Los hermanos habían decidido
(Ikki)
quedarse juntos... y Hyoga, con sus fuerzas renovadas al volver de aquella muerte agónica, a pesar de sus diferencias con su cuñado, se mantuvo firme en la decisión de quedarse a ayudar. Cocinaba, vigilaba sus heridas (las de su pareja, porque el nuevo león se rehusaba a ser ayudado) y realizaba cualquier tarea básica que a los otros se les pudiera escapar.

—¿En qué piensas? —preguntó Shun, curioso, al detectar los ojos celestes del ruso abandonarse en el paisaje siniestro de la ventana de madera. Lo observó con su característica calma, pero llevaba un buen rato notándole preocupado.

—No es nada... —mintió rápido el cisne, devolviéndole una sonrisa que el nuevo Virgo pudo descifrar rápidamente. No necesitaba más que tres pestañeos dubitativos para leer su rostro como un poema.

—¿Camus, quizás? —quiso saber.

En líneas generales lograba que Hyoga se comunique, pero atravesar la crianza de su maestro era difícil. El ruso solía intentar, sin éxito alguno, ocultar su tristeza. Asintió.

—Sí. Me pregunto si estará bien. —confesó casi sin querer.

La mano de Shun, pálida y decorada con algunos callos que a él le gustaba besar, se acercó suave para buscar la suya.

—¿Por qué no le contactas? Estoy seguro que él——

Ikki intentó ocultar la risa, pero no lo logró. Una carcajada sardónica y seca, acompañada por una tos algo ronca se escapó por su boca. Si había un rasgo en su cuñado que le fastidiaba más que nada, era su putísimo síndrome de Estocolmo con el idiota del santo de Acuario. La cabeza del ruso giró con cierta violencia, para dedicarle una mirada poco amigable.

—¿Disculpa? ¿Dije algo gracioso?

—Bueno, ya que lo preguntas... —comenzó a responder el antiguo fénix, pero su hermano intentó detenerlo, llamándole la atención con el chasquido rápido de su lengua.

—Tss... Ikki. No sigas.

—Él me ha hecho una pregunta y estoy en mi derecho de responder, Shun.

Su joven hermano frunció el entrecejo.

—No, responder no te da derecho a ser cruel y lo serás. No tienes que ser desagradable todo el tiempo, ¿sabes? Podrías tomarte un descanso de tanto en tanto.

Ikki volvió a sonreír.

—Vale, el gran Camus. Claro que está bien, chico. Soldado que huye sirve para otra guerra.

El rubio no necesitaba un cerebro privilegiado para leer entre líneas porque el tono de su cuñado era tan claro como el agua. Entre la fina línea divertida que dibujaban sus labios, su gesto y su mirada de "yo-lo-sé-todo-y-los-demás-son-imbéciles" podía entenderse un mensaje claro: "Tu maestro es un cobarde de mierda".

—Él no estaba en el Santuario. —se limitó a contestar. Sabía que si decidía arbitrariamente ir al choque con Ikki, el único perjudicado emocionalmente sería Shun. A Ikki le encantaba discutir y a él, le daba igual lo que el nuevo león piense... pero a su hermano le dolía y podía comprenderlo. Shun suspiró, con un dejo de fastidio evidente a modo de advertencia... advertencia que al mayor no le importaría.

—Ni Saga, ni Aioria, ni Kanon, ni nosotros. Y todos volvimos, ¿no? De hecho, tengo abierto el pecho y una pierna me cojea, probablemente de recuerdo para toda la vida ¿no te jode? Porque peleamos. Todos. Tú cuidabas Acuario, porque Camus prefirió cuidarle el culo a alguien más y el que murió fuiste tú, su adoradísimo alumno. Seiya tuvo que buscar tu brazo como en Tesalónica, pero eh, hombre, que vamos a comenzar las loas para el gran Acuario. ¿Sabes qué? Me da igual, chico. Si quieres vivir lamiendo las botas que se cansaron de patearte la boca, enhorabuena... pero no esperes que me siente aquí a escuchar otro gran relato del Santo de Oro más increíble del mundo porque me aburre. Me aburre y me indigna.

—Ikki, ¡para ya! —exigió Shun, intentando levantarse con un gesto ligero de dolor. —¡Que ya estoy hasta aquí de tu crueldad innecesaria!

Hyoga trabó la mandíbula y creyó por un instante, que se la dislocaría.

—¿Crueldad innecesaria? Yo sí reconozco la crueldad cuando la veo y créeme, hermano, no soy yo. Yo peleo junto a él desde hace años y si algo le sucede, el que le pondrá el cuerpo a esa batalla seré yo, hasta morir si es necesario. Yo peleo y cuido a mis compañeros, no los abandono. El hombre al que tu novio le canta odas es el mismo que se encargó de tomar el corazón de ese patito y destrozarlo, no una, sino mil veces, para luego pirarse de aquí y dejarlo morir. Eso, Shun, es crueldad innecesaria. ¿Es que no lo ves o solo no te atreves a decirlo en voz alta? —se giró para mirar a Hyoga, directamente a los ojos. —Tú veneras a un hombre que no te valora, que nunca lo ha hecho y que nunca lo hará. Sigues repitiendo sus palabras, como si te hubieran lavado la cabeza, y cocinando sus recetas... pero ese hombre es, fue y será un hijo de puta. Me jode que en este puto mundo injusto, además de todo lo que nos ha tocado vivir, creamos que eso es bueno... y no, hijo mío, no lo es.

—Ya, porque el nuevo Santo de Leo tiene un corazón enorme y lleno de amor. —replicó Hyoga, herido. Sabía que algo en las palabras de Ikki podía lastimarlo, pero no lograba descifrar qué.

—Pues el nuevo Santo de Leo estará en su templo y cruzar la quinta casa será imposible para cualquiera, no solo para mi alumno al que asesinaré con saña.

El puño de Shun aterrizó sobre la mesilla forzando un golpe seco que finalmente terminó por silenciar a su hermano.

—Si sigues hablando me levantaré de aquí y me iré. Sabes que te quiero y eres mi hermano, pero nadie va a ofender a Hyoga en mi presencia. Ni tú ni nadie. Si no puedes comportarte como un ser humano decente y tener empatía con la persona que elijo amar, entonces me forzarás a elegir y no te gustará, créeme.

—Oh, ya veo, ¿elegirás a tu novio sobre el hermano que te cuidó toda la vida? ¿así funciona?

—No, elegiré al que no sea una persona gratuitamente cruel con aquellos que amo y ahora mismo, ese eres tú, Ikki. Y por cierto, tu pregunta es un golpe demasiado bajo, incluso para ti. Si no te conociera y supiera quién eres en realidad, me parecerías un loco psicópata sin emociones.

Su hermano mayor masculló algo para si mismo y volvió a acomodarse en la cama, luego de mover su pierna lastimada que comenzaba, nuevamente, a supurar un líquido viscoso. Tendría que cambiar el vendaje pronto.

—Lo siento, Shun. —murmuró por lo bajo, de mala gana. —Quizás mis formas no son amables, pero me fastidia la injusticia de todo lo que veo.

—No es a mí a quien debes pedir esas disculpas. Creo que te equivocas de receptor. —contestó, con un gesto de desaprobación. El ruso volvió su mirada a la ventana. Las disculpas poco sinceras de su cuñado solo le fastidiarían aún más.

—Ya. Lo siento, Hyoga. —murmuró, remarcando su nombre. —No voy a retractarme, pero siento decir lo que pienso de una forma... algo poco empática.

"Algo poco empática" significaba, en idioma Ikki, convertirse en un dragón gigante que decretaba sus verdades escupiendo bolas de fuego que no dejaban a nadie con menos de quemaduras emocionales de tercer grado. El rubio asintió como respuesta, pero había perdido el apetito y las ganas de cocinar, especialmente al nuevo león, al que de buena gana le prepararía una tarta de cianuro.

Shun se sentó con dificultad para alcanzarlo y volver a coger su mano.

—Hyoga... creo que deberías hablar con él. Creo que deberías hablar con Camus. Es solo una sugerencia pero creo que ayudaría.

El ruso no quería voltear, porque implicaría que sus ojos claros se mostraran, nuevamente, brillosos. Aquellas palabras siempre calaban dentro de sus inseguridades como dagas.

—¿Y decirle qué exactamente? Está bien, todo está bien. De verdad. Quizás Ikki tiene razón y deba simplemente, ser algo más objetivo.

No supo si fue que el rubio le había dado la razón, o las evidentes lágrimas en la mirada del cisne, pero algo aflojó dentro del nuevo león.

—¿Sabes? Creo que mi hermano tiene razón. —comentó, esta vez, ligeramente más suave. —Quizás podrías decirle cómo te sentiste y escuchar su versión. Después de todo, eso se supone que hacen los adultos: hablan. Si fuera tú le diría también que fue un hijo de puta y le agregaría un gancho en la mandíbula, pero eh, ojo, si yo fuera tú... tú puedes obviar esa parte y salteártela si quieres.

El nuevo santo de Virgo observó a su hermano con una ligera sonrisa.

—Eso no estuvo tan mal, Ikki.

—¿A que tengo mi encanto? —preguntó, enarcando una ceja. —Por cierto, la hermana de Camus, ¿sabías de ella, de su existencia?

El ruso negó.

—Nunca la mencionó. Nunca la vi... supongo que hay cosas que no sé de él.

—La conocí cuando cuidaba Leo, Shaka se desvaneció y me buscó. No encaja una erre en su lugar pero parece más simpática que el francés. Deberías agradecerle a ella la armadura de Virgo. Creo que fue el motivo por el que se fue de aquí.

—¿La hermana de Camus y Shaka? —preguntó Shun curioso.

—Bueno, fui su vecino momentáneamente y soy bastante espabilado. No necesito verles echarse un casquete para saberlo. Como cuando tú querías venderme la moto "Hyoga es mi amigo y nada más" sí, claro, hombre, tu amigo...

—Creo que si lo ha dejado por amor, es bonito. —aseveró su hermano menor con una sonrisa. —¿Tu no lo dejarías por amor, Ikki?

El antiguo fénix carcajeo nuevamente.

—¿Amor? ¿Yo? ¿a ti el pato te ha dejado tonto o qué? Yo no me enamoro. —zanjó. —El amor es para los estúpidos que no se aman a sí mismos y necesitan que alguien más reafirme su existencia. Estoy muy bien solo, ¿con qué fin perder mi preciado tiempo? 



Milos, Grecia

Saori aguardó que todos se retiraran para darle unos minutos con Shion, su consejero, quien la puso al corriente de la situación del Santuario y la misión suicida que habían intentado, con éxito, llevar a cabo. Contestó con toda la veracidad posible esquivando algunas balas, (aún sabiendo que probablemente les traería problemas) excepto por un pequeño detalle.

—Tomaré absoluta responsabilidad sobre los actos de Shaina. Siendo mi alumna, creo que si hay alguien que pueda tomar su sitio ante un posible castigo impuesto, soy yo. Shaina actuó bajo mi permiso


Allí estaba, Pérouges.

Volvió a inhalar profundamente, cerrando sus ojos para percibir con todos sus sentidos aquella escena. El olor, azúcar quemado; supuso que se encontraba cerca de la ventana donde su hermano y su madre llevarían el dinero a cambio del premio mayor: un trozo de la galette dulce, especialidad del pueblo.

Divisó el cartel pronto: "Galette pérougienne: spécialité de l'ostellerie depuis 1922" Sonrió.

—¿Podemos comer? No entiendo este... viaje. —comentó confundida. —¿Esto es solo mi recuerdo?

Shaka asintió.

—Tus recuerdos, sí. Esto es solo una ilusión. No podemos comer pero... puedes ir donde tú quieras, solo debes guiarme.

—¿Cómo puedo guiarte?

—Sintiéndolo. —contestó él, con cierta simpleza, observándola curioso. Era la primera vez que utilizaba una técnica similar con el fin de hacer feliz a alguien y no dañarlo, como había hecho tiempo atrás, con Ikki.

—¿Y puedes ver todo de mí? —preguntó ella algo avergonzada.

El indio volvió a asentir.

—Sí, puedo. Eso no significa que lo haré. Solo veré lo que tú quieras mostrarme.

La francesa lo observó en silencio. Aquello la intimidaba un poco y aún no comprendía la dinámica exacta de lo que sucedía allí pero se sintió levemente abrumada. Shaka notó inmediatamente su incomodidad.

—Marianne, podemos volver si quieres. Creí que... venir aquí te haría sentir mejor, si he sido torpe yo...

—No. —negó ella. —Está bien. Es bonito y... me gusta al menos visitarlo de esta... forma. Tú, haces lo mismo con mis pesadillas, ¿verdad?

Asintió, avergonzándose él esta vez. Quizás, la había cagado. Había intentado hacer algo bueno y él, Shaka el estúpido vincular, la había cagado. Tomó nota mental de hablar con alguien que le diga los SÍ y los NO de lo que se suponía que debía hacer con su novia, probablemente Marin fuera la indicada. Temía espantarla y sin embargo, él era eso: todo eso que podía espantarla de un momento a otro. Volvió a recordar a Milo diciendo que huiría sin remedio, como su hermano.

—Bueno, sí. Lo hago. No quiero que sufras y pareces... hacerlo. Mierda, yo... lo siento, no debo entrometerme.

Ella se acercó para abrazar su cintura de forma suave antes de besar su hombro.

—Es bonito, lo que haces por mí. Sé que me cuidas... y... eso es bonito. ¿Por qué tienes miedo? ¿Tienes miedo... de mí?

La cabeza del indio dudó un instante antes de negar.

—Tengo miedo de mi mismo. Creo no estar acostumbrado a que... me amen y temo hacer algo torpe que te espante... y creo que todo yo tiene esa capacidad de espantar. Todo lo que soy. Milo dijo que probablemente huyas y eso... me devastaría. —confesó. —Podemos volver si es lo que deseas. Yo... —inhaló profundamente antes de exhalar de forma pesada y extendida. —No sé hacer sin indicaciones. Necesito aprender cosas y cómo darte lo que necesitas, porque no lo sé. Necesito que me digas cómo, Marianne, porque... necesito indicaciones.

Aquel Shaka de Virgo seguro de sí mismo y listo para cualquier batalla se había desvanecido junto a su armadura, había muerto en aquella batalla, en la mano veloz y suave de Macaria.

Shaka Raj Gadhavi, en cambio, como un Clark Kent rubio y extremadamente lacio, había salido al mundo para darse cuenta de que desconocía la clave de las interacciones más íntimas y en aquella carencia, se sintió completamente desnudo, frente a la mismísima kryptonita: el amor. Prosiguió, en aquel vómito de confesiones que le ahogaban profundamente en un remolino de vulnerabilidad.

—Yo sé el nombre exacto de todos los huesos, articulaciones y músculos de tu cuerpo y sin embargo, no comprendo cómo tocarte. Aioria, él... no creo que recuerde cinco, pero sin embargo, sabe qué hacer para que Marin le ame. Yo quiero saber también. ¿Sabes? Cuando... creí que tú y Saga... —hizo una pausa para aclararse, pero no funcionó, expresar sus emociones (o acceder a ellas) era desafiante. Optó por limitarse a ser tan honesto como pudo. —Temo perderte y cada paso que doy me aterra, no creo ser lo que tú necesitas o quieres. Temo que un día simplemente lo notes y yo me convierta en aquel ex novio sin experiencia del que te avergüences.

Marianne asintió, con una sonrisa cansada.

—Sabes cómo tocarme. Me gusta cuando me tocas. ¿No puedes notarlo? ¿Verlo en mí? ¿Lo que haces por mí?

Quiso responder que sí, pero la realidad era que no. Podía intuirlo, sí, pero aún le costaba pescar la diferencia entre un gemido de pasión y uno de dolor, después de todo, no habían pasado demasiadas noches juntos. Podía sentir su propio placer evidentemente, pero el ajeno se le escapaba. Jamás había visto una escena sexual previamente y no sabía cómo se suponía que debía ser.

—Temo lastimarte y solo sé dos cosas con certeza: que es para lo único que soy bueno, y que jamás querría lastimarte a ti.

Ella respondió con una leve afirmación de cabeza. El griego comenzaba a costarle y mucho. El cansancio físico y mental que había quedado sobre su mente como una resaca, se habían llevado su capacidad de conjugar y acertar. Podía comprender lo que le decía, pero el idioma le resultaba demasiado insuficiente para contestar como deseaba.

—Llévame. —pidió la francesa. —Llévame allí. Yo lo sentiré. ¿Así funciona? Deberías verlo... deberías verte. En mis ojos, Shaka.

(Les yeux sont le miroir de l'âme, ShakÁ)

Lo hizo.

<<Aquellos recuerdos nítidos a través de su mirada le devolvieron al jardín, a su propio jardín, en el Templo de Virgo. Podía verse a sí mismo a través de los ojos divertidos de una frustrada Mimi, que espiaba un libro en francés al compás del reto de
(tigganou, ShakÁ)
su propia voz, que se escuchaba suave y lejana.

Sintió el tambor de su corazón arrítmico en primera persona, latir por él, cuando se acercaba para remarcar algún error y el rubor de sus mejillas. Se vio a sí mismo, con sus ropas holgadas (que extrañaba infinitamente) y sus ojos cerrados. Su sonrisa milimétrica, su nariz arrugada.

Pronto fue arrastrado frente a un plato: la galette, el calor de su pecho donde afloraba un amor combinado con cierta admiración y aquella primera cita que él había padecido tanto. Pudo verse enfundado en aquella camiseta azul y extraña, y esta vez, se encontró con su imagen en el recuerdo de Marianne, quien también balbuceaba tonterías nerviosas. Volvió a aquel primer beso, que había despertado el deseo de su cuerpo y se asombró al descubrir que la joven ansiaba aquel encuentro con intensidad. Un primer beso torpe y cargado de dientes, que pronto se transformó en su novedosa experiencia sexual. Pudo verse, a sí mismo, lo que le provocó una ligera vergüenza tonta.

Y lo sintió.

Sintió la ansiedad del encuentro en el pecho acelerado de la joven, su recuerdo dulcemente atesorado, su placer, su primer abrazo, aquella noche donde se rindió pronto al agotamiento (y donde descubrió que no la había aburrido, sino que como había dicho Marin en aquel entonces, simplemente estaba muy cansada). No tenía que explicarlo en ningún idioma, porque simplemente, podía mostrárselo y hacérselo sentir. Aquellas imágenes colmadas de emociones, lo llevaron pronto al dolor que sintió cuando decidió, por orden de Camus, terminar la relación. Pudo verla llorando, en la habitación, en el jardín, oculta detrás de algún libro.

Volvió al enojo crudo de Marianne, a su discusión de las pastillas en la cocina llena de frascos... a su posterior desmayo, cuando las cosas en el Santuario iban a ponerse feas.

Sintió la desesperación y la angustia en la joven al ver su cuerpo caído, y el dolor de sus piernas al correr escaleras abajo abrumada por el miedo, gritando en un griego torpe que necesitaba ayuda. Ikki, intentando calmarla para lograr entenderle. Su intento de explicación.

("¡Necesito ayuda, ShakÁ necesita ayuda!"
"¿Qué sucede?"
"¡No lo sé! ¡Necesita ayuda!)

Aquel cambio de escena lo arrastró a la cocina, donde vio la espalda de la joven. El Santo de Virgo dormía afiebrado en la habitación y ella cortaba cebollas de forma nerviosa. Era un tonto, sí, pero temía que algo malo le sucediera. Preparó la sopa, con el corazón de un pájaro asustado.

Vio aquella confesión. Volvió a sentir el placer de aquella última vez juntos, la confesión y la ilusión de que esta vez, sí lo lograrían. Luego, los estruendos y temblores, para verla nuevamente desnuda, pero esta vez, de pie: recibiendo aquella despedida improvisada junto a su vestido y un último beso.

Y el llanto.

Su pie lastimado camino al hospital. Estaba demasiado muerto entonces para saber lo que ella había sentido al marcharse de allí pero las imágenes transcurrían tan vívidas como en aquella última película de Cinema Paradiso hecha de recortes de escenas de amor. Vio a Saga, en el hospital. Observó el reencuentro con Camus... y lo que sería una imagen recurrente: Marianne llorando, usualmente acompañada por Marin. La carta... pudo ver su rostro y sentir su dolor, tan propio como si hubiese sido él.

Reapareció en Paris, junto a Saga, para escuchar como un espectador sorprendido aquella conversación donde ella solo podía manifestar lo mucho que lo extrañaba. Se encontraba tan inmerso en los recuerdos de la joven, que pudo sentir como un eco fuerte, la nostalgia de aquellos besos que sabían a canela y sus propias manos, tocándola y provocándole algo novedoso, un amor nuevo, diferente.

Marianne le obsequió un último recuerdo. El reencuentro. El alivio de oír su voz y el deseo de compartir con él, su mundo. La sensación de calma y plenitud al sentirlo aquella noche, junto a ella, después de tanto tiempo.

Sintió, en la memoria de su alma, aquel secreto desvelado: ella lo amaba porque él era quien, con sus sopas y sus lecciones pacientes, le había devuelto aquella sensación de cuidado y protección, sin abrumarla. Su amor silencioso, compañero y leal, le habían devuelto la seguridad y el deseo de verle, mañana tras mañana, preparando minuciosamente su taza de café con la cantidad exagerada de leche que le gustaba. A pesar de que ella desconocía la existencia de sus nuevas listas de compras, que incluían todos los alimentos que ella disfrutaba, y de aquellas escapadas rápidas en búsqueda de café o leche para que la joven desayunara, pudo ver que todo lo que él hacía, de forma natural, Marianne lo había convertido en un tesoro.

Y no, no le resultaba aburrido.

Sus relatos le fascinaban y le obsequiaban una nueva visión del mundo. Él preparaba la comida y ella repetía los ingredientes en un griego tosco, a modo de juego, perdiéndose ligeramente en sus cabellos tejidos de sol y su rostro pálido. Él, con paciencia y unos ojos muy cerrados, los repetía también para ella, enseñándole el idioma a través de anécdotas, historias y recetas.

"¿Y eso?

"Ladoo. ¿Sabes? En India hay muchos festivales y suelen prepararlo como ofrenda porque según el hinduismo, que es la religión más influyente del país, a Ganesha le gustan mucho."

"Pero tú eres budista."

"Lo soy, pero me gusta el coco, la receta y la comida de la India. ¿A ti no?"

Aquel atisbo de sonrisa que parecía un corte pequeño en su comisura izquierda, había terminado por conquistar su corazón y arrastrarla a divertidas aventuras en búsqueda de ver una más, y otra, y otra y luego otra.

"No conozco India..."

"Ni yo Francia... pero ahora sabes preparar Ladoo. ¿Quieres probar?"

Su compañía en aquel jardín bajo el sol. La armonía inexacta de sus tés especiados. Sus luchas incesantes tras el diccionario... todo eso era Shaka y todo eso era amor. El más bonito que atesoraba su corazón, lleno de cúrcuma y pimienta. Su beso de canela y miel y sus caricias suaves y exploradoras. Era nada y a la vez, lo era todo... porque era su propia naturaleza. El amor, era él mismo.>>

Se detuvo, ligeramente impactado y con tantas sensaciones que su cuerpo no lograba procesarlas a la vez.

—No sabía... que te sentías así. —murmuró él, como si en una epifanía maravillosa pero abrumadora, hubiese descubierto la verdad detrás de las palabras: "te amo" y todo lo que él había generado en ella. —No sabía que yo podía provocar eso. Quise hacer algo bonito por ti y creo que tú lo has hecho por mí.

—Yo por ti y tú por mí. Eso es el amor. —sonrió ella.

Shaka le devolvió una sonrisa bastante más amplia a la que acostumbraba a gesticular su rostro y asintió.

—Me gusta esa frase. Tiene sentido. Algo así aprendí, pero jamás lo había experimentado. —murmuró. —Maha Karuṇā, mahāmaitrī.

—¿Y eso? —preguntó ella sin comprender.

—Es... lo que siento ahora mismo.

—Creo que mi madre decía... que el amor debía ser... —luchó ligeramente con el idioma y con sus recuerdos, pero en aquella búsqueda, arrastro a Shaka sin notarlo a una casa fría y pequeña, con un sofá viejo.

El indio sintió una ligera descarga de tristeza antes de ver a un niño, quien supuso, sería un extremadamente joven Camus Dubois.


<<—¿Qué tal ha ido, corazón? —preguntó la mujer, con una sonrisa idéntica a la de Marianne. El pequeño a su vez, movió sus diminutos pies para acercarse al sofá a observar a su hermana, que dormía hecha un ovillo.

—Mimi... ¡coucou! —saludó asomándose a espiar su rostro tras las mantas.

—Mimi duerme, Cam. ¿Has aprendido una nueva canción hoy?

—Sí. —contestó emocionado a la mujer, quien pronto lo cogió en brazos para sentarlo en su regazo. —Mon petit lapin.

La voz del hombrecito diminuto era delicada, suave y fina. Sus ojos, azules y algo rasgados, la observaron con atención y curiosidad. Le gustaban las canciones, pero tenía frío y algo de sueño. Pronto sería hora de su siesta y acompañaría a su hermana en el sofá.

Un gato de cola oscura bostezó antes de estirarse y acercarse a él para olfatear su pie.

—Hola Nougat. ¿Le gustan las canciones, maman? —preguntó acomodando su pequeño cuerpo al ritmo de unas olas de sueño que le arrastraban lentamente.

—Claro que sí. ¿Quieres cantarle petit escargot o mon petit lapin?

Un golpe en la puerta le despertó sorpresivamente. Jeanne acomodó al niño junto a su somnolienta hermana antes de acercarse a la ventana. Su rostro se transformó. Mimi abrió sus ojos finalmente, tanteando casi a ciegas buscando su oso.

Otro golpe.

—Camus, corazón. ¿quieres cuidar un segundo a Marianne? Volveré en un momento.

Ese "un momento" se transformó en una eternidad. Mamá no volvía y los pequeños escucharon los primeros gritos tras la puerta. Mon petit ange era demasiado pequeña y su falta de comprensión del mundo le arrastró a un terror absoluto y al llanto.

—¿Maman? —murmuró ella, a punto de inaugurar otra sesión maravillosa de Pulmones Estereofónicos en concierto. Camus la observó en silencio, si su hermana comenzaba su recital no podría escuchar lo que su madre decía.

—¿Quieres jugar, Mimi? Con bonbon.

La niña negó, intentando espiar, su respiración comenzaba a agitarse.

("Cántale a tu hermana, corazón, pronto dejará de llorar")

La voz del diminuto Camus comenzó suave, pero pronto elevó su propio tono para intentar sin éxito opacar los gritos del exterior.

—Mon petit lapin...
("¡No es mi hijo, Jeanne!")
S'est caché dans le jardín
("¡No quiero niños! ¡No voy a limpiarle el culo a un crío que no es mío!")
Cherchez-moi, coucou, coucou!
("¡Pues búscale un padre que tolere sus llantos, porque yo no lo soy!")
Je suis caché sous un chou...

Marianne mutó de sollozo a berrido asustado. Camus se sentó junto a ella, quizás, por eso no tenía un padre, quizás lloraba demasiado. Debía lograr que Mimi se calmara y pronto. Elevó su voz, así como el ritmo de la canción.

—Mon petit lapin... s'est caché dans le jardín...

("Oh, Dios mío, Jeanne, eres tan sentimental.)

—Cherchez-moi, coucou, coucou! —cantaba, fuerte y claro.

("¿Crees que llorando solucionarás tus problemas? Me das pena.")

—Mon petit lapin... s'est caché dans le jardín... Cherchez-moi, coucou, coucou! Je suis caché sous un chou... —prosiguió la nana, como poseído, sin lograr abstraerse de aquellos gritos y abrumado por la situación, el ritmo se volvió frenético y confuso.

("Deja de llorar, estás ridiculizándote")

(Monpetitlapins'est cachédanslejardínCherchez-moicoucoucoucouJesuis cachésousunchou... Monpetitlapins'est cachédanslejardínCherchez-moicoucoucoucouJesuis cachésousunchouMonpetitlapins'est cachédanslejardínCherchez-moicoucoucoucouJesuis cachésousunchou)

Jeanne Dubois volvió a entrar, en cuanto logró calmarse. No quería llorar jamás delante de sus hijos. Respiró profundamente y se secó las lágrimas antes de abrir la puerta.

—¿Maman? —preguntó Camus. —¿Estás llorando?

—No, corazón. Mamá no llora. Lo prometo. —contestó, hurgando en sus bolsillos. —Iremos a la hostería y comeremos galette. Todo está bien.

Una diminuta Marianne había trascendido ya la barrera del llanto y el berrido y, colgando pies arriba del sofá, comenzaba a arrojar pequeñas pataditas a modo de protesta sonora al compás de unos grititos.

—Mimi, angelito mío, no llores por favor. —le rogó, cansada, antes de coger a la niña en brazos, que pronto enterró la cabeza en su cuello y sujetó su pelo con una mano ínfima y desesperada.

—Intenté cantar, mamá. —comentó Camus, confundido. —¿Lo hice mal?

—Claro que no, corazón, lo has hecho bien. Eres un niño increíble. —contestó meciendo a la pequeña que luego de aquella protesta, comenzaba a entregarse al cansancio y a los brazos de su madre.

—Pero no lo hice bien... —repitió el niño, observando a Jeanne. Lo que sea que él hubiera hecho, no había funcionado.

—Cariño, claro que lo has hecho bien, siempre lo haces bien. Mimi solo está cansada, ¿sabes? Tu hermana es pequeña pero tú siempre cuidas de ella. Eso hacen los hermanos mayores, y tú, de todos, eres el mejor. Ella te cuida a ti y tu a ella, y eso, corazón, es amor. Lo haces muy bien.

—Sí, mamá. —asintió. Sabía que lo era porque era un niño obediente y jamás lloraba... o al menos, lo intentaba.

—¿Sabes hasta dónde te amo, Cam?

—Sí... hasta el infinito. —sonrió Camus, con sus ojos azules, algo más sereno.

Milos, Grecia

Aioros pronto se unió al grupo del patio, enroscando un brazo rápido en un semi-abrazo a la italiana que suspiraba por enésima vez que tendría que trabajar de camarera por el resto de sus días.

—Si me abrazas demasiado puedo ponerme cariñosa, potranco. —masculló, fastidiosa.

—Si me gustaran las mujeres, serías mi primera opción, Shai. —contestó con un guiño, que le arrancó una risa tonta a la japonesa que les observaba.

La italiana enarcó una ceja.

—Pues si quieres puedo calzarme uno de esos cinturones con pene y ser un jinete formidable, centauro. Yo ahí lo dejo. —replicó divertida. Otra carcajada de Marin la dobló al medio.

Death Mask opinó pronto, quedarse callado no era su estilo.

—Pues creo que para gustarle tendrías que volver a nacer con dos pelotas bien peludas, chica. ¿Alguien sabe si Saori ha terminado ya?

—Nos enteraremos pronto, cuando veamos a Shion más pálido que de costumbre acercarse a echarnos un sermón de todas las reglas que nos pasamos por el culo y nos cite uno por uno para dictaminar el castigo. —respondió Aioros. Shaina volvió a estremecerse y protestar.

—No quiero ser camarera, no quiero. Quiero ser Shaina de Aries y meterle mi puño dorado por el culo a cualquiera que quiera atravesar la primera casa.

—Wow, chica, lo del fisting es nuevo —carcajeó Angelo.

—Sabes que seré la mejor Aries de la puta historia. ¿Mu? ¿Shion? ¿Alguno de los santos anteriores? Mu jamás ha cuidado su templo y Shion tampoco. Ambos se lo pasaban genial en Libra y Tauro, colgados del cipote de su novio de turno, como si su vida dependiera de ello.

Aioria fue quien hizo el gesto sutil, pero a Shaina captar lo sutil no se le daba bien.

—¿Desde cuándo te fastidia que lo diga, león? Tampoco eres un santo, chico. También solías cazar glandes con la boca antes de capturar al Águila. Mi punto es que no ha nacido un guerrero bajo mi constelación, que sea mejor que yo. No existe, porque no ha nacido, ya te lo digo yo. Porque nadie tiene la entrega que tengo yo, ni mis pelotas, que son un puto globo terráqueo. Expulsarme sería un error y——

Marin tosió, con fuerza. Shaina cerró los ojos.

—No me jodas, está detrás mío. —murmuró. Aioria asintió.

La voz de Shion, quien intentaba ocultar una ligera sonrisa, sonó nuevamente detrás suyo.

—Oh, no, por favor. Adoro el relato. Prosigue. Ibas a contarnos por qué expulsarte sería un error.

Jamir, Tibet

Nevaba con intensidad en Jamir, pero esta vez a diferencia de otras, Aldebarán no podría escapar del frío huyendo al clima griego de su hogar, la casa de Tauro, porque ya no existía: ni geográficamente, ni para él; que había decidido desertar.

La noche había caído con una helada demoledora, lo que obligó al pequeño Kiki a entrar y abrigarse antes de decidir que ya estaba bien de arrojar piedras al vacío, había naipes dentro y quizás a su maestro y al toro les gustaría jugar un poco antes de dormir.

Investigó con curiosidad el rincón donde guardaba sus tesoros de niño, algunos puzles y sus naipes. Un sonido proveniente de su barriga envió una alerta: esperaba que Aldebarán cocine pronto, pero le resultó algo extraño no olfatear alguna delicia.

El brasilero, a su vez, no había podido despegarse del sofá. El frío no le gustaba (no estaba acostumbrado a las temperaturas bajo cero y a las ventiscas heladas) y desde aquella conversación con Mu, su ánimo no era del todo bueno en líneas generales. Finalmente, a pesar de haber dormido junto a él, aún le corroía como un fantasma hostil el suceso del Santo de Virgo irrumpiendo en su casa y su novio defendiéndolo a continuación. El sonido de unas ollas llamó su atención y le alejó momentáneamente de aquel rumiar.

–¿Mu? ¿Eres tú en la cocina? –preguntó curioso abrazando aquella manta infinitamente enorme, pesada y peluda. Si el tibetano estaba cerca de los fogones podría ser un problema.

–Sí. –contestó alargando las íes como respuesta desde la distancia. Aldebarán sonrió levemente.

–¿Necesitas ayuda?

–Estoy bien. –aseguró.

Kiki se acercó con cautela.

–¿El maestro Mu cocinará? –quiso saber, temeroso. Sabía que aquello no podía terminar bien en ningún universo.

–¡Comeremos sopa! –aseguró con confianza en un grito desde la cocina. Sorprendería a Aldebarán y a Kiki, les demostraría que podía cocinar. Prepararía la mejor sopa que pudiera con todo lo que creyó que podía combinar.

El niño buscó con sus ojos el iris marrón del brasilero.

–¿No supervisarás? –preguntó curioso.

La voz de Mu, tan confidente como pudo, celebró desde la cocina antes de que Paulo pudiera contestar.

–¡Vamos, a comer!

Kiki adoraba a su maestro como a un padre y el cariño que sentía por él era superior a cualquier otra emoción que hubiera podido experimentar a su edad, pero agradecía profundamente que el encargado de sus cenas sea el antiguo Tauro y no el tibetano. Respiró profundamente para prepararse psicológicamente para el próximo experimento del ariano, rogando que ningún condimento (especialmente la sal) hubiera "explotado" cerca de esa olla.

La mesa estaba preparada de forma tosca, y sus vasos los esperaban, junto a los platos vacíos y los cubiertos. Aldebarán ajustó la vista para poder ver exactamente qué había en la bandeja central ornamentada con símbolos tibetanos que el no comprendía.

–¿Eso es... pan?

–Es el primer plato, siéntate.

–¿Pan de primer plato? –preguntó Kiki investigando curioso antes de sentarse.

–Sí. –asintió Mu, seguro. Sabía que Alde debería descansar y por eso se había encargado de la cena, quería agasajarles.

–Cariño, esto es... ¿Pan solo?

–Es pan cortado y calentado. –aseveró sirviendo.

–O sea... tostadas, ¿como el desayuno? –quiso saber el niño.

–No son tostadas, son... rodajas de pan caliente.

–Ya veo –murmuró el toro inspeccionando. –Gracias por la cena, Mu, se ve muy bien... y huele delicioso.

Aquello no olía precisamente a nada más que pan recalentado pero intentó amenizar el ambiente. Sabía que lo intentaba y que aquello tenía más corazón del que aquel pan viejo y recalentado pudiera mostrar.

–Pero está dur–– quiso agregar el niño pero la voz del toro le interrumpió.

–Está delicioso.

Mu sonrió.

–La sopa está casi lista. –hizo una pausa y respiró profundamente antes de observarlos. –Yo... tengo algo que me gustaría decir hoy y quería que... hablemos. Todos.

El antiguo Tauro enarcó una ceja, confundido.

–¿Sucede algo?

Mu asintió, levemente triste.

–Sí, yo quería disculparme por haber sido tan... –buscó la palabra, algo avergonzado, pero no la encontró. –bueno, por no notar que doy órdenes y no consulto con nadie mis decisiones. Quería que tomemos una, juntos, como familia.

Kiki lo observó. Le gustaba cuando se refería a él como su familia y no como su aprendiz, aunque profundamente temía que aquello se acabara pronto. Sabía que su maestro le cuidaba pero ahora que ya no lo entrenaría para ser un futuro caballero, su vínculo podría terminar en cualquier momento. No sabía si debía volver al Santuario, quizás le asignen a alguien más. Lo último que supo, es que Shaina sería la nueva guardiana del primer templo y si bien era amable con él, temía que fuera demasiado severa como maestra. Esperaba que no notaran que sobraba por allí, le gustaba jugar con ambos ahora que ya no debía practicar técnicas nuevas todas las mañanas.

–¿Somos una familia? –preguntó el niño curioso sin estar demasiado seguro de querer saber la respuesta.

Mu negó.

–No, no lo somos.

Ahí estaba de nuevo la severidad de su maestro. Una punzada furtiva le atravesó desde su pequeño estómago hasta el pecho y supuso que sus miedos se harían realidad muy pronto, pero Mu prosiguió.

–No aún, no como me gustaría y sería lo justo. –Se detuvo para servir la sopa y sentarse luego de un momento de eterno silencio. Kiki lo observaba completamente absorto y Aldebarán supo lo que diría... después de todo, le conocía más que él mismo.

Sus miradas se encontraron, los ojos avergonzados del antiguo Aries y los destellantes y sonrientes del antiguo Tauro, en una complicidad algo pactada.

–Quieres adoptar a Kiki.

–Eso me gustaría mucho, sí, pero... quiero que él tome la decisión de forma... libre y no influida por mí o mi deseo de que permanezca con nosotros. Yo ya no quiero obligar a nadie a estar donde no quiere estar y... eso también va para ti, Al.

El pequeño lo observó detrás de sus ojos enormes, tan enormes como los suyos propios a su edad.

–Entonces... si lo haces... ¿no podrás devolverme? –preguntó, curioso, pero eso sí quería saberlo, la idea de que le enviaran lejos nuevamente le aterraba.

Una sonrisa leve se asomó de los labios de Mu.

–Jamás lo haría, solo quiero poder tener un papel que diga que para cualquier entidad de este planeta, tú eres mi hijo... nuestro hijo. Quizás no podamos hacerlo aquí pero le pediré ayuda al Santuario. Y... Alde... ya no quiero verte sufrir aquí... me gustaría que te encargaras de buscar un sitio para nosotros. 

Saga giró su cabeza para observar a Milo. Sabía que el escorpión no era su fan número uno, porque le conocía y además, lo había manifestado, pero aquella oración había salido de su boca con tanta intensidad que le resultó algo avasallante, casi agresivo. ¿Por qué le importaba si a él le salía del culo invitar a una chica a un café?

—¿Perdona? ¿Me hablabas a mí? —preguntó el gemelo, que lejos de sonar amenazante sonaba curioso. Quizás, se lo había dicho a alguien más. Miró a su alrededor.

—Sí, a ti. Que a Lía no le interesa ningún café contigo. ¿He sido claro o quieres un dibujo?

Enarcó una ceja confundida.

—¿Desde cuándo tomas decisiones por los demás? Creo que ella puede contestar, parece adulta.

El rostro de la enfermera estaba demasiado inmóvil para mover un músculo e interceder. Sabía, por aquellas conversaciones que había escuchado al pasar en el hospital, que el griego altísimo estaba metido en algunos líos que ella no comprendía, incluyendo la mentira del matrimonio con su nueva colega y el indio rubio loco había aseverado lo mismo. El mismo griego altísimo que en teoría había muerto para ir en búsqueda de su hermano en una especie de misión pactada que incluía un mundo sobrenatural que la había abrumado. Bueno, no era la cena que esperaba tener, por lejos. Esperaba una reunión con su hermano menor y no un relato histórico de caballeros que morían y revivían en nombre de una Diosa antigua.

—A ver cómo te cuento esto, chico... Desde que soy su hermano y te quiero lejos de ella. ¿Así o más claro?

Su hermano. Claro. Con las noticias frescas podía ver el parecido. Camus irrumpió en la sala, justo a tiempo.

—¿Y esas caras?

—No quieres saber. —replicó Saga, algo avergonzado.

El francés levantó sus hombros. No, no quería saber. Quería dormir. Una noche, toda la noche y en un colchón. Nada de eso sucedería, claro.

—¿Mi hermana ha estado por aquí? —preguntó el galo, buscando a Marianne con la mirada por la casa.

—Pues no, pero mi recomendación es que la alejes de Saga. —aseveró sin quitarle los ojos de encima. —Igual la invita un café. Quizás quieras contarle quién es Saga realmente, antes de que se le arrime. —amenazó Milo, de forma indirecta.

—¿De qué hablas? —quiso saber Camus, algo ofuscado.

—Nada, tonterías. —respondió el griego, rápido.

Saga negó. Quizás aquello del pasado le perseguiría siempre. Suspiró.

—Debería volver. Gracias por la ayuda, a ambos.

Camus le devolvió un gesto con la cabeza, pero no comprendía lo que sucedía allí, ni de cerca.

—Me alegra que todo haya ido bien y haber podido ayudar. —aseveró el francés, y así lo sentía. Supuso que él mismo podría haber intentado cualquier locura por Marianne, y podía comprenderlo. Esperaba que aquello le diera algo de la paz que tanto anhelaba.

—Yo también debería volver a casa. Tengo... muchas cosas en qué pensar ahora mismo, Milo. —comentó su hermana. El griego de los ojos vivaces intentó levantarse, sin éxito.

—Espera, ya te acompaño yo.

Su hermana negó enfática y rápidamente.

—No, tú no puedes caminar. Tranquilo, he vivido aquí toda la vida, sé volver a casa sola. Puedo cuidarme sola. Ahora mismo tengo algunas cosas que procesar.

Algunas cosas que procesar era aquella panda de gente hablando de poderes, muerte y resurrección, su hermano muerto que terminó en un orfanato para luego cuidar a una Diosa griega y al mundo
(Alexander, el protector de la humanidad)
para terminar cosido como un Frankenstein en un hospital de Milos, donde trabajaba como enfermera. Necesitaría probablemente, dormir (si es que lo lograba) y descansar de aquel día loco y agotador.

—Puedo acompañarte yo, si lo deseas. —se ofreció Camus.

Lia volvió a su negativa.

—Vivo cerca, sé el camino, créeme. —se giró a su hermano para poder despedirse. Saga había optado por alejarse levemente y darles espacio. Estaba acostumbrado a no ser la compañía que todos deseaban y lo llevaba con naturalidad.

—Siento si todo esto te ha... espantado. —murmuró algo avergonzado el griego. —Sé que no es fácil de digerir y espero... volver a verte pronto. Yo soy... esto y prometo que la próxima visita no tendré cadáveres en mi casa ni... tanta gente. ¿Volverás?

Lía asintió. Supuso que la única certeza que tenía en ese momento era querer reconstruir aquel vínculo con su hermano.

—Volveré. Marianne puede contactarme si me necesitas. Recuerda no abusar de los calmantes.

Milo le dedicó una sonrisa y asintió.

—Cuídate por favor y... de verdad quiero hacer que esto funcione...digo... esto... tu y yo, una familia. Nunca tuve una real, sanguínea... y... me gustaría.

Ella, desde sus kilómetros adentrada en el agotamiento, le devolvió el gesto.

—También quiero que funcione, Milo.


Cuando finalmente, la enfermera abandonó la casa y Saga se alejó para despedirse de los demás, Camus se sentó frente a Milo, en el suelo. Se veía cansado también, como todos allí.

—¿Estás bien? ¿Qué ha sido eso?

El griego suspiró.

—No lo sé. No sé... ser un hermano, ¿cómo se supone que debe ser un hermano?

Camus sonrió ante la pregunta. No tenía ni idea de cómo responder aquello, aún intentaba descifrarlo él mismo.

—Pues... creo que no lo sé. No he sido bueno... nunca, Milo.

El heleno frunció el ceño.

—¿Qué dices, quien es este emo que ha poseído a mi petit ami?

La risa suave de Camus salió casi forzada.

—Creo que no soy un buen hermano, no. Se suponía que debía cuidar de Marianne y... no lo he hecho bien considerando que pasé mucho tiempo fuera. Tampoco he sido bueno contigo, ni justo. No he sido bueno con Hyoga, no he sido bueno con Isaac... creo que... no soy un buen consejero ahora mismo considerando que sé bastante menos que cualquier otro por aquí.

Su mano se acercó despacio, para acariciar su vientre. No recordaba si alguna vez había logrado acariciarlo con dulzura y descubrió que en aquella caricia, su piel cálida y sus vellos suaves y finos que ascendían en una línea fina hacia el ombligo, lograba encontrar la paz que tanto buscaba días atrás.

Milo le sonrió.

—Si tocas más abajo tendrás que montarte, porque no puedo moverme demasiado aún. —buscó su mano exploradora y con sus dedos, la entrelazó, cerrando sus ojos para permitirse finalmente disfrutar de aquel amor correspondido. —Estoy seguro de que Marianne no opina lo mismo que tú. Yo no opino lo mismo que tú... además... ¿en qué momento soltarás el pasado, Cam?

—¿Cómo soltar el pasado cuando tu pasado es todo lo que eres, Milo? —preguntó curioso.

El griego llevó la mano del francés a su boca, para besarla.

—Creo que puedes ser lo que quieras ser, Camus. Estoy muy seguro que no eres el mismo que meses atrás. Ese Camus, el imperturbable, no se permitía amar... y tú lo haces, ¿no?

—Lo intento... creo...

Por un instante, volvieron a ser aquellos pequeños niños que peleaban por el cartel en hindi más bonito, que caminaban juntos explorando el santuario, que intentaban impresionarse. Los ojos de Milo volvieron a ser los de aquel niño que le observaba curioso y admirado.

—Siempre quise que me ames. Me cuesta un poco aún... creérmelo creo. —confesó el griego.

El galo le sonrió.

—Y siempre quise que me elijas... pero aquí estamos. Nueva vida, ¿no? 

Recostó su espalda contra la pared y descubrió que en aquellos meses, todo, absolutamente todo, había cambiado de una forma vertiginosa. Ni siquiera sabía qué haría en el mundo real, pero saber a Milo vivo a su lado era lo único que importaba.

—¿Crees que Lía vuelva? No quiero ilusionarme y temo haberla espantado...

—Dale tiempo. Lo hará... parecía ilusionada también. ¿A qué venía tu mirada asesina?

—A que Saga le invitó un café y—— oh no ni se te ocurra, gabacho, echarme en cara lo de tu hermana porque...

Camus rio.

—Ya veo. Yo no he dicho nada. ¿Y por eso la mirada psicópata? Milo, tu hermana es adulta y puede decidir con quién beberse un café. Mi hermana también sale con un compañero de armas y está bien.

—Oh, Dioses, ¿de verdad? ¿Tú vas a decirme eso a mí? En primer lugar el tío es Shaka, es Barbie coñazo, pero es un buen hombre. Además, probablemente ni siquiera sepa para qué tiene lo que le cuelga entre las piernas y haya pegado un gatillazo que no veas. Me juego el culo a que el chico está más interesado en meditar y aburrirla hasta la muerte que en aprovechar sus tetas.

—No estás hablando de las tetas de mi hermana, ¿verdad?

—...En absoluto.

—Ya. Pues saltéate lo que debas saltearte. Puedo vivir en la ignorancia absoluta acerca de la vida sexual de mi hermana y prefiero no volver a hablar de su pecho o los gatillazos o el miembro de Shaka.

—Es muy rubio.

—Espera, que me he perdido. ¿Estás hablando de Shaka o de su—— No sé si quiero saber.

—Es una larga historia, solo era un detalle, la alfombra hace juego con las cortinas. Es solo un dato de color. —comentó el griego divertido.

—¿Espera, te has acostado con mi cuñado? —preguntó Camus, esta vez, serio y confundido.

—No, solo lo sé. Es una larga historia y no hay sexo, solo estaba borracho y lo arrastré a su casa, pero para meterlo en su cama lo duché primero y pues lo vi, eso fue todo.

—Ya. ¿Entonces? ¿Tu punto es... que el pubis de Shaka es muy rubio o hay una moraleja detrás de esta historia?

Milo negó.

—Me refiero a que te pisas el morro para soltarme el rollo de "Tu hermana es adulta y ohlala" cuando fuiste tú el que orquestó su separación. Tú le dijiste a Shaka que lo deje y el tonto del pubis blondo va y te hace caso. Te cagaste en lo que quería tu hermana y a pesar de que Virgo es un buen partido, te metiste en su relación solo para romperla. ¿Pero ahora yo soy el hermano controlador? ¿Porque no quiero que salga con alguien que está como una puta cabra?

El galo iba a contestar en su defensa pero la voz de Marianne llegó primero, con sus pasos cortos detrás.

—Camus... ¿es cierto lo que ha dicho Milo? ¿Tú le dijiste a Shaka que rompiera conmigo? Y luego... me escuchaste llorar y... me dijiste que... ¿me lo habías advertido? ¿Pero lo planeaste tú? —preguntó, al borde del enojo y la indignación. Su corazón se había acelerado nuevamente y el indio, que la seguía detrás, también se paralizó in situ. Giró a buscar sus ojos. —Y tú, ¿le hiciste caso? ¿Me hiciste sentir así solo porque mi hermano te lo dijo?

Dio un paso para atrás, aturdida. Había sido un día con demasiadas emociones como para enterarse que su hermano, la persona en la que más confiaba sobre la faz de la tierra, le había hecho aquella jugada horrible para luego hacerla sentir mal al respecto y dejarla llorando por aquel hombre como si él no hubiese tenido nada que ver.

—Puedo explicártelo, Marianne. —exhaló el galo, acercándose luego de ponerse en pie para buscar la mirada de su hermana.

—Ahórratelo. ¿Es cierto? ¿Fuiste tú, Camus?

El francés dudo por un instante, que a todos los presentes les resultó eterno.

—Sí, fui yo.




Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro