40. ΟΠΟΙΟΣ ΜΠΑΙΝΕΙ ΕΔΩ ΝΑ ΠΑΡΑΤΑ ΚΑΘΕ ΕΛΠΙΔΑ - Parte 2
"Si él te hizo llorar, yo debo saberlo
Si no está listo para morir, será mejor que se prepare
Mi juicio es divino y te diré a quien puedes llamar:
Será mejor que llames a la policía
llama al forense
llama a tu sacerdote
adviérteles que no habrá piedad
cuando encuentre al idiota que te hizo esto."
John Legend - Who did that to you?
Algunas horas antes, Inframundo
–"Quien entre aquí debe abandonar toda esperanza", vaya frase más optimista. –exhaló Saga, observando el portón enorme de roca blanca frente a sus ojos. Él ya podía llevar esa frase tatuada desde hace años en algún brazo, junto a sus cicatrices.
–Pues claramente no me conocen a mí. –sonrió Aioros a su espalda. –¿No decía Tales de Mileto que la esperanza, "es el único bien que conservan las personas que lo han perdido todo"?
–Pues me juego el culo que el alma de tu Tales de Mileto vaga con los espíritus en la colina que acabamos de cruzar; la esperanza no le sirvió demasiado.
El centauro rodó sus ojos. Su amigo podía ser terco como nadie pero en el fondo le daba algo de ternura. Un pie adelantó al otro y comenzó su caminata firme.
–¿Sabes? Hubiese preferido un compañero como Shaka o Milo. No están todo el día dale y dale con la misma canción oscura.
Saga rio, con ganas, apurando el paso.
–Que yo también hubiera preferido al rubio de los sermones y no al caballito de la esperanza. ¿Sabes? Yo... creo que la perdí el día que...
–No, Saga. No es momento de comenzar con tu canción. Quiero volver a casa y––
–Quizás no tenga otro momento a solas contigo para disculparme. Quizás deba quedarme aquí y esta sea la última conversación que tengamos. No creo que volvamos a coincidir, Aioros. –replicó el gemelo, ignorando sus ojos.
El centauro se detuvo, frente a él.
–Sé lo que vas a decirme.
–Sí. La perdí el día que asesiné al único amigo que tenía. Eras lo único que tenía, Aioros. Mi hermano ya no estaba y... yo destruí todo lo que alguna vez quise, incluyéndote a ti. Sé que crees que soy un estúpido torturado y culpógeno pero es fácil para ti juzgarlo porque todo lo que has hecho, lo has hecho bien... yo no. Tú tienes la consciencia en paz y yo... no te imaginas lo que es vivir siendo yo. No puedes imaginarlo. El daño que hice es irreparable y... ¿es que ni siquiera me odias por todo lo que te hice a ti? ¿A tu hermano? Destruí al pequeño al que alguna vez le compré un helado en el centro de Atenas, de paseo junto a ti, antes de que se echara un clavado en la fuente. Y... de no haber sido por Shaka... lo habría asesinado también. Si Shaka no me hubiera detenido en la cámara del Patriarca yo habría asesinado a Aioria.
Los ojos verdes de Aioros eran algo cambiantes, Saga siempre los había encontrado fascinantes. Por momentos ese verde brillaba como el jade cuando el sol le daba de frente y los rayos exaltaban su iris. Sus pestañas oscuras enmarcaban unos ojos usualmente divertidos y risueños, pero cuando alguna tristeza le amenazaba, aquellos destellos que parecían piedras preciosas se convertían en un azulado algo opaco, como los días de lluvia. Sus ojos, como todo él, cambiaban con su ánimo y el clima. Esa misma cualidad había sido heredada por su hermano menor, y recordaba el odio que sentía al verlos y saber que el joven con el que había compartido años de amistad ya no existía, por su propia culpa. Lo miró. Sus ojos nublados le devolvieron una vista fugaz.
–Saga... las experiencias de mierda también nos forman, y la vida se trata de eso. De vivir cosas buenas y malas, y construir algo con eso. Mi hermano sufrió, como sufriste tú, como sufrió Camus, Milo, Shaka... todos aquí han atravesado el infierno en vida y sin embargo... mi hermano está ahí, juntando pescado entusiasmado por una nueva vida que él mismo descubrió. Es feliz. Se enamoró de una mujer increíble que le ama también y tendrán un crío, con todo lo que eso implica. Es joven y está aterrado, pero está feliz. Tú has visto la casa, ¿no? Está vacía y a su vez, llena de esperanza y sí, ya sé, no te gusta la palabra pero a mí si así que te jodes. La esperanza es más importante que cualquier nevera o cama que no tengan. Lo conseguirán. Camus también. A pesar de los años que lleva corriendo sobre esa cinta de Moebius con el escorpión, se han encontrado y lo están intentando... Incluso Shaka... ¿No te parece increíble? ¿No crees que a pesar de todo, toda la mierda por la cual te culpas, ha quedado atrás ya?
–No me acostumbro a eso, no soy como tú, no veo la vida con tus ojos, Aioros. –contestó, algo lúgubre. –Pero, si debo ser honesto... me siento algo menos pesado después de... escuchar a todos... y con un ápice de confianza. Eres un buen luthier, caballito de la esperanza.
El centauro sonrió.
–¿Luthier? –quiso saber. No entendía la referencia.
–¿Crees que la gente puede cambiar? –contestó con una pregunta el gemelo.
–Si no lo creyera no estaríamos hablando, ¿no lo crees?
Saga asintió cuando escucharon los primeros pasos que se acercaban.
–¿Estás listo? Aquí vienen. Nada de carnicerías, Saga. El plan. ¿Sí?
Una sonrisa a medias se dibujó en el rostro del gemelo y asintió.
–El plan, correcto. Y Aioros...
–¿Sí?
–Gracias.
La sonrisa desnuda atravesó su rostro y sus ojos, de jade brillantes, le respondieron también.
–Encontremos a Kanon y volvamos a casa, amigo.
Inframundo, Primera Prisión
–Culpable. –Sentenció Aiacos cuando la sala finalmente hizo silencio. Kanon suspiró. Sabía que tarde o temprano pagaría por todos los líos en los que se había metido pero mientras cometía aquellos crímenes la fecha le parecía muy lejana... sintió la desazón del peso de aquella condena de la cual no podría zafarse. Recordó a Lena, su sonrisa eterna y su voz cargada de alegría y luego la imaginó rápidamente llorando por su culpa y su ausencia; su pecho se vació y exhaló tan pesadamente que sus hombros descendieron algunos centímetros.
Quizás en otra vida, cielo, pensó.
El Rey del Inframundo asintió, solemne... y feliz antes de dar por finalizado el encuentro.
–Lo siento, el santo no puede volver, Atenea, pero me encargaré de que mis soldados te escolten a la salida para que terminemos esta fiesta en paz. –Se levantó. Su hija, pálida y sonriente, se sentaba a su lado y el parecido era tan aterrador como fascinante. –Radamanthys, ¿podrías acompañar a Kanon? Esperemos que su estadía en el Tártaro le ayude a recapacitar.
Tártaro... no. ¡Tártaro no!
El estómago de Saga dio un vuelco. De pronto, el encuentro de los ojos aterrados de su hermano, que le recordaron a aquellas gemas asustadas de pequeño, le arrastraron en la historia donde dos chiquillos idénticos corrían encerrados en la pequeña cabaña robando minutos a los relojes.
(¡Saga, Saga, no! ¡Juega conmigo! ¡Un momento más!)
Tensó su mandíbula.
Por favor, Saori, por favor, rogó internamente mientras su mano se transformaba en un puño de forma inconsciente. Su hermano, no con su pequeño hermano, no volverían a lastimar a su gemelo, se lo juró a si mismo. Comenzó a acumular ira tan rápidamente que ya le diría a Shaka que su plan era una puta mierda y que había fallado y se los cargaría a todos, uno por uno.
Radamanthys caminó hacia él con un ligero gesto de burla mientras Thanatos se acomodaba la túnica oscura dispuesto a marcharse, satisfecho. Macaria se unió a él rápidamente con pasos cortos y veloces antes de depositar un beso alegre y dulce en su mejilla. Eran tiempos de celebraciones para su bando.
Hypnos sin embargo, no se movió. Sus ojos dorados perseguían cada movimiento y pudo ver el momento exacto en el que Saga tensaba su puño y abría la boca, en un grito.
–¡Espera! –exclamó furioso. –Ofrezco un interc––
Aioros sacudió a su amigo antes de que pudiera terminar la frase, tomándolo del brazo.
–¡Saga no!
Es que se cargará el plan, me cago en mi vida, pensó el centauro augurando una desgracia.
Los ojos diáfanos del Dios del Inframundo recorrieron la sala hasta dar con el santo de Géminis y su desesperación.
–¿Cómo has dicho?
Colina de Yomotsu
Fue Death Mask quien dio la alarma encendiendo su energía.
"Saga está a un pelo de ojete de cagarla, que lo sepas. ¿Tienes un plan B, Shaka? Porque va a cagarla, y va a hacerlo a lo grande."
Milos, Grecia
El antiguo guardián de Virgo yacía en el suelo en un estado de inconsciencia, funcionando como un puente energético entre el mundo de los vivos y los muertos, a través del santo dorado de Cáncer como corresponsal en la antesala del Inframundo. Cuando recibió aquella noticia, intentó mantener la calma.
Aioria custodiaba el cuerpo congelado de su hermano y el de Saga en la pequeña habitación; su habitación, donde en algún momento tendría que dormir. A su vez, en la nueva cocina, Camus preparaba algo de comer para todos con el pescado que el griego había conseguido esa mañana y no podrían desperdiciar (aunque la señora Printezis, la dueña de la casa que vivía cruzando la pequeña calle, se había ofrecido amablemente a guardarles la comida sobrante si así lo necesitaban).
Marin y Shaina se alternaban para vigilar el cuerpo de Shaka y cuidar de Milo, a quien le habían improvisado un tatami de mantas y ropa para que su cuerpo aún malherido no toque el suelo.
–Es Shaka. Algo sucede. –murmuró la japonesa observando al rubio moverse levemente de forma algo nerviosa, como si tuviera una pesadilla.
Shaina se acercó rápida para mirarlo también, antes de acercarse a él.
–Ya te digo yo lo que sucede, Saga va a cagarla, si es que no la cagó aún. –agregó la italiana, tocando al indio con una mano antes de cerrar sus ojos. –Estamos jodidos, muy jodidos.
Milos, Grecia
Milo, desde el suelo, observaba a Camus cocinar, lo cual le provocó una severa oleada de alegría. No recordaba cuándo había sido la última vez que hubieran compartido algo similar (supuso que en Siberia, pero aún su amor no estaba declarado ni correspondido) y algo dentro suyo se iluminó a pesar del dolor. El francés descubrió su sonrisa y se la devolvió.
–¿Te sientes mejor? –indagó revolviendo algo que, el griego intuyó, sería alguna salsa que desconocía.
–Sí. No te imaginas lo bien que se te ve el culo desde este ángulo, es perfecto. –contestó divertido.
El galo rio, negando con la cabeza, algo avergonzado. Sus ocurrencias ya no le resultaban del todo abrumadoras y comenzaba a acostumbrarse; le alegraba escuchar su voz lejos de la certeza de una tumba con su nombre, pero cuando el griego volvió a hablar esta vez, le sorprendió.
–¿Alguna vez vas a corresponderme completamente, Cam? –preguntó curioso. Camus frunció el ceño, no lo comprendió.
–Te correspondo, Milo... ¿de qué hablas exactamente?
–Es que... –hizo una ligera pausa. Quería ordenar bien las palabras para no cagarla del todo, no otra vez. –Aún siento que soy yo quien te persigue, ¿sabes? Aún no logro deshacerme de esa sensación y a veces me siento algo estúpido. Siento que soy un pesado sin remedio y que "me toleras" y... no lo sé, quizás... eso termine por separarnos cuando nuestra "luna de miel" se acabe.
Las cejas delgadas del aguador decayeron rápidamente en un gesto que frunció su frente y la dividió en dos pliegues de piel.
–Milo, sé que quizás no soy demasiado expresivo pero... no significa que no sienta amor por ti. Que no hable de la forma de tu culo todo el día ni te diga que te amo cada cinco minutos, no significa que no lo sienta. ¿Crees que soy poco expresivo?
–No lo sé, creo que... no sé demasiado del amor en líneas generales pero Aioria...
Se dio cuenta que había metido la pata cuando el nombre de su compañero de armas y antiguo amante había caído por la catarata de sus labios, pero ya era tarde, el gesto de desprecio del francés también se le había escapado por su rostro y ambos pudieron sentir que aquello seguía generando algún nivel de incomodidad. Camus lo observó, esperando que continúe.
–Aioria y Marin son... muy expresivos y... se ve bien ¿no crees?
El aguador revolvió una olla con su típico gesto gélido.
–Mhm.
Los ojos de Milo danzaron.
–Oh no, no otra vez con eso. No me jodas, Cam, no otra vez con el puto "mhm" como respuesta.
–Yo no soy Aioria, Milo. –le contestó. Intentó que su voz no saliera tan seca como había sonado en su mente, pero sonó peor.
–Sé muy bien que no lo eres. No quiero que lo seas.
–Entonces no me lo pidas. –contestó volteándose a buscar sus ojos. –Lo siento. ¿Sí? Lo intento, Milo. ¿Crees que no lo hago? ¿Crees que todo lo que sucedió fue fácil para mí? Llevo muchas semanas con la estabilidad mental de una puta hoja en una tormenta y lo intento. ¿De verdad crees que es un buen momento para hablar de esto?
–Nunca es un buen momento para ti, Camus. Me preguntaste algo y lo respondí, pero venga va, que ya lo entendí. Lo llevo claro. Joder, macho, que difícil es hablar contigo.
Una de las ollas protestó con un silbido y llamó la atención del francés que se acercó con cuidado, sintiendo la frustración reptar desde sus tobillos hasta su coronilla, sin detenerse.
–Creo que no me amas a mí, Milo. –dijo al fin, con un dejo de tristeza. –Creo que te has enamorado de algún tipo de proyección extraña que no soy yo y que eres tú quien se dará cuenta cuando termine esta "luna de miel". Creo que te enamoraste perdidamente de tu idea de mi y no de... Camus Dubois, este Camus Dubois.
El griego lo miró.
–Solo quiero que esto funcione y no tengo idea como, Cam. No sé nada del amor porque no lo conozco, la única pareja que tengo de referencia está a años luz de nosotros y de cómo me siento.
Con un gesto de ligero fastidio sacó las ollas de los fogones y lo observó, fijamente.
–¿Y tú crees que yo sí? Dime, ¿qué coño sé yo del amor? Crecimos en un mundo donde nadie lo comprendió. Nadie. ¡Ni siquiera vi a mi madre interactuar con una pareja! ¡nada, cero! Entrené en Siberia, y lo único que alguna vez quiso abrazarme allí era un oso salvaje y eso implicaba que debía huir porque probablemente querría convertirme en su cena. Mi maestra también fue severa conmigo y luego fui enviado nuevamente a Siberia a cuidar de dos niños a quienes le cagué la vida! ¿De qué amor puedo hablar yo?
–Tenías a mon petit ange y––
–Marianne estaba lejos, Milo. Era una niña, tampoco sabía nada del amor y tampoco lo aprendió con sus padres adoptivos quienes jamás la comprendieron. Cuando descubrió su lado romántico yo estaba demasiado lejos y las visitas eran demasiado esporádicas, solo la escuché llorar por algún estúpido que la engañaba y créeme, lo único que aprendí entonces fue que quería golpear a los novios de mi hermana porque me recordaban a ti. Porque mi hermana los amaba y ellos... también se acostaban con otras personas, como tú.
–Jamás me pediste exclusividad, Camus, todo lo que me dabas era tu puto desprecio. ¡No te engañé, porque no teníamos una relación! Yo jamás te engañaría, ¡y lo sabes!
Camus asintió.
–Lo sé. Sé que no lo harías, Milo, pero... yo... sí lo creí, que estábamos juntos finalmente. ¿Recuerdas la primera vez que nos acostamos? Cuando Isaac murió, en tu templo. ¿Lo recuerdas? Yo... creí que estábamos juntos.
–Claro que lo recuerdo, porque te dije que te quería y no pudiste contestarme. Esa noche te lo dije y me diste la espalda.
Camus suspiró.
–¡Mi alumno había muerto, Milo! ¡Lo siento! No voy a excusarme y muchas veces fui un hijo de puta innecesariamente contigo pero es que ¡esa noche yo no podía pensar en nada! Solo necesitaba tiempo; no soy una persona fácil Milo, no lo soy, es difícil para mí... y luego... cuando visité el Santuario al volver de Paris yo... fui a Escorpio y había ropa... en la sala.
–¿De qué hablas? –preguntó sorprendido.
–Había una mujer en tu cama, Milo, desnuda y dormida. Yo... simplemente me preservé, o lo intenté.
El griego exhaló de forma pesada.
–Yo creí que veías lo nuestro como un error y... simplemente intenté sacarte de mi cabeza con otras personas. Siento que hayas visto eso, Camus, de verdad lo siento. Creí que no teníamos un vínculo y yo también intenté preservarme. Yo también sufría.
–Lo siento. –murmuró Camus. –Ambos nos equivocamos y las cosas no eran claras, eso... lo sé. No te culpo, Milo, después de todo, me lo has preguntado esta mañana, ¿no? Cuando Shaka mencionó que mi país era confuso... bueno, supongo que ahí tienes la respuesta. Lo siento, yo sí creí que teníamos algo y me sentí engañado. Fue mi error suponer y no hablar contigo... lo de hablar no se me da bien.
–Y yo siento que hayas tenido que ver... esas cosas. Creo que si yo lo viera... perdería la cabeza y de verdad lo siento. ¿Cam?
–¿Sí?
–¿Te has acostado con alguien más?
El francés dudó un momento, lo que forzó a las cejas del griego a cerrarse en un gesto de preocupación.
–Sí, lo hice.
Milos, Grecia; Hospital Central
Marianne bostezó por quinta vez y se estiró, girando el torso como si su cintura fuera a permitirle una vuelta completa, que evidentemente, no permitió. Dormir en el suelo había sido una decisión algo radical y se lamentó, de hecho, su cuerpo fue quien se lamentó con un chillido que recorrió toda la musculatura de su espalda baja.
Miró el reloj, que le obsequió en forma de números la satisfacción de saberse libre. Sonrió. Encendió el móvil que se sacudió con algunos sonidos y vibraciones y supuso que su amiga japonesa tendría novedades. Tenía razón.
De: [email protected]
Para: [email protected]
Asunto: muy importante s noticias de marin
Maggggiaan
Tenemos un hogar!!w!
Elegí la habitación ms grande para mí porque cuando el bebee este con nosotros necesitaremos espacio
puedes qeudarte con la otra y enviaremos a milo y tu hermano a la sala.
para llegar, debes pedirle a alguien que te indique el camino hacia el restaurante O Petrinos en el puerto de Adamas, coges la diagonal hacia el mar y nuestra casa es la primera, tiene flores blancasen la puerta :)
qut engas un bonito dia!1111111111111
Marin ♥
Volvió a sonreírse y descubrió un nuevo correo que no logró abrir antes de que la voz de la enfermera griega la arrastrara a la realidad. Lía apareció por detrás, también terminaba su turno.
–¿Qué tal ha ido todo hoy, chica? –preguntó con una sonrisa amable. –¿Hora de volver a casa?
Marianne asintió, escondiendo otro bostezo tras una mano pequeña.
–Sí. Tengo mucho que estudiar. –contestó enseñando notas en un griego bastante extraño. –¿Sabes? hemos conseguido una nueva casa, pero no sé como llegar. –confesó algo avergonzada. –¿Conoces el restaurante O Petrinos en el Puerto? Quizás puedas venir conmigo y visitar a Milo, dijiste que tenías algo para él, ¿no?
Aquello le pareció una idea excelente, quizás pudieran comer todos juntos.
El silencio había caído en aquella sala como una lluvia torrencial que les había dejado calados hasta los huesos. Fue Milo quien rompió el silencio.
–¿Vas a decirme quién es?... Quiero decir... la persona con la que te acostaste.
El francés negó.
–No lo considero necesario, yo no sé todas las personas que han pasado por tu cama y tampoco quiero saberlo. Si vamos a dejar el pasado atrás, ¿cuál es el punto, Milo? No voy a decírtelo.
El escorpión asintió.
–Ya. Y... dime... ¿Lo conozco? ¿La conozco?
Sentía tantos celos como un ser humano era capaz de sentir y se le atragantaron en la boca que, aunque intentaba sin esfuerzo dejarlo estar, la idea de Camus jadeando de placer junto a alguien más le inquietaba. ¿Era injusto? Quizás, pero sus celos no entendían de justicia: ni de justicia ni de lógica.
–No importa eso. –contestó el galo zanjando la cuestión. –¿Tienes hambre? ¿Quieres comer ahora?
La cabeza de Milo negó enfáticamente. Se la sudaba comer, quería saber quién le había visto desnudo y por qué.
–¿Sentías cosas por.. ––
–No.
–Ya. –replicó, aún inquieto, tamborileando sus dedos con ligera ansiedad. –¿Fue mejor que yo?
Los ojos del francés quedaron tan en blanco que podría haber simulado un desvanecimiento perfecto.
–Milo. Basta ya. ¿Aioria es mejor que yo? ¿De verdad podrías responderme eso? Porque yo no sé si quiero saberlo, jamás lo he preguntado y es porque no quiero saberlo. No voy a decirte nada más. ¿Por qué no lo dejas estar?
–Porque tengo miedo que ese alguien sea mejor que yo y me dejes, por ese ser misterioso a quien no conozco. ¿Fue una respuesta lo suficientemente honesta para ti? –confesó. Intentó sentarse y acomodarse, aunque ya sentía que era hora de la siguiente oleada de calmantes para apaciguar la marea de dolores que pronto subiría. –Venga, va... deberíamos acostarnos y practicar, no quiero oxidarme y luego... que te guste alguien más que yo.
Camus estalló en una carcajada poco sutil.
–Milo... no vamos a acostarnos hasta que sanes y tu cuerpo no sienta dolor. Créeme, puedo sobrevivir a largos períodos sin sexo y eso no significa que vaya a dejarte. ¿De verdad eras tan inseguro detrás de tus máscaras?
La vergüenza le azotó como un temporal y sus ojos se entrecerraron.
–No soy inseguro pero es la primera vez que voy en serio y... no sé de qué va esto. El amor no es el campo de juego favorito de mi seguridad, ¿sabes? Aún me acostumbro a esto. Tuve que morirme para que me ames, Camus Dubois.
Los dedos del galo se enroscaron en los suyos, luego de sentarse junto a él. Podía entenderlo, sí, porque estaba tan aterrado a que aquello falle como el griego.
–Milo... Te amo. Te amo desde que era un niño, te amo ahora y probablemente muera amándote porque eres mi hogar. Siempre te quise, aún cuando no podía demostrarlo. Quiero que esto funcione porque si no lo hace, temo volver a encerrarme en mi propia miseria. Quiero que esto funcione porque no eres simplemente un hombre a quien acabo de conocer... eres Milo, el que jugaba conmigo a los coches y a las luchas y quien me visitaba en Siberia y escuchaba mis desgracias. Eres el niño que me ofreció su amistad y me enseñaba griego. Eres el hombre que amo y que deseo, el niño que intentaba celebrar mis cumpleaños. Te amo desde muchísimo tiempo antes que mueras y creo que pude demostrarlo luego del enojo de Shaka, ¿no?
Algo dentro del cuerpo del escorpión se destrabó y se relajó, con una sonrisa honesta y el afán, la necesidad de ser besado.
–Sí, recuérdame jamás cortarle un polvo al rubio porque tiene una mala leche arrolladora.
Camus lo observó, negando.
–No, Milo, de verdad, no necesito esa información. Recuerda nunca mencionar nada que implique a mi hermana teniendo relaciones.
El griego rio.
–Sabes que viviremos todos juntos ¿no? Porque... solo digo que––
–No, ¿sabes qué? Shaka podría volverse monje. Le convenceré que tome los votos. –contestó el galo interrumpiéndole y sonriendo, besando su mano; intentando conectar con sus nuevas expresiones afectivas.
–Hombre, que injusto... ¿Tú tomarás los votos también? Porque... yo jamás te dejaría ni te engañaría pero tendría que hacerme tantas pajas que temo hacer combustión e incendiarme si froto ese palo como creo que lo haría.
La voz de la italiana interrumpió la carcajada compartida.
–No quiero romper vuestro momento romántico, pero... creo que tenemos problemas. Camus, ¿qué tan rápido dirías que podrías deshacer los ataúdes de hielo?
Un golpe en la puerta, a su vez, interrumpió aquella respuesta.
–¿Es tu hermana? ¿Puedo intentar ligar con ella mientras el rubio está en coma? –preguntó Shaina sonriendo.
El francés se levantó rápidamente para abandonar la sala y correr hacia la habitación. Problemas, sabía que habría problemas. Se cagaba en aquel puto plan descabellado y en el torturadísimo Géminis.
–Es la hermana de Cam, o al menos eso creo. Yo lo de caminar lo llevo regular, chica. ¿Podrías abrirle la puerta? –agregó Milo.
–La puerta y las piernas si así lo desea, ¿crees que le vayan las chicas? Shaka no parece demasiado masculino, igual tengo una oportunidad. –añadió con una ligera sonrisa antes de avanzar hacia la entrada de la casa.
El portón se abrió con un chillido y una evidente falta de aceite en las bisagras. La hermana de Camus se encontraba allí y no precisamente sola.
–Hola, Shai. –sonrió –¿Has venido de visita?
La italiana palideció, abriendo sus ojos enormes.
–Algo así, cara mía. ¡Y veo que tienes compañía! Que guay. Que... increíble momento para que... haya compañía. –se volteó, algo urgida. –Ehm... Milo, cielo... tenemos visitas.
-Fin de la segunda parte-
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