39. De réquiems y rebeliones - Parte 1
Hola!
Dejo un capi bastante extenso como siempre en varias partes para que no me extrañen estos días que espero sean pocos. Volveré y seré historias después de una cortísima estadía en el hospital :)
Gracias como siempre por votar y leer; a los nuevos lectores y a los de siempre. Gracias infinitas por acompañarme y por hacerme sentir mejor. Aunque no se vea quizás en el relato, esta historia tiene muchísimo amor y esfuerzo detrás. Espero que se disfrute tanto como yo disfruto escribiendo.
¡Llegó el capitulo del lío!
Con tu mantita favorita, acomódate en la silla con tu infusión de preferencia y disfruta :)
Mia ♥
"Quizá mi única noción de patria
sea esta urgencia de decir Nosotros
quizá mi única noción de patria
sea este regreso al propio desconcierto."
Mario Benedetti
Aioros se estiró sobre Adrián para despertarlo tan suavemente como pudo. Susurró algo en su oído que Saga no pudo oír y el salto que dio el mensajero le indicó que quedarse dormido allí no era parte de sus planes. Se levantó nervioso solo para observar al santo de Géminis aguardar en la puerta sin inmutarse.
–Tranquilo, Saga no dirá nada. –aseguró. –¿Nos veremos mañana, en algún momento? –le preguntó el centauro algo inquieto. El joven de cabello negro no contestó, estaba demasiado espantado como para mover algún músculo de la cara.
Le alcanzó la ropa con un gesto amable, que el mensajero tomó con cierta desesperación antes de vestirse tan rápido como pudo. Estaba alterado y eso a su vez, alteró ligeramente a Aioros.
–¿Saga podrías darme un momento? Estaré fuera en algunos minutos.
El santo de Géminis asintió, abandonando la habitación. No entendía por qué tanto alboroto, pero daba igual.
–¿Estás bien? Te ves algo... molesto. –le preguntó con cautela el centauro.
Adrián negó.
–No podía dormirme aquí, Aioros. Yo... no puedo, lo sabes.
–Te veías cansado y...––
–No... no lo entiendes. No lo entiendes, porque si el Patriarca se entera de esto, tú seguirás siendo el Santo dorado de Sagitario y yo... ¡yo soy reemplazable! No puedes entenderme porque...–respiró profundamente para calmarse, aún vistiéndose. –Solo... Debemos dejarlo, esto no debería suceder, no otra vez.
Aioros frunció el ceño.
–¿De verdad es lo que quieres?
–No lo entiendes aún ¿no? No importa lo que quieren los subordinados aquí, Aioros. Da igual, somos solo siervos y sombras, creí que conocías este lugar.
–A mí sí me importa y no eres un subordinado, eres la persona que amo.
–Pues lo que quiero es mantener mi trabajo aquí. Nunca podremos estar juntos porque no se puede, entonces no somos libres, ¿no lo ves? Todo se resume a estar escondidos, vernos fugazmente, nadie lo sabe, nadie nos ve, no podemos salir de aquí... ¿es esto lo que anhelas para tu vida afectiva? Porque yo no.
–Lo que anhelo para mi vida afectiva eres tú, ¿por qué no lo ves? –suspiró.
–Yo lo veo, el que no lo ve eres tú. A veces tu alegría y entusiasmo te obnubilan y no ves lo que en realidad sucede, Aioros. Estás negándolo todo, porque es más cómodo para ti. No lo ves, porque no quieres, porque está allí mismo, frente a ti. Da igual si te amo, da igual si me amas, tú eres eso y yo soy esto, y no puede funcionar, porque jamás tendremos libertad. ¿Y si alguien nos ve? ¿Y si Saga habla?
El centauro intentó calmarse, quizás en algún punto tenía razón. Su espíritu entusiasta a veces era un guía algo ciego.
–Saga no hablará.
–Aioros tú confiarías hasta en las personas que van a robarte, probablemente les des tu mismo tu cartera, para ahorrarles el trabajo.
El castaño frunció el ceño.
–¿De verdad piensas eso de mi? ¿Crees que soy ingenuo o solo muy tonto?
–Creo que... –hizo una pausa para respirar y calmarse. –Eres demasiado bueno para el mundo real y que te confías demasiado. Ahora mismo tu amigo, tu mejor amigo, quien convenció a todo este sitio de que eras un traidor y que habías intentado matar a la Diosa, está esperándote para una charla amable. Es la misma persona que lastimó a tu hermano, que envió a todos tras de ti.
–Eso es pasado, Adrián. –masculló afectado. ¿De verdad era un tonto? ¿Así lo veían los demás? ¿Un tonto confiado y soñador que negaba la realidad?
–Pero vamos a ver, ¿tú de verdad no lo ves? Yo estaba por aquí, yo sí lo recuerdo, no puedes mentirme la historia. Si tú lo perdonas, pues me alegra por ti y que no cargues con tu pasado, de verdad, enhorabuena... pero tú estabas muerto. Tú no viviste su Patriarcado, yo sí y fue un infierno. Tu hermano Aioria también, puedes preguntarle, después de todo él pagó el precio de tu cabeza y tu supuesta traición. No se contentó con matarte, hundió tu nombre y la gente ni siquiera se atrevía a mencionarte, como si estuvieras maldito. No le hagas esperar, igual quiere tomarse un café contigo.
Aioros no contestó.
–Lo siento Aioros. No es mi problema, no debo meterme en tus decisiones. Yo... no puedo con esto, con nuestra relación, es demasiado para mí.
El centauro asintió.
–Entonces... ¿quieres dejarlo?
–Sí. –aseveró Adrián. –Lo siento. No es vida ni para ti ni para mí. Me gustaría poder vivir el amor plenamente y esto no lo es. No poder dormir con la persona que amo, tener que fingir que entro a su templo para entregar un mensaje y solo tener que agachar la cabeza cuando alguien se asoma... no es mi idea de amar, no.
El castaño estaba aún demasiado en shock para poder argumentar y sus dotes de comunicación se habían desvanecido.
–Puedo... hablar con Dohko... y comprenderá.
Adrián suspiró.
–Debo irme, Aioros. Tendré que inventarme una mentira en el camino para explicar por qué llevo horas desaparecido y no se me ocurre ninguna. Lo siento, de verdad.
–Adrián... si crees que soy... un ingenuo confiado... ¿por qué te enamoraste de mí? Si es que lo has hecho... porque no lo sé... parecen molestarte más cosas de mí de las que te gustan.
–Porque creo que eres la persona más noble de todo este sitio y el único ser piadoso que se esconde tras estas columnas. Tu hermano era el otro y se ha ido lejos, créeme ha sido la mejor decisión.
Aioros frunció el entrecejo.
–¿Si tanto lo odias por qué no lo dejas?
–Porque soy un huérfano, como tú, como todos, pero a diferencia de ti yo soy un siervo subordinado. No fui lo suficientemente bueno para convertirme en santo, ni siquiera en escudero... y soy esto. No conozco nada más.
–Podrías ser lo que quisieras, Adrián. –murmuró.
–No, Aioros, ese es tu espíritu soñador hablando, no lo que sucede en el mundo real donde no soy nadie y tampoco puedo intentarlo, nosotros no tenemos opciones. No puedo porque ni siquiera puedo elegir a quien amar. No lo entiendes porque tus compañeros son los que están en el frente de batalla y a quienes todo el pueblo venera... mis compañeros son los que limpian vuestros templos y sirven en vuestras casas para que los santos de la elite dorada y plateada estén cómodos. Quizás no lo veas porque... eres demasiado leal y noble para hacerlo... pero aquí los santos rara vez saben nuestros nombres y ni siquiera acostumbran a pedirnos, solo nos ordenan. "Haz esto, y luego esto otro, y luego esto otro". Nosotros no hablamos, solo asentimos. Tú eres el único que... me ha pedido algo en vez de ordenármelo, supongo que por eso... me enamoré de ti.
Aquello lo había dejado sin aire. Saga tendría que esperar.
–Adrián... tú eres importante para mí y me encargaré personalmente que nadie te falte al respeto porque––
El mensajero sonrió brevemente, con tristeza.
–Me encantaría que pudieras verlo alguna vez.
–Hablaré con Dohko ahora mismo.
–¿Y le dirás qué? ¿Qué te has enamorado de su mensajero personal? Sabes cómo funciona, sabes lo que te dirá y sabes que nada cambiará, todo irá a peor, especialmente para mí.
–¡Pues me da igual! ¡Hablaré porque no voy a callarme la puta boca después de escuchar todo esto!
–Lo siento, Aioros, de verdad tengo que irme. Por favor, si me quieres y me respetas, al menos permíteme conservar mi puesto, si me degradan, todo será peor. No quiero terminar limpiando el suelo, especialmente no la sangre del campo de entrenamiento.
–No... Adrián... no... no es justo. Yo puedo hablar, ¡me escucharían! A mí sí me escucharían, ¡me lo he ganado!
El mensajero suspiró aturdido.
–Me meteré en problemas si sigo aquí, problemas que tú no tienes ni conoces. Pueden degradarme, Aioros. Por favor –rogó nervioso. –Dejémoslo así, y tú y yo... lo terminamos. No puedo seguir contigo y me duele que me lo pidas, no lo hagas. Por favor, haz esto más fácil para ambos y solo déjalo estar.
Aioros lo miró, extremadamente triste.
–No lo haré, descuida, jamás te lastimaría, jamás. Si quieres dejarlo y esa es tu decisión, pues lo dejamos y ya está. No voy a rogarte o a generar una situación incómoda que no mereces. Si alguna vez te he hecho sentir... un subordinado, no sabes cuánto lo siento.
La cabeza del mensajero negó enfáticamente.
–Jamás lo has hecho, Aioros. Ahora... con tu permiso, me retiraré.
El centauro lo miró de soslayo.
–Por favor, Adrián, me gustaría que no me pidas permiso para retirarte. Eres libre de marcharte cuando quieras. No te detendré.
–Lo siento. –masculló el joven, con el flequillo negro cubriéndole los ojos como una lluvia oscura. –De verdad lo siento y... si esta es la última vez que hablamos de igual a igual... me gustaría agradecerte... siempre has sido amable conmigo.
Aioros asintió, pero tenía tanta ira acumulada en el estómago que no pudo responder. Jamás creyó que nadie debiera agradecer un gesto amable, hubiera roto dos columnas de la frustración en ese mismo instante si no se hubiera obligado a calmarse para no parecer un puto loco de mierda.
–Buenas noches. –saludó el mensajero, antes de alejarse algunos pasos.
–¿Adrián? –le llamó el castaño.
–¿Sí?
–Cuando sucedió todo... ¿Tú también creíste que era un traidor? –preguntó curioso.
El mensajero lo observó a través de su iris traslúcido y gris y sonrió.
–No. Nunca. –aseveró. –Cuando... eras joven... mi hermana también vivía aquí y... un grupo de guardias del Santuario...
Los ojos verdes de Aioros lo atravesaron, prestando atención, quería escuchar el relato.
–...La persiguieron y... lo impediste. La defendiste aunque no la conocías de nada y no era más que... una chica sombra como todos nosotros. Le rompiste la nariz a uno de ellos y luego pediste personalmente su expulsión del Santuario. Mi hermana lloró mucho cuando te asesinaron, ella... jamás olvidó eso y yo tampoco. Cuando nos dijeron que habías intentado asesinar a--... no lo creí. Las cosas cambiaron mucho por aquí y había rumores, pero nadie escucha a los sirvientes.
–Tu hermana... dices que vivía aquí... ¿ella ha...?
–No ha muerto si es lo que preguntarías, pero escapó. Vive en Rodorio y aunque me gustaría visitarla frecuentemente, no puedo hacerlo con tanto trabajo. –sonrió levemente. –Ella es la única que sabe que me enamoré de ti y que soy correspondido. Se alegra por mi, cree que eres algo así como un héroe y que soy muy afortunado.
–Ya veo... –asintió, devolviéndole la sonrisa. –Pues, no sabes cuánto me alegra. –Su gesto se desarmó pronto. –Me encanta hablar contigo Adrián, pero no quiero retenerte, ha sido una curiosidad tonta, lo siento. Salúdame a tu hermana cuando la veas, y... de verdad deseo que ambos seáis muy felices.
El mensajero asintió, tan serio como pudo, intentando que su corazón no lo traicione con algún gesto extra, aunque lo anhelaba profundamente.
–Lo mismo deseo para ti... y discúlpame si he sonado...
–Estamos bien, tranquilo. –zanjó él con la cabeza. –Que tengas buenas noches.
Cuando finalmente se fue y Aioros logró recomponerse lo suficiente para volver a sí mismo, Saga se había marchado ya de allí, no se sorprendió al escuchar algunos ronquidos agotados desde su habitación. Ya hablaría con él luego, ahora debía resolver algunas cuestiones con el Patriarca.
Camus no había logrado dormir bien.
Como había profetizado su hermana, Milo se había quejado toda la noche del dolor, entre sueño y sueño, con sonidos agudos que le angustiaron y le mantuvieron cerca de la vigilia toda la madrugada. No quiso darle más calmantes (Marianne dijo que era demasiado) y decidió que le convencería para volver al hospital, de donde no debía haberse escapado. Lo escucharía, sí, porque se lo pediría por el bien de ambos... de todas formas, hablaría también con Shaka para aclarar y zanjar en su mente el tema Saga: aún le daba algunas vueltas.
Aioria se marchó muy temprano, cerca de las cuatro, dejando a una Marin completamente desmayada en la cama. No escucharon cuando se despertó y se preparó un té (el único desayuno posible al menos momentáneamente) pero en su camino a la salida aún algo dormido, pisó a Shaka (estaba oscuro y él demasiado zombie para recordar que había dos personas durmiendo en el suelo) y el rubio, como si de estrés postraumático bélico se tratara, cogió su pie rápidamente como acto reflejo y lo arrojó lejos antes de descubrir que estaba intentando matar a su antiguo vecino.
–¿Pero qué...? –exclamó el león finalmente, acariciando su hombro golpeado.
–...Aioria, lo siento mucho... –susurró el indio intentando no despertar a sus compañeros. Milo protesto de dolor y Camus murmuró algo ininteligible.
–Supongo que hubiera hecho lo mismo... pero cuidado con lo que haces, chico. Ahora duermes con Marianne... yo que tú intentaría desactivar lo que sea que tengas en la cabeza, soldado, y te acostumbres a... la vida normal.
Shaka asintió, avergonzado. El león tenía razón, absoluta razón. ¿Y si su cuerpo reaccionaba de alguna forma horrible y él no podía evitarlo? No logró volver a dormir.
Aioria se despidió y la alarma del móvil de Marianne sonó dos horas después con una canción extraña.
(¿Será David Bowie? Pensó él confundido, pero sonaba MUY fuerte y lo perturbó.)
Camus se deshizo del sonido con una mano torpe y ciega, cagándose en la pésima decisión de Milo de escapar de allí. Estaba cansado y ansiaba dormir, cómodamente. Deseó con todo su corazón que la japonesa finalmente los sacara de allí pronto; cualquier sitio sería un palacete comparado a esa mierda de habitación.
–Marianne... –murmuró, intentando despertar a su hermana que también había protestado en sueños, probablemente por el dolor de su espalda al dormir en el suelo. La chica le devolvió palabras murmuradas en un francés somnoliento, que nadie excepto su hermano comprendió.
–¿Qué ha dicho? –quiso saber en un susurro Milo, intentando sin éxito volver a dormir, con los ojos cerrados, buscando la mano del galo de forma inconsciente.
–Que deberías volver al hospital, eso ha dicho. –contestó Camus, acomodándose junto a él para acariciar su mano con el pulgar, cerrando nuevamente sus párpados.
Milo sonrió levemente, se veía cansado también... y adolorido.
–Oh, ¿de verdad?
Camus asintió solemne.
–Sí, porque le preocupa que su hermano pierda la cabeza si pasa otra noche como esta. No puedo escucharte sufrir Milo...
–Algo me dice que tu hermana no dijo nada de mí. No quiero volver al hospital, no quiero alejarme de ti. Por favor, estaré bien. Prometo no quejarme.
El francés lo miró a los ojos en la penumbra de la mañana que aún no terminaba de aclarar, serio.
–No, Milo. No quiero que te lo calles, quiero que no sufras. No quiero que sufras y lo padezcas en silencio, ni se te ocurra hacer esa tontería...
El griego asintió. Tenía sentido y para él, también... no quería fingir, ni sus sonrisas ni ocultar su dolor, de ninguna índole. Sonrió.
–¿Sabes? Me gusta este Camus. Me gusta este hombre relajado y amable.
El francés negó.
–Pues de relajado nada, creo que nunca en la vida he sentido tanta ansiedad como ahora... pero prometo intentar ser más amable. Me reprimí el tiempo suficiente para saber que no quiero volver a hacerlo.
–¡Aioria no, notecomasmitarta, tngo hmbre! Va, sí, claro, ya. Pescado. –masculló la japonesa antes de darse la vuelta, completamente dormida. Pronunció algunas palabras extra pero no tenían ningún sentido aparente. Ambos rieron. Necesitarían privacidad y rápido.
La voz de Shaka les alcanzó desde el suelo.
–Marin tiene hambre. Y Marianne debería despertarse para no llegar tarde. ¿Se supone que debo hacerlo? Lo hacía sola cuando vivía en Virgo.
Milo carcajeó.
–Yo no lo sé, porque su hermano siempre despertaba antes que yo y huía de mí... jamás me despertaba para despedirse.
Shaka meditó aquello.
–¿Marianne querrá huir también?
–Pues quizás lo lleva en la sangre. –agregó Milo con una sonrisa presionando su abdomen.
–No asustes a Shaka, hombre... que es una persona muy literal. –le regañó él, negando antes de dirigirse al rubio. –¿Sabes? Puedes despertarla, no huirá... pero si quieres un consejo para sobrevivir a un noviazgo feliz con Mimi, los comentarios de casamientos y apellidos pueden espantarla. Nuestra cultura es diferente y no acostumbramos a hacerlo de esa forma, evita mencionarlo.
El indio asintió, pero no lo entendía.
–Pero ya tiene 25 años y...
–Tampoco menciones eso, en Francia no es normal. Supongo que tardamos algo más en contraer matrimonio. –dijo levantando sus hombros. –Y no todos lo hacen de todas formas.
Shaka tomó nota mental de aquella información, pero no creyó que aquel choque de culturas fuera tan dispar, después de todo, se llevaban bien. Milo a su vez quiso opinar.
–No espantes a mon petit ange, me gustaría que seamos familia, Shaka. Eres algo especial, pero creo que eres buena gente. –rió el griego.
Camus sonrió.
–Creo que coincido. Aún con tus... particularidades, creo que mi hermana es feliz a tu lado. ¿Sabes? Solía salir con estúpidos a quienes de buena gana hubiera asesinado.
Milo hizo algo similar a una carcajada, reducida en fuerza, que sonó casi hueca. Aquel costado celoso y sobreprotector de Camus era demasiado nuevo y divertido para él. Shaka finalmente se levantó del suelo para estirarse un poco.
–No sabía que se suponía que yo era su novio, ella nunca me lo dijo. Debí parecer un idiota. –se quejó. –Yo no sé de qué va esto y creo que no lo haré bien. En India tu familia elige a tu novia y ser novios significa que te casarás inmediatamente. Yo no tengo familia y creí que cuando Marianne se refirió a mi como "su novio" significaba que debía casarme con ella. No sabía que las mujeres en Francia decidían eso, no lo llevo claro.
–No, hombre, que es algo tácito. Si estás con alguien y hay afecto pues en Francia se considera un noviazgo y ya.
–¿Y cómo sabes si no lo preguntas ni lo aclaras? –preguntó fastidiado. Aquello lo mareaba muchísimo.
–No lo aclaras, solo sucede, Shaka. Las relaciones se dan naturalmente, no acostumbramos a preguntar.
–Eso es confuso. Tu país es confuso.
Camus suspiró.
–No lo es, Shaka, son costumbres, mi país no es confuso. Si estás con alguien pues estás con alguien y ya está.
–¿Por eso creías que Milo te engañaba? ¿Por qué se acostaba con otras personas? ¿Cómo podía saber que estabais en una relación estable y exclusiva si no lo dices? Es confuso. –negó. –Debo ir a buscar café, Marin me ha dicho que debo encargarme de la comida y si tu hermana despierta y no bebe un poco, luego no sabrá hablar griego, porque lo mezcla con palabras desconocidas. Volveré en un momento. –agregó antes de desaparecer dejando a un Camus increíblemente avergonzado.
Milo lo miró.
–Me gustaría saber la respuesta a esa pregunta.
Camus lo evitó. Hablar de sus emociones aún le resultaba difícil y aún más en presencia de otras personas. Se lo diría todo, a su tiempo.
–Me gustaría dártela, pero ahora no es el momento.
Quizás debería comenzar por el principio y eso llevaría un buen rato.
Aioros atravesó los templos restantes como una flecha disparada por él mismo y se plantó sin ninguna ceremonia, ante la puerta del Patriarca, custodiada por Adrián quien aguardaba órdenes fuera. Los ojos grises del mensajero lo observaron con terror: si el centauro estaba allí probablemente montaría un espectáculo impulsivo poco beneficioso para él.
–Adrián, ¿podrías notificar al Patriarca que deseo una reunión con él inmediatamente?
Lo miró, suplicante. Quiso detenerlo pero no supo cómo. Cualquiera podría escuchar.
–¿Ahora mismo, señor? –preguntó, nervioso.
El centauro asintió con un gesto frío.
–Sí, por favor. Ahora mismo. Gracias.
Pudo ver la espalda, devastada y agobiada de quien había estado desnudo entre sus brazos horas antes susurrando su nombre entre jadeos, alejarse para buscar a Dohko. Las puertas se abrieron momentos después.
–Puede pasar, señor. Lo verá ahora. –aseveró, aún con sus ojos suplicantes que rogaban que se marchara, que mantuviera el hocico cerrado y se marchara pronto de allí.
Adrián sintió una ola de nervios que no logró domar y su corazón se aceleró. Deseaba enterarse de que iba aquella reunión y supuso que no estaría mal que se quedara junto a la puerta escuchando... después de todo, estaba seguro que aquello tenía que ver con él. Aioros saludó con un gesto antes de entrar y dejarlo atrás.
Dohko se acomodó en su asiento, confundido y preocupado. Una reunión inmediata y por la noche no solía ser buena señal.
–Aioros... ¿Qué sucede? –preguntó intrigado.
El griego lo miró a los ojos, sin realizar ningún gesto ceremonioso ni arrodillarse frente a él, lo cual era un insulto a todas luces.
–Creo que tenemos que hablar.
Dohko asintió.
–Entiendo, ¿acerca de qué exactamente? ¿Esta reunión no podía esperar?
–No. –aseveró el centauro con énfasis. –Creo que las cosas tienen que cambiar en este lugar y de forma urgente.
El chino frunció el entrecejo, estaba completamente confundido y no lo seguía.
–Creo que no comprendo y tampoco sé exactamente a qué te refieres pero aunque no tengo en claro qué sucede, considero que a juzgar por tu tono de voz y que evites cualquier tipo de reverencia, que no me interesa realmente, estás molesto. No comprendo por qué.
–Consideras bien. Creo que este lugar es una puta mierda y las cosas deben cambiar por aquí.
Los ojos del chino se abrieron drásticamente.
–¿Perdona?
–Lo que has oído, Dohko. No voy a reverenciar a nadie a quien no respeto porque hincar la rodilla por obediencia no es mi estilo. Si eso es un insulto para ti pues no intentaré que cambies de opinión, lo tomas o lo dejas.
–Disculpa, Aioros, pero aquí nadie te ha faltado al respeto y me gustaría saber por qué te diriges a mí en este tono y de esta forma tan... poco cortes.
–Lo que he dicho. Las cosas deben cambiar por aquí. Todo debe cambiar, por el bien común.
Dohko asintió, mirándolo a los ojos.
–Nadie te retiene aquí, Aioros. Siempre puedes irte si eso deseas, como lo hizo Aioria, Mu o Aldebarán.
–Abandonar el barco no es mi estilo, porque aún queda gente en este sitio y voy a luchar por ellos. Por cierto, no se olvide de Shaka; Virgo también ha desertado, dejó una nota simpática junto a su armadura en Escorpio.
Los ojos del chino lo observaron, comenzaba a fastidiarse.
(Panda de alborotadores)
–Ya veo. Y dime, ¿a qué se debe exactamente esta reunión urgente? ¿Qué he hecho exactamente para disgustarte tanto?
–Seguir dirigiendo este sitio con reglas arcaicas sin cuestionarlas, por ejemplo. No me malentiendas, creo que eres un buen compañero de armas... pero este sitio necesita otro tipo de dirección.
Dohko rió, con ganas.
–¿Otro tipo de dirección?
–Bueno, creo que Seiya podría ser un excelente Sagitario y yo un excelente Patriarca. Ambos sabemos que el designado por Shion era yo. Puedes preguntárselo tú mismo, después de todo, está en esa recámara.
–Ya, pero mucho me temo que estabas muerto y la Diosa tomó medidas para elegir a alguien más. ¿Qué es lo que quieres? ¿Dirigir este sitio, eso es lo que quieres?
Aioros negó enfáticamente.
–Quiero sentir que el lugar que fue mi hogar deje de ser un infierno para muchas personas que no son tenidas en cuenta por aquí. Quiero que el sitio al que protejo y le entrego mi vida sea justo, con todos por igual. Con los niños que entrenamos, con quienes trabajan aquí, con los soldados, con todos. Si no lo haces tú pues me veré obligado a...
–¿A qué exactamente, Aioros? –preguntó.
–A hacerlo yo. Quizás una de las reglas que me gustaría cambiar es la de elegir nosotros mismos la dirección de este sitio, ¿no? ¿Qué tal unas elecciones? Quiero decir, hay mucha gente viviendo aquí, ¿por qué no pueden elegir quién gobierne el Santuario?
Dohko suspiró, aquello iría para largo.
–Estás diciéndome que no me quieres aquí como Patriarca y que lo estoy haciendo mal, pero tú podrías hacerlo mucho mejor. Lo siento Aioros pero tenemos problemas mucho más importantes ahora mismo.
–No, no estoy de acuerdo. No hay "mucho más importante" que quienes viven y padecen aquí, y su bienestar no puede esperar. ¿Por qué cree que los santos están desertando? ¿Porque son traidores?
Quiso contestar que sí, pero no lo diría.
–No sé por qué lo hacen, Aioros.
–Pues yo sí. Aioria, mi hermano, prioriza el amor por su hijo porque sabe que si le cría aquí, solo será un niño más, entrenado y golpeado por alguien, para dedicar su vida a una posible guerra. ¿Cree que está mal?
–No, creo que es válido pero... sigo sin comprender a qué reglas te refieres exactamente.
El griego negó.
–Pues habría que revisar una por una hasta convertir este sitio en un lugar justo y agradable.
–Aioros, es tarde y si no tienes nada en claro pues daré por finalizada esta reunión. –sentenció. Respetaba al centauro, pero aquella exposición le parecía aniñada considerando que el Santuario aún estaba en ruinas y acéfalo. Los santos de la orden seguían desertando en medio de un conflicto bélico y solo podía pensar en que Saori no había vuelto aún de aquel juicio, que por lo que dijo Shaka, sería largo.
El guardián de Sagitario lo observó serio.
–Volveré mañana y el jueves, el viernes, el sábado y el domingo... y luego comenzaré mi semana aquí otra vez, hasta que las cosas cambien. No me cruzaré de brazos a esperar un poco de humanidad, creí que lo comprendías.
La cabeza del chino asintió.
–Veré que puedo hacer.
–Para contestarme esa mierda igual prefiero que no digas nada.
Frunció el ceño, aquello era un insulto.
–Deberías comenzar por respetarme, tengo algunos años más que tú y te guste o no, soy el Patriarca del Santuario. Podría imponerte un castigo por una falta así.
–Ya se lo he dicho, Su Santidad. –respondió, irónico. –Solo respetaré lo que considero que debe ser respetado e hincaré la rodilla ante alguien que sea merecedor de ese respeto. "Veré que puedo hacer", ¿qué es lo que tienes que ver exactamente? Eres tú quien dirige este sitio, Dohko, no tienes que ver, tienes que hacer. De eso se trata, de cuidar a los tuyos... y "los tuyos" no son solo los santos de élite, a quienes, de paso, tampoco cuidas demasiado bien considerando que de 12 te han desertado 4 ya y contando. No pasará mucho tiempo hasta que Camus y Milo lo hagan también. 6 de 12 no es un buen promedio si me preguntas a mí.
El chino lo observó atentamente.
–Jamás creí que tú, de todos, serías tan irreverente.
–Ya se lo he dicho, le debo lealtad a este sitio y pelearé por él y por su gente. Si eso implica un posible quiebre con la dirección del Santuario, pues que así sea. Volveré mañana con una lista de ideas que espero, podamos discutir.
–Mira Aioros, estoy un poco cansado de esta tontería. ¿De verdad crees que lo harías mejor que yo? Pues dime, porque no se puede dirigir el Santuario con sueños y esperanzas, se dirige con acciones: acciones que ni siquiera puedes especificar porque todo lo que has hecho es quejarte de lo mal que está todo y faltarme al respeto una y otra vez.
–Podemos preguntárselo a todos los involucrados para empezar, ¿no? ¿Qué tal escuchar a aquellos a quienes nadie escucha? Quizás hacer asambleas y asignar personas encargadas de darle voz a todos los sectores del Santuario sería un buen comienzo.
Dohko asintió, molesto.
–Eso puede hacerse. Mañana en un horario normal podemos discutir cómo. Ahora, si me disculpas, daremos por finalizada esta reunión.
–Gracias por considerarlo.
Aioros asintió y finalmente hizo una pequeña reverencia antes de salir, a modo de despedida. Al cerrar la puerta, se encontró con Adrián y sus ojos, lo que provocó una ligera descarga de tristeza en el centauro.
–Buenas noches, señor. –sonrió ligeramente el mensajero con un gesto amable.
–Mi nombre es Aioros. Aioros Samaras, Adrián. Puedes llamarme así, no más "señor", por favor.
El joven de cabellos negros asintió.
–Buenas noches, Aioros. –dijo con una sonrisa que no pudo reprimir para finalmente, mover sus labios sin emitir sonido, formando la palabra "Gracias". El centauro asintió, devolviéndole otra de forma nostálgica. Quería besarlo allí mismo, pero no lo haría. Si respetarlo significaba alejarse de él, estaba dispuesto a hacerlo aunque le quemase por dentro.
–Buenas noches, Adrián. –replicó, con una leve reverencia, antes devolver a Sagitario e intentar, sin demasiado éxito, dormir.
Marianne finalmente se despertó, con la espalda destrozada, solo para reptar hacia la pequeña mesa recibidora diminuta de la habitación y beber el café que Shaka le ofreció. Tenía un gusto extraño pero no estaba del todo mal. Eso terminó por despertar sus sentidos.
–Te dije que no durmieras en el suelo, y Aioria te ofreció la cama junto a Marin, deberías haber aceptado... te ves cansada. –agregó Camus, degustando su propia taza. Marianne le devolvió un dedo como respuesta pero luego sonrió.
–Huelo comida –murmuró la japonesa aún adormilada, removiéndose en la cama. –Huelo comida... necesito comida. –agregó con énfasis levantándose también. Llevaba un pijama gracioso con unos pantalones colmados de dibujos de huevos fritos, lo que le arrancó a Milo una carcajada.
–Wow, el nuevo look del águila maternal te va bien. ¿Esos son huevos fritos con caras?
–Sí, es un obsequio de Maggianeeeee. La última moda en Francia. –contestó ella espiando y buscando el origen de aquel olor. El rubio le alcanzó una pequeña bandeja que la japonesa celebró con un pequeño aplauso. –Shaka, chico, te quiero. Que los dioses bendigan tu existencia y tus rupias. No sé qué es esto ni por qué parece una cena pero te quiero.
–Chole bhature. –contestó el rubio.
–¿Cuánto dinero has gastado? –quiso saber Camus olfateando también. No tenía idea qué era lo que acababa de nombrar, pero le abrió el apetito rápidamente, exceptuando la cena de la noche anterior, sus raciones diarias habían sido escasas.
–Un euro.
–Espera ¿acabas de comprar toda esta comida por un euro? –indagó el griego espiando.
Shaka asintió, su amigo no era muy espabilado.
–Sí, si 1 rupia son 0,012 euros entonces...
Marianne bebía en silencio, feliz de escuchar aquella voz suave por la mañana. Se alegraba también de olfatear aquellas comidas extrañas otra vez, pero decidió rápidamente que si comía se sentiría pesada luego así que decidió pasar y comprar una fruta camino al hospital. Milo también se alegró al recibir su plato, aunque no quería repetir otro episodio de la serie "Desayunando con Shaka y muriendo en el intento" y lo observó con desconfianza.
–¿Esto pica como todo lo que cocinas tú? Que nos cagaremos vivos...
–No, y mis comidas no pican, las tuyas no tienen sabor. –comentó antes de darle un bocado grande.
Camus probó con cautela, pero no estaba mal.
–Garbanzos para desayunar, esto es nuevo. Gracias, Shaka. –agregó el francés. No lo mencionó, pero la simple sensación de tener un plato caliente y grande le reconfortó. Los días de escasez y estrés no habían cooperado. La voz de Milo lo alejó de aquella reflexión.
–Chico, para tu información, esto sí pica y mucho. Siento que ahora mismo Ganesha me está penetrando an–
–No, Milo, no es necesario graficarlo. –lo detuvo Camus, rápido.
–Pues no eres el único poeta por aquí, déjame expresar mi arte verbal y molestar a Barbie Vishnu. Y dame algo, que pica... y muchísimo.
–Sabes que no es la misma religión, ¿verdad? –indagó Shaka, comiendo. –Tus papilas gustativas quizás se atrofiaron en el hospital.
–¿Sabes tú lo que se atrofiara luego de esta comida? –preguntó el griego, divertido.
–Déjame adivinar –murmuró la japonesa, comiendo, feliz. El escorpión exageraba, aquello estaba buenísimo, sea lo que sea. –Tu cu––
–Marin, tampoco es necesario graficar –le interrumpió Camus. –Esta comida está muy bien. ¿Quizás podrías pedir sin picante la próxima vez?
El indio asintió pero se lamentó profundamente del mal gusto de sus compañeros.
–Mimi, ¿no vas a comer? ¿Puedo comerme tu plato? Ya sabes, el bebé necesita alimento. –aseveró Marin. Marianne asintió.
–Sí, ya debo irme. ¿Tendremos casa pronto, Marinette? Por favor.
–Claro, chica –contestó segura. –El problema es que solo hay dos habitaciones. Deberías decidir si duermes con tu hermano o con tu virgen dorada y luego... echamos a suertes quién dormirá en la sala.
Shaka terminó su comida, en silencio. Él tampoco sabía si se suponía que debían dormir juntos todos los días o qué. Supuso que sí, después de todo, eso hacía Mu y Aldebarán.
–Dormiré con Milo. Si dormimos en parejas, ahorraremos camas. –asintió el francés. El griego reafirmó aquello con la cabeza, tenía razón.
Aún no amanecía en el Santuario cuando Shaina, presa de la emoción de su futura mudanza al primer templo, guardaba sus cosas imaginándose una y otra vez cómo se vería con aquella armadura de oro. Se preguntó si Mu o Shion trabajarían adaptándola a su cuerpo y si se la entregarían pronto... pero no lograba evitar sentirse una impostora, no creía ser digna de aquel ropaje.
"Lo mereces, Shai" hubiera dicho Marin. Recordarla la hizo sonreír con algo de pena.
La extrañaba, con intensidad. Sabía que le diría que exageraba, que era una buena guerrera y que lo merecía más que nadie... pero el vacío que había dejado su ausencia le abrumó, (especialmente ahora que June decidía pasar más tiempo en la décima casa que en su propia cabaña.)
Recordó a la pequeña japonesa acercarse curiosa y leer mal su nombre el día que la conoció. En realidad, se llamaba Gina Palladino, pero una diminuta Marin no podía pronunciarlo bien aunque lo intentó, con todas sus fuerzas y su paladar oriental. Lo adoptó: Shaina le parecía bonito, desde entonces, pocas personas supieron su nombre real, aquel que le había obsequiado su amiga, le resultaba más significativo.
A pesar de haber atravesado un periodo difícil producto de los celos y la competencia (y no saber domar su mal genio), Marin se había convertido en su familia... y ahora tendría una propia lejos del Santuario y lejos de su cuidado. Suspiró. Aunque por un momento pensó en contactarla, la madrugada aún no terminaba y la despertaría. Se prometió a si misma hacerlo luego del arduo entrenamiento del carnero mayor, que ya estaba agotándola a niveles que creyó no poder soportar por mucho tiempo.
("Quiero saber como teletransportarme" le había dicho a Shion aquel primer encuentro. Él prometió que la ayudaría, sí. Así, podría visitar al aguilucho y a la japonesa pronto... muy pronto.)
Una angustia fugaz inundó su pecho y en ese instante creyó que no sería capaz. Jamás podría equipararse a ninguno de sus compañeros de armas, nunca. Ella era una santa de plata y así debía quedarse... los ropajes dorados eran demasiado grandes para su talla.
Salió de la cabaña, claustrofóbica y desesperada, (una pequeña caminata le sentaría bien) y se sorprendió al escuchar una voz cerca de las tumbas. Apagó su energía tanto como pudo y persiguió aquel sonido como un felino, solo para escuchar la voz del antiguo Santo de Géminis, frente a lo que intuyó era la tumba de su gemelo.
–Nos veremos pronto, Kanon. Espérame. Voy en camino.
Luego del desayuno y de un beso que dejó la boca de Shaka con gusto a chocolate y pintada de marrón, ambas jóvenes emprendieron la marcha. Marianne se dirigió al hospital y Marin, a visitar a la dueña del sitio que, si todo salía según lo planeado, sería su nuevo hogar.
La señora la recibió amablemente... después de todo, había empatizado rápidamente con la japonesa. Se veía dulce y tan aterrada como ella misma cuando cursó su primer embarazo. La invitó a pasar para, finalmente, anunciarle que podrían alquilar aquel sitio y que solo debían repasar algunas formalidades.
Marin sonrió. Había llevado el dinero en los bolsillos de su nuevo pijama y lo extrajo con solemnidad, con sus labios pintados de rojo. Luego de las partes burocráticas y aburridas, le entregó las llaves de lo que sería su nuevo hogar, avisándole que cualquier cosa que necesitara, podía simplemente avisarle; después de todo, viviría frente a su casa.
Estaba emocionada y sintió la urgencia de llorar, pero no lo hizo. Aún debía luchar contra aquel mandato que determinaba que sensibilizarse no provocaba una muerte inminente, sino un abrazo. Cuando no pudo contener las lágrimas, la joven tomó su mano.
–¿Estás bien? –preguntó. Marin asintió como respuesta.
–Sí, solo muy feliz.
Otra sonrisa zanjó aquella afirmación. Debía decirles a todos que lo había logrado, había conseguido un hogar como lo prometió... o casi.
Aún desconocía el rumbo de los acontecimientos que sucederían en tan solo unas horas.
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