38. Stradivarius - Parte 2
Rodorio, Atenas, Grecia
Lena no esperaba visitas, pero los golpes urgentes y sólidos en la puerta la arrastraron rápidamente lejos del diario donde volcaba en forma de palabras aquellas cosas que jamás podría volver a decir en voz alta. A él, a Kanon, y todo lo que él se había llevado bajo tierra: su compañía, sus brazos y aquellas frases que no volvería a repetir su boca mirando sus ojos verdes, para ser correspondida por un beso divertido.
Necesitaba, al menos, a modo de drenaje agónico, hilar letras y oraciones en una hoja para aliviar el peso de la ausencia.
Se levantó veloz para encontrar nuevamente el rostro de su cuñado tras la madera colorida que delimitaba la entrada de su casa. Aquel golpe había sido seco y aún no lograba acostumbrarse.
Lo invitó a pasar con un gesto, intentando reacomodar en su cerebro (y su corazón) que aquella persona casi idéntica a Kanon, era solo una imagen.
–Supongo que no esperabas verme tan pronto. –deslizó él, entrando en la pequeña casa de colores cítricos y amables a los ojos. Estaba nervioso. –A decir verdad tampoco lo creí, pero tengo algo que te pertenece y me gustaría entregártelo personalmente en nombre de mi hermano.
Lena lo observó con algo de curiosidad.
Sus ojos grandes (y en otra vida, expresivos) se veían apagados y húmedos. Le invitó un café que el gemelo vivo no declinó y se preguntó internamente por qué se veía aún peor que la primera vez. Su cerebro envió la respuesta en forma del recuerdo crudo de la ausencia; como una burla cargada de eternidad que la alcanzó con un intento de espasmo reprimido para no romper en llanto nuevamente.
Se alejó a la cocina un instante dejando a un Saga
(la madera que descubrió ser un violín)
casi muerto detrás.
El gemelo inhaló, preparando brevemente aquel discurso que improvisaría de forma rápida para liberarse de aquella misión. Sus iris verdes y marchitos pasearon escaneando el lugar para encontrarse nuevamente con los ojos de su hermano muerto en una fotografía. Observó la imagen impresa y el Kanon feliz que rodeaba con sus brazos a su novia en colores vibrantes, enmarcado e inerte, le obsequió el recuerdo de su sonrisa.
Cuando la joven reapareció minutos más tarde con dos tazas color lima cargadas de café (su estómago se cagó en sus muertos), Saga extrajo algo de su bolsillo para ponerlo delicadamente sobre la mesa.
–Siento ser yo quien te lo diga, y ser ahora el mensajero de mi hermano... pero tenía algo para ti que no logró darte y me parece justo que llegue a tus manos. Creo que él lo hubiera querido así.
Extendió con los dedos la caja y con otro movimiento rápido, la nota, acercándolas a Lena. La joven observó todo en lo que el santo de Géminis consideró un estado de shock.
–Iba a proponerte matrimonio y eso lo ilusionaba. Creo que la muerte le ganó la partida. –asintió.
Finalmente había llegado a destino.
La joven acarició con nostalgia aquella hoja recordando las notas que solía dejarle por toda la casa, escondidas a modo de juego o breves mensajes. Comenzó a llorar en silencio.
("Lo siento, me comí el postre pero prometo comprar más :)" rezaban sus papeles diminutos encerrados en la nevera con el dibujo torpe de una cara triste sobre la bandeja de turno, ya vacía. También solían aparecer pequeños dibujos, de él mismo, haciendo alguna tontería como terminarse el café "Se han terminado el frasco, ¿te lo crees? No sé quien ha sido, pero las cámaras de seguridad han registrado esto.")
–Ha dejado eso escrito, la improvisación no se le daba bien.
El reencuentro con su letra post-mortem no fue divertido. Ni un ápice. Rompió en un llanto tan agudo que su cuñado la observó perplejo, sin saber cómo reaccionar. Leyó sus garabatos, pero las lágrimas pesadas y plomizas que manaban a borbotones, le impedían ver.
–Lo siento. Sé que no me esperabas y que quizás es... demasiado para procesar pero... no me parecía justo que su último deseo no se cumpliera.
Lena lo observó, intentando calmarse, pero poner una represa a aquel desastre hidráulico era casi ridículo.
–Gracias... Yo...te lo agradezco.
La joven, a modo simbólico cogió el anillo que deslizó de forma rápida y algo ceremoniosa en su dedo. Él lo observó todo, esbozando una mueca horrenda que imitaba una semi-sonrisa.
–Debería agradecerte yo a ti por haberle dado a mi hermano lo único que anheló desde que nació. El amor siempre se agradece, vamos, especialmente en tipos como nosotros. –hizo una pausa, intentando recobrar su voz. –Y por hacerle feliz. Sé que él lo era contigo. Lo sé porque me lo dijo y porque... jamás tuve la suerte de verlo, hasta ahora.
La leve sonrisa roja de la joven, húmeda y dibujada tenuemente en su rostro como una herida que sangraba, intentó dar con él a modo de respuesta. Él prosiguió, para romper aquel silencio.
–¿Te gustaría decirle algo? Porque intentaré darle el mensaje personalmente. –agregó con los ojos, esta vez vibrantes e inminentes.
–No comprendo...
–Sabes que somos gemelos, ¿verdad? Digo, es algo evidente. Sé que no dio muchos detalles, pero imagino que puedes intuir que tu novio tenía un hermano gemelo... que soy yo.
Lena asintió, jugando con el anillo de forma inconsciente.
–Pues... compartimos cumpleaños, evidentemente y ambos custodiamos Géminis, es nuestra constelación guardiana. Géminis es irónica y arquetípicamente "El mensajero". ¿Sabes quién es Hermes?
Asintió otra vez, curiosa.
–El mensajero de los Dioses.
–El mensajero de los Dioses, si. Hermes, posteriormente Mercurio para los romanos, regente de nuestra constelación guardiana era el mensajero de los dioses, entre otras cosas. El dios de la astucia, el comercio y ¿por qué no? La mentira y los ladrones. Hermes guiaba las almas al Hades y era el único que podía ir al Inframundo y volver con libertad. No puedo evitarlo, tengo ínfulas de Dios, siempre las he tenido. –el gemelo se detuvo esta vez para dar un trago rápido a su café. –Digamos que voy a hacerle el honor correspondiente a la armadura que porto e iré a buscar a mí hermano... Y comerciar. Si tienes algo que decirle, se lo diré con gusto. Veré a Kanon muy pronto.
Aquel monólogo no era ni un poco normal. O su cuñado había perdido la cabeza, o había decidido pasar de su medicación.
–... ¿Cómo?
–Kanon está muerto pero... omití un detalle en el relato. Mi hermano murió en un ataque en el que hubo muchas bajas, y de esas bajas, todas han vuelto a la vida... excepto él. Digamos que tu novio está en busca y captura del Inframundo... lo que vendría a ser el equivalente a ser un convicto extremadamente peligroso aquí en tu mundo y muchos jueces quieren ponerle tantas penas como puedan. Ahora mismo, los dioses están juzgándolo y por lo que me dijo el último en volver... no lo tiene fácil. Me cansé de esperar e iré personalmente a hacer lo que mejor sé hacer: cagarme en todo y cargármelos a todos hasta salirme con la mía. Que cuñado adorable, ¿no?
Que pequeño detalle, saber que todos habían vuelto a la vida. Una pequeña luz de esperanza, como a través de una hendija, se asomó en los ojos de la joven.
–Espera... entonces... ¿Hay una posibilidad de que él vuelva a la vida?
Saga asintió.
–Supongo que sí, pero es mínima. La diosa a la que tu casi esposo protegía está intentando salvarle el culo pero mi hermano está enterrado en la mierda hasta los hombros. No creo que pueda pero... quizás... si me entrego yo... quizás logre un intercambio. Y si todo falla me los cargaré o moriré del todo en el intento, aún no lo llevo claro.
Aquella información le atestó varios golpes que la chica no supo detener ni procesar. Su rostro atravesaba emociones diversas que Saga no lograba descifrar.
–¿Intercambio dices?
Otro trago.
Su estómago volvió a protestar, recordándole que pronto evolucionaría a una úlcera gástrica. Él rio, se cagaba en la úlcera, estaría tan muerto como Nerón muy pronto.
–Bueno, sí. También tengo algunos "delitos" que le interesan al señor del Inframundo y su gente. Quizás si cambio mi vida por la de mi hermano, Saori pueda sacarlo vivo de allí. Y si todo falla... al menos estaré en paz junto a él. De todas formas con Kanon dentro... –dijo, arqueando sus hombros en un gesto que indicaba que aquello daba igual –intentaremos cargarnos a todos y salir de alguna forma. Había caballeros más tranquilos para elegir, Lena. –asintió él con una sonrisa.
Intentó devolverle la sonrisa pero la idea de que su cuñado hablara con tanta ligereza acerca de su propia muerte le preocupaba. No sabía si debía detenerle, si dejarle ir... después de todo, quería ver a Kanon, pero a costa de su hermano el precio que pagaría su novio sería alto.
–¿Estás seguro que funcionará? ¿Cómo llegarías allí?
–Muriendo, claro. –contestó él, con absoluta certeza.
–Es decir... adrede.
Genial, su cuñado era un suicida a todas luces. Se le escapaba el tipo de comorbilidad de la patología psiquiátrica que cargara el gemelo de su novio, pero sonaba a alguien que necesitaba ayuda profesional. Lo escudriñó intentando descifrar si escuchaba una ristra de delirios producto del dolor, pero aquellos ojos parecían honestos.
–Es la forma más rápida de llegar donde quiero llegar, sí. –asintió él, bebiendo otro trago. –Pero hay formas de hacerlo sin que las leyes del inframundo me afecten y lo intentaré de esa forma. –Notó que su cuñada le observaba curiosa y aterrada, así que asomó un intento de sonrisa. –Lena yo no tengo absolutamente nada que perder y sin embargo todo para ganar. Yo soy... –suspiró, intentando devolverle cuerpo a su voz. –Desde la muerte de Kanon no tengo nada... Lo tuve todo; poder, ambición... todo lo que quise y aún estoy pagando la financiación. Mi hermano no tuvo ninguna oportunidad... nunca. Yo no tengo nada por lo que vivir y él sí... si puedo devolverle una segunda oportunidad, mi misión estará cumplida. Le daré lo que no pude darle en vida... un hermano decente que realmente lo cuide y no un cobarde que enloqueció luego de años de escucharle llorar en silencio.
La joven asintió, lentamente. Recordó los relatos de Kanon, pero aquello le resultaba increíblemente ajeno.
–Saga... creo que no estás... bien. Kanon no querría que murieras... No entiendo muy bien qué relación teníais, nunca me lo dijo... pero sé qué clase de persona era y sé que él no querría que murieras. No creo que sea buena idea... –dijo en un susurro dubitativo. –Yo... no puedo dejarte ir así. Él... no me lo perdonaría...
Saga sonrió, sí, quizás sonaba demasiado irreal para su cuñada.
–Estoy bien. Soy un trozo de madera que ahora sabe que es un violín. Iré a buscar a mi hermano porque... es lo justo... y cuando él vuelva y pueda llevarte a Rusia para comprarte ese gorro peludo, podrás preguntarle acerca de nuestra relación. Sé que es difícil entender algunas cosas y no te pido que lo hagas... solo quería entregarte algo que te pertenecía y despedirme, si tienes un mensaje para él se lo daré y si no, ya se lo darás tú si todo va bien. Si vuelve y no estoy por aquí, cuídalo mucho, es un ex convicto con un corazón algo sensible que tuvo una vida que jamás mereció. Y si volvemos a vernos, será en alguna reunión familiar, porque no volveré de allí sin mi hermano.
La joven lo observó a través de aquellos ojos llenos del brillo húmedo de la angustia.
–Sé que suena raro, lo siento... y ya no puedo quedarme aquí sentado esperando un milagro así que lo obraré por mis propios medios, ya te he dicho que tengo ínfulas de Dios, no puedo evitarlo. No voy a dejar a mi hermano solo allí abajo. Él fue mi sombra y ahora yo seré la suya... ¿Tienes un mensaje para él? Porque tengo una francesa con una crisis de histeria en Paris a quien debería ir a liberar antes de ponerme en marcha... y si todo falla pues... aún hay muchos caballeros con menos delitos que nosotros que compran en Rodorio... –comentó con una sonrisa. –Eso es broma, si vuelve no le digas que intente que ligues con alguien mas... pero si... no vuelve creo que Virgo acaba de separarse y aunque tiene los dotes sociales de una caja de cartón no tiene tantos pecados divinos y quizás viva algunos años más. Tú estás viva, no lo olvides. Creo que mi hermano solo quería que seas feliz... hónrale de esa manera. Sé feliz, tan feliz como puedas.
Repitió las palabras de Marianne porque se supuso que era algo que las personas que duelaban querían escuchar, e intentó esbozar otra sonrisa. La joven asintió.
–Dile... que lo espero, y que lo amo. –aseveró ella, aún confundida.
Saga asintió, levantándose. Aquella primera fase había terminado y después de un saludo cordial y la promesa que aquellas palabras llegarían a su hermano, abandonó el sitio rápidamente.
Ella aguardó a estar sola para romper a llorar en la tranquilidad de la noche griega, sujetando su anillo, como si fuera el objeto más preciado del universo. Entre llanto y llanto, con la voz entrecortada arrasada por los espasmos, logró articular algunas palabras al vacío de su habitación.
–Sí. Quiero.
Jamir, Tibet
A Kiki le aterraba Shaka.
A pesar de su fama de tío espiritual y "blablabla, Buda y mis cojones", le parecía un puto loco psicópata, sin más. Sabía que era amigo de su maestro Mu, pero ni a él le gustaba el rubio, ni el rubio hacía esfuerzos por gustarle a él; era tácito, no se soportaban.
Cuando el santo de Virgo decidía visitar Aries, sabía que siempre le diría algo...
"Lo estás haciendo mal."
"Mu, creo que Kiki debería bañarse más seguido."
"Aléjate de mis frascos, niño."
"No, no toques eso."
"¿No tienes que estudiar?"
y todo derivaría en él haciéndole una mueca e insultándole internamente, déjame en paz, psicópata obsesivo.
Si bien tampoco le gustaba la hora de la cursilería cuando su maestro besaba al toro y ponían caras de adultos tontos enamorados, el brasileño siempre era amable con él y le gustaba incluirlo en sus planes, por lo que a pesar de los besos y la noñería, se divertía y además, cocinaba delicioso... quizás podría escabullirse y refugiarse en su habitación... aunque Mu lo regañaría por no ser generoso con el estúpido rubio.
Bueno, si no podía irse, quizás podía echarle de allí.
Sabía que Shaka era remilgado y un tiquismiquis de cuidado, así que no se equivocó cuando profetizó que su idea funcionaría. Finalmente, Kiki comenzó su opereta sonora de flatulencias felices, provocando que el indio que intentó dormir por horas sin éxito alguno, abriera los ojos y arrugara su nariz.
–No me lo creo. –murmuró el rubio de forma casi imperceptible, lo que casi arranca una carcajada en el pequeño cuerpo del niño.
–¿Has dicho algo? –preguntó con cierta inocencia, que Shaka no compró.
–No.
–Creí escuchar que hablabas. –replicó Kiki conteniendo la risa con mucho esfuerzo.
–Y yo creí escuchar algo también, sin embargo, no te he dicho nada. –contestó con impaciencia.
–Pues igual a veces se me cae algún pedo, lo siento. –sonrió el chiquillo.
Los ojos de Shaka se deslizaron con fastidio por sus cuencas antes de cerrarlos y esconderse bajo las sábanas. Intentó dormir pero las mantas comenzaron a moverse lejos de su cuerpo y...
–¿Qué se supone que estás haciendo? –siseó.
Kiki lo observó confundido.
–¿Yo? nada, serán los espíritus de la zona, dicen que este sitio está maldito y––
El indio se levantó irritado. Estaba claro que no era bienvenido, buscaría a su amigo, se despediría amablemente y se iría, ya buscaría sitio donde morar.
–Eres un niño irritante e irrespetuoso. –espetó Shaka intentando relajarse sin ningún éxito. Sabía que estaba fuera de sí y no quería montarle un Cristo al niño, tampoco quería problemas con Mu y Aldebarán.
–Pero no soy un psicópata aburrido y delicado. Normal que la chica te deje por otro. –masculló Kiki entre dientes, casi en un susurro de drenaje. No contó con el oído hipersensible del indio, que llegó a escucharlo todo antes de recoger sus cosas y marcharse.
Aldebarán era un cuerpo cubierto de mantas en un sofá diminuto, así que atravesó la sala en silencio. Mu no había logrado dormir y su crisis de angustia le arrastró hacia la cocina, a preparar lo único que podía hacer sin ayuda: té.
Shaka se sentó en silencio.
–¿No puedes dormir? –preguntó el antiguo carnero, con las olas de tristeza aún reflejándose en su rostro pálido.
El indio negó. Omitiría aquella discusión con Kiki por el bien común.
–No. Debo irme.
Mu se volteó para llenar su taza.
–¿Ahora? Es algo tarde en Uttar Pradesh, Shaka.
–Lo sé, pero no quiero molestar. Creo que... nadie está cómodo conmigo aquí. Siento haber venido sin aviso, Mu. Yo... –suspiró. –...creo que enloquecí o algo así. Y siento haberte arrastrado a mis problemas. ¿Has discutido con Aldebarán?
–No te preocupes por eso, he sido yo. Debo intentar no sonar... tan... ¿crees que fuerzo a la gente a hacer lo que yo quiero?
–Bueno... a veces quizás. –replicó el indio bebiendo el té. Su cuerpo helado lo agradeció, allí hacía un frío abrumador. El tibetano asintió, triste.
–¿De verdad no quieres quedarte en Jamir? Podría preparar––
–Lo estás haciendo otra vez, Mu.
El antiguo Aries resopló, tendría que trabajar en aquello y rápido.
–Lo siento... es que me duele que...
No quería vociferarlo, no así, no en ese momento. Sabía que no sería bueno y no ayudaría a Shaka saber que sentía pena por él.
–Dímelo, Mu. –replicó el indio, mirándole con atención. –Solo dímelo.
El tibetano asintió, bebiendo su té. Podría ser un ser tempestuoso pero no deshonesto.
–Me duele la vida que llevas y la que llevarás. Me duele que te hayas criado sin una persona que te haya cuidado y haya velado por ti. Yo soy afortunado. Tuve a Shion, al menos por un tiempo, a Aldebarán, a Kiki. Me duele pensar que volverás al monasterio a levantarte a las cuatro y media de la mañana y dormir en una tabla de madera, Shaka. Me duele pensar que vas a renunciar al amor luego de haberlo conocido por una mala experiencia y me duele que haya sido tan corta, creo que es injusto. Me duele pensar que volverás a sentarte solo por el resto de tus días y que no tendré tus consejos de mierda ni tu amistad. ¿Nos visitarás?
Shaka asintió.
–Lo haré. ¿Sabes? la lástima es un sentimiento horrible.
–No siento lástima por ti, pero me gustaría que las cosas sean más justas y creí que esa chica lo lograría. De verdad creí que funcionaría y que serías feliz.
–¿Sabes? Hoy me contactó Saga, quería saber de Kanon y... me ha dicho que ella quiere hablar conmigo.
Si hubiera tenido cejas, Mu habría arqueado una. Al carnero no le agradaba el gemelo, aún le costaba superar algunas cosas.
–Supongo que conociéndote le habrás dicho que no. ¿Por qué no lo haces? Quizás hablar con ella te aclare un poco.
–¿Por qué lo haría? No tenía que quedarse llorando por mí, eso está claro y de hecho en la carta que dejé especifiqué que merecía estar con alguien más y que eso estaba bien porque así debía ser. No entiendo que pudo ver en Saga, su vida es un caos y su casa es un desastre. Es desordenado y confuso.
Mu sonrió levemente. Le resultaba simpático que su amigo haya intentado ordenar la vida de la chica con una carta "especificando" las cosas que debería hacer.
Fue la energía de Marin quien intentó dar con él esta vez, pero él simplemente se borró del mapa. No le apetecía socializar ni la lástima ajena.
–Ahora es Marin, ¿no van a dejarme en paz o qué?
El tibetano bebió su té riendo, antes de asomarse para ver si el brasileño dormía. Se acercó a él con cuidado para cubrirlo con una manta extra. Hacía demasiado frío y sabía que a Paulo no le agradaba.
La energía de la japonesa le llegó directamente a él esta vez.
"Mu. Sé que estás con Shaka, porque no está en el Santuario. ¿Podrías enviarme al cobardica de tu amigo? Ha habido un pequeño malentendido..."
Milos, Grecia
Cuando Camus llegó a la habitación de hotel, la histeria se había adueñado de su cuerpo por completo y su mente había analizado mil posibles escenarios en donde su hermana nunca terminaba bien y Saga finalmente destruía lo que quedaba de su psiquis, arrancándole a la pequeña Mimi nuevamente: esta vez para siempre. Contactar al gemelo no era una opción, le mentiría.
No estaba preparado para digerir aquella relación, ficticia o no. Su hermana menor estaba sola en Francia con el santo de Géminis, el chalado más chalado, cruel y sádico del Santuario y se preguntó cómo había podido confiar en él. Sería estúpido, sí. Ahora su hermana corría peligro y el idiota anormal de Shaka no había servido para absolutamente nada y---
¡Camus!
La voz de Marin lo arrastró a la realidad.
–¡Hey, chico! ¿Dónde demonios estás? Te ves fatal.
Los ojos algo desorbitados de lo que había sido alguna vez el calmo, gélido e imperturbable santo de Acuario la observaron.
–Marin... mi hermana está en peligro. ¿Dónde está Aioria?
La japonesa lo observó anonadada.
–¿De qué hablas? ¿Peligro? ¿Aioria? No lo sé, veíamos una película y se marchó, no dijo dónde. Respira que estás alterándome. Dime de qué coño hablas porque no te sigo.
El francés reacomodó su voz con dificultad pero creía que cualquier intento por recobrar su compostura sería en vano. Saga podría estar lastimando a su hermana ahora mismo, o acostándose con ella o incluso ¿por qué no? Jugando con sus emociones.
Un vaso de agua alcanzó la mano del galo casi sin notarlo. La castaña lo observó, con sus ojos enormes, intentando entender el relato de Camus que incluía a un Shaka muy fuera de control en el hospital hablando de hijos, de Saga y de Siberia. El relato también aseveraba que Géminis le había cagado la vida a posta y que ahora su hermana corría peligro.
Marin intentó seguirlo, sin éxito.
–Saga y Marianne están juntos, Marin. –sentenció finalmente Camus. –Shaka ha visto un anillo y una nota en Paris y asevera que es de él... lo que tendría lógica porque ella me pidió especialmente pasar la noche allí y no sé cuánto lleva ocultándomelo porque es que... no tiene sentido ¿no? Quiero decir ¿salen hace cinco minutos o qué?
La carcajada de la japonesa resonó tan fuerte que el francés la miró perplejo.
–¿Qué es tan gracioso?
–Que estás majareta total porque lo que dices no tiene puta lógica. Y Shaka también, porque no entiendo de qué coño habla. Marianne no está embarazada, toma anticonceptivos y tuvo la regl---
–Puedo vivir sin saber cuando tiene la regla mi hermana, ve al punto, por favor, soy un hombre desesperado.
–Eso veo, chico. –replicó ella negando con la cabeza. –No está embarazada y tampoco está con Saga, yo lo sabría porque me cuenta sus cosas y además, ¿eres tonto o qué? ¿No conoces a tu hermana de nada? Aún se encierra a llorar por el majara del rubio que aparentemente es un estúpido total y ya le diré yo cuatro cosas, por idiota. Camus, concéntrate hombre. Estás alucinando y el tonto de Virgo, pues también. No sé de qué anillo habla pero ya te digo yo que no están juntos.
–Podría haberte mentido a ti. ¿Cómo puedes estar segura?
La japonesa resopló con fastidio.
–Porque Marianne ha estado aquí conmigo cada día mientras tú estás en el hospital, ¿eres tonto o qué? Si te digo que está todo el día junto a mí dime como se la tira Saga, ¿con la mente? Digo, o sea le envía su pene por correo o tienen sexo onírico porque de otra forma yo no lo veo, chico.
El corazón de Camus comenzaba a normalizarse, lentamente... bueno, eso tenía lógica, sí. Probablemente Shaka lo había perdido del todo y la cabeza amueblada del sabio Virgo se había ido a la mierda en un brote psicótico producto de los celos o vaya uno a saber qué.
–¿De verdad ha estado aquí siempre? ¿No se te ocurre un solo escenario en el cual Marianne y Saga pudieran estar juntos? Piensa, por favor.
–El escenario posible que es que Saga está buenísimo pero tu hermana está demasiado triste por el otro estúpido para poder apreciar lo bien que se le ve el culo con tus pantalones. Camus... escúchame atentamente: tu hermana no se tira a Saga o yo lo sabría. Además, si se han visto cuatro veces en la historia estoy siendo generosa y nunca están solos.
–Hoy sí lo están. Hoy están solos en su casa en París con una cama y él podría...
–Camus déjalo ya. Probablemente lo aburrió a muerte hablándole de Shaka. Ningún hombre con algo de cerebro se acercaría al pañuelo lleno de mocos y lágrimas que es tu hermana ahora mismo... y aún si lo intenta, Marianne dirá que no.
–Puede lastimarla. –murmuró él con un hilo de voz agónico.
La mano de Marin
(Marinetteeeeee!)
tomó la suya, amable. La chica podía ser increíblemente dulce cuando se lo proponía.
–Camus... si Saga hubiera querido lastimar a tu hermana, ya tuvo oportunidades. No voy a romper una lanza por Géminis pero creo que desde que estamos aquí solo te ha ayudado, ¿no es así? Creo que quizás, es su forma de redimirse... sabes que no era él mismo... años atrás... no es la misma persona. Y estás juzgando a quien era el Rey de la Locura pero ha pasado a ser un torturado que solo necesita ser perdonado. Es lo que creo si me lo preguntas.
Los ojos azules del francés la observaron con avidez y desesperación. El contacto físico no se le daba bien aún pero aquella mano amable y dulce le había calmado como una nana. Tenía razón, ahora mismo su relato paranoide sonaba bastante imbécil.
–¿De verdad lo crees? No voy a quedarme tranquilo hasta que ella esté aquí... pero... ¿de verdad crees que mi hermana está bien?
Marin sonrió.
–Si hubiera querido lastimarla ya lo habría hecho, Camus, y sin embargo en vez de hacerlo, la trajo aquí contigo directo a tus brazos. Consiguió el puto archivo de la historia de Milo. Buscó a tu hermana en medio de la guerra, mientras intentaba hacer su propio duelo. Creo que estás demasiado abrumado porque no estás acostumbrado... a sentir, pero a veces la cabeza nos juega malas pasadas y vemos cosas que no existen. Marianne estará bien, ya lo verás. Saga no es un enemigo.
El cuerpo de Camus se movió casi por inercia inconsciente y sus brazos, casi como con el síndrome de la mano ajena, se aferraron a su cuerpo en un gesto que ni siquiera logró comprender. La japonesa emitió un pequeño sonido, como quien arrulla a un niño asustado, devolviéndole con fuerza aquel abrazo que parecía cargado de años de angustia y soledad.
–Todo estará bien, chico. –le susurró, algo sorprendida por su reacción, acariciando su espalda amablemente. Escuchó algo que parecía una nariz pidiendo a gritos ayuda y sintió la humedad de una lágrima silenciosa acariciar su hombro. Se preguntó cuánto tiempo habría reprimido aquella explosión.
La puerta se abrió tras ellos, pero el francés estaba demasiado absorto para registrarlo. Una voz lo arrastró lejos de los brazos de la mujer.
–Vaya, el nuevo Camus de los Abrazos, yo también quiero.
El galo volteó aturdido, esa voz era––
–¿Milo?
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