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37. Desencuentro - Parte 3


"Veo que te has ido y te has cambiado de nombre de nuevo.
Y justo cuando escalé toda esta ladera de la montaña,
para lavar mis párpados, lavar mis párpados con la lluvia.
Oh, hasta la vista, Marianne, es hora de que empecemos a reír
y a llorar, 
a llorar y reírnos de todo ello otra vez."

So long, Marianne - Leonard Cohen



Marin se había dado una ducha rápida al volver. Se sentó frente al portátil, para ver si su casilla tenía nuevos mensajes, pero no vio ninguno. Estúpido correo, no era divertido si no le enviaban nada, supuso que la francesa seguiría ocupada.

La casa cicládica que había visto era bonita.

No era enorme, pero tenía dos habitaciones amplias y una sala luminosa. No tenía muebles; y aunque supuso que eso sería un problema, el precio era accesible y conseguir algunas cosas para sobrevivir sus primeras semanas allí no sería complicado. Necesitaría un colchón, uno grande...

La idea de comenzar una nueva vida se le antojo divertida y feliz. Ya no tendría que golpear a nadie, nunca más, y podría despertar junto al león de ojos verdes el resto de sus días; sin tener que verlo partir para una ronda de la cual no sabía si volvería, ni tendría que limpiar cuidadosamente sus heridas de entrenamiento. Sonrió, aquello no era tan malo después de todo. Aquellos días habían sido estresantes sí, pero a su forma, divertidos y novedosos.

Tocó su vientre con algo de duda, allí también vivía alguien.

–Espero te guste tu casa ahora, bebé... me encargaré de buscar una bonita y cómoda cuando nazcas.

Sonrió nuevamente al descubrir que los miedos habían dado paso a ilusiones e imágenes de una vida nueva y feliz, con su hijo como único aprendiz. Le enseñaría cosas bonitas y lo besaría tanto como pudiera: acababa de decretar que su bebé sería el niño mas feliz del mundo, por ella, por Seiya, por Aioria... por todos ellos. Se lo juro a sí misma con una sonrisa.

Un golpe en la puerta la arrastró lejos de aquellas imágenes. Quizás la francesa había olvidado su llaves.

–¿Marianne? –preguntó, pero la voz masculina que respondió del otro lado no era la que esperaba.

–No, Marin. Soy Shaka. ¿Te importaría abrir?



De: [email protected]
Para: [email protected]
Asunto: CONTESTALOSPUTOS CORRESO

MARIANNE

SHAKA

ESTA

VIVO

CONTESTA

LOS

PUTOS

CORREOS

CONNARD

ME CAGO EN TODO



<<Aquella mañana en particular el frío le fastidiaba
(el ser y el elemento en el que se había convertido también)
y despertarse le costó más que dos suspiros.

Camus cerró los ojos nuevamente, supuso que esperar un poco más para comenzar el entrenamiento con los niños no lo mataría, pero un sonido que parecía el quejido suave de un animalillo herido llamó su atención.

Alguien lloraba, al menos eso pudo descifrar.

Se levantó con pesadez arrastrando sus pies hasta alcanzar su abrigo, (Siberia podía ser extremadamente cruel en sus horarios matinales) y encendió la luz de la habitación diminuta de los pequeños, el origen de aquel sonido.

Isaac dormía profundamente, pero el ligero quejido se detuvo cuando el sonido de la puerta delató su entrada. Era Hyoga, el pequeño ruso. Sus párpados latían en lo que intuyó sería un esfuerzo por mantener sus ojos cerrados, preso del miedo a ser descubierto llorando.

–¿Hyoga?

El niño rubio lo espió desde un ojo muy claro y aterrado.

–Hyoga, ¿estás llorando? –preguntó, serio.

(Noooo, Camus, no me dejes, por favor)

El pequeño no contestó, se limitó a observarlo con un rostro lleno de dudas.

–¿Por qué lloras?

–Extraño a... extraño a mamá. –articuló el ruso en un griego artificial y algo torpe.

Yo también, quiso contestar el aguador, pero no lo dijo.

–Deberías dormir un poco más. –se limitó a contestar, con su semblante serio e impávido. –No debes pensar en esas cosas. No sirve de nada, tu madre no volverá.

–...Pero...

–Pero nada, Hyoga. Es tu pasado. Ahora debes dormir. Nos veremos fuera en 30 minutos.

Cerró la puerta tras él para dejar a aquel chiquillo herido detrás y su propio chiquillo herido interno aulló de dolor, tanto como cuando sintió los dedos regordetes de Marianne despegarse de sus brazos y como cuando gritó frente al cuerpo de su madre. Sí, él también extrañaba todo aquello, especialmente ahora, que las visitas a Mimi eran prácticamente imposibles por culpa de aquel estúpido entrenamiento en Siberia.

Abrió la puerta y salió, solo para romper a llorar bajo aquella tormenta de nieve.

Quería morirse.>>


Le había prometido que la visitaría para festejar con ella su cumpleaños número 14, pero le advirtió que no llegaría el 7 sino el 8 porque era su día libre. Lo prometió, Camus nunca rompía una promesa.

Marianne se lo había rogado a Sophie Darraux (su madre adoptiva): hacerle una fiesta de cumpleaños a su hermano le haría feliz. La joven parisina había asentido y había prometido que, si se dejaba de tontear en el colegio y hacer novillos, podían festejar e invitar al joven Dubois, con tarta incluida y regalo.

El collège no era su mejor ciclo evidentemente... o la educación en líneas generales. No le gustaba estudiar en absoluto y prefería simplemente sentarse a leer sus libros y evitar con fobia aquellos textos educativos. Lo intentaron todo, todo, pero la chiquilla solo comenzaba a mejorar si su hermano la visitaba y decaía cuando se marchaba por mucho tiempo.

Damien, su padre, uno de los médicos más prestigiosos de Paris, había propuesto disolver aquel vínculo inestable de la vida de su hija para evitar futuras complicaciones, a lo que la joven preadolescente respondió huyendo dos veces de su casa. Finalmente, decidieron sostenerlo y utilizarlo a su favor, como la tarde del cumpleaños.

Todo estaba listo. Marianne prometió que estudiaría, que no volvería a escapar y que ella se encargaría de la tarta. Le preparó su favorita, y compró un regalo que le resultó simbólico, un muñeco de Milou, el perro y compañero de aventuras de Tintin. También le pidió a su madre algo de dinero para conseguir una edición barata de una colección de poetas franceses, el amor que habían aprendido a compartir a través de las letras de forma mutua. A Camus le gustaba muchísimo leer (era su válvula de escape) y le había obsequiado aquella pasión, el de esconderse en los libros de cualquier mal.

(Cuando me extrañes, lee, yo estaré haciendo lo mismo y nos reuniremos allí, en las hojas.)

Caía la tarde y la decoración festiva y alegre contrastaba con el rostro de la pequeña, quien a pesar de esperarlo con entusiasmo... fue decayendo hora tras hora hasta dejarla derretida, derrotada y triste en su silla, junto al regalo sin abrir.

–Cariño, ya es hora de dormir.

–No. Camus vendrá.

–Cielo, es tarde. Vamos a dormir.

–No.

Espero despierta en su cocina, junto al obsequio... y cerca de las 3 de la madrugada, se durmió extenuada sobre la mesa.

Camus nunca llegó. 



De: [email protected]
Para: [email protected]
Asunto: (sin asunto)

Estoy preocupada por ti, no me has contestado ningún correo. ¿Estás bien? Solo voy a perdonarte si estás tirándote a tu novio. Vuelve pronto, tenemos que festejar.

Por cierto creo que hemos conseguido casa, debo hablar con Camus y Aioria pero ahora veremos una película con mi gatito (tiene un olor horrendo, huele a pescado crudo que te cagas pero no le digas, está feliz con su trabajo), tu hermano aun no llega.

Disfruta de tu chico rubio.


PD: ¿Si volvió a la vida nuevamente con su cuerpo nuevo, significa que es virgen otra vez? Dudas existenciales. 0:P


(lo olvide111 para obviar el olor horrible a pescado que invadio la habitación utilicé un frasco que decía Guerlain y lo gasté, luego lo repongo. ))



Lía se había cambiado ya para marcharse de allí y se despedía de sus colegas cuando escuchó el murmullo de la recepción. Pudo entender a simple vista por qué, evidentemente.

Un joven pálido y rubio, de ojos claros, casi diáfanos, observaba con impaciencia a la mujer que le pedía sus datos por tercera vez.

Fue Iona quien le alcanzó con la noticia.

–Chica que te digo yo que no puede ser normal... quiero que ese hombre me alinee los chakras de verdad.

–¿Pero de qué se supone que estás hablando? –preguntó la morena divertida. –¿Chakras? ¿Has perdido la cabeza?

–Que no, que no, que el tío es indio, eso pone en su pasaporte ¿no se supone que allí creen en esas cosas? Me gustaría que él lo haga, personalmente. Espero que este sea heterosexual y soltero. Me gustan los vestidos de las chicas, mi casamiento será colorido.

Lía rio, deseándole suerte. Debía volver a casa y preparar las fotos que llevaría la mañana siguiente para su hermano, para presentarle finalmente a la que había sido su madre, Melek, la turca de las nanas. Sonrió para sí misma acercándose a saludar al resto de sus colegas y fue cuando escuchó que el rubio que debía desbloquearle los chakras a Iona repetía con mucha impaciencia.

–Shaka. S-H-A-K-A, Shaka Raj Gadhavi... ¿Ya ha terminado? Tengo algo de prisa y ya le dije mi nombre tres veces. Estoy buscando a alguien que trabaja aquí, no está ingresada, trabaja aquí como enfermera.

Lía sabía que era una jugada tonta de las recepcionistas, pero el joven no parecía contento con la espera. Se acercó con cautela.

–Señor ¿puedo ayudarlo? ¿Busca una enfermera?

Shaka asintió.

–Sí, estoy buscando a alguien aquí, ¿cree que podría ayudarme?

Iona resopló antes de marchar, no era justo que a Lía le toque hablar con los tios buenos y a ella aún le queden unas horas extra, alguien la llamó de forma urgente y no podía quedarse a escuchar. Se prometió escribirle luego a su amiga para conseguir la primicia mientras se alejaba.

–Claro. –asintió ella. El joven se veía calmo pero podía percibir cierta ansiedad. –¿A quién buscas?

–Marianne Dubois, me han dicho que trabaja aquí. Puedo esperarla, pero ¿podría decirme a qué hora termina su turno? –contestó él, rápidamente. Sí, una increíblemente emocionada Marin le había dicho a Shaka que mimi trabajaba en el hospital antes de que se desvaneciera tan rápidamente como apareció.

–Ah, claro... Marianne... –sonrió. –Ella se ha ido hace 20 minutos...

–¿Sabe dónde? Porque... no di con ella en su casa y...

–No lo sé, se ha ido con su esposo, eso es todo lo que sé, lo siento.

Los ojos de Shaka se abrieron tanto como pudieron. Aquella palabra debía estar mal, algo en esa oración debía estar mal.

–No, no... Marianne Dubois... es... tiene el cabello oscuro y largo y es francesa y habla... arrastrando mucho las erres... debe estar hablando de otra Marianne.

–Sí, Marianne, francesa, cabello oscuro y largo. Arrastra mucho las erres. –repitió Lía confundida. –Marianne Dubois, se ha ido con su esposo, Saga.

Aquella palabra fue la que detonó en la mente de Shaka un sinfín de fuegos artificiales que no podría apagar en lo sucesivo. Sintió un mareo junto a lo que parecía un golpe seco en la boca del estómago. Abrió su boca sin darse cuenta.

–¿Saga?...

Aquello comenzaba a confundir a la joven enfermera. El joven parecía aturdido y por algún motivo que desconocía, la situación se tornaba más y más extraña. Arqueó una ceja.

–Sí, Saga. Su esposo. Lo siento, señor, ella no se encuentra aquí, puede volver mañana y––

Shaka negó.

–No, no... no puede ser. Saga... alto... como... muy alto ¿ojos verdes?

Había pasado de la curiosidad a la confusión y no quería meterse en líos ajenos. Podría buscar a Camus, de seguro sabría qué hacer, después de todo, el joven buscaba a su hermana.

–Sí, ese Saga.

–No puede ser su esposo, no, ella debía... no... ella... ella no se suponía que... –pestañeó aturdido sin lograr poner su mente en orden y sintió que probablemente fuera a desmayarse de un momento al otro porque una opresión en el pecho le dificultó la respiración. Había decidido dejarlo todo y ella... bueno, lo sabía. Él tenía razón, el estúpido de Mu y su "sigue tu corazón" podían irse a la mierda en un yate con bandera griega, muy a la mierda.

–Disculpe, ¿quiere sentarse un momento?

–No. Yo... no se suponía que... es que no puede ser. –negó, hablando para sí mismo. –Ella se acostó conmigo no puede... no puede... creí que estaba embarazada. Creí que me quería.

–¿Perdona?

Lía abrió los ojos enormes, ya le gustaría a Iona estar presente para la novela de las 3 y por suerte para la francesa ella sí le guardaría el secreto del amante indio loco, pero la situación había virado a rumbos bastante extraños. El joven parecía completamente afectado y por suerte para ella, que quería escapar, escuchó una voz familiar. Camus. ¿Conocía al amante chalado de su hermana?

–¿Shaka?

Los ojos diáfanos del rubio lo observaron con cierto reproche.

–Camus... ¿Dónde está Marianne?

–Shaka, tú estás... Marianne se ha ido... a casa con Saga pero volverá mañana y... –casa significaba Paris pero evidentemente no podría vociferar que viajaría a Francia por una noche utilizando un portal dimensional, así que lo omitió. Ya se lo explicaría luego fuera de aquel sitio y lejos de la hermana de Milo que creía que él era un profesor de francés y no un santo guerrero de una diosa griega.

–¿Con Saga? Pero... yo he venido del Santuario y he... dejado Virgo y...

–Shhh... Shaka, silencio, hombre haz silencio. –replicó Camus alejando un poco al rubio antes de que comience a vociferar delante de toda esa gente cosas que debían omitir.

(Silencio, Shaka, haz silencio)

Aquella frase terminó por presionar el botón rojo y notificar un DEFCON 3 en todo su organismo. Estaba teniendo un ataque de ansiedad, pero él no lo sabía, lo único que sabía es que...

–¡Y una mierda haré silencio!

Los ojos de Camus se abrieron enormes y azules, o habían enterrado a su cuñado en el Cementerio de Animales de Stephen King, devolviéndole una copia rubia, cruel y loca de su amigo el sabio y calmo Shaka de Virgo o la psiquis del indio se había quebrado, cualquiera de las opciones no era buena y debía sacarlo de allí.

–Salgamos, hablaremos fuera. Por favor.

–¡No! ¡Con lo que te ha hecho Saga lo dejas solo con ella! ¡Después de todo lo que sucedió y lo que te hizo!

–¿Saga? ¿Qué me ha hecho Saga? –preguntó Camus esta vez anonadado, frunciendo el entrecejo.

Lía quiso huir. No quería enterarse de nada, pero el rubio tenía pintas de querer desmayarse de un momento a otro y probablemente debía atajarlo. Quiso hablar para invitarlos a sentarse en otro sitio pero el joven se le adelantó.

–Él te separó de ella y de Milo. Él lo orquestó todo.

Camus frunció el ceño con fiereza. Su calma particular había dado paso a un rostro que se preparaba para una transformación furibunda.

–¿De qué demonios estás hablando?

–Estoy hablando de lo que te hizo a ti. Te envió a Siberia a propósito, a que te mueras solo y te alejes de tu hermana, para hacerte daño. Lo disfrutó. Lo hizo en tu cumpleaños porque... porque no quería que seas feliz. Te odiaba, porque tenías a tu hermana y él no y así es Saga, destruye todo lo que envidia.

El francés estaba totalmente en shock, tan quieto y mudo que Lía temió que le diera un paro. Por suerte para ellos, los presentes no tenían idea quienes eran Saga y Milo, pero ella aunque les conocía, no lograba hilar la conversación y comprenderla.

Camus intento arrastrar a Shaka fuera, pero el rubio no se movió. Algo había transformado a su amigo en aquel manojo de nervios y palabras vomitadas a lo loco desde una montaña rusa emocional. No había forma de que Saga...

–Y... Saga... no quiero que Saga cuide de mi hijo.

Las cejas de Camus no paraban de moverse porque aquello era un sinfín de emociones diversas que no lograba acomodar ni aunque lo deseara.

–¿Hijo?

–Sí, porque si Marianne está embarazada yo quiero––

–Shaka ¿embarazaste a mi hermana? –preguntó sin entender como lograba articular su boca.

–Lo siento yo no sé cómo funcionan esas pastillas y... yo... no quería morir, quería vivir para... estar con ella y... no lo sé. Solo sé ser el Santo de Virgo y cuidar del Santuario.

Bueno aquello era la fiesta de la locura, menuda vida para un profesor de francés. No entendía absolutamente nada, ni de por qué el amante loco se autodenominaba Santo de Virgo, ni por qué el cuñado de Camus lo había enviado a Siberia para quedarse con su hermana... todo era muy confuso pero les interrumpió.

–Creo que lo mejor es que habléis en la cafetería, más tranquilos...

–No, gracias, yo debo irme. –ignoró a la joven para observar a Camus directo a los ojos. –¿Dónde está tu hermana? Iré a buscarla. No está segura con Saga.

–En su casa. –contestó él, casi zombie. No lograba procesar todo lo que acababa de escuchar y se limitó a anotar la dirección parisina en un papel. –Shaka yo...

No pudo ver más que su espalda alejarse rápidamente y cuando giró su cabeza los ojos de Lía lo observaban con curiosidad.

Ya le costaría explicar aquello.

Respiró profundamente.


–¿Acuario? –había preguntado aquel joven Saga fingiendo ser el legítimo Patriarca del Santuario.

–Sí, señor –le respondió apoyado sobre una rodilla.

–Recoge tus cosas, debes irte una temporada. Tendrás dos aprendices, en Rusia.

–¿Cómo? –preguntó, pero eso se le había escapado. Todos sabían que jamás podrían negarse a una orden directa y mucho menos cuestionarla. Su pecho se sacudió con un redoble de tambor, su corazón lo delataba.

–Lo que oyes. Recoge tus cosas.

Era su cumpleaños. Si se iba, no podría ir a su propia fiesta y le fallaría a Milo, y luego... a su hermana.

–¿Cuándo?

–Ahora mismo.

–¿Cuánto tiempo?

No vio que Saga sonreía, efectivamente, tras su máscara.

–Indeterminado. Recoge tus cosas, tienes un vuelo en una hora.

Asintió en silencio, con una reverencia que le dio asco.

Solo esperaba tener algo de tiempo para poder despedirse de Milo.


Cuando dio finalmente con la dirección parisina le resultó fácil entrar, y se alegró de ser el tipo de santo que podía teletransportarse.

La casa de la francesa era diminuta. Un piso amueblado y pequeño sin demasiado espacio, pero ver su rostro en aquellas fotos le resultó algo agridulce. Lo de Saga tenía que tener una explicación y probablemente la chica se la daría, después de todo, ella lo había querido.

Quizás, la tristeza de su muerte la acercó a la tristeza de Saga de perder a su hermano y...

No, no podía ser. La esperaría, porque allí no estaba.

Era demasiado observador y los detalles no se le pasaban. Luego de pasear por las fotos, observó sus discos.

David Bowie.

Lo cogió con un movimiento rápido y lo observó solo para notar que la foto del hombre que aparecía en la tapa era extraña y sus ojos eran raros. Vio libros, decenas y decenas de ellos... quizás podía aprender francés luego de aclarar la confusión de Saga y podrían vivir juntos en la India, porque ella se casaría con él y lo de Géminis era una equivocación.

Aún se sentía ansioso y los nervios no lo habían abandonado, aunque luego de algunas respiraciones se encontraba más tranquilo. Aquello no duró mucho, lamentablemente.

Se acercó a la caja diminuta y la abrió para ver un anillo de oro y una nota, garabateada torpemente y llena de tachones.

Leyó en silencio.


"No soy valiente------ NO

Soy demasiado cobarde para decirte esto sin practicarlo mil veces antes, lo siento. Aunque se supone que ser guardián de Géminis debería haberme dado la valentía de enfrentarme a todo, no puedo enfrentarme a tu rechazo.

Quizás pienses que estoy completamente loco y que aún no estamos listos... quizás tengas razón... pero no quiero morirme sin haberlo intentado absolutamente todo contigo.

¿Quieres casarte conmigo?---- (NO, SUENA HORRIBLE)

(Mejor esto) ---"¿Te gustaría envejecer junto a mi? Puedo prometer lo que me pidas, porque quiero vivir cada día para cumplir todos tus deseos y hacerte feliz.

Por favor, dí que sí a una vida conmigo y a cambio, te lo daré todo. :) Todo a cambio de tus sonrisas, tus besos y tu pelo en mi cara, cada mañana.

Así, por el resto de nuestra vida.

Por favor.

Dime que sí, por favor. (No rogar tanto, suena estúpido)"


Soltó la nota como si la hoja con tachones le hubiera quemado la mano y salió de allí tan rápido como tardó en desaparecer.

Cuando Marianne y Saga volvieron, cinco minutos más tarde con algo de comer, Shaka ya no se encontraba allí.


Lía lo observó, Camus no parecía encontrarse bien y se veía demasiado alterado como para comprender lo que sucedía.

–¿Estás bien? ¿Quieres salir un momento?

El francés negó. Quizás su hermana corría peligro y la información que había vomitado Shaka se le escapaba. De buena gana hubiera vuelto a la habitación de su novio pero el horario de visitas había terminado y no quería preocuparlo... sabía que Milo enloquecería si le viera en ese estado y probablemente se arrancaría todos los cables del cuerpo para poder irse con él... ya estaba hasta el cuello del hospital.

–Siento la escena yo... Lo siento mucho y... te agradecería profundamente si pudieras... evitar hablar de lo que acaba de suceder, Marianne necesita el trabajo, yo... prometo mantener a sus... fanáticos tranquilos y alejados del hospital.

La enfermera asintió, pero todo le había resultado tan surreal que no podía evitar querer saber a qué se refería el amante loco.

–Le conocías...

–Eh... un compañero de colegio... de... Francia.

Lía lo miró.

–Ya veo. ¿Francés?

–Sí. –mintió Camus, rápido. Aquello le mareaba y quería terminar pronto.

–No lo es. –aseveró la enfermera con desconfianza, frunciendo el ceño. Ya estaba cansándose de la tontería. –Es indio. Mi amiga Iona ha visto su pasaporte. ¿Por qué me mientes?

El galo ignoró sus ojos.

–Yo... lo siento, ha sido una estupidez. Debo irme. ¿Podemos guardar el secreto? Y... otra vez, lo siento. Algún día prometo contártelo todo pero hoy no será ese día.

Asintió con la cabeza y se alejó, dejando a una muy confundida Lía Karagounis detrás.  


Para el momento que Shaka se materializó en la cocina del único sitio al que se le ocurrió a su mente alterada y confundida, Aldebarán aún se movía detrás de Mu y los jadeos ahogados del carnero fueron reemplazados por el grito de sorpresa y fastidio del brasileño.

–¡Anda, no me jodas! –exclamó el moreno, buscando algo para cubrirse y retirarse del cuerpo del tibetano, que a su vez, abrió sus ojos enormes, acomodando su ropa tan rápidamente como pudo.

–¿Shaka? –preguntó el antiguo carnero, incrédulo.

–No puede ser, de verdad. –resopló Aldebarán, molesto, aún ubicando cada prenda en su lugar. –¿Es que nadie tocará jamás o avisará al venir?

–Esto en una cocina, no deberíais hacer eso aquí, es completamente antihigié—

Los ojos oscuros del brasileño lo atravesaron tan ferozmente que Shaka no terminó su oración.

–Es mi casa, ¿te parece bien si me retiro o debo quedarme porque tú lo dices?

–Me parece bien –respondió Shaka sin percibir la ironía.

Mu intercedió, calmando con un brazo la inminente carga de Paulo que sucedería a continuación.

–Shaka, no sabía que te vería tan pronto...

–Bueno, no lo sabías porque no te lo he dicho, yo... no tengo dónde ir.

Mu frunció el ceño.

–¿Qué ha sucedido?

–He ido a buscarle y... está con alguien más. Se ha casado o... lo hará pronto, no lo sé.

Los ojos del carnero se entrecerraron en un gesto triste.

–Lo siento mucho, Shaka, yo... bueno, te quedarás con nosotros. Prepararé una cama en la habitación de Kiki.

Aldebarán frunció el ceño, gesto que no solía tener, pero tampoco solía molestarse tanto como para tener que hacerlo. Shaka jamás le había caído extremadamente bien. El combo de celos y su actitud "Yo-lo-sé-todo-y-tú-eres-imbécil" le generaba un rechazo estomacal que le costaba disimular. Siempre se sentía inferior cuando el indio estaba presente, siempre. Se sentía horrible y estúpido, como si fuese un milagro que Mu le haya elegido a él... y ahora le invitaba a quedarse sin consultarlo con él, como si no viviera allí y esa no fuera su casa.

–¿Kiki estará de acuerdo con esto? Puedo dormir en el sofá, no te preocupes.

–Claro que no, Kiki estará muy contento. –aseveró sin dudarlo, buscando rápidamente nuevas sábanas para su amigo. No podía evitar sentirse algo culpable. Como si Shaka no tuviera suficientes problemas en su autoestima amoroso, siguiendo su consejo lo había enviado al matadero. Él y su estúpido impulso, la había cagado.

El niño dormía cuando el tibetano encendió la luz, a lo que reaccionó, entreabriendo sus ojos.

–Kiki, Shaka se quedará algunos días con nosotros, y dormirá aquí en la habitación. Prepararé su cama.

–Maestro Mu... pero...

–Pero nada, compartirás la habitación porque la gente generosa como tú, comparte sus cosas.

–El señor Shaka me da miedo.

Shaka lo fulminó de una mirada. Estúpido niño.

–¡Kiki! Que no... digas esas cosas.

A veces se cagaba en la boca impulsiva y frontal del niño, pero luego recordaba que él actuaba de forma similar y se limitó a negar con la cabeza.

–No te preocupes, me quedaré esta noche y volveré a India.

–¿Te irás a India? –preguntó Mu, aún con cierta sensación de culpa.

–Sí. –asintió Shaka, como respuesta certera. Se veía cansado y triste, pero lo que había alarmado al tibetano fue notar que en aquel último pestañear, había vuelto a ocultar sus ojos, tras sus párpados, de forma permanente. Quizás, volver a ser quien era, lo ayudaría a sanar. –Me siento cómodo allí y... es mi hogar.

–¿Kushinagar? –inquirió Mu.

–Sí. Volveré al monasterio donde me crié.

Mu sonrió levemente, extendiendo las sábanas. Kiki se acurrucó y colocándose una almohada sobre la cabeza para manifestar su descontento en señal de protesta, intentó volver a dormir.

–Y donde ha muerto el Buda. Muy simbólico. Tu cama está lista, Siddhārtha. Yo... siento que... todo haya ido mal... de verdad creí que todo funcionaría para ti.

Esta vez, Shaka ni intentó ocultarse ni abrió sus ojos.

–Yo también lo siento... y yo también lo creí. Yo me desconozco y creo que ahora mismo debo volver a mi centro y a ser quien era antes de conocerle. ¿Sabes? Cuando hablábamos... creí que... eras un idiota.

Mu frunció el ceño.

–¿Perdona?

Shaka sonrió.

–Quiero decir, cuando éramos jóvenes ¿lo recuerdas? Cuando aparecías en Virgo para vomitarme tus dudas acerca de Aldebarán... y tus celos y... bueno... creí que eras un adolescente torpe e idiota que perseguía mariposas de colores... y ahora creo que te superé por mucho. Supongo que ser... un discapacitado emocional solo ha contribuido a que... simplemente no sé cómo reaccionar cuando siento. Quizás, de haber tenido algo de experiencia...

–¿Te lo pasaste bien? ¿Fuiste feliz? ¿Lo has disfrutado?

El rubio asintió.

–¿Crees que él la cuide? Marianne tiene horarios de comida muy regulares y debe comer mejor. Saga no se cuida demasiado, no creo que recuerde que odia comer tarde y que bebe su café por la mañana pero si no tiene mucha leche en exceso, lo deja sobre la mesa y finge haber desayunado porque si está muy fuerte le disgusta. Además, probablemente despierte de madrugada asustada y él duerma. Creo que no ha elegido bien.

–¿A qué te refieres? ¿Cómo sabes eso?

–Tiene pesadillas recurrentes con el accidente de sus padres y lo sé porque yo se las quitaba. Fabricaba sueños para ella... ilusiones. Porque hacía ruidos extraños y me—

–No, Shaka, has dicho Saga. ¿Marianne está con Saga?

El indio asintió. Él tampoco lo había creído pero el anillo y la nota en su casa habían sido demasiado contundentes para dejarle espacio a dudas.

El tibetano tenía razón, la navaja de Ockham. Había perseguido sus laberintos toda la vida y sin embargo, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable.

Blanco y en botella, sí. El anillo había sido suficiente.

–Buenas noches, Mu.

Le dejó una sonrisa, apagó la luz y salió a la sala, donde los ojos de Aldebarán
(Paulo)
lo observaban cargados de reproche.

Sería una noche larga.



Volver a su casa no le parecía una buena idea. Había quedado tan alterada después de aquella escena que necesitaba demasiadas respuestas para simplemente coger sus cosas y caminar hasta su hogar.

Se acercó al ascensor con impaciencia y con los pasos más largos que había dado en su vida, decidió que hablar con Milo (Alexander, su hermano) era lo único que podía hacer. Nada parecía ni remotamente normal pero le habían mentido en la cara de forma arbitraria y nada olía bien, nada.

Cuando divisó la cama, él la recibió con una sonrisa, la sonrisa marca personal de la casa.

–Hola... creí que te habías ido ya. ¿Sucede algo? –le preguntó curioso.

Lía asintió.

–Tengo algunas... dudas.

El griego asintió.

–Dispara.

–Hace un momento... algo... sucedió. Un hombre rubio, muy rubio, se presentó aquí buscando a Marianne.

Los ojos azules del heleno se abrieron sorprendidos.

–Shaka.

Lía asintió.

–Sí, él. ¿Lo conoces?

Milo movió su cabeza, era un sí. Quería echarse a gritar, Barbie Budista había vuelto a la vida y sintió que la alegría volvía a su cuerpo.

–Pues... no se veía bien... y dijo muchas cosas... extrañas.

Las cejas de su hermano se arquearon preocupadas.

–¿No se veía bien? ¿A qué te refieres?

–Buscaba a Marianne y...

–Normal, el tío es algo torpe pero estaba hasta las trancas...

–Pues... eso parecía porque cuando mencioné que la chica se había ido con su esposo creo que le afectó y... le dijo a Camus muchas cosas. No entiendo... y... no sé si es un puto loco o...

Milo la interrumpió. Serio. No creía haberlo visto tan serio nunca.

–Dime absolutamente todo lo que escuchaste, por favor.

Así lo hizo, le dijo todo, replicando sus palabras de forma casi exacta. Le contó la situación desde el comienzo y se lo contó todo. Que Saga le había hecho algo, que lo había enviado a Siberia a propósito para que muera solo y se aleje de su hermana, para hacerle daño, que lo había disfrutado. Le dijo que lo había hecho en su cumpleaños porque no quería verle feliz.

La frecuencia cardíaca de Milo se disparó sintiendo que una criatura llena de odio nacía desde su vientre y no pudo evitar levantar su labio superior en un gesto de desprecio. Tenía lógica, sí. Tenía toda la lógica del mundo y él lo sabía. Shaka era torpe pero no mentía y si había vomitado todo aquello era porque lo sabía. Miró a su hermana a los ojos y cogió su mano con firmeza.

–Necesito tu ayuda.

Las cejas de la joven se fruncieron en un gesto algo confundido y preocupado.

–¿Ayuda? ¿Cómo?

–Tienes que sacarme de aquí.

La enfermera carcajeó, porque no pudo evitarlo. Pensar en sacar un paciente de ese calibre...

–No es una broma. Voy a irme de aquí y tiene que ser esta noche o mi novio puede hacer algo realmente estúpido. Mi amigo el castaño vendrá a buscarme, yo... le avisaré. Me iré esta noche pero necesito que me desconectes de aquí.

Lía negó, de forma rotunda.

–¿Estás loco? Necesitas recuperarte, ni siquiera puedes caminar y tienes el abdomen abierto de par en par. No, no voy a matar a mi hermano, se supone que debo protegerlo

(Dibujaré para ti mañana, Alexander)

El griego no parecía bromear. Volvió a observarla.

–Pues me vendas el abdomen y me preparas para salir esta noche, cuando hay poca gente. Por favor. Necesito irme de aquí, como sea.

–Has salido de un coma, ni siquiera te has recuperado de la operación y tu soporte vital está en esos medicamentos, Milo, ¡no voy a asesinarte! No voy a ser yo cómplice de esto. ¿Sabes? Olvida todo lo que te dije.

–No puedo explicarte... algunas particularidades de mi vida... solo voy a decir que tengo una recuperación rápida... ¿recuerdas como me cargué los sedantes? Creeme soy un niño fuerte. Vendas mi estómago, me quitas los cables y yo... me iré.

–Por favor, no lo hagas...

–Lo siento. No puedo arriesgarme.

Sabía que Camus iría a buscar a Saga (y a su hermana, que estaba con él) y eso podía terminar fatal. Sabía que su novio era un guerrero formidable, pero también sabía que Saga tenía pocas pulgas y... les llevaba varios siglos de ventaja a todos.

–No podrás irte, hay gente... te verán –suspiró preocupada.

–Lía...

–¿Qué?

–Volveré a verte y beberemos algo. Me mostrarás las fotos que me prometiste y... lo intentaremos tu y yo como... hermanos ¿sabes? Recuperar lo que nos han quitado. –Hizo una pausa, mirándola fijamente a los ojos. –Pero hoy... debo irme de aquí. 


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