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37. Desencuentro - Parte 1


¡Hola!

Siento la demora pero fue un capi muy pero muy largo y finalmente acá va, partido en partes que subiré todas juntas.

¿Ya nos acercamos al final? ¡No sabemos! 

Lo que si sabemos que quizás vuele algún insulto en mi dirección.

Gracias a quienes leen votan y comentan, hacen felices a las foquitas bebes que descansan al sol en un bloque de hielo y te saludan.

Mia :)



"¿Y hay quién quiera tomar mi corazón?"

Paul Éluard



–Dime, Lia Karagounis. ¿Tienes hermanos?

La joven asintió, por primera vez en su vida, a una pregunta que jamás pudo afirmar como respuesta. Certera, gesticuló rápidamente con su cabeza, arriba-abajo en un Sí rotundo.

–Sí.

La realidad era que intentaba acomodarse a ese cuestionamiento. Alguien que había sido increíblemente amado y esperado
(Dibujaré para ti mañana Alexander)
y a su vez, desaparecido y enterrado, ahora yacía en una cama que ella misma cuidaba en sus rondas. La aparición de Milo (Alexander Karagounis en un universo paralelo y quizás feliz) había alterado su realidad y aún intentaba adaptarse a ella.

Saga asintió también, bebiendo otro trago. Su estómago protestó y supuso que no estaba de acuerdo con la idea de aquel café (ni con toda su cafeína matinal en líneas generales) pero lo bebió de todas formas. Ya lo solucionaría luego... eso o la úlcera terminaría por ganar aquella batalla.

–Pues cuídalos mucho. –agregó en un susurro que parecía ser para él mismo antes de devolverle otra media sonrisa. –Muchas gracias por el café. Quizás la próxima vez yo pueda invitarte uno.

–No es nada, de verdad, es el café de la paz. Estamos bien. –asintió restándole importancia. –Espero que Marianne consiga el trabajo por cierto... parece muy dulce.

Lo conseguirá, pensó él.

–Estoy seguro que lo logrará, es una gran enfermera. –aventuró. No tenía idea si la chica era buena o si no sabía distinguir un pie izquierdo de un catéter, pero intentó sonar convencido. –Aún le cuesta un poco el idioma pero... bueno... ya sabes... puede aprender.

Lía asintió.

–Supongo que tener un esposo griego ayudará.

Su novio y profesor de idiomas era indio y está algo muerto para enseñarle, pensó asintiendo intentando esbozar una sonrisa.

–Aprenderá pronto, es muy inteligente... pero el griego puede ser algo difícil para los... franceses.

Intentaba decir algo coherente pero su cabeza no cooperaba y su boca se había empeñado en disparar cosas sin pensar. Cosas estúpidas, se dijo.

–Bueno su hermano es francés también y lo habla muy bien, casi no tiene acento en absoluto. –comentó ella. –¿Él lleva más tiempo aquí?

Saga asintió. No tenía idea qué sabía la chica acerca de Camus y no quería cagarla, así que no se arriesgaría con demasiados detalles.

–Sí y... yo es que... en realidad, hablo francés entonces en casa hablamos... eso; francés. ¿Sabes? Por eso su griego está algo oxidado... porque no lo utilizamos mucho. –mintió torpemente intentando hilar una palabra detrás de la otra con toda la coherencia que logró reunir, que no era mucha, era nula.

Lía sonrió.

–El francés es un idioma bonito pero puede ser algo difícil ¿no?

–Ehh... sí, te acostumbras ¿sabes? No es tan difícil. Voulez-vous coucher avec moi ce soir. Fácil.*

La enfermera enarcó una ceja, haciendo un gesto entre sorprendido, aterrado y curioso.

–Eso... ¿no es una canción? ¿Acabas de preguntarme si quiero acostarme contigo esta noche?

Saga abrió los ojos enormes, bueno sabía que citar lo que sea que le dijera Milo a Camus todo el día cuando se ponía pesado no sería buena idea pero era lo único que había escuchado que pudiera recordar. Esbozó una sonrisa forzada llena de dientes y luego una risa escapó sin desearlo, casi como si el ejercicio de reírse jamás hubiese ejercitado aquel rostro y no supiera cómo.

–Sí, es una canción. Estaba bromeando y poniéndote a prueba, claro... oye, que tú también sabes francés, ¿ves que es fácil? Así la seduje, no pudo resistirse.

La joven de ojos divertidos dejó ver una sonrisa.

–Ya veo ya.

Para ser justos parecía algo tosco pero se veía lo suficientemente bien como para entender que la francesa se le echara encima ante semejante proposición, aunque el relato le pareció más divertido que real. Él rio nuevamente también, de su propia estupidez. No volvería a citar a Milo en público y menos en otro idioma.

–Debo entrar, una nueva ronda me espera.

–Y yo debo esperar al cu...–iba a decir "cubo" pero se contuvo. –...ñado. Buena suerte, Lía Karagounis. Gracias nuevamente por el café y... que la jornada sea leve.

La chica sonrió, despidiéndose brevemente, levantó su vaso descartable a modo de saludo y se alejó, aún le quedaban muchas horas y su descanso había acabado.




Luego de entregarle finalmente a Camus el sobre con el dinero, Saga hizo exactamente lo que no quería hacer: volver al Santuario, después de todo, aún era su hogar... o algo así.

Su templo había sido sepultado bajo enormes escombros y sí, eso incluía la habitación de su hermano. Se sentía un farsante, un impostor, la persona que debía estar allí cuidando aquel sitio. Una punzada de ira se disparó directamente desde su estómago y no, esta vez no era su acidez crónica, era ira, de la más pura, bélica y cirrótica. Si él hubiera estado allí, hubiera cuidado de su hermano...

Abrió el portal dimensional directamente en Sagitario, donde residía momentáneamente con su antiguo mejor amigo (sí, el mismo que años atrás había mandado a matar). Todo aquello le resultaba ajeno, pero decidió pasar de utilizar el templo de Escorpio donde su hermano había vivido los últimos días de su vida... quería mantener los estímulos angustiantes en cero, conectar con el dolor no había sido su punto fuerte nunca y no comenzaría a explorarlo ahora.

Se acercó a la cocina del centauro en silencio. Le sentaría bien otro café y aunque su esófago volvió a protestar enviando una señal de quemazón, decidió que ignorarlo era lo mejor. Escuchó una voz, y se sorprendió al descubrir que no era la de su antiguo compañero de armas, había alguien más allí.

Adrián, el mensajero del Patriarca.

¿Qué querría ahora?

No mas misiones, pensó. Que se metan las misiones por el culo ya.

Entró con naturalidad, pero el joven de cabellos oscuros reaccionó tensando todo su cuerpo antes de inclinarse levemente en una ligera reverencia nerviosa.

–Señor –saludó con un ademán entre espantado y sorprendido.

Saga asintió caminando despreocupadamente, su gesto no se le escapó.

–¿Traes malas noticias, Adrián?

–No, solo me entregaba un mensaje de Dohko. –interrumpió el centauro.

Los ojos grises y vibrantes del mensajero observaron todo con atención, a través de los mechones de pelo negro que caían sobre su frente bronceada de forma alborotada.

–Debo retirarme ya, señor...

–Por supuesto, gracias por la notificación. –respondió rápidamente el guardián de Sagitario, invitándolo a retirarse con un gesto. El mensajero repitió la reverencia y se marchó, dejando la cocina en un silencio sepulcral.

Fue el gemelo quien habló luego de algunos minutos, mientras esperaba impaciente que el agua hierva.

–¿Café?

–Por favor, en la taza más grande que encuentres. –rogó el centauro bostezando. Aún se veía adormilado y sus ojos usualmente enormes y llenos de vida y destellos alegres no terminaban de abrirse.

–¿Qué quería Dohko? –preguntó Saga, curioso. Aioros negó con un gesto rápido pero dubitativo.

–Eh... una reunión por la tarde, supongo que dará nuevas indicaciones para seguir rearmando el Santuario.

Saga asintió.

–Ya veo. Y... ¿piensas mentirme mucho tiempo más?

El joven centauro frunció el entrecejo y su voz gruesa elevó su tono cuando logró desarmar el gesto de sorpresa y utilizar su boca para emitir sonidos coherentes.

–¿A qué te refieres?

Los ojos del gemelo buscaron los suyos y sonrió levemente.

–Estás acostándote con Adrián. Creo conocerte un poco, ¿sabes? No tienes que mentirme, Aioros, no así, no en la cara y no con tanta naturalidad. No soy estúpido. –hizo silencio nuevamente, resoplando divertido. –Dohko dice, el tonto.

El santo guardián de Sagitario evitó su mirada. Quiso mentir pero no pudo, no lo creía justo... ya no.

–No es lo que crees.

–Lo que yo creo es que estás zumbándote al mensajero de Dohko y te meterás en problemas, eso es lo que creo.

Aioros negó, aceptando la taza que el gemelo le alcanzaba con algo de vergüenza. Sí, sabía que se metería en problemas porque ya lo estaba, hasta el cuello.

–No, Saga, no estoy "zumbándome al mensajero". –aseveró con un tono tajante y certero. –Me enamoré de él. No es solo sexo, no pude evitarlo y así es, me enamoré de Adrián, no del "mensajero".

El santo de Géminis dejó escapar una carcajada mientras se sentaba frente a él con su respectivo café. Otro. Su esófago se preparó nuevamente para chillar.

–Sabes que está totalmente prohibido, ¿no? ¿Por qué te gusta meterte en líos, chico? ¿De verdad? ¿Teniendo un Santuario lleno de hombres vas a liarte con un empleado? Las relaciones con el personal están absolutamente prohibidas, Aioros... y de todo el personal tú vas y te lo montas con el mensajero del jefe. Muy bien diez. Además, Adrián tendrá el culo de oro porque para decir "me enamoré", hombre, debe ser bueno.

–No todo es sexo, Saga.

–Tienes razón. No todo es sexo. Mi hermano también estaba enamorado y ahí está, cultivando gusanos en una tumba de todas formas. No todo es amor tampoco.

–¿Puedo pedirte que guardes el secreto? –rogó el centauro avergonzado. Sabía que estaba mal, lo sabía y lo llevaba claro desde el momento que sintió sus labios arder en la boca del joven moreno... pero Saga había sido su amigo y compartir lo que sentía le había quitado algo de peso de la espalda.

–Como si hablara con mucha gente aquí. ¿Crees que iré corriendo a contarle a Shion, a quien maté por la espalda, que el tipo a quien también mandé a matar está atornillándole el culo al asistente de su adorado marido? Te preguntaría si confías en mí pero considerando que te perseguí como una hiena para asesinarte a traición... pues supongo que conozco la respuesta. –hizo una pausa, deteniéndose en su café. –No diré nada, descuida. Tu secreto amoroso está a salvo conmigo.

El centauro asintió.

–Gracias. –suspiró. –¿Sabes? Aún confío en ti, Saga, sé que lo has tenido más difícil que yo. Estamos bien, ya no sé cuántas veces debo repetirlo.

El rostro del gemelo se desarmó en un ligero gesto amable, dándole un trago a su café. Luego de un momento de silencio, estalló en otra carcajada sonora.

–Adrián, ¿eh? ¿Te ponen las túnicas o la servidumbre? ¿El rollo jefe quizás?

Aioros dejó danzar sus ojos verdes con fastidio.

–Me enamoré de él, eso es todo... Y no, no me gusta que se incline ante mí, me fastidia y me gustaría que no lo haga. No soy su puto jefe y portar una armadura no me hace mejor ni superior a él. Me gustaría no tener que ocultar lo que siento y a quien amo por unas estúpidas reglas arcaicas.

–Apuesto que te gusta que se incline. –deslizó Saga con media sonrisa.

–Eres un idiota, Géminis.

–Lo sé. –aseveró aun con el gesto de su boca inamovible. –Pues, enhorabuena por tu tórrido romance con el asistente del capitán. Brindo por ello.

–¿Y tú? ¿En qué líos estás metido? Has salido temprano...

–Visité a Camus y le di algo de dinero, viven en un hotel espeluznantemente diminuto y considerando que aún no tienen trabajo están... bueno, ya sabes, Aioria te lo ha dicho... no muy cómodos. Dohko me ha pedido que les lleve el pequeño encargo; considerando que si envía a tu novio tendría que pillar un avión y yo puedo ir y volver algo más rápidamente. También ayudé a la hermana de Camus... la chica creía que sin saber hablar griego correctamente conseguiría un empleo en el hospital. Le eché un cable.

Aioros sonrió.

–¿Ves? En el fondo eres bueno, chico. Pronto te pediré que me envíes con mi hermano, quiero ver al cachorro y a Marin, que seré tío, ¿te lo crees? –aseveró con su sonrisa contagiosa y vivaz. –Porque yo no, si es que era un niñato torpe ayer. ¿Recuerdas cuando le llevamos por primera vez a la ciudad y decidió que echarse un clavado en una fuente era una idea genial? Pues ese niño va a ser padre.

La carcajada de Saga fue tan honesta como liberadora y asintió.

–Me aterra pensar que ese niño tendrá una criatura a su cuidado, ¡pero si es que lo dejé solo unos segundos! ¿Cómo se supone que yo sabría que un crío tan pequeño se treparía a una puta estatua para meterse de cabeza en una fuente?

–Te dije que prestaras atención mientras compraba su helado y te dije que era un niño inquieto, Saga.

–Y yo te dije que era pésimo cuidando críos, Aioros.

El centauro lo observó curioso.

–Por cierto... ¿Puedo preguntar por qué le haces tantos favores especiales a Camus?

Saga lo evitó.

–Solo intento redimirme.

–¿Aún te culpas por aquello?

El gemelo lo observó y asintió.

–Siempre. Más que nunca, creo.

Aioros lo dejó estar. Le conocía demasiado bien, o al menos creía hacerlo aún. La realidad era que Saga había dejado de ser aquel adolescente noble para convertirse en una espalda cansada y lacerada incapaz de cargar sus propias cruces. Le apenó profundamente ver los ojos verdes de su amigo tan muertos como los de su hermano gemelo.

–Por cierto, tengo algo para ti... he estado trabajando en tu templo ayer, supongo que las refacciones terminarán en alguna vida pero... encontré cosas que creo te pertenecen.

Abandonó por un momento la cocina para volver con algo que el gemelo vivo no pudo distinguir. Lo observó intrigado.

–Parece que tú también tienes tus secretos... –comentó deslizando una caja pequeña que Saga observó con asombro envuelta rústicamente en un papel que parecía ser un borrador a juzgar por los tachones bruscos y la letra nerviosa.

(Voy a pedírselo.)

Abrir la caja diminuta para descubrir un anillo de oro con un diamante sutil no fue la mayor de las sorpresas, evidentemente. En su última conversación, su hermano gemelo había confesado que le pediría matrimonio a su novia y que estaba tan emocionado como nervioso, en partes iguales... la dicotomía de la felicidad, el miedo y la alegría.

(Me casaré con ella, Saga.)

"Espero que la paz dure mucho tiempo" habían sido sus palabras decretadas con ilusión. Lamentablemente, había durado poco más de una semana, y finalmente, su cuerpo feliz y amado se descomponía bajo tierra abrazado y custodiado por una tumba helada. Saga sonrió, triste.

(¿Crees que quiera casarse conmigo? La llevaré a Moscú y le compraré uno de esos gorros peludos... No te rías, Saga, no es gracioso.)

–No es mío. Es... Era de Kanon. –sentenció, volviendo a reparar en el cambio de presente por pasado. –¿Crees que Saori... lo logre?

Aioros esbozó su típica sonrisa, cargada de esperanza.

–¿De verdad vas a preguntarme eso cuando sabes lo que te diré?

–Quizás quiero que me lo digas.

–Pues si quieres que te lo diga... Estoy seguro que lo logrará



Atenas, Grecia 1993

Aioros pidió el permiso correspondiente para salir del Santuario con el pequeño aguador para ponerse en marcha a continuación, juntos. Camus estaba nervioso e ilusionado, pero no quería demostrar ni un ápice de aquel torbellino emocional, el miedo a un posible fracaso estrepitoso lo había anulado completamente.

–¿Y si no coge el teléfono? –preguntó el francés, curioso. Volver sin hablar con Mimi le rompería el corazón y lo sabía.

El santo guardián de Sagitario sonrió, estirando su rostro en una mueca amable y divertida.

–Volveremos a llamar.

–...¿Y si ya no vive allí? –volvió a preguntar con cierta angustia, intentando que no se le escapara la emoción por los ojos, manteniendo un semblante serio y despreocupado.

–Volveremos a buscar. –asintió, seguro. La sonrisa, casi idéntica a la de Aioria, irradiaba calidez y confianza. El pequeño león tenía razón, su hermano lo arreglaría todo.

Cuando llegaron finalmente al pueblo no les costó dar con una cabina telefónica. Camus extendió el papel que Aioros le había entregado (y había guardado con extremo cuidado) y éste le enseñó como digitar todos los números para poder realizar una llamada internacional.

Escuchó con alegría el sonido que le indicaba que todo iba bien.

Llamaba.

El mayor le pasó el teléfono y el estómago de Camus se sacudió como si un monstruo se lo hubiera devorado de un mordisco y aunque no pudo ni notarlo ni controlarlo, su pequeña mano comenzó a temblar.

Allô?

La voz del otro lado de la línea era irreconocible y le dejó en estado de shock, completamente mudo. Miró a Aioros aterrado y el temblor de sus manos se hizo evidente, pero este le animó a hablar con un gesto.

–Dile quien eres y que quieres hablar con ella. –susurró.

El pequeño asintió y transformó su griego en un perfecto (y tembloroso) francés para contestar.

–Hola... soy... Camus Dubois y... me gustaría hablar con Marianne... soy su hermano. ¿Se encuentra en casa?

Creyó que se desmayaría.

Sí...Creyó que se desmayaría o que su vejiga fallaría de un momento a otro para dar paso a un acto de humillación pública, dejando una mancha caliente y húmeda en su pantalón que todos podrían ver. Se reirían de él y de su rostro enrojecido. Apretó sus piernas instintivamente y su vientre se endureció con angustia.

La voz, amable, de mujer, se apagó por unos segundos que en la mente de Camus se transformaron en décadas. Un sonido irrumpió finalmente aquella agonía; eran susurros. Otro mordisco del monstruo malo arremetió con su estómago. si no sucedía algo pronto comenzaría a vomitar.

Ruidos torpes, amorfos y toscos sacudieron el oído del pequeño antes de...

–¡CAMUUUUUUS! –chilló la línea, esta vez con una voz que fácilmente distinguió. Reconocería aquellos chillidos desde el fondo del océano pacífico, eran sus pequeños pulmones estereofónicos, más estereofónicos que nunca.

La emoción lo invadió tan repentinamente que sus ojos amagaron con quebrarse. Se abrieron enormes y expresivos; allí estaba, lo había logrado... mon petit ange y sus gritos infantiles.

Evidentemente, quien no pudo contener aquel quiebre fue su pequeña hermana, que rompió en llanto (esta vez en una mezcla de emoción y alegría), forzando al niño a alejar el teléfono de su oído por un instante.

Coucou, Mimi... 


–¡Coucouuuu, Camus!

La voz de su, ahora adulta, hermana menor le obligó a voltear en su segunda visita a Milo del día, la vespertina. Sonrió. La joven, como siempre, lo llenó de besos exagerados que él limpió con el dorso de la mano negando con la cabeza.

–Marianne... recuerdas a Milo... él...

El griego esbozó su sonrisa vivaz, iluminándolo todo, a pesar del dolor. Mejoraba, sí, y las tardes solían ser mejores que las mañanas, pero aún las heridas de la cirugía le fastidiaban.

–Soy el mon petit ami de tu hermano, sí. Tu eres su Mon petit ange, yo soy su mon petit ami... No sé por qué todo es "Mon petit algo" pero suena simpático.

Una leve sonrisa se asomó en la boca de Camus.

–Bueno, eh... sí. Mon petit-ami. –asintió él. –Creo que jamás te había presentado a mi hermana formalmente, ella es Marianne. Marianne, conoces a Milo.

–Claro que sí, Camus me habló mucho de ti. –sonrió ella, y sí, aquello era cierto, su hermano lo había mencionado en repetidas ocasiones.

("Yo estoy bien, Mimi. He hecho un amigo... Milo.")

Los ojos azules y vibrantes del escorpión sonrieron, llenos de destellos.

–¿Ah sí? Me interesasaber qué puede haber dicho de mí...



<<El cielo parisino vestía de gris y lloraba como el día en que los habían separado.


Llovía y el diluvio los forzó a entrar en un café de forma obligada, para que luego de un saludo, con sus respectivas tazas, sellaran finalmente su encuentro en una mesa redonda y diminuta. Él pudo sentir la mirada cargada de reproche de su hermana menor y la entendía, las visitas eran demasiado esporádicas y el vínculo que él había prometido mantener se marchitaba, muy a su pesar.

–Lo siento, Mimi. Sabes que... no puedo visitarte tanto como quisiera.

Ella no contestó. Temió que Marianne-colère hiciera su aparición pero no lo hizo, la joven estaba demasiado triste para protestar... o contestar en absoluto.

–Y... ¿Cómo va todo con Emmanuel? –insistió él para romper aquel silencio.

La joven lo miró.

–Hemos terminado... lo sabrías si me llamaras o... me visitaras.

Ahí estaba, el reproche verbal ya tardaba en aparecer.

–Lo siento, Marianne. Ya conoces mi situación. No tengo un teléfono para llamarte ni... tengo tiempo libre para buscar uno. Escapo cuando puedo, ¿sabes? Es difícil para mí, no puedo con dos personas a mi cuidado.

–Es difícil para mí también, Camus.

–Lo sé. –suspiró cansado y suplicó con una mirada. –¿Podemos... disfrutar este café antes de volver? ¿Por favor?

Si tenía poco tiempo con su hermano, utilizarlo para enfadarse no le serviría de nada. Zanjó la discusión con un movimiento de cabeza afirmativo y una ligera sonrisa. Asintió.

–Has terminado con tu novio... y... ¿estás bien?

–Sí... era un idiota. –afirmó con severidad. –Creo que atraigo estúpidos, Camus, debe ser alguna maldición o algo así porque solo conozco imbéciles y me enamoro perdidamente de ellos para que luego me engañen con alguien más. Creo que estoy maldita.

El galo sonrió con cierta tristeza.

–Los Dubois no tenemos suerte en el amor, pero no estás maldita, Mimi.

La joven lo observó bebiendo aquel té para calentar su cuerpo y combatir la resaca de frío que aún quedaba en sus extremidades algo congeladas por la lluvia.

–¿Mala suerte tú? Las chicas rusas son preciosas, imagino que te verán exótico y guapo ¿no?

Bueno, ni estaba interesado en chicas ni en rusas, sino en cierto griego que había quedado entrenando en el Santuario a casi 6 mil kilómetros de distancia.

–Es complicado. –contestó, para luego beber su café e intentar zafarse de la conversación. Había ordenado una Tarte Tatin para acompañar, estaba harto de la sopa de pescado y aquellos sabores que le recordaban a su hogar lo abrazaban, haciendo que la vuelta sea extremadamente difícil. Extrañaba Francia, con su cielo gris y su... familia, la sensación de pertenencia a la que solo podía acceder a través de la voz de su hermana menor. Se había negado a renunciar al único hilo delgado que sostenía el peso de sus desarraigos, se había negado rotundamente. La observó. Los ojos de una joven Mimi, le devolvieron la mirada, profunda y cómplice.

–Imagino que será difícil ligar en Siberia. ¿No has conocido a nadie?

Él negó, comiendo con cuidado. El sabor de las manzanas lo invadió y lo agradeció profundamente. Se llevaría lo necesario para preparar una igual a su vuelta, quizás a Hyoga y a Isaac les gustaría probar.

–Me gusta alguien... creo... y... es complicado.

Marianne abrió los ojos tanto como pudo y lo observó.

–No me jodas, Camus. ¿De verdad? ¿Complicado por qué? ¿Ella no te quiere o qué?

El galo tragó con algo de dificultad, ayudándose con un poco de café. Nunca había hablado del tema con nadie y... tampoco le resultaba fácil expresar abiertamente su homosexualidad. Respiró profundamente, alargando el silencio.

–No hay ella... es él. Milo. –confesó sin buscar sus ojos. –Y... vive en Grecia.

Marianne asintió, cogiendo su mano.

–Ya veo... es... tu amigo, de quien me hablaste... ¿el niño que te enseñaba griego? ¿y... a él le gustas? ¿Por qué es complicado?

Terminó su café de un trago, necesitaría otra taza para continuar.

–Creo que le gusto, supongo... al menos eso siento cuando me visita. –replicó, pero no estaba seguro. –Es complicado porque no estoy allí y... creo que se acuesta con alguien más.

–Lo siento, Camus... No entiendo qué clase de idiota no te querría. Eres increíble y dulce. ¿Es estúpido o solo ciego?

–Marianne... –la regañó su hermano. –No es ni estúpido ni ciego... yo... bueno, no creo que dulce es la palabra con la que me describirían en el Santuario exactamente.

–¡Pero si tienes el corazón de un pequeño repollito bebé!

La risa del galo escapó sonora y si no hubiera cubierto su boca, probablemente hubiera escupido y bañado la cara de la francesa completamente. Aún riendo, contestó.

–Ya, igual de agrio.

–No, Camus, eres mi pequeño repollito. Eres dulce y bueno. Quien no lo vea es un idiota y no lo quiero de cuñado... ¿Por qué dices que eres agrio? Va, que quizás con los años te has vuelto más serio sí, pero solo un ciego no vería quien eres en realidad.

El santo de Acuario asintió, aunque no estaba de acuerdo. Si su hermana conociera a sus compañeros y esta dijera que era "dulce y un pequeño repollito bebé", se reirían hasta el año 2045 deteniéndose solo para respirar. El fragmento dulce que conocía Marianne era solo uno de sus rostros y ella, la única que podía verlo. Vulnerarse no era posible en aquel lugar, no. Allí era Camus, el imperturbable.

–¿Y quién soy en realidad, Mimi?

La francesa sonrió.

–Eres mi hermano y me cuidas... a tu forma, pero me cuidas. Siempre lo has hecho y sé que siempre lo harás. Me duele que no puedas visitarme pero sé que me quieres tanto como yo a ti y además... puedo verlo en tus ojos, puedo ver todo allí. Mamá decía que eras todo corazón y estoy de acuerdo con ella.

–Mamá... la increíble Jeanne Dubois, ¿eh?–asintió sonriendo levemente. –Eras su pequeño ángel y ahora eres el mío.

La joven lo observó feliz, devolviéndole una sonrisa enorme.

–Tú eras su corazón... y ahora eres el mío.

Mon coeur, sí. >>


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*En francés, "Mon petit chou" significa literalmente "mi repollito" pero es utilizado a modo de expresión afectuosa. Chou significa repollo pero también es usado para demostrar afecto de forma dulce. Las expresiones "Mon chou" o "Mon petit chou" son similares a "cariño, mi amor, etc" 



–Entonces ¿te dijo que yo me veía muy muy muy bien? –preguntó divertido el griego.

Camus sonrió negando.

–No creo haber dicho eso nunca, Milo.

El escorpión resopló.

–Anda, hombre ya dime que le dijiste a mon petit ange. –deslizó sus ojos hacia la chica con una sonrisa. –Por cierto... siento haber creído que eras la novia de Camus y haberte llamado "perra del inframundo".

Marianne alzó las cejas sorprendida.

–¿Me llamaste perra del inframundo?

–...No, nunca.

–No sabía eso... –negó ella. –Pero... ya no lo piensas supongo y podemos... volver a... cómo se dice... ¿comenzar?

El griego sonrió nuevamente, asintiendo.

–Sí. Debemos ser amigos tú y yo, ¿sabes? Para que luego cuando tu hermano sea torpe y cruel tú formes una alianza tácita conmigo y me defiendas de sus agravios continuos y malintencionados.

Marianne sonrió pero Milo hablaba demasiado rápido y cerrado, como si vomitara compulsivamente las palabras... y eso la había perdido un poco. Evidentemente no todos tendrían la paciencia de Shaka (o su lentitud al hablarle). Camus lo notó, así que intercedió.

–Ya, eso no sucederá. ¿Qué tal fue la prueba, Mimi? –Preguntó, curioso. Luego le explicaría al escorpión lo que sucedía.

La joven asintió.

–Muy bien... pero comenzaré como auxiliar porque... bueno, aún debo aprender mejor el idioma y estaré a prueba. ¿Tenemos dinero?

–Sí, Saga me visitó esta mañana para entregarme un sobre del Santuario, así que tenemos donde dormir hasta que Marin consiga un sitio más grande para todos.

–Ah, ¡Saga!... ¿crees que podría llevarme a Paris?

–¿Otra vez Paris? Marianne, Saga no es un transporte público, tiene una vida y un duelo que hacer.

–Lo sé, lo siento, Camuuus... –se disculpó estirando la sílaba final. –Solo una vez, tengo cosas en la casa que me gustaría conservar y no pude traer porque... la habitación donde vivimos es muy pequeña. Además, podría dormir allí esta noche, estoy algo estresada y si vuelves a pegarme en las costillas voy a gritar. Necesito una noche en una cama cómoda, quiero descansar. Una noche, por favor, aún es mi casa por este mes. Además, tengo que buscar otros papeles y es importante. ¿Por favor? S'il te plaît?

Camus resopló, abusar de los favores de Saga no le gustaba, (especialmente no ahora) pero tampoco podía obviar que no tenía dinero para que su hermana vuelva a Francia por otros medios más convencionales.

–Le preguntaré, pero... de verdad, haz lo que tengas que hacer para no tener que volver a pedirle algo en mucho, mucho tiempo.

***

Traducción:

S'il te plaît: por favor



La taza de Mu aterrizó vacía sobre la mesa
(ODIO LOS PANTALONES Y SOCIALIZAR)
y sonrió como respuesta.

Shaka suspiró. El sueño le había dejado parapléjico emocionalmente hablando y aún quedaban resacas ligeras de aquellas sensaciones que le llegaban como una marea de inquietud y confusión.

–¿De verdad crees que no fue Pasítea?

El tibetano asintió, levantándose para preparar más té. Convencer al terco de su amigo que era un paranoide sin remedio le llevaría un buen rato.

–Creo que fue tu inconsciente, Shaka.

El indio frunció el ceño, preocupado.

–¿Y si no fue mi inconsciente y es... una premonición? Ella hablaba de un niño... que yo vi, y era igual a mí... como si fuera mi hijo... ¿y si Marianne está embarazada?

La carcajada de Mu le dobló al medio y tuvo que detenerse para respirar, pero las contracciones violentas de su abdomen se lo impidieron y en un acto casi catastrófico la tos hizo su aparición. Le costó largos segundos volver a la normalidad y reponerse, ante la mirada perpleja de su amigo.

–No entiendo, ¿qué es tan gracioso?

Aún arrastrando las palabras que se agolpaban felices tras una risa espontánea, el antiguo carnero contestó, con cierta dificultad.

Tu mente es graciosa. Shaka, ¿de qué hablas? ¿Qué premonición? Pero si es que está claro como el agua que eras tú mismo. A ver, es que no sé, ¿hay posibilidades de que esté embarazada? Yo... lo siento pero es que jamás me ha preocupado eso porque... bueno, digamos que no corro ese riesgo. No sé bien como va eso.

–Pues yo tampoco lo sé, Mu, pero quizás ella está embarazada y yo soñé con mi hijo.

Los ojos enormes de Mu sonrieron tanto como él. Su amigo era un caso perdido y tenía las emociones de una roca fosilizada, pero le causaba una mezcla de ternura, asombro y tristeza. Preparó más té del que logró encontrar y luego de endulzarlo y servirle un poco, volvió a llenar la taza de los pantalones y se sentó.

–No lo sé porque no sé cómo se ve el cuerpo desnudo de una mujer y cómo funciona, es un misterio para mí... pero si vamos a la biología básica pues se supone que tú... bueno, has... tenido sexo... es decir... has... metido...

–Sí.

–Ya. ¿Y no has usado preservativo...?

–No.

–Va... pues... has... eso... ya sabes...

–No sé que es "eso", no te entiendo y me pones muy nervioso.

–¡Que si has eyaculado dentro, Shaka! ¿Quieres un dibujo? Hijo, que difícil eres. Tú te erectas y en determinado momento, pum, pues te corres, porque imagino que lo has hecho. ¿Lo has hecho?

–No me siento cómodo hablando de esto, Mu.

El tibetano acarició sus sienes.

–Pues no me lo digas, pero según la biología, cuando eyaculas dentro de una mujer, sí, puedes embarazarla. Así que si lo has hecho, primero eres un irresponsable y dos, eres un irresponsable.

–No soy irresponsable... ella toma pastillas antibebés... o algo así, no recuerdo el nombre.

Los ojos de Mu se entrecerraron en un gesto curioso.

–¿Pastillas antibebés?¿eso qué es? El mundo de los heterosexuales es difícil.

–Sí, creo que tomas una pastilla y algo sucede para que no puedas embarazarte pero no sé bien como funciona. Quizás ese día no lo hizo y ahora está embarazada.

–Shaka no puedo creer que yo vaya a enseñarte algo a ti pero deberías ser responsable y... quizás, leer. El sexo puede ser divertido pero deja de serlo si pillas una enfermedad o un bebé no deseado. No sé de que van esas pastillas porque solo profundicé en el sexo entre hombres y no sabemos mucho de embarazos pero... sí he leído que puedes enfermarte, ¿sabes? O enfermar a tu pareja. El sexo no es algo para tomar a la ligera, no es solo dos personas que se gustan y se acuestan. Tú no has tenido parejas sexuales pero ella sí, ¿no?

Los ojos claros del indio lo observaron con algo de desconfianza. Se sentía ridiculizado a un nivel que no podía tolerar... aquello le dolía. No sabía absolutamente nada de la vida, ni de como vincularse en ese mundo...

...Nadie se lo había enseñado y él estaba demasiado ocupado aprendiendo como matar y sobrevivir una batalla para investigarlo por sus medios.

–Sí, ella ha tenido relaciones con... otras personas.

Mu asintió al notar el fastidio creciente de su amigo que evitaba su mirada y bebió su té con cuidado, aún estaba caliente.

–Podrías investigar, ¿sabes? Además... si vuelves a verle imagino que querrás estar con ella y... puedes construir algo bonito, Shaka. Solo debes hacer lo que sientes.

Lo que sientes.

Ja.

Cómo si su amigo Mu supiera lo que eso significaba para él, Shaka, Rey Soberano Absoluto De Lo Que Debes.

(Haz silencio, Shaka, haz silencio)

Lo que sentía, ¿sabía lo que sentía? No terminaba de definirlo, al menos no de una forma clara. Sabía que sentía cosas especiales por la chica, sí, porque inevitablemente fue testigo de su camino hacia la vulnerabilidad novedosa y cómo se transformó de ese alguien solitario y despreocupado en el joven que velaba por la vida de alguien más, embriagándole de una sensación de desprotección absoluta. El hombre reacio al contacto humano había descubierto que una caricia podía ser eléctrica y un medio de comunicación más contundente que cualquier palabra, en cualquier idioma. Una mirada podía transmitir el mundo y un beso, convertir aquella serenidad impávida en un torrente sanguíneo urgido y desesperado...

Supuso que todo aquello debía ser amor, al menos para él que no había recibido de ningún tipo. El calor en su pecho al escuchar cierta voz, ciertas erres y su nombre fatídicamente mal pronunciado. La sensación irremplazable de sumergirse en la comodidad de su pecho y escuchar su corazón como una nana dulce que, por primera vez en 26 años de vida, había logrado brindarle el amor que le había sido negado.

Dos palabras.

Te quiero.

¿Sabía lo que sentía? No.

¿Sabía qué quería hacer? Tampoco.

Shaka jamás había logrado romper una regla ni incumplir una norma. Había aceptado su destino con la fuerza de mil bueyes y allí estaba, luchando con la idea de dejarlo todo para escuchar el tambor cardíaco de una francesa que probablemente lo había olvidado... o se aburriría de él, inevitablemente.

Negó con la cabeza, intentando mantener la compostura.

–Lo que quiero hacer es recuperar mi templo y volver a cuidarlo. Quiero volver a utilizar mi ropa y no la de Milo, eso quiero, Mu. Ella será feliz con alguien más y yo seré feliz por ella. Su hermano le cuidará y eso es todo. Soy el Santo de Virgo, y así se quedará. –sentenció. Su amigo lo miró con algo de tristeza (y decepción).

–¿Por qué estas tan seguro que será feliz con alguien más, por qué no simplemente puede ser feliz contigo? ¿Por qué no te permites tú ser feliz?

–Porque no soy como tú, Mu, acéptalo de una vez... yo no me cago en todo y me voy a Jamir a vivir del amor, ¡no se vive del amor! Si tu lo has hecho pues eres mi amigo y tienes mi apoyo, soy muy feliz por ti pero debes aceptar que no todos son iguales a ti y que no todos somos felices simplemente cagándonos en todo.

Los ojos usualmente tranquilos del carnero se encendieron buscando la mirada de su amigo.

–Oh, no, no no no... no has dicho eso. "¿Cagarme en todo?" No me cago en todo pero tampoco voy a cagarme en mí mismo que es lo que haces tú para justificar que eres un cobarde. No te cagas en nadie y el precio que le pones a eso es cagarte en ti, en tu corazón y en tus emociones, solo porque estás aterrado. Estás repitiendo que ella te dejará porque de esa forma puedes convencerte de que simplemente no funcionará para luego sentarte a meditar todo el día en Virgo esperando la próxima guerra y tu próxima muerte.

–No soy como tú. Aceptarlo te hará más feliz que intentar cambiarme continuamente. Este es mi destino y aquí quiero quedarme. Lo siento, pero... así soy, solo acéptalo. Marianne se enamoró de... cosas que no soy yo y cosas que no puedo ser. No juego, no me divierto, simplemente no lo hago. Mi vida es aburrida y ya, ¿por qué no puedes entenderlo?

–Tienes razón, lo siento. No intentaré cambiarte, Shaka, ha sido injusto. Solo quería que... por una vez en tu vida pudieras permitirte ser feliz.

–Lo soy. No necesito a nadie más que a mí mismo.

El tibetano asintió.

–Entiendo. –bebió su té con velocidad y frustración para luego lavar de forma rápida la taza de los pantalones. Asintió con un gesto. –Me alegra que estés en este plano nuevamente, amigo mío y sabes que siempre eres bienvenido en Jamir. Ojalá des con la paz que tanto buscas, y también con la felicidad, sea cual sea. Ahora... debo irme, me esperan en casa.

Shaka devolvió el gesto con la cabeza.

–Gracias. –musitó. Sus mejillas a la altura de su delgada quijada latían. –Salúdame a Aldebarán y a Kiki por favor. Y también eres bienvenido en Virgo... bueno, ahora Escorpio, cuando así lo desees.

Una sonrisa agridulce atravesó el rostro del tibetano.

–Lo haré. Espero verte pronto.


Un gesto con las manos fue lo último que vio de su amigo el carnero antes de que se transformara en el haz de luz característica. 

Se sentía mareado.


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