36. Les yeux sont le miroir de l'âme
Holaaaaa!! Perdón por lo extenso del capi, prometo que en cuanto pueda escribir sin venirme arriba y explayarme infinito los voy a moderar XD.
Este capi va dedicado con atraso a mis chiquis favoritas, aún les debo el shot de celebración y regalo pero gracias como siempre siempre siempre a Snor y Deg que las abrazo infinito y sus comentarios y el amorcito que me dan por mensajito me motivan un montón. Las quiero!
Votos y comentarios salvan el amazonas de la deforestación. :)
Mía ♥
"Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas."
Alejandra Pizarnik
"¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde."
Jorge Luis Borges
Volver a la vida –otra vez– era confuso y vertiginoso.
No le costó salir de su propia tumba (él por si mismo podía trasladarse fácilmente) pero cuando el sol golpeó de lleno su rostro, una sensación de indefensión absoluta lo abrumó. Vestía su mortaja impregnada con lo que supuso serían, a juzgar por el olor, líquidos que desprendió su propio cuerpo muerto al comenzar la descomposición. Tosió, agobiado, era increíblemente invasivo; olía a podrido y sus fosas nasales no lograban aclimatarse a pesar de haber salido ya del ataúd.
Una mano se estiró para ayudarlo.
–¡Shaka! –exclamó la italiana emocionada, pero el olor también la golpeó con fiereza. –Necesitas una ducha pero ya. Que mal hueles, hombre.
Como si despertara de una siesta pesada y bajo un calor cochambroso, aún intentaba reconectar sus cinco sentidos y cerró sus parpados con fuerza asiéndose a la mano que lo ayudaba, aunque levantarse tan rápidamente no ayudó a espabilarlo. Sí, necesitaría una ducha (o cinco).
–¿Cuánto tiempo ha pasado?
–El suficiente como para que tu tumba huela así. –La joven volteó para observar a la etíope. –June, avisa a Dohko, llevaré a Virgo a la cabaña y––
El indio negó.
–Estoy bien, solo quiero volver a mi templo.
La italiana carcajeó enarcando una ceja.
–Shaka la sexta casa ha visto tiempos mejores... deberías darte una ducha en mi cabaña que no está tan mal.
El rubio volvió a negar, quería volver a su templo o lo que quedara de él.
–Hablaré con el Patriarca más tarde, ahora necesito... quitarme esto, gracias. –musitó antes de teletransportarse lejos de allí.
La italiana negó con la cabeza, suspirando.
–Como detesto a los que se piran así, de verdad.
June rio.
–Pues acostúmbrate, chica, porque a Shion le encanta.
Aioria dormía profundamente (en un estado que se acercaba a la absoluta inconsciencia, preso del cansancio acumulado) pero Marin había decidido que el portátil de la francesa era su nuevo mejor amigo y había dado con una web de películas que le tenía enganchada y distraída. Desde los acontecimientos del Santuario ella no lograba dormir bien o al menos, no sin tener algún recordatorio visual y auditivo de lo que había sucedido. El portátil y sus películas la ayudaban a paliar aquellas sensaciones, sí.
Intentó acomodarse empujando levemente al antiguo santo de Leo contra la pared para sentarse con su té en la cama, dispuesta a ver un nuevo episodio de la serie que según Camus, habían hecho en honor a su hermana.
<<–Mira, esta se llama Marianne y es francesa... –había dicho la japonesa en plena búsqueda cuando descubrió que el portátil era como un pequeño cine en miniatura.
–Debe ser una serie acerca de una chica súper genial.– aseveró Mimi con solemnidad, Camus rio.
–¡No jodas, la actriz protagónica se llama Victoire Du Bois! –Comentó Marin leyendo la breve sinopsis.
Marianne abrió los ojos, volviéndolos enormes y expresivos. El francés volvió a sonreir, su hermana y sus gestos parecían haberse detenido en el tiempo y a veces le recordaba a su rostro de asombro cuando era solo una niña, con sus coletas desarmadas y su oso.
–Nuestro apellido se escribe ligeramente diferente, pero sí, estará relacionado porque Marianne es la bruja mala, Como Marianne-colère. –asintió Camus, Mimi lo miró con desaprobación y le enseñó el dedo correspondiente: el del medio.
–Connard. –murmuró. Necesitaría aprender a insultar en griego mucho y pronto, lo necesitaba para ajusticiar a su hermano verbalmente.
–Pues podemos verla. Parece interesante. Aquí dice que es "la mejor serie de terror de los últimos tiempos." –Asintió Marin buscando el botón para reproducirla pero Aioria negó, acariciando su brazo con naturalidad.
–No creo que ayude con tus pesadillas, cielo, ¿no has visto demasiado terror ya en la vida real? Podríamos ver algo divertido, unas risas no nos sentarían mal.
Finalmente, la japonesa había decidido verla de todas formas y a la joven Dubois le resultó entretenida (aunque protestó al ver que efectivamente era la bruja quien llevaba su nombre para diversión de su hermano). Camus duró poco más de medio episodio antes de abrir un libro pero espiaba desde las tapas de Paul Verlaine las caras de espanto de ambas cuando algún grito lo arrastraba lejos de su lectura. Aioria, a su vez, intentó mantenerse despierto pero no lo logró; sucumbió pronto a su cansancio que parecía ser crónico... el león de los relámpagos drenaba su stress apagándose como una batería vieja.>>
La habitación era diminuta y compartir esa cama aún más pequeña e incómoda con los 85 kilos de su gran gato dorado resultaba algo desafiante. Todo en aquella nueva vida lo era y absolutamente todo en aquella nueva vida la aterraba; la llegada de un bebé, la renuncia a todo lo que conocía hasta ese momento y ese salto de fe al vacío con su compañero de juegos amorosos le preocupaba, especialmente cuando escuchaba los sonidos delatores de la barriga del griego. El dinero escaseaba y la comida también. En la vida real, ellos no eran nadie y el mundo le resultó un lugar aterrador.
Se habían despojado de su historia y de su identidad. No sabía si podría ser alguien más que una guerrera, pero el traspaso drástico de "Santa de plata de Águila" y "Maestra" a mamá y empleada de algún oficio que aún no había aprendido le resultó vertiginoso. No tardó en comenzar a gimotear, lo haría fatal. Bebió su té intentando calmarse.
Putas hormonas de mierda, pensó.
Extrañaba a Shaina y sus consejos tontos y en algún punto de su corazón, también extrañaba el Santuario con toda su belicosidad y crudeza. A veces, el psiquismo y el corazón no distinguen razones y anidan en sitios que no son nidos, sino infiernos... aún así, creía extrañarlo: al menos, era lo conocido.
–¿Qué sucede? –preguntó Aioria sin poder abrir los ojos. El sonido salió de su boca empantanado, arrastrando las palabras como si pesaran toneladas. Un brazo pesado y tosco alcanzó su pierna y sintió la mano del griego buscar torpe la suya. La cogió.
–Lo siento, te he despertado.
El león negó con la cabeza y sus pelos, enmarañados y claros, enmarcaban su rostro adormilado.
–Estaba despierto. –aseguró él, con otra ristra de palabras arrastradas. Si bien solía dormir bien, había aprendido a hacerlo casi en estado de vigilia y cualquier sonido podía despertarlo, como a todos los demás. –¿Me dirás que sucede?
Ella besó su frente.
–Tengo miedo. Soy una estúpida, lo sé, pero esta vida me aterra, Aioria. Me aterra ser normal y me aterra ser madre. No me gusta ser... esto que soy ahora. –disparó ella como un rifle de asalto.
Los ojos verdes de él se abrieron y sus pupilas se ajustaron con dificultad a la luz del día; pestañeó repetidas veces hasta poder observarla y frunció el ceño, arqueando sus cejas gruesas para acompañar sus palabras.
–¿Y qué es lo que eres ahora exactamente?
La japonesa arrastró unas lágrimas rebeldes de su rostro para mirarlo con claridad.
–Esta bomba hormonal llena de miedos, sin dinero, sin casa, sin armadura y sin historia.
–Marin, cariño. –replicó él, sentándose. –Eres la misma persona que portaba esa armadura, solo que los miedos han cambiado. Todos tenemos miedo, todos, es humano y eso es lo que te mantuvo viva durante el ataque. El miedo nos hace más fuertes, no estúpidos. Nos permite ser cuidadosos. No eres estúpida, Marin, eres humana. Las hormonas no ayudan, no, pero lo resolveremos. Siempre lo hemos hecho, ¿no?
La castaña negó.
–Seré una pésima madre, yo no podré cuidar a otro ser humano Aioria. No a uno pequeñito que llora, caga y vomita. No sé cómo se hace. El bebé dependerá de nosotros y yo no puedo cuidar seres vivos, es que no voy a poder.
El león sonrió.
–Yo también tengo miedo, Marin. ¿Cuántos bebés has visto en el Santuario? Porque yo no he visto ninguno y no tengo idea cómo cuidar uno propio, así que supongo que es normal que estemos más aterrados de un niño que de luchar y morir. –hizo una pausa para estirarse y bostezar. –Tú has cuidado a Seiya, sé que no era un bebé pero era un crío y hasta donde sé le has alimentado correctamente, le has infundido valores, le has criado y te quiere. Sabes que Shaina me simpatiza mucho pero no creo que Cassios haya corrido con la misma suerte que Pegaso. Tú eres una persona increíblemente dulce y protectora sin hacer esfuerzos, Marin, porque así eres. Has cuidado de Seiya y ahora cuidas de mí.
–Tú tienes 26 años y te cuidas muy bien solo, Aioria.
–No me refiero a las funciones biológicas, sé que no tienes que alimentarme y limpiarme el culo. –rió él jugando con sus dedos. –Me refiero a cosas más importantes. Cualquiera puede limpiar un culo, eso lo aprenderemos rápido, chica. Levantas sus piernitas y le echas agua, que tampoco será una tesis de física nuclear.
Ella rió a coro, ya no lloraba pero el miedo seguía ahí. Él prosiguió.
–Siempre has cuidado de mí, Marin. Por eso me enamoré de ti, aún cuando ni siquiera había visto tu rostro. Me enamoré perdidamente de todo lo que eras porque me enseñaste cosas que sin ti no habría aprendido jamás y no hablo del amor de pareja, sino del amor humano. Cuando mi hermano murió creí que nadie más me cuidaría, jamás, que el mundo era un lugar hostil donde yo estaría completamente solo y desprotegido. La vida me ha demostrado lo contrario, evidentemente. Milo ha sido como mi hermano y tú... tú lo eres todo. Sé con certeza que serás increíble porque eres increíble. Te han enseñado a golpear, sí, pero tú has aprendido a cuidar porque eres una persona generosa.
Los ruidos del vientre del león interrumpieron la conversación. Llevaba un día sin comer (había cedido su cena) y aquel sonido lo delató. Marin lo miró con preocupación.
–¿Quieres té? –preguntó ella, acercándole la taza, pero él declinó la oferta.
–No, tranquila, volveré a la calle a ver si alguien se apiada de este gato sin oficio y le da trabajo. Quizás ahora que ya no soy un león y soy un triste gatete callejero me paguen por cazar ratones.
–O pescado.
Aioria rió pero la japonesa lo miró seria.
–No, de verdad... es que podrías ir al puerto, he visto que está colmado de pescadores. Es uno de los negocios más rentables de la isla y tú podrías ayudar.
–Cariño, he sido soldado no pescador.
Marin sonrió.
–Pues pones esos músculos al servicio de alguien que sí lo sea y ya verás. El puerto no está lejos y podríamos irnos de este sitio horrible. Creo que Saga ha hecho algo porque han llamado a Marianne... ella me ha dicho que conocía al director pero yo creo conocer a Géminis y me cuadra más que le haya reventado la cabeza. Si la chica consigue el empleo y tú te conviertes en el pescador estrella podemos mudarnos a un sitio más cómodo, tendremos dinero y ya no tendré que esconderme para llorar en el baño antes de que Camus proteste que quiere entrar porque se mea vivo. Podríamos tener una casa bonita... con una cama grande. –exclamó, soñando con un colchón que no destroce su espalda y el codo del león lejos de sus brazos. –Además, el cubo dejaría de aparecer en el suelo quejándose de las patadas ninjas de su hermana durmiente.
Aioria sonrió. El brillo de los ojos de Marin le hacía feliz.
–¿Por qué no le pides a Saga un favor? Sé, por pésima experiencia personal, que esa mierda que te hace en la cabeza funciona. Creo que salir del Santuario para olvidar la muerte de su hermano también puede sentarle bien, también lo sé por pésima experiencia personal. Iré al puerto y merodearé por los bares cercanos. –respondió levantando su cuerpo de la cama, para buscar algo de ropa limpia.
Marin asintió.
–Está bien, gatito pescador. Utilizaré el portátil de Marianne para buscar sitios dónde vivir, me ha enseñado eso de Google y allí lo encuentras todo.
Utilizó sus dedos índices sin práctica mecanográfica para tipear lo que quería encontrar y decidió que buscar una cama grande (un hogar) era mejor que ver otro episodio de "Marianne"... de todas formas, prefería esperar a la francesa para verlo y no asustarse estando sola. Aquel sitio le daba escalofríos.
Entrar no había sido difícil, después de todo, la entrada como la conocía, ya no existía. El ala izquierda del templo de la doncella había sido totalmente sepultado por escombros enormes y, milagrosamente, parte del ala derecha aún se mantenía en pie aunque las explosiones inevitablemente habían destrozado todo lo que alguna vez había sido su jardín
(y su vida).
Por un instante dejó de sentir el horrible hedor que manaban sus ropas mortuorias para detenerse con la vista
("¿Me dejarás ver tus ojos?")
en lo que había sido su cocina prolijamente organizada, ahora cubierta de una capa cruel de polvo y olvido. Aún descansaban allí los restos de su última cena, la "soupe à l'oignon", en una olla que llevaba tiempo pudriéndose.
("Marianne, si utilizas la cocina debes lavar luego"
"...Ouais..."*
"No entiendo francés."
"Y yo no entiendo lavar.")
Suspiró.
Estaba seguro que Kanon había enviado a la joven lejos de allí durante el ataque porque presenció aquel adiós improvisado y urgente, con demasiada adrenalina para angustiarse... ahora, su cuerpo, que olía aún a muerte, ya no bombeaba cortisol sino tristeza. Se preguntó si estaría bien y a salvo junto a su hermano el aguador. Deseó profundamente que así fuera, después de todo, Camus le había encomendado esa tarea y la había cumplido.
Sacudió su cabeza respirando profundamente para mantener sus emociones a raya; no lo consiguió a la primera...
...ni a la segunda.
La cocina era una burla cruel.
Se recordó a si mismo cuidando aquellos frascos de las garras de su vecino el león y las visitas de Milo, sin saber que las vibraciones de las explosiones de su casa terminarían por destruir todos aquellos cristales otrora prolijamente ordenados. Los cadáveres de los contenedores en el suelo junto al diccionario griego-francés/francés-griego cubierto de los restos de lo que supuso sería cúrcuma, terminaron por empujar su mente a un sitio oscuro.
Su templo estaba destruido, sí, y también la vida a la que se había acostumbrado.
El olor a podrido de su propia ropa volvió a invadirlo, recordándole con urgencia que debía darse una ducha. Se preguntó si su baño aún seguiría en pie y por fortuna, había sobrevivido bastante bien, a pesar del polvo y algunos escombros rebeldes que se habían colado dentro. Luego de dar con algo de ropa limpia (tenía restos de piedra, sí, pero no fluidos corporales cadavéricos) se duchó frotando su cuerpo de una forma obsesiva para barrer con lo que sea que quedara en su piel ahora viva. Se sentía abatido y no entendía por qué. Cerró los ojos y dejó que el agua barriera con todo.
Era la guerra, claro, y él, un soldado.
Se preguntó si haberse permitido querer y ser querido por un momento había sido una estupidez impulsiva, pero no logró dar con la respuesta y el agua caía helada sobre su cuerpo pálido, lo que lo obligó a apresurarse.
Una voz en la sala principal, también.
–Shaka... ¿estás aquí?
Cuando Lía salió en busca de algo para comer (y aire, necesitaba aire en dosis industriales) no esperaba cruzarse con una de sus personas favoritas en el mundo: el tierno y adorable esposo de la joven descalza... la hermana de su cuñado, claro. Supuso que esperaría allí a que la chica termine su prueba, pero aún le quedaban algunas horas.
Él no la vio pero ella sí, después de todo, un tipo que medía casi dos metros (y tenía un cuerpo como el que tenía) era difícil de obviar. Estaba sentado (y derrotado) en la entrada del hospital.
Se veía cansado... cansado y triste.
Suspiró.
Recordó que era un imbécil sí, pero también que su hermano había muerto y algo en su estómago se revolvió, arrastrándola a un sitio doloroso: el de la ausencia y la pérdida, el sitio del que había querido escapar durante años y había resurgido con fuerza desde la aparición de Milo Tzakiris.
(¡Mi hermanito está pateando, mira, mira! ¡Está saludándome!)
Cruzó la calle con velocidad y luego de comprar algo para engullir en medio de su maratónica jornada ordenó su café, largo, con apenas un chorrito de leche, para llevar; lo de siempre. Mientras esperaba que el hombre termine su pedido, ojeó su móvil y luego volvió a observar al joven que aguardaba allí... rascaba uno de sus ojos, posiblemente estuviera llorando.
–Angelos, ¿me pones otro para llevar?
Se despertó junto a su espalda y un bostezo cargado de cansancio. La francesa yacía dormida a su lado y sus cabellos olían al acondicionador frutal que Camus le había obsequiado en su segunda semana de estadía en el Santuario. Cerró los ojos nuevamente, para alimentarse de aquel recuerdo olfativo y enterrar la nariz en su cuello con delicadeza.
Un murmullo.
Se acercó a ella con cuidado para acomodarse abrazado a su cintura, como aquella primera mañana que habían amanecido juntos y su cuerpo no tardó en responder. Una mano femenina alcanzó la suya, aún algo torpe, para acariciar su antebrazo; estaba despierta ya.
–Lo siento, no quise despertarte. –musitó antes de besar su mejilla y ajustarse a ella, pero su cuerpo volvió a reaccionar y una pierna se escurrió rápida para acomodarse en aquella fusión de piel desnuda.
Una voz somnolienta le respondió con un sonido casi inaudible que pronto alcanzó con un beso que la francesa alargó, extendiendo una caricia. Él a su vez, estiró un brazo explorador. Sus dedos pálidos y largos se deslizaron para dar con la redondez de su pecho suave y aquel punto, el mágico. La voz del otro lado de la espalda emitió un leve jadeo y una caricia en su muslo derecho lo correspondió.
–¿El niño duerme? Deberías ir a verle.
Los ojos de Shaka se abrieron confundidos. El niño. Se levantó en busca de su ropa para observar la habitación que olía exactamente igual a su jardín, pero no vio flores, sino paredes blancas.
La joven volteó a mirarlo, para tocar luego su espalda con delicadeza.
–Deberías ver al niño, luego podemos acostarnos, Shaka.
ShakÁ.
Parpadeó algo aturdido levantando su cuerpo de la cama donde había dormido (su cama) y se vistió, antes de alejarse caminando descalzo de la habitación blanca para explorar un pasillo colmado de puertas. Una en particular llamó su atención: la conocía.
Atravesó la entrada de su jardín (el mismo sitio donde había muerto a manos de Shura, Saga y Camus tiempo atrás) para encontrarse con un niño pálido y rubio que meditaba a la sombra de unos árboles. Su corazón dio un vuelco, preso de la confusión.
¿El niño duerme?
El pequeño lo escuchó, pero no se levantó. Su cabello rubio (y corto) caía lacio, acariciando sus hombros diminutos. Su posición no cambió. Lloraba; al menos, eso pudo descifrar el indio al escuchar una serie de sollozos casi inaudibles.
Se acercó a él, pero no supo cómo reaccionar. De la misma forma que su mente se anuló al escuchar el llanto de la francesa aquella tarde que él no quiso jugar, tampoco cooperó para contener a aquel niño idéntico a él. ¿Era su hijo? Sí, porque tenía sus facciones pero en miniatura, como un pequeñísimo clon.
Se sentó frente al pequeño, quien levantó su rostro para observarlo antes de enjugarse las lágrimas.
–¿Por qué lloras? –preguntó él, observando los ojos celestes del chiquillo, nublados y expresivos.
–Porque no quiero estar solo.
Shaka asintió. Creía conocer la sensación.
–Puedes jugar con otros niños, ¿sabes? No tienes que estar siempre solo.
El chiquillo negó efusivamente.
–Nadie quiere jugar conmigo porque soy aburrido. Nadie me entiende y nadie quiere hacerlo... pero no quiero estar solo. ¿Por qué nadie me quiere?
Un nudo algo rígido se adueño de la garganta del guardián de la sexta casa. No sabría qué responder; interactuar con niños que lloraban no había sido parte de su formación (o gente llorando en líneas generales).
–A veces, para que otras personas puedan entenderte, solo basta con decir lo que sentimos.
El rubio diminuto lo observó. Aquellos ojos color cielo, claros y enormes, se fijaron en él como pequeñas dagas. Aún lloraban.
–¿Y a ti? ¿Te quieren a ti?
El aire entró a sus pulmones como un golpe antes de sentarse en la cama respirando agitadamente; su pecho subía y bajaba espasmódico e irregular. El sueño lo había perturbado a niveles que su mente aturdida no lograba atajar pero cerró sus ojos e intentó inhalar profundamente para escapar de aquellas sensaciones invasivas.
Un sueño, solo es un sueño.
–Otra vez. –murmuró intentando normalizar su respiración. Observó la cama (vacía) de Milo. La francesa no estaba allí ni lo estaría, evidentemente. Quizás algo caliente y otra ducha le sentarían bien; se levantó.
Caminó hacia a la cocina del templo del escorpión que ahora sería su morada momentánea hasta que la sexta casa fuera reconstruida. Finalmente Dohko y Shion habían aparecido en su templo mientras él se duchaba para saber todos los detalles de su vuelta a la vida y el cotilleo necesario del juicio que se celebraba en el inframundo. Dados todos los detalles, le indicaron que por posibles derrumbes no podría quedarse en su templo, así que la opción posible para morar, era el octavo, el hogar de su compañero que no volvería por un tiempo.
Preguntó a Dohko por Milo y sus amigos y se sorprendió al escuchar que Mu, Aldebarán, Aioria y Marin habían decidido abandonar el Santuario... aquella tristeza que rozaba la nostalgia coloreó de gris sus emociones. Volvió a preguntarse por Marianne, pero indagar en voz alta implicaría verbalizar su ausencia y se sentía más cómodo simplemente negándola.
No habían mencionado nada al respecto de Camus abandonando la orden, así que supuso que volvería. Sí, volvería y traería a su hermana a vivir con él para jugar a le baccalauréat en su cocina y que él pueda enseñarle griego en el jardín. También podría dormir con ella, y ella lo abrazaría antes de besar sus ojos, porque los ojos eran la ventana del alma y ella ya la había visto. Intentó sonar despreocupado y lo dejó estar.
Fue Shion quien antes de marchar, le notificó que aquello que había dejado para la joven (la estúpida carta que había reescrito tres veces) había sido entregado. Saga frecuentaba al grupo en Milos y se había encargado personalmente de encontrar a Marianne y llevarla con Camus.
Ahí estaba, su respuesta. La chica estaba con su hermano, su misión había sido cumplida. Asintió cuando se marcharon y luego de inspeccionar el templo del Escorpión decidió que su cuerpo estaba aún en proceso de adaptación y se rindió ante la siesta que le obsequió el sueño del niño.
Ya despierto y explorando su nueva morada, descubrió que la cocina de su amigo parecía haber sido arrasada por una horda de soldados hambrientos y le perturbaba. Mucho.
En aquella cocina, nada, absolutamente nada, tenía sentido. Todas las ollas parecían haberse reproducido como un virus y lo invadían todo. Los pocos frascos que había, no solo no tenían ningún orden lógico, sino que además no tenían ni descripción ni fecha de caducidad. ¿Cómo vivía su amigo? Arrugó la nariz. No entendía cómo podía cocinar en ese desorden, pero si le tocaba vivir allí supuso que a Milo no le molestaría que limpie su cocina y la organice para que quede funcional. ¿A quién le molestaría?
Primero se desharía de la basura y—
Volvió a pensar en la joven y a pesar de sus intentos por mantener su mente tan fría como pudo, no logró contener aquel recuerdo. El sueño no había ayudado y recordar con tanta precisión la caída y la suavidad del pecho en su mano volvió a invadir su mente (y su cuerpo) como una cachetada.
–Basta ya. –murmuró para sí mismo, pero su cabeza, como una burla feroz, le devolvió otra oleada de recuerdos en forma de sensaciones físicas. Quizás se ducharía otra vez. Resopló intentando pensar otras cosas y devolver la atención a la cocina del escorpión.
Bueno...
...quizás...
...podría pedir permiso y visitarla, solo para asegurarse de que estaba bien y a salvo... y...
No.
Si lo hacía, todo sería aún más difícil.
Sus sístoles y diástoles se habían convertido en el allegro con fuoco de la sinfonía No 9 de Antonín Dvořák y ahí estaba él, el caballero más cercano a ser un Dios, bla bla bla, intentando no dejarse arrastrar por sus propias emociones, batallando impaciente consigo mismo en una cocina desordenada e inhabitada.
Observó los frascos desnudos como recordatorio y volvió a resoplar. Limpiaría aquel desastre y luego pensaría que hacer.
–Aquí tienes, lo necesitarás. Marianne terminará tarde hoy. –dijo Lía extendiendo una taza descartable de café al griego alto que aguardaba algo perdido en sus pensamientos. La observó, intentando reconectar los cables de su cabeza para volver a la realidad y le sonrió a modo de respuesta.
–Gracias.
Palpó a ciegas su bolsillo y luego de extraerla cuidadosamente del pequeño paquete, engulló una píldora acompañada de un trago largo.
–¿Acidez? –preguntó ella.
Él asintió.
–Entre otras cosas, sí. –Hizo una pausa, apurando otro trago. –Siento haber sido tan... desagradable cuando nos conocimos... no era un buen día. –se disculpó, honestamente, y de hecho, tenía razón, era un pésimo día. Había llevado la cruz de haber sido el villano de la película demasiado tiempo para querer seguir protagonizándolo toda su vida. Evidentemente aquella enfermera no lo entendería, pero le gustaba estar en paz consigo mismo.
La joven negó con la cabeza.
–Entiendo, no te preocupes. Todo está bien.
Dudo que lo hagas, pensó él con amargura pero asintió.
–Gracias por la bebida, ¿es el café de la paz? ¿Tanta pena doy?
La enfermera hizo una mueca. La verdad era que sí, daba pena, pero no era por eso que había llevado aquel café, sino porque nadie debería vivir la muerte de un hermano y llorar solo en la puerta de un hospital; ella, a pesar de haberse criado lejos del suyo, podía empatizar.
("Lo siento, no me siento bien. Dibujaré para ti mañana, Alexander.")
–No... bueno, a ver que lo que se dice bien tampoco te ves... solo me pareció que te vendría bien el café para esperar a Marianne... por lo que escuché, se quedaría luego de la entrevista a hacer unas pruebas así que imagino que terminará en algunas horas.
Saga asintió. Sabía que la francesa conseguiría el trabajo de todas formas aunque fuera la peor enfermera sobre la faz de la tierra porque él así lo había programado, eso no le preocupaba.
–De hecho estoy esperando a su hermano, Camus. Tengo algo para él, ¿está aquí?
Lía sonrió, pero la angustia que cargaba aquel hombre era contagiosa y sus ojos parecían vacíos.
–Siempre está por aquí. Si quieres puedes buscarle, pero el horario de visitas terminará pronto así que supongo que saldrá en algunos minutos.
Saga le devolvió media sonrisa (no le alcanzaba el alma para esbozar una entera).
–Gracias, Lía Karagounis. –asintió leyendo su credencial.
Karagounis.
El apellido le sonaba, sí.
Observó con satisfacción la, ahora, cocina limpia (impoluta) del escorpión y se calmó. Había encontrado restos de algún té que él mismo le había obsequiado a Milo y el griego sepultó en algún cajón detrás de otro millón de cosas que probablemente no consumía y luego de guardarlo prolijamente en su lugar correspondiente, decidió prepararse una taza.
Revolver aquel sitio de pies a cabeza movilizó sus propios recuerdos y añoró aquellas visitas furtivas del guardián de la octava casa en su propio templo. Se prometió visitarlo pronto, en cuanto le dieran el permiso correspondiente para abandonar el Santuario, claro.
El agua hirvió emanando vapores que trajeron su mente nuevamente a la normalidad. Se sentía aturdido y no lograba entenderse, lo que le provocaba aún más vértigo y preparó el té con cierto fastidio.
Podría hablar con Camus... quizás hablar con ella...
No.
Rascó su cabeza confundido, aquello estaba mal. Si no lograba dominar sus emociones, estas terminarían por devorarlo. Había sido bonito, sí, pero ahora se encontraba alterado y su paz se había disuelto como las hebras de su té, tiñéndolo todo con su nombre, su pecho desnudo y sus erres mal pronunciadas... y su risa... y su pelo con olor a frutas artificiales. Se cagó en el amor y su magia, que le estaba destrozando los nervios y el estómago.
Inhaló.
–¡Basta ya, mierda! –exclamó, a nadie más que a la cocina.
Una voz a su espalda le contestó.
–Hombre, ¿ la muerte y la resurrección te ponen de mal humor?
Giró rápidamente sobre sus pies, alterado, para dar con el tibetano y su puta teletransportación. Le hubiera golpeado de no haber estado tan feliz de verle.
–Mu... algún día alguien te matará. Sé que alguien lo hará porque asustas a la gente.
El antiguo Aries observó los frascos ordenados de mayor a menor tamaño con sus respectivas etiquetas y sonrió.
–Tú también me asustas un poco. Veo que has hecho remodelaciones en el templo del Escorpión. Sírveme una taza, anda. –replicó haciendo un gesto con la cabeza que señalaba su bebida.
Shaka negó y sirvió un poco de aquel líquido amarronado en una taza que encontró en su vorágine higiénica que rezaba "ODIO LOS PANTALONES Y SOCIALIZAR" pero no quedaban más que dos, el escorpión se había encargado de destrozar toda la vajilla y no reponerla nunca. ¿Para qué? Si de todas formas pasaba más tiempo con sus vecinos que en su propia casa.
–Aquí tienes. ¿Qué haces aquí, Mu? Creí que habías abandonado el Santuario. –quiso saber sentándose.
El tibetano sonrió divertido leyendo aquello de los pantalones y bebió un poco, con su característica calma sutil.
–Lo hice, Shaka. He venido a renunciar formalmente, devolver mi armadura y... un pájaro grande de pelo alborotado me ha comentado que cierto rubio budista había vuelto a la vida. Eres mi amigo, tenía que venir, ¿no? Quería verte y saber cómo estabas... aunque veo que la resurrección no te ha sentado bien. ¿Con quién hablabas?
El rubio negó.
–Solo. No lo sé, hablo solo porque estoy loco, es que no lo sé, Mu, he perdido la cabeza. –sentenció, frustrado.
–¿Y eso?
–Te digo que no lo sé... todo es extraño y... me siento extraño. Nada es como era y... no tengo mi casa, ni mis cosas... Estoy usando la ropa de Milo porque la mía está llena de escombros y ahora vivo en su templo. Ya me acostumbraré, supongo, es... el primer día y aún me siento algo perdido.
El antiguo carnero asintió.
–Sé que los cambios no te sientan bien, Shaka y este sitio ha cambiado mucho... bueno tu vida en líneas generales. ¿Has hablado con Marianne?
Frunció el ceño y negó.
–No, ¿por qué la molestaría?
Mu carcajeó.
–¿Molestar? ¿Pero de qué hablas? ¿Qué me he perdido?
Shaka arrugó la nariz.
–No puedo irme de aquí, Mu. Ella ahora no puede venir, ¿cuál es el fin de arrastrarla a seguir sufriendo algo que no puede ser? Es que no puede ser porque... porque... ella estará bien y yo estaré bien pero... si la veo querré... verla otra vez y luego otra vez. Y dormir con ella... y... estar con ella... y no puedo.
La taza de los pantalones se alzó en un trago largo.
–¿Qué te lo impide exactamente, Shaka?
–Mu, ¿es que eres tonto o no me explico? Soy un santo. Aquí vivo y aquí muero... y si me quiere, sé que la haré sufrir... porque... Camus tenía razón. Su hermana merece llorar por algún otro estúpido y no tener que... vivir aquí rodeada de... esto... Este santuario es un gran cementerio. ¿Cuánto durará esta vez la paz? No van a traerme de vuelta si muero, lo sé, lo sé porque Atena tuvo que plantarse y negociar. No quiero lastimarla y no quiero ser egoísta, aunque... me gustaría... quizás... verle una vez... sé que volveré aquí y me sentiré como me siento ahora; absolutamente perdido.
El tibetano negó, moviendo sus ojos en un gesto de fastidio.
–Que no, hombre... que yo entiendo todo lo que dices y lo comparto, no está bien hacer sufrir a alguien que nos ama... me refiero a ¿qué te impide exactamente coger tus cosas, hacer la maleta y buscarla? Shaka, ya has cumplido tu rol aquí, tienes un sucesor más que digno y poderoso, alguien puede portar tu armadura en un abrir y cerrar de ojos... y tú... tú puedes ser feliz.
Shaka negó.
–No. ¿qué tonterías dices? No puedo hacerlo porque... es mi destino y mi vida. Para eso nací, Mu, para proteger esta casa y morir haciéndolo.
–Estamos en Escorpio, tú eres Virgo, tu casa explotó.
El indio negó revolviendo su té.
–Lo siento, es la costumbre...
–Todo es costumbre en tu vida, Shaka. Todo. Tú pondrías a llorar a un reloj suizo porque le encontrarías una falla. Sabes que eres mi amigo y te apoyo pero... creo que... creo que a veces para ser felices debemos salir de la zona de confort. Toda tu vida es una gran zona de confort. Toda. Eres joven, tienes 26 años, puedes vivir muchísimas cosas bonitas junto a ella, o alguien más si eso no funciona.
El rubio volvió a fruncir el ceño, su amigo no lo entendía.
–¿Qué dices? No quiero a nadie más.
Mu negó divertido.
–¿Entonces?
El rubio volvió a resoplar con fastidio.
–Entonces nada. No voy a irme de aquí.
–Ya. ¿Por qué? Y dime la verdad porque te conozco y te huelo la cobardía desde Jamir, Shaka de Virgo.
–Porque... –iba a articular lo primero que había venido a su cabeza, pero quiso ser honesto así que escarbó en sus emociones por un momento de silencio. –Porque... estoy seguro de que... todo fue una confusión para ella y... ahora es normal, en el mundo real, con hombres normales que hacen cosas normales y yo... yo soy... esto. Soy... aburrido y... ordeno los putos frascos de mayor a menor... y... asusto a la gente. Y... la fastidio.
Un suspiró de cierta tristeza salió de la boca de Mu, pero negó efusivamente.
–Eres un buen hombre, Shaka. No sé cómo te juzgas a ti mismo ahora pero...
–Soñé con ella. Esta tarde. Y... había un niño que lloraba, creo que era mi hijo... era rubio y... se parecía a mi... Me decía que nadie quería jugar con él porque era aburrido y me preguntó... por qué nadie lo quería. Otra vez los sueños, Mu, creo... creo que no nos han devuelto bien porque he soñado—
Una carcajada interrumpió su relato.
–Pues yo creo que no era tu hijo, yo creo que eras tú. Tampoco creo que sea Pasítea ni Hypnos ni nadie, creo que es tu subconsciente... así funciona.
–No, Mu, no funciona así, yo no sueño esas cosas.
El tibetano rio nuevamente, la cara de perplejidad de su amigo le divertía.
–Hombre, piénsalo. Era un niño como tú, ¿no? Que te decía lo mismo que me estás diciendo tú... Pues yo creo que eras tú... Blanco y en botella, chico, a veces eres tan retorcido que no entiendo cómo funciona tu mente laberíntica.
–No, Mu, que te digo que no, que es Pasítea—
–No he vuelto a soñar desde que volví, ¿sabes por qué?
Shaka hizo un gesto de desaprobación, sabía lo que se venía y negó con la cabeza enfáticamente.
–No, de verdad no quiero saberlo porque sé que este relato involucrará a mi antiguo compañero Aldebarán a quien, de verdad, no quiero imaginar desnudo. Ya me has llenado de imágenes innecesarias, estoy bien así, gracias, Mu.
–Porque estoy bien, Shaka, porque soy feliz, y sí, Alde tiene mucho que ver en esa ecuación, pero sí, duermo bien porque estoy tranquilo y no lucubrando como tú todo el día ahí dale, dale, con la fiesta del pensamiento. Estoy tranquilo... y feliz... porque... puedo disfrutar de las personas que amo desde que me levanto hasta que me duermo. ¿Sabes lo que hicimos ayer noche?
El santo de Virgo volvió a negar enfáticamente.
–No, y si es sexual, tampoco quiero saberlo porque ya bastante tuve cuando tuviste relaciones por primera vez y casi--, de verdad, es que tengo demasiados detalles en mi mente que a pesar de haber intentado borrar no se han ido y estoy bien así, desconociéndolos.
–Va, que no voy a contarte intimidades pero hemos cocinado juntos y luego nos echamos toda la noche jugando cosas que se inventaba Kiki, unos... juegos de naipes...y, Shaka, de verdad me siento muy feliz.
El rubio asintió.
–Me alegra que seas feliz, Mu, de verdad... Te mereces toda esa felicidad y Aldebarán también.
Mu lo observó, su amigo parecía triste. Con sus ojos abiertos, la angustia era evidente.
(les yeux sont le miroir de l'âme)
–Shaka... tú también puedes ser feliz. Lo sé porque también lo mereces. No abandoné mis funciones como Santo de la Orden por ser un traidor a mis ideales sino justamente porque soy leal a ellos... y si no puedo cuidar de este lugar porque mi corazón está en otro sitio, prefiero que alguien más lleve mi armadura y cuide la primera casa. No sé qué has hecho con Shaka, mi amigo, el de la autoestima de hierro forjado pero... si estás ahí dentro... estoy seguro que Marianne te quiere. Una vez, hace años, prometí que cuando te enamoraras de alguien más que no seas tú mismo, te daría un consejo tan estúpido como los tuyos... pero aquí estoy y eres mi amigo así que te daré el mejor consejo que tengo para ti: "Shaka, si a Marianne le gustas muy bien, y si no le gustas pues te jodes."
El rubio carcajeó, claro que recordaba aquella conversación.
–Hombre, es un buen consejo, muy sabio. –suspiró. –¿De verdad crees que alguien... elija estar conmigo? ¿Por... decisión propia?
Mu frunció el ceño con curiosidad.
–¿A qué te refieres?
El indio suspiró, intentando no hacer un análisis exhaustivo de aquello, pero no lo logró. Los datos caían en forma de cataratas en su mente y todo se alineó con una planilla perfecta que terminó con un resultado nulo para él.
–Es que... nadie nunca me ha elegido para... nada... quiero decir... Milo me visitaba porque quedaba de paso para ver a Aioria y el último tiempo... solo venía porque sabía que Camus estaría aquí. Camus venía porque... necesitaba que cuide de su hermana solo porque... era la mejor opción. Creyó que era asceta o algo así y que jamás me acercaría a ella... solo por eso... porque no había nadie mejor que yo para hacerlo. Tu eres mi amigo porque Milo y Aioria eran demasiado unidos y... te apenaba verme solo. Sé que es así, Mu porque te conozco... sé que... no te gusta dejar a nadie por fuera y eso me parece noble pero... no soy estúpido. También sé que soy irritante y que nadie quería que yo esté en medio con mis estúpidas lecciones o mis manías. Sé que fastidiaba y aún lo sigo haciendo...–suspiró, haciendo una pausa. –Marianne cree que me quería porque... no había nadie más que yo y su hermano... se vio obligada a permanecer aquí conmigo las 24 horas del día y supongo que habrá tenido algo así como el Síndrome de Estocolmo, no lo sé. Nadie me ha elegido nunca Mu. Ni siquiera los monjes que me criaron... no tuvieron opción... sé que solo me dejaron allí y tuvieron que cuidarme, porque es la norma. Nadie me abrazó jamás... hasta ahora y yo... supongo que estoy completamente alterado porque a los 26 años conozco a alguien que parece sentirse cómoda conmigo y solo... me aferré. Me aferré porque ya no sé cómo se sigue solo luego de que alguien se ría contigo y no de ti. Extraño... eso y a la vez... sé que lo exageré porque... fue la única persona con la que tuve contacto. Ella... no merece un hombre que no sepa contenerla si llora, Mu, merece alguien que sepa quién es David Bowie y no lo busque en un diccionario creyendo que es una palabra... merece a alguien normal y yo no lo soy. Yo pertenezco aquí y soy... el niño irritable que nadie quiso nunca. Y me olvidará porque... soy una persona olvidable. Mi punto es... que nadie eligió a Shaka, ni mis padres biológicos, ni los monjes, ni mis amigos. Solo soy la casa de paso entre Leo y Libra y un consejero. Aquí, la única que me ha elegido, es mi armadura. –disparó con una certeza demoledora que dejó al antiguo carnero sin aliento y al borde de un abismo de tristeza.
Mu lo observó. Recordó ciertas escenas de su vida que pudo ver cuando reparó el manto de Virgo tiempo atrás, escenas que le habían parecido dolorosas y sí, tenía razón. Se acercó a él porque estaba solo, igual que se acercó a Aldebarán.
–No, Shaka, no eres... nada de lo que dices ser –consiguió decir, pero la realidad era que la tristeza de Virgo le había afectado. Jamás lo notó, ¿cómo no lo vio él, su supuesto mejor amigo?
–Bueno, según los demás sí. Escuché a Afrodita decir que si chupaba un limón, el limón me pondría caras a mí. Creo que en la misma conversación Death Mask me comparó con la leche en mal estado y está bien. Uno es lo que es, no puedo ser carismático como Aioria o divertido como Milo, ni siquiera afable y noble como tú... yo soy esta persona y no tengo que agradarle a nadie porque mi función no es entretener sino pelear y eso lo hago excesivamente bien. Jamás abandono mi casa y soy bueno en lo que hago... Ahora si me lo preguntas... quizás... igual si me duele un poco. Me duele porque... por un momento de verdad lo creí, que yo... bueno, que alguien me elegiría... pero no hay que ser muy inteligente para darse cuenta que Marianne se aferró a lo único que había, que era yo y ahora... puede aferrarse a lo que desee realmente y ese alguien que desee la hará feliz porque sabrá cómo. Yo no lo sé. Yo no sé nada, Mu.
El antiguo Aries negó nuevamente.
–¿Sabes? Cuando decidiste morir en tu jardín... cuando los espectros atacaron el Santuario y te encerraste a morir asesinado... yo... sabía lo que harías porque... te conozco. –murmuró jugando con su taza de té y los restos de líquido. –Lo sabía y... sabía que no querías que alguien se entrometa porque así de cabrón tiendes a ser. Aioria luchaba contra Gusano en Leo y... tan pronto pudo subió a Virgo a ayudarte... a pesar de saber con certeza que tú querías morir, quiso entrar a ayudarte. Milo por su parte estaba en el octavo templo y cuando sintió lo que sucedía en el sexto, decidió abandonar su casa para socorrerte, aunque no llegó a tiempo. Tuve que enfrentarme a Aioria para que no atraviese esa puerta, Shaka, porque quería entrar y sabes que no tiene muchas pulgas. Cuando Camus, Saga y Shura atravesaron la entrada del jardín luego de asesinarte, intenté detener a Leo y a Escorpio porque estaban furiosos por tu muerte y solo querían vengarse... Ambos te lloraron muchísimo y lo sé, porque ahí estaba yo. También te lloré, Shaka. Todos lo hicimos. Si fueras todo lo que dices ser... no lo hubiéramos vivido así, créeme. Todos somos diferentes, ni mejores ni peores, solo diferentes y... alguien puede amarnos tal como somos. Sé que a muchas personas Alde le resultaría un tipo aburrido y soso e incluso poco atractivo o carismático pero... es que yo me divierto muchísimo con él y me parece el hombre más atractivo de la galaxia... de verdad es que aún lo veo y se me erizan los pelos... ¿y por qué? Pues porque sí, el amor no entiende razones, ni lógica, ni estética. Mi propio cuerpo me avisa que Aldebarán está cerca porque no le importa lo que opinen los demás de él, a mi me parece el tío más fascinante de la tierra, punto pelota. Es que lo huelo y me empino, y ya está, así funciona. Igual me pones un hombre como Milo que sé que es atractivo porque se lo ha tirado medio Santuario y no puedo forzar a mi cuerpo a que le guste. ¿Es divertido? Sí. ¿Es guapo? Claro. ¿Se me empina? ¡No, hombre, porque el amor no funciona así! Ni el amor ni la amistad, Shaka. Uno elige con el corazón, y así te eligió Marianne, deja de boicotearte a ti mismo.
–¿Cómo puedes estar tan seguro? –preguntó el indio con un suspiro, llenando ambas tazas de té.
–Porque conocí a la chica y no tiene pintas de ir escuchando "Holding out for a hero" de Bonnie Tyler por la vida, enamorándose de príncipes que la salven. Si se enamoró de ti no fue porque eras Virgo el caballero de la armadura dorada que la protegía de los males del mundo, sino porque eras quien eras... su compañero de casa y la persona que yo conozco... ahora, solo por curiosidad y voy a citarte a ti mismo. ¿Por qué no se lo preguntas?
–Porque no sé si quiero saber la respuesta.
–Ah, Shaka el cobardica.
–¿De verdad vas a llamarme cobardica tú especialmente luego de pasarte años atrás del toro en silencio? Fue gracias a mí que lograste engullirte al brasileño rumiante.
–Gracias a tu versión ebria, es cierto, pero yo hice el resto. Además, no cuenta porque era muy joven y aún no entendía bien de qué iba... ni si era recíproco. Tú sabes que lo es, porque la chica se te echó encima y además fuiste correspondido... eso, hijo mío, te hace un cobardica. Estar aquí sentado cuando puedes ir a buscarla y abrazarla, te hace un cobardica. Además... es cruel. Igual la chica está ahora mismo pensando y sufriendo por ti, creyendo que estás muerto y estás aquí sentado como un tonto tomando té con tu amigo. Deberías notificarle, y si de verdad crees que puede ser feliz con alguien más, deberías ir personalmente y decírselo a la cara, al menos deberías ser justo con ella si de verdad no quieres hacerle sufrir.
–Quizás... pueda simplemente notificarle que estoy vivo y despedirme correctamente.
Los ojos de Mu danzaron nuevamente en sus cuencas.
–Shaka. Shun de Andrómeda será un Virgo excelente, no podrías tener un mejor sucesor. Y tú... serás feliz. ¿Ves? Es un negocio perfecto. Tú mismo dijiste que te dolía ¿no? Pues si te lo piensas... solo tú puedes cambiar eso. Y si no funciona, pues no funciona, pero lo habrás intentado. ¿Y si funciona? ¿Y si realmente puedes ser feliz? Igual te quedas con ella el resto de tu vida y te mudas a Jamir y somos vecinos, o a India, o a Francia, yo qué sé, donde tú quieras pero solo ve a buscarla y habla con ella... ¿qué puede salir mal?
¿Qué puede salir mal?
Bueno...
Cuando algo puede salir mal...
...saldrá mal.
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