35. Coucou!
Va nuevo capi rapidito, gracias otra vez y como siempre a quienes comentan y votan. Gracias tambien a Snor que me preparó una tablita organizadora del amor y sigue tragándose mis spoilers con paciencia. Gracias Deg por las risas y las visitas, la gente es lo mas bonito que me dejó la app hasta ahora. Espero no aburra la historia a las poquitas personas que leen XD, asi que como siempre, gracias a la misma gente bonita que me alegran con sus comments y sus feedbacks. ♥
Ahora sí vamos a lo nuestro XD
Mia
"En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habita un verano invencible."
Albert Camus
Atenas, Grecia 1993
Llevaba pocos meses viviendo en el Santuario y su griego había mejorado mucho. Aún se le escapaban inevitablemente algunas erres rebeldes pero el pequeño Milo siempre lo corregía con una sonrisa amable y lo ayudaba a mejorar, sin burlarse de su acento.
Los primeros días en aquel sitio habían sido increíblemente duros para Camus, más de lo que había previsto.
A diferencia del futuro escorpión y su amigo el cachorro de león, él no hablaba el idioma y jamás había escuchado aquella lengua en su vida. Suponía que el resto de los pequeños extranjeros recién llegados sufrían tanto como él pero Mu tenía un maestro muy amable que ya lo había preparado previamente, Aldebarán había hecho buenas migas con el diminuto carnero (quien lo ayudaba) y Shaka... bueno, a Shaka le gustaba estar solo, o al menos eso intuía porque siempre encontraba alguna excusa para encerrarse a estudiar y leer.
Él no estaba acostumbrado a estar solo como el pequeño Virgo, no.
Pérouges, Francia 1992
Los primeros años de su vida habían transcurrido con normalidad y Jeanne se había encargado que a sus hijos no les faltara su beso de buenas noches. Desde que tenía memoria, recordaba a Marianne (y su oso Bonbon) adosada a él como si ambos fueran dos piezas de encastre perfecto, y si bien no tenían lujos, no faltaban juegos y aventuras llenas de imaginación.
Mimi protestaba; ella no quería ser Milou, ella quería ser Tintin,
(¡Te odio para siempre, Camus!)
y finalmente su madre había decretado que se alternarían el protagonismo un día cada uno, para que ambos puedan jugar de forma justa. Los hermanos estuvieron de acuerdo y luego de aquel conflicto de intereses, los Dubois en líneas generales, se acompañaban y se adoraban.
Una familia del sur de Soissons se había asentado a unas casas de distancia y la hija más joven, Carole, tenía la edad de la pequeña pulmones estereofónicos, por lo que acostumbraban a jugar juntas aunque Camus no estuviera de acuerdo con esto. Una tarde, sucedió lo que el francés temía: invitaban a su hermana a pasar la noche con su amiga... así que el futuro aguador aguardó junto a la ventana, en señal de visible protesta.
–¿Y Mimi? –había preguntado.
Luego, las palabras de la sentencia.
–Mimi dormirá en casa de Carole.
No le diría Jeanne Dubois a su pequeño hijo que la familia Lavant se llevaba a la niña para alimentarla en un acto de complicidad maternal las tardes que ella no lograba conseguir dos platos de comida.
–¿Y cuándo volverá? –preguntaba él observando la puerta, curioso. Comenzaba a odiar a esa niña tonta y sus estúpidos muñecos, quería que Marianne regresara pronto porque si no lo hacía no podrían jugar juntos.
–Mañana, mon coeur. –sonreía su madre, antes de distraer a su hijo con algún cuento. Las visitas de Mimi a la casa de los Lavant se volverían algo frecuentes pero él aún no lo sabía... de todas formas, el niño siempre hacía lo mismo: esperaba a su hermana en la puerta y cuando finalmente veía a través de la ventana que la mujer se acercaba caminando junto a Mon Petit Ange cogida de su mano con sus coletas desarmadas, se apresuraba a abrirla con un grito.
–Coucou!!* –exclamaba él para ser correspondido con otro chillido estereofónico.
–Coucouuuu, Camuuuus! –replicaba ella soltándose rápidamente de aquella mano celadora para abalanzarse torpemente y llenar su cara de saliva en un beso exagerado que el pequeño se obstinaba en limpiar una y otra vez con el dorso de su mano.
–Noooo, Mimi. –lograba protestar, pero a ella le daba igual y a su oso también. Ambos corrían momentos después para jugar en el sofá o comer algo juntos si la pequeña conseguía algún botín especial; a veces Mon Petit Ange guardaba en sus bolsillos algunos dulces para su hermano, que llegaban finalmente a sus manos con algo de arena.
Todo fue relativamente normal hasta aquella tormenta; el día que Jeanne murió súbitamente y la vida de los pequeños Dubois cambió radicalmente.
***
*Traducción:
Coucou: Hola. Saludo coloquial amistoso. También utilizado para llamar la atención de alguien. Similar a la exclamación en inglés, "peek-a-boo!"
Atenas, Grecia 1993
Aquella tarde calurosa (que había oscurecido rápidamente) les encontró a todos en un entrenamiento grupal cuando las primeras gotas comenzaban a caer. Fue la primera tormenta que el futuro santo de Acuario presenció en el Santuario y la primera después de separarse agónicamente de su hermana. Cuando el agua golpeó su rostro, recordó los gritos de Marianne el día que su hermana había sido arrancada (literalmente) de sus brazos en una tormenta aún peor de llanto infantil y gritos, (para separarla para siempre de él en un vuelo a Paris) y él mismo quiso gritar. La voz temerosa del carnero lo arrastró fuera de aquel recuerdo.
–Deberíamos entrar –aseguró el niño Aries intentando sonar despreocupado, pero la palidez de su rostro evidenció su pánico.
Milo enarcó una ceja.
–Solo es lluvia. ¿Tienes miedo? ¿No llueve en el Tibet?
(Camus, Camus, Tintin au Tibet!!)
El niño diminuto de ojos enormes se defendió, frunciendo el ceño.
–No tengo miedo, pero no quiero mojarme.
El brasileño intercedió con un griego algo torpe para calmar al carnero.
–Son los dioses, están llorando.
La cabeza del pequeño Shaka se giró rápidamente para unirse a la conversación y notificarle al moreno su error.
–Claro que no; es agua. Es agua que cae del cielo.
Mu no tardó en defender la posición filosófica de su amigo.
–Bueno los dioses pueden llorar también y así se vería si lo hicieran, Shaka.
A Camus le simpatizaba esa teoría, tendría sentido que los dioses lloraran cuando su madre murió y su hermana fue arrebatada.
El rubio negó con la cabeza, enfáticamente.
–No. Se llama... se llama... –intentó encontrar la traducción exacta para explicar el fenómeno pero no la consiguió. –no lo sé... pero es agua.
Un trueno alcanzó los oídos de todos los niños y el pequeño carnero dio un salto, Aldebarán se acercó a él.
–Mira, ya has hecho enojar al dios del trueno, Shaka. –exclamó Mu. –Ahora está enfadado.
El indio volvió a negar.
–No, el trueno es un choque de temperaturas en el aire, Mu. Y la lluvia es agua. Yo podría hacer lluvia si quisiera.
Aldebarán observó al niño rubio con algo de curiosidad. Shaka, agobiado por las exigencias de los demás quiso explicarlo pero no lo logró, aunque prometió que podía hacerlo si le daban una olla así que todos coincidieron que sería divertido presenciar aquel experimento.
Milo fue el único que notó que el aguador lucía algo angustiado.
–¿A ti también te da miedo?
Camus negó. Miedo no era la palabra que describía lo que sentía.
–No. ¿No irás con los demás?
–No, porque estás triste... y me quedaré contigo.
El pequeño francés lo observó escuchando el crujido de su corazón al sentir aquella caricia verbal.
El Santuario era un lugar hostil; en nada se parecía a aquel barrio en su Pérouges natal donde jugaba día tras día persiguiendo a su hermana torpe que tropezaba con Nougat para dar lugar a una catarata de llanto que él lograba calmar tomando su mano o cantando una canción y haciendo el tonto.
("Como hacía mamá")
Añoraba aquellos días donde podía acurrucarse con el gato y la promesa de una armadura dorada no existía; donde no tuvieran que enseñarle a golpear y lastimar.
Camus era un niño tímido, extremadamente tímido. Sus compañeros de colegio eran solo rostros que se desvanecían, pero solía ser excesivamente dependiente de su hermana y de su madre. Cuando ambas desaparecieron de su vida junto al sofá viejo y las coletas despeinadas de "Mon Petit Ange", comprendió profundamente que no podía aferrarse afectivamente a nada ni a nadie, porque aquello dolía demasiado. Tenía solo 7 años, sí, pero su psiquismo infantil lo descubrió muy pronto... el abandono y la tristeza no preguntan la edad.
Sus sábanas de coches de colores, su manta de Tintin y el beso de las buenas noches de mamá habían sido cruelmente reemplazados por una habitación enorme y oscura en un templo frío, con una cama austera. No había Nougats, ni Mimis, allí solo había golpes y aunque intentaba comprender por qué portar una armadura era su "destino", no lo logró. Bueno, para ser justos también había cosas buenas...
Milo.
El pequeño griego le había regalado casi sin desearlo, algo que él necesitaba profundamente: un amigo.
("Le plus beau de tous les cadeaux: un ami!")*
Finalmente, aquella tarde calurosa, el pequeño escorpión decidió que la tristeza de su amigo (que no comprendía y el francés no quiso expresar) era más importante que el experimento del indio que todos querían ver.
–¿Por qué estás triste? –le preguntó curioso.
Camus no contestó. Por un momento contempló la idea de decir la verdad; quizás hablar con alguien calmaría su dolor. No lo hizo, claro... sabía que si mencionaba a su madre y a su hermana los recuerdos se volverían un torbellino imparable que lo conduciría a un llanto desgarrador. Hubiera entregado aquella estúpida armadura dorada y su propia vida por volver a abrazar a Jeanne Dubois y escuchar su risa, por volver a sentir aquellas cosquillas que supo, no sentiría jamás. Lo hubiera dado todo, todo, sin pensarlo: incluso, de buena gana, resignaría su rol de Tintín para siempre si con aquella decisión pudiera volver a jugar con Mimi y sus coletas desarmadas.
Un nudo se apoderó de su garganta diminuta pero cerró sus ojos y luego de respirar profundamente luchando con aquella ola de recuerdos invasivos, intentó calmarse.
(¡No quiero! Tú eres mi familia! ¡No la familia Darraux! ¡Tú! ¡No me dejes! ¡Camus!... por favor... no me dejes.)
Los gritos de Marianne y su llanto, agudo y desolador.
La pequeña Dubois se había desarmado en unos chillidos que Camus jamás había escuchado en su corta vida, y hasta entonces, no sabía que un ser humano fuera capaz de emitir sonidos tan desgarradores. Sus manos diminutas se aferraron a sus brazos como las garras de un animal feroz y hambriento. Una mujer, la nueva madre de su hermana, tuvo que forzar a la niña a soltarse y sus 18 kilos no pudieron combatir aquel tirón.
A pesar de sus intentos y sus patadas, Marianne no lo logró y él, demasiado abrumado para reaccionar, tampoco. Lo último que recordaba de su diminuta compañera de juegos, era su rostro rojo y húmedo y sus chillidos agónicos. Mimi se iría para siempre, como Nougat, como su madre y sus canciones, como su oso sucio.
¿Qué sentido tenía su nueva vida?
Milo sabía que el niño de las erres graciosas lloraría de un momento a otro. Lo sabía porque él también lloraba cuando nadie le veía, en la soledad de la noche, porque él quería un trompo, un yoyó y un cuento, no quería las estúpidas fábulas de Némesis y sus castigos. Sabía también que antes del llanto, los ojos se humedecían y brillaban, como los del galo.
No lo dijo, claro, pero se sentó a su lado.
–¿Cómo dices "amigo" en francés?
Aquella pregunta desanudó los recuerdos por un momento, aclaró su garganta con algo de dificultad pero logró hablar: era una palabra corta.
–Ami.
El griego asintió.
–Pues entonces yo soy eso. Soy tu ami... y tú eres mi ami.
El francés, sorprendido dejó entrever una sonrisa tímida.
–Mon ami... –susurró para sí mismo. –Ouais.*
No notó que volvía a hablar su idioma. No lo hacía desde que se había marchado de su país, pero aquellas palabras manaron de su boca de forma casi inconsciente.
Los ojos azules y enormes del griego lo observaron curiosos.
–Podemos ir a jugar solos si no quieres ir con los demás. –asintió Milo. No sabía demasiado de la vida en líneas generales pero sí había aprendido lo que era sentirse solo y triste. –Yo me quedaré contigo y si no quieres hablar pues solo me quedaré sentado aquí sin molestar.
Camus asintió.
(Mon ami)
Aquella noche, gracias a la tristeza del pequeño Pérougien, ambos se salvaron por un pelo del castigo que les cayó a los demás cuando Saga encontró al diminuto "Shaka de las lloviznas" intentando encender fogones y hervir agua para mostrarles a todos el fenómeno de la condensación.
("¡Pero estoy haciendo lluvia!" había protestado él antes de ser arrastrado por un adolescente Géminis, exclamando como un pálido y extremadamente rubio Galileo su "Eppur si muove!" para desmentir aquello de que los Dioses lloraban. No solo no pudo demostrarlo sino que le castigaron por dirigir aquella misión peligrosa cerca del fuego y el agua hirviendo. Finalmente, Saga los envió a todos a la cama pero el pequeño Virgo repetiría ofuscado una y otra vez:
"La lluvia es agua".)
***
*Traducción:
Mon ami: Mi amigo
Ouais: Sí
"Le plus beau de tous les cadeaux: un ami!": El más bello de todos los regalos: un amigo (Frase del cuento que solían leer de niños: "Le premier nöel de Bonbon")
Milos, Grecia, Actualidad
(No comprendo, ¿estás dejándome?)
(Sí, creo que eso estoy haciendo.)
Las palabras de Milo aún flotaban en el aire denso y pesado de la habitación. El rostro del francés, impávido, lo buscó... pero sus ojos ya lo habían abandonado.
–Entiendo cómo te sientes. –afirmó Camus, serio. –Siento habértelo ocultado pero no iba a hacerlo eternamente... era ella quien debía hablar contigo y no yo, lo que debía hacer yo era respetar su tiempo y el tuyo. Lo has dicho tú, no son decisiones que me correspondan, Milo y solo hice lo que creí correcto. No deseo controlarlo todo. Solo quería ayudar.
El heleno no abrió los ojos, resopló con fastidio desde su oscuridad.
–Aún sigues aquí.
Camus se acomodó en la silla, estirando su mano para alcanzar el libro de la mesilla y ojearlo.
–Sí, aún sigo aquí.
La cabeza del griego se giró para buscarlo con la mirada, exasperado.
–Y no vas a irte...
–No. –replicó serio el francés pasando las hojas. –No voy a irme.
–Claro que no te irás, porque te lo he pedido yo y te pasas las decisiones ajenas por el culo, ¿no?
Los ojos de Camus se fijaron en él.
–No me iré porque estás triste y me quedaré contigo. Si no quieres hablarme está bien... pero aquí estoy, me quedaré sentado aquí y no molestaré.
El pecho de Milo no cedió, se había convertido en un agujero negro de destrucción y veneno que quería cargarse todo lo posible a su alrededor. Quería llorar, quería gritar, quería golpear a alguien y cagarse en su vida, mantuvo el silencio por unos minutos eternos.
–¿Cuál es el color favorito de Marianne, Camus? –preguntó curioso, finalmente.
El francés había vuelto al libro y pasaba una nueva hoja con delicadeza.
–El turquesa. –contestó rápidamente.
–¿Y su comida favorita?
–Soupe à l'oignon. No le gustan los dulces, pero muere por el Paris-Brest.
Milo asintió.
–Ya. ¿Cuál es su escritor favorito?
Camus suspiró con algo de impaciencia, abandonando el libro nuevamente.
–Tiene muchos y cambia por temporadas. ¿A qué viene esto, Milo? Creo que no lo comprendo... ¿Quieres hablar con ella y se lo preguntas tú?
El griego negó con tristeza.
–No.
–Entonces... ¿a qué viene todo esto? –preguntó el aguador, intentando ser tan paciente como pudo.
Los ojos azules del escorpión lo miraron con tristeza esta vez.
–No sé el color favorito de mi hermana, ni su comida favorita, ni su escritor favorito, ni qué le gusta o que detesta, no sé nada. Solo sé que es enfermera y que trabaja aquí. Sé que se llama Lía y que su padre también era mi padre y quien mató a mi madre. Alguien decidió que mi vida sería una mierda; yo podría haber tenido otra realidad, pero no la tuve. Tú sí conociste a tu madre, tu sí viviste con tu hermana.
Camus exhaló profundamente intentando controlarse. Milo no tenía idea, evidentemente, y no era su culpa... él no había hablado en profundidad de ciertas escenas que habían marcado su vida para siempre. Sabía que el griego estaba herido y podía comprenderlo. Asintió.
–Sí. Viví con mi hermana hasta que fue adoptada y me arrastraron al Santuario, Milo. Viví con Marianne cuando aún jugaba con un oso sucio pero luego solo pude verla esporádicamente hasta que simplemente dejé de frecuentar París. ¿Crees que ha sido fácil para mí? La conozco porque la he escuchado, la he visitado y porque ahora tenemos una nueva oportunidad, como la tienes tú. Sé que tu historia es una mierda... lo sé... y lo siento. De verdad lo siento. Por eso estoy aquí, por eso busqué tu archivo y por eso visité a tu hermana ayer noche. Quería asegurarme de que podía reconstruir tu historia... si crees que me he pasado pues lo siento, ya lo he hecho. Si vas a dejarme por eso pues supongo que tendrás tus motivos y está bien.
El griego no respondió ni lo miró, pero sus pulsaciones lo delataban. El aguador prosiguió.
–Lo siento, Milo. De verdad lo siento. Solo quería que supieras la verdad porque todos merecemos saber quiénes somos realmente. Tú eras un niño amado y Némesis siempre estuvo equivocada. No puedo volver a ver a mi madre pero sí a mi hermana y tú puedes hacer lo mismo. Aún puedes hacerlo, aún puedes reconstruir parte de lo que te han arrebatado... yo haré lo mismo y me gustaría hacerlo junto a ti.
>>Nuestras madres no están aquí, lo sé, y no te imaginas lo mucho que me gustaría que eso fuese diferente pero no lo es. Mi padre nos abandonó cuando nació Marianne dejándonos completamente solos. ¿Te parece justo? Pues a mí no, porque de no haber huido como un cobarde yo no hubiera vivido todo lo que viví. Sin embargo... aquí estoy. He reencontrado a mi hermana al igual que tú. He encontrado el amor, al igual que tú. No pienso renunciar a ninguna de esas dos realidades, ni a mi hermana ni a ti.
Esta vez fue la mano del griego la que alcanzó la suya después de procesar aquellas palabras en silencio.
–Lo siento. Siento... haber...
Camus lo detuvo.
–No tienes que explicármelo, Milo.
–Sí, sí tengo. No fui justo contigo y lo siento. Es que... odio mi vida ahora mismo y odio saber que pudo haber sido diferente. Odio a mi padre, a quien no conocí, odio... mi estúpida vida, Camus.
El francés dejó cuidadosamente el libro sobre la mesilla y acarició el dorso de su mano.
–Lo sé. Yo también odio lo que te han hecho pero... aún nos quedan algunos años ¿no? Podemos cambiarlo, podemos comenzar de nuevo. Yo voy a dejarlo.
La boca de Milo se abrió con sorpresa. Sabía que el león lo dejaría al enterarse que tendría pronto un cachorro a quien cuidar pero creyó que Camus cambiaría de parecer.
–¿Lo dejarás de verdad?
–Renunciaré a mis funciones como santo de la orden y me gustaría que tú hagas lo mismo. Podemos ser felices, Milo. Podemos tener una vida normal ¿sabes?
El griego volvió a cerrar sus ojos, aquello iba demasiado rápido para él.
–¿Por qué?
–Porque Marianne es muy convincente y tiene razón. Merecemos otra realidad, merecemos ser amados y vivir, por una vez. Nada fue justo para nosotros.
Milo negó.
–¿Y qué se supone que vamos a hacer Camus? No sabemos hacer absolutamente nada que no sea cargarnos gente de una manera cruenta. Al menos yo sé que no lo sé. ¿Qué vas a hacer? ¿Mendigar, robar? Porque ya te digo yo que el Santuario no te indemnizará de por vida y en el mundo real la gente necesita dinero para comer... dinero que consiguen dejándose la vida en empleos para los que no estamos capacitados en absoluto.
Camus levantó los hombros, despreocupado.
–Lo sé y no entiendo qué te da miedo después de haber bajado al inframundo y haber combatido contra Dioses y santos increíblemente poderosos. La gente "normal" trabaja sí y nosotros también podemos hacerlo. Aioria comenzará mañana, y Marianne está aquí mismo intentando conseguir lo suyo. Esta será nuestra última noche de hotel si no pagamos y ya nos salteamos la comida de ayer, nos apañaremos como lo hace la gente normal supongo.
–Espera, Camus ¿estás de broma? ¿Y de dónde sacarás más dinero para pagar el hotel?
–Saga ha pedido algo "extra" para tus gastos, pero luego tendremos que trabajar. Traerá lo que consiga, aún no sé cuanto es.
El escorpión negó.
–¿Es que el chico no está metido nunca en nada que sea ni un poco legal?
Camus rio.
–Bueno, supongo que se salta algunas reglas, pero en líneas generales es amable. No está pasando un buen momento; salir y viajar le mantiene distraído. Creo que no quiere estar cerca del sitio donde mataron a su hermano y lo comprendo... supongo que yo haría lo mismo.
Milo asintió acariciando la mano del francés por unos minutos en silencio absoluto, recordando... pensando en lo que había sido su vida hasta ese momento. Lo que le habían arrebatado y lo que le habían obsequiado... el amor del aguador, que jugaba con sus dedos: esa era su realidad y no le disgustaba.
–Mon ami. –sonrió finalmente el griego recordando aquella conversación de niños, pero Camus lo corrigió con dulzura.
–No, mon petit ami.
El griego dejó escapar una risa, liberando un poco la tensión.
–No soy pequeño, creí que lo sabías ya.
El francés se acercó para besarlo en la frente.
–No. Mon petit ami significa: mi novio.
En el Santuario todo seguía igual.
Algunos santos y escuderos trabajaban en la reconstrucción del Santuario. Shaina aún intentaba digerir su paso de Ofiuco a "Guardiana de la Primera Casa". Sonreía; vestir un ropaje dorado era algo que no se había permitido ni soñar, pero ahí estaba. Extrañaría a su amiga, pero se encargaría de visitarle tan pronto pudiera (además como futura madrina del aguilucho debía corroborar que sus padres se comportaran, porque les caería a golpes).
Aún luchaba con unas maderas rebeldes cuando escuchó a June.
–Parece que aquel tablón ganará esa batalla, Shai. ¿Necesitas ayuda?
La italiana volteó a responder, con una sonrisa que atravesaba su cara en una mueca divertida y orgullosa.
–Respeta, que estás dirigiéndote a la próxima Santa de Aries.
Los ojos enormes y expresivos de la etíope se abrieron tanto como pudieron.
–No me jodas.
–No lo hago, chica. Shion me entrenará personalmente y...––
Se detuvo inmediatamente, frunciendo el entrecejo.
–¿Sientes...?––
June asintió.
–Sí.
Ambas caminaron juntas, apresurando sus piernas, a donde descansaban los restos del santo de Virgo.
(Les yeux sont le miroir de l'âme)
El alma había vuelto a los ojos de Shaka,
que se abrieron,
claros y vivos.
...Coucou.
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