34. "¿Qué es el amor?" - Parte 2
Si el diccionario no puede explicarlo, quizás lo hagan los poetas.
El capi tendrá otra parte porque me quedó extremadamente largo y no quiero agobiar, pero gracias por el apoyo, los comentarios y los votitos, que hacen muy feliz a la autora. :)
Mia ♥
PD: Siempre dedicado a mis chiquis amorosas que me bombardean a comments y toleran mis spoilers descarados.
"Cuando se ama a una persona se la ama tal como es, aunque no sea como uno quisiera que fuese."
Leon Tolstoi
Nunca entendería Aldebarán
(Paulo)
qué tipo de imposibilidad tenían las hábiles manos de su carnero para cocinar. Se lo preguntó en repetidas ocasiones, e incluso supervisó algunos de sus intentos culinarios. Supuso que un artesano sería capaz de crear con sus dedos algo decente en la cocina, pero no, los fogones estaban completamente fuera del campo de experiencia de su amado Mu. ¿Por qué? Porque era impaciente y se venía arriba muy rápido en eso de "crear".
Cada vez que el tibetano decidía "crear" algo sucedía, y ese algo generalmente, les obligaba a comenzar la receta nuevamente, porque su lema de "cuanto más, mejor" no siempre funcionaba. Los tiempos de cocción eran, a su parecer, un misterio de la ciencia (que Shion y él mismo habían intentado develar para él, sin éxito) y además, las texturas de los alimentos le resultaban desafiantes...
Allí estaba.
La harina había aterrizado en el suelo y la bolsa que la contenía, a su vez, literalmente explotado.
Fue Kiki quien intentó excusarse esta vez.
–Es mi culpa... –se apresuró a decir, algo apenado, con la cara maquillada. –Quise utilizar la telequinesis pero––
Bueno, no tenía la misma contextura que las piedras, evidentemente. Aldebarán rió acercándose a Mu.
–Ya veo... y tú pareces una geisha lemuriana, ¿estás seguro que quieres continuar o ya es mi turno?
La geisha lemuriana rio, no sin antes tomar algo de aquel fino polvo de su cara para dibujar el rostro del moreno.
–Claro que continuaré. "Persevera y triunfarás." –aseveró sonriendo. –¿No lo he demostrado ya ganándome tu corazón?
Bueno, ganarse su corazón había sido difícil en su propia mente retorcida, pero Paulo no creía lo mismo; él había amado al carnero desde temprana edad aunque en aquel sitio, nadie sabía muy bien cómo proceder en el amor y ese ligero detalle había dificultado un poco las cosas que debían ser simples.
La explicación del amor de Shion no lo había espabilado demasiado y los consejos adolescentes de su amigo rubio y virgen menos, así que Mu había tenido que descifrar el amor por sus propios medios como en la cocina: explorando y fracasando.
Fracasando, sí, como la cena donde el curry había terminado por arruinar la receta de Shaka. "Más curry, más mejor" le había susurrado como el demonio de las caricaturas la voz de su niño interior, opacando completamente la de su amigo guardián de la sexta casa que rezaba lo contrario.
"Puede ser algo invasivo"
(Algo)
Aquel plato terminó resultando incomible e indigerible por cualquier paladar, pero los celos también eran difíciles de tragar.
"El amor es el anhelo de salir de uno mismo."
Charles Baudelaire
Era claro por qué a Kanon se le había pasado aquel ligero detalle de mencionar a su novia que tenía un hermano gemelo, idéntico a él. ¿Por qué hacerlo después de todo? ¿Para que sepa que había una versión mejorada de sí mismo a quien todos celebraban? ¿Para saber que había sido una sombra sin identidad toda su vida?
Él lo entendía todo, inevitablemente, muy a pesar de su dolor. Se cagaba en el destino de ambos, y en su historia, párrafo por párrafo. Se preguntó durante cuánto tiempo su gemelo había tenido que soportar la angustia de vivir escondido antes de enloquecer y comenzar a odiar aquel sitio (con la misma fuerza que lo detestó él, antes de aquel episodio que todos recordaban como "La rebelión de Saga") y tuvo que barrer rápidamente aquella tristeza para permitirle a la joven su propio duelo.
Sabía por aquella última conversación, que finalmente, su hermano había logrado que alguien se fijara en él como persona individual y aún recordaba con nostalgia escuchar la felicidad en aquella voz, tan torturada como la suya propia, alejada (momentáneamente) de sus viejos fantasmas.
Esa última tarde, se dijo.
En su vuelta a la vida, por su extraordinario desempeño en la guerra santa que mantuvo el orden de la tierra, ambos habían retornado esta vez, en el mismo bando; pero a Kanon, como siempre, volvía a tocarle la sombra y a él, como siempre, el puto escenario oficial, el portador de Géminis.
La voz de su gemelo le alcanzó en su memoria, como ese último trago que alcanzaron a beber.
"Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida".
Pablo Neruda
"Tengo que hablar contigo"
Aquellas cuatro palabras habían evocado una curiosidad infinita en sus ojos azules
(los ojos de Melek)
y la observó con atención, algo preocupado. ¿Por qué querría aquella enfermera hablar con él? ¿Habría sucedido algo con Camus? Frunció el ceño, algo impaciente.
–¿Conmigo?
La joven asintió.
–Sí. Tengo solo 15 minutos antes de seguir con mi ronda... seré breve y... espero esto sea una buena idea. Quería esperar... pero... –su voz temblaba y la ajustó brevemente antes de sentenciar: –No puedo.
–¿Esperar? –preguntó Milo, sin comprender. Sabía que no era una tontería porque no tenía 26 años en vano y era un poco más espabilado socialmente que los demás, en aquel rostro había demasiadas emociones para ser un simple comentario. –¿Qué sucede? ¿Pasa algo conmigo?
La joven de ojos oscuros y tristes lo miró fijamente.
–No sucede nada con tu recuperación, lo que tengo para decir no tiene que ver con tu estadía aquí... tiene que ver con... tu pasado.
Reencontrarse con aquel iris azul destellante tan característico, estallando de asombro, no ayudó demasiado. Sus expresiones eran la viva imagen de Melek (las que habían quedado anidadas en su memoria afectiva y en sus fotos) y aquellos zafiros brillantes eran tan hipnóticos y demostrativos como los de su madre.
–¿Con mi pasado? –preguntó él, enarcando una ceja. Por un momento temió lo peor, que aquella enfermera fuera alguna enviada para rematarlo en la cama o estuviera de alguna forma relacionada a la guerra que se había cargado a la mitad del Santuario.
–Sí. Yo conocí a tu madre, Milo Tzakiris. –dijo sin más dilación. –Y a tu padre. Tu padre... también es el mío. Eres mi hermano.
El griego estalló en una carcajada nerviosa que no pudo reprimir.
–Creo que te confundes, Lía, ¿verdad? –preguntó relajando su gesto, aunque no del todo; aquella frase había sido algo... seria. –Yo soy huérfano, no tengo padres... ni hermanos. Creo que me confundes con alguien más, pero... de verdad espero que lo encuentres si lo estás buscando.
Él no tenía hermanos, no. Supuso que debía ser bonito -o así lo creía- luego de escuchar a Aioria hablar del suyo y a pesar de que su francés había escondido a Marianne durante años, cuando finalmente les vio interactuar supo que había un tipo de amor que él jamás comprendería y era el fraternal.
–Puedo probarlo, y no, no estoy confundida. No tengo mucho tiempo así que... aquí va. Te han dicho que tu madre te abandonó, ¿verdad?
Milo frunció el ceño.
–¿Cómo sabes...?––
–Camus me lo ha dicho.
Exhaló como si alguien le golpeara el estómago y sus ojos se abrieron con sorpresa.
–¿Cuándo te ha dicho eso Camus y por qué?
–Porque te escuché hablar con él y se lo pregunté. Cuando te dijo que tu madre, Melek Çelik había muerto, tenía razón. Melek era la pareja de mi padre, Nikolaos Karagounis... y me crió. Yo recuerdo su embarazo... y no llegué a conocerte pero... sí quería hacerlo. Era demasiado pequeña para hacer... algo útil, pero sí quería conocerte.
El corazón del griego se aceleró, lo que Lía pudo detectar fácilmente en su monitor.
–¿Estás de broma?
La joven le mostró su identificación, "Karagounis". Estaba escrito tan claro como el rostro de la mujer, y sí, era el apellido que Camus había sacado de su expediente, podía recordarlo.
–Nikolaos era mi padre, muy a mi pesar. Tengo muchas cosas para mostrarte pero... eso puede esperar a que salgas de aquí.
Los parpados de Milo se sacudieron repetidas veces antes de ajustar sus ojos y observarla.
–Espera... entonces... Camus tenía razón... ¿mi madre falleció cuando nací?
Había llegado al momento que había querido evitar toda su vida, pero ahí estaba la única persona que realmente debía saber, por derecho, los episodios de la noche de los golpes. Asintió.
–Melek no "falleció". Él la mató.
"El amor es una maravillosa flor, pero es necesario tener el valor de ir a buscarla al borde de un horrible precipicio."
Stendhal
Cuando, la noche del curry, Aldebarán probó la primera cucharada, ya era tarde para advertencias. Una tos seca y un gesto de asco lo invadieron todo, casi al ritmo del corazón de Mu rompiéndose, viendo que su cita fracasaba, y que el toro no querría besarlo.
–Eh... ¿está muy malo? –se atrevió a preguntar, preocupado. Si hubiera tenido cejas estas hubieran dibujado una tristeza infinita.
El toro negó (mintiendo descaradamente), aún tosiendo con aquel gesto de desagrado encubierto.
–¿Qué es lo que escuece?
–Creo... que es curry... Shaka me advirtió que no me viniera arriba y... me he pasado, supongo.
Shaka, claro, si ese plato llevaba escrito INDIA hasta en su presentación. ¿Habrían cocinado juntos? Aldebarán buscó rápidamente algo para beber, pero su rostro había cambiado, ya no parecía el afable toro sino uno muy serio. El tibetano suspiró, triste. Claro que no querría casarse con su plato, ni besarlo luego.
–Puedo preparar algo más si no te gusta el arroz, puedo cocinar sopa... –aventuró, desesperado, aunque sabía que no sería capaz de hacer algo comestible. Había intentado impresionarlo y ahí estaba, sin expresión alguna.
–¿Shaka te ayudó con la receta?
–Sí –asintió, aún abrumado. –Él me guio y yo cociné.
La idea de aquellos dos cocinando juntos le disparó una punzada de celos tan aguda que su gesto generalmente amable, se transformó en una mueca de disgusto. ¿Cuánto más faltaría para que ambos se dieran cuenta que eran perfectos y bellos y decidieran explorar el amor, juntos? ¿Cuánto más faltaría para que él, el tosco y gigante toro, tuviera que ser testigo de aquello que le revolvía las entrañas y le hacía sentirse humillado y horrible?
Su cuerpo era enorme y estaba cubierto de cicatrices producto de un exhaustivo entrenamiento físico de años, después de todo, el mundo de las ilusiones y los ataques mentales le correspondía al rubio pálido y perfecto, no a él. Él no tenía tesoros del cielo, ni muros de cristal, a él lo habían molido a palos desde que era un crío y su piel era un mapa que delimitaba la geografía de la agonía física. Se sintió diminuto; diminuto y triste. Pesaba 130 kg de angustia y rechazo.
–No sabía que te gustaba cocinar, creí que me pedirías ayuda a mí, en ese caso. –dijo, serio. Quería irse de allí, quería irse a su casa donde no hubiera espejos que reflejaran aquello que él no quería ver, que era él mismo.
Mu no supo contestar, porque las palabras se atoraban en su boca, desesperadas. Quería gritar que odiaba la cocina más que a nada en el mundo (excepto al Santuario que le había arrebatado a su maestro/padre) pero que lo había hecho por él, porque lo amaba y quería que lo bese. Que visitaba ese sitio horrible por él, porque no podía alejarse demasiado tiempo de su vecino y que si por él fuera se asentaría definitivamente en Jamir, lejos de allí.
–Yo... puedo preparar té. –dijo, torpe, levantándose algo aturdido. No podía decir nada de lo que sentía sin sentirse un completo estúpido, después de todo, el brasileño jamás había dado indicios de querer tener algún tipo de vínculo afectivo con él, más que una amistad. Sus planes se derrumbaban y solo podía ser espectador de aquel desastre. No quería que se fuera, pero el toro parecía llevar un mal humor abrumador.
–No, está bien, pasaré, no tengo hambre de todas formas.
El reflejo que devolvía el espejo gigante del salón de Mu le mostró una imagen que no pudo digerir. Era el retrato de ambos: el carnero, delgado, pálido y perfecto a sus ojos y él, enorme, tosco y burdo, como si su presencia desafinara en una melodía hermosa. La imagen del espejo se burló, de él, de su figura. Quiso llorar al verse
(Eres un marica, Paulo)
y se reprimió, con fiereza.
(Los hombres no lloran, maricón)
–¿No quieres té? Shaka se ha dejado el suyo aquí y está bastante bien. –añadió Mu, por segunda vez, como un niño pequeño y castigado.
Shaka, Shaka, Shaka. Todo era Shaka. Puede meterse el té indio donde no le dé el sol, pensó.
–No, estoy bien. –contestó él, intentando ser tan amable como pudo. –¿Por qué no se quedó Virgo a comer, por cierto?
Mu fue rápido al mentir.
–Dijo que le gustaría, pero tenía cosas que hacer. –Las "cosas" que tenía que hacer era volver a su templo para dejarles solos, pero no lo diría evidentemente, aquello ya era demasiado humillante por sí mismo. –Entonces... ¿Té? –rogó el tibetano, demasiado nervioso como para notar que ya había declinado su invitación dos veces.
–No, también tengo cosas que hacer y debería volver.
–Oh. –exclamó desilusionado Mu. ¿Esas cosas implicarían a alguien más? No lo sabía, pero tampoco quiso preguntar. –Siento... que la cena quedara tan... horrible, debí prestar más atención. –se excusó antes de acompañarle a la salida y prometerse mutuamente algún encuentro próximamente.
No solo le afectaba la idea de que el tibetano se fijara en alguien más, le dolía portar su propio cuerpo. Se habían burlado de él demasiadas veces y su autoestima había terminado por resquebrajarse a un punto sin retorno. Se sentía ajeno y diferente... y le dolía, mucho, muchísimo. Ser él mismo le angustiaba.
El brasileño no diría que quería irse rápido de allí para no llorar delante suyo, preso de la angustia que le provocaba la creencia de que su amigo jamás le miraría como él y se enrollaba o se enrollaría tarde o temprano con Virgo (lo que era evidente, porque Mu sabía que él cocinaba mejor que nadie y sin embargo le había pedido ayuda a Shaka, y no a él... ¿por qué no lo hacía, si siempre preparaba deliciosas comidas para su amigo y adulaba su cocina una y otra vez?).
El carnero tampoco diría que le había pedido ayuda al rubio para sorprenderlo y que finalmente quisiera besarlo, luego de querer casarse con su plato.
Esa noche, sin darse cuenta, el amor fracasó estrepitosamente, dejándolos a ambos frustrados y llenos de angustia reprimida, que liberaron en sus respectivas camas, llorando solos el uno por el otro.
"Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que algún día, cada uno pueda encontrar la suya."
Antoine de Saint-Exupéry
–¿No te quedas a beber? –había preguntado al encontrar a su hermano aquella tarde lluviosa... eran tiempos de paz. Kanon lo miró, antes de ojear su reloj, dubitativo.
–Una copa. Solo una, Saga y voy en serio. Debo trabajar.
El guardián de Géminis sonrió y se acercó a la botella.
–Trabajar, trabajar... –replicó, dándole la espalda, prestándole atención a las bebidas. –¿Dónde te envían esta vez?
–China.
–¿Orfanatos? –Preguntó rápidamente antes de estirar su brazo para alcanzarle un poco de vino.
Su gemelo idéntico asintió como respuesta, antes de tomar la copa con una mano ágil.
–Vaya tarea de mierda. Salud. –agregó el guardián de la tercera casa.
Sí, era una tarea de mierda pero al menos, en tiempos de calma, era un trabajo como cualquier otro y podía salir de aquel sitio como un mensajero y tener una vida relativamente normal. Respondió riendo.
–Ya, es que la parte burocrática del Santuario es un coñazo; defender Géminis, en cambio, con tu armadura dorada, oh, gran caballero... Saga el poderoso...–se burló Kanon con una sonrisa que pronto se clonó en la de su hermano, mientras la acompañaba con otro trago.
–No entiendo por qué no te han dado a ti la puta armadura ya, creo que Dohko está senil. Tú también has defendido esta casa y has sido un mejor guardián.
Se sumó una carcajada divertida.
–Cuidé esta casa por cinco minutos. Hombre, defender... defender... digamos que no la defendí. Tú te pasaste mis ilusiones por el culo antes de atravesar el tercer templo con Camus y Shura, ¿no? Ya sabemos quién es Géminis y ese eres tú, yo soy el hermano-sombra, ¿recuerdas?
Su clon negó con la cabeza haciendo danzar sus ojos por la copa.
–Necesité la ayuda de ambos para matar a Shaka y la doncella encabronada me quitó todos los sentidos, excepto la vista. Tú en cambio... Que lo de Lune ha estado muy bien y luego le plantaste cara a los tres jueces del inframundo, juntos... nada mal para un hermano-sombra que ahora es mensajero. Considerando que te cargaste a Rhadamanthys sin armadura, el mismo juez que no pudieron vencer Mu, Aioria y Milo juntos... a ver, que yo lo veo muy digno.
Una sonrisa algo orgullosa se asomó por los labios de Kanon.
–Tenía que redimirme.
–Pues lo has hecho. –aseveró Saga. –Pelear en calzoncillos contra un juez del inframundo te redime, chico.
Ambos volvieron a reír antes de beber al unísono, con una coreografía de movimientos idéntica.
–Aprendí del mejor. –se limitó a decir sin dudarlo, lo que provocó en Saga una sensación cálida en su pecho... después de todo, aquello sí era cierto, él le había enseñado todo lo que sabía, era lo único que podía hacer por él.
–Tu hermano no es el mejor. Tu hermano es un mierdas que lleva una mochila demasiado pesada, pero gracias por el cumplido. –replicó sirviendo un poco mas de vino en su copa vacía y la observó con cierta tristeza.
–¿Cuándo dejarás de torturarte, Saga? –preguntó, serio esta vez, su gemelo. Era la única persona que podía leer claramente sus gestos, porque eran los suyos. Sus ojos verdes se fijaron en él, anhelando aquel encuentro y aquella paz. Suspiró. No lo sabía.
–Supongo que cuando finalmente muera.
Kanon resopló.
–Ya déjalo, dioses. Aquí estás, vivo, ¿no? Vive, entonces... eres el gran Saga de Géminis.
–El de la rebelión de Saga, sí, el mismo. El que ocultó a su hermano, se cargó a su mejor amigo y luego le reventó el cerebro a su hermanito menor para que luchara en su bando. –suspiró, cansado. –También quise cargarme un bebé que juré proteger, jugué con el cerebro de Shaka hasta el hartazgo y le hice creer a un torturadísimo Shura por la fuerza que había hecho lo correcto. ¿Está bien así o quieres más? Porque aún puedo seguir enumerando.
Su gemelo alcanzó la botella, negando. Otra copa no lo mataría.
–Eres el gran Saga de Géminis... mi hermano. El que jugaba conmigo, el que abandonaba su casa día tras día a escondidas para traerme libros y enseñarme todo lo que aprendías... Eres mi imagen, mi sangre y me cuidabas. ¿Y qué si te has rebelado contra este lugar que nos hizo tanto daño? Yo también lo hice. Todos nos equivocamos, Saga, somos humanos y sentimos, para bien y para mal. Nos criamos odiando este lugar y lo que había hecho con nosotros, ¿qué esperabas? Tú no eres el que quieres que crean que eres... vas de frío y torturado, y ¿por qué? ¿Para que no se acerquen a ti? Yo sí sé quién eres y lo admiro. Si fueras la mierda que aseguras ser no estarías hoy aquí. Eres el hombre de la rebelión de Saga sí, y eres también el mismo que ha engañado a Hades para portar un sapuri y liderar una misión suicida en nombre de la Diosa que proteges.
–La Diosa que intenté asesinar. –le corrigió rápidamente.
Kanon resopló.
–Pero vamos a ver... yo también lo intenté y esa misma Diosa nos perdonó, ahora es nuestro turno Saga, debemos perdonarnos alguna vez. No sé tú, pero yo decidí dejar de vivir como un exiliado toda la vida y darme la oportunidad de ser alguien más, alguien mejor. Alguien a la altura de lo que se espera de mí.
–¿Desde cuándo eres el hermano optimista?
–Desde que tengo un gemelo increíblemente terco convencido de que es un hijo de puta cuando solo ha cuidado de los demás, haciendo lo posible y equivocándose, y ya está. –Hizo una pausa para beber. –Yo te convencí, Saga. Yo te convencí de que lo hicieras... cuando me encerraste allí, te volviste loco sí, y eso lo provoqué yo. No puedo viajar en el tiempo, no puedo cambiar lo que hice, puedo ser una mejor persona hoy y una aún mejor, mañana. Tú puedes hacer lo mismo, es tu elección.
–¿Ves? Tú sí eres un buen Géminis. Vaya oratoria, nada mal, muy bien diez. –respondió sonriendo levemente. Quizás su consejo tenía lógica, quizás algún día podría perdonarse.
–Eres un idiota obstinado pero no eres la mierda que crees ser. Me gustaría que puedas verlo algún día... sé que a mí también me gustaría verlo, apresúrate, que me pongo viejo.
El gemelo de ojos tristes levantó su mirada y esbozó una sonrisa algo esperanzadora.
–Quizás, algún día.
–Espero no morir antes de conocer al nuevo Saga de Géminis. –añadió divertido. –Tienes derecho a ser feliz, hermano.
El guardián del tercer templo asintió, pero aquel pequeño que huía de su casa para visitar a su hermano-sombra reapareció, preocupado, mirándolo a los ojos.
–¿Y tú? ¿Eres feliz, Kanon?
Supuso que sabía la respuesta, pero no estaba mal averiguarlo. Después de todo, ese niño que había renunciado a su cumpleaños para que su gemelo pueda recibir algo de afecto, seguía allí en su corazón.
–Lo soy. –aseveró con una sonrisa. –Soy feliz, sí.
El hermano torturado carcajeó esta vez, ¿cómo no lo había visto antes? ¿Cómo había sido tan ciego? Apresuró un trago largo que intuyó que haría protestar a su estómago después.
–¿Cómo se llama? –preguntó aún riendo. Kanon se unió a aquella risa, por última vez, pero ninguno lo sabía.
–Lena. –sonrió. –Se llama Lena.
"Si no se rompe, ¿cómo logrará abrirse tu corazón?"
Khalil Gibran
Aquel joven Mu se había desplomado en el jardín de su amigo, preso de la frustración y la tristeza. Shaka no entendía bien aquel vómito verbal, pero lo escucharía de todas formas, no había forma de escapar del tibetano.
–No entiendo qué salió mal.
–¿No quiso casarse con tu plato? –preguntó el rubio estirando su cuello y sus hombros para deshacerse de una contractura.
–Ni besarme. Quiso irse, rápidamente, como si yo tuviera una enfermedad contagiosa.
El indio asintió, él sabía que las personas no querían casarse con la comida, pero cuando se lo dijo, su amigo no quiso escucharle.
–Creo que ha sido el curry. Cuando volviste a Virgo me poseyó el espíritu de un Dalí culinario y me vine arriba muy rápido.
Shaka suspiró.
–Pero te lo advertí, te dije que––
–Shaka, no quiero que me reten, estoy triste... solo escúchame ¿vale?
El guardián de Virgo guardó silencio para hacer exactamente lo que el tibetano le había pedido, pero el carnero no habló.
–¿Y...?
–¿Y qué?
–¿Cómo voy a escucharte si no hablas, Mu?
El joven Aries resopló, fastidioso.
–Estoy molesto. Creo que quedarme en el Santuario es una pérdida de tiempo. No le gusto yo, Shaka. –suspiró agobiado –¿Y si no le gustan los hombres? O peor aún, ¿y si le gustan? aquí son todos guapos, tendrá para elegir y no seré yo, ¿me has visto? ¿Has visto estos brazos pequeñitos? Oh, Dioses... ¿crees que le gustan los hombres? Dime algo, tú te sientas ahí todo el día y lo ves todo. Dime, ¿qué ves?, ¿qué crees?
–Son muchas preguntas pero va: Uno, si no le gustan los hombres pues supongo que no le gustarás tú. Dos, si le gustan pues igual tienes oportunidad. Tres, te he visto porque me visitas regularmente; cuatro, también he visto tus brazos y sí, son pequeños y delgados. Cinco: creo que a Aldebarán sí le gustan los hombres y sí, aquí hay muchos. Seis, ¿qué veo? Pues un carnero infeliz pisando mis flores sin piedad. Siete, ¿qué creo? Que estás agobiado y triste y no ves con claridad.
–Vaya, Shaka, tu don de la comunicación es abrumador.
El guardián de Virgo sonrió.
–Tú me preguntaste cosas específicas y las respondí. Ahora si quieres puedes pedirme un consejo.
Mu negó con la cabeza: –Muero por escucharlo.
–Creo que a las personas le gustan las personas, más allá de cómo se vean y si son hombres o mujeres, es que da igual. Milo se acuesta con Aioria pero al león le gusta una amazona y al escorpión le gusta Camus. ¿Ves? Ambos se acuestan con mujeres y hombres por igual, sin importar como se vean, eso no parece ser un problema.
–¿Cómo sabes todo eso? –preguntó el carnero asombrado.
–Porque no tengo un vecino tan silencioso como el tuyo y Virgo queda de paso entre Escorpio y Leo.
–Ya veo y ¿el punto es...?
–Que da igual si le gustan los hombres o las mujeres, si tiene que enamorarse de ti lo hará y si no, pues no.
–Wow, Shaka, de verdad...
–Lo sé, es un buen consejo, ¿no?
–No, hombre, es pésimo.
El indio arrugó su nariz en señal de desaprobación.
–No lo es, Mu. Piénsalo.
–Eh, estoy pensando pero no le veo lo bueno. –resopló el carnero preguntándose si Milo o Aioria tendrían uno mejor. –¿Te has enamorado alguna vez?
–¿Por qué haría algo así? Es una tontería y una pérdida de tiempo.
–No puedes elegirlo Shaka, solo sucede. –resopló el joven Aries.
–Claro que puedo y no lo necesito. Solo mírate, estás triste porque la persona que te gusta no se ha comido tu plato de arroz y eso te hace infeliz. ¿Por qué querría enamorarme? Milo no es feliz, Aioria no es feliz, tú no eres feliz. Amar te vuelve dependiente de alguien más y no está bien apegarse, a nada.
El carnero meditó aquello por un momento.
–¿Y tú, eres feliz?
Esa pregunta lo pilló un poco desprevenido y frunció el ceño.
–No tengo apegos, supongo que sí.
–Aldebarán me hace feliz, por eso lo amo... porque su compañía me hace feliz. ¿No tienes una compañía que te haga feliz?
El indio meditó aquello un momento.
–Sí, mi propia compañía.
Mu carcajeó, su amigo era hilarante sin siquiera proponérselo.
–Bueno supongo que estar enamorado de ti mismo no está tan mal. Cuando te enamores de alguien más algún día, me burlaré de ti y te daré consejos estúpidos. – se sentó en posición de loto cerrando sus ojos para imitar su voz. –"Shaka, si a esta persona que amas le gustas muy bien, y si no le gustas pues te jodes."
–¿Estás burlándote de mí? –preguntó curioso.
–Sí.
–Ja. Ja. Qué divertido eres. Mi consejo es bueno. Y el arroz estaba delicioso.
–Aldebarán huyó de mi casa, así que no estaba tan bueno. –replicó con una mueca.
–¡Es que te pasaste con el curry cuando especifiqué que no lo hagas! De todas formas, si Aldebarán realmente quiere casarse con un plato sería patológico, así que voy a imaginar que es solo metafórico y no querías realmente seducirlo con comida.
–Shaka, cuando te enamores voy a burlarme de ti. Muchísimo. Gracias por tus sabios consejos, ya debo volver.
–De nada. Tengo otro consejo, por cierto: si todo falla, creo que a Milo le gustan todos los seres humanos sin distinción, o sea creo que ama a Camus, pero de todas formas se acostará contigo aunque tus brazos sean delgados.
–Eras adorable de niño cuando no hablabas y solo hacías carteles, ¿lo sabías?
Shaka sonrió.
–Aún sé escribir. ¿Quieres que escriba tu nombre en hindi, Mu?
El tibetano volvió a carcajear.
–No, ya tengo siete y ninguno es igual, creo que me mentías cuando hacías el mío.
El indio rio, a coro.
–Tus carteles están bien. ¿Ves? Ya puedes reír. Soy un buen consejero.
–Me serviría mucho tener solo diez gramos de tu autoestima, amigo mío.
El tibetano se levantó con cuidado para marcharse, acomodándose la ropa y sacudiendo las hojas secas de sus piernas antes de retirarse pero la voz del rubio lo detuvo.
–¿Mu?
–¿Si?
–Creo que Aldebarán sí te ama. No entiendo de amor, pero creo que lo hace. Nunca le he visto con nadie, parece no gustarle la gente en general, pero sí le gusta tu compañía y te defiende en las asambleas cuando te ausentas. Cuando te vas, se le ve más apagado... pero es feliz cuando vuelves al Santuario, supongo que en términos generales, eso es positivo, porque significaría que le gustas. Es solo una teoría.
–¡Shaka! ¡Solo tenías que decir eso! –sonrió el carnero, animado. –¿Ves? No eres un completo insensible. ¿Por qué no me dijiste esto antes?
–Porque no estoy seguro, no es una certeza... solo es una suposición y podrías ilusionarte—
–¡Aldebarán me ama!
–No, Mu, que no es lo que he di—
–¡Aldebarán me ama! –repitió feliz, antes de marcharse.
"Amar es destruir, y ser amado es ser destruido."
Cassandra Clare
<<Aquella noche Lía no se sentía bien, la fiebre se había abierto paso en su pequeño cuerpo y no había podido dibujar para su hermanito.
Lo haré mañana, se prometió, pero aquel "mañana" jamás llegó.
El vientre de la turca de ojos vivaces estaba increíblemente inquieto, así que supuso que el bebé estaba intentando comunicarse con ella -no sabía que su inquietud se debía a la angustia de su madre, era demasiado pequeña para entenderlo- y le habló, como había aprendido, igual que todas las noches, pero esta vez, le pidió las disculpas pertinentes.
("Lo siento, no me siento bien. Dibujaré para ti mañana, Alexander.")
La mujer le sonrió a aquella niña con dulzura
(mañana te sentirás mejor, pequeña)
acariciando su cabello de ondas rebeldes antes de cambiar la compresa fría, pero en su cotidianidad, ninguna sabía que sería por última vez.
Luego de la cena se preparó para dormir, cerrando sus ojos como persianas cansadas, sucumbiendo a las nanas de Melek, sus caricias en su cabeza y sus 38 grados de fiebre.
Esa última canción la durmió por unos minutos, pero...
...los golpes, luego llegaron los golpes.
Los golpes y los gritos.
–¿Papá? ¿Melek? –preguntó, asustada, desde la cama. Cuando finalmente su cuerpo decidió cooperar, logró reptar para esconderse tras los barrotes de las escaleras.
Luego de algunos minutos el pánico la liberó y le permitió mover sus piernas para bajar los escalones con rapidez y encontrarse solo con las botellas vacías sobre la mesa y la sangre en el suelo. Lía nunca supo qué pasó después porque su memoria lo bloqueó todo hasta que su tía entró a la casa a la mañana siguiente y la encontró hecha un ovillo debajo de la mesa. No volvió a ver a su padre, ni a Melek; tampoco volvió a hablar con su hermanito ni sintió sus pies a través del vientre de la turca de las nanas. Prometió que lo cuidaría y sería una buena hermana mayor, pero había fallado.
Aún podía recordar los gritos, muy a su pesar, su memoria no se había encargado aún de borrar eso.>>
Intentó resumir en 15 minutos de susurros la noche de los golpes, el amor que profesó Melek por él hasta el último día de su vida, su encuentro con Camus y las anécdotas que habían hecho un nido tosco en su memoria infantil. No supo cómo logró llegar al final sin romper a llorar (estaba en su trabajo e intentaba disimular) pero Milo se encargó de acompañar su relato y romperlo en los momentos indicados para evitar aquella descarga emocional con alguna palabra o sujetando discretamente su mano.
El griego a su vez aún intentaba procesar toda aquella información como si un torbellino hubiese arrasado con todo lo que creía que había sido su vida, pero ahí estaba, la verdad, finalmente. Su verdad. Había tenido una madre y ella lo había amado.
Rearmó su propio relato histórico, con el rostro impasible, intentando permanecer tan calmo como pudo, para cuidar el trabajo de la joven. Su madre: la turca de ojos vivaces, sus nanas y sus patadas de bebé, que luego utilizaría años después para lastimar... Su hermana, sus dibujos, los golpes... Su historia.
(Su hermana, tenía una hermana. Tenía familia.)
–Lo siento –le dijo ella, sin siquiera saber por qué lo sentía y por qué lo decía. –No pude hacer nada.
–No podías hacer nada. –replicó él finalmente, mirando a la joven como si el alma de la turca de las nanas hablara a través de sus ojos. –Eras una niña. No podías hacer nada.
La joven asintió pero las lágrimas estaban demasiado cerca y las otras enfermeras también.
Milo susurró.
–Gracias por los dibujos. Cuando salga de aquí, me gustaría finalmente tenerlos en mi poder, de ser posible. Gracias por... el relato y gracias por haber amado a mi madre. Le diste una hija y estoy seguro que te amó tanto como quería amarme a mí. Tú le diste esa posibilidad. No hay nada que sentir, te lo agradezco en su nombre.
Sus ojos azules y vibrantes la observaron fijamente. Las cejas de Lía se arquearon con una angustia que no logró reprimir.
–No pude cuidarte y lo prometí. –murmuró con la voz quebrada, como si fuese aquella niña escondida detrás de los barrotes.
–Lo haces ahora. Gracias. –respondió él, serio y fijo en su mirada por lo que les pareció una eternidad. Aquellos zafiros destellantes se escaparon un momento para espiar a su derecha. La tomó de la mano y susurró, tan rápido que aquella catarata de órdenes la sorprendió. –Te preguntarán que hablamos y les dirás que estoy muy angustiado y solo intentabas animarme. Ahora te diré alguna guarrada y te pediré calmantes. Hay un vaso con agua en mi mesilla, intenta alcanzármelo y te lo echaré encima, tendrás que correr al baño. Lávate la cara y piensa en cosas bonitas, como las piernas y el culo de mi novio. Alguien viene.
Milo protestó fingiendo dolor (aunque no tenía que hacerlo realmente porque el dolor no lo había abandonado) y tomó su mano, presionándola una última vez, como cualquier otro paciente algo drogado.
–Guapa... –exclamó él exhibiendo una de sus sonrisas características. –¿Qué tal si me pones más calmantes en la vía? Y agua, que esta carraspera no se irá sola.
Lía aún algo afectada le alcanzó el vaso y él, como prometió, con un movimiento torpe y fingido se lo volcó encima.
–Lo siento mucho, que estúpido soy. Lo siento... de verdad.
La enfermera asintió y sonrió.
–No te preocupes, está bien.
Su compañera rubia se asomaba curiosa desde la cama número 4.
–Luego me pones las drogas, chica, deberías cambiarte, que luego si te miro las tetas mi novio me caerá a golpes y no me iré de este hospital jamás.
Agradeció internamente a su hermano poder escapar de allí y asintió, volviendo a su papel de enfermera.
–Volveré pronto con los calmantes, pórtate bien, ¿vale?
Él sonrió, de lado, guiñándole un ojo, azul y vivaz.
–Lo prometo, me cuidan mucho por aquí, es lo menos que puedo hacer.
Cuando la joven abandonó la sala, Milo se dejó arrastrar por una respiración profunda y cerró los ojos. Un odio nació intenso desde su vientre invadiendo su cuerpo en oleadas que pronto se transformaron en ira, dificultando la normalidad de su respiración.
Némesis tenía razón.
El amor era una mierda y destruía.
El amor había matado a su madre.
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