33. Cobarde
¡Hola hola! Pensé en partir el capítulo porque quedó laaaaargo, pero al final sale así y espero que guste de todas formas. Como siempre, gracias a mis dos comentaristas preferenciales degelallard y Snorlitax y espero que sigan disfrutando de la historia. Ojalá hacer justicia a la fe que le tienen a este fic y que sigan leyendo :)
¡Gracias infinitas!
Mia :)
"Hola, oscuridad, mi vieja amiga
he venido a hablar contigo nuevamente"
The sound of silence – Simon and Garfunkel
"Esto no es un sueño, no puedo escapar
Molares y colmillos, el clic de los huesos
Espíritus gimiendo entre las lápidas
Y la noche, cuando la luna brilla
Alguien llora, algo no va bien...
...No quiero volver a vivir mi vida otra vez."
Pet Sematary – The Ramones
Las fotos siguieron apareciendo, las horas pasando y las tazas de café, llenándose y vaciándose de forma interminable. El supuesto "rato" de Camus terminó por transformarse en horas; no recordaba haber escuchado historias con tanta curiosidad y emoción.
La joven enfermera sin embargo, no disfrutó el relato tanto como él, porque evidentemente aquello era ajeno al francés, pero no para ella; Lía estaba exponiendo su vida palabra tras palabra y las cosas que no había dejado pasar en años, ocultas y sepultadas bajo muros de pena, resurgían para comerla como el monstruo del armario.
Odiaba a su padre y a su vez, no creía haberle conocido nunca realmente.
El francés la observó, intentando amenizar su rostro tanto como pudo. Cuando distinguió que los ojos de la joven tenían problemas para mantener sus emociones bajo control, tomó su mano ("Camus, el Imperturbable" ya había dado paso a "Camus, el cuñado empático") y le propuso dejarlo, pero ella decidió sacar aquello -por fin- y exorcizar su corazón.
Dohko aún no lograba descansar bien. Si bien los sueños de todos habían vuelto a la normalidad y ya podían dormir del tirón, su cuerpo aún se reponía de sus heridas y el Santuario seguía destruido y acéfalo, lo que incrementaba su nivel de nerviosismo muy a pesar de los intentos de Shion por relajarlo.
Atena no había dado nuevas indicaciones -ni señales- pero sabía por el último comunicado (y los muertos que regresaban para contarle lo que sucedía) que habría que esperar, solo esperar; aquello ya no estaba en sus manos y lo único que podía hacer en su ausencia era reconstruir su Santuario y ocuparse de sus santos.
La voz del consejero de la Diosa (y su futuro esposo) lo sacó de aquellos pensamientos.
–Y nunca piensas dormir...
El chino dio un ligero salto. Jamás se acostumbraría a su puta teletransportación, ni con otros 200 años de amor junto a él.
–Y tú sigues apareciéndote por la espalda... ¿dónde está mi privacidad? –preguntó algo divertido cuando su corazón se normalizó y quiso voltear para buscar su mirada, pero el abrazo por detrás del carnero mayor no se lo permitió.
–Me gusta aparecerme por tu espalda, entre otras cosas. –aseveró besando el final de su cuello.
La risa suave del Patriarca llegó a sus oídos como una caricia y la suya se unió, a coro. Se escuchaba alegre.
–Estás feliz... has visto a Mu –sonrió Dohko y esta vez Shion se movió frente a él para contestar. Claro que estaba feliz, era feliz. Estaba vivo, él y aquellos que amaba también.
–Le he visto sí y tal parece que nos hemos quedado sin guardián en Aries.
No dijo nada porque sabía que meterse con su alumno era comenzar una batalla innecesaria, de todas formas, se lo esperaba dadas las circunstancias y la renuncia de Aldebarán. Intentó que su gesto de disgusto no fuera notorio, pero si los guerreros de la élite dorada seguían desertando se quedarían pronto sin custodios en los templos... otra vez. Ante la falta de respuesta, el antiguo Patriarca prosiguió.
–Shaina podría ser una excelente opción. –deslizó antes de sentarse. Había bebido demasiado café y la alegría de ver a Mu había invadido su cuerpo a bombardeos de adrenalina, no podría dormir ni aunque quisiera.
El chino enarcó una ceja.
–¿Shaina?
–Sí, la Cobra es una guerrera leal y poderosa.
–Pero es...
–¿Mujer? –preguntó curioso y divertido –He peleado junto a compañeras de armas y son tan buenas como nosotros, además Mu se ha ofrecido a arreglar su armadura. Puedo hacerlo yo también si quisiera.
–Iba a decir "impulsiva y con pocas pulgas" pero voy a casarme con alguien que ha custodiado ese templo y tiene características similares.
El antiguo carnero resopló: –Pero qué cosas dices, si los años me han aplacado, soy tan calmo como un cordero.
La risa contagiosa del chino sonó estrepitosa en la sala.
–Un borrego inofensivo, no te jode.
Una mano rápida acarició el muslo de Dohko y al escalar al final de su pierna lo presionó con firmeza.
–Solo a veces.
Había huido al único lugar que su corazón lacerado consideró un refugio. Llevaba días anhelando un poco de paz, pero había comprendido ya que aquel deseo y su vida eran totalmente incompatibles. No existía ningún tipo de paz para él; ni mental, ni física.
Se había encargado de enterrar a su hermano lejos de los demás porque sabía que a nadie le importaría demasiado llorar sobre su tumba, así que a él le importaba aún menos tener que compartir espacio con ellos... después de todo, casi todos los muertos (exceptuando dos) habían vuelto a la vida, y obviamente su gemelo pertenecía a ese mínimo porcentaje. ¿Cuándo y por qué la suerte estaría del lado de ellos? No tenía sentido, evidentemente, pensó, sentándose junto a la lápida rústica e improvisada.
El nombre estaba escrito rápidamente, sin ornamentaciones ni tonterías (habían tenido que enterrar a demasiados compañeros y el cóctel molotov de estrés y cansancio había impedido desparramar arte sobre el sitio donde descansaría). La historia de su hermano se había reducido ahora a un nombre -Kanon- tallado sobre una superficie fácilmente erosionable.
–Lo siento –alcanzó a decirle al viento que golpeaba sus mejillas. Probablemente llovería pronto, sentía el aire cargado de tormenta. –Debería haber estado aquí y quizás las cosas hubieran sido diferentes.
Así lo sentía, sí. Tenía una mochila demasiado pesada llena de culpas ya como para agregar algo de peso extra, pero no podía evitar sentir que ahora que ambos habían tenido su redención y su tiempo de paz, él podría haber hecho algo diferente de haber estado allí y no en aquella misión en Milos. Ojalá haber estado junto a él o intentar salvarlo (como sí había logrado salvar a Aioros) y que no hubiera muerto solo.
Quizás su destino era ese, el de todos ellos, morir como un animal abandonado al que a nadie le importaba y no el que se había imaginado Kanon en su estúpida y torpe imaginación.
–Eras un iluso, hermano –le susurró, intentando contener aquella agonía que golpeaba su pecho como un martillo hidráulico. Al menos había tenido algo de tiempo para compartir con aquella versión amable de su gemelo, la distinta, la feliz.
Se preguntó cómo seguir.
Se preguntó si valía la pena.
Se arrodilló frente a la piedra con cuidado y talló rápidamente bajo el nombre de cinco letras, lo que correspondía (y lo que allí faltaba).
- Santo de Géminis -
–Eras el mejor de los dos y jamás pude decírtelo. Siento que hayas tenido que vivir en las sombras por mi culpa, siento haberte arruinado la vida. De verdad lo siento, yo sí. Merecías... otra vida y otra muerte.
Se levantó, con la caja torácica tan agobiada y agitada que parecía danzar al ritmo de tambores imaginarios. Supuso que lo único que le traería algo de paz era ver a aquella mujer, finalmente.
Quizás...
Quizás si alguien pudiera entenderlo...
Los recuerdos galopaban desde su boca con velocidad, risas y alguna que otra sensación furtiva que lograba escaparse, pero las emociones la invadían con fiereza... las emociones y sus propias memorias.
<<La hora de dormir era generalmente, para Lía, algunos minutos luego de la cena. Melek la arropaba -aunque le costaba un poco caminar porque su embarazo no era tan amable como debía serlo- y le daba las buenas noches; la rutina, siempre la rutina. Una nana en un idioma que no lograba entender, que sonaba dulce. Su beso en la frente, su fragancia a jazmín.
(La invitación a tocar su vientre y saludar a su hermanito.)
No podía esperar. Aquello del "hermanito" sonaba realmente prometedor... y muy serio. La turca de las nanas extrañas y amables le había dicho que cuando el pequeño Alexander naciera, ella debía ayudar a cuidarlo como una buena hermana mayor y que el bebé la querría mucho, muchísimo. Eso la alegraba infinitamente, claro, porque tendría alguien con quien jugar y compartir sus muñecos, y ya no estaría tan sola en aquella casa grande -y por momentos, aterradora, -.
–¿Alexander quiere que yo sea su hermana mayor? –había preguntado una vez, lo que hizo reír a la joven de ojos azules. Acarició su rostro, con una sonrisa enorme antes de besar su frente.
–Claro que sí, pequeña, porque tendrá a la mejor del mundo. ¿Lo cuidarás?
La niña asintió, muy seria. Claro que lo cuidaría, se lo había prometido.
–Sí. ¿Le gustarán mis dibujos?
Melek asintió y el pequeño bebé pateó tan fuerte como pudo, lo que desfiguró su rostro en una pequeña queja. Cogió la mano de la pequeña y la invitó a sentir aquellos movimientos.
–Dice que sí, que le gustarán. ¿Sabes? Si le hablas, te escuchará. ¿Quieres hablar con él?
Los ojos de Lía se abrieron, al igual que su boca, en una mueca de asombro infantil tan adorable que la turca creyó que así debía sentirse la felicidad plena y absoluta. Su hermanito la estaba saludando.
–Hola... –le susurró tímida, pero se detuvo. –¿De verdad me escucha? –preguntó a la joven, confundida, pero los movimientos del vientre ya enorme volvieron a sorprenderla, lo que la animó a continuar. –Soy Lía, tu hermana. Yo voy a cuidarte siempre, Alexander. Lo prometo.
No había podido cuidarlo siempre, especialmente no la noche de los golpes porque era demasiado pequeña para hacer algo útil... lo que no imaginó la niña es que lo cuidaría a los 26 años del griego -que no se llamaba Alexander sino Milo-, cambiando las vías en sus brazos y suministrándole antibióticos y calmantes para mantenerlo primero vivo y luego estable.
A veces las promesas tardan un poco en cumplirse, sí.>>
Extrañaba su voz, extrañaba sus correcciones que intentaban sin éxito ser severas. Extrañaba su tranquilidad y su visión de la vida, tan alejada al tumulto de sus emociones: él le había regalado su paz y ella su entusiasmo por las cosas simples de la vida. Ahora lo extrañaba todo y hubiera deseado no haber acumulado todos aquellos duelos, pero Camus no llegaba y sabía que lloraría de un momento a otro.
Su hermano la regañaba siempre
(eres tan emocional, Marianne)
pero ella no podía sacrificar su sentir como él, no lo creía natural.
¿Y si, quizás, Camus tenía razón y amputar su corazón era más sencillo que lidiar con la angustia que dejaba la ausencia de sus ojos traslúcidos por donde espiaba su alma? ¿Por qué lloraría por alguien con quien había compartido poco más de dos meses y con quien solo se acostó tres? No lo sabía y tampoco creía que aquella respuesta aplacaría su tristeza, la única certeza que tenía es que se había abrazado a su presencia de una forma abrumadora y aquel vacío le resultaba una burla cruel.
Se había acostumbrado a verle día tras día en aquella cocina preparando el desayuno para ambos
<<"Bonjour!"
"Estamos en Grecia, Marianne, buenos días"
"En Francia también tenemos buenos días.">>
y supuso que se había aferrado tanto a aquellas rutinas para aplacar sus duelos que la sensación de desprotección dejó su corazón nuevamente en cuidados intensivos.
No entendía el por qué (ni de su muerte ni de lo mucho que la afectaba) pero tampoco quería entenderlo... lo que ella quería saber era en cuánto tiempo el recuerdo de su sonrisa dejaría de lastimarla y pasaría a ser una dulce memoria... porque el mundo que el indio había creado para ella había pasado de nuevo a ser un lugar hostil.
Le recordó sentado espiándola de tanto en tanto para cerciorarse de que leyera su libro (y no lo reemplace por algún otro que Camus consiguiera en francés) para luego volver a su postura indiferente pero cercana a la vez. Le recordó besándola por primera vez, aterrado. Sus dientes chocaban con algo de torpeza, y su boca la buscaba inexperta (porque lo era). Le recordó desnudo en la cama, tan vulnerable como un pájaro que acababa de caer de un nido. No pretendía aparentar como los demás, ni quería echarse sobre ella como todos los idiotas que había conocido; estaba allí, pálido y nervioso, antes de susurrar que no sabía qué hacer.
<<"No tienes que hacerlo si no quieres" le había dicho ella, dándole el espacio y la decisión, pero él asintió. No sabía cómo pero quería hacerlo, después de todo, según Milo aquello era necesario.
"No sé que tengo que hacer" había sentenciado, con cierta incomodidad. Nunca había tocado a nadie y jamás lo habían tocado, ni siquiera de una forma afectuosa más que un apretón de manos. Le gustaba, sí, pero no sabía cuáles eran los pasos a seguir, su amigo griego no lo había especificado... solo había dicho que "tendría que llevarla a la cama" pero ya estaban allí y él no sabía qué hacer.
"No le preguntes a tu cabeza, pregúntale a tu cuerpo y al mío, escúchame. Lo descubrirás, solo escucha."
Aquella orden era sencilla, no parecía nada difícil, después de todo, él se había privado de la vista el tiempo suficiente como para darle a su oído una entidad propia. Los gemidos y sus manos lo guiaron sobre su cuerpo y descubrió pronto qué hacía bien y que no.
Para el momento en el que entró en ella ya había explorado lo suficiente como para descubrir que ser espectador de su placer le gustaba y a pesar de que tuvo que detenerse algunas veces por pedido de la francesa para evitar ir demasiado rápido (él no sabía exactamente cómo funcionaba aquello de golpear con sus caderas el cuerpo de alguien más) lograron, muchos arañazos en la espalda después, descubrir un ritmo propio, aunque al rubio le costó trabajo descifrar si a la chica le gustaba lo que hacía o le dolía, así que se detenía ante sus gemidos para preguntar si todo iba bien o estaba lastimándola.
Finalmente, después de varias interrupciones la joven alcanzó su clímax arrastrándolo con ella segundos después sin poder impedirlo y se durmió, junto a él, dándole aquel primer abrazo que le mantuvo despierto toda la noche preguntándose por qué nadie le había abrazado nunca.
Quizás nadie le había querido, era una posibilidad. Quizás era demasiado aburrido para ser amado.
Se acomodó en su pecho y cerrando sus ojos escuchó su corazón, como un tambor dulce y sonrió... bueno, quizás aquellos días habían terminado. Era un tigganou, ShakÁ, pero finalmente, también había sido querido.>>
La francesa volvió a su reloj, era demasiado tarde. Aioria dormía ya -y roncaba, producto del cansancio atroz que llevaba su cuerpo- pero Marin había descubierto un sitio web de juegos online y se había enganchado; iba por su segundo café. Quiso esconderse nuevamente a llorar pero
(eres tan sentimental Marianne)
Camus no volvía y no quería abrumar a los demás con sus tonterías.
Volvió a recordar al indio sonriendo feliz, en sus brazos, con sus ojos traslúcidos llenos de vida
les yeux sont le miroir de l'âme
y por un instante cruel se preguntó si habría sufrido al morir.
Tragó con dificultad.
Aquel cuerpo al que ella solo quería amar, había llevado como una cruz injusta, el destino violento de una vida llena de golpes y luchas. ¿Por qué?
–¿Marin?
La castaña abandonó la pantalla un momento para mirarla, tan dulce para ella como siempre.
–¿Sí, cielo?
–¿Dónde está Camus? ¿Podrías llamarle?
Saga esperó a la joven sin muchas esperanzas de encontrarla. Quizás era su día libre (no lo sabía) pero cuando estaba a segundos de pirarse de allí creyendo que aquello era una pésima idea, una voz suave y dulce le alcanzó, llena de alegría.
–¡Amor! ¡Creí que no vendrías!
–Milo cree que fue abandonado y que su madre no le amaba. –había sentenciado Camus.
Un dibujo deslucido por los años aterrizó en la mesa a modo de respuesta.
Unos círculos y unos palos que emulaban un grupo de personas (recordó al gato de la pequeña Mimi) intentaban mostrar una familia. Unas letras torpes atravesaban aquellas cabezas graciosamente dibujadas. "Melek, Papi, Alexander, Yo"
Esta vez, de la caja de Pandora de Milo salió una carta (una de muchas).
Los dedos delgados del francés se estiraron para leerla.
"Alexander,
¡T esperamos muchooo! Hise este dibujo porque Melek dice que dibujo bonito y que te gustará. Tambin dice que eres "el protector de la humanida" pero yo debo cuidar de ti porque soy tu hermana mayor y eres bebé. ¡Hoy pateaste! te dibuje así, deves tener las piernas muy largas."
Efectivamente, las piernas de Milo eran dos palos tiesos que atravesaban aquella barriga-círculo de la turca retratada por la pequeña enfermera. Camus sonrió. Bueno, sí, las piernas del griego eran largas, largas y pateaban.
Lía no le habló de la noche de los golpes, aquello era demasiado personal y no podía evitar sentir que aquel hombre frente a ella era un completo extraño. El novio de su hermano, sí, pero un extraño. Le había contado del amor de Melek, de sus canciones, de Alexander, de las patadas del bebé; le había mostrado sus dibujos, sus notas y sus cartas... pero abrir aquella puerta no había sido fácil y estaba demasiado abrumada para continuar, aunque lo hizo en un intento de reconstruir su historia. Saber que su hermano había crecido con la idea errónea de que le habían abandonado le dolía más que sacrificar algunos recuerdos para devolverle la identidad.
Fue entrada la madrugada que el francés recibió el llamado de Marin, que le tomó por sorpresa porque estaba demasiado absorto en la historia. Coño, había olvidado a su propia hermana.
(Marianne no lo lleva bien, Camus)
(Un momento, por favor)
(No, que si te digo que no lo lleva bien, es que no lo lleva bien.)
El galo suspiró, excusándose, lo que fue un alivio para la enfermera, quien ya no quería seguir hurgando en aquella historia, al menos no aquella noche y no con su cuñado.
–Siento interrumpir... es que... debería volver ya, Marianne... bueno... ya sabes cómo son los hermanos.
Ah, eres estúpido, Cam, muy bien diez, se dijo. Se arrepintió al instante de pronunciar aquellas palabras. Lía negó con la cabeza.
–No, no lo sé, espero aprenderlo algún día, pero no lo sé.
–Lo siento. –afirmó el, honestamente.
–Está bien. De todas formas ya es tarde y mañana debo trabajar.
El francés se levantó pero aún le quedaba algo por resolver.
–Muchas gracias por... lo que has hecho. Sé que no es fácil para ti, o al menos lo supongo porque no soy tan estúpido como para no notar que... hay algunos huecos dolorosos en tu historia. Ahora... no quiero mentirle a Milo pero tú eres su hermana y... creo que te corresponde a ti tomar la decisión de decirle la verdad y el momento para hacerlo.
La joven asintió, obsequiándole la sonrisa clonada del griego.
–Lo haré, cuando esté listo... y le diré todo, todo lo que omití hoy y le corresponde saber a él. No quiero abrumarlo, creo que debería esperar a que se recupere. Preferiría tener la oportunidad de decirle la verdad cuando no dependa de un soporte químico para vivir.
Camus asintió, tenía razón. Él no era más que un mensajero, su misión era conocer la veracidad de todo aquello y eso había sido respondido ya. Marin volvió a interrumpir.
(¿Estás en camino?)
(Un momento)
(Me cago en tu puto momento, que vengas ya, coño.)
–Lo entiendo y de hecho yo debería irme ya, le prometí a Marianne que volvería pronto y no quiero dejarla sola mucho tiempo.
–Ya, tranquilo, entiendo. Espero que consiga el trabajo, por cierto. Tu hermana es muy dulce y tiene suerte de tenerte.
"No te imaginas, chica, la suerte que tiene Marianne" quiso decir, pero se contuvo.
–Es muy dulce sí. Y es una enfermera increíble, queremos asentarnos por aquí así que el trabajo le vendría genial.
–Sí, eso mismo ha dicho su esposo.
Esposo, esposo, repensó Camus. Saga, claro, el falso marido de Mimi.
–Sí, Saga.
La chica intentó sonreír pero el gesto de desdén había sido tan obvio que a Camus no se le escapó.
–Él ha perdido a su hermano recientemente y... eso le ha dejado algo afectado, siento si ha tenido alguna actitud que no te ha gustado, pero generalmente es un buen hombre.
El ceño de la chica se relajó.
–Lo siento.
(Camus, voy a matarte en cuanto pises la habitación del hotel si tardas en aparecer aquí más de 5 minutos, estoy embarazada y esta bomba hormonal te reventará en la puta cara, chico.)
–Gracias otra vez. Deberías descansar... y yo dejarte en paz.
–Gracias a ti por cuidar de mi hermano... y amarlo. Todos merecemos amor y me alegra que haya podido encontrarte. –sonrió.
"No tienes idea el daño que le hice, pero eso intento" pensó antes de saludarla amablemente y volver al hotel tan rápido como pudo.
Saga tragó con dificultad, aquello sería más difícil de lo que había pensado originalmente. ¿En qué momento había pensado que era una buena idea?
Los ojos de la joven destellaron felices al ver a su amado pero algo en aquel rictus de tristeza en su rostro evitó que se abalanzara sobre él a besarlo, como siempre. Se detuvo, confundida, solo para encontrarse con su mirada que debía observarla con amor pero sin embargo, estaba cubierta de un halo de frialdad que jamás había visto.
–¿Amor?... ¿estás...? –la mujer preguntaría si estaba bien, pero Saga negó como toda respuesta. Sus parpados titilaron confundidos.
Ella dio un paso torpe, acercándose.
–Kanon... ¿qué...?—
–No. No soy Kanon. Soy su hermano, Saga. Él ha... –hizo una pausa, no planeaba conocer a su cuñada en esas circunstancias, pero saber que a alguien en el mundo le importaba aquella muerte lograba amenizar un poco el dolor. Además, supuso que él hubiese querido notificarla, evidentemente. –Ha muerto. Lo siento mucho.
Se enteraría pocos minutos después que el joven caído había olvidado mencionar un pequeño detalle:
"Tengo un gemelo idéntico" .
Y sin embargo...
...lo entendía.
¿Por qué lo haría? ¿por qué mencionar a Saga después de todo lo que habían vivido?
Le había cagado la vida.
Cuando Camus cruzó la puerta finalmente Marin le fulminó con la mirada. No sabía en qué estaba metido el francés, pero no podía ser nada bueno si volvía de madrugada y no estaba precisamente en el hospital. Los ojos del galo esquivaron a la japonesa y no tuvo que investigar demasiado para encontrar el motivo de aquel llamado urgente, porque lo escuchó.
Los pulmones estereofónicos de Marianne a tope le dieron una idea. Aioria ya estaba despierto, claro.
–¿Mimi? –preguntó él, acercándose al cuerpo de su hermana que tenía el rostro húmedo -empapado- y rojo, tan rojo como cuando era una niña y rompía en esos llantos abrumadores
(¡PERO YO QUIERO VER TINTIN ET MILOU!)
(¡Te odio para siempre, Camus!)
–Mimi... –susurró, dando otro paso con cautela. Sabía que su hermana en ese estado podría de reaccionar de dos formas. Marianne-douceur: Llorar y transformarlo a él en un puerto asediado por olas de lágrimas gigantes y peligrosas o...
–¡¿Dónde estabas?!
O convertirse en la temible Marianne-colère.
Aioria y Marin dejaron de entender cuando comenzaron a hablar en su idioma natal, así que decidieron darles algo de privacidad y se marcharon de allí, después de todo, la noche en Milos tenía un clima agradable (La estepa rusa también lo tendría en comparación con el que se había generado en la habitación).
–Yo...
–¡No puedes irte así! ¡Sin decirme nada!
Sabía que su reclamo no tenía un tono celoso o posesivo, porque no tenían que explicarle a él lo que se sentía.
–Marianne yo tenía cosas—
–¿Sí? ¿Has renunciado ya?
Aquella pregunta pilló a Camus fuera de juego y sacudió su cabeza confundido.
–¿De qué hablas?
–Hablo de esa mierda de vida que llevas y tu puta armadura. –replicó ella frunciendo el ceño tan drásticamente que su rostro parecía el de alguien más.
–Marianne, no...
–Pues si no lo dejas ya, me iré de aquí, Camus. Volveré a Francia.
Él quiso reír pero se contuvo.
–Ya, te irás a Francia. ¿Y eso? ¿Qué es este berrinche? Eres una adulta, Marianne, actúa como tal.
Los ojos de la pequeña Mimi se habían transformado en dos agujeros negros cargados de destrucción y barrió sus lágrimas con fiereza.
–Me iré a Francia caminando si es necesario, para no verte morir como un perro.
Camus asintió.
–Entonces esto es por Shaka. Te lo advertí, te advertí que no te enamoraras de un soldado porque ahí está. Te lo advertí. Si me hubieras oído—
La joven se levantó de un salto y se acercó a él con tanto ímpetu que creyó que le atravesaría la cara de un golpe, pero no lo hizo.
–Esto es por ti. Eres mi hermano, y la verdad ahora mismo un hermano bastante imbécil. Tú también te enamoraste de un soldado y ahí está. ¿Te divierte ver a quien amas luchando por su vida? ¿Te lo pasas bien? ¡A que ha sido una puta pasada verle en coma!
–No, no lo fue pero es lo que elegí. –sentenció él, tajante.
La carcajada de la francesa resonó histérica en la habitación.
–¿Elegiste? –volvió a reír –¿Es que además de cagarte la vida en ese sitio también te lavan el cerebro? Tu no elegiste nada Camus porque no puedes mentir tu historia, que es también la mía, ¿lo recuerdas? Puedes mentirte a tí pero no puedes mentir la historia.
–¡Ya basta! –exclamó él, severo. Sus ojos centelleaban. –Entiendo que duela pero así son las cosas y yo soy esto, no soy el niño que miraba Tintin et Milou, soy un guerrero y sí, ¡morir está dentro de las posibilidades! ¿Duele? ¡Sí! ¡Por eso debías mantenerte alejada de mis colegas! Pero no, Mimi la sentimental va y se fija en el tío más solo del Santuario ¿Qué coño podía salir mal? De verdad, Marianne, creí que lo comprendías.
La cara de la francesa contenía tanta ira que sus mejillas, rojas y húmedas, ardían como la fiebre. Lo miró con desdén.
–Tú eres un cobarde. Eres un guerrero ahora que Milo está mejorando, pero ibas a dejarlo si no te dejaban marchar a verle, ¿no? ¿Tanto te fastidia que yo pueda amar con libertad y tú no? Es por eso que yo soy Marianne, la sentimental. ¿Cuántas veces has amado? ¿Cuántas veces has hecho el amor plenamente, Camus, cuántas? ¿Crees que tus putas barreras te defienden del dolor? Solo lo ocultan.
Nunca, la respuesta era nunca.
Nunca había podido disfrutar del amor plenamente porque la única vez que había logrado expresar lo que de verdad sentía, había sido la última que había visto a Milo caminar antes de todos los acontecimientos que le llevaron a morir y posteriormente a la guerra que destruyó el Santuario.
–Marianne, hemos terminado aquí. –replicó, serio. No tenía por qué escuchar las tonterías de su hermana que evidentemente estaba demasiado abrumada por la tristeza, él ya tenía demasiadas cosas de las que ocuparse. –No tengo tiempo para tus caprichos ni tus berrinches. Tienes 25 años y ya es hora de que madures. Siempre supiste la verdad, quien era yo y qué hacía para vivir... Te lo dije en el Santuario, que te alejaras de mis compañeros, que jugar a las novelas con ellos estaba totalmente fuera de tu liga, porque evidentemente lo está. Yo sé lo que hago y sé qué puede sucederme a mí y a mis compañeros. Y ya está. Lo sabías, lo sabías todo, Marianne. Yo también maté a Shaka... Y lo aceptó. ¿Sabes por qué? Porque para eso nació, y para eso nací. Porque es nuestro destino, aunque tú no lo entiendas. Somos guerreros antes que amantes y tú deberías estar llorando por algún idiota parisino que no te conteste el móvil y no por un guerrero que murió haciendo lo que tenía que hacer.
El rostro de su hermana lo observó, tan gélido, que sintió que se observaba a si mismo en un espejo. La cólera había dado paso a una tranquilidad alarmante, la calma antes de la tormenta.
–El día que entiendas que ningún niño nace soldado, será el día que tu armadura valga algo para mí. –le contestó, mirándolo tan firmemente como pudo. Ni él ni ella darían su brazo a torcer, lo que culminó en una batalla de miradas gélidas y fijas. –Shaka no sabía jugar. ¿Esa es la justicia que defiende tu maravillosa armadura de oro? ¿Un niño abandonado que no ríe? ¿Los llantos en las noches de los infantes golpeados para moldear su carácter, las heridas infectadas, el amor amputado? ¿Cuánto cuesta tu puta armadura, oh, gran caballero dorado Camus du Verseau? ¿Cuesta el niño que abandonaste en Pérouges? ¿Cuesta la agonía de ver a todos los que amas caer junto a ti? ¿Cuesta a Milo, respirando gracias a una máquina que lo hace por él? Shaka no sabía jugar y si a ti eso te parece normal no solo me pareces insensible, sino un estúpido y un necio. Tú defiende el sitio donde han tratado a tu amado como un número reemplazable y yo defenderé el mío, donde el amor y la lealtad a ese amor significan algo. Quizás sea Marianne, la sentimental, sí, pero soy más valiente que tú.
Los ojos de Camus la observaron y no logró articular una palabra para romper su discurso. Abrió la boca, pero nada sucedió, ante su silencio, su hermana estiró la carta del indio para dejarla en su mano.
–Si a ti te parece normal que en 26 años de vida no hayan abrazado a un ser humano para demostrarle amor, entonces tú y yo no solo somos diferentes sino que somos increíblemente antagónicos. Marin lo ha dejado, Aioria también... ¿son desleales o cobardes, según tus creencias? Porque a mí solo me parecen coherentes, porque lo han comprendido. ¿Crees que esto es por Shaka, Camus? –rió, agria. –Shaka murió y solo puedo recordarlo preguntándome "¿estoy lastimándote?" cuando nadie le preguntó a él si le dolían los golpes que se ha llevado solo porque alguien decidió que el destino de ese niño era crecer sin amor y a los porrazos. Un niño que no sabe jugar, un niño golpeado, un niño que no recibió un abrazo en más de dos décadas de existencia. Ese niño era tu amigo y ese niño era el joven del que me enamoré porque fue el único hombre que me cuidó, ¿no es irónico? El cuerpo que yo acaricié con todo el afecto de Marianne, la sentimental, no había sido acariciado en 26 años de vida, Camus y ahora ese cuerpo que yo amé, besé y acaricié está alimentando fauna cadavérica en alguna tumba que nadie visitará jamás. Esa es la justicia que tú defiendes, oh, gran caballero dorado, estoico y valiente.
Los dedos del francés, aturdido, se encontraron con las hojas que espió con cuidado para dar con aquel cartel escrito en aquellos símbolos
(¡Shaka, Shaka, escribe mi nombre en hindi!)
y no pudo detener la lágrima que corrió mejilla abajo con velocidad.
–Volveré a Francia porque vivir aquí ya no tiene sentido. No voy a verte morir así, Camus, no puedo, no puedo imaginar una vida donde tenga miedo de ver el reloj esperando a que vuelvas para que alguien me diga en tono condescendiente que te has muerto y que tu cuerpo va a descomponerse a metros de la superficie luego de haber aplastado tu infancia y tu vida, y que un señor ataviado con una túnica elija algún otro huérfano nacido en febrero para molerlo a golpes y ocupar tu lugar. Eres mi hermano.
Camus estaba demasiado abrumado para reaccionar, solo logró dar algunos pasos para sentarse en la cama con la carta entre sus manos.
"Un abrazo, quizás, es algo tonto para tí (habrás dado muchos, en tu vida normal) pero yo no había recibido ninguno."
Marianne guardó su portátil en una de sus maletas, aunque esta vez Saga no la ayudaría y tendría que apañárselas sola para volver a su hogar.
"Gracias por haberme querido, y por haberme enseñado que incluso alguien tan tosco e inexperto como yo, podía sentir algo tan bonito por alguien más, algo superior: la necesidad y el deseo de ser abrazado, el deseo de besar, el deseo de ser correspondido."
Un nudo se adueñó de la garganta de Camus. Recordó a Milo en su cama, infinitas veces, buscando sus ojos con avidez.
("Te quiero, Camus"
"Mhm")
Él también tenía la necesidad y el deseo de ser abrazado, el deseo de besar y el deseo de ser correspondido, aunque también le había llevado muchos años comprenderlo. Su hermana empacaba en silencio, pero aquello le parecía demasiado lejano.
"Hubiera deseado tener más tiempo, para volver a escuchar tu corazón en uno de aquellos abrazos."
¿Recordaba los latidos de Milo? No, porque era el escorpión quien buscaba un sitio en su pecho como un niño, solo podía recordar su corazón fallando en el hospital. Otra lágrima rodó pesada, para caer sobre la letra prolija de Shaka.
"(También me gustaba que besaras mis ojos, porque hasta que llegaste, solo los utilicé para lastimar, pero tú me enseñaste que eran el espejo del alma y yo quería que veas la mía)."
Aquella estúpida frase de Mimi, la sentimental.
(Les yeux sont le miroir de l'âme)
Sí. Había visto el alma del griego cuando abrió sus ojos con furia saltándose las drogas sedativas y se fijó en los suyos, buscándole con desesperación.
"Me despediré diciendo que aunque no logré aprender francés, conozco palabras en mi idioma que por lo que sé, no tienen traducción y hasta hoy, no las comprendí.
"Viraag" es una palabra que utilizamos para describir el dolor y la angustia que sentimos cuando nos separamos (forzosamente) de alguien."
No sabía hindi, pero estaba seguro de haber sentido eso mismo cuando fue arrastrado a Siberia sabiendo que no volvería a ver al escorpión en mucho tiempo o cuando le arrebataron a su hermana y su oso sucio de sus brazos para llevársela a Paris.
""Onsra" es aquel sentimiento agridulce de amar a alguien por última vez, ¿Sabes? eso que sientes cuando sabes que un amor no durará."
Vaya, lo que había sentido toda su vida tenía una palara específica en lo que sea que hablara Shaka.
"Ahora mismo me siento así...
-Ah, antes de terminar. Por algún motivo que desconozco, a todos les gustaba que escribiera su nombre en hindi, desde que llegué al Santuario, veinte años atrás. No haré la excepción contigo, así que lo dejaré en una pequeña hoja antes de cerrar el sobre. Tienes un nombre precioso, Marianne.-"
<<–Shaka, Shaka, ¡escribe mi nombre en hindi!
–¿Camiú Dubwá?
–No, no... se escribe así: Camus Dubois.
–Espera Shaka ¡yo también! El mío es más fácil. Milo Mi-lo Tzakiris. Tza-ki-ris.
–Oye, no. Yo voy primero, Milo. Escribiré el tuyo en francés luego, Shaka.
–¡Eso es trampa! Pues yo lo haré en griego si dibujas el mío primero.
El indio sonrió levemente, había aprendido a escribir en el monasterio y estaba orgulloso de ser muy buen alumno (eso le habían dicho); extendió ambas manos, con sus respectivas hojas.
–Ya. Ya están listos. –sentenció, feliz con su creación.
–Que guay. Mira, el mío es más bonito. –exclamó el francés feliz observando su cartel.
–Shaka ¿puedes escribir "Camus es un tonto" en hindi? –rió el pequeño escorpión haciendo una mueca de burla al francés.
–¡No! Mejor escribe "Milo es un envidioso".
El futuro santo de Virgo sonrió breve espiando levemente la alegría de sus compañeros, pero fue interrumpido por el pequeño carnero y el toro, quienes también se acercaron (Shaka, Shaka, escribe mi nombre en hindi).
El tibetano observó el resultado en su hoja con tristeza.
–¿Y mi nombre?
–Ahí: "Mu".
–Pero el de ellos es bonito y el mío es... pequeño. ¿Estás seguro que no faltan... cosas? –quería protestar porque era solo un símbolo pequeñito y lo observó desilusionado, él aún no aprendía a escribir. El indio tomó la hoja nuevamente y reescribió "Mu de Aries".
–Me equivoqué, lo siento. –mintió Shaka, rápidamente. –Ahora sí está bien. >>
Camus sonrió a aquel recuerdo agridulce. Era cierto, su hermana tenía razón, aquel niño herido sería reemplazado sin más por otro niño herido: Shun. A nadie le importaban sus carteles en hindi, ni sus meditaciones eternas, nadie cuidaría su jardín... a nadie le interesaba si había sido amado, aquel indio no sería recordado como el jovencito paciente que dibujaba para ellos, sino como una máquina de matar, el implacable e impiadoso santo de Virgo de aquella era.
"Ojalá tener más tiempo, ojalá haberte conocido antes o en otras circunstancias. Me hubiera gustado aprenderlo todo contigo."
¿Tenía tiempo él? Milo se reponía en una habitación del hospital y probablemente tendría secuelas, ¿le importaría al Santuario o le descartarían para buscar un nuevo Escorpio, entero y fuerte?
A él también le hubiera gustado conocer al griego en otras circunstancias.
"Te quiero y agradezco que me hayas querido,
Shaka".
Ahí estaba.
El niño amable que le había mentido a Mu para evitar la tristeza y la desilusión del joven carnero, el santo que había cuidado de su hermana (y le había salvado la vida) agradecía en una línea que alguien le haya querido. Descubrió la injusticia de todo aquello con tanta violencia que su corazón se aceleró y otra lágrima abandonó su ojo, azul y empañado, para caer al vacío.
"PD: Te mentí cuando asentí. No sabía quien era David Bowie, pero le pregunté a Camus. Me temo que probablemente moriré sin escucharlo, pero estoy seguro que si a ti te gusta, a mi también me gustaría, porque me gusta todo lo que te hace feliz a tí."
Supuso que Shaka, torpe y solitario, había dado con el verdadero tesoro del cielo, el descubrir la felicidad a través de la alegría de su hermana. Recordó a Milo, cantando en su cocina y la sensación de hogar. El escorpión era, después de Marianne, lo único que le brindaba un sentido de pertenencia y por eso lo había alejado de él, porque le aterraba, le aterraba perderle tanto como a Mimi.
Dobló la carta tan prolijamente como pudo antes de dejarla sobre la mesa. Su hermana tenía razón.
–Lo siento, Mimi. –dijo, a la habitación vacía, porque Marianne-colère ya se había marchado de allí en silencio.
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