32. Mentiras
"Una verdad no dice nada
Y al mismo tiempo lo esconde todo
Como una hoguera que no se apaga
Como una piedra que nace polvo"
Una palabra – Carlos Varela
Saga caminó rápidamente, atravesando como una saeta el hospital a pasos largos, solo para detenerse en una puerta blanca y enorme que rezaba "Dirección". Marianne lo observó fijamente -luego de hacer su esfuerzo por alcanzarlo- confundida.
–Creí que ya nos íbamos –deslizó ella, algo perdida. –¿Qué hacemos aquí?
–¿No querías el trabajo? –inquirió el griego, enarcando una ceja.
–Pues sí, pero ya le dimos mi...---
El gemelo negó con la cabeza, interrumpiéndola. Si la chica creía que le contratarían solo por llevar una hoja impresa a la enfermera simpática que había curado sus pies descalzos en un momento de necesidad, aún le faltaba mucho por aprender. Si bien su griego era entendible (con acento sí, pero comprensible), necesitaría lenguaje específico (médico, del que carecía) y mucha ayuda para que ese papel no quedara en el fondo de una papelera, nadando en círculos junto a sus nuevos amigos de la basura.
–Te dije que me encargaría, tú ya has hecho tu parte, ahora es mi turno.
Los ojos confundidos de la francesa lo persiguieron, curiosos.
–¿Qué harás?
–Lo que prometí. Tú quédate aquí. Nos iremos en unos minutos.
Esas fueron sus últimas palabras antes de atravesar la puerta del director del hospital.
Aquella noche, Camus iba más nervioso que de costumbre. No le había dicho a Milo absolutamente nada; ni quién era la joven, ni qué le había confesado en aquel pasillo algo lúgubre de luz fría y cerámicos grises, ni que iría a verle luego de su turno... no hasta estar completamente seguro de que podía ayudar a reconstruir su historia desde el comienzo -y saber que no mentía, evidentemente-. Además, aquella tarde ya había sido lo suficientemente emocional para el escorpión y decidió dejarlo estar, para no abrumarlo con noticias que aún no eran certezas.
Se plantó frente a la casa ubicada en la dirección de aquel papel prolijamente doblado en su bolsillo, pero su repentina inseguridad le hizo verificar tres veces antes de golpear
(Que bien, maravillosa edad para desarrollar un trastorno obsesivo-compulsivo, Cam, se dijo)
y su estómago impaciente se retorció en un pequeño salto inquieto.
Camus, otrora "El Imperturbable", era ahora un hombre (un cobarde, comentó alguna parte de su cerebro) que yacía sepultado bajo toneladas de emociones que le arrastraban sin que él pudiera decidir en absoluto.
Su vientre respondió desaprobando sus pensamientos con un nuevo vuelco.
Aún puedo irme corriendo de aquí, murmuró.
La joven enfermera abrió la puerta, rompiendo la oscuridad de la calle con un haz de luz proveniente del interior del hogar, también presa de los nervios. Su visita le había dado unos minutos para darse una ducha -y hacerse una idea de lo que sucedería- y lo agradeció internamente, de buena gana hubiese obviado aquel encuentro, pero se lo debía, a él -a su hermano- y a sí misma.
–Hola... –deslizó él, algo tímido, cuando pudo ver finalmente su rostro y el parecido con Milo se hizo increíblemente evidente. La escudriñó con el azul intenso de sus ojos llenos de brillo y curiosidad. Ella lo invitó a pasar con un gesto amable devolviéndole el saludo.
Sin saberlo, cuando su pie derecho pisó el suelo de la casa de la joven, comenzó a hilar toda su historia, la de su amigo, pareja, compañero... Milo Tzakiris.
(Alexander Karagounis en otra vida que jamás llegó a conocer).
–¿Conocías al director? –inquirió Marianne, curiosa... después de todo la reunión del gemelo había sido breve y no había logrado escuchar nada. Sus palabras rompieron aquel silencio mientras caminaban hacia el hotel, presa de la ansiedad. Esperaba poder trabajar pronto, si no podía volver a Francia al menos quería dejar de dormir en un colchón viejo con su hermano mayor.
–Sí, es un viejo amigo –mintió Saga. No era elemental que la pequeña Dubois se enterara que su dedo índice se había elevado con cierta velocidad y un haz de luz atravesó la frente del Director del Centro Médico de Milos... de todos modos, no lo había lastimado y podía regular bien la intensidad de su control y lo que él necesitaba, era básico. No lo lastimaría, no... solo un pequeño favor.
–¿Crees que me darán el trabajo? –preguntó ella, esta vez más insegura que curiosa.
–Claro que sí, estoy seguro. Me debe una. –volvió a mentir, zanjando la cuestión. No le explicaría la verdad, ¿por qué? Él había perdido la paciencia hacía tiempo ya... y Kanon... Kanon en la tumba. Kanon muerto. Asintió más para barrer aquellos pensamientos que para contestarle a la hermana de su colega.
Cuando finalmente, en silencio nuevamente, atravesaron la puerta, Marin aún se veía alterada, pero feliz. Aioria también se había unido al coro de la excitación y sonreía, a pesar del cansancio.
–Shaina está viva –decía, una y otra vez, como si la hubiera poseído una entidad con una falla repetitiva. –Jabu está vivo, Death Mask... Mu... es que han vuelto, han revivido a los muertos. ¡Shaina está viva!
El corazón de Saga dio un vuelco, arrastrado por una ola de esperanza tan atroz que una sonrisa se escapó furtiva de su boca, observando a la japonesa. Marianne se unió a aquel gesto, pero no se le escapó que el águila no había mencionado el nombre de aquel indio que la quería. Quizás habían olvidado nombrarlo, eso era lo más probable.
–¿Y Shaka? –preguntó, tan rápido como su corazón, que galopaba. –¿Está bien? ¿Podemos visitarle?
Los ojos luminosos de Marianne centellaron ilusionados. Sabía que su hermano había sido revivido previamente, así que... ¿por qué no? Ahora era el turno de Shaka. Sonrió. Le diría que lo quería, que lo quería más de lo que había creído quererlo y que podían intentarlo juntos. Prepararía aquellas pizzas que le prometió probar y buscaría "Le professionnel" en alguna web para ver en su portátil. Podrían escuchar David Bowie y él volvería a enseñarle griego. Ella se burlaría de él, le diría que era un
-tigganou, ShakÁ-
y él sonreiría, levemente, dejando danzar la comisura de su labio izquierdo como si quisiera reprimir esa sonrisa que luego se le escapaba, rebelde. Podría dormir con él y besar sus ojos, para ver su alma a través de ellos otra vez... sí, eso haría. Todo comenzaría con la pizza.
Saga no imaginó una película, ni una cena, ni ninguna celebración, porque buscó a su hermano con su energía antes de que Marin pudiera terminar de desdibujar su rostro en un gesto de tristeza y no logró dar con él. Su hermano no estaba allí, de eso estaba seguro.
Fue Aioria quien habló.
–Lo siento mucho... aún...--
El entrecejo del gemelo se cerró en un gesto atroz, tan atroz e intimidante que los ojos verdes del león parpadearon repetidas veces para evitar aquella mirada.
–Y una mierda, sientes –replicó con un bufido, siseando como si su lengua despidiera veneno. No necesitaba aquellas putas palabras.
"Lo siento"
Aquellas dos palabras tan sencillas de pronunciar. ¿Qué sentiría Aioria? ¿Qué sentiría nadie excepto él por su hermano, si nadie jamás le había querido? Sintió asco y el músculo canino de su rostro se irguió en un espasmo de repulsión, como un latido. Nadie en aquel círculo de hipócritas lo sentía, ni por él ni por su hermano.
–Saga, de verdad lo siento. –agregó el castaño intentando levantarse, pero las piernas de Saga ya se habían puesto en marcha hacia la puerta.
–No sientes nada y no tienes que fingir. Enhorabuena, tú que sí puedes celebrar a los tuyos, león. –se volteó para buscar los ojos de la francesa que lo observaban todo, sin saber exactamente cómo debía sentirse. La miró relajando el ceño, con algo de pena antes de volver a hablar.
–Shaka no ha vuelto, Marianne. –sentenció, tan claro como pudo. –Conseguirás el trabajo. ¿Quieres un consejo? Reúne dinero, pírate de aquí y llévate a tu hermano tan lejos como puedas de esta vida de mierda antes de convertirte en una viuda crónica... porque eso es lo que sucederá si no te alejas. Lo perderás todo y no se detendrá para ti, la tierra seguirá girando y a nadie le importará tu dolor, porque las desgracias no tocan la puerta... no en nuestro mundo, chica.
Las palabras aún flotaban en el aire denso y espeso cuando el griego de metro ochenta y ocho cerró la puerta al atravesarla, dejando aquella habitación en un silencio oscuro y peligroso. La francesa buscó a Marin con la mirada, aturdida.
–¿Shaka no ha...?
La japonesa se acercó a ella para coger su mano.
–No, cariño, Shaka no ha vuelto. –quiso agregar "aún" pero alimentar esperanzas e ilusiones que quizás no se concretaran solo le causaría más dolor.
<<–¿Pero qué se supone que haces? –había preguntado él cuando descubrió que lo que leía no era griego sino francés. Levantó el libro como si hubiese pillado a una niña haciendo travesuras, y como era un tigganou, la miró con un gesto de desaprobación. Debía estar leyendo "Qué queda de la noche" de Ersi Sotiropoulos (el libro que Camus había conseguido en uno de sus paseos en Rodorio) para pulir el aprendizaje de su nuevo idioma, pero la diferencia de alfabetos era demasiado obvia para poder ocultarla cuando apareció detrás de ella y descubrió que no había alfas, vitas y ghamas, sino un montón de palabras incomprensibles para él.
Marianne rio, resoplando divertida. Sabía que el rubio no podría sostener el gesto de fastidio durante demasiado tiempo y le gustaba descubrir cómo se movía milimétrica la comisura de su labio cuando intentaba reprimir sus propias sonrisas.
–¿He dicho algo gracioso? –preguntó curioso... y confundido. Nunca lograba comprender por qué la joven reía tan frecuentemente cuando él hablaba, porque según sus compañeros, no era una persona divertida en absoluto.
–Por favor, no más griego hoy –suplicó ella, en un gesto algo infantil. Volvía a estirarse sobre la hierba para mirar sus ojos cerrados como señal de protesta.
–Debes estudiar si quieres aprender. –aseveró él, la comisura aún no se movía.
–¿Quieres jugar le baccalauréat? Es mejor, aprenderé más.
Aquellas palabras habían disparado en el indio una infinidad de memorias. ¿Quería jugar? ¿Cómo? Él no sabía jugar.>>
Uttar Pradesh, India 1992
A pesar de ser un niño, Shaka despertaba a la misma hora que todos los demás... 04:30 de la mañana. Levantaba su pequeño cuerpo del tablón de madera cubierto por mantas y sentía el frío del mármol en sus pies regordetes y descalzos antes de sentir aquel golpe gélido que bajaba por su espalda reclamando atención. Había descubierto que exhalar dentro de sus manos lograba calentar un poco su rostro y sus dedos antes de ponerse en marcha hacia el vestíbulo y comenzar su meditación diaria, no sin antes coger su plato (y su cuchara) y rogar internamente que no sirvieran arroz más tarde otra vez. Tenía frío y sus dedos diminutos protestaron como si pisara hielo.
"Por favor, por favor, por favor, sopa, sopa, sopa."
Los monjes eran amables, pero silenciosos. No podían hablar, cuando el gong daba comienzo a sus prácticas no podía hacer más que sumergirse en sí mismo hasta la hora del desayuno, donde tampoco se escuchaba mucho más que algún sorbo sonoro o la masticación inquieta de la vida del monasterio. Pocas veces intentó abrir la boca para decir algo, pero fue silenciado, amablemente sí, pero silenciado.
(Shhh...Silencio, Shaka, haz silencio)
Solo podía hablar durante sus clases, claro, donde con paciencia, le enseñaban al niño a leer y escribir.
Atenas, Grecia 1993
Aioria estaba feliz y su sonrisa iluminó el patio central y todas sus columnas. Milo corría detrás, como siempre, seguido por un pequeño Camus que caminaba fingiendo indiferencia pero curioso de ver la novedad. Mu y Aldebarán observaron con atención desde lejos cuando les vieron llegar haciendo un escándalo, comían khapse juntos pero no se acercaron. Shaka, sentado cerca de los rayos cálidos y amables de aquel sol griego, meditaba en silencio, pero también sintió algo de curiosidad y relajó un poco los párpados para espiar.
–¡Aioros me ha regalado juguetes! –exclamó el cachorro de león, abriendo una vieja camiseta donde escondía el tesoro. Milo se unió a aquella sonrisa abriendo sus ojos enormes, acercándose al botín para sentarse junto a él e invitando a Camus a unirse. El francés se asomó, aquello le interesaba y mucho.
–¡No puede ser! ¡Un trompo! –gritó el escorpión extasiado, abalanzándose sobre su nueva adquisición. Camus prefirió los coches, con dos le bastaba. Cogió ambos con una sonrisa.
El pequeño carnero observó todo con cierta emoción... tenía en su poder algunos regalos de su maestro Shion, así que corrió a buscarlos para unirse a ellos, no sin antes arrastrar al brasileño con él, demasiado tímido para sumarse al grupo por sí mismo.
–Yo también tengo juguetes –sentenció el tibetano, solemne, para dejar sus muñecos en el suelo. Al futuro Tauro le interesaba más el yo-yo, así que estiró su mano pero la voz de Milo le detuvo.
–Cuidado, puedes romperlo. Tus manos son muy grandes.
–Y yo puedo romper tu cara –agregó Mu, diminuto y fastidioso, alcanzando el yo-yo para su amigo.
–Vale, vale –rio Milo –podemos jugar todos juntos ¿no?
Todos asintieron, asignándose sus personajes y hablando de carreras, coches y los poderes increíbles que tenían sus muñecos en sus pequeñas luchas llenas de onomatopeyas de golpes y batallas ficticias.
La curiosidad de Shaka había destrozado su meditación y uno de sus ojos estaba casi completamente abierto. No notó que su cuello se estiraba un poco para ver mejor lo que sucedía. Todos hablaban en códigos que él desconocía y no entendía absolutamente nada de lo que hacían. ¿Fingían ser alguien más? ¿Sus muñecos luchaban?
El futuro santo de Aries advirtió que el rubio aún no se había unido al grupo.
–Shaka, ¿quieres jugar? –preguntó estirando su mano para darle un pequeño coche.
El indio observó el juguete con atención. Nunca había visto uno (no había juguetes ni en su casa ni en su antigua vida), pero evidentemente no entendía cómo funcionaba aquella miniatura. Uno de sus dedos cortos y algo torpes giró la rueda, pero no podía comprender nada más.
Sus gestos totalmente anonadados llamaron la atención de Milo.
–¿No hay coches en India?
Los ojos ya completamente abiertos del rubio alcanzaron su mirada pero no supo responder. Creía haber visto algo similar (y grande) camino al aeropuerto, pero solo había salido una sola vez en su corta vida y estaba demasiado nervioso y angustiado para registrarlo y recordarlo.
–No lo sé. –respondió dejando el juguete a un lado.
Aioria y Camus hacían ruidos extraños, como pequeños motores extremadamente veloces. Supuso que imaginaban cosas, pero él no sabía muy bien cómo funcionaba aquello de "imaginar" porque su mente estaba entrenada para ver la realidad. Shaka no entendió lo que hacían pero tampoco quiso preguntar.
(Shhh...Silencio, Shaka, haz silencio)
–¿No sabes jugar o qué?
El santo de Virgo sintió ganas de llorar. No, no lo sabía, le interesaba aquello porque todos se veían felices, pero no, no lo sabía.
(Shhh...Silencio, Shaka, haz silencio)
–No quiero jugar, gracias –aseveró, levantándose para marcharse de allí.
No se había alejado lo suficiente cuando escuchó una voz protestar.
–Pfff... que aburrido es.
Lía le ofreció un café que Camus aceptó de buena gana, aun estaba nervioso y se preguntaba si aquello era una mala idea... bueno, mentirle a Milo si lo era, hacer eso a sus espaldas también. La observó con atención mientras buscaba las tazas y su parecido era evidente. ¿Cuántas veces había estado en su cocina del templo circular preparando las tazas de la misma forma? El cabello caía en las mismas ondas y el perfil era definitivamente similar. La única diferencia notable eran sus ojos y el color de su cabello, claro, pero la genética había sido benevolente con ambos.
–¿Puedo preguntar si Milo sabe que estás aquí? –deslizó ella, al hueso. Quería saberlo previamente y no le gustaban las vueltas, después de todo, la información que le brindaría era su historia, ni más ni menos.
La pregunta le tomó por sorpresa pero negó con la cabeza. Le diría la verdad porque ya la abrumaría de mentiras luego para evitar explicar a qué se dedicaba su hermano y por qué se encontraba en ese estado.
–No lo sabe. Quiero estar seguro de que puede enterarse de todo esto. –replicó serio, mirándola, cuando se encontró con su rostro al voltear para dejar la bebida sobre la mesa.
–Ya veo. ¿Controlador o solo desconfiado? –sonrió ella, con un gesto amable y divertido.
–Ambas. –respondió el galo dándole un sorbo a su café. –Soy desconfiado y además, intento mantener la teoría del caos en un porcentaje bajo.
La enfermera asintió, sentándose frente a él, escudriñándolo. El joven era increíblemente elegante al hablar y moverse. Su porte por si solo le transformaba en una criatura hipnótica.
–Eres su pareja... o eso dicen.
El francés afirmó aquello con un gesto, pero lo sentenció con su voz.
–Sí.
Lía sonrió otra vez, revolviendo el líquido oscuro, no necesitaba preguntarlo pero creía que llevar la conversación tan clara como fuera posible ayudaría.
–No eres un hombre de muchas palabras, ¿no? –volvió a inquirir, algo divertida. Bonita forma de conocer al cuñado, sí.
Camus dejó entrever una leve sonrisa. No lo era, claro, pero se veía que lo de leer emociones y jugar al detective con él lo llevaban ambos en la sangre. ¿No había sido aquello el problema de toda la vida? ¿Ser un hombre de pocas palabras? Aprender a comunicarse le resultaba desafiante, pero lo intentaría.
–No, lo siento. –se disculpó. Tendría que comenzar otra vez para no caer en la comodidad de Camus el Imperturbable y sus ínfulas de príncipe de las nieves, así que mejor que aquellas barreras se deshicieran rápidamente para poder hablar con la mujer que tenía en sus manos la historia (y el amor) de Milo. –He tenido algunos problemas de comunicación, pero estoy trabajando en ello. Por cierto, creo que no nos hemos presentado formalmente, soy Camus... Camus Dubois. La pareja de tu hermano. ¿Mejor?
La joven le devolvió una sonrisa cálida, la misma sonrisa marca registrada del griego que amaba, acababa de clonarse, de lado, simpática.
–Mucho mejor. Soy Lía Karagounis, enfermera de tu pareja y enfermera de mi hermano.
La sonrisa se desarmó en un gesto que el francés no pudo descifrar, pero parecía algo a mitad de camino entre la emoción y la pena.
La charla inicial comenzó con presentaciones absurdas. Camus se inventó una profesión de la que luego se arrepintió
"Soy profesor de francés"
porque su cuñada comentó que una de sus compañeras intentaba aprender el idioma sin mucho éxito y si quería dinero extra, podría contactarla. Se imaginó a sí mismo enseñándole su idioma natal a alguien y sonrió para sí mismo creyendo que no sería un tigganou como Shaka, sería lo siguiente. Recordó cuando intentó enseñarle griego a la pequeña pulmones estereofónicos él mismo y ella dio por terminada la clase luego de una hora, arrojándole el libro por la cabeza al grito de "Connard!". Ese día decidió encargarle la tarea al rubio.
Mala elección número uno.
Lía le contó de su vida en Milos, de sus estudios, y él tuvo que inventárselo todo. La primera cita, cómo conoció al escorpión, como se enamoró de él... Bueno, inventar no se lo inventó, tomó "prestadas" las historias de la vida real de su hermana y su cotidianeidad. ¿Cómo conoció a Milo? Estudiando, claro. Marianne se había enamorado de Antoine (el primer idiota que le había roto el corazón) cuando estudiaba. Muy a pesar de Camus, la pequeña Mimi no había erigido las mismas barreras emocionales que él y dejaba que cualquier imbécil entrara en su corazón, incluyendo al tonto del alba parisino que había decidido jurarle amor eterno para meterse en sus pantalones y luego acostarse con media Francia a sus espaldas. Camus lo solucionó, claro, con un poco de helado y Cinema Paradiso después de escuchar su llanto agudo durante horas, en un viaje fugaz a la capital francesa. Le hubiera congelado las pelotas al muy hijo de puta, porque un poco de refrigeración genital a su parecer hubiera estado muy bien, pero Marianne se opuso.
Agradeció que su rostro fuese tan fríamente inexpresivo para los desconocidos porque aquella catarata de mentiras había salido sin freno ni pausa, como si su pequeña hermana hablara a través de él.
"La primera cita fue increíiiiiible, Camus, ha cocinado para mí y hemos hablado durante horas. Me gusta mucho, muchísimo."
"La primera cita fue increíble, Lía, Milo cocinó para mí y hablamos durante horas. En ese momento supe que me gustaba mucho, muchísimo".
No podría decirle que la primera vez que intimó con el griego fue cuando tuvo que reportar la desaparición del joven finés a quien entrenaba para obtener una armadura con el fin de proteger a su Diosa. No le diría que había sido horrible porque solo deseaba llorar y gritar pero a pesar de eso había terminado en la cama con su hermano, el caballero de oro de Escorpio y que no había disfrutado, porque su cabeza estaba a kilómetros de distancia en la profundidad de la estepa siberiana.
–¿Sabías de la existencia de Milo? –preguntó él, rápido, apurando el café y la conversación. No quería demorarse y dejar a Marianne mucho más tiempo sola. Sabía que Marin le acompañaba pero últimamente se había apegado demasiado a él, como cuando eran pequeños y lloraba si no caminaba de su mano o le sentía cerca.
La joven respondió apoyando una caja sobre la mesa, sin decir nada inmediatamente, lo que puso algo nervioso al aguador.
Sus manos buscaron dentro como si fuera el cofre de un tesoro que contenía la historia que tanto había buscado, algo que podía destruir o reconstruir a la persona que amaba. Lo primero que apoyó sobre la mesa, dejó al francés sin respiración. Era una foto.
–Es su madre. Melek–dijo ella sin más, pero la aclaración no era necesaria porque sus ojos... eran exactamente igual de vivaces, azules y llenos de risa que los de Milo.
<<–¿Quieres jugar le baccalauréat? Es mejor, aprenderé más.
No tenía idea que era aquello de "bakalogge-á" pero lo que sí tenía muy en claro es que a él no le gustaba jugar, a nada, nunca.
–No se aprende jugando, Marianne, se aprende estudiando. –respondió, algo áspero. Era evidente que la chica se aburría con él -como todos-
("Pfff... que aburrido es.")
pero no estaba allí para vacacionar sino para aprender. Camus no le había pedido que fuera su guía turístico, le había pedido que cuidara de ella y le enseñara.
–Claro que sí. Yo te enseño... –afirmó ella buscando sus hojas bajo la atenta vigilancia del santo de Virgo.
–No, Marianne, no vamos a jugar y tú tienes que leer éste libro y no... lo que sea que estés leyendo.
–Apollinaire.
–¿Cómo me has llamado? –preguntó él frunciendo el ceño.
–No, mi livre... Calligrammes de Guillaume Apollinaire. –replicó ella impaciente, señalándolo.
Shaka cogió el libro rápidamente y se levantó, como si ignorara su presencia.
–Pues ya me quedaré yo este y tú el que debes leer.
Ella protestó, frunciendo el entrecejo.
–¿No vamos a jugar? –insistió escribiendo algo en una de las hojas.
Aquello le pillaba tan fuera de órbita que su nariz delgada y algo quemada por el sol se sacudió con un gesto de confusión. ¿Por qué quería jugar si tenía 25 años? Negó con la cabeza.
–No, Marianne, no quiero jugar. –respondió, tan seco como su niño interior supo responder.
(No sé jugar.)
La francesa suspiró, resignada. Se acomodó para buscar nuevamente aquel libro aburrido y comenzó a leer en silencio; el griego le parecía horrible y hubiera matado a cualquiera al ritmo de la Marsellesa para volver a su hogar a dormir en su cama y no tener que volver a ver esos símbolos imposibles nunca más. Se hubiera abierto paso como la Marianne de Eugène Delacroix guiando al pueblo hacia la libertad, pero su madre se había equivocado y aquel nombre le quedaba enorme. Estaba demasiado triste para hacer ninguna revolución... pero no tenía a nadie más que a su hermano (porque lo había perdido todo) y si el precio a pagar era aprender ese estúpido idioma y vivir en ese sitio hostil, lo pagaría.
Su rostro se ensombreció, pero no lo notó ella sino el indio, quien sí vislumbró que la palma de su mano intentaba desempañar sus ojos.
(Shhh...Silencio, Shaka, haz silencio)
Podía sentirlo, no necesitaba que ella lo dijera ni en francés, ni en griego, ni en hindi. Su tristeza le empapó el cuerpo como un baldazo y se vio a sí mismo, con sus dedos regordetes, presionando torpemente la rueda del coche de juguete y la tristeza, de no entender, de no saber cómo jugar ni pertenecer.
Él podía volver a la India cuando quisiera (y lo hacía, frecuentemente) pero si había algo que podía recordar era la sensación de indefensión que provocaba estar lejos de lo que había llamado hogar, si es que alguna vez tuvo uno. La primera noche en el Santuario, extrañó hasta las lágrimas aquel tablón de madera donde dormía cuando debía despertar a las 4:30 am para meditar antes del desayuno (y a los monjes que no le hablaban).
No podía aliviar su dolor, no podía jugar con ella, no podía entender su idioma, solo pudo sentir su angustia en el cuerpo y sus ojos se trabaron, con la rigidez de sus párpados que se humedecieron levemente.
–Podemos jugar mañana. –dijo tan calmo como pudo, para domar su perturbada voz. –Hoy no tienes que seguir estudiando. Ya es hora de comer. Prepararé sopa.
Finalmente, se encerró en la cocina a intentar calmar aquella inquietud. Buscó entre sus especias con la mente algo dispersa, pero
(Pfff... que aburrido es.)
¿por qué le importaba? Se sentó a esperar que el agua hierva y espió aquel libro que le había quitado al regañarla
(Shhh...Silencio, Shaka, haz silencio)
Ojeó al azar las páginas llenas de dibujos...
"Existes-tu mon amour
Ou n'es-tu qu'une entité que j'ai créée sans le vouloir
Pour peupler la solitude"
...Y palpó a ciegas en busca de su diccionario francés-griego, escribiendo en los espacios en blanco que lograba encontrar, el resto lo hizo la lógica.
"¿Existes mi amor?
¿O eres solo una entidad que creé sin querer
Para poblar la soledad?
La francesa no tuvo que esperar al día siguiente, porque aquella misma noche, en la cena, él aprendió que eso del bakalogge-á era un juego donde luego de dibujar una tabla con categorías (animales, colores, frutas), ganaba aquel que podía completar más espacios con una letra aleatoria... pero Marianne inventó demasiadas palabras para quedarse con la victoria y Shaka decidió descalificarla por tramposa, aunque para entonces, él había carcajeado repetidas veces y el tiempo se les había escapado.
Esa fue la última vez que el santo de Virgo no quiso jugar.
–Eres divertido, ShakÁ –le sonrió antes de alejarse y volver a su habitación para dormir, ya sin angustia.>>
Marianne lo recordó todo, todo.
Era injusto.
¿Por qué él no podía volver?
Todo era injusto.
El olor a pan tostado y ajo inundaba la cocina, donde habían decidido mudarse con sus tazas de café para escuchar el relato del carnero, que era muy similar al de Death Mask. Habló de los juicios, de las Moiras, del cabreo de Zeus y la nueva reorganización del inframundo. Shion lo escuchó atento, igual que Aldebarán, pero el que interrumpió el relato fue el antiguo patriarca.
–¿Qué pasa con Kanon y Shaka, entonces? –indagó, curioso y preocupado. Sabía que Atena no había vuelto aún, lo que significaba que tenían esperanza.
El santo de Aries negó.
–Juicio, pero será más difícil. Lo supervisará Zeus, sí, pero será difícil. Si Shaka no hubiese intentado cargarse a Hades él solo y luego a su hija, al igual que el gemelo... igual estarían aquí, no lo sé.
Los ojos del antiguo guardián del primer templo danzaron intrigados.
–¿Fue Lune? ¿El que te juzgó a ti?
Algo en la mirada de su maestro le despertó curiosidad, no era una simple pregunta, allí sucedía algo. Respondió con otra pregunta.
–¿Tiene relevancia?
–Claro que la tiene. Tengo... un pasado en común con él. –zanjó determinante. Mu le conocía demasiado bien y sabía que no diría más. –¿Quién juzgará a Virgo y Géminis?
–Bueno, a Kanon lo juzgará Aiacos y a Shaka, Radamanthys.
Shion resopló.
–Supongo que Shun será un excelente Virgo. Y aún nos queda Saga en Géminis.
El brasileño estiró su brazo para llenar la taza vacía de su pareja, quien besó su hombro a modo de agradecimiento para luego sonreír, con el mismo gesto embelesado con el que le miraba siempre.
–¿Y Aries? ¿Quién será un excelente Aries? –preguntó, algo desafiante buscando los ojos de su maestro.
Lo sabía, lo supo siempre, pero aún así, no pudo evitar abrir los ojos a modo de sorpresa.
–Entonces lo dejarás.
Aldebarán (Paulo simplemente, en su nueva vida), sonrió aliviado de espaldas a la conversación, tenerle de vuelta no solo le tranquilizaba, sino también saber que cumpliría su palabra de quedarse allí con ellos lejos del peligro.
–Sí, lo dejaré. Y Kiki se quedará conmigo, lo sabes ¿no?
Los labios de quien habían sido su tutor se arquearon levemente en una sonrisa benevolente.
–Lo sé. Supongo que Dohko encontrará un buen reemplazo para ti. Alguien, ya sabes, que pase más tiempo en el templo del carnero que aquí en Jamir.
El joven rió.
–Creo que tienes a tu guardián perfecto... quizás tengas tus técnicas infalibles para convencer al patriarca pero creo que Shaina sería una excelente guardiana.
–¿Shaina? –inquirió Shion con sorpresa. –Bueno, no lo había pensado.
–Podría ajustar su armadura. –replicó levantando los hombros. No le importaría hacer unos últimos trabajos para el Santuario. –Es una santa con carácter y lo deja todo, más que cualquier otro. ¿Por qué no?
–Se lo mencionaré a Dohko.
El consejero de la Diosa se levantó, terminando su café de un trago largo.
–Me pasaré por aquí alguna vez si estás... de acuerdo, aunque ya no trabajes para nosotros.
Mu sonrió, levantándose también para abrazarlo.
–Eso me gustaría mucho... eres parte de la familia.
Su antiguo maestro asintió acariciando su rostro con un dejo paternal.
–No puedo creer que me dormí y cuando volví ya no eras el niño que corría a pedirme cuentos por las noches.
–Ahora me los pide a mí, está en buenas manos, tranquilo, yo me encargo de que duerma bien por las noches. –reafirmó el brasileño con una risa cómplice y divertida lo que ruborizó un poco la piel blanca de las mejillas de su pareja.
–¡Soy como su padre, no necesito esa información! Y tengo más de 200 años, jovencito, más respeto a tus mayores –resopló con un gesto fingido y exagerado de disgusto.
Mu lo miró a los ojos, sin reír.
–Lo eres. En mi corazón sí lo eres, Shion. Eres mi padre. No sería quien soy si tu no hubieras existido... me apenan los demás... todos... –negó algo conmovido, recordando a su amigo Shaka quien había muerto sin saber lo que se sentía que una figura paterna o materna le cuidara en absoluto– Tú eres mi padre.
Una inhalación profunda cargada de amor inundó el pecho de su maestro -padre- que la exhaló con la boca expandida en una sonrisa inmensa antes de volver a abrazarlo, esta vez más fuerte.
–Y tu mi hijo. Te visitaré todas las semanas, ya sabes, esto de la teletransportación se nos da bien así que... –levantó su dedo intentando sonar amenazante al mirar al ex guardián de Tauro –Cuidado con lo que le haces a mi pequeño, Alde, que estaré vigilando.
Después de una despedida tan emocional como feliz, Shion se fue como apareció, desmaterializándose mientras el brasileño se preguntaba si alguna vez se acostumbraría a aquellas costumbres.
Fue Mu quien cogió su mano, antes de acercarse a su cuerpo inmenso, moreno y perfecto solo para sumergirse en su pecho y dibujar un camino con sus labios.
–Kiki está dormido y yo... muy despierto. ¿Cómo has dicho que te encargas de hacerme dormir bien? Porque no me quedó claro.
La risa del toro le alcanzó como siempre, sensual y suave, antes de jugar con el lóbulo de su oreja y darle un mordisco cariñoso. La cercanía de Aldebarán en su cuello siempre lo perdía.
Cogió su mano para guiarlo a la cama y hacia aquellas sábanas donde Tauro había llorado durante días, listos para llenarlas de sudor.
Cuando el moreno se desvistió para él, sonrió antes de estirarse grácilmente y alcanzar todo su cuerpo desnudo con la boca con la avidez y la felicidad de saberse libre.
Su familia.
Mu lo había logrado.
Por él,
por los que no pudieron.
Por su amigo.
Por todo el dolor que habían cargado durante años.
Libre.
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