30. Saudade
Notita:
Bueno a ver si paramos ya de llorar, voy a tratar de alivianar un poco todo pero gracias por los comentarios y los votos, salvan a las focas bebes del Ártico.
Cuando estés parado en la encrucijada y no puedas comprender,
Solo recuerda que la muerte no es el final
Todos tus sueños se han desvanecido y no sabes qué vendrá,
Solo recuerda que la muerte no es el final
Nick Cave and the Bad Seeds - Death is not the end
Una semana le tomó a Milo recuperar su voz tras la extubación. Sus primeras palabras, roncas y gruesas, habían logrado suavizarse paulatinamente hasta poder articular frases completas sin sentir aquella carraspera fastidiosa. Por supuesto, ya estaba completamente despierto cuando Camus atravesó la puerta, sin percibir los suspiros de las enfermeras de la planta del turno mañana. Se habían convertido en la novela de las 10 sin siquiera notarlo.
El francés repetía la misma actuación visita tras visita. Caminaba hacia la cama, le sonreía y besaba su frente.
-A ver cuando me besas los labios -le dijo esta vez, con esfuerzo, intentando un gesto que amagaba ser una sonrisa. Aún le dolía el cuerpo de una forma grotesca, pero no lo diría, no quería que volvieran a sedarlo y había decidido que mentir era la mejor opción si quería seguir despierto.
-Cuando salgas de aquí tengo mejores planes para esa boca. -contestó el francés, cruzando sus piernas mientras se acomodaba en la silla junto a él.
Milo quiso reír, pero una punzada de dolor lo atravesó y transformó aquella mueca, deformándola.
-¿Te duele?
El griego negó, rápido.
-No.
-¿Vas a mentirme a mí? ¿Tan descaradamente? -le preguntó arqueando una ceja, mirándolo a los ojos.
-Sí. -sonrió socarronamente, con sus ojos llenos de vida. -Dile a la enfermera simpática que me ponga más calmantes en la vía y estaré bien.
-Milo...
-¿Se conseguirán esas drogas en la calle? Comienzan a gustarme.
-Milo...
-¿Qué? Tendrán un nombre callejero.
-Te dormiré de un golpe si es necesario.
El francés lo escudriñó, preocupado. Podía engañar a las enfermeras, pero no a él.
-Estoy bien, Camus.
-Sé que te duele.
-Mas me duele no poder desnudarte aquí mismo y que me comas---
-¡Milo! -lo calló, interrumpiendo sus poemas matutinos. Una de las enfermeras que pasaba por allí sonrió. -¿Podrías ser un poco más sutil? No te escucharon en Brasil.
-Ah, son las drogas, me hacen decir tonterías.
Los ojos azules del francés se entrecerraron, intentando desaprobarlo, pero una sonrisa se escapó de su boca.
-Eres un idiota.
-Y me amas, eso te convierte en otro idiota.
Camus asintió, feliz.
-Probablemente. Lo soy, sí, y me alegra escuchar tu voz aunque suenes como un hombre de 60 años adicto al tabaco desde los 12.
El griego rio esta vez, quejándose con otra mueca.
-¿Has hablado con Dohko? -preguntó, enseriando su rostro.
-No... Aioria me ha dicho que ha presentado su renuncia y que le ha deseado buena suerte, pero nada más.
-Sabía que el hijo de puta del cachorro me ocultaba algo. ¿Renunció? -Los ojos del escorpión se abrieron sorprendidos. -Lo sabía, es que lo lleva escrito en toda la cara.
-Bueno, será padre, normal que quiera... alejarse.
-Pues no debía ocultármelo. ¿Cómo está tu hermana de sus heridas?
-¿Marianne? Bien. -mintió.
-Vaya que se te da mal mentir a ti también, ¿es que nadie me dirá que sucede o qué?
El francés suspiró, había dilatado aquel momento tanto como había podido.
-Bueno, en... el ataque al Santuario... ha habido muchas bajas, Milo.
-¿Muchas bajas? Creí que me habías dicho que estaba bajo control.
El galo dudó, debatiéndose internamente. No era una buena idea ocultarle nada al escorpión, no era justo. Al menos estaba lúcido como para comprender lo que sucedía...
-Sí. Lo está, pero... Mu ha muerto... también Death Mask, Kanon y Shaka... -hizo una pausa, intentando que la tristeza no lo opacara -Hyoga, Shiryu... Shaina, June, Jabu... todos los que custodiaban la periferia, excepto Marin han caído también.
La mirada de Milo se abrió tanto como su boca y no logró reaccionar inmediatamente. Habló muchos segundos después.
-¿Estás de broma?
-Ya me gustaría. -replicó, afectado. -He asistido al entierro personalmente.
-Lo siento... tanto, Camus. ¿El hermano de Aioria? ¿Está bien?
El francés asintió: -Sí, Aioros está bien, Shura y Saga también. Aldebarán renunció a sus funciones esa misma tarde y se ha ido con Kiki a Jamir. Afrodita está en el hospital, creen que se recuperará.
Milo cerró los ojos. Recordó la noche del ouzo, a Aldebarán, las mejillas ruborizadas de Mu... al indio vomitando las escaleras. Su sonrisa vital desapareció.
-Shaka... ¿cómo...?
El galo negó.
-No lo sé, pero al menos no estaba despedazado como los demás.
Susurraban y las enfermeras morían por saber de qué hablarían "Los amantes de la quinta cama", después de todo, se habían convertido en el nuevo entretenimiento del hospital.
-No... es que... no puede ser... -negó con un gesto, aún no lograba acomodar todo eso en su cabeza. Una pena absoluta invadió su cuerpo como un manto. -¿Cómo lo lleva tu hermana?
-No muy bien, pero Marin la cuida mucho. Supongo que el tiempo lo cura todo, ¿no?
Milo negó, mirándolo a los ojos, recordándose a sí mismo sentado en la tumba de Camus día tras día, con sol, con lluvia, con frío... la puta lápida con su nombre y la agonía de saber que no estaba allí. No existió mayor dolor en su vida que la ausencia oscura de quien fue la persona que amó.
-Y una mierda, Camus. El tiempo no cura nada. Solo lo anestesia. -contestó cerrando los ojos para sumergirse en sus recuerdos, ahora, extremadamente dolorosos.
Era una mañana gris en la isla y a pesar de que la habitación era diminuta y compartida con los hermanos franceses, Camus se había marchado temprano a ver a Milo y la pequeña pulmones estereofónicos había decidido dar un paseo para obsequiarles unas horas de intimidad... que agradecieron, teniendo un breve pero gratificante reencuentro sexual.
Al terminar, enredados y extasiados, Marin decidió dormir algunas horas más, pero el león deseaba un encuentro con la ducha así que se levantó y comenzó su jornada... tenía mucho en qué pensar y el silencio del baño le ayudó.
Cuando la japonesa se despertó, Aioria ya estaba sentado junto a la mesa, contando dinero.
-¿Y esa cara?
Se acercó a él, para abrazar su cuello y plantar un beso en su mejilla. Él respondió con otro, esta vez en la boca, pero su cara de preocupación no auguraba nada bueno.
-Nos queda para una semana más aquí, algo extra para la comida, y luego...
La joven asintió, sabía que lo que tenían no duraría mucho más y debían comenzar a planear un futuro diferente, lejos de sus armaduras y del Santuario... donde pudieran ser capaces de criar un niño y no precisamente en la habitación de un hotel diminuta.
-¿Qué tienes en mente?
-Buscar un empleo como cualquier ser humano normal sería mi primera opción. Iré a visitar a Milo por la tarde, pero antes intentaré darme un paseo por la zona y averiguar qué tan difícil será conseguir un sitio donde trabajar. Supongo que Camus podría pedir algo extra, para los gastos del hospital y hospedaje... pero nada más.
El rostro de la castaña asintió, en un gesto amable, su novio tenía razón después de todo.
-Buscaré algo también. Trabajaré hasta que el embarazo avance y podemos juntar algo extra, ¿no?
Los brazos del griego se ajustaron a su cintura, con un acople perfecto.
-Sólo cuídate mucho y nada de esforzarte demasiado. ¿Lo prometes? -preguntó, besándola nuevamente. Ella aseguró que lo haría con un rápido movimiento de cabeza, para fundirse con él en un abrazo.
Aldebarán había despertado al pequeño como todas las mañanas con el desayuno listo. Cocinar sin los comentarios de Mu y su rostro pegado a su espalda había resultado ser mucho más desafiante de lo que había creído. Lo extrañaba, como jamás creyó que era posible extrañar, como ninguna palabra había sido capaz de describir, ni siquiera su saudade.
Había pedido que le permitieran enterrar al santo de Aries en lo que había sido su hogar en Jamir y con la ayuda de Shion -quien estuvo de acuerdo- trasladaron su tumba hasta su morada permanente, la tierra que lo vió nacer y la tierra donde dormiría eternamente.
El brasileño había esculpido la lápida con sus manos. Aquellas manos grandes y pesadas que habían sido motivo de burla para sus compañeros más pequeños, habían amado con delicadeza y cortesía el cuerpo del carnero infinitas veces, pero aunque infinitas, le resultaban ahora increíblemente breves. Una eternidad con él no bastaría, solo para amarlo.
<<Algunos años atrás, para su cumpleaños número 20 Mu decidió que ser el mejor artesano de armaduras no alcanzaría, así que se puso manos a la obra con un regalo especial, una encuadernación hecha por él en un cuero bellísimo, de un libro viejo que logró conseguir en una feria. El moreno era, al contrario de lo que todos creían, una persona increíblemente sensible y amante de las letras. La edición rústica diseñada por el mismo, era una recopilación de textos de Fernando Pessoa, lo que fascinó y emocionó a su gran toro dorado.
Cuando compartían la cama -pequeña para ambos, pero lo suficientemente grande para albergar sus rounds de amor- disfrutaban compartir párrafos de sus respectivas lecturas, cuando algo les llamaba la atención.
Fue una noche, que Aldebarán -Paulo, en otra vida lejana- abrazando con un brazo pesado el cuello del carnero, rompió el silencio con su tono suave y melodioso.
"No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo."
Mu, con su sonrisa curiosa que se había convertido en una firma de complicidad, abandonó su propio libro para mirarlo.
"Eres todo. Siempre serás todo. Puedes querer ser todo. Y aún así, tener todos los sueños del mundo, porque yo te los cumpliré. Podría reescribir ese libro para ti con mis opiniones al respecto." contestó el carnero entonces, divertido. El toro rió, con la boca llena de vida y sus labios gruesos.
Mu abandonó finalmente su libro, dejándolo sobre la mesa de noche, para acurrucarse junto a él e intentar dormir. El joven que a los 7 años pedía cuentos a Shion porque temía dormir en el enorme Santuario, volvía a pedir que leyeran para él. Cerró los ojos.
"Lee para mí, Al."
El toro había leído, claro, pero algo en aquellas palabras llamó la atención del tibetano.
"Qué es saudade?" preguntó, quedándose dormido. El abrazo del brasileño se intensificó.
"Ah... saudade. No tiene traducción. Saudade es... como la nostalgia, pero más intensa. ¿Sabes cuando echas mucho de menos algo, tanto que duele y quieres llorar, porque recuerdas los momentos simples y las tonterías... y eso te hace sentir ahogado? Saudade es el vacío angustiante de la ausencia, de extrañar."
Mu asintió, rumiando aquellas palabras y lo besó, prometiéndose a si mismo que jamás permitiría que el toro se sienta de esa manera. Él se lo daría todo. Todo. No habría nada de saudade en su vida.>>
Sirvió la leche en un vaso para el pequeño Kiki que aún estaba demasiado dormido para articular más palabras que un saludo antes de sentarse. Ya había perdido a su maestro una vez, pero no dejaba de doler. Se sentó a comer.
-Come, pequeño. -le dijo el moreno antes de abandonar aquella cocina para dejar, como todas las mañanas, flores sobre la tumba de su amado. Se sentó, apoyando aquel ramo improvisado sobre la tierra, junto a la lápida que él mismo había tallado, sí.
-Te extraño tanto, amor mío. -le dijo en un susurro a a mañana fría.
La lápida, por su parte, rezaba el nombre de aquel que había amado y un poema:
MU
"Saudade de un hermano que vive lejos.
Saudade de una cascada de la infancia.
Saudade del gusto de una fruta que no se encuentra más.
Saudade del papá que murió, del amigo imaginario que nunca existió...
Saudade de una ciudad.
Saudade de nosotros mismos, cuando vemos que el tiempo no nos perdona.
Duelen todas estas saudades.
Pero la saudade que más duele es la saudade de quien se ama"
Camus aquella tarde, en su segunda visita vespertina, volvió a sentarse cruzando las piernas junto a la cama de Milo, para que esta vez, sean las enfermeras del turno tarde quienes suspiraran por el aguador.
-Yo es que no puedo con el francés... -le dijo la rubia a Lía, quien intentaba acomodar los horarios de la medicación de la planta escudriñando sus hojas.
-Creo que si lo invitas a salir te rechazará, lo veo muy enamorado del chico de la 5. -le contestó, casi sin pensarlo. Era cierto, no hacía falta más que ver como se encontraban aquellos ojos para saber que si el griego no hubiera estado enredado de cables y máquinas, se le echaría encima.
-La vida es tan injusta. -rió Iona preparando su ronda y mentalizándose para comenzar. -Ya quisiera un novio así, guapo y elegante que me mirara de esa forma.
La joven morena se burló con un gesto fingiendo agobio y cargó su bandeja con las medicaciones correspondientes para luego deslizarse entre las camas con la velocidad que le caracterizaba.
El francés saludó a Milo como de costumbre, con su beso en la frente. Esta vez, sin embargo, el heleno no hizo ningún comentario, se veía triste.
-¿Qué sucede? -preguntó el francés, curioso. Supuso que sabía el motivo de su tristeza, pero quería escucharlo de su boca.
-Estoy bien, es solo que... enterarme de... bueno, nada será igual... aún me cuesta creerlo. Lo siento, no quiero deprimirte con mis tonterías.
-No son tonterías, Milo -respondió él. -Es triste... y está bien. Todos intentamos seguir adelante... Todos lo hacemos después de todo. -suspiró, bueno, después de todo allí estaba él,¿no? -Hablé con Aioria hoy... no tenemos mucho dinero así que está buscando trabajo en la zona... También Marin. Marianne quiere trabajar pero sus papeles están en Francia. Saga la acompañó a Paris a buscar sus cosas.
Los oídos de Lía no habían podido evitar escuchar aquella conversación mientras cambiaba la vía de sitio de la mujer de la cama 6. Era curioso pero era demasiada casualidad... Marianne -que había mencionado un hermano- y Saga... Recordaba a la joven aterrada y descalza y al imbécil de su marido. Podría suponer que era su hermano el dueño de los suspiros de aquellas enfermeras y... observándolo mejor, podía ver cierto parecido, sí, especialmente sus ojos. No solía prestar atención a las conversaciones ajenas, pero aquello le había llamado la atención.
Milo asintió. El dolor de su vientre ascendía y solo podía escribirse como una tragedia de varios actos, lo ocultó.
-Bueno, cuando Saga no es un cabronazo o bebe hasta desmayarse tiene su encanto, supongo. ¿Ha enterrado a su hermano ya? ¿Cómo lo lleva?
El francés levantó los hombros a modo de respuesta.
-No es el hombre más expresivo que conozco pero supongo que no demasiado bien. No lo ha mencionado en absoluto. Por cierto, ¿Sabías que naciste en este hospital?
Los ojos del griego se abrieron en un gesto de sorpresa.
-¿Eh? ¿En este hospital? ¿Yo?
-Sí, te dije que busqué tu historia, Milo. Y tu madre no te abandonó, ella falleció en el parto. Su nombre era Melek Çelik... y la policía luego de investigar un poco creyó que el culpable fue su novio: Nikolaos Karagounis, aquí lo tengo apuntado. -le mostró. -Quizás podamos encontrar su tumba, la isla no tiene demasiada población y---
En ese preciso instante la joven enfermera se desvaneció y el ruido del golpe de su cuerpo al caer lo interrumpió. Se levantó, rápido para socorrerla pero un médico le pidió que vuelva a su lugar, que ya se encargaría él...
La chica había perdido el conocimiento.
-Aquí... -comentó Marianne, parada frente a la puerta de un edificio de aquel barrio parisino con algo de miedo. -No sé si mis cosas seguirán aquí. -suspiró. -No tengo llaves.
-Bueno, no las necesitamos. -respondió Saga, rompiendo la cerradura con un gesto tan sutil que la asombró.
-No esperaba eso. -replicó. -¿Y si hay gente dentro?
-Puedo matarla o enviarla lejos. Tú decides, yo cumplo órdenes.
El hombre podía ser increíblemente encantador y aterrador a la vez, lo miró sintiéndose algo intimidada, no era ni remotamente tan amable como el santo de Virgo.
-Es una broma, Marianne -comentó riendo. -No mataré a nadie. Vamos... -dijo antes de entrar.
Efectivamente no había nadie porque acostumbraba a pagar su renta 3 veces al año para asegurarse que tendría un hogar donde dormir durante 4 meses. Cuando llegaron a la puerta numero 3 y el griego repitió el proceso de la cerradura, efectivamente, allí estaba todo, su vida pasada, sus discos, sus libros, su cama. Una nostalgia la invadió por completo y quiso llorar nuevamente.
-¿Quieres estar sola? -le preguntó, amable esta vez.
-Estoy bien... es que me gustaría mucho poder quedarme aquí.
El griego asintió.
-Sé cómo te sientes pero... si te vas le romperás el corazón a tu hermano. Te necesita cerca, especialmente ahora. -le dijo con cierta inercia, sin notar que hablaba de Kanon, él mismo y su propio dolor.
Marianne sabía que tenía razón pero ella también estaba cansada de sufrir y la idea de quedarse en un sitio que conocía, donde podría conseguir un empleo fácilmente y volver a su piso se le antojó una idea tentadora.
-Tienes razón... empacaré entonces.
Se acercó a lo que había sido su armario y eligió cuidadosamente, para no llevarlo todo, pero si lo suficiente para ella y para su nueva compañera de habitación, quien tampoco tenía ropa y comenzaba a utilizar las camisetas de su novio. Encontró su móvil, descargado y lo guardó también.
-¿Quieres dormir aquí? Puedo pasar por ti mañana. -comentó Saga al ver que lloraba.
-No, estoy bien. Solo dame unos minutos para terminar y podemos irnos.
Shion jadeó antes de vaciarse completamente dentro de su prometido, con la respiración entrecortada, antes de desplomarse pesado y plomizo sobre su cuerpo. Dohko había terminado ya, pero lo esperó paciente. Cuando se estiró para poder besarlo, al antiguo patriarca le costaba aún articular palabras.
La petite mort.
-¿Estás aquí? -preguntó, besándolo. El chino había estado especialmente callado, lo que era inusual en él.
-Sí, es que... me preocupa que sigan desertando, Shion.
Los ojos violáceos respondieron danzantes con un ligero fastidio.
-¿En eso piensas mientras nos acostamos?
-Lo siento... es que... sin Atena y sin... santos. ¿Qué demonios hacemos aquí?
-Nos acostamos, Dohko -contestó, retirándose de su cuerpo para caer de espaldas en la cama, con la piel clara brillosa de sudor. -¿Qué pretendes? Hemos enterrado a todos ya, los heridos están en el hospital. El Santuario comenzará las reparaciones pronto... Estamos acéfalos, ¿qué es lo que quieres? ¿Comenzar a aporrear niños y darles las armaduras de los muertos? No podemos hacer nada más que esperar. Y sí, algunos desertarán. Aioria y Marin tendrán un hijo y está bien que quieran hacerlo lejos de un mundo donde entrenarían a su vástago para morir. Aldebarán... yo lo entiendo... y me alegra por él. Hemos visto caer a todos nuestros compañeros una vez, ¿recuerdas? Mi maestro, tu alumno. Lo hemos visto y lo hemos vivido en carne propia... y sin embargo yo heredé el rol de Patriarca y me senté en esa silla solitaria por años y tú en una montaña en China. ¿Nunca pensaste en desertar?
-Jamás.
-Pues tienes el corazón de acero, porque yo sí. Yo sí lo pensé cuando nuestros compañeros caían uno tras otro... ¿y sabes por qué no lo hice? Porque eras tú el que seguía en pie conmigo entre los cadáveres. Si tu hubieras muerto yo me hubiera ido tan lejos y tan rápidamente que ni siquiera habría presentado mi renuncia, hubiera huido lejos de aquí.
-Y Saga te mató.
-Y Saga me mató, sí, pero te esperé, más de 200 años. ¿No lo entiendes? La vida se abre paso, Dohko. Somos demasiado viejos para verlo tan claro como ellos.
El chino asintió con un gesto, acomodó su pelo.
-¿Cuántos tenemos aún?
-Shura, Saga, Aioros, Camus y Seiya de momento... Afrodita y Milo no volverán pronto. Ikki y Shun tampoco.
-Está bien... -suspiró resignado. -Me daré una ducha... siento... haber--
-Te entiendo Dohko, no tienes que explicármelo.
Fue entonces cuando el cosmos de Atena lo alcanzó para darle un mensaje.
Para cuando volvió en sí se sentía tan aturdida que la cabeza le daba vueltas. Se levantó, con cierta inercia dentro de su confusión. Un doctor joven la ayudó a sentarse.
-¿Estás bien?
Lía asintió.
-Estoy bien... ha sido un mareo.
-Vaya mareo -replicó el joven de cabellos rojizos con una sonrisa. -Quizás debas ir a descansar a la sala de enfermeras.
La morena negó con la cabeza.
-No es necesario, ya terminaré aquí.
Cuando alguien llamó al doctor para consultarle por otro paciente de la planta, este desvió su atención y se marcho, pidiéndole a la compañera de la enfermera que por favor vigile su mejoría y si continuaba mareada la envíe a su casa. Iona asintió.
Fue Camus quien se giró a mirarla
(los ojos de Marianne)
-¿Necesitas algo? Puedo buscar algo para ti, quizás algo dulce. -le dijo amable el francés. Después de todo, ella trabajaba día tras día con Milo y siempre era muy gentil con él.
-¿Me acompañarías a buscar algo para beber?
Iona sonrió, volviendo su atención a la sonda del joven de la cama número 2. "Vaya trucazo, linda" pensó.
El galo asintió y le ofreció un brazo para ayudarla a caminar, pero Lía lo declinó con un gesto. Podía caminar sola, solo necesitaba hablar con él.
Fue en el pasillo, alejados de las camas de los pacientes, que ella giró para mirarlo a los ojos.
-No tengo mucho tiempo pero... creo haber escuchado que hablabas de Melek y Nikolaos?
La sorpresa inundó el rostro del aguador, quién asintió brevemente.
-Eh... sí, ¿por qu---
-Conocí a Melek y tengo... cosas que podrían ser útiles para... Milo Tzakiris. Nikolaos era mi padre y creo que... él... -hizo una pausa para aclararse. -Creo que Milo... es mi hermano...
Había caído la noche ya en el Tibet, ergo, también el frío crudo y cruel. Kiki dormía en su habitación, y Aldebarán, luego de verificar que estuviera bien por novena vez, se desplomó en el sofá que solía ocupar su pareja mientras él cocinaba, solo para acariciar el cuero de aquella encuadernación del regalo de Mu. Abrió el libro luego de encender el fuego, para leer un poco y conciliar el sueño. Le costaba dormir y se rehusaba a cambiar las sábanas que aún tenían impregnadas el olor del carnero... pero a su vez, se le hacía imposible no llorar noche tras noche sobre la misma tela en la que que había reído y disfrutado.
Leyó, respirando profundamente, junto a su té.
<<Sentado junto a la ventana,
A través de los cristales, empañados por la nieve,
Veo su adorable imagen, la de ella, mientras
Pasa... pasa... pasa de largo...
Sobre mí, la aflicción ha arrojado su velo:-
Una criatura menos en este mundo
Y un ángel más en el cielo.>>
Un ruido interrumpió su lectura. Frunció el ceño y se levantó. Kiki dormía y nadie podría entrar allí... era imposible.
Apartó el libro, con un gesto rápido y se lamentó haber entregado su armadura... pero después de todo, Atena aún no le había quitado sus poderes y podría defenderse. Se preparó, buscando el origen de aquel sonido. ¿Pasos? ¿Eran pasos?
Caminó hasta la sala, con el corazón acelerado. Pasara lo que pasara, debía defender a Kiki y---
-Alde...
Una sonrisa.
Su sonrisa.
Mu.
Parpadeó. Muchas veces. Aquello no podría ser una broma más cruel. Intentó detectar el peligro, sería una criatura metamórfica, porque el carnero estaba muerto y enterrado... pero no lo encontró.
-Soy yo, Alde. -sonrió el guardián de la primera casa. No había sangre, no había nada. Su cuerpo estaba tan lleno de vida como antes. -Aquí estoy, prometí que no te dejaría. Aún tenemos que formar nuestra familia numerosa...
El moreno no pudo responder ni moverse. Sus músculos no se lo permitieron porque su corazón estaba demasiado alterado para poder pensar con claridad.
-No. -logró decir el brasileño.
-Creí que te alegrarías de verme... La lápida estaba muy bonita... pero mi cuerpo ya no está allí.
Las piernas de Aldebarán -que temblaban- lo llevaron con inercia a la ventana. La tumba estaba... la tierra estaba removida, como había sucedido en aquella guerra santa cuando sus antiguos compañeros habían vuelto a la vida.
Entonces...
-¿No vas a abrazarme? -preguntó Mu, divertido. Ya le explicaría luego lo que sucedía en aquel juicio divino, pero por el momento solo se limitó a acercarse al joven que le miraba aterrado y fascinado a la vez y encendió levemente su cosmos como prueba inequívoca de su identidad.
El brasileño estalló en un llanto tan violento que los ruidos despertaron al pequeño que dormía en la habitación. Se abalanzó sobre él y lo encerró entre sus brazos, como si jamás lo hubiera hecho antes. El joven Aries devolvió el gesto, pero protestó cuando sus costillas fueron presionadas.
-Mu... de verdad estás aquí...
-Te dije que quería una familia numerosa y siempre cumplo con lo que digo. Creí que me conocías. Nada de saudade, Alde. Aquí estoy y aquí me quedaré.
Un beso rompió aquellas palabras, pero otras palabras rompieron aquel beso.
-¿Maestro Mu?
El carnero se volteó, feliz. Tan sonriente como el toro.
-Estas no son horas de estar despierto, pequeño -rio antes de acercarse al chiquillo y cogerlo entre sus brazos.
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