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26. La guerra

"Yeah, a storm is threatening
My very life today
If I don't get some shelter
Lord, I'm gonna fade away

War, children
It's just a shot away
It's just a shot away"

(Sí, una tormenta está amenazando
mi vida hoy
Si no consigo refugio
Dios, voy a desaparecer

La guerra, chicos
Está a solo un disparo de distancia
Está a solo un disparo de distancia)

The Rolling Stones – Gimme shelter



La guerra es según su definición más básica, un conflicto bélico entre dos bandos. El resumen de una cantidad atroz de vidas perdidas y cuerpos amputados, sintetizado en una palabra que en el español tiene solo 6 letras. Dentro de esas 6 letras, no se puede resumir ni el dolor, ni la desesperación, ni el miedo de ver a tus compañeros caer uno tras otro, lacerados.

Así lo descubrió Aioria cuando se materializó en el campo de batalla y pudo observar lo que ocurría.

Cuando la luz impactó en el pecho del toro para evitar que golpeara al carnero, el grito de Mu se unió al suyo como un coro de dolor. Golpeó su armadura como una caja sonora y le arrastró como si aquel cuerpo pesara 3 kilos en vez de 130.

El muro de cristal del santo de Aries se levantó tan rápido como pudo para cortar aquel ataque pero Aldebarán salió disparado como una bola de cañón, llevándose dos columnas con él.

–¡Alde! –alcanzó a gritar el tibetano. Aquello no era justo, no era justo, no.

Corrió a su lado escuchando algunos otros gritos de agonía que solo decoraban aquella desesperación. ¿Qué estaba sucediendo? La escena le pareció tan surrealista que supuso que era otra alucinación, pero no... ni lo era ni lo sentía.

-Alde... -repitió. Se acercó al cuerpo con rapidez.

Respiraba.

Con dificultad, pero respiraba.

-Mu... estoy... bien.

-Estás sangrando. –le dijo, nervioso. –¿Esta es tu estúpida forma de no morir?

El toro sonrió.

-¿Kiki está lejos?

El carnero asintió, buscando el origen de aquella hemorragia que se filtraba por su cuello.

-Sí. Y te necesito vivo para criarlo junto a mí o te asesinaré yo.

Ikki, quien corría escaleras abajo, cruzó el templo de Aries pero se detuvo al ver al joven carnero y al toro.

-Hay que salir –dijo. –Lo están destrozando todo y son demasiados. No tiene sentido esperar.


Marianne se despertó sobresaltada... y asustada. Aquello no sonaba nada bien. El indio volvió a entrar en la habitación, que retumbaba como si fuera a derrumbarse de un momento a otro.

-¿Shaka?

-Ya es hora, pequeña.

-¿Hora? ¿Qué está pasando?

-Lo siento.

El templo de Virgo vibró con tanta intensidad que su guardián supo que no había ni tiempo ni demasiadas esperanzas. Lo único que podía hacer ahora mismo era sacarla de allí, y no precisamente por la puerta, si es que aún existía. Le había prometido a Camus que cuidaría de su hermana, y eso iba a hacer. También se lo había prometido a sí mismo.

-¿Qué es lo que sientes, Shaka? ¿Qué está pasando? –preguntó, desesperada.

El joven observó la esquina izquierda de su salón derrumbarse con una explosión, anonadado.

"¡Kanon! ¡Ya!"

-Espero volver a verte, Marianne. –le dijo, besándola y dejando la ropa en sus manos. Aún estaba desnuda.

Unos segundos más tarde, el gemelo la envió lejos, haciendo desaparecer a la muchacha como si jamás hubiese existido allí, minutos antes de que el templo de la doncella terminara por colapsar.

Marin estaba demasiado asustada para poder moverse. Cuando escuchó los gritos y los primeros derrumbes no logró salir, sus piernas se paralizaron en su sitio. En otro momento de su vida, hubiese salido tan pronto que le arderían los músculos de correr, pero en ese preciso instante, la decisión de morir llevando a su bebe en el vientre, le resultó inadmisible.

No puedo morir aquí, tengo que escapar, se dijo, intentando reaccionar. Su instinto de supervivencia se había multiplicado por mil. Sería una traidora, sí, pero se rehusaba a morir cargando a su propio hijo dentro. No después de escuchar su corazón.

Cuando se asomó, desde su ventana, para ver lo que sucedía afuera, se encontró con un panorama tan dantesco que creyó que solo era una pesadilla. Aunque debía amanecer, la noche no se marchaba y en la oscuridad, unas figuras negras sobrevolaban el cielo. Las siluetas, que bajaban en picado como un ave rapaz, clavaban lo que parecían garras en los cuerpos que encontraran cerca, atacando varias a la vez como leonas persiguiendo una presa.

Las que no bajaban, arrojaban potentes rayos de luz que lo destrozaban todo a su paso. Las casas, las columnas, todo cedía, derrumbándose.

¿Qué demonios era eso?

Jamás había visto nada igual y no creía que fueran simples santos.

Tengo que escapar, tengo que escapar por mi bebé.

Escuchó a Jabú gritar, se asomó nuevamente para ver que habían alcanzado su cuello, que se desgarró en un estallido de sangre y jirones de piel y cayó al suelo, muerto instantáneamente.

Jabú. Jabú estaba con Shaina.

La italiana también gritó, primero invocando al poder de su cobra, para luego hacerlo agónicamente. No logró verla. Se echó a llorar. 

Salir había resultado ser una pésima idea.

Mu se estiró una última vez para acomodarse junto a Aldebarán.

Había sido alcanzado y sentía el ardor del desgarro a la altura de una de sus piernas, quemándole. Perdía sangre en cantidades industriales rápidamente y su corazón se aceleró para ayudar a sus órganos a trabajar.

Aldebarán lo abrazó, colocándolo entre sus piernas con cuidado. Lloraba. Intentaba detener la hemorragia pero no lo había logrado.

-Tengo... tres minutos. Dime que... me amas.-le ordenó el carnero. Sabía perfectamente que en breves iniciaría su shock hemorrágico y probablemente perdería el conocimiento pronto.

-No, Mu, por favor. -le rogó él, acariciando su rostro, que palidecía. –Por favor, aguanta. Te sacaré de aquí. –le prometió, en una mentira desesperada e incoherente.

-Me has... hecho muy feliz... Alde. Te enviaré... Kiki... no podrá solo. Necesita...

-Ya no hables, por favor. No me iré, me quedaré contigo. –respondió el toro, acariciando su rostro. Las lágrimas caían por sus mejillas tan pesadamente que se arrojaban al abismo, golpeando las mejillas del santo de Aries.

-Te amo, Al. –dijo sonriendo, cerrando los ojos. –Te esperaré... donde quiera que vaya.

-Cariño... y yo a ti. -murmuró buscando sus dedos finos con su mano, enorme, dulce. –Iré pronto. No te dejaré solo.

"¿Puedo sentarme aquí?"

"Claro".

"¿Por qué estás solo?"

"Creo que asusto a los demás"

"No a mí, yo soy valiente. ¿Quieres Khapse? Las preparó mi maestro." le había dicho el pequeño carnero a sus 7 años. No habían vuelto a separarse desde entonces por mucho tiempo.

Aldebarán sostuvo el cuerpo de su amado. El hombre que había decidido acompañar y amar infinitas veces de todas las formas posibles que pudieron explorar, yacía ahora en sus brazos, para morir. Se preguntó si, en el caso de sobrevivir, algún día volvería a ser feliz, mientras besaba sus ojos apagados.

-Prometí que te cuidaría... -lloró el moreno.

-Lo has hecho. Siempre... como... la noche... del ouzo.

Aldebarán sonrió, en su tristeza. Recordaba la noche del ouzo.

<<Cuando eran jóvenes, no notó que su amigo al alcanzar su adolescencia comenzaba a interesarse en él, porque también le gustaba y jamás creyó que sería correspondido. Después de todo, Mu era amable con todos por igual.

Fue la noche del ouzo, la que obró el milagro. Milo y Aioria habían llevado las botellas, con la excusa de la celebración del cumpleaños de Aldebarán número 18. Según Milo, era un número especial y el festejo debía serlo también, debido a una tradición muy importante que se inventó y el león festejó, aún sabiendo que mentía. El toro a su vez, se vio en la obligación de aceptar las insistentes súplicas del escorpión, a las que cedió.

Esa noche horas después, la celestina fue un borrachísimo Virgo, quien decidió que era una muy buena idea opinar de lo que creía conveniente antes de vomitarlo –literalmente- todo como la niña del exorcista.

"Mu, d-brías dcirle a Aldbran que te gsta. Dscbrí que te está mirando." Había intentado decir el rubio "en secreto" a los gritos sonriendo, tragándose todas las letras que pudo y con el acento más extraño del Santuario. Milo festejó. La piel del carnero lo delató y se tiño de rojo.

"Jo, mira tú al borrego, que guardado se lo tenía." Había resoplado el león, riendo.

"No se anda con tonterías, fue a por el gigante" celebró Milo.

"Tengo algo que no es gigante, pero grande sí que me la pones tú" le susurró el león al oído.

El griego sonrió, lujurioso, para acariciarlo con sutileza sobre el pantalón hasta encontrar la erección que buscaba.

"Nosotros debemos irnos, pero ha estado muy bien." Exclamó el escorpión. Tenía algo de lo que ocuparse, el alcohol y sus hormonas se lo exigían.

Shaka, como respuesta, vomitó con un espasmo.

"Madre mía ¿pero donde guardaba todo eso?" preguntó Mu, intentando desviar la atención.

"Lo llevaremos a Virgo, nos queda de camino." Agregó el león, rápidamente, cogiendo a su amigo rubio por la cintura. Milo lo abrazó del lado izquierdo, para ayudarlo a caminar. Esa noche, el indio vomitaría todas las escaleras, dejando un rastro al estilo Hansel y Gretel versión "estrellas de rock".

"Sí. Disfruta tu noche, Alde y... por lo que más quieras no te olvides de lubricar porque el carnero parece algo...pequeño."

El toro había escuchado todo, muy a pesar de Mu. Cuando los tres mosqueteros etílicos abandonaron la casa de Tauro, el joven guardián del segundo templo aún creía que bromeaban.

"Shaka te estaba molestando, ¿no?" preguntó, inseguro.

El carnero, avergonzado pero con la valentía intensificada por la dosis justa de alcohol, se le echó encima.

Lo besó. Lo besó tanto como pudo. No fue un beso increíble, sabía a alcohol, a anís y a inexperiencia. Mu era más fuego y corazón que práctica y se guiaba intuitivamente en su boca, con torpeza, queriendo impresionarlo. Ese toro sería suyo y tenía que darlo todo.

Esa noche intentaron dormir juntos, pero Aldebarán no encontró la forma de acostarse con su amigo sin lastimarlo y decidió dejarlo. A Mu le dolía y él, aún algo ciego de alcohol y excitación, no lo lastimaría.

"Intentaremos otro día" le dijo el toro, dulce. La voz y el acento de Tauro habían enamorado profundamente a su vecino, quien yacía algo decepcionado de sí mismo en la cama entre sus brazos.

"Otro día" se convirtió en ocho meses después, porque el toro se tomaba su tiempo para todo y quería que Mu lo disfrute tanto como él, así que aprendió a esperarlo y complacerse mutuamente con otras formas de exploración previas. Formalizaron su relación dos años después de la noche del ouzo.>>

-Fue el mejor cumpleaños de mi vida, cariño. Tú me diste el mejor regalo. Ese beso fue el mejor regalo, Mu. Nuestra relación, ha sido lo mejor que me ha dado la vida. Todo... todo lo bueno en este mundo, me lo has dado tú. Todo.

El santo de Aries sonrió pero ni su cerebro ni su corazón funcionaban bien y comenzaba a apagarse completamente, así que no logró responder. No lo necesitaba de todas formas, Aldebarán sabía todo lo que sentía y se lo había repetido hasta el hartazgo. 

Cuando Mu dejó de respirar el toro se recostó a su lado, como la primera noche, con cuidado y delicadeza. Lo abrazó preso de la angustia y el agotamiento, con los gritos y el caos como música de ambiente.

Aunque era imposible contener los ataques eternamente, quería por lo menos llegar a la cabaña de Marin y sacarla de allí, si es que la japonesa aún seguía con vida, claro. Sabía que la joven esperaba un bebé, y ese bebé era su sobrino, se lo había dicho llorando el día anterior cuando le preguntó si sabía algo de Aioria. Intentó pensar con un poco más de claridad mientras lanzaba una lluvia de flechas sobre una de esas cosas oscuras, para abrirse paso.

"No llegaré vivo a la periferia, no con tantas bajas y tantas mierdas volando" pensó. Necesitaba ayuda.

Una de las garras le arañó un brazo y dejó escapar un grito de dolor, pero lo que lo atacó cayó al suelo en dos partes iguales.

Se volteó.

-¡Shura! ¡Necesito llegar a las cabañas!

El español asintió. No preguntó más. Le cuidaría las espaldas.

-Vamos. Rápido. –dijo, siguiéndolo.

Él también moriría buscando su propia redención.


Para cuando apareció la verdadera amenaza, quedaban solo unos pocos.

Atena ya había salido de su recámara, desoyendo los pedidos desesperados de Shion y Seiya que insistían en que permaneciera allí... después de todo, la diosa no se quedaría sentada de brazos cruzados viendo como masacraban su Santuario y a sus caballeros en unos minutos. Lloraba. Aquello era una aberración.

Shion protegió sus pasos con su muro de cristal, mientras Seiya, acompañaba su andar, alerta. No sabía qué hacía allí, pero él obedecía sus órdenes y la siguió.

Al llegar a la estatua, se postró. Solo ella podría acabar con esa locura... bueno, ella...

...y su padre.

-Gracias, caballeros -dijo, con voz serena. -Seguiré sola desde aquí. 

Cuando la Diosa desapareció. El antiguo patriarca y el santo de Pegaso se miraron, confundidos.


Fue Shaka -que a duras penas podía caminar luego de atacar una y otra vez y ser atacado una y otra y otra y otra vez- quien se plantó frente a la verdadera Macaria, la mujer que se abría paso entre los cadáveres al pie del Santuario. Aquella criatura no era la pequeña francesa que había llegado amar como imaginó él en sus sueños, era la representación absoluta de la muerte. Aquella criatura era una diosa que penaba, y ellos, sus enemigos. Habían matado a su padre, habían matado a su esposo y habían destruido su mundo. Y ella los destruiría a todos.

Ya no le quedaba en reservas demasiada fuerza física y su sistema nervioso no cooperaba. Su cuerpo era una explosión de adrenalina bombardeando un cerebro deshecho y agobiado, pero intentó atacarla, como último acto vital. Quizás, por lo menos, lograría herirla, nada más podía hacer. 

No pudo pronunciar ninguna palabra, la mujer acarició su rostro, con delicadeza.

Su corazón se detuvo.

Sus ojos, abiertos esta vez, no volvieron a cerrarse.

Les yeux sont le miroir de l'âme

Cayó al suelo con un golpe seco, rotundo y la oscuridad lo invadió todo.

La mujer siguió su camino, en búsqueda de la diosa, matando todo lo que se le cruzara con vida.

Ya no había un alma que espejar en los ojos de Shaka.


Cuando Aioria se materializó en el Santuario, lo que vio sacudió su estómago tan violentamente que creyó que se había equivocado de sitio y que había aterrizado en el infierno por error. Había cuerpos sanguinolentos en el suelo, y los que no estaban muertos estaban probablemente alucinando, a juzgar por los gritos y sus movimientos espasmódicos. Pudo ver a Adrián, el mensajero joven de Dohko, con el rostro desgarrado, a Jabú con el cuello... bueno... a Jabú.

Cuando levantó la mirada pudo ver que los templos -y su hogar- estaban prácticamente en ruinas. Distinguió el cuerpo de Shaka, en el suelo a la distancia y su corazón se encogió de pena. Kanon yacía inerte junto a alguien más, que no pudo ver. Shiryu también había caído. Shun agonizaba, junto a su hermano. Aquello era una pesadilla y aunque quiso obligarse a despertar no lo consiguió.

Marin. Marin. Por favor, Marin. 

Aún quedaban algunas siluetas sobrevolando el cielo en búsqueda de víctimas. Vio algunas ráfagas cortantes atravesar el aire y supuso que Shura seguiría en pie. Se apresuró a la cabaña, sacaría a Marin de aquel infierno dantesco y luego buscaría a su hermano. 

El epicentro del caos se había trasladado a las ruinas donde antes habían estado ubicados los templos principales y ya no había mucha actividad en la periferia, por lo que apresuró sus pasos. Corrió hacia la casa donde se escapaba luego de sus rondas para dormir en aquel colchón viejo junto a la mujer que amaba. Esquivó el cuerpo de Shaina y abrió la puerta. 

Estaba vacía.

-¡Marin! -exclamó. Quizás estaba  en la habitación, pero lo dudaba. -¡Marin!

Una voz, acongojada le respondió.

-¿Aioria?

Cuando la vio, viva, su corazón volvió a latir.

Yo existo y pertenezco donde está mi corazón.

La abrazó tan fuerte que creyó que le quebraría los huesos. Ella rompió a llorar, nerviosa.

-Tranquila... te sacaré de aquí, ¿vale? 

-No... -dijo ella. No se atrevía a salir. -No salgas. Es el infierno, Aioria.

-Lo sé -dijo él. Lo había visto ya. -Pero tienes que irte de aquí.

-Tenemos. -dijo ella sin dudar. No se iría sin él, eso lo tenía claro. 

La puerta se abrió con un golpe seco y Aioria se preparó para atacar.

-Marin... ¿estás aqui? -preguntó en la entrada una voz familiar. Era su hermano. 

-Estamos aquí. -aseveró el león. Su corazón regularizó los latidos, agradeció que Aioros también estuviera vivo.

-He venido a llevarme a la mamá -sonrió el mayor, entrando a la habitación. 

-¿Mamá? -preguntó el león, sorprendido. Entonces Marin...

La japonesa asintió.

-Lo escuché. Escuché su corazón. Llevo más tiempo embarazada del que creí... y... 

-No quiero interrumpir vuestro momento familiar pero... nos han visto y vienen a por nosotros. -dijo un agobiadísimo Shura, preparando nuevamente su brazo, con esfuerzo. Sus ojos estaban tan irritados y cansados que a simple vista Aioria no pudo entender cómo se mantenía en pie. ¿Qué había pasado allí en su ausencia? Asintió.

-Te sacaré de aquí. -repitió Aioria, cogiendo la mano de la japonesa. 

Cuando finalmente salieron, las criaturas que aún buscaban nuevos cuerpos se abalanzaron sobre ellos. 

Marianne no entendía lo que acababa de suceder, ni dónde estaba exactamente, pero todo aquello la había afectado profundamente y solo quería llorar hasta dormirse. No entendía absolutamente nada...

...Y estaba desnuda, con su ropa en la mano. 

Deslizó el vestido sobre sus hombros tan rápidamente como pudo. Vale, no tenía calzado, sería la mendiga otra vez y ni siquiera sabía dónde se encontraba. Estaba sola, sin dinero, sin un rostro conocido y no tenía idea dónde pasaría la noche... y lo peor es que no sabía dónde estaba su hermano ni cómo dar con él.

Si al menos Shaka le hubiera dicho algo... 

Shaka.

Solo deseaba que el joven se encuentre bien... lo que había escuchado antes de abandonar el Santuario no le gustaba nada.


Cuando finalmente lograron estabilizar el corazón de Milo, Saga ya se había marchado. Se preguntó si había tomado la decisión correcta... ¿había abandonado a su hermana? Se sintió un egoísta, el peor egoísta del mundo. Estaba demasiado afectado y no podía pensar. Su hermana... mon petit ange... la pequeña pulmones estereofónicos... 

Saga había mencionado "muchas bajas", "carnicería" y "Santuario" en la misma oración. Aquello no podía ser bueno en ningún universo... y cuando finalmente tuvo noción de lo que había hecho rompió a llorar. Su hermana podría estar muerta y sería su culpa, que a juzgar por su historia, era lo más probable. Supuso que Shaka la sacaría de allí si fuera necesario, sí. 

Marianne está bien. Shaka la salvó. Shaka la salvó. Mi hermana no está en el Santuario. Shaka la salvó. 

Esperó las noticias del gemelo que jamás llegaron. 

"Dile a Saga que me de los reportes a tiempo" 

Se cagó en sus muertos, pero esperó que su compañero estuviera vivo.


Shura estaba demasiado agotado y sus reflejos no respondían del todo bien, así que no logró ver la criatura que se abalanzó hacia su espalda. Aioros sí pudo verla, y la atacó antes de que tocara al español. 

-¡¿Qué son estas mierdas?! -preguntó, cabreado. Sus nervios irritados protestaron. No resistiría mucho más.

-No lo sé, pero nada bueno.

Esquivaron el cuerpo inerte de Shaina al salir y Marin rompió en llanto otra vez. Aquello era más de lo que podía tolerar, todo a su alrededor era destrucción y dolor. Aioros se apresuró pero no vio a las dos criaturas que se abalanzaron desde su punto ciego. 

Quien sí las vio fue Saga, que las destruyó rápidamente antes de acercarse al grupo.

-Gracias -le dijo el mayor con una sonrisa. -Es bueno verte otra vez por aquí. 

-¿Bueno? Esto es el puto infierno. -le dijo el gemelo, devolviendo una mueca que emulaba una sonrisa. -Si sobrevivimos, tu pagas las cervezas. 

Aioria miró a Saga. 

-Necesitamos a Marin fuera de aquí. Está embarazada y tiene que irse, pero ya.

El gemelo asintió, mirando el cielo, alerta. 

-Enhorabuena. ¿Dónde quieres que envíe a la mamá?

La japonesa palideció. No montaría un cristo ahora mismo, pero si no hablaba, tendría que romperle la nariz y no quería.

-No me iré sola, Aioria, ni se te ocurra pensarlo. No voy a criar este niño sola. Nos iremos juntos

-No puedo irme ahora. Por favor, es peligroso, tú tienes que irte y tienes que irte ya.

-¡Aioria no!

-Por favor, no estoy jugando. -replicó. Comenzaba a impacentarse. -Debo irme, es lo que hago, Marin. Saga, envíala a donde estábamos. Quizás pueda acompañar a Camus.

-Vale vale. Copiado, jefe.

-¡Aioria n---! -protestó ella pero se vio arrastrada inmediatamente que el gemelo activó aquel desdoblamiento dimensional.

La castaña no había desaparecido sola. Aquello se había llevado también al león.

Aioros lo miró, molesto.

-¿Pero qué haces, Saga?

El gemelo lo miró un momento a los ojos.

-Le salvo la vida al chiquillo al que se la destruí años atrás. Me cargué a su hermano e hice de su vida un infierno cuando era un crío. Lo único que puedo hacer ahora es... sacarlo de aquí. ¿Es que no lo ves, Aioros? Nosotros no vamos a ganar esta batalla. Con el león o sin él, es que da igual. Acabo de ver media docena de compañeros muertos y otra media a los que le vendría muy bien morirse para dejar de sufrir. -el antiguo patriarca negó con la cabeza -¿Qué hago? ¿Envío a una mujer embarazada, sola y estresada y dejo morir al padre del crío? Sé que todos creéis que soy un hijo de puta, pero tengo mis momentos. Solo pienso en el mal menor.

-¡No tomes decisiones por los demas! Mi hermano es un caballero de Atena, Saga. 

-Y yo. Y tú. Y Shura. Pero ni el ejercito espartano nos sacará de esto porque ya no hay nada que hacer aquí, mas que morir. Déjalo ser feliz. 

-Podemos ganar. Sé que podemos ganar -replicó, mirándolo a los ojos. Lo que había hecho era deshonesto. 

Shura carraspeó.

-Eh, entiendo que todos tenemos cuentas pendientes, pero...  mirad.

Cuando Saga y Aioros miraron al cielo se dieron cuenta de que las pocas criaturas que habían quedado por allí se desvanecían.

-¿Qué significa esto? -preguntó Saga, incrédulo.

-No tengo ni idea, chico -respondió Sagitario mirando todo. -Comienza a salir el sol. Creo... que... se están retirando. 

Cuando pudo finalmente entrar a ver a Milo, se sentó a su lado y volvió a coger su mano. Estaba angustiado, el alma había abandonado su cuerpo y quería -necesitaba- a su amigo. No entendía como vivir.

-Milo... siento... haberte... asustado. -dijo eligiendo las palabras. -Sé que no fue... una buena elección de palabras y... sé también... que... yo no puedo seguir perdiendo a quienes amo. Estoy aterrado y necesito que seas tan cabezota como siempre y... vivas... porque si no vives yo... no sé vivir... no sé como funciona el mundo sin tu voz. -hizo una pausa. Se sentía aturdido y abrumado. 

Su corazón volvió a responder, pero lo hacía de una forma estable. Bueno, algo es algo, se dijo.

¡Quitadme ya la puta sedación!

Intentó moverse. Nada. Su cuerpo estaba apagado.

-Yo... elegí quedarme aquí porque... temía que algo pase contigo y estés... solo. Sé que tú no lo hubieras permitido de estar en mis zapatos y... bueno, aquí estoy. Han atacado el Santuario y no sé si mi hermana está viva... he intentado dar... con Shaka pero... nada. 

Sabía que Shaka estaba muerto, pero cuando aquello se volvía muy real, decidía utilizar su nuevo mantra...
...Marianne está bien. Shaka la salvó. Shaka la salvó. Mi hermana no está en el Santuario. Shaka la salvó. 

Milo volvió a elevar su energía. Su cuerpo no servía pero espíritu sí. No era claro, no, pero serviría.

Camus sintió nuevamente aquella calidez y acarició su mano.

-Sé que me escuchas Milo. 

ENTONCES DESPIERTAME ME CAGO EN LA PUTA VIDA, quiso gritar, pero de nuevo, nada sucedió.

El francés suspiró. Se sentía abatido. No tenía noticias de Saga, ni de Shaka.
<<porque Shaka está muerto, Camus>> se dijo <<Marianne está bien. Shaka la salvó. Shaka la salvó. Mi hermana no está en el Santuario. Shaka la salvó.>> 

-Solo... me gustaría volver atrás y... disfrutar lo que teníamos. Nada será igual, supongo... y eso me duele. Siento si estoy algo... lúgubre hoy... solo quiero saber si mi hermana está bien. -se dijo que no tenía que llorar, que él no era el paciente, pero eso le recordó a Marianne y no pudo evitarlo. Las lagrimas comenzaron a caer sin aviso y su voz se quebró.

-Yo quería protegerla y cuidarla y no... lo hice. Espero que Shaka lo haya hecho porque no... lo siento, Milo. Creo que... Shaka... 

La mano de Milo lo presionó. Supuso que fue un espasmo, porque fue algo momentáneo, pero lo presionó.

-¿Has sido tu?

Creyó que se desmayaría o que terminaría por arruinar su cuerpo al exigirlo, pero sí, había sido él. Sus párpados cedieron apenas dejando ver un centímetro del azul de sus ojos.

-Eh... ¿Milo?

Aquello lo aterró. Su hermana le había dicho que los pacientes no podían despertar si no le quitaban las drogas previamente pero... bueno, nunca había tenido pacientes como ellos. Sus cuerpos eran... ligeramente diferentes.

-Milo... -sonrió levemente, besando su mano. -Aquí estoy.

Eso ya lo sé, cabrón, por eso estoy intentando cargarme mi propio cuerpo como un puto ninja.   Pensó. La boca le dolía, el tubo era molesto a niveles perturbadores. Tuve cosas más grandes en la boca pero no llegaban a la tráquea.

Le hubiera gustado contestar verbalmente, pero no podía. Empujó sus párpados aún más y vislumbró la cara de su amigo. 

-¿Milo? ¿Estas... despierto? -preguntó sintiéndose un imbécil total.

Un pestañeo.

Vale, eso es un sí.

-¿Sabes quien soy?

El griego quiso que sus globos oculares danzaran en un gesto de fastidio, pero no lo logró. Pestañeó. 

Podría reconocerte en una multitud solo por el olor de tu jabón. Quiso agregar.
Quería hablar. Quería coger su mano, quería despertar.

-Eh... a ver... ¿Cómo sé cuando dirás que no?... -pensó un momento- ¿Quieres que me vaya?

Milo quiso pestañear para decir SI solo para fastidiarle, pero entendiendo la situación de su amigo/amante/pareja-exclusiva cerró sus ojos lentamente.

Vale. Pesteñeo lento es no, rápido es sí. 

Camus sonrió.

-Te amo... ¿Me amas tú a mí? 

El griego, cansado pestañeó tan rápido como pudo. Aún no podía abrir sus ojos completamente, pero el gesto bastaría.

El francés se inclinó sobre su frente y la besó, acariciando su rostro con todos aquellos años de amor reprimido.

Cabrón, que me tengo que morir para que me ames. Aprovecha que estoy inerte porque cuando me levante...

-¿Te sientes bien? -preguntó finalmente y se arrepintió en el momento. Vaya mierda de preguntas se le ocurrían. Estaba nervioso como un adolescente.

El griego cerró sus ojos con fuerza. 

No, chico, estoy a kilómetros de distancia de estar bien.

-¿Escuchabas lo... que te decía? ¿Esta mañana?

Pestañeo. Aquello comenzaba a doler.

-Creo que puedo reconstruir tu historia, ¿te gustaría eso?

Pestañeo. Sí. 

Para ya con las preguntas, cielo. 

Quiso inventar un código que le permitiera decir "Deja mis ojos en paz y mejor tócame que estoy desnudo debajo de esta mierda" pero no lo logró. Se desvaneció antes de descubrir cómo. 


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