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24. Te lo dirá su corazón

Camus estaba tan estupefacto que fue Aioria quien tuvo que empujarlo fuera de aquel trance. Se acercó a él con cierta cautela y apoyó una mano en su espalda, después de todo, era la persona que su amigo había decidido amar hasta su último aliento consciente. El francés había preparado mentalmente las mil cosas que haría allí, pero de esas mil no pudo hacer ninguna.

-¿Cómo está? -solo pudo articular, mirando al león. 

-Dormido... y... el último parte no fue bueno. -agregó, con tristeza. No le parecía importante decir mucho más. 

En la última conversación con su hermana, le pidió saber absolutamente todo mientras garabateaba rápidamente todo lo que podía como si fuese un alumno desesperado intentando estudiar para su último examen. La francesa le había explicado lo que vería probablemente: el soporte vital, la intubación endotraqueal y la ventilación mecánica, entre otras cosas. Le habló de algo llamado Escala de Ramsay y de los diferentes estímulos que podían recibir los pacientes sedados. El francés lo anotó todo.

"Háblale mucho, pero no le exijas que se despierte porque no puede. Dile que sabes que te escucha y con eso basta. Cuéntale cosas. Dile como te sientes pero no le angusties, el paciente es él, no tú. Él te escuchará, Camus. El oído es el último sentido que se pierde y el primero que se recupera." le había dicho, con seguridad. 

El había escuchado aquello incrédulo. Le parecía una ridiculez fantasiosa y una leyenda urbana para los familiares que no podían lidiar con el dolor. Una persona dormida no puede escucharte, se dijo con certeza.

"¿Y cómo sabré que me escucha?"  aventuró él. Quizás una parte suya quería creer que Milo sí lo escucharía.

"Te lo dirá su corazón." le había dicho ella, pero asumió que era una bobada romántica y lo omitió. 

 Se sentó junto a él, intentando permanecer inmune a lo que veía y con un gesto solemne preguntó. 

-¿Qué tan sedado está?

-No soy médico, Camus, pero supongo que bastante a juzgar por lo que veo. Su médico dijo que le quitaran la sedación cuando se estabilice, pero aún deben mantener los recursos de su cuerpo en un nivel muy bajo para que no colapse. 

No se atrevía a hablarle ni acercarse del todo a él, no podía con aquello. Su hermana se lo había advertido sí, pero la pequeña pulmones estereofónicos había estudiado para ello y los pacientes que veía no eran Milo, aquellos ojos que le asesinaban y le daban vida a la vez. No podría estar preparado para ver aquello ni en un millón de años, después de todo, el griego lo había enterrado a él, y él, sin embargo, no sabia lo que se sentía.

-Mi hermana es enfermera y me dijo que cree que escucha y que debería hablarle... -aventuró algo avergonzado para no sonar ridículo cuando le hablara a ese cuerpo hecho trizas que yacía inerte en la cama del hospital. 

Aioria asintió. 

-Sí, eso dicen.  

Inhaló, profundamente y se sentó a su lado.

-Hey... -dijo, cogiendo su mano aún sintiéndose ridículo. -Milo... -hizo una pausa para reponerse y tosió, ajustando su voz. -Soy yo, Camus... aquí estoy... sentado justo junto a tí.

"¿Y cómo sabré que me escucha?"

Su frecuencia cardíaca y su tensión, aumentaron, a modo de respuesta. 

"Te lo dirá su corazón" 

La jodida tenía razón. 


No se atrevió a decir nada frente a Aioria. 

Su hermana le había dado uno de sus libros (Camus había bajado al pueblo muchas veces en busca de lecturas que mantuvieran a Marianne distraída -y encerrada- en aquel sitio) y le pareció bien llevarse uno para volar. Aún lo llevaba con él y decidió que leerle a Milo era una buena idea. Lo leyó, sí, con su voz suave, pero no pudo hacer más. No hubo expresiones aquella tarde, ni palabras amables... solo un texto, leído.  

Cuando el francés llegó al hotel donde se hospedaban se alegró al ver dos camas separadas, si bien no era una certeza, podía suponer que no se habían acostado y que el escorpión estaba dispuesto a hacer lo que había dicho que haría. No importaba ya, pero le tranquilizó.  

Dejó sus cosas prolijamente acomodadas sobre una mesilla y se descalzó. Estaba agotado y emocionalmente drenado. Aioria se desplomó sobre la cama, visiblemente cansado también. Lo espió de soslayo y se preguntó cuánto habría dormido el león después de todo aquello. Se veía fatal.

El francés no pudo disimular un gesto de asombro y aversión al ver la habitación diminuta y sin ningún tipo de comodidades. La cama parecía tallada en piedra y cuando se sentó, sus piernas protestaron. 

-No creí que Dohko escatimara tanto en gastos. -murmuró investigando si aquella cama estaba limpia, observando todo con cierto desdén.  

-Eh... cambiamos el hospedaje -lanzó Aioria cubriendo sus ojos de la luz con un brazo. Lo llevaba vendado.

-¿Quién?

-Milo y yo, cambiamos el hospedaje.

No sabía si quería saber exactamente por qué, pero lo preguntó.

-¿Por qué haríais algo así? 

El león se volteó para mirarlo. Allí estaba, la viuda negra que tejía las redes donde Milo quedaba atrapado, sentado como un niño remilgado intentando no tocar nada como si fuera a infectarse y morir.

-Porque nos asignan un presupuesto por misión y generalmente cambiamos los hospedajes, las comidas y alteramos ligeramente las cosas para poder quedarnos con el dinero restante. Yo quería comprarle algo bonito a Marin y... Milo quería comprarte algo bonito a tí. Quería hacerlo bien esta vez, Camus. -le dijo, sin más. Sabía que no era su persona favorita en el mundo pero él era honesto y no le gustaban los juegos de poder.

El francés no dijo nada, solo asintió. 

Milo quería comprarte algo bonito a ti.

Se recostó en la cama, dura e incómoda y miró al león desde la esquina del ojo. Aún podía verle, desnudo, entre las piernas de Milo y le dolía. Se preguntó dónde estaría Saga y deseó fervientemente estar con él y no con el (¿ex?) amante de su amado.  No podía dormir aunque lo intentó. Apagó la luz.

-Aioria... -dijo minutos más tarde cuando aquello no paraba de dar vueltas en su cabeza. -Sé que no me quieres aquí---

El griego lo interrumpió.

-¿Qué te hace pensar eso?

-Sé lo que piensas de mí. -aseveró frío, como toda respuesta.

-No, Camus. No te equivoques conmigo. Quiero que estés aquí porque es lo que él querría. Que tu no me toleres a mí, no significa que sea mutuo. Milo es mi mejor amigo y respeto sus elecciones, porque eso hacen los amigos. Creo que te has portado como un imbécil repetidas veces con él, innecesariamente, y sé que me odias porque lo que viste aquella noche... no debe ser... fácil de digerir, pero no es mutuo. Quiero lo mismo que tú... llevármelo vivo de aquí y no en un cortejo fúnebre. 

El galo no supo qué responder, lo miró. Creyó que ser sincero era la mejor forma de zanjar la cuestión. 

-No te odio. Ver aquello fue... inesperado sí. Milo tampoco es fácil, Aioria y...

-Milo es sencillo. Tú eres complejo y no hablas ni expresas. ¿Es que no te das cuenta la distancia que pones entre tú y las personas? ¿Te sientes más seguro así, o qué? Cuando algo te fastidia, en vez de hablar como un ser humano normal, huyes. 

Iba a protestar cuando el león quiso dar por terminada la conversación.

-Piénsatelo ¿sí? Cuando Milo despierte tendrás que hacerlo bien. Después de todo, sois exclusivos ¿no? Va en serio.

-¿Eso te dijo?

-Sí, que quería hacerlo bien contigo y probar eso de la exclusividad. Yo quiero lo mismo así que mejor ya vas dejando de odiarme y creer que voy a follarle el culo a tu novio a la primera que me dé la espalda. Somos amigos. No hay nada más entre nosotros, Camus. 

Aioria volvió a cubrir sus ojos con su brazo e intentó dormir. Camus sin embargo, aún intentaba procesar. Incómodo, intentó buscar su posición en aquella cama.

-No es lo que parece. De hecho, siempre... 

El griego suspiró. Sabía lo que le diría.

-¿Siempre qué? ¿Nos acostamos? Es mi amigo. Sí, nos acostábamos y sí, lo has visto, no tengo que graficártelo. Somos personas físicas, Camus. Al menos sé que yo lo soy. Me gusta el sexo, se me empina fácil y como muchos aquí, mi primera experiencia sexual fue con un hombre, en este caso Milo. Nos acostamos muchas veces sí, porque era nuestra forma de escapar a punta de erecciones de muchos días de mierda, porque a pesar de lo que tu puedas pensar, solo somos amigos que tienen en claro que eyacular juntos no implicaba nada más. Así comenzó y así finalizó. Eso es todo. 

El francés sintió tal incomodidad que tuvo que obligarse a exhalar conscientemente al darse cuenta que no estaba respirando. No, no podía entenderlo. Él no se tiraba todo lo que se movía y no podía comprenderlo así. No era una "persona física" era... bueno su hermana decía que él podía pertenecer a la vanguardia de aqullos poetas franceses torturados y abrumados, y tenía razón.

"Les Poètes maudits"   

-¿Puedes entender que existan otras formas de ver eso o no lo concibes? Estoy seguro de que Marin no piensa como tú.

Fue solamente nombrarla para generar un espasmo muscular en el león, quien se movió para mirarlo. Tenía unas malas pulgas...

-Pues Marin dice las cosas que le duelen para que yo pueda entenderla y actuar en consecuencia. ¿Tu también puedes hacer eso? 

Sí, podía, y de hecho, unas horas antes de que declararan muerto al escorpión, lo había hecho. Asintió. 

-Solo digo que quizás, en vuestra exploración... A mi me dolía, Aioria, siempre me dolió. Siempre me dolió porque yo tuve que partir a Siberia a criar y entrenar a dos niños siendo yo un adolescente. Jamás pude pertenecer. Tu y Milo erais... inseparables y... bueno... yo soy... 

El león escuchó atento y su cabreo bajó. Jamás había escuchado al aguador decir absolutamente nada acerca de sus emociones y eso era tan nuevo como la última tecnología. Se sentó en la cama, para observarlo; si el francés se disponía a hablar, él le prestaría la debida atención.

-Yo me siento... siempre por fuera de todo. Me siento un extranjero, en Francia, en Grecia, en Siberia. Es... algo que siento... la no pertenencia. Yo jamás pertenecí a ningún sitio, Aioria. 

-No eras el único extranjero Camus, Aldebarán cruzó un océano y tampoco hablaba el idioma. Mu no sabía escribir, ni leer y le avergonzaba profundamente. Shaka lloró toda la noche su primer día y murmuraba cosas que no podíamos entender. Todos de alguna forma, lo eran. Supongo que a Shura le sucedió igual, a Afrodita, a Death Mask...

Camus negó.

-No, no me refiero a la geografía, león. Es... algo que sientes dentro. Que no perteneces a ningún sitio. Ni a Francia, ni a Grecia, me refiero... siempre se me han dado mal los grupos, supongo y hacer amigos no es mi punto fuerte. 

-Camus... lo que dices supongo que se entiende pero... ¿y si bajas la guardia ya y te lo permites? Quizás no sea tan malo como crees. 

El francés asintió. 

"Les Poètes maudits"

-Me dolía pensar que... yo no podía integrarme totalmente a vuestro grupo. Milo siempre fue mi amigo sí, incluso tú... Shaka... Mu. Pero... -se detuvo- No lo sé. No me prestes atención, son tonterías. -aseveró luego, aquel colchón era una tortura medieval y volvió a enderezar su espalda.

-Él te ama, Camus. Lo sé, porque le conozco mejor que a mi mismo y sé la intensidad de sus emociones. Sé que quizás era muy... efusivo a la hora de demostrártelo y luego la cagaba detrás, pero... Milo abría los ojos en las mañanas solo porque tú estabas en el mundo. Tu jamás sabrás el calvario que atravesó cuando... el Templo circular quedó vacío pero yo sí estuve allí. Te enterró y no permitió que absolutamente nadie tocara tu cuerpo. Te visitaba todos los días. Los primeros días... cayó en un espiral autodestructivo tan horrendo que tenía que ir a buscarle a tu tumba diariamente  y llevármelo de allí, a los golpes. Quería morirse y lo único que podía preguntarme era por qué no habías simplemente dejado a Hyoga en paz, por qué tuviste que ir tan lejos. Sus ojos se apagaron, hasta que volvimos todos juntos y los ojos de Milo volvieron a ser los mismos porque allí estabas tú entre nosotros. Quizás sientas que no perteneces a ningún sitio pero yo estoy enamorado hasta las trancas, sé lo que se siente y no tienen que explicármelo... y el amor te obliga a pertenecer, Camus. Me la suda Grecia, me la suda el mapa, yo pertenezco donde esté Marin, donde están mis afectos. Donde esté Milo, donde esté mi hermano. Si Marin me pidiera que nos mudemos a un piso en Japón, haría las maletas y Sayonara. Yo existo y pertenezco donde está mi corazón. Y creo que todos lo hacemos, incluso tú... si sientes que no perteneces, quizás, no estés entregándote lo suficiente.

Aquello le había vulnerado a un nivel extremo y sus lágrimas amenazaron con salir en silencio pero intentaba con todas sus fuerzas que no se tornara un mar imposible de contener. Sabía de lo que hablaba el león, pero él aún daba pasos de bebé en el camino de las emociones y no tenía esas seguridades.  

-Y por lo que más quieras, Camus... llora, chico. Llora porque la situación merece la pena. Nadie te dará un premio por tragarte tu dolor, solo lo hará peor, amigo.  

Esa palabra bastó para que el galo exhalara pesadamente dejando escapar un jadeo y expulsara un quejido acompañado de lágrimas gruesas. El griego se levantó, cansado y lo abrazó, sosteniendo su cuerpo atrofiado de emociones que habían explotado como un volcán y que ya no podría contener. Se aferró a Aioria con cierta resistencia, que cedió cuando escuchó que también lloraba. Aquella noche durmieron juntos, como solían dormir cuando de niños alguno de ellos tenía miedo o había tenido un mal día. 

Después de todo, aún eran aquellos críos.


Cuando llevó la comida a la habitación, sabía que la chica le detestaba. Podía verlo en sus gestos, en sus ojos y en su tono de voz, pero él no sabía exactamente qué había dicho mal si es que solo había intentado cuidarla y su respuesta fue enojarse con él. Se sintió algo perdido y todo aquello le agobiaba -sumándose a la privación de sueño producto de sus constantes pesadillas que lo empujaban a la tortura-, hubiera dado cualquier cosa en el mundo para poder hablar con Milo de tonterías y no tener que duplicar sus rondas de vigilancia para vivir en ese estado estresante de guerra.

La guerra y... le molestaba aquello de los anticonceptivos. 

No tenía idea de cómo funcionaba porque siempre había estado rodeado de tíos o en soledad. Su crianza tampoco le había espabilado demasiado en el tema y la vida en el santuario menos aún. Sabía que las mujeres podían embarazarse, evidentemente, y conocía los procesos biológicos para gestar vida, pero no tenía idea como funcionaba aquello de las famosas pastillas y asumió que si quería tomarlas sería para poder acostarse con alguien sin preocuparse por parir una criatura diminuta en nueve meses. 

-Deberías comer -le dijo, dejando el plato sobre la mesilla. 

Ella no contestó, aún leía y además, aquel tipo había pasado de parecerle un encanto a un imbécil sin escalas. 

-¿Vas a comer? -Volvió a hablar sin moverse de allí, algo impaciente.

La francesa asintió, como toda respuesta. El indio espero, pacientemente, pero no tocaba la comida.

-Se enfriará.

Ella respiró profundamente apartando el libro, como si estuviera buscando en su alma los motivos para no insultarlo.

-Está bien así, déjalo, gracias.

Él asintió. 

-¿Estás molesta? -inquirió algo inseguro. Sabía que lo estaba lo que no sabía era por qué.

La joven lo miró, preguntándose si era un psicópata o un discapacitado vincular.

-Shaka... no sé que... -intentó buscar las palabras pero estaba increíblemente molesta- no sé que quieres de mí. Eras una persona amable y creí que nos gustábamos hasta que un día decidiste que todo había sido un error y está bien. Soy adulta y puedo lidiar con el rechazo, pero no con la imbecilidad. ¿Querías dejarlo? Pues muy bien... pero me has dicho que no quieres que me acueste con otras personas y créeme, tú no eres nadie para decirme qué hacer. Tu eres el guardián de este templo y yo la hermana de tu compañero. Los compañeros de mi hermano no me dicen con quién puedo acostarme. Así funciona la vida. 

El rubio asintió. Aquello de acostarse con alguien le había gustado, que le abracen le había gustado y que le quieran aún más. En ese momento pudo ver clarísimo de que la idea de imaginarse a la joven gimiendo de placer siendo penetrada por alguno de sus compañeros no le gustaba, no le gustaba nada. La recordó arqueándose bajo su cuerpo presa del placer y tuvo que barrer con aquello rápidamente. 

-Solo creo que no estaría bien que te acuestes con otras personas. -dijo él, algo avergonzado. No tenía muy en claro qué decir ni cómo, todo ese mundo emocional era demasiado nuevo para él. 

-¿Con otras personas? ¿Estaba bien que me acueste contigo pero está mal que quieras dejarlo y me acueste con otros?

El indio asintió, bueno, algo así era lo que decía. No sabía si ella iría como Milo a follarse medio Santuario en cuestión de horas.

-¿Es Kanon? ¿Ikki? -quiso saber. 

Ella lo miró confundida, no sabía en qué idioma le hablaba.

-No sé que significa eso. -replicó ella y el rubio se retractó, negando con la cabeza.

-Está bien, no tengo que saberlo todo pero no quiero que te acuestes con nadie en mi casa. Si quieres hacer... eso, pues lo harás fuera de aquí... aunque no deberías salir porque es peligroso. 

Ella asintió. -No me acostaría con alguien en tu casa, Shaka.

Aquello le tranquilizó. Ya le daría tiempo a pensar qué hacer, de todas formas, la joven no salía de allí después de todo. Asintió, sintiéndose algo más calmo.

-Deberías comer, estás muy delgada -agregó antes de marcharse.


No me acostaría con alguien en tu casa, Shaka. 

cric cric cric

cric cric cric cric

Bueno, evidentemente aquello era una gran mentira porque podía escuchar los gemidos de la joven y el rechinar de su cama. Intentaba relajarse pero muy a su pesar sus capacidades meditativas y serenas se habían ido a vivir muy lejos del Santuario y de su vida. Se acomodó en la cama, molesto. No, molesto no, estaba enfadado. Aquella joven no debía acostarse con alguien más en su propia casa, ella había estado de acuerdo... 

Quizás podría levantarse de la cama y echar a quien sea que estuviese allí con ella, decirle que su templo era un sitio sagrado y no un hotel donde pudiera llevar a sus amantes. Sí, eso le diría.

Se sentó, fastidioso. ¿Es que no podía esperar para follarse a alguien más o irse lejos de allí? Resopló molesto y se vistió.

cric cric cric

cric cric cric cric

Los gemidos de placer se escuchaban cada vez más cerca a medida que sus pies avanzaban, pudo escuchar los jadeos de un hombre acompañando a coro el placer de la francesa. Un fuego atravesó su estómago y crecía desde sus entrañas, aquello era injusto... y doloroso. Les gritaría, les gritaría que se fueran...

cric cric cric

cric cric cric cric

-Así, amada mía 

Sus ojos intentaban adaptarse a la oscuridad pero cuando abrió la puerta dispuesto a decir todo lo que tenía para decir, pudo ver las piernas de la joven enredadas en la cintura de un hombre y no pudo hablar. No podía distinguir aquella figura, -ni su dueño- pero la francesa lo abrazaba con infinita dulzura mientras erguía su cuerpo y ayudaba con su cadera a intensificar la penetración al ritmo de gemidos agudos. No se detuvieron al escucharle. El hombre de cabellos alborotados intensificó la velocidad, arrancándole algunos gritos que acompañaron el clímax de la mujer... en los brazos de alguien más.

-Amada mía -repitió, besándola, lenta y dulcemente. 

Shaka estaba demasiado alterado para lidiar con aquello y preso del enojo y su vorágine emocional giró para marcharse, pero la voz extraña se dirigió a él esta vez. 

-No deberías enfadarte, Shaka, nunca fue tuya. -le dijo. Cuando el indio volteó nuevamente, vio aquellos ojos grises y apagados mirándolo fijamente. -Macaria* es mi dulce esposa, lo vuestro no podrá ser. 

La perra del inframundo. 

Tardó solo un segundo en abrir sus ojos dispuesto a matarlos y aún con el dolor y la sorpresa haciendo latir apresuradamente su corazón, pronunció las temibles palabras que les desintegrarían. 

-¡Shaka! -la voz de Marianne golpeó sus oídos con tristeza, pero daba igual. Debía matarla, él había tenido razón. Mu y su puta navaja de Ockham podían irse a la mierda, porque allí estaba, el dios de la muerte y su puta amada inmortal, en su templo. Debía matarla a ella y junto con ella, al cuerpo que había amado aquella noche donde aprendió que su propia sexualidad tenía una voz y podía provocarle sensaciones que jamás lograría describir con palabras... a la joven que le acompañaba en su jardín mientras estudiaba griego y repetía verbos sin cesar. 

La mataría, a pesar de haberla querido -amado- porque estaba tan enamorado de aquella mujer que ni siquiera podía aceptarlo con libertad para no caer preso de sus propias emociones.

La mataría.

-Shaka... -volvió a escuchar, esta vez a lo lejos. Algo frío y húmedo aterrizó sobre su frente y sus ojos, sumiéndolo en una oscuridad total. ¿Sangre quizás? 

Estoy muerto, pensó. Thanatos me alcanzó y estoy muerto.   

-Shaka...

Esta vez una mano alcanzó su muñeca y la presionó. Su cuerpo pesaba ahora una tonelada y no podía moverse. Estiró su brazo como último reflejo y palpó sus ojos, encontrándose con aquella humedad fría. Sangre, sus ojos sangraban.

-No, Shaka, quédate quieto -le ordenó la voz. Tiritó. 

-...No -respondió él, aún temblando. Sacudía la cabeza. 

-Es que es terquísimo -dijo alguien, a kilómetros de distancia.

-Si sigues moviéndote así, te sentirás peor, la fiebre bajará pronto, pero quédate quieto. -le respondió la voz llena de erres mal pronunciadas al otro lado de la oscuridad.

-¿Marianne...? -preguntó, readaptando sus sentidos. Tenía frío.    

-Sí, aquí estoy, con Mu. 

-Mu... -repitió el indio exhalando pesadamente. -Mu... Thanatos... ha... Macaria -intentó decir. Las palabras salían cortadas y le costaba hilar las frases.

-Shaka, tienes fiebre. -le dijo la voz del carnero. -Thanatos no está aquí, estás alucinando. 

Alucinaciones, lo que faltaba. Volvió a palpar sus ojos y se encontró con una compresa fría. No había sangre. No había fulminado a la joven ni estaba muerto. Abrió sus ojos, con cautela y vió, como bien podía deducir por sus voces, al santo de Aries y a Marianne, sentados en la cama junto a él. 

El indio normalizó su respiración lentamente, pero sus dientes castañeaban debido al frio. Le dolían los huesos. 

-Mu... lo ví. Thanatos... -suspiró. -Y... Macaria.

El carnero negó.

-Era la fiebre, Shaka. Llevas desmayado dos horas. 

El rubio frunció el entrecejo intentando entender.

-Lo ví. Estaba... en la habitación... de Marianne y...

-Shaka, no es Thanatos, no es Macaria... es otra cosa.

El indio lo miró a los ojos. Estaba agobiado y su cuerpo chillaba de diferentes formas, todas muy molestas pero al menos volvía lentamente a esta dimensión. 

-¿Qué sucedió?

-Pues unos minutos después de que saliste de mi habitación escuché un golpe. Cuando salí, estabas en el suelo, inconsciente. Tenías mucha fiebre y me asusté. Corrí escaleras abajo y pedí ayuda. 

-Ikki te levantó del suelo y me avisó, vine tan rápido como pude. 

Shaka se dejó caer, adaptándose a aquella realidad donde todo era... normal.

-Ya veo. Si no es Thanatos... ni Macaria... ¿Qué es? -preguntó agotado. 

-Pasítea. Hoy me ví a mi mismo asesinando a Alde y a Kiki pero... busqué el origen de aquello y la ví. Tenemos alucinaciones con nuestros propios infiernos y miedos, Shaka.  

El rubio sonrió levemente.

-Alucinaciones. Ya veo. 

Cerró sus ojos por un instante, volviendo despacio a aquella realidad afiebrada y temblorosa.  

-¿Marianne...?

La joven acomodó las compresas frías en su cuerpo y lo observó, preocupada.

-¿Si?

-No quiero que... quieras a alguien más. Quiero que me quieras a mí


A la mañana siguiente, Camus se sentía con una ligera resaca emocional, pero más liviano. Aioria le dijo que estaba demasiado cansado para visitar el hospital tan temprano, pero el francés, agradeciéndole internamente, supo que solo lo decía para darle a él un momento de privacidad con Milo. 

Se vistió luego de darse una ducha -fría, porque en aquel hotel el agua tenía solo dos temperaturas "Fría: Invierno Ruso" y "Caliente: Fahrenheit 451**"- y partió, con sus notas, prolijamente acomodadas.

El médico le explicó que había pasado una noche estable y seguirían esperando su mejoría. Cuando por fin pudo sentarse junto a él, cogió su mano, acariciándola con su pulgar tan suavemente como pudo.

-Milo, soy yo otra vez. Camus. No he venido a leerte esta vez, pero... sé que puedes escucharme y no quiero que te alteres, así que solo voy a hablarte. Hay cosas que necesito decir... y que tu necesitas escuchar. -Hizo una pausa. Otra vez, las pulsaciones del escorpión contestaban alteradas, a modo de respuesta. -Yo te amo. Nunca lo dije, lo sé, pero te amo. 

El francés se acomodó, recordando no llorar, "el paciente es él no tu".

-Te amo desde que era tan solo un niño. Cuando llegué al Santuario, había perdido a mi madre y todo me aterraba. Quería volver a casa, con Marianne y su estúpido oso al que destripé una vez creyéndome un gran doctor. Quería volver a abrazar a mi madre y a mi hermana y ver un episodio de Les Aventures de Tintin et Milou.  El griego me parecía y me parece un idioma horrible y no podía entender que algo que sonaba a no significaba ... pero tu me lo enseñabas con paciencia y no te burlabas de mí. Escuchaba a los mayores reírse de mi acento pero tú no... tú... me ayudabas a aprender... Te quedabas conmigo muchas más horas de las necesarias y yo... te admiraba, siempre te admiré. 

Las pulsaciones seguían respondiendo a su historia. 

Te lo dirá su corazón. 

-Yo me di cuenta de que... me gustabas y me asusté, porque eras un hombre y no sabía que eso estaba tan bien como amar a una mujer. Cuando comencé a sentir cosas solo las reprimí. Cuando partí a Siberia, todo fue a peor, porque no podía dejar de pensar en tí y en lo mucho que te necesitaba. Cuando me visitabas... yo era feliz... y... la primera vez que nos besamos... supe que tú tenías el poder de construirme o de destruirme, en partes iguales. Nos acostamos por primera vez cuando volví a Grecia, a notificar la desaparición de Isaac. Yo estaba... roto ya y no podía simplemente corresponderte, Milo. Creí que te hacía un favor.

El aguador siguió acariciando su mano.

-Fui... innecesariamente cruel contigo y lo siento. Debí contestarte cuando me decías lo que sentías, debí decirte lo que me molestaba. Debí decir las cosas cuando tuve la oportunidad. Ahora, no sé si es tarde ya pero aquí estoy, intentándolo. Por favor, Milo. Debes ponerte bien porque tu presencia hace que el Santuario sea un lugar mejor. Me haces feliz, a mi, a Aioria... te necesitamos. 

Tosió, aquello le estaba costando más de lo que imaginó pero siguió con su voz, serena.

-Antes de saber que... te habían atacado yo... busqué tu registro con Saga porque... quiero devolverte tu propia historia para que entiendas que... tu madre sí te amo, Milo. Lo tengo en mis manos ahora mismo, la prueba de que no has sido abandonado. Cuando despiertes, reconstruiremos tu historia y sanaremos juntos lo que nos quede por sanar. Vuelve, por favor. No te mueras porque sin tí, la vida no tiene sentido. Vuelve para que podamos...
volver a empezar.

El cuerpo del escorpión dormía obligado, pero no su cosmos. Una energía cálida y conocida lo abrigó. 

-Te amo, Milo. -repitió él a modo de respuesta. -Mucho.



*Macaria: Esposa del dios Tánatos e hija de Hades. / Pasítea: Esposa del dios Hipnos, representa o preside a las alucinaciones y los alucinógenos.

**Fahrenheit 451: novela de Ray Bradbury. 232,8°C, temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde.

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