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18. El enojo de Shaka

Aquella mañana las cervezas y el desahogo bestial del llanto compulsivo le habían dejado como recuerdo un bellísimo dolor de cabeza. Su frente pesaba, latía y dolía, como si su cerebro hubiera crecido dentro de su cráneo. Los recuerdos del día anterior, llegaban como olas intermitentes que le inundaban y luego le abandonaban, en un vaivén siniestro.

-Cric, cric, cric-

El recuerdo de la cara de Camus, el asco en sus ojos. Estaba acostumbrado a la frialdad de aquel azul profundo, pero aún la noche donde creyó que su amigo francés se vulneró
(Je suis tellement content de te voir, mon petit ange)
jamás le había mirado así. 

-Cric, cric, cric-

Logró conectar con su mirada por unos segundos, claro, imagen que repetía en su mente en un ciclo infinito como si de estrés postraumático se tratara.

-Cric, cric, cric- 

Sus ojos, llenos de asco.

El asco que no pudo evitar sentir por sí mismo y la humillación de verse en una posición tan... particular frente al hombre que amaba.

-Cric, cric, cric-

Un sonido algo chirriante llegaba desde la lejanía. Supuso que su amigo descubría lo divertido que podía ser un polvo matinal para despertar los sentidos antes del desayuno, aunque no escuchaba nada más. Sonrió pensando que el rubio intentaría ser sutil, pero la cabeza le envió una punzada que atravesó su ojo derecho y le obligó a fruncir sus párpados, interrumpiendo sus lucubraciones. Tenía la boca seca y pensó que estaría deshidratado a juzgar por la migraña. Necesitaba café, en dosis letales.

-Cric, cric, cric-

Levantó su cuerpo en silencio y arrastró sus pies hasta la cocina, la cocina que olía a especias. Buscó entre sus frascos, olisqueando como un sabueso. Tenía tal cantidad y con colores tan variados que para cuando encontrara el café sería hora de la cena. Algunos tenían garabateados los nombres del contenido... en símbolos que le resultaban imposible de leer. Notó que el sonido que chirriaba se detuvo, casi al unísono de la aparición de unos pasos que resonaban en el gran salón del templo.

Su corazón se alteró. No lo sabía con certeza, pero bueno, no le costaba deducir. ¿Sería Camus? ¿Mu, que había vuelto de Jamir y visitaba a su amigo? ¿Algún santo que deseaba atravesar el templo de la doncella? 

Los pasos llegaron a la cocina y su voz, reconocible en cualquier parte del mundo y cualquier idioma, le alteró las pulsaciones. 

-¿Shaka? -preguntó antes de entrar, pero no, no era Shaka. "Mi amigo Barbie Abrazos: Edición Sexo Sutil está ocupado" pensó el escorpión antes de girar. 

Cuando el francés divisó al escorpión que paseaba por las alacenas del indio, sintió la urgencia de marcharse, pero no le daría el gusto. No esperaba encontrarle por allí, pero no era él quien debía irse.

-Eh, no. Creo que Shaka aún duerme -mintió. No creía que el rubio durmiera pero tampoco era vital darle mucho detalle de lo que pensaba.

-¿Qué haces tu aquí? -preguntó con desdén el aguador -¿Es que te has mudado al templo de Virgo solo para joderme la existencia o qué?

Auch 

La verdad era que el escorpión se veía fatal. Tenía los ojos hinchados y no necesitaba ser Sherlock Holmes para deducir que había llorado y probablemente durante un buen rato. No le conmovió. Que le den, después de todo, eso parecía gustarle muchísimo.

Milo negó. 

-Si crees que solo aparezco en Virgo para joderte, vas mal, visité a mi amigo y pasé la noche aquí. Cam, yo quiero explicarte lo que pasó--

El francés lo interrumpió, elevando el tono de su voz. Se veía tan molesto que controlar sus propios gestos faciales le costaba. 

-¿Qué quieres explicarme exactamente, Milo? -mencionó su nombre con un asco que no pudo siquiera disimular, destilaba veneno. -No quiero escuchar tus explicaciones, no me interesan y no tienes nada que explicarme porque tu y yo no tenemos ningún tipo de relación. ¿Por qué tendrías que explicarme algo? No necesito escucharte, me aburres, me aburres en extremo tú y tus tonterías. 

Milo quiso responder con alguno de sus clásicos disparates verborrágicos pero el nudo en su garganta le jugó una mala pasada y no se lo permitió. Aquel desahogo nocturno le había dejado la sensibilidad pendiendo de un hilo delgado. Tragó. Necesitaba café, o hectolitros de líquido. Sus sienes le golpearon nuevamente.
(Y su pecho también)

-Sí, debo explicarlo porque me siento fatal y---

Esta vez, Camus no pudo evitar llevar al límite a su voz generalmente monotónica. Ya le gustaría a él victimizarse, pedazo de...

-¡¿Tú?! ¿Tú te sientes fatal? ¿Tú, de todos, tú eres la víctima aquí y te sientes fatal? -se rió, como si de golpe se hubiera vuelto loco. -Es que alucino. Yo creí que estaban asesinándote y tu amado inmortal te estaba... ¡te estaba...! -se trabó, estaba tan molesto que las palabras se le anudaron en la lengua- ¡Pobrecilla la víctima! ¡Estabas tirándote a Aioria en mi cara! ¡Y luego vienes a buscarme hablando de amor y estupideces! Es que alucino, de verdad, ¡pobrecillo, Milo que mal se lo pasa! Estoy conmovido, de verdad, yo es que voy a llorar, no te jode.

El grito les golpeó a ambos los tímpanos con tanta sorpresa que tuvieron que mirarse, asombrados, antes de voltear.

-¡PARAD YA, LOS DOS! -exclamó, el dueño de la casa, entrando a la cocina. Nunca le habían escuchado levantar la voz de esa manera. -¡ESTOY CANSADO DE VUESTRAS TONTERÍAS!

Camus abrió los ojos en un gesto que a Milo le resultó algo divertido. Sus cejas se arquearon sorprendidas como la de un niño pequeño. Se sentía avergonzado de su comportamiento, había hecho un escándalo innecesario en una casa ajena y...

-Lo sient--- 

El indio lo interrumpió. 

-¡No! ¡Que no he terminado de hablar! Vais a escucharme, los dos, porque estoy hasta--- ¡que sois jodidamente estúpidos! ¡Y nadie grita en mi cocina! -el rubio tenía los ojos abiertos y el color, ligero casi traslúcido, brillaba con una intensidad sofocante. Camus quería decirle que él mismo estaba gritando en su cocina, pero decidió omitir ese comentario.

-¿Ves? Ya le has bloqueado todos los chakras a Sh---

El indio giró para mirar a Milo y asesinarle con la mirada, interrumpiéndole. Este tomó la nota mental de no volver a cortarle un polvo, porque su amigo era un ángel pero aquel hombre desquiciado que había poseído su cuerpo era otra cosa.

-¡Ya deja de hacer bromas con absolutamente TODO! ¡Eres un adulto de 26 años! ¿Sabes que chakra me has bloqueado? ¡El del -----fastidio de ver a dos personas que no saben hablar gritando en mi cocina! ¿Y por qué? ¿¡Por qué es tan jodidamente difícil hablar?! -miró a Camus directamente a los ojos, los mismos que le miraron en su batalla en el Santuario, cuando el aguador portaba una Sapuri- Dí las cosas que tienes para decir, intentando comunicarte y no lastimar, solo porque te han lastimado a tí. Todo lo que te he dicho, sigue en pie. Tu también eres un adulto. -Se dirigió  a ambos, con el mismo fastidio -No voy a permitir que ninguno abandone esta cocina hasta que HABLEIS COMO PERSONAS NORMALES. 

Las caras de Camus y Milo eran una obra maestra, "Dos hombres sorprendidos y avergonzados" al óleo. El francés volvió a disculparse, después de todo, el culpable del jaleo había sido él.

-Lo siento, Shaka, de verdad, pero tengo algunas cosas---

-¡Que nadie se va de aquí hasta que habléis! Ya no voy a ver esta novela. Ambos sabéis lo que tenéis para decir. -replicó harto, interrumpiéndole otra vez. -Estaré en la sala. Si escucho un solo grito o una falta de respeto, voy a dejaros mudos, a los dos... ¡y si me fastidio igual también sordos y ciegos! 

La espalda del indio se alejó, dejándoles solos en aquella cocina como dos chiquillos regañados. Nadie podía obligarles a hablar, evidentemente, pero Milo lo deseaba... y en el fondo, Camus también. Quería saber por qué. Por qué Aioria, por qué así. No se miraron, aún avergonzados. Shaka tenía razón. No sabían hablar. Milo retomó la búsqueda del café, sus sienes latían con impaciencia.

Ninguno rompía el hielo y los segundos se transformaban en minutos. Dio con lo que buscaba detras de un polvo amarillo. Bingo. 

-¿Quieres café? -preguntó el griego, casi en un susurro. La explosión del Indio les había bajado la espuma. 

La cocina del rubio era un misterio para él y aún buscaba algo para calentar un poco de agua cuando Camus se le adelantó y asintió como toda respuesta. Milo cogió las tazas, en absoluto silencio y antes de que pudiera preparar sus bebidas, el francés se estiró rápido, cogiendo el frasco de sus dedos. Sus manos colisionaron por un momento eléctrico, que los obligó a mirarse.

-Eso es Kaapi, no te gustará. -dijo, sin más. -El café está aquí.

-Le regalaré un briki . -replicó el griego. -Aún no entiendo como no se adapta a nuestras costumbres, de verdad -quiso hacer un comentario para distender la tensión, pero a Camus le resultó ofensivo. Él también era extranjero y sabía lo que se sentía. 

-Shaka habla bien tu idioma, ¿qué más necesita para adaptarse? Es su cocina, comerá y beberá lo que le gusta. ¿Sabes? Deberías dejar de exigir tanto a los demás. ¿Qué comerías tú si tuvieras que vivir en India?

-Probablemente aire y muera de inanición. -aquello se le había escapado y se arrepintió unos segundos después de ser tan increíblemente bestia para hablar. No quería ofender al indio y lo que comía, pero no le resultaba apetecible. No era lo que debía responder, pero tenía la costumbre de saltárselo y escupir algo ácido. Su naturaleza. 

"Pues algo que me guste, probablemente, que me recuerde a mi hogar." Sabía que esa era la respuesta, pero esa respuesta le daría la razón a Camus, y su instinto natural era hacer lo contrario. 

El francés lo miró de reojo.

-Pues la comida india es deliciosa. Si te molesta deberías dejar de pasarte por esta casa, ya que su guardián es extranjero y come otras cosas que tu no, que te va más lo griego, evidentemente -replicó con molestia, preparando el café. "Lo griego". Aioria era lo griego, aquello había sido poco sutil.

Milo hizo silencio o volvería a cagarla. Intentó pensar y reformular lo que diría. Hablar con Camus le resultaba algo difícil.

-No tengo nada en contra de la cocina india, solo me gusta fastidiar a Shaka y... a veces se me va la lengua. Lo siento si soné algo... estúpido.

El francés asintió. 

-Yo también soy extranjero y mi cocina es diferente a la tuya. 

Me da igual de donde seas, de Francia, de Marte o de la estrella más brillante de la constelación de Sextante, quiso contestar. Por él escalaría la torre Eiffel desnudo comiendo baguettes o se zamparía todos los platos de la cocina india sin chistar. No pudo verbalizar lo que sentía así que solo se limitó a asentir. Sabía que su intensidad le espantaba, pero aquello estaba resultando difícil.

-Tú... eres diferente. A todos.

El galo intentó regularizar su respiración, pero aquello le fastidiaba. Se lo veía venir a Neruda... comenzaría con sus odas cuando aún tenía las manos del león dibujadas en su cuello. Estaba cansado de escuchar siempre los mismos versos.

-Milo -dijo finalmente. -Sabes que no te creo, ¿verdad? ¿Lo sabes? Porque me parece un buen punto de partida. 

El griego asintió, triste. Sabía que no le creía. Sabía también que no lograría cambiar lo que sentía. Supuso que esa sería la última oportunidad de hablar con el aguador, así que de buena gana aceptó la taza de café y luego de un trago que le ayudó con el nudo de su garganta, escupió lo que tenía para decir... después de todo, la noche anterior había sido un punto de revelaciones.

-Camus... -dijo finalmente -¿Tu madre te amaba?



Perouges, Francia 1992

Camus tenía 6 años recién cumplidos cuando encontró a Nougat, su gato, rígido en la calle. Su madre le llevaba de la mano pero se soltó cuando creyó encontrarle al final de Chemin du Buiset, frente al mercado de la señora Élodie. Allí estaba, la cola peluda del gato era fácilmente reconocible porque tenía unos anillos grises muy bonitos y únicos, que terminaban en una punta negra, como si le hubiesen utilizado a modo de pincel. Jeanne Dubois intentó coger nuevamente su pequeño brazo cuando se dió cuenta de que el gato no podía estar vivo, pero el niño se escapó. Allí estaba, Nougat.

Le había buscado en su cama, bajo la mesa, bajo el sofá... pero no estaba por ahí. Mimi investigó el jardín, pero la niña tampoco daba con él. Finalmente, después de una exhaustiva búsqueda, abordaron a su madre para que se uniera a la aventura de encontrarle. Llegaron a la conclusión de que lo mejor era hacer carteles para avisar a sus vecinos de su pérdida.

La bellísima Jeanne, contó discretamente el dinero que tenía en su bolsillo, pero no era suficiente, no si quería que sus hijos cenaran mañana. La idea de los carteles quedaba descartada.

Camus quería llorar, pero Marianne se le adelantó. El pequeño francés le consoló.

-Mimi, no llores. Lo haremos nosotros. -sugirió acariciando torpemente su cabeza con la mano diminuta. Su hermana pequeña tenía un llanto desolador, pero breve, porque él siempre la animaba. La niña respondió con una sonrisa torpe, limpiándose las lágrimas con una manga sucia y corrió en búsqueda de los lápices.

Jeanne supuso que encontrar al gato era imposible, pero ayudó a la más pequeña a escribir los textos, ya que no se le daba muy bien la escritura. Camus rechazó la ayuda, él había aprendido lo suyo en el colegio y garabateaba entre colores.  

"Se busca: Nougat
Mi gato es gris y tiene la cola negra. Sus ojos son amarillos. Se ve así. Gracias. Familia Dubois"

Los dibujos de los niños le conmovían. Camus elaboraba algo más definido, con colores, ojos grandes y orejas, pero su hermana hacía lo propio con círculos y palos. Cuando los pequeños Monet terminaron sus obras, salieron conformes con su trabajo en búsqueda del gatito. El galo llevó su comida, por si acaso. Probablemente estaría muerto de hambre.

Nougat no había muerto de hambre, sino atropellado.

Cuando finalmente vio su cuerpo, notó que sus ojos permanecían abiertos, al igual que su boca. El gato estaba tan rígido como podía estarlo, y unas gotas de sangre producto del golpe se habían secado junto a su cabeza. El francés miró confundido a su madre.

-¿Mamá? ¿Qué le pasa? -preguntó. 

Su madre les abrazó, intentando evitar que vean al gato. 

-Lo siento, pequeños, Nougat se ha ido al cielo -dijo.

-¿Al cielo? -inquirió Camus, curioso. ¿Podría visitarle allí? 

-Sí, cariño. Se ha ido al cielo. Ya no vivirá con nosotros, pero si le hablas te escuchará. Solo mira al cielo cuando quieras hablar con él, y allí estará, feliz de escuchar tu voz. 

Jeanne besó su mejilla. El francés no entendía bien qué era eso de irse al cielo pero le parecía una putada que su gato tuviera que irse porque no estaba seguro que allí en el cielo le dieran la comida que le gustaba. ¿Quién cuidaría de él en el cielo? Se preguntaba muchas cosas, pero por dentro, solo deseaba llorar. No quería dejar de ver a Nougat, el peludo era su amigo y le gustaba cuando se enroscaba en los pies de su cama. Quería llorar, pero si lo hacía, su hermana le acompañaría en coro y no quería abrumarla. Estaba demasiado silenciosa y sabía que eso era una pésima señal, Marianne tenía unos pulmones acojonantes.

Esa noche, Jeanne decidió que sus hijos merecían algo más que pan y los restos del día anterior. Le dijo a Élodie que compraría algo de jamón, huevos y aceite y que se lo pagaría la próxima semana, pero la cuenta de la joven era demasiado grande ya.  

Camus vió el momento en que su madre le entregaba su colgante dorado, mientras le pedía por favor. Solo cuando creció pudo entender lo que Jeanne Dubois había hecho.

El colgante de la abuela.

Comieron galettes, sus favoritas. Aquel sabor le había quedado grabado a fuego en el paladar. Luego de la comilona, la familia Dubois se acomodó en el sofá viejo y vieron tantos episodios de Tintin et Milou como pudieron. Marianne se durmió poco después, pero Camus no. Abrazaba a su madre, quien le besó dulcemente la frente.

-Eres un ángel. Mi pequeño ángel. Mamá te ama, pequeño. 

Camus sonrió estirando sus piernas pequeñas sobre los brazos del sofá, los besos de Jeanne le hacían cosquillas.

-También te amo, mamá.


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Paris, Francia 2003

-¿Aún recuerdas a mamá? -preguntó un adolescente francés de ojos muy azules, bajo el cielo parisino a su hermana, quien bebía su café en la calle. Isaac había desaparecido meses atrás y los duelos se le habían acumulado de golpe. El Patriarca decidió darle unos días libres que utilizó para viajar fugazmente a Paris.

-Siempre. -contestó ella. La adolescente que ya comenzaba a verse como una mujer y había dejado a la pequeña Mimi con sus gatos de círculos y palos muy atrás, le observó. Su hermana le recordaba a su madre porque además de ser increíblemente similares, tenían una forma especial de calmarle. Cogió su mano, con dulzura.-¿Por qué?

-Te ves exactamente igual a ella. -sonrió él. 


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Atenas, Grecia - Actualidad

¿Tu madre te amaba?

Aquella pregunta desconcertó al aguador, pero no tuvo que buscar la respuesta. La sabía.  

-Sí, Milo, mi madre me amaba. ¿A qué viene eso? -le miró con asombro intentando deducir a donde quería ir escarbándole los recuerdos.

-Bueno, la mía no. -negó el escorpión avergonzado. Creía que debía empezar su historia desde allí pero el francés le detuvo.

-Milo, ¿de qué hablas?. -Estaba perdidísimo. Podía esperar cualquier cosa del griego, pero jamás creyó que la conversación viraría tan drásticamente.

-Bueno, que creo que... me he pasado la vida esperando que me quieran. Tu... sabes como se sentían los besos de las buenas noches, yo no. Solo lo leí en algunos cuentos. Tu madre te arropaba y mon petit ange era tu colega y hermana, ¿no? Pues... yo no tenía nada de eso. Viví en un orfanato desde que nací. Los niños se iban con sus padres adoptivos y yo no. Cuando me buscaron, creí que llegaría a un hogar bonito con unos padres que me adorarían, pero aterricé en Atenas y me trajeron directamente al Santuario. Aquí mi maestra se encargó de dejarme muy en claro que me habían abandonado, que eso merecía y que era un pesado. Aioria era... mi amigo, Cam. Y... lo es, porque no hay cosa que yo pueda hacer en este mundo para que el no me quiera. Yo nunca me sentí juzgado por él y... sé que me quiere incondicionalmente, como yo le quiero a él. 

El estómago de Camus dio un vuelco horrendo. No estaba lastimándole, estaba torturándole vivo. ¿A donde iba toda esa mierda? ¿Es que era idiota o no podía darse cuenta de que estaba enamorado del león? De todas formas, no era necesario que le torturara allí hablándole de lo maravilloso que era el puto gato. Lo miraba anonadado. Es que era para morirse tres veces.

-A ver si nos aclaramos... -dijo finalmente -¿Estás diciéndome que amas a Aioria?

Milo negó.

-No, solo estoy intentando darle un contexto a por qué te amo a tí. Aioria es como un hermano para mí. 

-Yo no me acuesto con mi hermana, Milo.

El griego asintió.

-Lo sé, Camus, me refiero a que... esto no es un reproche pero... yo jamás sentí lo mismo de tí. Siempre sentí que me juzgabas. Eres mi amigo y ni siquiera sabía que tenías una hermana. Lo supe cuando Shaka me lo dijo y no le creí porque ¿cómo podía ser que yo no lo supiera si tu eras mi amigo?, ¿crees que es normal que no sepa nada de tí? porque a veces siento que no te conozco. Es que te cierras, y yo no vivo de rechazos, chico. 

El aguador pestañeó confundido. Tenía razón.

-Suena a reproche -replicó finalmente.

-No lo es, solo quiero que entiendas... por qué a veces simplemente me canso de correr tras de tí en silencio. Porque no es un deporte divertido. Es doloroso para mí. Me duele, Camus, puedo reir y satirizar todas las facetas de mi vida, pero no deja de doler. 

El aguador estaba sin habla. No sabía que le había causado tanto dolor. Tensó la mandíbula, porque no podía hablar. Allí estaba otra vez, vulnerado y en silencio. Todo lo que quería comunicar se había esfumado.

-Si te lastimé tanto, ¿por qué estás tan seguro que me amas, Milo? Según tú, la única persona que te comprende es Aioria. Según tú, no me conoces. ¿Cómo puedes amar a alguien que no conoces?

El escorpión se sentía frustrado y triste.

-Porque lo siento, Camus, no anules mi sentir, ¿vale? Puedo ser inmaduro pero no soy un idiota. Sé lo que siento y cómo lo siento. Te amo a ti, porque lo único que anhelo desde que me despierto hasta que me duermo es escucharte cruzar mi templo aunque no me dirijas la palabra solo para saber que estás vivo. Cuando te... cuando te moriste visité tu tumba todos los días. Le hablaba a ese pedazo de piedra con tu nombre durante horas. Te contaba que tal iba todo por aquí. El Santuario... que nunca fue un hogar ideal, pasó a ser un sitio aún más oscuro y horrible sin tí. Y sí, vale, Aioria... Los que quedamos por aqui... Mu no se lo pasaba mucho tiempo por su templo y creo que tampoco se muere por ser mi amigo... Aldebarán vive pegado a él como si fuera su siamés... y solo éramos Aioria, Shaka y yo. Cuando después de esos años agónicos te ví... vivo... con la armadura oscura Camus yo... jamás entenderías como me sentí.

Tuvo que detenerse porque aquello le estaba destrozando el interior, como si estuviera intentando parir un monstruo. Camus miraba sus manos. Claro que lo entendía, porque él estaba del otro lado intentando hacer lo que tenía que hacer. Cumplir su misión en silencio junto a sus compañeros caídos, liderados por el torturadísimo Saga de Géminis. Su misión, que le había obligado a atacar a Mu, para luego avanzar por el santuario viendo a sus viejos amigos morir. Aldebarán estaba muerto cuando cruzó Tauro pero... Shaka... bueno, le costaba perdonarse aquella historia. Asintió, bebiendo su café.

-Fue difícil para mí también, Milo. Cuando Shaka decidió... abrir el jardín... sabía que solo podíamos hacer una cosa si queríamos atravesar Virgo y eso que podíamos hacer era asesinarlo. Tuve que asesinar a mi amigo, como asesiné a mi alumno. A veces, cuando desayuno aquí mismo y le veo... beber su té todos los días a las 6 de la mañana... recuerdo al hombre que asesiné y al niño que llegó aquí asustado. Al niño que le pedíamos que escribiera nuestros nombres en hindi, ¿recuerdas?

Claro que lo recordaba. Cuando se enteraron que el chiquillo venía de otro país donde todo se escribía con esos símbolos raros comenzaron las preguntas y los pedidos. 
"¡Shaka, Shaka! ¿Cómo se escribe mi nombre?" 
El pequeño rubio con sus dedos regordetes respondía a sus pedidos con su caligrafía prolija en su idioma natal, con paciencia y esmero. 

-Pobre Shaka, le jodimos bastante -respondió esbozando una sonrisa triste. 

-Tu lo jodías con las láminas de tu nombre, Milo, pero yo me lo cargué con una técnica que le desintegró el cuerpo vivo. -murmuró, angustiado. El alma le dolía. -Estaba ciego pero el único sentido que me quedaba era el oído y su grito aún me persigue. Escuché el impacto y el grito. Gritó de dolor, porque es humano, porque le habíamos reventado el cuerpo y porque no era más que aquel chiquillo tímido que nos hacía los carteles en hindi hace 18 años.

-Shaka quería morir, Camus, eso lo sabes. 

-Querer morir no implicaba que le dolieran menos nuestros ataques, una y otra vez, hasta desintegrarse. Sé que así lo quiso, y sé que lo hice con un propósito justo, pero tampoco duele menos. Después... cuando te ví. -suspiró. Le costaba seguir, le costaba recordar.

-Cuando yo te ví a ti de buena gana te reventé el pecho a aguijonazos, Camus. No entendía nada y eso... me destrozó. Yo no soy Shaka, ni Mu, no sabía que coño pasaba. Soñé durante años volver a verte y cuando... te ví... allí estabas, con tu sapuri y... acababas de cargarte a mi amigo de una forma cruel, sí, lo recuerdo. También recuerdo que te ahorque.

Camus cerró sus ojos, recordando.

-Solo quería que me mataras. Ya no quería seguir. Me dolía Shaka, me dolía Mu, me dolía Aldebarán, me dolías tú. Para la segunda exclamación tenía el cuerpo tan destrozado que me sentía anestesiado y en piloto automático. Recuerdo esos dolores como un eco confuso. Shaka me había dejado ciego y mudo. No podía verte cuando me ahorcaste, solo podía escucharte... y reconocí tus manos.

-Lo siento. -dijo, honestamente. Jamás se preguntó como lo había vivido él y jamás se lo había contado. Ambas caras eran igual de dolorosas, competir no servía de nada.

-Hiciste lo correcto, Milo. -asintió, cortes. -Y creo que también entiendo... por qué Aioria.

Milo suspiró, su amigo el griego les perseguiría eternamente.

-Aioria estaba aquí, Camus. Fortaleció nuestra amistad y me ayudó a superar el vacío de tu ausencia. Es solo un buen amigo.

Una parte del francés lo entendía. La otra no, la otra quería saber por qué se lo seguía tirando y por qué no se daba cuenta del amor que le tenía.

-Shaka es un buen amigo y no me acuesto con él. 

-Bueno, creo que está ligeramente más interesado en Camus versión femenina.

-No sé si quieres hablar de eso considerando que jugaste a la Celestina a mis espaldas con mi hermana solo para probar que tenías razón.

Milo negó, sirviéndose otra taza de café. aún le pesaba la cabeza.

-Lo hice porque aunque tú no quisieras verlo, el tío estaba interesado y no tenía ni idea qué hacer, porque está tan perdido como todos nosotros. Solo lo vestí y le dije que comprara esas galettes que te gustan a ti. El rubio hizo el resto, contra todo pronóstico.

¿Recordaba la galette? La mente de su amigo le fascinaba. Podía ser un completo idiota y luego recordar algo tan importante y sutil como eso.

-Una galette -sonrió el francés. -Una buena jugada, chapeau

-Recordé que te gustaban y le di un consejo. ¿Sabes? La mañana que nos encontraste aquí... Marin me dijo que sabía como llevar a la gente a la cama, pero no como retenerla. Yo... no quiero retenerla, solo quisiera que me quieran como soy.

Aquello le pilló con la guardia baja, bajísima, pero aunque quiso responder que el lo quería, su boca articuló otra cosa.

-¿No dijiste que Aioria te quiere como eres?

Milo asintió. 

-¿No crees que deberías ser honesto y preguntarte que quieres realmente con el?

¡Para ya, para ya, estúpido! Se gritó a sí mismo internamente. ¿Qué estaba haciendo? Estaba empujando al hombre que amaba a los brazos de alguien mas? A los brazos de alguien que le llevaba diez años de ventaja afectiva a él.

-Ya tengo la respuesta, Camus, no necesito hacerme ninguna pregunta -resopló el griego.- Shaka también me quiere como soy y no voy a tirármelo.

-Está bien. -asintió. -Entonces... ¿qué es lo que quieres?

Milo repensó la pregunta. Sabía muy bien lo que quería.

-Te quiero a tí. Sé que no lo crees, sé que zumbándome a medio santuario quizás envié el mensaje erróneo... no quería ser el idiota que se autodestruía esperándote como Penélope mientras te decidías a contestar a mis súplicas emocionales.

-Nos acostábamos, Milo, no estabas esperándome. Estaba ahí mismo.

Milo negó. -Sabes a lo que me refiero. No estabas ahí. No contestabas cuando te decía que te quería. ¿Qué podía hacer? ¿Seguir mendigando amor? ¿Pedirte que por favor no huyas mas de mí? 

El francés también se sirvió una nueva taza de café. Aquello iría para largo.

-Bueno, ¿alguna vez te preguntaste... que quizás me dolía que te acostaras con todos? -preguntó finalmente luego de un silencio eterno y pesado. 


  





 






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