Uno
Tamborileo los dedos de una de mis manos sobre el mesón de la barra mientras que con la otra sostengo mi barbilla en la infinita y aburrida espera de algún cliente.
A veces me arrepiento de haber aceptado este empleo, pero siendo sincera, este es uno de los pocos sitios en los que aceptarían a una joven sin experiencia ni estudios terminados, por lo que no me quedó de otra más que aceptar el trabajo mientras reúno el dinero suficiente para costear los siguientes semestres de mi vida universitaria.
Hay muchas cosas que me disgustan de esta tienda, entre ellas la ubicación de esta, al estar a las afueras de la ciudad es poco común y probable que las personas se detengan a mitad de camino sólo para comprar un par de flores.
Por lo que ya he memorizo los rostros de los clientes usuales y las flores que suelen llevar.
Como, por ejemplo; la anciana que vive a unas calles de distancia, que cada fin de mes viene por orquídeas para su jardín y me pide el favor de acompañarla hasta su casa para no tener que aguantar todo el peso ella sola.
O el señor de la tienda de enfrente, quién viene por rosas cada vez que discute con su esposa.
Y no podemos olvidar a nuestro cliente más frecuente, Park Jimin, quién pasa cada viernes por la tienda y escoge un ramo con distintos tipos de flores.
Aún recuerdo la primera que lo vi entrar a la floristería, el tintineo de las campanas colgando sobre la puerta me hizo sobresaltar cuando estaba a punto de quedarme dormida. Mi primera reacción fue mirar hacia el reloj en la pared y verificar la hora, dándome cuenta de que mi turno había terminado ya hace más veinte minutos.
— Estamos por cerrar, lo siento.
Hablé en dirección del chico que miraba con sosiego las flores frente a él, rápidamente levantó su mirada y escaneó sin prisa alguna el lugar, al darse cuenta que le estaba hablando a él finalmente procedió a contestar.
— Lo siento, prometo que será rápido. — Volvió su vista hacia las flores, pero luego de unos segundos de búsqueda se dirigió a mi nuevamente. — Disculpa, ¿tienes camelias rojas?
Lo más seguro es que sí, pero debía estar hace más de media hora en la casa de la dueña para entregarle las cuentas de la semana. Cuando estaba a punto de darle una respuesta negativa nuestras miradas hicieron conexión, dándome así una perfecta visión de su afligida mirada perdida.
Solté un pequeño suspiro para luego cambiar la respuesta de mis pensamientos por otra.
— Creo que quedan algunas en el almacén. — Señalé con lo pulgar la puerta a mis espaldas. — Déjame ir a revisar.
Él simplemente asintió con la cabeza y yo me encaminé hacia la parte de la tienda en busca de los solicitado.
Tras perder mi paciencia luego de unos minutos de una malograda búsqueda, decidí formar un ramo de las primeras flores que tenía a mi alcancé, quedando así cómo resultado un gran ramo con una mezcla de camelias blancas, jazmines del cielo y un par de lirios a los alrededores.
— Lo lamento, no contamos con camelias rojas en este momento, pero creo que este ramo podría ser de tu agrado.
Le extendí el ramo para que pudiera tomarlo, él lo observó durante unos segundos y luego levantó la mirada, inmediatamente pude darme cuenta de su cristalizada mirada y que había abandonado la inexpresiva línea de sus labios para convertirla en una pequeña elevación de comisuras.
— Es hermoso, coincide perfectamente con lo que realmente buscaba.
Me quedé un poco sorprendida ante su reacción y respuesta, pensé que lo rechazaría de forma inmediata al ver que no era lo que había pedido.
Luego de eso, me ofreció su tarjeta de crédito para así poder realizar el pago, en esta pude ver su nombre, el cual quedó grabado en mi mente desde ese preciso momento.
Cuando abandonó la tienda, pude ver admirar su sonrisa a través del cristal de la puerta.
Una sonrisa llena de emociones que buscaba consuelo en un cielo azul repleto de calma.
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