Once
Algunos ruidos provenientes del exterior de la floristería me hacen alejar mis manos de las flores a las que les estaba dando mantenimiento. Dejo mis guantes a un lado y me dispongo a salir del almacén para así recibir a las personas que están por entrar.
Me ha tocado hacer todo el trabajo de la floristería por partes iguales, desde que la chica con la que solía compartir turno simplemente dejó de venir hace unos días atrás, argumentando que la paga era miserable y que en cualquier otro lugar le iría mejor.
No voy a negar que cuando empecé a trabajar aquí yo pensaba de la misma manera que ella, con el pensamiento constante de presentar mi carta de renunciar de largarme de una vez, sin importar si eso significaba tener que regresar a casa de mis padres y ver sus sonrisas socarronas al ver que el resultado de mi partida fue lo que ellos siempre supusieron que sería: el fruto de un anhelo pasajero que fue sembrado desde el fracaso.
Pero me negué rotundamente a brindarles la satisfacción de estar contentos a base de mis errores, reuniendo fuerzas desde el interior de mi alma para poder continuar con mis preocupaciones del presente, con la esperanza de que algún día mis decisiones del hoy me hagan volar alto en el mañana.
Doy un alto a mis pasos cuando me encuentro a punto de cruzar la puerta que da paso al área principal de la tienda, sonriendo al deducir quién es el cliente al escuchar la campana de la puerta tintinear con frecuencia.
Al principio mi irritaba dicha acción, la campana podría dañarse y si la dueña se llegase a dar cuenta de ello lo descontaría de un sueldo. Sin embargo, fue algo que nunca dije, ya que dicha acción anunciaba la llegada de mi cliente favorito.
— ¡Oh Aera! — Mi sonrisa se ensancha al escucharlo pronunciar mi nombre con tanta emoción. — ¿Por qué tardaste tanto? ¿Vine en mal momento?
Estoy por responderle cuando una segunda voz me hace sobresaltar.
— Si te encuentras ocupada podemos venir en otro momento. — Sugiere su amigo saliendo de atrás de unos estantes, a quién ahora reconozco como Namjoon. — Estás en tu derecho de quejarte, sé que este chico suele visitarte en horario laboral.
Me río ligeramente mientras escucho a Jimin quejarse. Días después de nuestro escape a la playa, tuve la dicha de presentarme formalmente con Namjoon y saber más sobre el chico que vino por Jimin el día del incidente de las camelias.
— En realidad no lo estoy. — Aclaro para su duda. — Ya me estoy acostumbrando a tener que hacerlo todo aquí sin ayuda de nadie más.
— ¿Tu compañera no volvió? — Pregunta Jimin con notorio asombro.
— Ni siquiera para darme las gracias por haber cubierto su turno tantas veces para que ella pudiera salir con sus amigos. — Podía sonar un poco rencorosa, pero era la verdad.
Ambos chicos rieron ante mi queja y no pude evitar acompañarlos.
— Bueno... — Empezó a hablar Namjoon mientras se encaminaba con unas hojas en mano. — Esto explica por qué había tantas de estas sobre la fotocopiadora.
Estiro mi cuello para ser conocedora del contenido de las hojas, entendiendo sus palabras al ver que trata de los volantes que la dueña me solicitó repartir bajo el propósito de encontrar a un nuevo empleado.
— No he tenido tiempo de entregar ninguno. — Confieso apenada. — A decir verdad, había olvidado por completo el hecho de que debía hacerlo.
— Nosotros podríamos hacerlo en tu lugar. — Propone Namjoon con una amigable sonrisa en sus labios. — Así no tienes que cerrar la tienda para hacerlo por tu cuenta.
— ¿No sería una molestia? — Pregunto con inquietud en mi tono de voz.
— ¡Para nada! — Responde Jimin en su lugar. — De hecho, ya tengo algunos perfectos candidatos en mente para el puesto.
El resto del día lo dedicamos conversar mientras le dábamos mantenimiento a las flores del almacén, luego de que Jimin insistiera en que de alguna u otra forma me ayudarían a alivianar mi trabajo.
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