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Diez

Sacudo mi cabeza con fuerza una vez más en un intento de dejar de lado los recuerdos de aquel día por tan siquiera unos segundos, pero no puedo evitar que al cerrar mis ojos las imágenes de dicho momento se reproduzcan en mi mente como si de una película se tratase.

No ha pasado mucho tiempo desde que visitamos la playa de Haeundae. Al ser mi día de descanso decidí darme el privilegio de pasar más tiempo de lo normal acostada en mi cama sin hacer nada, pero lo único que he hecho desde antes de la media noche es pensar en Park Jimin y su impredecible mirada.

Ni siquiera en mi interior tuve tranquilidad, el recuerdo de Jimin me siguió hasta mis sueños y me atormentó dulcemente una y otra vez mientras la escena se repetía un millón de veces.

Una vez más, cierro mis ojos y suelto un suspiro mientras me dejo llevar devuelta a aquel momento.

Nos encontrábamos sentados sobre unas rocas mientras mirabas al sol terminar de ocultarse, la luna no tardó mucho en salir, iluminándonos de forma cortés con su luz al mismo tiempo que escuchábamos a las olas del mar chocar con la arena, reí fuertemente cuando noté que Jimin levantó sus pies con rapidez cuando una de ellas casi llega a él.

— ¡Hey, solo es agua! — Me burlé de su acción. — No pasará nada si te mojas un poco.

El pareció pensarlo por unos segundos, pero luego sonrió abiertamente mientras extendía su mano en mi dirección.

— Tienes razón. — Concordó con mis palabras. — Nada malo podría pasar.

Cuando acepté su mano, él me aferró a su agarre y me obligó a adentrarte al mar hasta que esta nos llegaba a la altura de las rodillas. No pude evitar soltar un pequeño pero sonoro chillido puedo sentí la frialdad del agua aferrarse a mi piel con la menor intención de soltarme, al igual que la mano de Jimin seguía sujetando la mía con fuerza.

— Déjame recordar... — Empezó a decir con una sonrisa socarrona adornando sus labios. — ¿Quién fue la que dijo que sólo era agua?

— Nunca pasó por mi mente que podría estar tan fría. — Intenté excusarme y él simplemente río.

Permanecimos así por unos segundos, mientras las olas y la brisa salada abrazaban nuestros cuerpos y los tranquilizantes sonidos de la noche quedaban perfectos como música de fondo.

— Su nombre es Cielo. — Soltó como un susurro casi inaudible.

Lo miré con desconcierto y rápidamente pudo descifrar la confusión en mi mirada.

— La hermosa chica que vive en mi fondo de pantalla. — Aclaró para mi duda. — Ella es la razón por la cual amo las camelias rojas. — Intenté responderle, pero mis palabras se quedaron atrapadas en la punta de mi lengua. — Pero ya pasó un tiempo desde que tuvimos que separarnos.

— Vaya... — Logré pronunciar débilmente. — Eso debió haber sido duro para ti.

— Seré sincero contigo, pero no tanto por el momento. — Retomó con fuerza su palabra. — Existen momentos en los cuales me recuerdas tanto a ella. — Confesó mientras un suspiro se quedaba atorado en mi garganta. — Aunque quiera evitarlo, no puedo hacerlo.

— ¿Somos similares en algún sentido?

Él río por mi pregunta y por un momento me sentí diminuta, aun me costaba diferenciar entre sus cambiantes emociones.

— No se parecen en lo más mínimo. — Concluyó luego de retener el aliento por unos segundos. — Pero hay algo en ti que me obliga a querer protegerte, me encuentro en la completa necesidad de hacerlo. — Su mirada finalmente conectó con la mía, dándome la sorpresa de unos ojos quebrantados en su totalidad. — Algo que no pude hacer por ella.

Luego de su confesión, nos invadió un silencio incómodo que rozaba la línea de lo reconfortante hasta que decidimos tomar camina al auto para regresar a las afueras de la ciudad. Durante el viaje de vuelta ninguno de los dos se atrevió a soltar palabra alguna, mientras el único sonido que nos acompañaba era el de sus inquietas respiraciones.

Por lo menos sé que conseguí algunas respuestas pertenecientes a las preguntas que suelen rondar por mi mente desde el día en el que lo conocí.

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