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MEMORIAS DE UN MUERTO

En la muerte ya no le encuentro ningún misterio.
Morí el 10/03/2021. Saliendo de mi acostumbrado repaso fui arrollado por un ómnibus. De mi pecho comenzó a emerger una sangre muy clara y me costaba bastante trabajo respirar, por lo cual supuse que tenía un pulmón perforado. Cosa que comprobé horas después, según el forense que examinó mi cadáver se me partieron todas las costillas de la caja torácica, dañando así a mis pulmones y casi al corazón. Volviendo al momento. Me hallaba tendido en medio de la calle rodeado de un sinfín de caras de personas a las que poco interesaba y menos me interesaban a mí. Con cada minuto que pasaba me costaba más trabajo respirar y me sentía como si me estuviese ahogando. Todo, de pies a abajo lo sentía inerte y pesado como el plomo. Con cada parpadeo sentía cada vez más pesados los párpados hasta tal punto que ya no podía despegarlos. Me estaba quedando sin fuerzas, y aquello de, "se me pasó toda la vida por delante" es pura trola.
El caso es que, a los treinta minutos después del atropello morí. Todo se tornó oscuro durante un segundo, abrí los ojos de nuevo y parecía que el tiempo se había detenido, todo a mí alrededor estaba paralizado. Pronto vi la silueta de una niña pálida, y menuda. Tenía los ojos de un azul que te perforaba el alma, el pelo recortado de una manera pulcra, un vestido de un blanco celeste y su forma tan peculiar de caminar hacia que pareciese que levitaba. Pronto se acercó a mí y me tendió la mano.
-Sígueme - me dijo.
Me incorporé lo mejor que pude y la seguí.
No sé muy bien en qué dirección íbamos, solo puedo decir que si tomara como punto de referencia el lugar donde fui degollado, me estaba alejando de este lugar, en línea recta y a través de algo parecido a una cuarta dimensión. Pronto todo volvió a reactivarse, delante de nosotros apareció un rectángulo de fondo negro y un contorno blanco, de 3×6 metros. Una vez lo atravesamos se cerró al instante, aparecimos en un lugar donde una línea blanca en el horizonte era lo único que te hacia saber cuál era el límite entre el lecho rocoso y el cielo raso, puesto que todo era oscuro, y pese a esta oscuridad, podías verlo todo claramente a tu alrededor.
Me percaté de que nuestra senda única se subdividía mas adelante en cuatro caminos, no entendía lo que estaba pasando, y al parecer ella se dio cuenta y comenzó diciendo:
- Mi nombre es Vania, soy el mensajero de la deidad suprema y el puente entre lo vivo y lo muerto. Mi único fin es traer a las almas caídas en desgracia hasta este punto, donde tendrían que elegir según la religión que profesaban o no, una de estas cuatro sendas.
La senda del Hinduismo, la senda del Cristianismo, la senda de los egipcios y finalmente la del Ateísmo. Dicho esto prosiga a elegir, tengo que retirarme. Bienvenido al mundo de lo inerte.
Decía todo esto de una forma tan mecánica que me hizo ver que no era el primero a quien atendía, lo cual tenía lógica. Me paseé un rato por el recinto. Pasando por delante del hinduismo, vi como un hombre pesaba en una balanza enorme, algo parecido a un orbe blanco muy brillante y posteriormente le apareció un gusano, a otro un cerdo, a otro un recién nacido, a otro una serpiente... por delante de la puerta egipcia ocurría algo parecido pero después de pesar en la balanza, una puerta se detenía en un blanco celeste, y el hombre sonreía, en cambio había casos en los que se detenía en un negro caótico y el hombre se convertía en ceniza.
Ya por delante de la puerta del cristianismo, mi religión, vi una fila larguísima, donde el primero en la fila se ponía delante de una silueta antropomorfa que emitía una luz cegadora. Un ángel le pasaba un pergamino la mar de largo y ese lo leía hasta el final, finalmente daba su veredicto y el hombre juzgado era transportado a un acantilado en cuyo fondo emergía una luz de tonalidad naranja y era soltado, o si el veredicto era bueno, un ángel aparecía tras él y le ponía una túnica de un blanco celeste, un par de alas afloraban de su espalda y cogidos de la mano, el ángel y el hombre previamente juzgado, ascendían a un cúmulo de nubes también brillantes.
De la puerta del Ateísmo no vi, prácticamente, nada.
La cola se me hacía eterna, los pergaminos eran tan largos que se tomaban su tiempo, la cola se acortaba a la misma velocidad que crecen las uñas de las manos o a la que se separan las placas tectónicas, mas, finamente llegó mi turno, hasta entones no me había interesado mucho en mi religión, pero puestos a elegir, mi destino estaba claro. Pero contra todo pronóstico se detuvo la cola más de lo normal, no trajeron ningún pergamino y un ángel de alas moteadas apareció delante de mí, puso su mano sobre mi pecho y noté un chispazo, después otro y finalmente todo se tornó negro de nuevo, abrí los ojos y una luz cegadora me obligó a cerrarlos de inmediato, los abrí lentamente hasta que mi pupila se contrajo y se adaptó a la intensa luz que emitían las bombillas del hospital. Tres días más tarde me dieron el alta, no me molesté en comentarle nada a nadie, en su lugar recopilé todo lo que vi en esta reducida biografía que llamaré MEMORIAS DE UN MUERTO.

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