Capítulo 23: Trato
Eso fue la cosa más extraña, rara, compleja y surrealista que me había pasado en toda mi existencia. ¿Cómo era posible que Camila estuviera aquí?, ¿que tenía que ver ella en todo esto? Nada tenía sentido y mucho menos coherencia.
—¿Entonces este es tu trabajo?, ¿secuestrar personas? —pregunté serio.
—No es mi trabajo principal, solo cumplo órdenes.
—¿Cómo es que una persona como tú termina en un lugar así?
—Se metió con la persona equivocada.
—¿En dónde está Virgilio?
—Adentro.
Camila dio media vuelta y siguió un sendero que daba hacia una casa. Al parecer estábamos sobre un monte o algo así, ya que la inclinación del lugar nos daba ese indicio.
Todo estaba rodeado de un jardín gigante, bastante limpio, solo con algunos árboles que le daban un toque más estético.
La casa era inmensa, algo así como una mansión. Tenía varias torres en cada extremo, que terminaban en una cúpula triangular. Era de color naranja claro, con ventanas totalmente negras. La casa era de ladrillos rojos, que estaban pintados de naranja claro. La puerta era de poco más de 2 metros, totalmente metálica, en donde estaban marcas de distintas hojas, como si fuera un detallado.
Llegamos hasta la entrada de la casa, en donde el hombre con el arma abrió la puerta. El interior le podría fascinar a todo diseñador de interiores.
Había una alfombra roja con imágenes de coronas doradas. Las paredes eran totalmente blancas con recuadros de diversos paisajes que colgaban de ellas. El pasillo de la entrada daba a una escalera en forma de abanico, que se abría conforme a más escalones se ponían.
Me condujeron por todo el pasillo, giramos hacía la derecha y encontramos a un salón, un enorme salón, con un piano blanco en una esquina. Grandes repisas repletas de libros antiguos, una pantalla plana grande, unos muebles de la más fina y antigua madera.
Para terminar de adornar el lugar, una silla roja a lado de la chimenea. Un par de hombres, de fina estampa, con trajes, tenían un arma en su mano derecha, cada uno a un lado de la silla roja.
En aquella silla estaba sentado un hombre con un traje blanco, excluyendo sus zapatos que eran negros. Su piel era blanca, su cabello totalmente oscuro y portaba un anillo plateado. Su rostro estaba recubierto por una máscara blanca, totalmente blanca, con todos los detalles para parecer un rostro. No comprendía el fin de ocultar su cara.
—Bienvenido, Alejandro, a esta humilde choza —dijo satisfecho.
—¿En dónde está Karla? —pregunté de una.
—No comas ansias. Siéntate, por favor —señaló la silla que estaba enfrente de él.
Me mantuve quieto, simplemente no me moví del lugar, no quería que nada me pasase. Mi plan era quedarme inmóvil, pero los hombres que me escoltaron desde la entrada me obligaron a tomar asiento.
—¿Quieres un poco de té? —preguntó con ligereza.
Su voz era peculiar, no se notaba ningún sentimiento en ella, es como si fuera la de un robot. Lo único que pude rescatar de ese análisis era que tenía un acento muy marcado, definitivamente era italiano.
No dije nada y lo miré fijamente. Tronó los dedos y Camila de inmediato llegó con una bandeja que traía un juego de té. Lo colocó en la mesilla entre Virgilio y yo, después de eso se puso a lado de la silla roja.
—Verás, estás aquí por una razón: venganza —dijo Virgilio tomando una taza de té.
—¿Cuál es esa venganza? —pregunté confundido.
—Te dije que te arrepentirías por jugar conmigo —respondió Camila molesta.
—Si hubiera sabido desde un principio que trabajabas con un criminal, me hubiera mudado de ciudad desde mucho antes.
—Criminal no, yo prefiero llamarlo "repartidor de justicia" —dijo Virgilio interrumpiéndome.
—¿Y qué justicia repartes? —pregunté intrigado.
—La que se pueda pagar —concluyó.
Eso era intrigante. Resultaba que Camila era la responsable de todo, y Virgilio de alguna manera le dio las armas para manejarlo.
—Pensé que para enamorarlo debía de quitar a Karla del camino, y así lo hice, solo no contaba con que Laura se interpondría.
—¿Entonces todo esto es por un estúpido amor? —pregunté molesto.
—Debo de admitir que Karla es una mujer muy hermosa, tenía que ser mía. Así Camila y yo ganábamos —secundó Virgilio.
—Entonces la niña loca y el hombre desquiciado se pusieron de acuerdo. Que bien —concluí.
Inmediatamente sus dos guardias me apuntaron sus armas. Intenté no manifestar ninguna expresión de miedo, para que supiera que hablaban con alguien serio. Virgilio les hizo una seña para que las bajaran.
—¿En dónde está Karla? —insistí.
—Ve por Karla —dijo Virgilio a Camila.
Camila se vio evidentemente molesta por la orden, pero no dijo nada, simplemente calló y salió de la habitación.
—¿Estás seguro que no quieres té?, está muy rico —dijo el hombre.
Me limité a negar con la cabeza. No quería decirle nada al hombre de cuidado. Quien sabe que intensiones tenía ahora y que pasaría después. Solo esperaba con todo mi ser que la policía llegara cuanto antes.
Después de unos cuantos momentos de silencio llegó al salón Camila llevando a rastras a Karla, quien tenía puesto unas esposas de Nylon negras. Tenía la mejilla izquierda totalmente roja y parecía que había estado llorando recientemente. Cuando nos miramos al mismo tiempo ocurrió una sensación inexplicable. Cada sentimiento de preocupación se había desaparecido, al menos me alegraba que estuviera con vida.
—¿Y ahora que procede? —pregunté serio.
—Lamento que esto termine así, pero planes son planes —dijo Virgilio.
En ese momento Camila sacó una pistola de su jean y le apuntó directamente a Karla, quien se vio claramente asustada.
—Podemos hacer un trato. Déjala ir y yo me quedo —contesté serio.
—No querido, así no son las cosas —sentenció Camila.
Inmediatamente recargó el arma apuntando fijamente a la cabeza de Karla. En ese momento todo se paró para mí, ¿vería a Karla morir frente a mis ojos?, tenía que hacer algo sí o sí, al menos para ganar tiempo.
—Espera, me quedaré contigo —dije de una.
Karla me vio confundida, inclinó la cabeza y me miró con tanta rareza, como si no me conociera. Camila me miró de la misma manera, solo que con una expresión más alegre.
—¿Hablas en serio? —preguntó alucinada.
—Eso es lo que querías, ¿no? —cuestioné sonriente.
En ese momento ella empezó a bajar el arma hasta hacerlo por completo, eso era bueno, se la estaba creyendo.
Empezó a acercarse lentamente, pero como todo en la vida y en el mundo, todo cambia, literalmente.
Una explosión se escuchó a lo lejos, fue tan fuerte que las ventanas retumbaron, a punto de quebrarse. Hasta que al final se escucharon un par de placas caer estrepitosamente al suelo.
—¿Qué es lo que sucede? —preguntó Camila confundida.
En ese momento uno de los guardias miró por la ventada y, después de unos segundos, volteó a ver a Virgilio preocupado.
—Jefe, llegaron...
En ese momento una bala rompió el vidrio del que previamente se asomó, para después impactar contra el guardia y matarlo al instante.
—Estamos bajo ataque, activen todas las defensas —contestó Virgilio firmemente.
Todo, a partir de ese momento, se convirtió en confusión. Una serie de hombres fuertemente armados, con armas de asalto, automáticas y pesadas, empezaron a disparar hacía afuera, dirección hacia los atacantes.
Ventanas se rompían, balas impactaban contra las paredes, algunas personas se desplomaban a causa de las balas y todo se volvió un completo caos.
Me agaché para evitar que alguna bala me impactara, al igual que Karla y Camila. Virgilio sacó un arma de su bolsillo y comenzó a disparar. Temía que esto se convirtiera en una carnicería.
De pronto la puerta de la entrada principal explotó en varios de pedazos, literalmente había dejado de existir. El humo empezó a hacerse presente en el lugar. Unas personas empezaron a entrar con luces encendidas y comenzaron a disparar, pero no avanzaron más allá de un metro de la puerta, ya que los recibieron con una lluvia de balas.
—¡Granada! —grito una persona de afuera.
En un segundo, en la entrada, explotó de nuevo. En serio se estaba poniendo muy intenso esto. Lo más curioso era que esa voz se me hacía muy familiar.
Virgilio agarró a Karla de los hombros y se la empezó a llevar, siguiéndolos de cerca Camila, intentarían escapar. Los empecé a seguir de inmediato, no arriesgué mi vida como para que al final decidieran salirse con la suya.
Empezaron a subir las escaleras rumbo al piso superior. Cuando intentaba alcanzarlos, un hombre me tocó por el cuello y me apuntó con un arma, tomándome de rehén.
Fiorella salió de entre el humo apuntando con un arma, traía puesto un chaleco antibalas con el logo de la policía.
—Si avanzas, lo mato —dijo firmemente.
Casi me desmayo del susto, tenía un arma apuntándome, nunca había estado tan cerca de sentir la muerte.
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