
Capítulo 21: Una idea fija
Eso era bastante increíble, ahora nuestras posibilidades de encontrarla cada vez se hacían más grandes, ya que tendríamos que buscarla en un radio más pequeño.
—¿Qué hago ahora? —pregunté preocupado.
—Respóndele y dile que estás enterado de la situación, que no llame la atención y que le ayudarás.
Hice todo de acuerdo a lo que el agente me había dicho. De inmediato mandé un texto describiendo de forma clara lo que quería decir:
"Tranquila, voy a ayudarte, sólo intenta no llamar la atención."
—Alejandro.
Siendo bastante sincero, no sabía que más decirle, y es cierto también, mi mensaje había parecido demasiado cortante respecto a la situación, pero aún me dolía lo que me había hecho.
Eso había sido todo, ahora el próximo paso era el de hacerle saber al tío de Fiorella para que pusiera en marcha algún plan para ayudar a rescatar a Karla y hacer todos los preparativos para ir a Nápoles, una ciudad costera de Italia.
Inmediatamente Fiorella se puso al teléfono para actualizarle a su tío la situación, algo que en serio me alegraba. Era genial la disposición de todos para ayudar en lo que fuera necesario.
Inmediatamente todos fuimos hasta nuestras valijas y guardamos en ellas todas las cosas necesarias para el viaje.
Pasó el tiempo y la noche se hizo presente en la capital italiana. La cena acababa de terminar y me situaba en la habitación, en soledad, mientras que Laura se encontraba dándose una ducha. Ángel, Fiorella y los agentes se encontraban en otra habitación.
Sentado en la cama, la puerta se abrió para dejar entrar a Ángel, mi mejor amigo. Lo miré de reojo y volví a observar el suelo intentando reencontrar mis pensamientos.
—¿Cómo estás? —preguntó cerrando la puerta tras de él.
—Como se supone que debería de estar en una situación así, preocupado y estresado.
—Me imagino, no quisiera estar en tu situación ahora.
—¿Crees que esté bien? —pregunté respirando profundo.
—Sí, yo creo que sí. Ella está bien y todo esto saldrá muy bien.
—Espero que salga bien todo. No quiero nada que arruine mi boda con Laura.
—¿Tu boda con Laura? —preguntó confundido.
De acuerdo, eso había idiota. No le había contado de mi futuro matrimonio porque no había tenido tiempo, por lo que estaba pasando ahora.
—Le propuse matrimonio a Laura y me dijo que sí —dije de una.
—No lo entiendo, hace un mes terminaste tu relación con Karla y ahora te vas a casar.
—¿Qué quieres que haga? Quiero hacer una locura. Amo a Laura y nada me hará más feliz que casarme con ella. Es cierto que es muy pronto, pero prefiero hacerlo ahora que nunca.
—¿En serio amas a Laura?
—Por supuesto que la amo. Nunca he amado así en mi vida, con tanta locura y pasión.
—Eres un idiota, pero eres un idiota enamorado.
—Misma frase que te dije cuando te ibas a casar. Hace muchos años.
—Así es —sonrió.
Eso era paradójico y que a la vez era divertido. Hacía muchos años que eso había ocurrido y parecía una repetición de la realidad que esa frase ahora me tocara escucharla.
Hablamos de un par de cosas más hasta que la conversación se terminó. Lo acompañé hasta la puerta de la habitación, salió al pasillo y me despedí de él.
Cuando iba a regresar al cuarto, Fiorella salió del elevador para adentrarse en el pasillo. Vio que estaba en la puerta y me hizo una seña para que no la cerrara.
—¿Sucede algo? —pregunté confundido.
—Te venía a avisar que cuando salgamos en la mañana, un equipo de fuerzas especiales nos estará esperando.
Después de responderle que había entendido lo que me había dicho, se alejó hasta que entró a una habitación contigua. Yo ingresé a la mía y vi a Laura poniéndose una camisa para dormir. Me recargué en la puerta.
—Ven, siéntate —dijo haciendo una seña en la cama.
Así lo hice, caminé y, en lugar de sentarme, me recosté boca arriba. Sinceramente no tenía muchas ganas de hablar, y eso se notaba pasara lo que pasara.
—Escuché su conversación —dijo cabizbaja.
—Ángel es así, y también lo comprendo, Karla es la mejor amiga de su esposa, él esperaba que me comprometiera con ella.
—Creo que sería un error casarnos —dijo con voz quebradiza.
En ese momento la miré fijamente. No podía decir eso. Algo no cuadraba y supuse que lo había dicho por su estado emocional.
—Hace dos días estabas emocionada por la boda, ¿por qué te retractas ahora?
—Quiero hacer las cosas bien.
—Haremos las cosas bien. Solo este es un pequeño bache en nuestra vida, pero puedo casi asegurar que saldremos delante de él.
—¿Y si no sale como esperamos?, temo que si ves a Karla de nuevo tus sentimientos hacía ella renazcan.
—Eso no va a pasar, te amo con toda mi alma y si incluso se me acerca la mujer más bella del mundo, aunque duda que haya alguien más hermosa que tú, a intentar estar conmigo inmediatamente la rechazaría, porque no hay nadie con quien quiera estar si no es contigo.
Después de eso nos dimos un suave, tierno y cálido abrazo para proseguir con un dulce beso. Algo que realmente amaba.
—Te amo demasiado, mi cielo —dijo tiernamente.
—Yo también te amo con toda mi alma, nunca lo olvides, mi amor —respondí en el mismo tono.
Nos dormimos juntos, como si nada en mundo sucediese y solo fuéramos nosotros. Mis sueños se hicieron presentes y proyectaron lo que más temía: Karla moriría.
Desperté en la mañana bastante cansado. Mi velada había sido difícil. Aunque dormía con mi amada, fue difícil para mí conciliar el sueño.
Salimos de la cama ya totalmente despiertos, nos arreglamos ligeramente, tomamos nuestras pertenencias y salimos de la habitación. Era la primera hora de la mañana, por lo que era el tiempo perfecto para salir de Roma.
Llegamos hasta el pasillo rumbo al elevador, en donde Ángel, Fiorella y los agentes nos esperaban ya impacientes.
—¿Tienen todo listo? —preguntó el agente.
—Sí, claro, todo está bien —respondió mi amor.
El agente asintió a eso. Ya todos estábamos listos y preparados con todo lo necesario. Salimos del hotel para dirigirnos al aeropuerto. Realmente extrañaría la capital italiana. En el camino vimos cosas fascinantes como el Coliseo Romano, y la ciudad del Vaticano no estaba lejos de aquí. Hablamos de cosas varias, la mayoría sin importancia mientras el conductor, que era el compañero del agente Maurizio no decía ni una sola palabra. Me preguntaba porque no hablaba.
Llegamos al aeropuerto y lo que más me sorprendía era que abordaríamos un avión privado, por parte de la agencia de inteligencia. Entramos en la aeronave, cada quien tomó su asiento y esperamos a que despegara.
—Llegaremos en menos de una hora a Nápoles, así que abróchate el cinturón —dijo el agente Maurizio.
—Está bien. Una pregunta, ¿por qué tu compañero nunca habla? —pregunté curioso.
—Porque es un hombre de pocas palabras, prefiere la acción —guiñó un ojo.
Eso había sido raro. Tenía la curiosidad porque su compañero no hablaba, pero su respuesta me dejó con más dudas que respuestas.
En el avión pensé en demasía lo que sucedería. ¿Y si era una trampa? Eso no lo sabríamos hasta que sucediera. Temía que algo les pasara a las personas que amo solo por intentar un rescate.
Llegamos a Nápoles después de estar menos de una hora en el aire. Salimos del aeropuerto Ugo Niutta después de bajar de la aeronave bimotor, hasta llegar a la parte de aparcamiento, oficialmente habíamos llegado.
Pasamos parte de la ciudad cuando tomamos de nuevo una camioneta blindada por parte de la agencia.
Llegamos a un edificio moderno, que estaba en el centro de la ciudad, con muchos cristales. Entramos y después de pasar unas series de revisiones, nos dejaron una habitación con muchos policías. Algunos estaban en frente de una computadora, otros en la puerta y otros revisando algo en sus celulares. No todos tenían sus uniformes policiales y otros tenían las mismas prendas de los agentes.
Mi celular sonó y al revisar la procedencia, me di cuenta que era Karla. En ese segundo mi corazón se paró y todo se volvió confuso, no sabía qué hacer, por lo que les di una mirada pavorida a los agentes.
—Conecta tu celular aquí —dijo uno de ellos.
Era básicamente una ranura que conectaba el cableado telefónico en dos, una iba hacia la computadora, mientras que la otra iba hacía un teléfono fijo. Hice todo lo que me pidieron y al terminar levanté la bocina para contestar.
—Karla, ¿cómo estás? —pregunté preocupado.
—Al fin te conozco, Alejandro —respondió una voz masculina muy grave.
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