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Capítulo 8: Nuevo rango

Por la mañana, mi padre ya había vuelto y estaba sentado a la mesa de la cocina, tomando un vaso de leche. Tenía los ojos hinchados, pero no de la misma manera que los de Prudencio. Yo avancé con miedo.

—¿Tu hermano... —empezó él con un tono de voz fuerte, pero al ver el miedo que tenía suavizó su voz—. ¿Tu hermano está bien?

No sabía qué contestar. Prudencio todavía no se había despertado. Dudaba mucho que fuera a trabajar con ese aspecto.

—Ya veo... Deberías ir a la fábrica y decir que no se encuentra bien.

Asentí.

Mi padre parecía triste.

—Anda, ve, sal fuera a jugar con tus amigos.

Yo no me moví. Tenía miedo de que repitiera la paliza de ayer a mi hermano. Mi padre debió de ver eso en mi cara porque dijo:

—Tranquilo, no le haré daño.

Me acarició el pelo y salí de casa.

***

Fui a avisar de que mi hermano no iría, pero Xurxo ya lo había hecho.

Él estaba metiendo las anchoas en unas latas cuando me vio. Me hizo un gesto para que fuera hacia él.

—¿Qué tal está Prudencio? —preguntó sin parar de trabajar.

—Todavía no se había levantado cuando me fui.

—Vaya...

***

Salí de la fábrica, dispuesto a volver a casa para ver qué tal estaba mi hermano. Cuando volvía y estaba a unos pocos metros de la casa me encontré con mi padre, que llevaba a la espalda un saco de tela. Él se detuvo al verme.

—Anxo... Diles a tus hermanos que lo siento.

—¿Te marchas?

—Sí.

Me revolvió el pelo cariñosamente como solía hacer y siguió por su camino. Si hubiera sabido que aquella sería la última vez que vería a mi padre, quizás hubiera pensado una despedida mejor o lo hubiera abrazado. Pero el destino es caprichoso y en aquel momento no parecía lo más oportuno. Tras la figura de mi padre vi a Prudencio observándonos, apoyado en el marco de la puerta, muy serio y con los brazos cruzados.

Poco a poco fui hasta él y me quedé mirandolo. Le dolía toda la cara, pero logró esbozar una sonrisa para mí, para tranquilizarme. Entonces me puso la palma de su mano en la espalda y entramos en casa.

***

Por la noche estuvimos todos los hermanos juntos a la cena. Solos, pues nuestra abuela llevaba varios días en la montaña.

Algo había cambiado en Prudencio tras la noche anterior. No sabíamos el qué, pero estaba diferente. Parecía... Más seguro de sí mismo.

—¿Cuando volverá Padre? —preguntó Constante.

—Ojalá nunca, no lo necesitamos —respondió Prudencio.

—Y el dinero...

—Ya encontraremos la manera de obtenerlo.

Prudencio realmente estaba hecho un asco. Si en un pasado María había dicho que era guapo, en aquel momento no diría lo mismo. Además, cada vez que se movía sufría horrores, aunque nunca se quejó.

Cuando acabamos de cenar nos levantamos, y cada uno se fue para su habitación, todos excepto Prudencio. Prudencio entró en la habitación de padre y se tiró sobre su cama. Entonces supimos que él había adoptado un nuevo rol en la familia. Padre ya no volvería, y ahora tendríamos que rendir cuentas ante él. Iago prefirió dormir con Constante y conmigo.

En medio de la noche, me caí de la cama. Pruden era mayor, pero no daba ni la cuarta parte de las patadas que daban Iago y Constante. Así que me levanté y fui a junto del que había sido mi compañero de cama durante diez años.

—Pruden... —susurré—. ¿Estás dormido?

Prudencio se giró para mirarme, emitiendo un quejido.

—No, me duele todo me ponga como me ponga. ¿Qué ocurre? ¿Tienes sed?

—No me dejan dormir.

Pruden sabía muy bien de lo que hablaba, así que destapó una parte de la cama y me hizo un hueco. Aquella noche el que me abrazó fue él.

—Anxo, pase lo que pase, siempre nos tendrás a nosotros, tus hermanos. Yo siempre cuidaré de ti. Lo sabes, ¿no?

—Sí.

—Así me gusta.

Y entonces, Pruden se olvidó del dolor y pudo dormir.

***

Por la mañana, Prudencio ya se había levantado. No podría faltar más al trabajo o lo echarían. Brais también trabajaba ahora en la fábrica, pero en un puesto menor, ya que todavía no tenía los catorce que se exigían para los trabajos importantes. Sin embargo, a Xabi no lo quisieron. Decían que era peligroso para él y para los demás trabajar con máquinas con su condición de sordo, aparte de que empeoraría la calidad y velocidad del equipo, así que él tuvo que seguir trabajando en la plaza. Una ridiculez de escusa, porque si lo quisieran, podrían ponerlo a reparar redes o a descargar barcos, ya que él era tan bueno como cualquier otro en eso. La gente intentaba siempre alejarlo de ellos lo máximo posible, aunque lo conocieran de toda la vida.

Yo, por mi parte, fui a buscar a Miguel, pero cuando vino estaba raro.

—Anxo... Ayer cuando volví a casa... —Buscó la forma de expresarse—. Me encontré a mi padre haciendo un niño con la madre de María...

Yo no sabía de qué hablaba.

—Ya sabes... —intentó decir él.

—¿Cómo se hace un niño? —pregunté yo.

Era algo que nunca me había planteado: de dónde venían los niños. Había oído que los traía la cigüeña o que aparecían delante de la puerta de casa, pero ahora ya era mayor y sabía que aquello era imposible, aunque tampoco sabía de dónde salían.

—Pues...

Entonces llegó María y Miguel respiró aliviado.

—María, dile tú de dónde salen los niños.

—¡No! ¡Díselo tú! —se quejó ella entre risas—. Yo no quiero.

—Entonces es porque no lo sabes —dijo él, intentado que ella me lo explicase.

—Sí que lo sé. —Entonces ella preguntó:—. ¿Por cierto, a qué viene todo esto?

Miguel no quiso decirle nada, así que la pregunta quedó sin contestar, haciendo que María pensara lo que no era.

—Los chicos sois todos unos guarros.

***

Tras pasar toda la tarde jugando llegué a casa, todavía con curiosidad, pero cuando me encontré con que Lola y una amiga suya estaban en casa se me olvidó por un momento mis dudas existenciales.

Lola cuando era rica mostraba desprecio por todos los hermanos, pero ahora que era pobre seguía tanto a mí hermano cómo cualquier otra de la fábrica.

—¿Y cómo dices que te hiciste esto? —preguntó ella limpiándole la herida de la mandíbula.

—No lo dije.

La respuesta hizo reír a su amiga, una chica con una sonrisa preciosa y un flequillo simpático.

—Uxía, ¿puedes pasarme aquel trapo húmedo? —preguntó Lola.

La amiga obedeció.

—¿Y tu padre se ha vuelto a ir?

—Sí.

—No eres muy hablador...

Mi hermano apenas hacía caso a Lola. Siempre se quejaba de que era una «cotilla insufrible». La encontraba odiosa. Por el contrario, parecía atento a cualquier movimiento que hiciese la tal Uxía.

—Bueno, esto ya está. ¿Algún golpe más? —dijo ella terminando de curarle el labio partido.

—Sí, adivina dónde... —bromeó mi hermano.

—Anda y que te den —le contestó ella.

La amiga se rio ante aquella escena.

Aquello revivió el recuerdo de mi conversación con Miguel. Aún estaba sediento de respuestas.

—Bueno, nosotras nos vamos. Intenta no pensar en mi culo, ¿quieres?

—Tampoco pensaba hacerlo. 

—Prudencio Maceira, eres peor que un crío —dijo ella cerrando la puerta de un portazo.

Entonces Pruden me miró a mí ríendo.

—Mujeres...

***

Por la noche yo seguía sin dormir, aunque yo ya me había acostado directamente con mi hermano mayor para evitar las patadas de mis hermanos.

—Pruden, ¿puedo hacerte una pregunta?

Hizo un ruido indicando que prosiguiera. Mi hermano tampoco estaba cómodo aquella noche, así que seguía despierto.

—¿De dónde vienen los niños? Miguel y María lo saben, pero yo no. ¿Qué ocurre?

Prudencio se incorporó y se rio de mi inocencia. Si bien aquella charla la habían recibido todos por parte de nuestro padre, yo e Iago todavía no, y mi padre ya no estaba aquí. Prudencio no sabía ni por dónde empezar.

—Pues cuando un hombre y una mujer...

Solo diré una cosa: ¡menudo trauma!

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