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Capítulo 35: Cava

- Oh, qué guapo estás. - dijo Carmen al terminar de peinarme.
- De verdad que puedo arreglarme solito. - aseguré colocándome la camisa.
- Insisto, me gusta hacerlo. Solía peinar también a mi hijo. Su pelo era igual al tuyo, incontrolable.

Carmen en algún momento tuvo que ser una madre excelente. Era dulce y cariñosa, pero también estricta y formal.

- Nada de alcohol ni de juegos.
- ¿En una fiesta organizada por Xurxo? Me parece mucho soñar.
- Pero tú no te dejes llevar. - me dijo cariñosamente acariciándome el hombro y saliendo de mi cuarto.

Me puse frente al espejo del armario. No estaba nada mal.

Mi hermano llamó a la puerta.

- ¿Estás? Llegarán en media hora.

Asentí. Mi hermano estaba sudando como un cerdo.

En la universidad todo el mundo hablaba de la gala de Maceira. Si ya era común escuchar el nombre de mi hermano por los pasillos en conversaciones sobre vehículos, ahora lo escuchaba varias veces al día, solo que acompañado de otros muchos nombres de conocidos de la ciudad. Antonio y Juan me habían suplicado que les dejase venir, pero mi hermano no me había dejado invitarlos porque decía que todo tenía que ser perfecto aquella noche y ellos, simplemente, no lo eran.

Xurxo estaba nervioso, no paraba de dar vueltas por la casa ordenando, comprobando que todo estuviera limpio y probando la comida de Dolors.

Aparecieron los primeros invitados. Eran los hermanos Ferrer y sus mujeres, unos famosos comerciantes. Luego llegó el señor Puig (tan gordo como siempre), la recientemente viuda doña Iria con su hija, los Carceller (unos nuevos ricos, igual que mi hermano), Neus (una cantante con un brillante futuro en la ópera)... En fin, famosos de Barcelona todos cuantos se quisieran.

Mi hermano se apresuraba a recibirlos y a tenderles su mano sudorosa a modo de saludo. Pero todavía no había aparecido la mujer de su foto.

Yo estaba observando desde las escaleras el follón creciente que había en la casa. Entonces tuve un mareo de esos que me solían dar desde el atropello y agaché la cabeza.

- ¿Estás bien?
- Sí, no es nada. - dije recomponiéndome.

Anaïs acababa de salir de su cuarto. Con todo lo que había tenido que limpiar no le había dado tiempo a prepararse antes de la llegada de los invitados, pero ahora llevaba un bonito vestido rosa palo. Era un vestido sencillo, nada que ver con las fundas enjoyadas y horteras que llevaban aquellas cotorras chillonas que se hallaban en el centro de la fiesta.

- ¿Ya ha llegado Elena? - preguntó sonriente.
- ¿Quién?
- La musa de tu hermano.
- Ah, no, todavía no. - dije sin desviar la atención de la corriente de personas que entraban a la casa. - ¿Se llama Elena?
- Sí.
- No me lo esperaba. - comenté.
- ¿Por qué no? - rió.
- No lo sé. Me esperaba un nombre más... No sé. La verdad es que no sé.

Anaïs me miró de arriba a bajo.

- Estás muy guapo. - dijo sonriente.

Me sonrojé. Iba a decirle que ella estaba mucho mejor, pero la llegada de Elena me distrajo.

Tenía que ser ella: pelo rubio recogido, ojos de un tono azul verdoso, piel blanca como la nieve y labios rojos como el rubí a juego con el elegante vestido rojo escotado que llevaba. Sobre los hombros descansaban unas piedritas grises que centelleaban con el reflejo de las luces y en su cabeza llevaba un tocado emplumado con redecilla rojo.

Anaïs me apretó el brazo emocionada al ver a mi hermano acercarse a ella. Pero cuando le iba a hablar, cuando la iba a recibir, se cortó y salió huyendo patéticamente. Él, que siempre era tan seguro y confiado había escapado como si hubiera visto un fantasma.

Sonreí.

- Será mejor que vaya a hablar con él. Alguien tiene que llenarlo de valor.
- Vamos los dos.

Anaïs apoyó su mano en mi brazo y bajamos sonrientes las escaleras. No fueron pocos los hombres que se giraron a mirarla y que envidiaron mi compañía.

- Fíjate en como te miran. - dijo ella señalando con la cabeza a un grupo de chicas que estaba junto a la mesa de la entrada.
- Querrás decir cómo te miran a tí. Parece que los vas a cegar. - reí.
- Como aquel que se está chupando los dedos me siga mirando, sí, lo voy a cegar.

Entonces fuimos junto a mi hermano, que estaba apoyado en la pared, a punto de un ataque de histeria.

- Xurxo, venga, cálmate. Tú puedes. - dije.
- No, no puedo. Me siento... Extraño. Cuando me acerco a ella empiezo a temblar y a... a ... ¡A ahogarme!

Casi me dió pena, casi. Después de tantos años burlándose de mí por no saber tratar con María estaba saboreando su momento de debilidad.

- Ve y llévale una copa. - dijo Anaïs - Ya verás como el resto empezará a salir solo.
- No sé, yo...
- Tú hazlo. - dijo ella animándolo con un empujoncito.

Mi hermano fue hacia la mesita donde estaban apoyadas las copas con cava y cogió tres. Una que se bebió al instante y otras dos que reservo para ellos dos.

Unas niñas que debían ser hijas de alguno de los hombres de la fiesta atravesaron el vestíbulo a toda prisa.

- No sé si es buena idea darle alcohol. - dije.
- Eso siempre es buena idea. - sonrió.

Fue hasta el mismo lugar y regresó con dos copas. Me ofreció una y brindamos.

- ¡Por la suerte de tu hermano! - dijo feliz.
- Sí.

Me bebí el contenido de un trago.

- Vaya, que bruto.
- No quiero andar cargando con una copa por ahí.
- Pues ahora te voy a buscar otra.

No me molesté en insistir, sabía que no cambiaría nada.

Después de aquella copa llegaron varias más, y sentía como poco a poco iba perdiendo el control. Pasamos por delante de mí hermano y parecía que le iba bastante bien. Parecía más relajado y reía animadamente con Elena y sus padres. Debía tener una sonrisa tonta en la cara, porque cuando me crucé con Dolors, está me dió un pequeño golpe en la espalda.

- Ay los jóvenes...

A medida que nos adentrabámos el la fiesta cada vez se escuchaban más comentarios sobre mi hermano y la casa.

- Es un poco insufrible, pero tengo que reconocer que el señor Maceira tiene un gusto excelente para la decoración. - dijo un señor gordo y bajito.
- ¡Pena de ese ridículo acento! - añadió su mujer.
- Si usara el sentido que tiene para la empresa en su vida ya tendría esposa. - aseguró uno.
- ¿Habéis visto sus fotos familiares? - cotilleó uno - Qué infancia...
- Es increíble que haya salido de todo ese estiércol. - dijo una.

Anaïs se sentó sobre la banqueta del piano, y para aguantarme de pie y no perder el equilibrio tuve que agarrarme al brazo de una mujer que enseguida me soltó y susurró: "borrachos..."

Entonces ella empezó a tocar una animada melodía. Tan solo algunos se molestaron en escucharla, incluida la cantante de ópera.

- ¡Ven! - dijo ella haciéndome un hueco en la banqueta.

Me senté a su lado e intenté tocar, pero se me daba tan mal como el baile, y si a eso añadimos que estaba ebrio...

La gente reía al verme tocar, pero no sentí la vergüenza habitual, si no que dejé que mis dedos acariciasen torpemente las teclas, sin escuchar las burlas de los demás.

- Mejor que Beethoven. - dije.
- Mucho más.

Entonces me besó en la mejilla y me levantó.

- Vayamos a por algo de comida.

Llegamos hasta una pequeña bandeja hasta arriba de pasteles y la secuestramos. La llevamos al pequeño rincón bajo la escalera, donde podíamos comer a escondidas del mundo en el pequeño sofá. Las niñas que correteaban por la fiesta no tardaron en aparecer y nos parecieron tan simpáticas que compartimos nuestro botín con ellas.

- ¿Es tu novio? - preguntó una niña a Anaïs.
- No. - respondió sonriente.
- ¿Puede ser el mío? - preguntó su amiga.
- No sé si a tu padre le parecerá bien. - reí.

Una de las madres se llevó de allí a las niñas cariñosamente pidiéndonos disculpas por las molestias.

Poco a poco la fiesta se empezó a vaciar. La gente iba junto a mi hermano a despedirse, y a veces, si me reconocían, también me saludaban.

- Estoy cansada, Anxo. Yo me voy a acostar ya.

Ella me dió otro beso en la mejilla y subió las escaleras. Entonces me estiré en el sofá cómodamente.

Mi hermano se despidió de Elena y sus padres. Fueron los últimos en irse. Cuando cerró la puerta saltó de la alegría.

- ¡Maravilloso! ¡Todo ha salido a pedir de boca! ¡Oh, qué maravilla! Anxo, tu hermano ya tiene un pie en el altar. ¿Qué te había dicho yo? Qué se arrastrarían a mis pies para que me casase con ella. Y poco menos, la verdad. ¡Oh, es perfecto!

Mi hermano abrazó a Dolors que iba cargada con una bandeja tan fuerte que casi la tira y luego bailó con Carmen entusiasmado.

- No estarías tan contento si ahora tuvieras que limpiar. - dijo Dolors entrando en la cocina.

Carmen se acercó a mí y me sacudió para que me levantase.

- Deberías haberme hecho caso, mira cómo estás ahora, que no te tienes en pie. Anda, sube a tu habitación ahora mismo.

Obedecí, aunque tardé una eternidad en subir las escaleras agarrándome a la barandilla como si me fuera la vida en ello porque precisamente así era.

Cuando caminaba por el pasillo me fijé en que la puerta de Anaïs estaba semiabierta. La empujé un poco hacia adentro, y ella, que estaba medio desnuda se encogió.

- Menudo susto. Pensaba que eras alguien de la fiesta.

Me colé en la habitación sin dar explicaciones y cerré la puerta con suavidad. Me aproximé a ella en la oscuridad, respirando pesada y rápidamente. Ella no se alejó, no intentó detenerme.

Me apreté contra su torso desnudo y apoyé mi mentón en su clavícula. Acaricié su espalda lentamente, notando como se erizaban su piel al tacto.

- Anxo, ¿qué pasa con María? ¿No le parecerá mal? - dijo ella.

Me daba igual en ese momento María. Probablemente ella estuviera haciendo lo mismo con otro, ¿por qué no iba yo a disfrutar de una pequeña noche de placer?

- Ella no está aquí.

Metí mis manos por debajo de sus bragas, excitándola.

Ella me llevó hasta su cama, que era la que estaba al lado contrario de la ventana.

Me lancé a por sus labios y le dí un largo beso.

Ella estaba más delgada que María y sus tetas eran más pequeñas, pero seguía siendo hermosa. Anaïs hacía que sintiera las mismas cosquillas en mi interior que María, que sintiera mis ganas rogándome que por Dios le hiciera el amor de una vez.

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