Capítulo 25: El regreso de Xurxo
Xabi llegó muy sonriente a casa. Tanto, que Brais se sintió obligado a preguntar, pero a modo de respuesta, Xabi tan solo encogió los hombros.
Qué perro... Yo sabía perfectamente lo que había estado haciendo.
Desde entonces, mi hermano desaparecía constantemente. Ya no iba a aquella roca en el acantilado, qué va. Mi hermano iba con Cristina. Incluso los empezaron a echar de menos en el trabajo. Ahora casi siempre Xabi encontraba un momento para escaquearse del trabajo y reunirse con la hija de la carnicera. Los rumores no tardaron en extenderse y hubo quien se atrevió a decir que estaba embarazada, cosa que era del todo falsa.
La que sí se quedó embarazada fue Cecilia, al poco tiempo de contraer matrimonio con Brais. La ceremonia estuvo bien, pero lo mejor sin duda había sido volver a ver a Xurxo.
Xurxo había llegado en un coche negro brillante.
—¡¿Es tuyo?! —pregunté alucinado.
—Este modelo lleva mi nombre. —Rio.
Aquel no podía ser Xurxo ¿Aquel hombre trajeado y con sombrero? Imposible. Estaba guapo. Había engordado varios kilos, los suficientes como para que pudiéramos dejar de describirlo como flacucho.
—Tengo que avisar a Prudencio de que ya has llegado —dije.
—No hace falta.
Era la voz de Prudencio a mi espalda. Silbó con admiración.
—Qué cabrón. —Rio.
Se dieron un abrazo donde hubo un montón de golpes en la espalda.
—¿Qué tal los niños? —preguntó Xurxo.
—Genial, puedes verlos tú mismo.
Pruden llamó a su familia, que estaban al otro lado de la calzada.
Uxía, con el niño en brazos sonreía maravillada.
—¿Y dices que este es Xurxo? Me lo vas a tener que jurar —bromeó a la vez que lo abrazaba—. Pareces un hombre de verdad... Casi me arrepiento de haber escogido a Prudencio. —Se rio.
Xurxo se sonrojó.
—¿Y los demás? —preguntó.
—Brais en casa con Iago, y Xabi lleva desaparecido varios días. —Rio Pruden.
—Pues vamos a casa —dijo cogiendo dos maletas del maletero del coche.
Al entrar, Iago y Brais no podían creer lo que estaban viendo.
—Madre mía... Llego a saber que vas a volver así y te mando yo allá mucho antes... —dijo Brais.
Se levantó a abrazarlo, seguido de Iago.
—Te he echado de menos.
Xurxo sonrió. Nunca le había prestado mucha atención a Iago, pero parecía que él sí.
—¿Y Xabi?
—Por ahí andará, con la novia —contestó Brais.
—¿¡Novia!? ¿Pero cuánto tiempo llevo fuera? —Rio Xurxo.
—Iré a buscarlo —dijo Brais saliendo por la puerta, todavía riendo.
Le ofrecimos un asiento.
—Me alegra que hayas vuelto —dijo Pruden.
—Más se alegrará Brais cuando sepa que de regalo de bodas le dejo mi antigua casa, la de aquí.
—O sea, que tienes claro que te quieres quedar allá —dije yo, algo decepcionado.
—Sí, lo he estado pensando y sí... Me gusta Barcelona, ¡es tan grande! Además, resulta que se me da bien vender coches. Mi jefe está encantado. Tengo tanto dinero que ya no sé en qué gastarlo. ¡Y mi casa! Tendríais que verla. Nunca pensé que algún día viviría en un lugar tan grande. Me despierto cada mañana con ganas de descubrir que me aguarda ese día. ¡Y las mujeres! ¡Qué belleza! Todas van tan elegantes...
—No solo las mujeres... —dijo Iago acariciando la chaqueta de Xurxo.
—Gracias. —Rio—. Lo único que no me gusta es que todo el mundo se empeña en llamarme Jordi o Jorge. ¡No es tan difícil! Xur-xo, me paso el día repitiéndolo.
Nos hizo gracia que aquel fuera su mayor problema.
—De verdad, tenéis que dejarme daros dinero. Tengo tanto... ¡Podríamos comprar una tele! Y una cocina mejor. Unos colchones decentes y... ¡Mejor una casa nueva!
Prudencio lo detuvo.
—No hace falta. Prefiero estar seguro de que no te faltará de nada allá.
Una pena, yo ya me había hecho ilusiones...
—Vale, pero la próxima vez que venga no me podrás impedir que os dé una parte de mi dinero. Ya os he dicho que me sobra. ¡Llevo una semana sin comer patatas! —dijo encantado.
Brais y Xabi abrieron de golpe la puerta.
Xabi corrió a su lado y lo abrazó. Llevaba la camisa mal abotonada...
—Mira, eh —dijo Xurxo abriendo la boca—. De oro, te lo dije.
Xabi sonrió.
—He traído un par de cosas. Para Atlas, unos cacahuetes. —Me reí—. Y ropa nueva para todos, no puedo dejar que vayáis todos tan feos como en la boda de Pruden —se burló.
Yo cogí el montoncito de ropa que mi hermano me ofrecía.
—No puedo... Yo... Esto es demasiado...
—Tonterías.
Ropa nueva, impecable. Yo siempre la había heredado, y si compraba algo, no era de aquella calidad y belleza ni de lejos.
—Pruébatelo —me ordenó.
Todos nos probamos la ropa que había traído. A Brais le sentaba de fábula el traje de novio que le había traído. Prudencio parecía un ricachón americano, e Iago estaba adorable. Xabi tenía problemas con la corbata.
—Trae, es así.
Xurxo le hizo el nudo.
—Ala, perfecto. Fíjate, eh, azul, como tus ojos. Sabía que te iría bien.
Xabi se intentó aflojar la corbata. No estaba acostumbrado.
—Y tú, Anxo, si con esto no conquistas a tu María, no lo lograrás jamás.
Me miré en el espejo enano que teníamos. Era verdad, solo tenía que peinarme un poco.
—Debería dedicarme a la moda, en vez de a los coches. —Sonrió orgulloso—. Soy un artista polifacético.
—Tampoco te pases. - le contestó Pruden.
—Calla, que te acabo de regalar una noche de sexo.
Yo me giré hacia él.
—¿Cómo sabes lo de María? —pregunté.
—Se te nota a la legua, desde hace años. Por Dios, hasta rozas lo patético.
No pude evitar sonrojarme.
—Bueno, si no os importa, estoy agotado y quiero echarme una siestecita, que mañana si no no me levanta ni Dios.
—Como llegues tarde a la iglesia... —le amenazó Brais.
—Tranquilo, ¿cuándo he llegado yo tarde a alguna parte?
Iago se empezó a reír.
—Hasta mañana —se despidió.
***
Aquellos días que pasamos con mi hermano fueron estupendos, pero tuvo que regresar. Todos estábamos muy sorprendidos por el tremendo cambio que había habido en su vida, aunque Xurxo seguía siendo el mismo. Continuó mandándonos cartas, como había hecho hasta entonces, aunque seguían siendo igual de escuetas y nunca contenían información sobre cómo le iba en el trabajo. Solo nos hablaba de lo bien que comía allí.
El verano no tardó en llegar y pronto pude volver a la playa con mis amigos. No a la playa que me gustaba, porque Xabi y Cristina se habían adueñado totalmente de ella, pero sí a las otras.
Un día pudimos volver a nuestra playa dado que Xabi y Cristina estaban trabajando (por una vez en la vida). El agua estaba helada, pero era divertido ver como María tiritaba.
—¡Dejad de salpicar!
—No —dijo Miguel empapándole la cabeza.
—¡Miguel! ¡Te voy a matar!
Se notaba que tenía frío en sus pezones. Bueno, ahí y en el resto del cuerpo, pero ya os imagináis lo que yo estaba mirando.
Estábamos bañándonos desnudos, como tantas veces habíamos hecho de pequeños. No porque nos gustase, sino porque habíamos visto la playa vacía y habíamos tenido que aprovechar, aunque fuera sin traje de baño.
—¡Y tú! ¡Deja de mirarme! —me gritó.
—No enseñes. —Me reí de ella.
—Claro, tú lo tienes muy fácil con todo oculto bajo el agua.
—Ni que no te hubiera visto así antes.
—¡Cuando era una niña!
—Ahora estás mejor, si te consuela.
—¡Os vais a acordar de mí los dos!
Hundió la cabeza en el agua, y cuando estuvo del todo aclimatada, comenzó a perseguirnos.
—¡Ay! ¡Casi! —gritó Miguel.
Pero María lo logró alcanzar y le tiró del pelo.
—Uy, que daño. Las chicas lucháis de pena.
—Anxo, ven aquí ahora mismo y ayúdame a ahogarlo —me dijo mirándome.
—Anxo está de mi parte, tonta.
—¡Si te unes a mí te dejo tocarme! —me ofreció.
—¡No! ¡Eso no es justo! —se quejó Miguel—. Venga, tú vales más que eso, Anxo.
De verdad que me planteé muy seriamente pasar de Miguel y ayudar a María en su venganza, muy seriamente. Pero al final, las burlas de Miguel lograron que lo hiciera por amor al arte.
—¡Anxo, si no la ayudas, te dejo que me toques a mí! —se mofó Miguel.
—Cabrón. —Y le metí la cabeza bajo el agua a la fuerza.
Cuando lo solté le castañeaban los dientes.
—Venga, vale, fuera del agua —dijo Miguel tiritando.
Y vimos el culo blanquito de Miguel salir tembloroso del agua.
Se puso la ropa sin esperar a secarse ni nada, empapándola.
—Date la vuelta —me ordenó María.
Obedecí.
Cuando me giré, ya estaba vestida también, pero la blusa amarilla mojada seguía transparentando.
Iba a salir yo del agua, así que Miguel se lanzó a María y le tapó los ojos.
—No, María, no te resistas, tengo que proteger tu inocente mirada femenina —se burló.
—¡Suéltame! —Se intentó soltar riendo.
Cuando lo consiguió, yo estaba vestido.
—Venga, todos a casa —dijo Miguel.
Durante el camino de vuelta me fijé en el cuello de Miguel. Se notaba perfectamente la cicatriz en el lugar donde el perro le había arrancado un trozo de piel del cuello. Ahora en verano era ridículo que la intentara tapar con una bufanda.
—¿Qué opinas? —me preguntó.
—¿Qué?
—¿No estabas escuchando? Te preguntaba si querrías venir con nosotros a casa de mi tío, en Castilla. Mi padre dice que te sentará bien escuchar gente hablando «normal». —Se rio al decir esto último—. ¿Qué dices?
—Um... No sé... Están las clases, tendré que encontrar un nuevo trabajo... —«Nunca he salido de Galicia», pensé.
La verdad es que me daba algo de miedo. Ni siquiera había salido de Pontevedra.
—Venga, lo pasarás bien. Por el instituto ni te preocupes, mi padre se encargará de eso. Y el trabajo... Bueno, mi padre también podría encargarse de eso, siempre que no tengas inconvenientes en tomar posición en la política.
—No, no hace falta, ya me buscaré yo un empleo, no te preocupes.
—¿Entonces? —Miguel esperaba una respuesta.
María me agarró del brazo.
—Por favor.
Ver a María pidiéndome algo por una vez en la vida con un «por favor» hizo que aceptase.
—¡Bien! —gritó ella, que empezó a dar saltitos.
—Armas de mujer... —Suspiró Miguel.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro