Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 20: Llorones

Nos acercamos corriendo a aquel hombre, pero estaba más que muerto. Los peces o quizás las gaviotas habían devorado los ojos de aquel marinero ahogado.

Tanto María como yo sentimos unas náuseas incontrolables. Ella se agarró a mi brazo asustada.

Al hombre le faltaba un buen fragmento de la cara y de la mandíbula, probablemente de golpearse con las rocas. Tampoco tenía todos los dedos de las manos, por no hablar de que apestaba.

Pero entonces reconocí aquel abrigo.

—Dios mío, es Antonio...

—¿Y quién es Antonio? —Tembló.

—Un amigo de Prudencio. Tengo que ir a avisarlo. —Me eché a la carrera—. ¡Tú quédate aquí y vigila que no se lo coman más bichos!

—¡No, Anxo, no me dejes aquí!

Pero no le hice caso. Volví a los pocos minutos con Prudencio y con la mujer de aquel hombre.

—¡Oh, no! ¡No! —Se le rompió la voz y empezó a llorar con fuerza.

La gente al escucharla se acercó.

—¿Se habrá hundido su barco? —Temió una mujer mayor.

—Pobre Irene... —se lamentó una conocida.

—El mar es peligroso, ya se sabe. Por lo menos ha escupido a este pobre hombre que podrá ser enterrado —dijo un anciano.

Antonio era demasiado joven, aquellas muertes siempre eran las que más dolían.

Mi hermano le frotó la espalda a la viuda, intentando consolarla.

—¡Mirad, allí hay otro!

—¡Sí, es verdad!

Poco a poco me acerqué a las rocas que habían señalado los hombres y mujeres que allí estaban. Entonces una mujer reconoció al muerto, aunque para los demás hubiera sido del todo imposible por lo destrozado que estaba el cadáver, y empezó a correr hacia él.

—¡Fran, hijo mío! —gritó casi sin aliento—. ¿Por qué tú?

Al ver que los dos iban en el mismo barco, varios de los presentes corrieron a avisar a los familiares de aquellos que también podrían estar desaparecidos, o como los dos que acabábamos de encontrar, muertos.

En lo que duró la semana encontraron los cuerpos de cuatro de los siete que iban en el «Carmiña». No había habido tormenta, por lo que nadie pudo explicarse como aquellos siete, que tan bien conocían esta costa, pudieron golpear el barco contra las rocas.

Las mujeres de los aparecidos lloraban, pero las de los desaparecidos estaban destrozadas. No había cuerpo que enterrar y sobre el que llorar, solo un vacío en la cama matrimonial.

Aquello me marcó terriblemente. Se convirtió en mi pesadilla habitual. Soñaba que me caía al agua y mis pulmones empezaban a encharcarse sin remedio. Sentía que me ahogaba, pero entonces me golpeaba con una roca en la cabeza y me moría, agradecido de haber muerto del golpe y no ahogado. Entonces la espuma de mar se tragaba mi cuerpo y me quedaba atrapado entre las rocas, escondido de la vista de amigos y familiares. Y era cuando los cangrejos me arrancaban los ojos cuando me despertaba.

El mar, al que tanto tiempo había considerado mi mejor amigo, ahora era una amenaza. El mar daba comida, diversión y dinero, pero también te lo podía quitar todo de un solo golpe. Era demasiado poderoso para ser dominado por los humanos.

***

Varias semanas después, ya casi me había olvidado del horror de la cara de aquel chico, aunque seguía sintiendo un enorme respeto hacia el mar que a día de hoy todavía siento.

Un día, regresando a casa tras las clases, Consuelo me estaba esperando en el camino.

—Anxo, no sé qué ocurre, pero Xurxo ha cogido el caballo, lo que me pareció extrañó con lo mucho que lo odia. Se dirigía al mercado. Quería avisarte porque me parece que...

—Quiere venderlo... —Acabé su frase—. ¡Lo mato! ¡Lo mato! ¡Lo mato! —Me fui gritando y corriendo al mercado—. ¡Gracias! —le grité a Consuelo sin dejar de correr.

—Nada —me dijo ella desde la distancia.

Llegué, era el día en el que se vendían más animales. Con tanto cerdo y tanta ternera no veía a mi caballo, pero entonces relinchó y fui hasta él. Un hombre que llevaba un buen sombrero y un espeso bigote ya sujetaba sus riendas. Y mi hermano estaba contando el dinero.

—¡No puedes! ¡Es mío! ¡Mío y de Xabi! —le grité a Xurxo.

—Yo lo traje a casa y yo lo gané, el caballo es mío —dijo fumando un cigarro.

—¡Pero nosotros lo criamos!

Le arranqué el dinero de las manos y se lo ofrecí al hombre de vuelta.

—¡Por favor! Devuélvame el caballo, quédese el dinero. ¡Le pagaré más si hace falta!

—No, muchacho, las cosas no funcionan así. Tu hermano me ha hecho un precio estupendo por él, y no estoy dispuesto a perderlo. Es un percherón, uno de los buenos. Un caballo así no se consigue en cualquier parte. Y además, está muy bien cuidado.

—¡Claro, porque yo lo crié!

—Eso ahora es lo de menos. Yo ya he acabado aquí, me voy. Este caballo es mío por derecho. Discute con tu hermano si quieres desahogarte.

Yo agarré las riendas de Silvestre.

—No —dije firmemente.

El hombre me miró enfadado, pero no hizo falta que se pelease conmigo, pues Xurxo ya me dio un codazo tan fuerte en el estómago que me hizo ver las estrellas, obligándome a soltar el animal. El hombre aprovechó y se fue con prisa.

—Maldito... —le dije.

—Llámame lo que quieras, seré un maldito, pero con teléfono.

Me levanté aunque me costó mucho hacer el esfuerzo, pero en cuanto lo logré me lancé a su cuello.

—¡Hijo de puta! ¡Nunca piensas en nosotros! ¡Siempre eres tú, tú y solamente tú! ¡¿No puedes ser un buen hermano de vez en cuando?!

Lo solté, no quería pelear más. Me giré y me dispuse a irme, pero Xurxo me empujó al barro. Iba a placar contra él, pero Iago se interpuso.

—Ya basta, ¿no? ¡Os estáis humillando! Debería daros vergüenza.

Xurxo se metió el dinero en los bolsillos y se fue por su camino, y yo me fui por el mío.

Estaba lleno de barro y heces de cerdo, pero no me importaba tanto como que mi hermano me hubiera apuñalado por la espalda solo para conseguir un teléfono.

—¡Anxo! —Era la voz de María.

Sin María no podía estar completo el día, no, Dios tenía que hacer que empeorase...

—Estás hecho un asco.

—No me había dado cuenta —contesté con ironía sin girarme siquiera a contestar.

—No te enfades. Puedes venir a mi casa a bañarte, si quieres.

—María, de verdad, hoy no estoy para juegos.

—Lo decía en serio...

Pero yo no la escuché, ya tenía bastante con la vergüenza que sentía por ir cubierto de mierda de cerdo.

***

Al llegar a casa tiré mi ropa y me lavé con el agua que había ido a buscar por la mañana. Cogí algo limpio y me lo puse. Cuando entré en la cocina, Xabier acababa de descubrir que Silvestre no estaba.

—*¿¡Dónde está!?*

—*Pregúntale a Xurxo.*

Se me escapó una lágrima al recordar cómo me había tratado y lo que había hecho con nuestro animal. Xabier empezó a hiperventilar del enfado, y salió dando un portazo de casa.

Atlas voló hasta mí y empezó a hacer aquellos chasquidos que solían hacerme tanta gracia.

—Hoy no, Atlas, hoy no.

El loro se apoyó en mi mano y no se movió. Era un comportamiento nuevo, como si estuviera vigilando que nadie me quisiera hacer daño.

—No pasa nada, puedes irte a jugar.

Al loro le gustaba jugar a meterse en las cazuelas y esconderse por la casa para luego asustarnos, era un loro un poco raro, pero aquel día no se movió. Mientras yo estuve sentado y lamentándome, él no se separó de mí. A veces sentía que aquel loro me quería más que mi propio padre, y probablemente fuera verdad.

Xabier volvió con el puño ensangrentado, pero la sangre no era suya.

—*¿¡Qué has hecho!?*

Él sonrió.

—*Le enseñé a no tocar lo que es nuestro.*

Prudencio entró de golpe, acompañado por Brais y Xurxo, que estaba sujetando un trapo en la boca.

—¿¡Le has quitado dos dientes!? ¿¡Estás loco!? Brais, tradúceme.

Brais asintió y tradujo.

—¡Basta ya de peleas! ¡Estoy harto! ¿¡Sabéis que fama tenemos en esta familia!? ¡Siempre estamos dando o recibiendo o las dos! ¡Mirad hoy en el mercado! ¿¡Es que no sabéis solucionar vuestras disputas de otro modo que no sea a puñetazo limpio!? ¿¡Voy a tener que volver a esta casa para vigilaros como un perrito guardián!? ¡No quiero más peleas! ¿¡Entendido?! ¡Somos hermanos, por Dios!

—¡Fue a hablar! ¡Fuiste tú el que comenzó todo esto de las tortas con Padre! —protesté.

—¡Fue él el que me pegó, no yo! —se defendió—. De verdad, ¿qué pasa aquí? ¿qué falla?

—Te diré lo qué falla. Necesitamos una mujer en la casa —dijo Xurxo escupiendo sangre.

—Eso es una estupidez —le contesté yo.

—Hay demasiada esencia masculina en esta casa —protestó Xurxo.

—¡No, lo que necesitamos es alguien que mande! —sugirió Brais.

—Nos ha ido muy bien sin Padre, no lo necesitamos —dijo Prudencio asqueado.

—¡Eso lo crees tú! ¡Tú fuiste el que lo echó de casa! —gritó Xurxo, vocalizando como pudo.

Yo abrí mucho los ojos, dándome cuenta de la verdad que acababa de decir Xurxo.

—¿Tú lo echaste? —grité.

—¡Estaba loco! ¡Era un incordio! ¡Un peligro!

—¡Era nuestro padre!

—Si él no se hubiera querido ir no se hubiera ido, créeme, yo solo se lo sugerí.

—¡Calla! ¡Tú no sabes nada!

—¿Qué no sé nada? ¡Mira, niño, yo te he alimentado y protegido durante años! 

—¡Lo de padre da igual! —gritó Brais—. Él es cosa del pasado.

—Todos lo sabíais, y estuvisteis de acuerdo, ahora no me carguéis toda la culpa a mí. —Prudencio hizo caso omiso a Brais.

—¡Yo no sabía nada! —grité, y las primeras lágrimas resbalaron por mis mejillas.

—¡Tenías diez años!

—¡Nunca me contáis nada! ¡Siempre movéis los hilos a mis espaldas! —Le escupí las palabras.

—¡Padre era un borracho asqueroso violento! ¡Era lo mejor para nosotros!

—¡Lo que tú creías mejor! ¡Yo lo quería!

—¿Solo porque te regaló ese maldito loro?

—¡Porque era mi padre! —le respondí.

Iago empezó a llorar al vernos gritar como locos.

—Solo te quería a tí, a los demás no importaba lo que hiciéramos que ni los buenos días —se quejó Brais.

—Eso es mentira —dije yo.

Xabier señaló a Brais y asintió, indicando que estaba de acuerdo.

Poco a poco se me estaba partiendo el corazón. Todo este tiempo mis hermanos habían estado pensando que yo era el favorito de Padre.

—Solo te dejaba a tí llamarle «Papá» —dijo Prudencio.

Entonces él también se desmoronó, y empezó a llorar.

—No importaba lo que hiciera por él, nunca tenía suficiente. —Se le rompió la voz—. Nunca me agradeció todos los sacrificios que hice por él y por vosotros. —Se frotó los ojos—. Lo siento... ¡Lo siento! No pude ser mejor, no estuve a la altura, pero os juro que lo intenté lo más fuerte que pude. Intenté que todo saliera bien, que tuviéramos un hogar mejor donde todos nos lleváramos bien, pero solo hay que ver a Xurxo para darme cuenta de que no ha funcionado. Ni siquiera pude hacer nada por Constante. Y ahora tengo una hija y otro en camino, y no sé si podré ser un buen padre.

Brais al verlo llorar, no pudo contenerse.

—Fuimos nosotros los que no te lo pusimos fácil, somos como animales. No es culpa tuya, Prudencio, serás un padre excelente. 

—Yo siempre estoy causando problemas —se lamentó Xurxo, y por primera vez en nuestra vida lo vimos llorar—. Yo he causado todo esto...

Xabier se limpió una lagrimita. Miraba al suelo porque no se atrevía a mirar lo que le había hecho a su hermano.

—L-lo siento-o, Xurrx-xo —dijo con mucho esfuerzo.

Xurxo se acercó a él y lo abrazó.

—No debería haber vendido ese estúpido caballo. Era vuestro, yo os lo dí.

Prudencio me puso una mano en el hombro.

—De ahora en adelante, te consultaremos a tí también, te lo prometo.

Yo sonreí. Nunca había sido capaz de enfadarme con Prudencio, siempre lo acababa perdonando.

Brais cogió a Iago en brazos y lo abrazó para tranquilizarlo.

Era una escena un poco extraña, pero no nos importaba. Habíamos sacado a la luz temas muy dolorosos para nosotros y lo habíamos arreglado hablando, sin darnos tortas. Por una vez en la vida parecíamos una familia que se quería y no un grupo de adolescentes gritones y agresivos.

Entonces Consuelo entró en la casa y nos vio a todos llorando.

—Venía a ver si... ¿Qué ocurre, chicos? ¿Ha muerto alguien? No lloréis, que si no yo también lloraré. 

—Nada, ya está arreglado —respondí yo.

—Me alegro. —Pero ya había empezado a llorar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro