Capítulo 6
PVO STEFAN
Una semana entera sin dormir... ¿Cuánto puede aguantar una persona así?
En realidad, no podía dormir a causa de algo completamente inimaginable.
Al día siguiente de la llegada de Magda, el carácter de Catherine sufrió un cambio muy drástico.
Se levantaba antes que yo para dar indicaciones a los empleados de lo que se debía hacer de desayuno, se encargaba personalmente de arreglar la mesa y nuestros platos siempre iban en el mismo lado –uno al lado del otro –. Desayunábamos, comíamos y cenábamos solos. Magda nunca se presentó en el comedor, a pesar de que se lo solicité muchas veces. Sin embargo, no fue necesario que estuviera ahí, gracias a que Catherine se había desenvuelto más y me tenía la suficiente confianza como para contarme su niñez y su adolescencia –incluso los malos momentos con sus padres –. Yo la escuchaba con atención, pero trataba de no estropear las cosas hablando de mí, por eso únicamente escuchaba y si tenía que hablar, hablaba del clima.
También me pidió permiso para hacer una redecoración en toda la casa. Obviamente le dije que sí y cada día lo invertía en esa labor y en el cultivo de flores.
En ocasiones pensaba que su cambio se debía a que finalmente quería que empezáramos a tener un verdadero matrimonio, pero mi cautela me hacía borrar cualquier tipo de esperanza y para no pensar en nada, volví a mi trabajo y duraba en el banco más horas de las necesarias –y comencé a evitar las cenas.
Una noche llegué a la casa y subí a mi cuarto para dormirme.
Lo que siempre hago al entrar es quitarme el saco y la camisa, pero no me fijé que había una persona sentada en mi cama, hasta que escuché una voz conocida que me llamó para evitar que me quitara los pantalones. Al mirar hacia la cama, me encontré con la escrutadora mirada de Catherine y de inmediato me volví a poner la camisa.
– Perdón Catherine, no sabía que estabas aquí –le dije mientas me abrochaba los botones.
Esperé por su respuesta, pero su mente parecía estar en otro lado y con precaución me acerqué.
– Catherine, ¿te paso algo malo?
–¿Qué? –finalmente salió de su letargo –¡oh!, lo siento... es que... yo... yo quería preguntarte una cosa... –la pobre estaba tartamudeando.
–¡Claro!, pero respóndeme por favor, ¿te encuentras bien?
– Sí... sólo que... pues... es que tú... –cada que hablaba, sus mejillas adquirían mayor tonalidad rojiza y para tranquilizarla, le sonreí antes de irme a sentar en el sillón frente a la cama.
Ella me miró seria, pero no quise preguntar por qué se enojó y mejor volví a pedirle que me dijera lo que sea que deseaba preguntar.
– Quería saber si te molestaría enseñarme a cabalgar –lo dijo sin mirarme y casi en susurro.
– No me molesta, pero primero quisiera saber el motivo de tu repentino deseo de aprender –Catherine alzó su cara y pude ver en su mirada que la herí con mi pregunta –discúlpame, me estoy comportando como un idiota otra vez.
Me levanté y me arrodillé frente a ella y aunque sabía que no le gustaba que la tocara, me arriesgué a tomarla de las manos.
– Estaré encantado de enseñarte a cabalgar... Si quieres, podemos empezar mañana temprano.
– Pero te vas al banco desde la mañana –parecía apenada –lo mejor es que me enseñes los sábados.
–¿Sólo un día? –arquee mi ceja y ella asintió –Catherine, tardarás mucho en aprender si sólo practicas unas horas en un día, así que le dedicaremos dos horas por la mañana durante cinco días a la semana, ¿estás de acuerdo?
– Si por ti está bien, entonces para mí igual, pero si vas a regalarme dos horas de tu trabajo matutino, me imagino que se reducirá tu tiempo en el banco, ¿no?
– No necesariamente –la solté y me acomodé de nuevo en el sillón –el trabajo en el banco termina a las tres, así que no me estás afectando en ningún sentido.
–¿Termina a las tres? –yo afirmé con un movimiento de cabeza –si termina a esa hora, ¿por qué te vas de nuevo después de la comida y llegues tan noche?
– Pues... porque... –ahora yo tartamudeaba –... porque, he tenido... pendientes que atender.
–¿Seguro que son pendientes del trabajo? –su mirada era seria y apenas la escuché porque habló más para sí.
– Por supuesto. Tenemos inversiones en varios países y mi trabajo es verificar que todo esté en orden y como único dueño del banco, sólo con mi firma se pueden efectuar los cambios o las nuevas disposiciones.
Un silencio incómodo se instaló en el lugar. Catherine parecía estar evaluando algo en su mente y yo estaba aprovechando su momento de abandono para admirarla. Durante el día no me atrevía porque si la miraba demasiado, pensaría que estaba loco y me temería más de lo que ya me temía, pero ahora podía ver que estaba mucho mejor que antes y sonreí, pues aunque no era yo quien había logrado devolverle la paz, al menos podía sentirme satisfecho de haber tomado la decisión correcta al traer a su amiga para que le hiciera más llevadera su vida a mi lado.
Estaba tan ensimismado en mis pensamientos, que no pude apartar mi vista a tiempo cuando ella alzó la cara y nuestras miradas se cruzaron. En un principio se sorprendió con el contacto visual, pero increíblemente enseguida me sonrió y fue tan sincera su sonrisa que casi llegué a creer que era por mí –un poco egocéntrico de mi parte.
– Quisiera pedirte otra cosa, ¿puedo hacerlo? –preguntó con cautela.
– Puedes pedirme todo lo que quieras –quise retractarme de mis palabras porque eran del tipo que a ella le desagradaban, pero nuevamente me sorprendió su actitud, ya que no se incomodó, sino al contrario, su sonrisa se hizo más amplia.
–Quiero conocer tu trabajo y también los hobbies que te gustan –creo que abrí los ojos porque ella se apresuró a aclarar –dijiste que serías mi mejor amigo, pero hasta ahora no hemos hecho nada que hacen los amigos y una de esas es ir juntos a todas partes.
– No deseaba aburrirte. El trabajo en el banco es sumamente tedioso y si tengo que ser sincero, no es justamente lo que yo deseaba hacer de mi vida... me refiero a que si hubiera podido decidir mi profesión, me hubiera gustado dedicarme a otra cosa.
–¿Y qué te hubiera gustado ser?
– Escritor.
–¿Escritor? –habló con sorpresa –creí que deseabas ser un famoso jinete.
– Amo cabalgar y cuando se presenta la oportunidad, me divierto asistiendo a las competencias de Equitación, pero esa actividad sólo es un hobbie... Comencé a escribir a los dieciséis años... Primero eran historias de misterio, pero conforme voy adquiriendo edad, los géneros también han cambiado.
– Y hoy en día, ¿qué genero te gusta?
– No sé si está bien etiquetado, pero a últimas fechas el de motivación espiritual es en el que más he trabajado.
Nuevamente dije algo que incomodó a Catherine, porque enseguida su cara perdió la sonrisa y apartó su mirada de mí.
– Ya es muy tarde y me imagino que tienes sueño. Lo mejor es que regreses a tu recámara y si mañana todavía deseas que te enseñe a cabalgar, te aconsejo que uses algún pantalón tipo malla, o puedes pedirle a una de las mujeres del servicio que te den los pantalones que usaba mi madre... Son breeches y te servirán más que cualquier otro.
–¡Como quieras! –susurró, pero la oí con claridad –te dejo para que descanses y perdón si te estuve molestando.
Se levantó y salió de la recámara tan rápido que ni siquiera me dio tiempo de desearle buenas noches. Honestamente no la podía entender. A veces sonreía y en un segundo volvía a entristecerse y esos cambios de actitud me dejaban demasiado confundido, pero en verdad estaba cansado y no quise seguir dándole vueltas al asunto y me fui a dormir.
En la mañana me vestí con mi traje sastre porque pensé que Catherine reconsideró su petición y no iría a su clase de equitación, pero al llegar al comedor la encontré vestida con los pantalones breeches de mi madre y una blusa blanca de manga larga muy delgada y transparente –tenía que dar gracias que llevara un top a juego porque si no...
–¿No puedes enseñarme hoy verdad? –dijo triste.
– Sí puedo, pero... soy un tonto, voy a cambiarme, por favor, espérame un momento.
Subí y me cambié rápido. Al bajar Catherine seguía esperándome para que desayunáramos juntos –lo hicimos más animados que otros días e incluso pude volver a platicarle algunas cosas de mi vida –. Después salimos hacia los establos. En el trayecto seguimos platicando, pero a unos pasos de nuestro destino, Catherine se puso nerviosa y dejó de prestarme atención.
–¿Sucede algo Catherine?
–¡Perdóname!, pero les tengo tanto miedo, que tal vez no sirva de nada intentarlo.
– Yo creo que aunque no sirva, al menos debes intentarlo... El miedo que tienes no va a desaparecer si siempre evades lo que te provoca temor –tomé su mano y la giré para que quedáramos frente a frente –no te preocupes. No vas a estar sola. Yo siempre estaré junto a ti... Alejaré cualquier miedo, cualquier dolor y te daré fuerzas para continuar. Lo único que tienes que hacer, es confiar en mí... Catherine, ¿puedes confiar en mí?
Los ojos de Catherine brillaron antes de darme una respuesta.
– Sí... sé que siempre podré confiar en ti. Mi corazón me lo dice y yo le creo.
Los dos sonreímos y tomados del brazo, continuamos el camino hacia los establos. Cuando llegamos tuve que soltarla mientras preparaba a otra de las yeguas que tenía. Ésta era más joven, pero nada nerviosa y así no le afectarían los nervios de Catherine –e incluso pensé que podría comenzar a trotar en menos tiempo.
Ya listos los amarres, halé la rienda y llevé a la yegua afuera. Luego entré por Catherine y sujetando su mano la conduje hasta que ambos quedamos a un costado del animal.
– No querrás que la monte ¿verdad? –su voz tenía un tinte de miedo y su cuerpo empezó a temblar.
– No... Sapphire ni siquiera tiene puesta la montura.
–¿Entonces tengo que tratar de acariciarla?... Stefan, si no pude con un caballo más viejo, menos voy a poder con uno joven.
–Sapphire es una yegua y es mucho más mansa que Dorothy. Además, no voy a ponerte a que la acaricies... Hoy solamente vamos a pasear con ella. Yo voy a guiarla y tu irás junto a mí.
–¿Tú la montarás y yo voy al lado de ustedes?
– No, los dos iremos caminando para acompañar a Sapphire en su paseo.
– Pero no comprendo por qué... –detuve su próxima pregunta poniendo un dedo en sus labios.
– No temas, no pasará nada malo... confía, por favor.
– Sí –dijo con seguridad y sin dejar de mirarme –confío plenamente en ti –estiró su mano y yo la sujeté con fuerza.
Los tres caminamos por el extenso terreno de la mansión. No hablamos, pero no lo necesitamos porque podía sentir cada una de sus emociones. El calor de su mano, su forma de caminar y su rostro sereno, me daban toda la información de su ánimo... Catherine estaba relajada y disfrutando el paseo. El viento hacía ondear su cabello y cuando alguno se pegaba en su nariz, sonreía y me miraba divertida. Por mi parte le devolvía todas las sonrisas –que con cada metro que avanzábamos se hacían más recurrentes.
En un momento en que la sentí completamente tranquila y a gusto, pasé las riendas detrás de mí para que Sapphire también quedara atrás de nosotros y en otro movimiento, puse las riendas en las manos de Catherine. Ella se asustó, pero al ver la mirada de apoyo que le dirigí, controló lo mejor que pudo sus nervios.
El resto del paseo yo lo hice al lado de ella y Sapphire siempre fue detrás de los dos. Para mi agrado, Catherine consiguió llegar a los establos guiando a la yegua. Ya dentro de las caballerizas, le pedí que me devolviera las riendas para regresar a Sapphire a su lugar y después de acomodarla, salí a reunirme de nuevo con ella.
La mirada que me dirigió hizo que todo mi cuerpo vibrara de emoción y es que parecía estar tan contenta, que con sólo observarla llenaba mi corazón de un sin fin de sensaciones, porque esta vez fui yo quien logró que sonriera con genuina felicidad.
Sin apartar mi mirada de la suya me acerqué a ella y si creía que nada podía hacerme más feliz que su sonrisa, el abrazo que me dio, me hizo ver lo equivocado que estaba.
–¡Gracias! –dijo con su cara pegada en mi pecho y luego se alejó un poco para ver mi rostro –nunca antes había podido soportar la cercanía de un caballo y mucho menos tener la confianza de caminar a su lado.
– No tienes nada que agradecerme –le respondí mientras le acomodaba un cabello que se soltó de su peinado –esto lo hice porque así lo quería... no me gusta ver el temor reflejado en tus ojos y ya que estoy teniendo el valor de decírtelo, aprovecharé para disculparme por si en algún momento te hice sentir miedo de mí.
– No te disculpes... Al menos no por algo que no has hecho –se alejó de mí y me dio la espalda –¡sí tengo miedo!, pero no es el tipo de miedo que te imaginas.
–¿Entonces?... ¿qué tipo de miedo te he hecho sentir?
– Aún no es tiempo de decírtelo, pero sé que pronto podré ser completamente honesta contigo –volteo a verme de nuevo con una sonrisa –tú haces que las cosas sean tan sencillas.
No supe qué decir, así que me limité a sonreírle también y después extendí mi mano para entrelazar nuestros brazos y regresamos a la mansión.
Desde aquel día todo fue mejorando a pasos agigantados. Los entrenamientos nos brindaron la oportunidad de unirnos más. Las conversaciones eran más largas y la tensión fue desapareciendo hasta que finalmente pude percibir que Catherine me tenía la confianza que tanto le pedí. Me contaba incluso los pensamientos más comunes y aunque jamás mencionó el romance que sostuvo con mi primo, su alegría al estar conmigo me hacía tener la esperanza de que lo había olvidado por completo.
Otra cosa que cambió fue el contacto físico –no de forma sexual, pero era un poco más íntimo –. Cada salida era con nuestras manos entrelazadas. Si hacía un chiste, Catherine me abrazaba o me daba un ligero golpe si es que era tonto. Por las mañanas me iba a buscar a mi cuarto y me daba un beso en la mejilla, que yo correspondía con gran entusiasmo. La hora de los alimentos era un sin fin de risas. Parecíamos dos jovencitos contando anécdotas graciosas. Los empleados nos miraban sonrientes porque de aquél recién matrimonio inundado de rechazo, ahora veían a una pareja de amigos que compartían hasta la mínima alegría.
Los únicos momentos de melancolía, eran cuando tenía que despedirme para irme al banco. El rostro de Catherine se hacía sombrío y sostenía mi mano como si no deseara que la dejara, pero a pesar de mi deseo de quedarme con ella, tenía que ser consciente que de ese negocio se obtenía más que nuestra vida acomodada. De él dependían varias familias y mis antepasados fueron hombres responsables que nunca faltaron a su deber y por eso nuestro apellido mantenía el mayor título social entre los nobles, así que no podía fallar con semejante peso moral y con toda la fuerza de voluntad que poseía, lograba soltar la cálida mano de Catherine y sin mirar atrás me iba a cumplir con mis obligaciones. Sin embargo, a mi regreso me encontraba con la mejor recompensa que pudiera desear. Mi amada Catherine salía corriendo de la mansión a recibirme. Ni siquiera pasaba por completo la reja de entrada cuando la veía venir hacia mí con la sonrisa más hermosa del mundo. Yo la esperaba con los brazos extendidos. Ella saltaba hacía mí y nos fundíamos en un maravilloso abrazo, para luego cerrar con broche de oro, con un beso en la mejilla del amor de mi vida.
De los entrenamientos que nos llevaron a este punto, Catherine encontró el valor no sólo de cabalgar a mi caballo de competencia, sino que también se animó a concursar con los nuevos talentos y aunque obtuvo un cuarto lugar, su infinita alegría cuando le dieron su certificado de jinete, fue tan grande, que para celebrar organizamos la primera fiesta de nuestro matrimonio, con las personas que más nos importaban –Mateo y Magda –y pude ver cómo mis deseos comenzaban a materializarse.
Todo este proceso nos tomó siete meses –cinco de cordialidad y dos de amistad con roces cariñosos.
Siete meses tuve que esperar para sentirme el hombre más feliz del mundo, pero puedo jurar que por tener un sólo gesto de cariño departe de Catherine, sería capaz de esperar una vida entera, porque mi amor por ella era infinito y ni la muerte lograría que dejara de amarla.
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