Capítulo 4
PVO STEFAN
Las bodas de los nobles son elegantes y bulliciosas, pero jamás en mi vida creí que también serían tan frías, tan fría, como la mía.
Aquel día, la belleza de mi esposa sólo fue comparable con la inmensidad de su indiferencia.
Al salir de la recámara de Catherine, fui a mi despacho a tomar una copa de Vodka. Deseaba olvidar su mirada de terror al ver la cama –¿es que acaso creía que sería tan desalmado, como para obligarla a estar conmigo?
Era cierto que mi cuerpo ardía por ella, pero si quería que nuestro matrimonio funcionara, no era conveniente derrumbar lo que apenas se iba a construir, por unos minutos de placer.
Esperaba con el tiempo obtener la confianza de Catherine. Estaba resignado a no conseguir su amor, pero muy esperanzado de que al menos me tuviera cariño y para eso teníamos que ser amigos y un amigo no viene y pide intimidad el primer día de conocer a su amiga.
La que debió ser mi noche de bodas, me la pasé tomando como un loco y me la hubiera seguido, de no ser porque Mateo –mi sirviente de confianza –entro al despacho y sin más, me quito la botella y me llevó casi a rastras a mi recámara.
Dormí algunas horas, pero Mateo sabía que no debía abandonar a mi esposa el primer día de matrimonio y me despertó a media tarde para que bajara a almorzar.
Me bañé y arreglé lo mejor que pude, pero mi semblante no mejoró en nada. Mi rostro evidenciaba la falta de sueño y mis ojos rojos, la borrachera que me aventé, aunque como siempre, Mateo vino en mi ayuda y me hizo beber una infusión de sólo Dios sabe qué, para quitarme un poco la resaca y luego de tomarla, fui al encuentro de mi "esposa".
Ya casi iba bajando el segundo escalón, cuando Mateo me informó que Catherine no había salido en toda la mañana de su habitación.
Nuevamente tuve que ocultar mi frustración y con un suspiro me dirigí a tocar su puerta.
Toqué dos veces y no abría. A la tercera empecé a creer que algo malo había pasado y me dispuse a abrir la puerta con una patada, pero antes de siquiera levantar la pierna, Catherine abrió con premura y en su cara se reflejó un gran temor –su cuerpo también temblaba como una hoja y movía sus manos a modo de protección.
–¡Lo siento señor Sanders! me quedé dormida... sé que no es excusa y también sé que en nuestra sociedad es mal visto la falta de puntualidad, pero como mi doncella no está conmigo, nadie me informó de la hora y...
Puse fin a su monólogo tomando sus manos al aire. Su sorpresa fue grande porque al sentir mis manos sobre las suyas, se les quedó mirando y enseguida su cuerpo se puso rígido.
– Está bien Catherine. Yo también me acabo de levantar, pero ayer no comimos nada y mi estómago no deja de hacer ruidos extraños y creo que es por hambre –forcé una sonrisa –¿me harías el honor de almorzar conmigo?
Catherine sólo asintió y pasando su brazo por el mío, nos dirigimos al comedor en donde cada uno se sentó en las esquinas –por decisión de ella –e iniciamos con el almuerzo más silencioso que haya tenido nunca.
La enorme mesa nos tenía separados en todos los sentidos. Sabía que en nuestra sociedad, se acostumbraba a que los señores de la casa ocuparan esos asientos, pero mis padres ni siquiera lo hacían en cenas de gala –aunque supongo que era porque se amaban.
A los diez minutos me levanté y llevé mis platos a una de las sillas al lado de Catherine. Ella abrió los ojos, pero no se atrevió a decir nada.
– Odio esa tonta costumbre de imponer lugares según la posición social... ¿tú no?
– Es... es un deber seguir las normas que nos enseñaron.
– Lo sé, pero ¿qué no odias hacer cosas que no te gustan, sólo porque es un deber que otros decidieron?
– Si rompemos las reglas, nos arrepentiremos después –bajó su mirada y su voz salió como un murmullo –yo estoy muy arrepentida.
Quería preguntar de qué se arrepentía, pero si decía que de nuestro matrimonio, tendría que dejarla marchar, por eso cambié el tema.
–Bueno, dejemos las reglas protocolarias para otro momento y mejor hablemos de lo que haremos hoy... ¿a ti qué te gustaría hacer?
–Pues... lo que usted quiera.
– En primer lugar, quisiera que dejaras de hablarme tan formal y me tutees, en segundo, no se trata de lo que yo quiera, sino de lo que los dos queramos y el día de hoy tus deseos serán los míos.
¿Era posible lograr tanto asombro en segundos?, su mirada era tan cambiante, que me maravillaba lo mucho que puedes llegar a sorprender a una mujer con tan pocas palabras.
–¿Y bien?, ¿qué haremos hoy, Catherine? –le sonreí sinceramente y tomé su mano para darle confianza de hablar.
Ella centró su mirada en nuestras manos y luego la dirigió a mí poco a poco.
– Yo nunca hago nada interesante. Lo único que sé hacer, es cultivar flores, así que por favor, decida usted –fruncí el ceño y rectificó –perdón... decide tú.
– Así está mejor –respondí sonriente –entonces te voy a mostrar mi gran pasión.
–¿Cu... ¿cuál? –se puso muy tensa y no entendí el motivo.
– Ya lo verás, pero antes tenemos que terminar el desayuno –llené la cuchara hasta el tope –siento romper una regla de etiqueta, pero el hambre no perdona –apenas y pude terminar la frase, porque la comida casi se caía de la cuchara y la metí de golpe a mi boca.
Catherine me veía devorar el almuerzo y aunque sabía que tenía que medirme, el hambre que traía era más fuerte y continué de ese modo hasta que dejé limpio el plato. Al mirarla, ella seguía atenta a mis movimientos, pero verse descubierta debió darle vergüenza porque rápidamente dejó de observarme.
Una vez que terminamos de comer, salimos tomados del brazo.
Lo primero que hice fue mostrarle la casa y sus alrededores. Le conté que los Sanders han vivido en esa misma mansión desde el siglo XV, pero que antes vivieron junto al castillo de un rey muy importante y de esa relación de amistad, nuestro apellido consiguió un buen lugar en la sociedad, al unirse ambas familias.
Ese fue el único dato de linaje que di, porque luego me la pasé describiendo los sitios en los que jugaba de niño. Le platiqué varias anécdotas de mis travesuras. Desde chico fui rebelde y jamás quise aprender los protocolos–y aún ahora desconocía algunas reglas. Mi madre siempre me regañaba, pero mi padre no era estricto y me dejó hacer mi voluntad.
Recordar a mis padres me puso un poco triste y guarde silencio un instante.
–¿No tenías amigos de tu edad?
–¿Qué? –su voz me sobresaltó devolviéndome al presente, pero no entendí lo que deseaba saber.
– Es que cuando hablas de las travesuras que hacías de niño, no mencionas amigos que te ayudaran a hacerlas y por eso... por eso me preguntaba –sus mejillas se tiñeron de rojo y suspiró antes de desviar su mirada –¡lo siento!, fui imprudente.
– No lo sientas, me da gusto darme cuenta de que me estabas escuchando –me detuve y llevé sus manos a mis labios para darles un beso –como no decías nada, pensé que te había aburrido.
Catherine era blanca, pero ahora estaba roja como el granate y cuando me miró se puso peor.
– Te está afectando el sol, lo mejor será que regresemos a la mansión –solté una de sus manos para medir su temperatura tocando su frente, pero ella se alejó nerviosa –¡lo lamento!, no quise incomodarte –di un paso atrás y con mi brazo señalé hacia la mansión –¿nos vamos?
Sin responder, Catherine se puso en camino y yo iba detrás. Era desesperante no saber lo que pensaba. Hasta ahora nada de lo que hacía parecía agradarle. Entendía que me odiara por ser el hombre al que sus padres eligieron para ser su esposo, pero yo no tenía la culpa de las costumbres de nuestra sociedad. También a mí me la impusieron, aunque a diferencia de ella, yo no me quejaba. Al contrario, deseaba más que nadie su cariño, sin embargo, todo hombre tiene un límite y ya estaba llegando al mío, pero las palabras de mi madre resonaron en mi mente y recuperé mi ánimo de luchar por lo que deseaba.
Apresurando mi paso, me coloqué junto a ella y tomé su mano para entrelazar nuestros brazos.
– Nunca he tenido amigos.
–¿Cómo? –fijó su mirada en mí.
– Ningún familiar de los Sanders vivía en esta zona. Hasta mis quince años, jamás fui a un colegio. Mi padre trabajaba demasiado y como no quería que mi madre estuviera sola, me dejaba con ella. Un profesor particular venía por las mañanas y cuando se iba, yo me dedicaba a jugar y a hacer travesuras –sonreí con melancolía –quería llamar la atención de mi padre. En esa época no lo logré, pero luego de cumplir los quince, mi madre consiguió que delegara parte de sus obligaciones para que se quedara en casa más tiempo.
Catherine seguía sin decir nada y yo respeté su silencio –un muy largo –pero a unos metros de la mansión, ella misma terminó con él.
– Debió ser duro para ti estar tan solo siendo un niño –habló muy bajito–yo tampoco tuve amigos, pero a mí no me pasaban las travesuras. Si llegaba a portarme mal, me encerraban en mi habitación por días.
No me atreví a expresarle mis pensamientos porque sería una ofensa muy grande hacia sus progenitores, y dudo que a Catherine le guste que un extraño hable mal de su familia, por eso me mantuve callado.
–Nunca he hecho nada divertido y mi única rebeldía la pagué muy caro. Soy una inútil que ni siquiera sirve para ser esposa –voltee a verla y ella me sonrió con pena.
Yo me detuve otra vez y volví a tomar sus manos entre las mías.
–¿Sabes qué?, nos estamos atormentando por cosas que ya se encuentran en el pasado y nosotros tenemos un futuro por delante que no se construirá por sí solo. Es nuestra obligación hacer uno bueno y ya estamos dando un paso muy importante para conseguirlo.
–¿Cuál paso?
– Nos contamos nuestra infancia como si se lo hubiéramos dicho a un gran amigo. Ese Catherine, es el primer paso y el más importante. Desde hoy quiero que intentes verme como tu amigo, ¿crees que puedas hacerlo, o necesitas más tiempo?... te prometo que cualquiera que sea tu respuesta, yo la respetaré.
Nos quedamos mirándonos mucho tiempo. Yo esperaba su respuesta y creo que ella la estaba meditando, pero la duda que reflejaba su rostro empezaba a provocar temor a que dijera que no podía verme ni como amigo y para que no se diera cuenta de que mis manos comenzaban a sudar, la solté, sin embargo, ella las retuvo haciendo que me sobresaltara –aunque sin hacerlo tan notorio.
–¡Sí quiero que seamos amigos!
Una gran sonrisa se formó en mis labios y sin querer la abracé. Por un momento se tensó, pero se calmó casi enseguida y me devolvió el abrazo.
¡No lo podía creer!, o estaba soñando, o la suerte me estaba sonriendo, porque en tan sólo unas horas había conseguido infundirle algo de confianza y si esto pasaba con poco tiempo, tal vez no tendría que esperar años para que me quisiera.
Catherine dejó de abrazarme, eso me hizo ver que no debía apresurar las cosas y con reticencia también la solté.
– Ya que vamos a ser amigos, quisiera saber qué es en lo que más te gusta invertir tu tiempo.
– mmm, es que... yo... la verdad es... –nuevamente se había puesto nerviosa, pero ya no iba a permitir que la barrera se volviera a interponer entre nosotros, así que, usando un dedo, levanté su mentón para que no dejara de verme.
–¡Mira!, por ejemplo, a mí me gusta la equitación. Desde los diez años la he practicado e incluso tengo varios premios que gané en competencias nacionales.
– Conozco de palabra lo que se hace en la equitación, pero nunca he visto a nadie cabalgar.
–¿No?, pero ¿por qué no?
– Le tengo terror a los caballos... no puedo ver uno sin que me tiemble todo el cuerpo.
– Los caballos son seres hermosos y muy nobles. Cuando se ponen locos, es porque también tuvieron miedo.
– Lo sé, pero eso no cambia el hecho de que les temo.
– Está bien, no te preocupes. Ese era sólo un ejemplo, lo que me interesa es saber lo que a ti te gusta.
– Dirás que soy una aburrida, pero lo cierto es que lo único que me apasiona es sembrar flores –forzó una sonrisa y luego bajó la mirada.
– Sé que eres magnífica sembrando flores hermosas, por eso te preparé una sorpresa –ella preguntó qué era y yo sólo le sonreí mientras la sujetaba de su mano para llevarla a ver su sorpresa.
Estaba emocionado y empecé a correr lento, pero cuando Catherine siguió mi ritmo, aumenté la velocidad y juntos corrimos hasta llegar al costado de la mansión, en el que se hallaba un extenso terreno algo desierto porque nunca logramos obtener una sola flor.
– Mi madre no era muy afecta a las labores de jardín y tampoco le interesó traer gente que se hiciera cargo. Si observas bien, no hay ninguna flor en todo el lugar y como yo sabía que amabas el cultivo de rosas, mandé comprar las herramientas y las semillas –la llevé a un rincón de la casa para mostrarle las cosas –son esas, espero no haberme equivocado, pero si te falta algo, dímelo y enseguida voy a conseguirlo.
Catherine soltó mi mano y centró toda su atención en las herramientas y las semillas. Las revisaba con cuidado y yo la miraba fascinado porque por fin pude ver felicidad en su rostro. Cuando terminó se acercó a mí sin dejar de sonreír.
–¡Muchas gracias!
–No me lo agradezcas, ésta es mi verdadera pasión –ella me miró confundida y yo me atreví a acariciar su mejilla –hacerte sonreír es mi único objetivo en esta vida.
La incredulidad y el asombro se apoderaron de su cara y haciéndose hacia atrás se alejó de mí.
Aquella confesión hizo crecer nuevamente la barrera que hasta hace unos minutos había derrumbado con mucho esfuerzo y el resto del paseo, nuestros únicos acompañantes fueron el silencio y la tensión.
Los siguientes días Catherine se dedicó a evitarme. Desayunaba en su habitación y aunque comía conmigo, no hablaba más que para darme una respuesta cortés cuando le preguntaba algo.
Mateo vino un día a pedirme dinero porque iría a la ciudad a comprar ropa. Yo quise saber qué clase de ropa y él dijo que Catherine le había pedido delantales, guantes y sombreros de paja. Escuchar que ella había preferido pedirle ayuda a mi empleado en lugar de a mí, me dolió profundamente, pero como siempre, ocultaba a la perfección mi pena y con semblante neutral le di lo que solicitó.
Luego de tener el vestuario, Catherine salía desde temprano al jardín y no regresaba sino hasta las seis de la tarde.
El abandono en que me tenía era tan evidente que todos mis empleados me miraban con pena.
Jamás he sido una persona a la que le afecte lo que los demás piensen, pero el hecho de que mi esposa prefiera irse a plantar flores, en vez de estar conmigo, era una clara muestra de lo mucho que me detestaba y las murmuraciones fuera de la mansión no se hicieron esperar.
En las reuniones del banco, mis socios hacían alusión a que un esposo que permitía que su mujer lo humillara mostrando a su personal de servicio, lo mucho que odiaba su presencia, era un poco hombre y por eso la esposa hacía su santa voluntad y le tenían lástima por ser un idiota cornudo.
Yo tenía que soportar sus indirectas porque no era capaz de reclamarle nada a Catherine. El casarme con una mujer que desde siempre me odio, fue mi propia decisión y si ahora ella me estaba haciendo pagar mi terquedad, estaba en su pleno derecho, pero conforme las semanas pasaban, los chimes se hacían más crudos y me tuve que ver en la necesidad de tomarme un tiempo libre.
Arreglé mis pendientes en el banco y le otorgué un poder a mi secretaria para que en mi ausencia pudiera resolver los problemas que se llegaran a presentar.
Me enclaustre en la mansión durante tres semanas. Catherine ni siquiera notó que no estaba yendo a trabajar porque aparentaba que salía a diario –aunque sabía que igualmente no se daría cuenta porque para ella era un cero a la izquierda.
Un día se me ocurrió ir a ver que tanto había avanzado en el jardín, pero el terreno estaba tan desierto como siempre.
¡Eso no podía ser!, Catherine nunca estaba en casa y se suponía que era porque plantaba flores y si todo seguía igual, ¿entonces qué hacía realmente?
Furioso la busqué por toda la mansión y los alrededores, pero nadie sabía dónde estaba. Pregunté por Mateo y me informaron que lo vieron ir hacia los establos y rápidamente fui a su encuentro. Tenía en mente llevarlo conmigo para abarcar más terreno y de ese modo hallar a Catherine, pero al llegar al establo, me llevé una gran sorpresa.
Mateo sostenía las riendas de "Dorothy", la yegua más vieja que tengo y frente a ellos estaba Catherine tratando de estirar su brazo para acariciar su cabeza.
–¡No puedo señor Mateo! –grito y se echó hacia atrás –me mira como si quisiera patearme.
–Señora Sanders, tenemos tres semanas con esto y usted no ha logrado acariciarla, ¿no cree que debería dejar de intentarlo?
–¡No!... quiero aprender a montar –lo dijo con tanta convicción que mi cuerpo entero sintió emoción.
–No es por ser grosero señora, pero hemos estado con esto toda la mañana y lo único que hace es gritar.
– Pues váyase como lo hace siempre... ya antes me ha dejado aquí, no entiendo por qué ahora se ha quedado más tiempo –nunca creí que mi dulce esposa pudiera contestar con tanta dureza.
–Porque no quiero que Dorothy se espante con sus gritos –le respondió molesto –el señor Sanders ama a todos sus caballos y aunque ésta yegua es vieja, sé que le dolería perderla por culpa de su necedad de hacer algo para lo que no nació.
–¡Mateo! –le grité con todo el coraje que me hizo sentir por hablarle de ese modo a Catherine –¡discúlpate con mi esposa!
Los dos voltearon a verme y sus reacciones fueron distintas –él de temor y ella de vergüenza.
Mateo quiso decir algo, pero se lo pensó mejor y guardó silencio. Su actitud sólo consiguió ponerme más furioso y me acerqué a él.
–¡Te dije que te disculparas con mi esposa!
–¡Stefan no es necesario! –Catherine corrió y me sujetó del brazo –Mateo tiene semanas intentando ayudarme y como soy una inútil, he tirado a la basura todo su esfuerzo, por eso se enojó.
– Para mí no hay nada, ni nadie más importante que Catherine, porque mi cariño hacia ella es muy superior a cualquier otro sentimiento que pudiera tener –le dije eso a Mateo, pero cuando ella me soltó, me di cuenta de que me puse en evidencia y me sentí avergonzado –¡retírate! y no se te ocurra entrar a la mansión a menos de que estés dispuesto a disculparte con Catherine.
Mateo me hizo una reverencia y se fue hacia el portón de entrada.
El acostumbrado silencio nos envolvió, pero no duró mucho debido a que Catherine tiró levemente de mi brazo y yo voltee a verla.
–¡Lo siento!, no era mi intención predisponerte en contra de tu empleado.
–¿Por qué quieres aprender a cabalgar? –mi pregunta la incomodó tanto que su cara enrojeció y rehuyó mi mirada –Catherine por favor, tenme un poco de confianza.
– Es que... cuando me platicaste que practicabas la equitación, me entró la curiosidad de montar un caballo –sus nervios se intensificaron y empezó a estrujar su vestido –yo... yo no quise enojarte... te prometo que ya no haré nada sin consultártelo primero.
Verla tan mal me entristeció... y es que no era para menos. La pobre me tenía tanto miedo que incluso ocultaba sus sentimientos con tal de no provocar mi ira. Es lógico que, al no conocerme bien, se puede imaginar un sin fin de cosas, pero creer que soy un energúmeno sin corazón era demasiado.
– No soy un monstruo Catherine... sé que no me amas y nunca lo harás porque este matrimonio te fue impuesto por tus padres, pero a pesar de todo, deseaba que encontráramos un modo de llevarnos bien. Una buena pareja no sólo se crea del amor, también el cariño y el respeto pueden ser precursores de una vida en común plena, sin embargo, mientras más pasan los días, más me doy cuenta de que nos será imposible obtenerla.
Catherine empezó a llorar, pero yo no podía consolarla porque corría el riesgo de derrumbarme enfrente suyo y ya había perdido mucha dignidad en un día y no pensaba seguir rebajándome. Por eso me di la vuelta para huir de los cuchillos que representaban sus lágrimas en mi corazón.
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