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¡Y nos fuimos para casita!

17/11/2020
¡Y nos dieron el alta!
Sí. Pero no salto de contenta. No. Para nada. Tengo sentimientos de bronca, tristeza, desasosiego, incertidumbre, miedo. Pero sé que todo pasa por algo, por eso terminé firmando el consentimiento, después de hablar con la doctora, la misma que me habló con lágrimas en los ojos. Creo que ni ella estaba contenta. Pero así se dieron las cosas y aquí estamos, en casa de mamá, aunque ante su duda, hasta yo pensé que nos habíamos equivocado al dar la dirección.
Llegamos alrededor de las 17:45 hs. Lo recuerdo perfectamente porque fueron tres horas largas, muy largas, hasta que por fin llegó la calma.
No bien la gordita estuvo en su cama, ya quiso levantarse.
- Bueno. ¿Nos vamos?
- ¿A dónde querés ir, mamá? - le preguntamos José y yo.
- Para casa.
- Pero ya estamos en casa, mami. Mirá. Acá están tus cosas. Mirá las fotos. Este soy yo, acá está Adriana y acá está Jorge - le dice José, mientras le va mostrando cada foto.
- No. ¡No! ¡Nooo! - decía mamá cada vez más fuerte.
Yo me mantuve sentada junto a ella, en su cama.
- Decile a José que venga y que me lleve a casa - me dice con ímpetu.
- José está acá. Estamos los tres en tu casa - le dije, tratando de calmarla.
- ¡Esta no es mi casa! Yo quiero ir para allá.
- ¿Y dónde es allá?
- Allá, donde están las chiquilinas.
- Pero mamá, allá es el sanatorio. Ahora estás mucho mejor y por eso nos pudimos venir para tu casa. ¿Estás contenta?
- ¡Qué voy a estar contenta! ¡Ustedes sí están contentos! Ya pueden hacerme lo que quieran. ¡Ustedes no me quieren!
De manera increíble, boleó la patita y se incorporó en la cama. La ayudamos a sentarse, con los pies para abajo.
- Dame tus zapatos - me dijo autoritaria.
- ¿Mis zapatos? ¡Ah, no! A mí no me gusta andar descalza - le dije sonriente.
Ella estaba con el ceño fruncido.
- ¿No me los das? ¡No me importa! ¡Yo camino con un trapito!
- ¡Pero te vas a resbalar!
- Y mirá que si no me dejás, te doy una trompada.
Y ahí empezó a estirar la sábana y la frazada. Yo la dejé hasta que entendí que quería ponerlas en el suelo, para usarlas como un patín. Se las apreté con mi mano sin que me viera. ¡Qué fuerza hacía!
¡Estaba tan enojada! Ni José ni yo pudimos calmarla. Fueron tres largas horas matizadas con rezongos hacia nosotros, intentos de bajar de la cama, risas de parte nuestra cuando no podíamos creer que boleara las piernas hacía el suelo con tanta rapidez.
Se durmió un ratito, apenas dos horas, en las que aprovechamos a tomar unos mates y charlar, tratando de organizarnos. ¡Es que somos primerizos con una beba de 88 añitos!
Cuando despertó, mucho más serena, la mimoseé con un omelette de jamón. Se comió contenta solo la mitad, pero fue todo un logro. Quedó mansa y sonriente y así nos preparamos para dormir.
Hoy pienso en la pasada noche y la veo como una recreación de la canción de Sabina: " Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres, y despiertos al amanecer nos encontró el sol..." Porque fue exactamente así. Yo me acosté con mamá y lamentablemente me dio por estornudar. Abrió los ojos y se rió cada vez que lo hice, cuatro o cinco veces.
- Ssshhh, vamos a dormir, mami - le dije.
- Dormí vos, si querés, yo me voy a levantar - replicó mamá cada vez que se lo dije.
- Quietita mami, no te destapes.
- Vos dormí tranquila.
Y le hice caso y me dormí, o mejor dicho, pestañé. Cuando abrí los ojos, mamá ya estaba con los pies en el suelo. Llamé a Xime para que me ayudara a acostarla. Ya eran las dos cuando Xime se fue a dormir.
- ¡Mirá que sos ordinaria! - me susurraba al oído.
- ¡Calladita que quiero dormir!
- ¡No te importo nada! ¡No me querés! ¡Vos quedate acá que yo no te preciso!
- Dale mami, vamos a dormir.
Y así estuvimos hasta las tres menos cuarto. Estábamos como la canción del bosque de la China: "Y yo que no, y ella que sí, y yo que no, y ella que siiii..."
¡Y volvió a sentarse con los pies en el suelo! Pero no le dan las fuerzas para levantarse y menos para caminar. La sostuve para que no cayera (es el miedo que tengo), pero es imposible para mí acostarla. Mamá se defendió con uñas y dientes, literalmente. Me pellizcó, me mordió, me pateó, haciendo fuerza con la boca. Parecía un gurisito en medio de un berrinche.
Terminé llamando a Jorge por teléfono. Aún me río de todo lo que dijo.
- ¿Qué pasa, gordita? - le dijo Jorge.
- Que me quiero levantar y ella no me deja - dijo mirándome con odio.
- Pero mi amor, es de madrugada, hay que dormir - le decía Jorge.
- ¡Yo a vos te quiero mucho! - le decía mamá.
- ¡Y yo a vos, también! - le aseguraba Jorge.
- Dame la mano - le dijo de pronto.
Jorge le tomó la mano y se la acarició.
- Dale, levantame - le dijo, tratando de incorporarse.
- No, ahora tenés que dormir.
- ¡Entonces metete la mano en el culo!
¡Yo solté la risa! Si las miradas mataran, hubiera caído fulminada por la que me mandó mamá.
- ¿Por qué me decís eso tan feo? Yo siempre te hablo con respeto - le dice Jorge.
Entonces ella cambió de tema.
- Bueno, tenemos que llevar todo esto - dijo (sacando la sábana y la manta de la cama, que ya era más nido que cama). Y yo tenía otra frazada que no sé dónde está.
- Debe ser aquella - le muestra Jorge.
- ¡Esa misma! ¡Traela!
La revisa bien pero solo ve la parte blanca de la frazada, y ella buscaba la verde.
- No sé. Falta otra.
Jorge le muestra que del otro lado es verde y se pone contenta.
- Dale. Doblala y ponela en mi cama.
Jorge empezó a doblarla y yo le dije que se la pusiera en la cama, así como estaba. Mamá observaba calladita, pero cuando la frazada tocó la cama, exclamó:
- ¡Acá no! ¡En mi cama! ¡Dale!
Y ahí empezó el show de doblar la frazada, ponerla en la cama de mamá y volverla a sacar, para empezar de nuevo.
- ¡En mi cama!
- Pero esta es tu cama, mi amor. Tenés que dormir.
- Yo en esta cama no duermo porque no es mía.
¡Era tragicómico verlos!
Y ya eran las cuatro... Llamé a la emergencia para que la calmaran. Vino un médico joven, cubano, con una voz y un tono muy dulce, con un enfermero joven petiso. Mamá encantada con ellos, les hablaba y les hablaba, sin ton ni son. De pronto hace un rollo con la sábana y la manta y estirando sus manos hacia el enfermero, con mirada implorante le pregunta:
- ¿Vos me podés llevar esto a mi casa?
- ¡Sí, claro! - le responde él.
Pero cuando se van, poco antes de las cinco, el enfermero no se lleva el encargo, y cuando mamá ve que salen del dormitorio le dice en voz alta:
- ¡Che, chiquito! ¡Tomá! ¡Te olvidaste de esto! - y le estiraba el rollo arrugado que había hecho con la sábana y la manta.
A las cinco nos dormimos y a las siete ya estábamos esperando a quienes venían a hacerle los controles.
¡Fue una larga primera noche!
Ahora son la 1:20 hs. del día siguiente. Creo que es hora de dormir. 🥱🥱🥱


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