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Salió el sol...

3/11/2020
¡Qué hermoso día el de hoy!
Y no me refiero a que fue un maravilloso día de sol, con temperaturas sumamente agradables, que también lo fue.
La belleza del día recorrió nuestros cuerpos, le dio brillo a nuestra sangre y afloró en nuestras miradas y sonrisas distendidas.
Es como que ese dicho tan nuestro - "Siempre que llovió, paró" - hoy lo sentimos vívidamente en el latir pausado de nuestros corazones.
Porque ayer llovió mucho, aún brillando el sol. Sí, ayer nuestro día solo tuvo matices de grises opacos, tirando al negro. Nuestro cielo se mostraba atemorizante, los truenos y rayos nos paralizaban de a ratos y sentíamos que se avecinaba una gran tempestad. La noche se nos antojó lúgubre y demasiado larga, casi interminable. A las 5:25 hs. me sorprendí al ver que ya estaba aclarando. ¡Hacía tanto tiempo que no disfrutaba de un amanecer! ¡Me pareció mágico! Por fin la noche dio paso al día... Fue cuando Lile y yo huimos como despavoridas como queriendo borrar "la tormenta" vivida. Nos sentimos sobrevivientes y nos refugiamos en la casa, a pesar de sentirla vacía.
Nos sentamos a desayunar conversando con José. Preparamos un mate, olvidando el cansancio y el sueño. Y como siempre, revivimos cada instante del día y noche pasados, buscándole la parte humorística. Tenemos muy claro que la alegría y la risa, así como el amor, son sanadores.
Hoy hicimos un alto en el camino, quedamos "en pausa", como dicen nuestros nietos, cada uno a su manera. Entre recuerdos y descanso, entre risas y algún llanto, el día se fue despacio, y la luna casi llena nos cubrió con su manto. La noche apareció serena invitando al descanso. Justo antes de dormir supimos de ese viaje a un lugar muy feo, donde muchos esperaban, sin saber lo qué esperar. No había risas, no había voces, no había luces ni amistad.
- ¿No te gustó el lugar, gordita?
- No - y hace una mueca con su boca.
- ¿Con quién fuiste?
- No sé.
- ¿Conocías a alguien?
- No. Eran todos así (y hace un ademán como de viejitos con bastón). Mucha, mucha gente había.
- ¿Estaban sentados?
- No, no. El año pasado había estado ahí mismo y no me gustó. Ahora está más feo.
- ¿Y cómo fue que te viniste?
- Me parece que en la camioneta. Creo que José me fue a buscar.
- ¡Y ahora estás acá, con nosotros! ¿Estás contenta?
- Sí. Ahora sí. Pero pienso en esos muchachos que se murieron.
- Mamá, nadie se murió. ¡Miranos! ¡Estamos felices de verte tan linda! ¡Estamos todos bien! - y le brindo la mejor de mis sonrisas.
- Bueno - dice.
    Luego de hablar con mis hermanos, se duerme tranquila por un ratito.
Pero llegó la noche. Últimamente parece que la noche no es apropiada para dormir. Estamos pensando darle vuelta la batita, como a los bebés.
Y ahí estuvieron Lile y Xime impidiendo que se bajara de la cama. ¡Tremendas pesadas!
- ¡Le voy a contar a tu padre! Le diré que no te deje venir más. ¡Impertinente! (Así les decía a cada una de sus nietas, enojadísima).
    En un momento, Xime se saca el tapabocas y le dice:
- ¿Quién soy, abuela?
- ¡La mierda! - le dijo con mucha rabia.
    Entre que la gordita bajaba las piernas de la cama y las chiquilinas se las subían, fue pasando la noche. Por fin mamá entendió que debía dormir.
- Vayan a dormir, vayan - les dijo.
- ¿Y vos vas a dormir, abuela?
- Sí. Yo voy a dormir.
    Y no bien se alejaron de la cama, la gordita revoleó las patitas otra vez, para bajarse de la cama. Jajajaja. ¡Es tremenda bandida! A las 3:30 se durmió y también las gurisas.

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