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En la casa de los espíritus...

13/1/2021
Y acá estamos... Son pasadas las tres de la mañana y Lile, Xime y yo estamos en la cocina, riendo de las ocurrencias de mamá. Durmió todo el día y de noche está de fiesta. Bueno, no tanto, pues está bastante enojada con nosotras ya que, según ella, no le hacemos caso. En ocasiones nos dice cosas que hace que nosotros estallemos en risas y entonces se queda muy seria.
- La abuela no está jugando - nos dice- la abuela no está jugando.
- Abu, ahora es de noche, es hora de dormir - le dicen Lile y Xime, en forma alternada.
- Yo no voy a dormir. ¡Dormí vos, si querés! - les responde ella.
    Y entre la cocina y el dormitorio, entre cafecitos y cigarrillos, entre puteadas recibidas y risas, la vamos llevando. Además, recordamos anécdotas de estos últimos días, esas lindas que nos hacen reír, y nos damos cuenta de que vencimos al sueño y nos sentimos como si fueran las tres de la tarde de un día relajado, en lugar de las tres de la mañana de un día ajetreado.
El físico de mamá ha ido cambiando mucho en estos últimos tres meses. Se alimenta poco y nada, así que hasta los dientes le están quedando grandes. Todas las noches los dientes aparecían en cualquier lado de la cama, así que decidimos guardarlos. Al principio nos daba impresión verla así, como más viejita. Luego nos acostumbramos y hasta nos resulta muy tierna esa sonrisa que parece la de un bebé. Hace unos días empezó a decir:
- Me estoy quedando sin dientes.
- No mami, están acá - le dije mostrándoselos.
    Como estaba tomando un poco de leche, y hay que aprovechar el momento, la hice esperar un poco. En eso apareció José y ella volvió a decirle que se estaba quedando sin dientes.
- A ver, mamá - le digo - abrí la boquita y ayudame a ponerte los dientes (yo no sé hacerlo).
    Se los pongo en la boca, bien mojaditos, con la ilusión de que ella se los calce. Pero le quedan fuera de la boca, simulando una sonrisa permanente, y comienza a hacer arcadas. Yo me pongo nerviosa y no puedo quitarlos. Me da risa y a José también. Tal vez fueran nervios.
- ¡Sacalos, mami! ¡Sacalos! - le digo, ya que me da temor de pellizcarla sin querer y lastimarla; ¡tiene tan frágil la piel!
    Finalmente salieron los dientes y mamá se mostró muy enojada.
- ¡Esos dientes ni míos deben ser! - exclama furiosa - ¡Y además yo quería uno solo!
    José y yo no podíamos parar de reírnos. Se nos saltaban las lágrimas, y ahora mismo, mientras lo escribo, vuelvo a tener presente esas imágenes, y vuelvo a reír con ganas. Así que mamá sigue sin dientes y aunque a veces los extraña, decidimos que es más cómodo para ella, no tenerlos. Tampoco los necesita.
A Xime le dijo:
- ¿Viste que no tengo dientes? ¡Tu padre me los quitó! ¡Acá no se salva nadie!
    Estamos en una etapa de aprendizajes apresurados. ¡Todos aprendemos! Y los más chicos, sus bisnietos, nos dan cátedra. Todos desean verla y cada uno vive esta etapa como lo siente. Tomás, Maia e Inés (de tres y dos años), disfrutan de verla y  besarla, así como de llevarle sus juguetes para que la abuela juegue. Mamá los disfruta con una amplia sonrisa y no se cansa de decir:
- ¡Qué divinos están! - y revolea los ojos para dar énfasis a sus palabras.
    Guzmán, de cuatro años, toca la guitarra, canta y baila y le dedica un gran show. Mamá lo disfruta sonriendo y cuando termina lo aplaude.
Bauti, de siete años, se sienta y la observa calladito. De su boca no salen palabras pero de su mirada salen miles de interrogantes que no tienen respuestas y la tristeza aflora hasta en sus gestos.
Apa, de ocho años, se divierte con sus charlas. Hace unos días, mamá le hablaba del tata Augusto, y le decía que lo había visto.
- ¿Cuándo lo viste, abuela? - le preguntó Apita, brillándole los ojitos.
- Ayer. Ayer estuvo acá - dijo mamá con firmeza.
- ¿Ayer? - y se reía con toda su carita pícara, y aún teniendo muy presente que el tata Augusto hace 18 años que falleció, no se lo dijo y siguió conversando naturalmente con ella.
    Hace unos días Apita le preguntó a su mami:
- Mami, ¿la abuela Carmita se va a recuperar?
- No, mi amor - le dijo Xime - la abuela no se va a recuperar.
- Bueno, pero tuvo una buena vida, igual que la abuela Manuela. (Los niños son sabios).
    Luli y Avril, de nueve y trece años, pasaron por la etapa de angustiarse y llorar mucho, pero ahora les encanta ayudarla, le dan agua con la jeringa, le preguntan cómo está, si necesita algo, se quedan a su lado y la acompañan. Hay una aceptación pura e inocente de las situaciones adversas y el poder de aceptación que tienen es maravilloso.
Y nosotros, que hace rato perdimos la inocencia, aprendemos de ellos así como también lo hacemos con mamá. Creo que durante estos tres meses aprendimos, o confirmamos, que hay vida después de la vida. De no verlo de esa manera, ¿cómo nos explicaríamos nuestras charlas diarias con nuestros "vivos de la orilla opuesta"? Nos sabemos una familia un poco loca, o un mucho, pero no tanto, diría mamá. Pues sí, en esas andamos y hasta nos sentimos bien. Hoy por hoy, entiendo mucho más a Isabel Allende. Creo que nosotros estamos viviendo, al igual que ella, en "La casa de los espíritus".
Y entre los que viven más allá y nosotros, que vivimos más acá, las anécdotas afloran solitas. Y todavía nos pusimos a mirar fotos de hace siglos atrás. ¡Ufff! ¡Y se nos llenó mucho más la casa! Y con muchas de esas fotos, las anécdotas pululaban en nuestros corazones, y volvimos a ser niños y adolescentes, y vimos muy jóvenes a nuestros padres y abuelos, y vivimos nuestros juegos de aquel entonces y vibramos con los amores de nuestros antepasados y reforzamos el sentimiento de ser parte de esta familia "como pocas", como nos llamamos y sentimos.
    Volviendo a esta madrugada, nos vimos buscando "la llave". Sí, mamá ha perdido la llave y por eso " no puede entrar". Nos manda a hacer cosas que no entendemos y como no las hacemos, se enoja. Decide hacerlas ella misma. Su dedito acusador nos señala una a una y cuando le decimos que nos vamos a dormir, no nos da besos, es más, aprieta la boca como para que no se le escape ni uno. ¡Es tan mimosa! Recordábamos con María Noel cuando le decía, como respuesta al "Te amo":
- Yo también te amo, mi amor, y eso que te conocí ayer. 
Así nos pasa día a día, momento a momento, con mamá. Cada vez que entramos al dormitorio es motivo de felicidad.
- ¡Hola mi amor! - le decimos.
- ¡Hola mi amor! - exclama con un rostro feliz. ¡Qué suerte que llegaste! ¡Tenía tantas ganas de verte! -  su rostro se ilumina pero se emociona hasta las lágrimas.
    La verdad es que desde el 23 de octubre estoy casi de forma permanente acá, con ella, pero cada vez que me ve, para mamá es como si me viera por primera vez en varias vidas, y me pregunta cuándo llegué y cómo viajé y exclama:
- ¡Ah! ¡Qué alegría que hayas venido! ¡No lo puedo creer! - dice emocionada.
    Y yo le sigo la corriente porque lo más importante es verla contenta.
Lo mismo pasa con Lilena. El otro día, al entrar Lile al dormitorio, no la reconoció.
- ¡Buenos días, hermosa! - le dijo Lile.
- ¡Hola señora! Hoy le voy a hablar de mí. Soy  una señora mayor, quedé viuda hace un tiempo. Tengo 90 años... No, 99 ( en realidad tiene 88). Tengo siete hijos desparramados, por aquí, por allá, por allá ( solo somos tres). Dos viven en Florida, Carlitos y Aloy.  Tengo 45 nietos y 60 bisnietos (jugamos a la lotería, al 5 de oro y a la tómbola, y no sacamos nada). Tengo una nieta, que hablamos mucho, que es mi compinche.
- ¡Qué lindo! ¿Y cómo se llama? - le preguntó Lile, abrazándola y de su mano.
- Lile - dijo mamá.
- Yo soy Lile, abuela.
- ¡Ay, no te puedo creer! ¡Qué alegría que me das! - y se largó a llorar.
    Y casi en un susurro le dijo:
- Lo que tengo para decirte es: Gracias, gracias, gracias - y ahí fueron dos las que lloraron.
   Pero mamá cambia de humor muy fácilmente, así que dejó su emoción de lado y le preguntó:
- Lile, ¿vos estás con alguien? - y ahí cambió toda la conversación, haciendo un giro de 180°.
    En realidad es así como la vamos llevando, adaptándonos a los constantes cambios de humor y de situación.
Hasta las tres nos peleó mucho. Cuando vino el enfermero, le decía:
- ¡Hola doctor! Ella (lo decía por mí), ella hace su vida, como siempre. Y que la siga haciendo, nomás. Se va a poner feliz cuando se muera esta gorda. ¡Pero hoy no me pienso morir! ¡Es más lindo morir de mañana!
    El enfermero le hablaba, tratando de tranquilizarla.
- ¡Doctor! ¿Le puedo pedir algo? - insiste mamá.
- ¡Sí, claro! ¿Qué necesitás? - le responde él.
- ¡Tomá! Llevame esto para allá - y le da el eterno rollito de sábanas que hace en forma constante.
- Bueno, dame. Quedate tranquila que yo lo llevo.
    Una vez que él se va, después de administrarle un sedante, empieza a llamar:
- ¡Doctora! ¡Doctora!
Ahí va Lile y le dice con seriedad:
- Soy la doctora. ¿Qué necesita?
- ¡Una milanesa feliz!
- Muy bien. Ya se la traigo pero ahora tiene que dormir.
- ¡Gracias doctora! ¡Perdone si la molesté!
    Y seguimos tomando café y esperando. La gordita nos divierte con sus salidas.
A las cuatro y media nos fuimos a dormir. Mamá pasó bien... Bueno, por lo menos no la escuchamos, así que suponemos que pasó bien.
Hoy amaneció con ganas de irse a pasear.
- ¡Qué lindo, abuela! - le dijo Xime. ¿Con quién te vas?
- Y con todos esos que están ahí.
- ¿Y estás contenta?
- ¡Muy contenta!
- ¡Qué lindo, abu! Nosotros, si a vos te pone contenta ir a pasear, también estamos contentos - le dice Xime, mamá sonríe y se duerme.
    Ya casi llegó la medianoche del día siguiente. Las horas vuelan y los días pasan sin que nos demos cuenta, pues los días y las noches parecen ser la misma cosa.
Una etapa nueva para todos nosotros, y aunque parezca mentira, la vamos llevando bien, disfrutando de todo lo que se puede disfrutar, algunas veces con mamá, y siempre de estar juntos. En esta casa donde convivimos los de acá con los de enfrente, no faltan las lágrimas, pero abundan las risas y los cantos mal cantados, pero muy divertidos.
Estamos bien, pero no tanto...

   
  


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