¡A la escuela...!
Capítulo 4
Cuando mamá cumplió sus seis años, se instalaron en la casa grande. Abuelo viajaba a Mendoza. Cada mañana salían mamá y el abuelo caminando tranquilos, él rumbo a la agencia de Cita, dejando a mamá en la vieja Escuela Artigas. No hay muchos recuerdos de esa época, pero los que se hacen presente, son muy vívidos. Ese corto trayecto compartido de padre e hija, apenas cinco cuadras, permitió un lazo muy fuerte entre los dos, de confianza y complicidad. Si bien el abuelo era una persona seria, adusta, las charlas entre ellos siempre fueron amenas. No fue lo mismo con la abuela. La relación madre/hija fue distante. De hecho, recuerdo que cuando yo tenía unos diez años les empecé a preguntar por qué ellas no se daban un beso (mis hermanos y yo fuimos criados entre besos, abrazos, mimos), tanto insistí, por años, que por fin lo comenzaron a hacer. Hoy me pregunto si lo harían con gusto o solo por darme el gusto.
Otro recuerdo, del que tiene una imagen muy presente es "ver" a Norma, la madre de mi amiga Maryón, que ya había terminado la escuela y que vivía enfrente, recorrer todos los balcones de la escuela, vichar por las ventanas o, en verano, cuando las ventanas estaban abiertas, escuchar las clases.
A la salida de la clase, regresaba a su casa con algunas compañeras.
Por la tarde jugaba con su prima Blanca a... nada en especial. Peleaban con su tío menor, el Oscar; eso era muy divertido. También se trepaban a un muro para poder disfrutar de los muchachos que jugaban al fútbol en el terreno lindero. Ahora recordó que se hacían coronitas con flores que sacaban del jardín.
Ella hacía los deberes solita y recuerda que Jorge estudiaba de noche, acostado y alumbrándose con una vela.
¡El liceo no le gustó nada! Repitió primero y segundo, y abandonó. Se inscribió en la UTU y estudió Corte y Confección. Los años en la UTU fueron muy divertidos. Y en medio de una diversión sana, obtuvo su diploma.
Por esa época se ennovió con papá. Papá era sastre, un buen sastre, aún siendo daltónico. Siempre nos contaba que había entregado un saco azul al que le había cosido los botones con hilo verde.
Mamá siempre fue de carácter muy divertido; siempre, incluso ahora con sus 87 pirulos, disfruta de la jodita.
Las bromas que hacían en la Escuela Industrial eran "sin maldad", como decía D'Ángelo en Decalegrón. Siempre tenían chicles en sus bocas y chinches en sus bolsillos, por lo que aquel compañero o compañera que se arriesgaba a levantar un poquito su trasero del banco, al volver a sentarse salía, en el mejor de los casos, con un chicle pegado a su ropa, y en el peor de los casos, con su nalga perforada. ¡Me encanta verla reír con muchas ganas al recordar esas pillerías!
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