Capítulo 1: Flor de sangre.
"Todo se ha roto en el mundo.
No queda más que el silencio".
Federico García Lorca
Sus ojos se abren lentamente, esos iris enmarcados en líneas verdosas, y sus pestañas revolotean con la intención de despegar las lagañas. Esmeralda, una joven romaní, desune sus lumbares con las frazadas de algodón decoradas con ilustraciones de rosas. La luz del amanecer se filtra por las ventanas batientes, y el estilo de vitral colorea la habitación de un tono aceitunado.
—Fiică, despierta. —Una voz avejentada resuena sobre los pasillos, repitiéndose en cada cuarto.
La joven se levanta por completo y comienza a recorrer su cuarto en busca de ropa. La habitación es algo pequeña, de ladrillo y cemento, recubierta por varias fotografías familiares. La ropa está finamente ordenada sobre su armario de madera añeja.
Esmeralda recoge sus rizos con una horquilla de flecha y se engalana con un vestido de falda ornamentada en varias capas coloridas. Ya preparada, sale de su cuarto y camina por los pasillos de su casa hasta la vertiginosa escalera de madera.
—Mamă, ¿a qué hora es la boda? —pregunta la joven.
—Esmeralda, en español —advierte la madre, mientras sirve tostadas, jugo y café sobre la mesa—. Sabes que tu papá no entiende rumano.
—Perdona, papá. —Esmeralda toma una tostada y la moja en una taza de café.
—La boda es hoy a las tres de la tarde, usa el vestido que te compramos —dice el padre.
Los padres de Esmeralda tienen una edad avanzada; ella es su hija menor y realmente en su momento fue un regalo sorpresa. Su piel morena se destaca aún más entre sus atuendos coloridos y su cabello canoso.
—Bueno, tengo que ir a comprar unas flechas. Se acercan los campeonatos del pueblo, quizás me vean y me lleven a París. —La joven se levanta y realiza movimientos dramáticos con sus brazos.
—El tiro con arco no es para señoritas —añade su madre y toma un sorbo de café.
—Joder, Nadia, deja a la niña ser feliz.
El padre de Esmeralda siempre defiende a su hija ante los prejuicios sociales de su esposa. A pesar de ser un hombre en Rumanía, sus viajes por el mundo le dieron una percepción mucho más progresista sobre la vida.
—Verás, Marcos, cuando la "niña" ahuyente a su futuro esposo con ese arma espantosa. —La madre revolotea las manos y se lleva una tostada a la boca.
La región donde vive toma el nombre de Crisana, un lugar con calles adoquinadas, suelos empedrados y metros hilados de casas antiguas. Estos hogares se alzan con tejados puntiagudos, construcciones instauradas en base de madera antigua. Crisana está finamente decorada con varias iglesias cada cinco cuadras, un territorio repleto de vida, con varias guitarras sonando en la rua, esos instrumentos de cuerdas tradicionales acompañados con prosa de amor fatalista.
—Hola, Esmeralda. —Un panadero antiguo de enorme bigote saluda a Esmeralda.
—Hola, Andrei, estaré esperando tu pan dulce en la boda de Rǎzvan. —La joven morena inhala con vigor, agocijándose en el olor a pan recién horneado que inunda los pavimentos.
Esmeralda se desliza por las rocas mientras saluda a los buenos ciudadanos de la ciudad. Mujeres que barren las afueras de sus bellos hogares, hombres con grandes maletines que caminan por su lado. Toda una escena de cuento de hadas hasta llegar a su cometido: una tienda "Magazin de arcșisăgeți".
—Vengo por mi droga —dice Esmeralda, mientras atraviesa la puerta de madera.
—Aquí no vendemos drogas, vendemos adicciones de madera y cuerda. —Un hombre en el extremo de la tienda se hace presente.
—Vamos, Adan, sabes a qué me refiero. —La gitana cae en una cómoda de terciopelo ubicada asimétricamente en la tienda.
Adan es el mejor amigo de Esmeralda, un adolescente caucásico que trabaja en la tienda cuando su padre no puede.
—Ya, guapa, esa cómoda tiene pis de Juana. —El chico se dirige a la zona trasera de la tienda, donde están todos los productos.
La gata anaranjada, Juana, maúlla y le lanza un arañazo a la pierna de Esmeralda, quien se levanta por el pis de gato. Esta salta sobre la caja registradora, y se adentra junto a su amigo. Los pasillos de ese lugar son un sueño para Esmeralda, repletos de flechas y arcos de distintos tipos, de roble u otras maderas, decoradas o un poco más sobrias.
—Me estoy preparando para las competencias —comenta Esmeralda.
—Mentirle a tus padres otra vez, irás a Francia ganes o no esas competencias. —Adan toma una caja negro mate, y de su interior toma unas flechas de metal.
—Si creen que unos patrocinadores me llevarán a Francia a trabajar estarán más tranquilos. —Arquea las cejas—. Aunque vaya sola y sin un peso, pero con un gran amigo. —Le guiña un ojo.
—Lo que hago por ti... —El chico le entrega la caja de las flechas.
Esmeralda se retira del local con seguridad. Cada día es un paso más hacia sus objetivos y su determinación aumenta. Sabe que su madre se negará a cualquier intento de huida por parte de Esmeralda, pero ella siempre aceptó que su vida es su vida; nadie tiene decisión sobre sus acciones.
Los entresijos de algunas casas siempre es el hogar de ratas y conjuntos de mugre, pero lo que sorprende a Esmeralda esta vez, no es solo el olor putrefacto que llega a sus fosas nasales, sino también la imagen de un hombre vomitando con brusquedad.
—¡Señor, ¿se encuentra bien?! —pregunta Esmeralda.
El hombre, ahora postrado sobre el suelo de rodillas, levanta la mirada y de sus ojos desprende un líquido verdoso, surcando sus mejillas arañadas, como canales de agua que gotean la tierra.
—Dios, que tú eres tan grande, no me dejes morir aquí —piensa Esmeralda e intenta acercarse al señor.
—Por lo cual, en un solo día vendrán sus plagas: muerte, llanto y hambre, y será quemada con fuego; porque poderoso es Dios el Señor, que la juzga. —El señor, de un momento para otro, cae rendido al suelo.
Esmeralda cree que finalmente el susto terminó, y ese señor solo era un drogadicto más del pueblo. No sabía lo que le esperaba. La mujer se da la vuelta y comienza a caminar al lado contrario, cuando -por desgracia- escucha unos sonidos extraños; quejidos casi silenciosos, conjugados con grandes suspiros. No quiere ver la escena detrás de ella, pero lo hace.
El hombre antes desmayado, ahora, está flotando a unos centímetros del suelo, mientras su rostro se desfigura en horrorosas muecas de sufrimiento, y sus ojos dan la vuelta continuamente hasta reventar en coágulos de oscura sangre. Esmeralda puede percibir un olor a carne en descomposición, seguida del fuerte aroma a azufre.
—Dios mío... —La gitana comienza a retroceder con pasos tontos y toma su arco de madera con firmeza.
Así sucedieron los segundos, de uno a otro, la escena se paraliza y del hombre solo queda un atisbo de humanidad. Esmeralda, otra vez incrédula, detuvo su paso; el cuadro es silencioso, un único sonido de los pájaros aleteando lejos de ahí, eso debió haberla advertido del peligro.
Ella levanta su arco y sustrae una delicada flecha de madera entre sus dedos pulgar e índice; su visión apunta la arista metálica a la escápula del hombre. Pero antes de que pueda hacer algo, su cabeza explota y deja a la mujer empapada en sangre.
—Padre nuestro que estás en los cielos... —profesa la palabra de Dios mientras escapa sobre las calles urbanas de la ciudad.
La mujer llega a su casa, chorreando gotas de sangre. Cada paso que da es una huella roja de sus zapatos en el pavimento de la cocina, sala y habitación. Apenas puede caminar; su falda le pesa tanto que se la quita a mitad de camino.
—¿Eso es sangre? —Una voz aparece en la habitación silenciosa.
Esmeralda queda petrificada ante la situación, da la vuelta y se encuentra con su hermana, Roxana, la hermosa Roxana, tan perfecta como una rosa sin espinas; siempre agitando sus rizos dorados.
—No, qué va. Los niños de la panadería me jugaron una broma. —Esmeralda se lleva el dedo empapado a la boca—. Rico... y delicioso jugo de fresa.
Roxana se retira de la habitación, aun con una expresión sospechosa. La bella hermana arrastra su vestido de boda, esas hermosas telas de seda y tul deslizándose sobre el tapiz rojo de las escaleras.
—Te ves hermosa, hermanita —dice Esmeralda y se dirige al baño, mientras escupe la sangre que lamió.
La piel resbala sobre el mármol gélido, deslizándose a través del agua en la bañera. En un abrir y cerrar de ojos, el líquido deja de reflejar las inocuas sales de baño para adquirir un tono rojo negruzco, sumiendo la escena en una pesadilla inquietante. Sus párpados caen de golpe mientras, en la radio, un perturbador mix de David Bowie se apodera del ambiente. Esmeralda solo puede revivir en su mente esos instantes traumáticos, una y otra vez.
Mientras trata de encontrar un breve respiro antes de la boda, las aguas turbias oscilan y burbujean, sin que el calor ni los movimientos bruscos de la joven las perturben. En esas burbujas rosadas, una presencia invisible comienza a acechar: unas manos que pronto toman forma, un brazo arrugado y quemado que emerge del agua entre las piernas de Esmeralda.
Esmeralda abre los ojos con cautela. La luz mortecina del baño parece haber adquirido un matiz aún más siniestro. Su mirada se posa en el brazo arrugado y quemado que se retuerce grotescamente al emerger del agua entre sus piernas. La desesperación se refleja en los ojos de Esmeralda, mientras el brazo, con una lentitud macabra, se extiende hacia ella como si tuviera vida propia.
La joven trata de retroceder, pero el brazo sigue su avance inexorable, acercándose peligrosamente a su rostro. Un susurro gutural se mezcla con la música, mientras llena la habitación con una presencia aterradora. Esta cierra los ojos, y espera el peor destino, pero no sucede nada; simplemente, la mano desaparece, junto con la sangre.
—Me estoy volviendo loca... —se dice a sí misma, y se retira con rapidez del baño.
Los segundos y las horas pasan; el terror, la euforia, quizás el sentimiento de que algo va a salir mal, pero Esmeralda solo es una chica. Así que pone su mejor cara y finge que nada le sucede. Entre agonías mentales, jaquecas y migrañas, pastillas y jarabes; miles de cosas para sentirse bien, pero su padecer es algo más.
Llegan los momentos triunfales de la boda. Roxana había esperado este momento desde que eran niñas, una jugaba con vestidos de novias y la otra los manchaba de labial. La hermana de Esmeralda se compromete con un hombre de bien, un alfa que tiene personas que le lustran los zapatos.
—¿Ya estás lista? —La madre de Esmeralda interrumpe sus pensamientos.
—Sí, sí, nací lista —dice la chica mientras pone algodón sobre sus talones.
Las damas de honor usan rosa, y por damas de honor nos referimos a las familiares. Todas con vestidos de cóctel. Esmeralda fue la primera que se rehusó, pero luego de chistes y abrazos, cedió al acuerdo, ella usa rosapero al menos elige el estilo del vestido.
—Qué buena elección de vestido, si usábamos lo que quería tu hermana íbamos a ser algodones de azúcar —dice una dama de honor, la mejor amiga de Esmeralda y Roxana.
—Siempre fui la hermana lista.
—Nunca tuviste mucha competencia. —La chica ríe, pero se recompone al escuchar los violines y demás instrumentos sonar.
—Ya viene —dice Esmeralda.
El lugar es hermoso, pudieron alquilar un campamento a las afueras del pueblo, solo unos minutos en auto. Hace semanas que vienen decorando con flores de cerezo, cubriendo la verde pradera de un lago rosado, que junto al vestido de la novia y el código de vestimenta, son un chicle de fresa.
Hermosas sillas enfiladas unas tras otras, recubriendo un arco creado con ramas de Prunus; allí, en el arco, el sacerdote de bata blanca espera a los novios junto a cientos de instrumentos sonorizando 'Danza de las horas Hermosas.
—Está hermosa —dice la madre, con lágrimas en sus ojos.
Roxana sale de una gran carpa con telones blancos, arrastrando junto a ella capas y capas de tul color crema, bordadas alrededor de un vestido corte sirena; cada borde detallado en pedrería brillante que resplandece en el ocaso.
Detrás de ella, la acompañan dos niñas de vestido blanco, lanzando pétalos de sakura a los pies de la novia. Esmeralda se ve reflejada en esas mellizas, recuerda cuando jugaba y discutía con su hermana, ahora ya no vivirán más esos momentos, pero es feliz, sabiendo que tendrá la vida que siempre soñó, eso la hace aferrarse más a la idea de irse a estudiar a otro país, decidida a contárselo esa misma noche a sus padres.
—Bueno, ya tenemos a la novia —dice el pastor.
—El novio ya viene, está nervioso. —Roxana suelta una leve carcajada.
Esmeralda acompaña con una sonrisa mientras observa a la bella novia. Todo esto la hace olvidar el mal rato que acaba de pasar mucho antes, pero una sensación imperiosa la hace detenerse, el cálido goteo de un líquido en sus pies; la chica baja su mirada y ve cómo sus zapatos están manchados de rojo, intenta buscar el origen de esto, pero se encuentra con que las ramas del arco están goteando, es raro, no ha llovido, ni la lluvia es roja.
—Algo está mal... —Esmeralda intenta tocar una de las ramas.
—Sí, porque mi esposo no llega. —La novia se levanta el vestido y comienza a avanzar sobre la pasarela rosada.
—Espera, no te muevas —dice su hermana e intenta tomarle el brazo.
—¿Qué es eso en el cielo? —Los invitados quejumbrosos empiezan a hablar en murmullos.
La escena se llena de tensión, gente hablando en voz baja, la novia desesperada y Esmeralda... ella tiene un nudo en la garganta, una sensación de que todo es una pesadilla, pero cuando se despierte todo será una anécdota más que contar. Pero el nudo se rompe, aunque el desenlace sea horrible, algo en el cielo cae frente a los pies de Roxana, no es lluvia, ni un ave muerta, pero sí trae un lago de sangre.
Un cuerpo cae frente a la novia, rociándola de un rojo profundo y viscoso. El cuerpo es de un hombre, pero sus brazos, piernas y cara están desgarrados, aunque algo es reconocible, un collar dorado grabado con el nombre de Lucas, el futuro marido.
—Oh, dios santo. —La novia suelta un grito desgarrador, como si los demonios del averno hubieran reencarnado, aunque eso hicieron.
Esmeralda, pasmada, intenta retener a la novia en sus brazos. Mientras, ella fija su mirada en el cielo, que como un lago, refleja el color de las sakuras en el suelo. Tiñéndose de rojo, las nubes se abren, como una tela que se desgarra para dar paso a la oscuridad.
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