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MEMORIA DE UNA VIDA PASADA

Capitulo 3

Pablo era el único hijo de una pareja de campesinos que encontró refugio en la iglesia del pueblo luego de asesinar a su propio padre.
Él no sabía que su madre había muerto en el establo, víctima de la golpiza que su padre le propinaba cada vez que este llegaba ebrio, pensó que, al igual que otras veces su madre entraría más tarde, ya recuperada del ataque.
Con sólo diez años de edad, Pablo decidió que su padre ya no era necesario en la casa, mientras escuchaba paralizado por el miedo y sintiéndose impotente ante los gritos de su madre, una idea surgió de imprevisto, cuando el brillo de un afilado cuchillo con el que su padre acostumbraba amenazar a su madre cada que se le antojaba, le ofreció una sádica solución al problema y el martirio de esta.

Muchas veces ayudó a su padre a sujetar una oveja, o bien, atando las patas de alguna res que su padre sacrificaba para vender, le tocaba ver de cerca cómo su padre blandía el cuchillo, la manera en que lo sujetaba antes de por fin emplearlo en el animal en cuestión y, en más de una ocasión lo escuchó murmurar: este cuchillo puede usarse de muchas maneras...
Lo cual le sonaba a un deseo reprimido, asimiló aquellas palabras como un caballo desbocado que se precipitaba hacia él, a una desgracia inminente que el día de hoy, él mismo se encargaría de frenar de una vez por todas.
Salió despacio de su escondite, teniendo cuidado de no ser descubierto, aunque los gritos de su madre le decían que tenía el camino despejado, caminó hasta la mesa y tomó en sus manos la afilada hoja, justo en eso, los gritos cesaron y supo entonces que si de verdad deseaba un cambio en la vida de su madre y la suya propia, tenía que actuar ahora.

Con una velocidad e inteligencia que más tarde le sorprendió, supo que necesitaba un golpe letal, de otro modo, no tendría oportunidad, tomó de inmediato una de las viejas sillas de madera y la colocó justo a lado de la puerta, ya podía escuchar los pasos de su padre y era consiente de que el tiempo se le terminaba, subió a la silla y esperó pacientemente, como un lobo que desde lejos acecha a su despistada presa, acercándose lento por entre la hierba seca agudizando los sentidos: el tacto, la vista y el oído, para finalmente, lanzarse al ataque. Del mismo modo, Pablo palpó el mango del cuchillo, asegurándose de tenerlo bien sujetado para evitar soltarlo por accidente, escuchó atentamente los pasos de su presa aproximándose, ignorante de su acechante y observó con atención, esperando a que la puerta se abriera.

Su padre no era muy alto, pero Pablo sabía que él tampoco tenía la estatura suficiente y la silla le brindó la altura necesaria para hacer lo que debía.
Fue una puñalada certera en el cuello la que bastó para que el hombre muriera; la sangre que brotó del cuello no le asustó ni le sorprendió, todas las veces que había ayudado a aquel hombre la sangre de los animales le había caído en la cara, de modo que acostumbrado estaba a sentir ese líquido tibio destilando por su rostro.
Pablo pudo ver cómo los ojos de su padre casi saltaron de sus cuencas debido al sorpresivo ataque, un gutural lamento emergió de la garganta de aquel ebrio, hediondo a tabaco y alcohol, quién lo miró sorprendido, Pablo sintió esa desesperación en la mirada de aquel hombre a quién se le escapaba la vida de a poco, esa misma desesperación de cada animal que había asesinado y entonces, comprendió que el hombre no es tan diferente a los animales, seguimos siendo bestias, bestias con instinto animal contenido, opacado por el poco raciocinio que hemos logrado desarrollar desde la época de las cavernas.

Pablo comprendió que, lejos de ser un cazador, había sido solo una presa más en esa noche oscura, fue presa del odio, de la rabia y el dolor que por mucho tiempo contuvo, ya fuera por miedo o impotencia, se había guardado por incontables noches esos deseos de hacer justicia y ahora, era presa de todo eso que tenía oculto y que dejó salir, dejó que esa revolución de sentimientos tomara acción de los acontecimientos con la fuerza de una tormenta.
Las manos de aquel hombre moribundo lo sujetaron fuerte de la ropa, después se llevó una mano al cuchillo que aún yacía incrustado y de un tirón lo retiró, Pablo se imagino así mismo, también en el suelo, desangrado a lado del cuerpo de su padre, pero los borbotones de sangre que copiosamente comenzaron a brotar, aterraron a aquel hombre todavía más e inútilmente intentó detener el sangrado con ambas manos, la fuerza en las piernas lo traicionó y cayó de rodillas a la altura de los pies de su hijo, quién permanecía inmóvil, como un frío espectador que disfrutaba de aquel sangriento escenario.

El sacerdote de la iglesia abogó por el pequeño ante las autoridades, alegando que era una mente trastornada y que el amor a Dios lo reformaría y le cambiaría la vida para guiarse por el camino del bien, mucho más que un reformatorio.
Tan solo dos años después el sacerdote fue asesinado durante la noche en un intento de robo a la iglesia que según el reporte de la policía fue frustrado por el chico. Para ese entonces, Pablo ya cumplía las funciones de seminarista y fue llevado a Roma para continuar su ascenso en la jerarquía católica, fue el mismo cardenal quien se encargó de todo, pues era evidente que el joven había sido enviado con un claro propósito divino y de aquella amarga noche donde el sacerdote murió, sólo conservó una marca en el rostro que llevaría por siempre, una cicatriz que le recordaría cada que se mirara al espejo, la verdad de su pasado.

Sam y yo caminamos casi veinte minutos sobre la avenida principal, entre gente que iba y venía.

—No pretendo alarmarte —dije con voz modulada mientras presionaba la mano de Sam para llamar su atención —pero me parece que nos están siguiendo.

—Descuida, ya lo sabía —contestó con serenidad.

Caminamos otros diez minutos a un paso más acelerado entre callejones, tratando de perder a aquel sujeto que nos seguía muy de cerca, hasta que finalmente entramos a un edificio y subimos al tercer piso, dónde había dos departamentos en cada nivel, cuando entramos a uno de ellos, Sam fue directo a la ventana para cerrar las persianas.

—¿Quién es ese tipo? —pregunté inquieto.

—No lo sé —respondió volviéndose hacía mi —jamás lo había visto.

Miré por la ventana a través de las persianas y pude ver al hombre parado del otro lado de la calle, parecía un policía o un detective de esos de las películas de Hollywood, no estaba seguro si nos había visto entrar en el edificio y, tampoco podía verlo bien a través de la persiana, pero si resaltó un detalle particular que me haría reconocerlo en cualquier lugar: una enorme cicatriz en el rostro que, las gafas poco le ayudaban a ocultar.

—¿Tienes sed? —preguntó Sam sacándome de la ventana —te traeré una cerveza —dijo caminando a lo que supuse, era la cocina.

—Supongo que me caerá bien —contesté mirándola perderse tras unas pequeñas puertas de madera como las de una cantina.
Puse de nuevo mi atención en la ventana y noté que el sujeto había desaparecido. No estaba seguro en lo que me había metido, algo en mi interior me alertaba, me decía que algo andaba mal, como aquella vez en qué me atreví a entrar al patio del viejo vecino en busca del balón motivado por mis amigos, sabía que corría el riesgo de ser descubierto, pero aún así fui en busca de la pelota sin importarme las consecuencias, sucedía exactamente lo mismo ahora, esa sensación que te hace estar alerta del más mínimo detalle no dejaba de tintinearme.
Lo más común era que este tipo fuera algún ex de Sam que aún no se resignaba a verla con alguien más, pero ese sexto sentido de alerta me gritaba que no, que era algo mucho más complejo que eso y muy a pesar de querer salir del departamento y no saber más de ella ni de nada, la curiosidad seguía venciéndome, logrando hacer que me quedara para saber más.

—Deja de preocuparte —dijo Sam volviendo con un par de cervezas —estamos seguros aquí, además... Quizá solo nos confundió con otras personas.

—¿Segura que no debo cuidarme la espalda si salgo contigo?

—No que yo sepa —respondió casi indiferente.

—Háblame de ti —dije dándole un trago a mi cerveza —tengo curiosidad por saber quién eres.

—No hay mucho qué contar, crecí en un pequeño lugar y me mudé a la ciudad para entrar a la universidad —decía mirándome divertida al tiempo en que se sentaba en el sofá y cruzaba las piernas.

—De acuerdo, supongo que aquí si podemos hablar abiertamente —dije al tiempo que me dejaba caer de golpe en un pequeño sillón frente a ella —¿Cómo es que tú si logras recordar nuestra vida pasada y yo no?

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