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4 - Un adiós y unas memorias

—Tengo que ayudarte a decidir hacia dónde ir —respondió la mujer.

Él la observó, sin saber bien qué decir. Ella lo retó con la mirada.

—Quiero ir a mi casa. Eso quiero.

—Eso no es posible —sentenció ella.

—¿Qué? ¿Por qué? ¡Quiero volver a mi hogar! ¡Quiero saber quién soy! —Chilló, presa de la rabia.

—Todavía no te has dado cuenta —musitó—. Ya no puedes regresar. Podrás recobrar tus recuerdos, pero solamente cuando decidas tu destino. Aparte de eso, nada más de lo que conoces podrá regresar a tu vida —dio dos pasos en su dirección.

—No entiendo nada. ¡Nada! —Gritó, tirándose del cabello. Creía estar perdiendo la cordura.

—Verás, amigo, ya no tienes una vida que retomar ni un lugar al que regresar. Solamente te queda decidir si quieres un lugar cerca o lejos de lo que una vez conociste, si prefieres un sitio luminoso u oscuro, si te agrada más cálido o frío.

—Claro que lo tengo. ¡Sólo necesito recordar quién soy! —Rebatió.

—¡No! ¡Estás muerto! Ya no hay lugar para ti aquí, ¡entiéndelo! —Exigió la mujer.

Aquello fue un duro golpe para el hombre. De pronto, un gran dolor atenazó su cabeza, empujándolo a emitir un quejido y encogerse un poco mientras se agarraba y presionaba la frente.

La mujer, se limitó a observarlo en silencio, bastante más cerca de él. Quedaban apenas dos metros de distancia entre ambos, cosa de la que él se dio cuenta.

—Aléjate de mí —pidió entre gruñidos.

—No puedo. Recuerda, he venido a ayudarte. Sólo que nadie dijo que iba a ser fácil, tienes que aceptar todo lo que venga o será peor.

—¿Qu-qué quieres... decir? —Logró preguntar.

—Cuando esté completamente a tu lado, te irás —informó—. Debes decidir ya la dirección a tomar. Tienes que decidirte de una vez, no queda mucho tiempo porque, déjame decirte, el dolor cada vez será peor —él emitió otro quejido, sentía que le iba a explotar la cabeza.

—No explotará —dijo ella, sorprendiéndolo por completo e instándolo a cuestionarse cómo ella sabía que aquello era lo que creía—. Puedo oír tus pensamientos y sentir tus emociones. Estamos vinculados. Hasta que nos separemos.

—No lo creo —espetó.

—Allá tú. Cuanto más te resistas al proceso, peor será éste. Asume que estás muerto —él se revolvió en el sitio, queriéndose alejar de aquella persona, sin lograrlo. Ella, leyéndolo, añadió—: Yo soy la Muerte. Deja de preguntarte quién carajos soy, ya lo sabes.

Él quería huir. Ella alcanzarlo.

—¡Decide! —Le urgió, estirando un brazo hacia él.

Un dolor mucho mayor se expandió por todo su cuerpo, obligándolo a encogerse instintivamente, como si, con ello, el sufrimiento fuese a menguar. Se sentía atrapado, cual mariposa en un tarro, aleteando en el interior queriendo escapar, pero sin lograrlo debido a la tapa. Aquel lugar era su tarro, y aquella mujer, la Muerte como había dicho, era la tapa.

Antaño no era tan difícil este trabajo —mencionó ella—. Daba las instrucciones, me presentaba, y listo. Trabajo simple y rápido. Ahora —añadió haciendo un gesto de desdén con la mano—, os empeñáis en complicarlo todo. ¡Tan emotivos, tan desesperados por volver a vuestras tediosas vidas! No queréis escuchar, menos obedecer. Es desquiciante —finalizó.

El hombre, ya de rodillas en el suelo, pues la agonía que estaba viviendo le impedía mantenerse en pie, escuchaba el monólogo mientras apretaba los dientes.

—¡Con lo sencillo que es! Sólo tienes que decidir —leyó su mente—. Un lugar cerca o lejos de lo que una vez conociste, un sitio luminoso u oscuro, cálido o frío. Sólo eso. Escoge.

—Cálido —musitó.

—Bien, bien, vas cooperando —canturreó alegre al tiempo que daba un paso en su dirección—. ¿Qué más?

El varón perdió la poca concentración que le quedaba a causa de un sonido, el cual llamó su atención. No lograba reconocer qué era o de dónde provenía, pero nada más parecía tener importancia. Una fuerte punzada lo atravesó, llevándolo de regreso a su particular pesadilla. Ella volvió a formular la última pregunta.

—Lu-luminoso —tragó fuerte tras responder.

El sonido, se escuchó nuevamente. Él, con exiguas energías, trató de buscar el origen de dicho son.

—¿Y? ¡Sólo te queda una, va! —Exclamó mientras reducía la distancia otro poco.

—Cerca. Quiero...

Nuevamente se abrió paso en su mente aquello que parecía asediarlo entrando por sus oídos, aunque esta vez logró identificar el tañido de una campana. Para él, fue rápido y lento al mismo tiempo, casi imposible de definir con exactitud. Fuese como fuese, le robó todo lo que le quedaba.

Y, entonces, dejó de hablar. Sus ojos se cerraron pesadamente y quedó tendido en el suelo, inmóvil. Ella, se agachó a su lado y colocó su mano sobre su frente.

—Te has resistido demasiado —sentenció la fémina.

Una gran luz, realmente cegadora, arrastró al hombre a una vorágine de emociones y recuerdos que parecían golpearlo con destreza y fiereza. El intenso blanco, fue llenándose de colores poco a poco, mezclados entre sí de una forma realmente extraña. Alcanzó a ver unos dedos de colores que parecían reinar en el lugar, aunque no lo comprendía bien.

Un fuerte tormento parecía torturar cada mínima parte de su cuerpo, de modo intermitente, ya que parecía ir y venir en concordancia con lo que lo rodeaba.

La Muerte lo observaba, callada, con la mano sobre su cráneo y los dedos enredados en el cabello. Una sonrisa que quebraría almas gobernaba su rostro, pues estaba disfrutando.

—Hay que ver qué cabezota eres, chico. Ya no tendría que doler, pero te has aferrado demasiado a tu pasado, incluso sin recordarlo.

Él, llevado de aquí para allá por aquella luminosidad, podía escuchar las palabras que ella dictaba en algún lugar, pues ya no podía verla.

—Te doy instrucciones, síguelas esta vez —ordenó—. Observa todo, sin perder detalle, pues sólo así podrás recuperar tus recuerdos. Cuando lo logres, sabrás a dónde dirigirte, así que toma ese camino sin dudar. No mires atrás, no dudes, pues si lo haces el camino desaparecerá y te quedarás donde estás para toda la eternidad.

Todo su cuerpo parecía palpitar con fuerza, cual latido descontrolado de un corazón gigante. «Observa todo», había dicho ella. Podía apreciar un mundo incorpóreo lleno de colores, envolviéndolo con un extraño cariño que le resultaba apaciguador. Y aquellos dedos, reyes del lugar, se movían ágiles dejando un trazo mucho más colorido a su paso. Tembló sin control ni remedio cuando un sinfín de imágenes azotaron su mente. ¡Era pintor!

Tras ser conocedor de aquello, todo a su alrededor cambió, una y otra vez, dándole pistas sobre sí mismo. Un tiempo después, imposible de concretar cuán extenso había sido dicho lapso de tiempo, podía recordar a grandes rasgos su vida completa, a excepción de un detalle.

Ya no parecía flotar en un espacio de vívidas tonalidades que le devolvían su vida, sino que sentía una superficie fresca bajo su cuerpo, el cual yacía sobre lo que parecía ser un suelo, aunque no era capaz de verlo.

De nuevo, el inconfundible tañido de varias campanas, lo llevó de vuelta a la realidad. Se incorporó levemente, aun sentado, quedando apoyado sobre una mano y deslizó su mirada por aquel extraño lugar que lo envolvía. Esta vez, sumido en una total oscuridad, sintió aquella palpitación extraña que lo hizo llevarse una mano al pecho en un acto inconsciente. No podía decir a qué distancia se hallaba, pero alcanzaba a ver una puerta marrón, de madera aparentemente, resplandeciente y llamativa. Era ancha y parecía pesada, lo tuvo claro incluso sin acercarse a ella,y la parte superior formaba un arco.

—Debo ir —musitó.

Y dicho y hecho, levantó su cuerpo por completo de aquel suelo inconcreto y comenzó a dirigir sus pasos hacia el portón. «Toma ese camino sin dudar», le había mandado. Definitivamente, eso es lo que iba a hacer.

Al llegar a ella, se quedó petrificado. Era mucho más grande de lo que había creído inicialmente, resultaba casi imponente. Alzó, temblando, la mano hasta acariciar la superficie con las yemas de los dedos. ¿Debía abrirla? No sabía la respuesta. En realidad, estaba aterrado ante la posibilidad de abrir el acceso a un lugar terrible.

«No mires atrás, no dudes, pues si lo haces el camino desaparecerá y te quedarás donde estás para toda la eternidad», recordó que la mujer había pronunciado.

No, no. Aquello no podía suceder. ¡Para nada se iba a quedar allí sumido en la absoluta negrura de la que no había más escapatoria que aquella puerta que tenía al frente!

Dudó seriamente, solamente para gritarse a sí mismo que no debía dudar. Quiso darse la vuelta para volver a revisar el espacio que ocupaba, pero no se lo permitió.

—¡No pienso quedarme aquí! —Gritó, pero no hizo nada.

Ella, todavía agachada a su lado y manteniendo el contacto físico con el cadáver, volvió a hablar.

—¿Qué te detiene? —Inquirió.

—Yo... Todavía no sé quién soy —respondió con pesar.

—No te preocupes, sólo sigue el camino y lo sabrás.

—¿Estás segura? ¿Debo abrir?

—Sí, debes abrir, y debes hacerlo pronto o te quedarás ahí. No te queda tiempo, tu destino ya está preparado, tan solo debes abrir y cruzar al otro lado.

—Está bien, supongo —titubeó—. Abriré y... cruzaré.

Tomó aire e impulsivamente empujó el portón, sin girar la cabeza ni un milímetro. Un fuerte viento lo azotó al inicio, conllevando que debiese luchar contra la fuerza del mismo en su avance. Cuando el viento se relajó, pudo percibir una suave y cautivadora voz, era melodiosa e irreconocible y le provocaba ansias de seguir adelante. Susurraba, casi imperceptiblemente, colándose por cada poro de su piel.

Escuchó la voz del viento, incrédulo. Alargando con decisión cada vocal, parecía repetir un nombre sin cesar. Agudizó el oído, sintiendo una inmensa felicidad, y una flamante sonrisa se instaló en su semblante. Aquél era su nombre. Sabía, al fin, quién era. Nada más importaba ya.

Su nombre, aún canturreado por el aire, sonaba perfecto para él; sentía que encajaba.

—Bien hecho. Ya has llegado a tu destino —anunció la Muerte

—Gracias —dijo él, con lágrimas brotando de sus ojos.

—De nada, es mi trabajo —restó ella importancia.

—Adiós —se despidió, avanzando guiado por su nombre susurrado.

Y, así, el hombre alcanzó su destino final, pero carecía de miedo alguno. Todo temor había desaparecido, toda agonía se había esfumado. Ya no había preocupaciones, ya tenía todas las respuestas. Se sentía liviano, aceptado en aquel lugar, el cual sería su última morada.

La Muerte se puso en pie, separando ya su extremidad del cuerpo inerte del hombre. Sonrió ladinamente mientras, orgullosa, cavilaba que había concluido un nuevo trabajo. Movió los dedos en un lugar inconcreto, creando una invisible fuerza que levantó el cadáver y lo envolvió en un torbellino intangible que, lentamente, lo hizo desaparecer. Chascó los dedos y comenzó a caminar por el mismo suelo que había pisado rato atrás, pronunciando sus últimas palabras de aquella misión, al tiempo que empezaba a desvanecerse.

—Adiós, Jaime.

***

¡Y fin!

(Nota Mayo 2020): Hasta aquí esta historia. Esta parte ha salido larga en comparación a las anteriores, pues ya tocaba darle un final y, debo decir, concluirla ha sido un trago amargo para mí. No sé, le he tomado cariño a los personajes y a la historia en sí misma...

A vosotros, ¿qué os ha parecido? Estoy ansiosa por vuestras opiniones.

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