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Chimenea

Alfred siempre fue un hombre muy pulcro, sumamente pulcro, en su defensa él era inglés la pulcritud y la puntualidad estaban en su sangre, por ello tenía días específicos para limpiar. Le gustaba hacerlo especialmente los domingos, eran días tranquilos sin mucho trabajo, en los cuales la mayoría de los habitantes de la casa permanecían dormidos y él podía andar a sus anchas.

La mansión Wayne era un lugar grande, extremadamente grande y muy antiguo. Seguramente en algún tiempo fue considerada como una construcción innovadora y vanguardista, pero ahora, era más bien, como a él le gustaba llamarla "una obra clásica".

La casa estaba llena de objetos raros y antiguos que él trataba con especial cuidado cada vez que limpiaba. Le gustaban, eran algo familiar, vagamente podía recordar alguna que otra anécdota sobre dónde o cuando fue elaborado uno que otro de los tantos muebles. Cualquiera diría que aferrarse tanto a conservar y acumular objetos no es sano, sin embargo, cuando se convive diariamente con los habitantes de esa casa, las definiciones de algo sano y normal tienden a distorsionarse un poco.

No obstante, había un mueble al que Alfred le tenía especial cariño, una hermosa, antigua y muy costosa chimenea que adornaba el estudio de la mansión

Era una chimenea muy imponente, con estilo victoriano, hecha totalmente de roble y metal, con intrincados adornos tallados alrededor de todo el inmueble. En opinión de Alfred digna de admirar.

No obstante para disgusto del anciano, la chimenea era prácticamente ignorada, a nadie le importaba el mueble, la mayoría pasaba rápidamente y apenas reparaba en que había una chimenea en la habitación. Claro, no esperaba que en algún punto todos se sentasen juntos a admirar el crepitar de las llamas, eso era en opinión de sus chicos una total pérdida de tiempo, de que serviría sentarse a ver como unos troncos arden y se convierten en cenizas, eso era una idiotez. Pero, Alfred tenía la esperanza de que al menos, se detuvieran un momento y observaran la chimenea.

La verdad es que no es como si él le importase tanto la chimenea, en si, le gustaban más el conjunto de fotos y marcos que se había dedicado a colocar a lo largo de todo el mueble, le hacían sonreír cada vez que los limpiaba.

El único habitante que realmente tomó a consideración el mueble fue Bruce, cuando le preguntó a Alfred si debían actualizar el sistema de calefacción, sin embargo la mirada de dolor y la ceja alzada del anciano le confirmaron que era mejor dejar las cosas tal y como estaban.

Algunas noches Alfred observaba como sus muchachos se dirigían al estudio de la mansión, directamente hacia aquel gran reloj que marcaba la hora del final y el inicio de una era. Veía sus ojos, aquellos ojos llenos de ilusión y algo parecido a la euforia, miradas sobre las cuales cruzaba tanta fuerza y determinación. A veces, cuando los veía entrar ya ni siquiera sabía si debía estar orgulloso o aterrado.

Algunas noches, cuando la espera en la cueva se volvía demasiado apremiante, Alfred subía al estudio y encendía la chimenea. Observaba las fotos, los rostros sonrientes de las personas que amaba.

Algunas veces a medida que pasaban los minutos sentía que el aire se le quedaba atrapado en los pulmones y le costaba mantener la calma.

Y algunas noches, solo algunas noches se sentaba frente a las llamas y rezaba a un dios en que ya no creía, pidiéndole, más bien rogándole, para que, por favor volviesen a casa.

Gracias por leer.

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