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018


MEMENTO MORI
VOLUME TWO, ISSUE #6

en el que el equipo
tiene un desertor



LONDRES, INGLATERRA
otoño 2016

Elizabeth se había prometido hacer todo lo posible para arreglar su error y enmendrar las heridas emocionales que había causado al confiar en la persona errónea y hacer que mataran a Jason Kirk. Sin embargo, había una linea que empezaba a dudar si de verdad quería cruzar: la de convertirse en una fugitiva internacional.

Creía que ir a buscar al padre de Julian —y posible padre biológico de Melissa— los acercarían a la Sociedad, pero no estaba segura de que esa fuera la opción correcta en esos momentos. No estaban pensando con claridad, no estaban sopesando las consecuencias horribles que traería a sus vidas actuar impulsivamente y luego, estando tras las rejas o escondidos en un país extranjero, sería demasiado tarde como para arrepentirse de sus decisiones.

La Ley ya estaba siendo aplicada y ellos ya eran sospechosos de ayudar a un criminal. Elizabeth creía que todavía podían probar la inocencia de Barnes si tan solo todos testificaban a su favor y daban su versión de los hechos. Después de todo, habían sido ellos los objetivos del tirador, ¿no deberían creerles?

No solo eso, sino que actuar impulsivamente podía ser lo que la Sociedad quería de ellos. Si las conjeturas de Elizabeth eran correctas, había sido la Sociedad quien impuso con rapidez los Acuerdos. Era un complot en contra de ellos, del grupo de aliados que se protegían bajo el techo del extraño —y demasiado sospechoso— Julian Campbell. Incriminar a Barnes solo era otro movimiento más de sus fichas para acercarlos al remate final y sacarlos del tablero.

¿Por qué nadie más parecía ver eso?

A Elizabeth estaba empezando a sacarle de quicio la situación. También estaba empezando a sacarle de quicio la actitud de Steve, quien parecía estar dispuesto a tirar todo por la borda con tal de dejar feliz a Melissa. Solo tenía ojos para ella, y ya no escuchaba —o quería escuchar— la opinión de Elizabeth al respecto de ningún tema. Ella supo ser su confidente y alguien a quien más de una vez llamó hermana, pero ahora no era más que una compañera de trabajo, una conocida que no importaba ni la mitad de lo que le importaban otras personas allí.

No era la primera vez que Elizabeth se sentía desplazada del grupo. Pero estaba empezando a pensar que tenía que hacer que fuera la última.

Si no la querían allí, bien, se iría.

Quizás Clint tenía razón. Quizás pudieran orquestar algún tipo de salida legal para que Elizabeth no respondiera por sus crímenes —los cuales, dicho sea de paso, había cometido por culpa de Melissa Gold— y pudiera regresar a casa. Todavía tenía el número de Tony Stark para usar en caso de emergencia, y consideraba que lo que estaba viviendo en esos momentos podía ser considerada como una.

Caminaba de un lado a otro por el pasillo del segundo piso de la casa de Julian Campbell, sopesando sus opciones, cuando escuchó voces. Una sola, en particular.

—... no quiero que se asusten por lo que vean en las noticias, así que prefiero que lo escuchen por mi —decía Melissa. Elizabeth iba a dejarla sola, pero la curiosidad pudo con ella y se quedó detrás de la puerta—. Creo que encontré a mis padres biológicos y... no es bueno. Pero para hallarlos, para conocer la verdad, necesito hacer un par de cosas que al mundo no le va a gustar. Escucharán que me llaman criminal, pero ustedes me conocen y saben quién soy en realidad.

Estaba hablando con sus padres.

No, se dijo Elizabeth, se está despidiendo de ellos porque no planea volver a casa después de esto.

—Las cosas se van a complicar en estos días y es probable... es probable que no pueda volver a verlos, o pisar el continente, en mucho tiempo. Sepan que los amo y que cada día de mi vida voy a estar agradecida por la vida y el amor que me dieron durante veinte años. Cargaré con eso por siempre. Pero esto es algo que tengo que hacer por el bien de todo el mundo. Espero algún día poder...

Elizabeth se alejó cuando escuchó a Melissa empezar a llorar.

Recordó que tan solo días atrás ella misma había conocido a los Gold y había disfrutado de una cena familiar junto a ellos en las fiestas. La habían hecho sentir como en casa a pesar de que no la conocían, y le habían dado un vistazo de lo que había sido la crianza de Melissa. No debía ser fácil tener que decirle adiós a todo eso, una vez más, y quizás incluso para siempre.

Elizabeth se sintió miserable de inmediato. ¿De verdad ese era el futuro que quería para ella? Nunca más regresar a casa, vivir como fugitiva, tener que ser siempre la segunda en la vida de todos a su alrededor, no volver a sentir el calor de un abrazo de sus padres ni comer en su mesa...

Solo tenía veinte años, tenía toda una vida por delante. ¿De verdad iba a desperdiciarla de esa manera? ¿De verdad quería quedarse a vivir otra misión de alto riesgo y arriesgarse a causar indirectamente la muerte de otro miembro del equipo?

No.

Esa era la pura verdad. No quería y era hora de que dejara de mentirse a sí misma.

Sacó su celular de su bolsillo y buscó el contacto de Stark. No estaba hecha para esa vida y no había nada de malo en admitir que quería abandonarla. No había nada de malo en reconocer sus limitaciones y apartarse antes de comenzar a ser un estorbo para los verdaderos héroes.

¿West? —respondió la llamada el hombre de acero.

Elizabeth suspiró.

—Necesito un favor.



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Despedirse de sus padres había sido horrible, pero Melissa sabía —desgraciadamente, por experiencia— que se arrepentiría de por vida si no lo hacía. Ellos merecían saber la verdad y conocer su versión de los hechos antes de que los medios tergiversaran todo y la pintaran como una villana una vez más.

El sol ya había salido en la fría Londres cuando el equipo amaneció una vez más. Derrotados por los sucesos inesperados de la tarde anterior y buscando descansar sus mentes para afrontar un día de exhaustas planeaciones que los esperaban, habían vuelto a usurpar toda cama o sofá en la casa del amable Julian para dormir por toda la noche. Y, tras llorar en el teléfono dejándoles un depresivo mensaje a sus padres y desactivar su móvil para evitar ser rastreada en la posterioridad, Melissa había dormido como una bebé.

Antes de bajar y enfrentar su temida realidad, tomó una larga y merecida ducha caliente y aprovechó para hecharle un vistazo a la horrenda cicatriz que había quedado en su brazo desde que le dispararon en París. Si bien se suponía que la habían arreglado, todavía quedaba un pequeño bulto que dolía al tacto, probablemente a causa del hueso que nunca había curado bien.

Si de verdad iba a romper la ley y arriesgarlo todo, habrían muchas más de esas cicatrices. O peores. Quizás nunca más tendría la oportunidad de curarse en una institución médica como tal.

Había hecho las paces con su decisión, pero eso no significaba que estuviera contenta con las consecuencias que le traería a su vida.

Lo único que la tranquilizaba era que al menos esta vez no estaría sola. No lo perdería todo, te tendría a ti, le había dicho Steve la noche anterior.

El recuerdo le aceleró el pulso y le acaloró el rostro. ¿Lo habría dicho en serio o solo para tranquilizarla? Su corazón anhelaba que se tratara de la primera opción.

Melissa se rio de sí misma por la reacción que había tenido y negó con su cabeza. Se terminó de vestir con un sweater tejido blanco y ató su cabello rubio en un moño. Seguía húmedo y probablemente le dejara feas ondas marcadas cuando se secara, pero lo necesitaba fuera de su rostro y no era como si Julian Campbell tuviera una secadora en su casa.

Bajó a la primera planta siguiendo el bullicio de conversaciones mañaneras y se encontró con un ambiente apagado. Que, bien, tenía sentido porque estaban por ponerse a planificar un crimen internacional que los dejaría como fugitivos por el resto de sus días, pero tampoco ameritaba tan mal ambiente.

—¿Ahora qué pasó? —preguntó como saludo de buenos días.

Evidentemente no eran días buenos en ninguna forma.

—Tuvimos una desertora —explicó Clint—. Lizzie nos dejó anoche.

Melissa no iba a decir que le sorprendía. Tampoco iba a decir que no la envidiaba.

—Tiene sentido. Solo es una niña, no estaba lista para afrontar las consecuencias.

—Es un año mayor que yo —recordó Pietro, ofendido—. Y yo estoy listo para afrontar las consecuencias.

—Vienen de contextos muy distintos —dijo Steve.

—Es una agente de SHIELD. ¿Así pensaba reabrir la agencia cuando se aparta frente al primer obstáculo serio que se le presenta?

A Melissa le hirvió la sangre.

—¿De verdad la están juzgando? ¿Saben lo que yo daría por cruzar esa puerta e irme a casa? Ninguno de ustedes tiene idea de lo que va a pasar una vez que nos pongamos en marcha. —Melissa los miró uno por uno—. La vida de fugitivo es una mierda. Hizo bien en irse antes de que las cosas empeoraran.

—Lo siento —dijo Pietro alzando sus manos.

A Melissa le dio la impresión de que no lo decía en serio, que era solo para dejarla feliz, pero no tenía ganas de discutir así que lo dejó pasar.

Dio vuelta por la isla de la cocina y se acercó a la cafetera todavía humeante para servirse una taza con lo poco que quedaba. Vio por el rabillo del ojo a Julian Campbell juzgarla silenciosamente. Ella frunció el ceño, sin saber muy bien qué había hecho mal, y lo notó señalar la taza de té que él tenía entre manos.

Ella negó, no le gustaba el té —a no ser que fuera el té espacial de Richard—, lo que probablemente la hiciera menos británica de lo que ya se suponía que era.

Pescó una tostada y volvió a acercarse al resto, tomando asiento en el banco libre junto a Steve. Se preguntaba qué pasaría por su cabeza ahora que Elizabeth se había ido. Se preguntaba si él también estaría considerando abandonar el barco para evitar hundirse con ellos.

—Como les decía antes de que amanecieras —dijo Julian—, lo último que estábamos haciendo antes de que secuestraran a papá era investigar sobre una antigua base en Siberia. Y James dice que conoce.

—Dije que la zona en específico, al norte de San Petersburgo, y las dos estrellas rojas en la única puerta visible al exterior suena como la base en la que me tenían —explicó Barnes—. Pero puedo estar equivocado.

—Una cosa es segura entonces, si no nos mata la Sociedad, nos mata el frío —dijo Melissa con una risa sarcástica y le dio un mordisco a su tostada fría.

—O puede que no nos mate nada. ¿No habías pensado en esa posibilidad?

—Si hubieras estado aquí en el verano, Romanoff, sabrías que la posibilidad de sobrevivir todos es utópica.

Melissa sintió que James la miraba de reojo y ella solo se encogió de hombros. No estaba mintiendo, si Jason había muerto la última vez que se enfrentaron a la Sociedad, ¿qué les aseguraba que, ahora que irían directo hacia su guarida, no cayeran más por el camino? Absolutamente nada, y eso la aterraba. No podía perder a alguien más, no lo soportaría.

—A diferencia de la última vez, ahora sí vamos con un poco más de planeación —dijo Sam, cruzándose de brazos—. Además, ya sabemos a qué nos enfrentamos. Y sabemos en quienes no debemos confiar.

—Tenemos que asumir que cualquiera que esté allí adentro es un enemigo —apuntó Pietro.

Steve negó con la cabeza.

—Así como el padre de Campbell es inocente, pueden haber otros. Tenemos que creer que todavía quedan buenas personas que merecen nuestra ayuda. Si encontramos a alguien que no parezca estar con ellos, debemos sacarlos.

—Y así arriesgamos a que suceda lo de la última vez —atacó Melissa. No le gustaba culpar a Elizabeth por lo que había pasado con Hannah y, en consecuencia, con Jason, pero confiar en la persona equivocada les había costado una vida y eso era un hecho.

—Eso solo sucedió porque olvidamos mencionar información importante.

—No se me ocurrió que mencionar el nombre de Hannah Thorne iba a ser de utilidad cuando ibamos a ir al espacio, disculpa.

Steve resopló ante sus palabras.

—No estoy repartiendo culpas.

—Pues pareciera.

—Solo digo que un error de comunicación nos costó una vida la última vez. Debemos ser más cuidadosos, pero también debemos darle el beneficio de la duda a quienes encontremos allí —trató de razonar Steve.

Melissa no tenía ganas de discutir por lo que sacudió sus hombros y lo dejó pasar. Ya lo haría cambiar de opinión una vez que estuvieran en Rusia y se enfrentaran cara a cara con el peligro.

—Está bien, como sea. Dejemos la falta de comunicación de lado. —Miró directamente a Julian—. Nombres, danos todos los nombres que tengas y creas pertinente que sepamos.

—Selene Smith —pronunció con asco—. Nuestra progenitora. Creo que nunca te dije su nombre.

—Bonito —se rio Clint—. Selene Smith, Sociedad Serpiente... Le gustan mucho las eses.

—O siempre ha vivido por y para ellos.

—¿Es una conjetura o lo sabes de verdad? —preguntó Natasha.

—Sé que ha estado confabulada con ellos toda su vida. O al menos desde que tenía dieciocho y nos tuvo a nosotros.

A Melissa no le gustó para nada esa aclaración y, juzgando por que todos la miraron de inmediato, supuso que a nadie le había gustado. Se rascó la ceja e intentó controlar su respiración antes de sufrir otro ataque de pánico.

Julian pareció notar la reacción general.

—Lo siento, quizás debí hacer esto con un poco más de tacto... No estoy acostumbrado a hablar con gente que no sean del MI6.

—¿Nos tuvo por ellos? ¿Por la Sociedad? —preguntó Melissa en voz baja.

—Sí, esa es la sospecha primordial que tenemos. Explicaría por qué nos tuvo tan joven y por qué te secuestró.

Durante los últimos meses, Melissa había soñado con estar equivocada, con que sus conjeturas fueran más nada que locas ideas acerca de su vida.

Pero si Julian Campbell no le estaba mintiendo, entonces todo era cierto. Finalmente podía confirmar que su amnesia infantil había sido causada por su madre, y que ella misma se había protegido de los horrores al escoger olvidarlos. Melissa sí había conocido a la Sociedad cuando era pequeña. Su madre sí la había lastimado.

Melissa tiró de las mangas del buzo que llevaba puesto y deseó desaparecer. No solo porque no quería ver la pena reflejada en los rostros de los demás, sino porque no quería pensar en nada o, de otra forma, terminaría lastimándose.

No podía ser real, no podía...

El estruendo de vidrios rompiéndose sobresaltó a todos.

De inmediato bombas de humo explotaron dentro de la casa, convirtiendo a la cocina en una zona de guerra en la que era imposible ver nada.

Melissa se agachó para protegerse detrás de la isla de la cocina y buscó al tanteo a Steve a su lado. Necesitaba reconfortarse con la presencia de alguien, ya que no podía verlos.

—¿Todos están bien? —susurró Natasha.

Uno a uno todos respondieron y a Melissa le volvió el alma al cuerpo.

—Tengo armas en el altillo —informó Julian.

Melissa, quien estaba más cerca del arco que conectaba la cocina con el estar, se asomó para observar la distancia que los separaban de la escalera. En cuanto se movió de su lugar sintió la mano de Steve cerrarse sobre su muñeca para prevenir que se alejara demasiado.

—Si corremos lo lograremos.

Tras la rubia decir aquello, el universo terminó por comprobarle que de verdad estaba en su contra. La puerta de entrada fue tirada abajo por un golpe y un grupo de asalto entró con sus armas en alto y sus láseres buscando todo indicio de vida.

La mano de Steve le apretó la muñeca con un poco más de fuerza y Melissa retrocedió despacio hasta regresar a su lado. Entre el nebuloso humo que comenzaba a dispersarse más rápido de lo que le hubiera gustado, encontró la mirada torvada de dos ojos celestes que no encontraban la rápida solución al puzzle que necesitaba resolver de inmediato. Estaban un tanto lejos de la entrada, sí, pero no lo suficiente como para que no los encontraran en menos de un minuto.

Unos suaves golpes en su brazo derecho llamaron su atención. Descubrió el rostro de Pietro Maximoff entre la nebulosa, quien le hizo señas para que, silenciosamente, lo siguieran. Melissa se arrastró tras él, su cuerpo temblaba y su corazón latía tan fuerte que era lo único que escuchaba en sus oídos.

Podía sentir el piso vibrar bajo los pasos del ejército de la Sociedad. Sería solo cuestión de tiempo antes de que los encontraran. ¿Y qué harían entonces? ¿Los matarían a todos? Probablemente. Elizabeth había hecho bien en alejarse.

—¡Ahí están!

La exclamación de un hombre americano fue lo último que Melissa escuchó antes de que los disparos comenzaran. Con su cubierta arruinada, todos se levantaron en sus pies y siguieron a Julian Campbell por la puerta trasera de la cocina. Nadie tenía un solo armamento encima ni protección, todo había quedado adentro, en las habitaciones que habían escogido para dormir. Sus únicas chances de sobrevivir eran su velocidad al correr y su intelecto para ingeniar un plan sobre la marcha.

El jardín trasero del hogar de Julian era diminuto y se encontraba rodeado por una alta cerca de madera. El primero en saltarla fue Spock, con gran agilidad. Natasha y Julian lo siguieron, con Clint y Pietro detrás, Sam y James pisándoles los talones y Steve y Melissa cerrando la fila. Las balas de sus persecutores pegaban demasiado cerca de donde se habían encontrado anteriormente y Melissa vio un pequeño rastro de sangre tras caer en la acera del otro lado de la cerca.

Al mirar a su lado vio a Steve con una mano sobre su cuello.

—¿Te dieron?

—Es solo un rasguño —aseguró él, aunque podía oirse en su voz que el rasguño lo estaba molestando bastante.

No contenta con la respuesta, Melissa lo dejó pasar, sabiendo que había asuntos más pertinentes. Se dispusieron a alejarse de la casa de Julian, corriendo por la calle sin rumbo alguno, cuando alguien les cortó el paso en la esquina siguiente: el Soldado del Invierno que los había acorralado en la iglesia la tarde anterior.

Se veía preocupantemente igual que James. Tenía su misma complexión física, su misma estatura, su mismo cabello largo y su misma pose mortífera. Bajo el bozal táctico que lo hacían vestir, no había forma de adivinar que no era él.

—Somos ocho contra uno —dijo Clint en voz baja—. Nueve, si contamos al perro.

—Y él no es solo uno.

Todos siguieron la mirada de Natasha hacia sus espaldas. Melissa tragó con fuerza.

Los tenían acorralados. Al menos diez operativos armados de la Sociedad Serpiente los esperaban del otro lado.

El Soldado del Invierno caminó hacia ellos a paso parsimonioso, consciente de que poseía todo el tiempo del mundo pues sus presas no tenían a dónde escapar. Melissa trató de pensar un plan, una forma de salir de aquello.

Si lograban desarmar al Soldado quizás podían tener una oportunidad, una distracción para dejar que el resto escapara sanos y a salvo. Tenían que ser rápidos, sí, y golpear con inmensa precisión y fuerza como para ganarle. Pero era posible. Tenía que ser posible.

Melissa oyó una seguidilla de golpes y gemidos de dolor y de inmediato notó a todo el ejército enemigo alzar sus armas. Cuando se giró a ver qué había sucedido, encontró a James con su reemplazo como rehén. Había hecho exactamente lo que Melissa quería hacer: lo habia desarmado e inmovilizado, y ahora sostenía los brazos del Soldado sobre su espalda, y el arma que él había traído consigo apuntándole en la cabeza.

Esa era la primera vez que Melissa veía un destello de lo que James supo ser el Soldado del Invierno y la invadió una sensación horrible. No era algo que debía de ver nunca. James no merecía tener que comportarse otra vez de esa manera, no importaba que lo hiciera por decisión propia; podía verse en su rostro lo que odiaba tener que recurrir a ese tipo de violencia.

Pero mientras tenía a su reemplazo de rehén, nadie les disparaba. Así que algo positivo estaba saliendo de eso.

—En cuanto se distraigan, corran —les pidió James entre dientes. Luego apretó el arma con más fuerza contra la sien del Soldado y exclamó hacia el ejército de la Sociedad, para que todos lo oyeran—: ¡Un paso más y le vuelo la cabeza! ¡No me tienten!

Uno de los uniformados dio un paso adelante y se quitó el casco que le cubría la cara. Al instante en que lo hizo, Melissa notó a James tensarse. Fuera quien fuera aquel hombre afroamericano de mediana edad, una cosa era segura: James lo conocía. Y eso no debía significar nada bueno.

—¡James! Baja el arma —pidió con una sonrisa cínica—. No queremos hacerles daño.

—¿Piensan que somos idiotas? —intervino Julian.

—Campbell, esto no es personal, ya lo sabes.

—Tienes a mi padre, por supuesto que es personal.

—¿De verdad te piensas que Lucius nos importa? —El hombre rio y el sonido causó un horrible espanto en Melissa.

Lo conocía.

Dio un paso atrás y notó que el hombre se complacía de su reacción.

—Lucius solo es un medio para un fin.

—¿Y cuál es ese fin? —preguntó Steve.

Melissa dio otro paso atrás cuando notó que la estaban mirando fijamente. Supo la respuesta incluso antes de escucharla.

—Ella.

—Gold, tienes que irte —dijo Natasha, quien de inmediato se había posicionado frente a ella para protegerla.

Melissa no se movió.

—Es hora de volver a casa, querida —siguió diciendo él, cada vez acercándose más.

—Da otro paso y juro que lo mato —amenazó James.

—Adelante, no me importa. Tenemos unos cuantos reemplazos de todas formas.

—Mel, tienes que irte —dijo Steve.

Melissa seguía sin poder moverse ni poder conjurar un solo pensamiento coherente. El hombre la conocía. Y, no solo eso, le había hablado de volver a casa. Él probablemente la había conocido cuando era una niña. Él había estado allí durante los tiempos que había olvidado para protegerse a sí misma de horrores que era mejor no recordar. Y quería llevarla de vuelta a ese lugar.

—Mel...

Steve no tuvo que pedírselo por segunda vez.

Sin saber a dónde estaba yendo, Melissa comenzó a correr en dirección contraria, con el fin de poner la mayor distancia posible entre ella y la Sociedad. No podía pensar con claridad, pero sí podía poner un pie delante del otro, y eso fue todo lo que hizo.

Al menos hasta que una van la interceptó en el siguiente cruce. Lo último que escuchó fue una horrenda balacera a sus espaldas.

Y lo último que vio antes de que todo se volviera negro fue el asqueroso rostro de Adrian Pierce.


















che a mis 15 lectores fantasmas leales: qué incentivo necesitan para votar y comentar? qué tipo de trueque hacemos para que ustedes le den interacciones al fic? tiren ideas que los escucho.

anyways, datazos!!!

primero, los maximoff para mi nunca tuvieron 26 años en AoU perdón, eran nenes. así que acá, porque amamos hacer lo que se me canta la gana con el canon, tienen 19.

(seguramente no les importe pero va a ser útil en un momento, lo juro)

segundo datazo. el buen señor de la Sociedad que acaba de aparecer en este capítulo no es un personaje que planeé en escribir, ni nunca existió en la versión original del fic. pero ahora que Cap 4 va a incluir un poquito de la Serpent Society de la mano de Seth Voelker (interpretado por Giancarlo Esposito), decidí añadirlo para que siga pareciendo que esto es canon ahre.

me da mucha curiosidad ver cómo es la SS en el MCU, y qué aspectos de ella puedo adaptar en el fic. el personaje de Giancarlo ya es uno de esos aspectos, y el mes que viene veremos qué más!

besitos <33

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