015
MEMENTO MORI
VOLUME TWO, ISSUE #3
en el que los planes
cambian, de nuevo
NUEVA YORK, ESTADOS UNIDOS
otoño 2016
Melissa necesitaba otras veinte tazas del té espacial de Dick, una ducha de agua caliente y unas doce horas de sueño para poder recuperarse de la resaca que tenía encima y poder funcionar como un ser humano normal.
Necesitaba el doble para poder afrontar una catástrofe nacional orquestada por una organización que, en teoría, no existía.
Sin embargo, allí estaba, disfrazada de una adulta seria y funcional, recluida a una cómoda sala de espera de un edificio ultramoderno a las afueras de Nueva York, tratando de no dormirse sentada mientras esperaba a que todos sus conocidos y amigos salieran de tener una interesantísima conversación con el Secretario de Estado.
Melissa había sido invitada a entrar, pero optó por quedarse afuera. Nunca había sido de quienes disfrutaran de escuchar un seminario, menos todavía uno político, incluso menos que menos un seminario político acerca de unas leyes de regulación de superhumanos. Sabía que su opinión no serviría de nada allí adentro, y que solo sería un problema si decidía comenzar a responder a todo con lo que no estaba de acuerdo.
No fue la única en escoger no entrar. Junto a ella —más bien, del otro lado de la mesa de conferencia que los separaba— James Barnes golpeaba rítmicamente sus dedos de metal contra el vidrio de la mesa. A Melissa se le ocurrió que estaba tratando de replicar una canción, sonaba a un ritmo conocido al menos.
De vez en cuando alzaba la vista para mirarla y luego volvía a bajarla, para perderse en sus propios pensamientos. Tras unos largos minutos, lo escuchó suspirar un par de veces hasta que finalmente se animó a hablarle.
—Quería preguntarte algo.
—¿Humm? —mustió Melissa, quien no quería parecer muy desesperada por tener que cortar el silencio incómodo con una conversación.
—Me pareció un poco insensible hacerlo por teléfono y esta es la primera vez que estamos los dos solos...
Melissa alzó la mirada para encontrar la de él y apretó los labios en una comprensiva sonrisa.
—¿Qué quieres saber sobre Jason?
—Todo, supongo —suspiró James y su expresión se suavizó de inmediato, quizás aliviado de no tener que hacer la pregunta él—. Sé que quien conocí fue su peor versión y...
La rubia soltó una carcajada que lo sobresaltó. No estaba ni cerca de haber conocido a la peor versión de Jason.
De inmediato sacó su celular del bolsillo y comenzó a buscar fotografías de antaño que todavía guardaba como tesoros en su galería, al tiempo que caminaba hacia James para poder enseñárselas.
—A menos que hayas visto al Jason emo de dieciocho años, créeme, no has visto lo peor de él.
—¿Fue emo?
—¿Sabes lo que es?
—Ni idea.
—Te va a encantar.
Cuando le mostró la fotografía que había escogido, pudo oír, quizás por primera vez, a James reír. No había sido muy fuerte, Melissa no estaba segura de que eso fuera posible, pero sí había sido genuina. Sus facciones se habían ablandado y cierta nostalgia se había pintado en su mirada.
Supuso que esa era una reacción normal al ver a la versión joven de tu novio muerto vestido completamente de negro —y no de la forma elegante que Jason solía hacerlo como agente de SHIELD—, con un peinado batido y un maquillaje digno de un miembro de una banda punk alternativa de principios de milenio.
—Fueron años difíciles —lo justificó Melissa, a pesar de que nada justificaba vestirse así.
—Puedo verlo, sí.
—Lo creas o no, pasó todo su primer año de la Academia de SHIELD con este look. Desgraciadamente no lo vi por mi misma, estaba en otro estado tratando de hacer una vida normal, pero puedes estar seguro que no faltaron las burlas por mensaje.
—Es... Es... —James luchó por encontrar palabras que describieran lo que estaba pasando por su cabeza—. Jamás lo hubiera imaginado así.
—¿Sigues pensando que lo conociste en su peor versión?
El júbilo desapareció al instante del rostro de James. Melissa se arrepintió enseguida de haber preguntado.
Por supuesto que había conocido a la peor versión de Jason. Por supuesto que un adolescente buscando su identidad no era peor que haber trabajado para Hydra en contra de su voluntad.
—Fue mi culpa.
Melissa guardó su celular, sus fotos ya no eran divertidas. En su lugar miró a James con preocupación.
—Lo que hiciste en el espacio... —comenzó a decir ella.
—Fue mi culpa que Hydra lo agarrara en primer lugar.
Ante eso, Melissa no supo qué decir ni cómo refutarlo para hacerlo sentir mejor. No iba a mentir y decir que no había pasado noches en vela preguntándose qué había sido de la vida de Jason, qué había sucedido entre que despertó del coma en que ella lo dejó y la encontró en Roma.
Sabía que solo una persona conocía esa historia. Por lo que tomó asiento en la silla más cercana y dejó que le contara su versión, desesperada por obtener una pizca de información que ayudara a armar el puzzle que era la vida de su difunto amigo.
—Lo conocí en febrero de dos mil quince. Yo... Estaba tratando de encontrarle sentido a mi vida, y de alguna forma terminé en Londres. Él estaba allí porque te estaba buscando.
—Algo de eso me dijo, sí. —Melissa recordó la tarde en Florencia cuando Jason le había hablado de cómo logró sobrevivir al accidente de Boston—. Aunque nunca me dijo cómo se conocieron. Solo que le salvaste la vida.
—Eso es una forma de verlo.
—Es la forma en la que él lo veía —trató de asegurarle Melissa, lo que no pareció servir de mucho. Ni siquiera parecía que James estuviera prestando mucha atención a lo que le decía.
—Estaba bien, ¿sabes? La primera vez que lo vi. Era él mismo. Pierce estaba detrás suyo y debí salir de mi escondite y avisarle, pero... —James suspiró—. No quería tentar mi suerte de esa manera. Era libre por primera vez en mucho tiempo.
—Es completamente entendible.
—Pierce lo apresó en la calle y usó las palabras con las que estaba condicionado para controlarlo. Lo vi todo, Gold, y no hice nada para evitarlo.
—¿Qué podrías haber hecho?
—Algo, lo que fuera. Jay no merecía ser controlado por ellos.
—Tú tampoco. Y si hubieras actuado, no habrías estado ahí para salvarlo.
—Le disparé.
—Lo sé, vi la cicatriz —asintió Melissa. Se debatió si estaba en condiciones de apretarle el brazo amistosamente para que su apoyo fuera más visible, para demostrarle que estaban del mismo lado, pero no estaba segura de cuán cómodo estaría con el contacto físico viniendo de una simple conocida. Por ende, se resignó a usar sus palabras—. En ningún momento dijo que fue tu culpa. De hecho, estaba obsesionado con encontrarte, así que...
—¿Encontrarme a mí?
Los dos dejaron la compasión de lado y se miraron durante varios segundos, ambos con demasiada confusión pintada en sus rostros. ¿No había sido ese todo el punto del eurotrip del verano? ¿La razón para aliarse con los Vengadores? ¿Encontrar a James?
¿Por qué, exactamente, Melissa había perdido su poca estabilidad en Roma, entonces? ¿Por qué causa había quemado su departamento y tirado a la basura su vida si no era para ayudar a Jason a reunirse con James?
—Habíamos acordado encontrarnos en Sacre Cœur ese día —le explicó James. Sus ojos se movían de un lado a otro, buscando una respuesta en su cabeza que no iba a encontrar—. ¿Por qué, sino, estaría yo en París, de todas las ciudades? El mundo entero me quería preso, no iba a tentar a la suerte de nuevo paseando por una ciudad tan turística.
Melissa abrió y cerró la boca al menos diez veces tratando de encontrar palabras que pudieran expresar todo el desconcierto que pasaba por su cabeza.
Habían acordado encontrarse en una fecha determinada en un lugar determinado. Nada de lo que había sucedido seis meses atrás en Francia e Italia había sido coincidencia.
Jason le había mentido durante todo el tiempo que estuvieron juntos y le había hecho creer que estaban en la misma página. Si había mentido sobre eso, ¿qué más le había ocultado?
¿Y cuánto le habría llevado a Melissa averiguarlo si no tenía dos segundos a solas con Barnes? ¿Años? ¿Siquiera se habría enterado en algún momento?
—¿Qué excusa te dio? —presionó James.
—Que... te debía la vida... —trató de recordar Melissa. Las conversaciones con Jason comenzaban a desordenarse en su cabeza y a perder sentido. ¿Todo lo que le dijo había sido una mentira?—. ¿Qué... qué quería realmente?
—Las coordenadas.
A Melissa le tembló el piso. También le tembló el ojo derecho. Se rascó la ceja y se rio nerviosa.
Si Jason no estuviera muerto ya, lo habría matado.
—¿Ya sabía que no eran códigos nucleares?
—Oh, de verdad no te dijo nada —se lamentó él. Escuchar eso fue como si alguien la hubiera golpeado en su estómago.
—Ilumíname.
—Solo sé lo que él me dijo —aclaró James. No hacía falta hacerlo, de todas formas, Melissa ya se había hecho la idea de que Jason era el narrador menos confiable de la historia. Probablemente todo lo que le había dicho a James era mentira también, y nunca tendrían forma de corroborarlo—. Estuvo preso allí arriba, eso sí lo sabías, ¿cierto?
—Porque de pura suerte encontré su archivo.
James ladeó la cabeza.
—Lo revivieron allí e intentaron... replicarme. Por desgracia tuvieron éxito, y lo bajaron a Tierra para continuar con el trabajo que yo dejé a medias. Una misión salió mal y terminó en un hospital, aquí en América.
—Esa parte me la contó. A medias al menos —dijo Melissa, mientras que mentalmente trataba de poner las piezas del puzzle en orden correcto—. Dijo que estuvo ocho meses en coma. Otra mentira más.
—Según él, y en su defensa, no recordaba nada cuando despertó. Solo comenzó a recordar cuando... le disparé y lo secuestré.
—Ah, síndrome de Estocolmo —se rio ella, a pesar de que no la situación no era para nada graciosa.
Esto a James le hizo todavía menos gracia.
—No fue así —refutó él entre dientes—. Lo llevé conmigo porque la otra opción era dejar que se muriera o volvieran a controlarlo. Se quedó conmigo por decisión propia. Nunca fue mi prisionero.
Melissa ya no sabía si podía confiar en sus palabras. En su momento había creído que los sentimientos de Jason eran genuinos, pero también había creído que sus motivaciones eran genuinas, y eso resultó ser falso.
Ya no sabía en quién o qué podía confiar.
Volvió a rascarse la ceja, sobre el ojo que seguía temblando, y vio un par de vellos caer. Temió quedarse sin ceja antes de que James terminara de contarle su versión de los hechos.
—Nunca fue mi prisionero —volvió a decir él—. Por favor, créeme, lo último que quería era generarle otro trauma.
Ella asintió, lo que no inspiró mucha confianza, pero de verdad no sabía si lo entendía. De verdad no sabía si le creía.
—¿Qué quería con las coordenadas? —preguntó en busca de llevar la conversación a otro lado.
James suspiró y bajó la vista.
—Volver y matar a alguien.
—¿Quién?
—Nunca me dijo su nombre.
—Muy conveniente.
—Melissa. —La dureza en la voz y rostro de James la sobresaltó y causó que su corazón latiera a gran velocidad—. Tienes que entender... No es fácil hablar de lo que sucede cuando estás bajo el control de alguien más. No solo matamos y torturamos a sus enemigos, también... —James apretó los labios y cerró los ojos por unos instantes—. También somos nosotros el objeto de la tortura. En todas sus formas posibles. Sus motivaciones eran completamente entendibles incluso si no quiso compartirlas con nadie.
Melissa se sintió horrible de inmediato por haberlo presionado para que hablara. No tendría que haberlo hecho, no estaba en posición alguna de hacerlo.
¿Y ahora qué se suponía que dijera además de cuánto lo sentía? Y eso ni siquiera era suficiente para hacerlo sentir mejor.
—Lo siento mucho.
—Jay no hablaba mucho de ella y francamente no creo que supiera su nombre —siguió diciendo James, obviando su disculpa—, solo sabía que la quería muerta y eso era suficiente para él. Y para mí.
—Iban a matarla juntos —aventuró Melissa.
—Así es.
—¿A la jefa?
—Probablemente.
—La conocí —confesó sin saber por qué.
James se alarmó de inmediato y Melissa notó el instinto de tratar de agarrar un arma que no traía consigo.
Como no sabía de qué otra forma demostrarle que todavía seguían del mismo lado, se levantó lentamente, caminó hasta donde tenía su inseparable morral y sacó el cuadernillo de bocetos sin el cual nunca salía.
Luego se lo dio a él.
—Lo hablé con Steve mientras estábamos en Holanda —trató de explicarse de manera que no siguiera pareciendo sospechoso—. ¿Has oído de la mudez selectiva? —James asintió despacio mientras pasaba las páginas repletas de dibujos—. Me adoptaron cuando tenía seis años, y mi única forma de comunicarme era mediante dibujos. Llevo más de veinte años dibujando a la misma mujer, quien siempre creí que era mi madre, hasta que la vi en fotos en el archivo de Jason... Así es como la conozco.
—No lo entiendo.
—Yo tampoco.
—¿Eres normal?
—Hasta ahora, sí.
—¿Y no recuerdas nada?
—Diagnosticada con amnesia y mudez selectiva desde los seis. Me curé de una sola, adivina cuál.
James cerró el cuadernillo y lo dejó sobre la mesa a su lado. Se quedó pensativo por un buen rato.
Melissa moría de ganas de que explayara lo que estaba pasándole por la cabeza. A ese punto de su vida, recibía cualquier teoría que pudieran darle.
Desgraciadamente, no llegó a oír la teoría de James —si es que tenía alguna— pues se oyeron pasos en el pasillo junto a la sala en la que ellos se encontraban y, al mirar de quién se trataba, vieron a un cabizbajo Steve pasar.
¿Tan mala había estado la reunión con el Secretario?
Melissa se levantó para seguirlo, con James detrás suyo. Había muchas cosas que todavía tenían que discutir, muchas preguntas que Melissa todavía tenía para hacerle y probablemente él a ella. Pero en ese momento dejaron de lado su necesidad de saber sobre determinadas cosas para enfocarse en algo que les preocupaba un poco más: Steve.
Lo encontraron en las escaleras de incendio, con sus manos tapando su cara y sollozando.
Eso no podía ser por la reunión que acababa de tener.
—¿Qué pasó? —preguntó James.
Steve bajó sus manos para mirar a su amigo y el dolor en sus ojos le partió el corazón a Melissa.
—Peggy.
Esa respuesta fue suficiente para que James obtuviera todo el contexto que necesitaba. Abrazó a su amigo con fuerza y Melissa solo pudo asumir que, quien fuera que fuera Peggy, había muerto.
━━━━━━✧ ⍟ ✧━━━━━━
Elizabeth nunca había sido de las que le interesaran las leyes. De hecho, había reprobado todas las materias legales de la Academia de SHIELD cuando todavía era una estudiante.
Eso, por supuesto, no la detuvo de echarle un ojo a la ley que el Secretario de Estado, Thaddeus Ross, había llevado esa mañana. Dedujo que, si era tan importante como para ameritar una reunión de emergencia con tan poco aviso, entonces su contenido tenía que ser interesante.
Y vaya que había sido interesante.
Elizabeth no sabía mucho de leyes, pero sí sabía de manipulación, y lo que se leía en las páginas de la Ley Internacional de Regulación Superhumana no era más que manipulación pura.
Lo admitía, creer en las buenas intenciones del mundo en el que vivía no le era tan sencillo como seis meses atrás, pero incluso sin su recientemente adquirida desconfianza, Elizabeth sabía que la ley tenía que ser una farsa. Un artículo en particular la delataba: un artículo que ponía en la mira a los exagentes de organizaciones de inteligencia que, no siendo más parte de ellas, habían actuado en su nombre en suelo extranjero.
Se le ocurrían un par de nombres que cumplían con el criterio. Ella, por ejemplo. Steve. Melissa. Jason, si Elizabeth no hubiera causado que lo mataran.
Si la ley pasaba el congreso, los tres enfrentarían cargos y posible prisión. Y detrás de las barras era justo donde la Sociedad los quería: lejos, donde no podrían atacarlos ni derrocarlos.
Si los Vengadores de verdad querían firmar esa porquería, entonces Elizabeth tenía que empezar a empacar para una vida entera como fugitiva. Pensó en Melissa, quien había estado tan feliz de volver a ver a sus padres que incluso los invitó a todos a pasar Acción de Gracias con su familia, ¿cómo iban a decirle que perdería eso de nuevo?
—Te ves como si fueras a matar a alguien —dijo un hombre a sus espaldas mientras caminaba por uno de los largos y vacíos pasillos de aquellas instalaciones—. ¿No te gustó la reunión?
—No me gustaron las leyes —explicó ella, deteniéndose para mirar a Clint Barton. Arquero estrella de SHIELD y antiguo mentor de Elizabeth en sus años de la Academia—. Puedes llamarlo paranoia, supongo.
—Nat me contó sobre lo que sucedió en Europa en el verano.
—Entonces sabes que estoy en la mira.
—Solo es palabrerío para cubrirse. —Clint se encogió de hombros—. No creo que las apliquen con mucha severidad, menos a personas como nosotros. Nos necesitan.
—¿Vas a firmar? —preguntó ella, un poco dolida ante la idea.
—¡No! Ni loco. No quiero que mi nombre quede relacionado a una bomba de tiempo.
Elizabeth entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.
—¿De qué hablas?
—No pueden tratar de controlar solo a personas con poderes y no esperar resistencia —se explicó el rubio y se rascó la nuca, un tic nervioso que repetía demasiado para el gusto de Elizabeth—. Las leyes tienen que ser justas para todos, no excluyentes. Esta regulación está destinada a fracasar y no quiero estar ahí cuando pase.
—Eso es bastante inteligente de tu parte.
—¿Tú qué harás?
—Desaparecer, supongo —confesó la joven—. Firmen o no, la Ley va a imponerse. Y no quiero estar cerca cuando pase.
—No irán por ti, Lizzie.
—Lo harán si son ellos. Vendrán por todos nosotros.
Clint torció el gesto. A Elizabeth no le gustó nada eso. No le creía, la estaba tratando de paranoica, pero él no había visto lo que ella allí arriba, él no entendía el peligro que esa gente suponía.
—Es la ONU —dijo Clint, tratando de hacerla entrar en razón—. No cualquier organización secreta. La ONU.
—¿Tengo que recordarte dónde estaba Hydra hace dos años? —preguntó Elizabeth y, solo para enfatizar su punto, añadió—: Recuerda que lo que todavía queda de Hydra trabaja para ellos. Pierce trabaja para ellos. No hay forma de saber qué tan lejos llegan.
—Tenemos que confiar en que todavía quedan buenas personas con buenas intenciones en posiciones de poder.
—No puedo —se lamentó ella.
A Clint se le ablandó la expresión.
—También sé sobre lo que sucedió con Kirk. Sí sabes que no fue tu culpa, ¿cierto?
—Lo fue —refutó Elizabeth, sintiendo una puntada en el pecho al saber que Clint conocía su peor fracaso y su momento de mayor debilidad—. Confié demasiado en las personas y causé que alguien muriera. Nunca más, Clint, porque la próxima vez puede ser alguien que me importe y eso sí que no voy a poder soportar.
—Todos moriremos en algún momento.
—Memento Mori, lo sé, lo dijiste mil veces en tus clases. Pero nadie más va a morir por mi culpa.
—Nadie lo ha hecho todavía.
Elizabeth suspiró. Sabía que Clint solo estaba tratando de hacerla sentir mejor, pero no estaba funcionando. Ignorar lo que había sucedido con Kirk solo traería problemas para todos.
Se habían convertido el objetivo de una Sociedad Secreta y tenían que actuar con la precaución necesaria que la situación ameritaba. Elizabeth tenía que volverse más astuta que nunca y empezar a pensar en sus opciones con la mente despejada.
Lo del espacio no podía repetirse.
something something jason era un unreliable narrator
el próximo capítulo es uno de mis favs frr
estoy aplazando la publicación de los capítulos porque actualmente estoy trancada en el 19 (desventajas de reescribir toda la trama del acto y cambiar hasta el más mínimo detalle) (oh well) y si me pongo al día entre lo que escribo y lo que publico, ahí sí que entro en hiatus de por vida.
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