014
MEMENTO MORI
VOLUME TWO, ISSUE #2
en el que Steve se vuelve
un viejo paranoico
UBICACIÓN CONFIDENCIAL
otoño 2016
Steve odiaba las fiestas.
No, no tan así.
Steve odiaba tener que pasar las fiestas solo junto a los recuerdos de una vida en la que todavía tenía familia. Celebrar acción de gracias, Navidad, el nuevo año o incluso su cumpleaños ya no tenía sentido alguno para él, pues no había nadie en su vida con quien compartir el espíritu festivo.
Ese año, sin embargo, sí tenía con quién hacerlo, sí tenía un hogar que lo esperaba con ansias y una familia sustituta con quien comenzar a tejer nuevamente el tapete de su vida. Steve miraba la selfie que Elizabeth le había enviado de la cena en casa de los Gold y se odiaba a sí mismo por no haber logrado llegar a tiempo.
Abrir la Academia de SHIELD se había convertido en el proyecto pasión suyo, de Elizabeth y de Melissa, y habían pasado meses tratando de conseguir que Nick Fury los atendiera y les diera una mano con el asunto, por lo que no iban a desechar la primera oportunidad que se les presentaba en meses, incluso si eso suponía pasar Acción de Gracias solo.
Así que allí estaba, en la fría Canadá, sentado frente al exdirector de SHIELD con un montón de papelerío de por medio, mientras pretendía que lo escuchaba parlotear sobre los pros y contras de darle el sí definitivo para iniciar el proyecto de la Academia. En su mente estaba tomando mejores decisiones y en ese momento se encontraba probando la tarta de mora que Melissa tanto le había promocionado.
—No me estás escuchando —dijo Nick Fury y se dio media vuelta para servir dos vasos de whiskey—. Mi gata me presta más atención.
—¿Tiene una gata? —preguntó haciendo como si no hubiese oído el resto.
—Sí, cuando veas a Danvers dile que me la devuelva —Fury agarró uno de los dos vasos—. ¿Por qué pediste para hablar conmigo si lo menos que quieres es estar aquí?
—Lo siento, no ha sido un buen día.
Steve no podía emborracharse, pero eso no significaba que iba a declinar una oferta para tomar en una cita de negocios, más todavía con el alcohol caro que Fury acababa de ofrecerle.
—Tampoco eres mi compañía ideal para este Acción de Gracias, pero tú aceptaste esta fecha. Si no querías pasar las fiestas conmigo hablando de negocios, podríamos haber cambiado de día.
—No lo sé, no pensé que fuera a afectarme, supuse que sería otro día normal.
—Para la próxima piénsalo mejor o pasaremos San Valentín juntos —se burló Fury realizando un brindis falso con él. A Steve no dejaba de hacérsele raro verlo con ropas que no fueran su misteriosa gabardina negra, más todavía comportándose como un humano y no como El Espía—. Hagamos esto: ve a casa, pasa las fiestas con alguien que sí te haga feliz, y el año que viene comienzas a reconstruir la Academia.
Steve se sorprendió al oír sus palabras. ¿Estaba diciendo lo que creía que estaba diciendo?
—¿Tenemos el visto bueno? —preguntó incrédulo. Nunca creyó que fuera a ser tan sencillo.
Fury atinó a responder, pero sus palabras fueron calladas por el ruido de la puerta siendo abruptamente abierta y apurados pasos corriendo dentro de la oficina. Steve siguió a una preocupada María Hill con la mirada hasta verla detenerse junto a su jefe, a quien entregó una tableta para enseñarle algo.
Steve mentiría si dijera que no le generaba curiosidad, pero conocía su rango, era consciente de su posición jerárquica, no pensaba traspasar los límites y ganarse una reprimenda y una rotura en la confianza. No cuando estaba tan cerca de conseguir lo que había ido a buscar.
—Tienes que ver esto, Capi —le dijo Hill.
No tuvo que sugerírselo dos veces. Confundido, Steve se levantó de su silla, rodeó el escritorio y se acercó a mirar. En la pantalla podía verse un video de una cámara de seguridad de la Supermax de Washington D.C.; más concretamente, el video de una explosión en una de sus alas.
Enseguida pensó en los registros que había estado estudiando esa tarde y en las visitas sospechosas que Hannah Thorne, conocida aliada de Hydra y de la Sociedad Serpiente, había recibido. Si era una coincidencia, era la coincidencia más grande del mundo. Aunque algo le decía que no había nada que rozara lo coincidente en esa situación.
—Deberías llamar a tus amigos, Rogers —sugirió Fury tras ver el video varias veces.
—¿A cuáles?
—A todos.
—La noticia todavía no ha salido a la luz, están intentando contenerla por el mayor tiempo posible, pero les doy una media hora antes de que inevitablemente el mundo entero sepa lo que pasó —informó Hill dejando la tableta a un lado—. Es probable que pidan una declaración de los Vengadores.
—¿Por qué? —preguntó el rubio con las cejas fruncidas, buscándole un sentido coherente a su conclusión.
—La información que nos llega de nuestros contactos en la prisión indica que fue un acto a manos de superhumanos.
—Van a querer implementar los Acuerdos —dijo Fury como si para Steve eso significara algo relevante. No lo hacía, no significaba nada, y le molestaba que ninguno de los dos mostrara interés por explayarse—. Y van a querer la opinión del grupo de superhumanos más público del planeta.
—Lo siento, ¿de qué hablas? ¿Acuerdos? ¿Nuestra opinión? Esto está lejos de ser nuestra responsabilidad.
—Sí, pero desde lo sucedido en Sokovia se ha estado planteando la posibilidad de presentar una ley de control superhumano —le explicó Fury mientras Hill regresaba a su tableta para buscar algo—. Logré convencer al Consejo de que lo que ustedes hicieron en los Países Bajos no ameritaba dicha aplicación porque los involucrados fueron humanos mayormente normales, pero ahora... Deberías volver a casa. Se va a poner feo y todos necesitamos prepararnos para el control de daños.
—Nick, no me está gustando para nada esto —se quejó Steve, a quien el panorama del futuro comenzaba a pintarse de negro.
—Y no debería —concordó Hill pasándole la tableta con el borrador de la ley de la que hablaban—. Tiene buenas intenciones, pero su ejecución puede causar daños irreversibles.
—¿Puedes enviarme una copia para leer en el camino? —pidió él.
—Por supuesto.
Steve levantó sus cosas, abandonó a los espías de SHIELD en su pequeño despacho de aquel inmenso búnker bajo las tierras heladas de Ontario y se abrió paso hasta el hangar. En el camino, alertó a los Vengadores del tema, pidiéndoles una reunión de emergencia en Nueva York, pero también alertó a sus otros amigos, pues sus sospechas de que ellos podrían ser los más afectados comenzaron a crecer.
No quería volverse un viejo paranoico, pero era lo más sensato creer que la Sociedad estaba detrás del accidente. Se habían mantenido en silencio por mucho tiempo, en las sombras, maquinando el plan perfecto para golpearlos sin que los vieran venir. Iban a tener que mover sus piezas con cuidado y pensar muy bien su jugada si querían tener una chance de avanzar en el tablero y ganarles ventaja.
Sería difícil, pero no imposible.
Con el quinjet en el aire y el piloto automático regresándolo a Nueva York, Steve volvió a intentar contactar al grupo de fiesta en Tallahassee y, para su suerte, esta vez solo tuvo que llamar una vez para que respondieran.
—Ya estamos en camino —fue lo primero que escuchó cuando Sam respondió su llamada. El alivio fue instantáneo.
—Lamento arruinarles las fiestas de esta forma, pero puede ser la primera pista verdadera que tenemos de la Sociedad.
—Siempre tendremos Navidad —se conformó Sam—. ¿Dónde estás?
—En camino también —informó Steve ojeando su mapa de ruta—. Estaré llegando en media hora. Los demás también están yendo.
—¿Así de mal se ven las cosas?
—Así de mal —confirmó él, asintiendo aunque nadie pudiera verlo—. Fury está seguro de que nos harán dar un comunicado y sospecha que esta sea la excusa que buscaban para implementar una ley de regulación internacional.
—¿Por qué suena a algo malo?
Steve no supo qué explicación darle. Era probable que la paranoia de Fury y Hill le hubieran nublado el juicio y creado una noción sobre el tema a partir de la opinión ajena, y no le gustaba tener que admitir eso en voz alta.
Por el otro lado...
—Melissa nos dijo que Thorne recibió visitas —siguió diciendo Sam, aunque en voz más baja—. Crees que tiene que ver con eso.
—Puede ser. —Steve suspiró y se sentó nuevamente en el asiento del piloto—. Tiene sentido que sean ellos, pero... Ninguno de nosotros va a ser directamente afectado por estos Acuerdos, no veo cómo nos están golpeando con esto.
A medida que decía aquello, Steve recordó la tarde en Uithuizen con Melissa, cuando discutieron sobre la extraña mujer de las fotos y dibujos y la posible relación de la rubia con ella. ¿Y si las suposiciones de Melissa habían sido correctas ese día? ¿Y si de verdad había pruebas que confirmaran sus sospechas, solo que no las habían podido robar?
—No nos tienen por qué estar atacando a nosotros particularmente —le dijo Sam, tratando de hacerlo razonar—. Quizás solo están siguiendo con su plan, cualquiera que este sea. Y eso involucraba liberar a Thorne.
—Quizás.
—No crees que esto no sea personal, ¿no?
—No. —Steve apretó los labios—. ¿Me pasas a Melissa?
—Está durmiendo. Nos tomamos bastante vino en la cena. ¿Quieres que le pase algún mensaje?
—No, no es urgente.
—Deberías haber estado ahí esta noche. Sabes que ella contaba con que vinieras.
—Lo sé —se lamentó Steve—. Pero siempre tendremos Navidad, ¿cierto?
Del otro lado de la llamada, Sam soltó una exhalación que rozaba la risa.
—Nos vemos en un rato.
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Elizabeth vio pasar sospechosa a Carol de una pequeña habitación de su nave a la otra. Rider había avisado a su tripulación que estarían aterrizando en Nueva York en quince minutos, y todos se habían preparado para cuando eso sucediera, a sabiendas de que los esperaría un circo al llegar. O al menos eso era lo que Sam Wilson les había dicho tras cortar su llamada con Steve.
Mientras que él, Elizabeth, Barnes y Wanda se echaban agua en la cara y alistaban sus vestimentas para que estuvieran presentables, Carol había ido a despertar a Melissa y Pietro. Al poco rato de eso fue que Elizabeth la vio pasar con actitud sospechosa, como si estuviera escondiendo algo.
Se planteó seguirla y averiguar qué tramaba. La volvía loca no saber qué estaba haciendo y, aunque confiaba en ella más de lo que confiaba en cualquier otra persona en esa nave —sin contar a Sam, por supuesto—, nunca se podía ser demasiado paranoica. No en los tiempos en los que vivía.
—¡Carolina! —se escuchó la voz de Richard Rider hacer eco por los recovecos metálicos de la nave.
—¡Es Carol y lo sabes! —se escuchó de la misma manera la voz de la rubia.
Elizabeth miró de reojo a Wanda a su lado. Ella se encogió de hombros, aunque parecía curiosa y entretenida por la posible discusión que estaba por comenzar entre los dos guardianes espaciales.
—¡Deja eso ya donde lo encontraste!
Pasos apurados sobre un suelo metálico comenzaron a escucharse. Carol salió de una habitación con un bolso colgado al hombro. Al percatarse de Elizabeth y Wanda mirándola, se llevó un dedo a los labios, pidiéndoles su complicidad.
—¿Qué llevas? —curioseó Elizabeth en voz baja, una promesa implícita de mantener el secreto.
—¡Contrabando! ¡Eso es lo que lleva!
Richard apareció detrás de Carol y le cerró el único pasillo que la podía llevar a la salida. Ella solo rio burlona y movió su cuello de un lado a otro, como si se estuviera preparando para pelear.
—No es para tanto —se defendió la Capitana.
—¡Me estás robando!
—Dos bolsas, Rider, eso fue todo lo que agarré. Dos bolsas.
—Que son mías. Las compré con mis créditos —insistió señalándose el pecho, el gesto apoyando sus palabras.
Carol rodó los ojos. Elizabeth comenzó a plantearse la posibilidad de que estuviera presenciando algún tipo de tráfico de drogas espaciales.
—Melissa y Pietro quieren un poco. Les preparé una taza a cada uno y...
—¡¿Me gastaste mi té?! —exclamó completamente afligido. Eso le sacó una risita a Wanda que de inmediato se contagió a Elizabeth.
—Estaban con resaca, ¿qué querías que hiciera?
—¡Darles un vaso de agua y obligarlos a que sean adultos!
—Dos tazas, Dick. Dos.
—Carol, ¿ya tienes las...? —Melissa se detuvo de golpe al ver a Richard.
Para estar resacosa, Melissa se veía bastante bien. Había cambiado su graciosa camisa de gnomos coloridos por un conjunto mucho más sobrio, casi enteramente negro, y mucho más abrigado que lo que necesitaría en el caluroso invierno de Florida. Tenía un aspecto cansado que le recordaba a Elizabeth a sus días en Europa, pero se la veía mucho menos paranoica y asustada.
No quería pensar en la posibilidad de que la situación volviera a ponerse así de mal, pero sabía mejor que hacerse falsas esperanzas. Esta vez, de todas formas, estaría más preparada; nadie moriría por su ineptitud y le probaría a todos que ella era capaz de tomar buenas decisiones.
—Mel, sabes que te amo, ¿cierto? —dijo Richard.
—Guárdate lo que tengas para decir, me voy a quedar con ese té lo quieras o no.
—Pero...
—Fin de la discusión. —Melissa tomó agradecida el bolso que Carol le había preparado. Luego miró a Sam—. ¿Quieres que me encargue de aterrizar?
—Seguro, ya te asisto.
De inmediato, ambos se alejaron hacia la cabina, al tiempo que el segundo causante de la discordia llegaba. Pietro Maximoff se veía un poco peor que Melissa, su cabello castaño —ya sin rastros del platinado que supo tener cuando Elizabeth lo conoció— se encontraba todo enmarañado, y sus ojos apenas podían mantenerse abiertos. En sus manos traía un vaso térmico que atinó a esconder cuando vio a Richard.
—No te molestes —le dijo el guardián—, ya estoy al tanto de su traición.
—Yo no hice nada —se defendió Pietro.
—Lo sé, la culpa es de Carolina.
—¡Es Carol!
—¡¿Ves lo molesto que es cuando los demás no te escuchan?!
Pietro se sentó junto a Wanda y de inmediato su hermana le sacó el vaso de las manos para darle un sorbo al mágico té que tan grave disputa había comenzado.
La expresión de agrado en su rostro y el hecho de que volvió a tomar un poco más fue suficiente para confirmarle a Elizabeth que valía la pena pelear por él.
—¿Quieres probar? —le ofreció la sokoviana, tomándola por sorpresa.
Elizabeth y los gemelos no eran para nada cercanos. De hecho, Elizabeth no los había visto desde lo sucedido en Países Bajos, y la conversación más larga que había tenido con cualquiera de los dos había sido con Pietro, una tarde en los techos de Uithuizen.
Pero su cercanía o no a Wanda no parecía importarle. Como si ambas fueran parte de este chiste interno acerca de un contrabando de té espacial, le ofrecía la bebida con una amable sonrisa en su pálido rostro que hacía destellar sus verdes ojos.
¿Recién se percataba de que sus ojos eran verdes?
—¿Quieres? —volvió a insistir Wanda—. Es rico, lo prometo.
—Te tomo la palabra —se apresuró a responder Elizabeth y agarró el vaso antes de seguir quedando en ridículo.
Lo primero que notó al probar lo que había adentro era que, contrario a lo que esperaba, la bebida estaba fría, preparada con hielo incluso. Lo segundo que notó fue su sabor frutal, aunque le era imposible distinguir qué fruta era, probablemente porque no existía en su sistema solar.
Lo tercero que notó fue que la desgana y cansancio que todavía quedaba en su cuerpo comenzó a disiparse de manera rápida, comprendiendo entonces cómo había despertado a Melissa en tan poco tiempo.
—Sabe a bebida energética —fue el veredicto que optó por dar al tiempo que devolvía el vaso a Pietro, que se veía como si necesitara cada gota de ese té—. Se siente como bebida energética también.
—Díselo a mi metabolismo lento porque yo sigo con sueño —se quejó Pietro—. Mi cuerpo extraña ser rápido.
—Deberías estar acostumbrado ya, siempre fuiste el más lento de los dos...
Ante las palabras de su hermana, Pietro respondió con lo que solo podía ser un insulto en su idioma, y ambos se enfrascaron en una discusión amistosa que solo ellos comprendían.
Elizabeth apretó los puños y se excusó. Sentía que sobraba allí, junto a ellos. O en general.
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Richard estaba acostumbrado a encontrarse en situaciones o ambientes que lo hicieran sentir inferior. Después de todo, era un ser humano corriente que vivía su día a día en el vasto cosmos, conocía suficientes planetas y especies como para ser consciente de que no era más que una hormiga en el universo.
Sin embargo, nada de eso lo preparó para cuán minúsculo se sintió cuando estuvo de pie frente al verdadero equipo de Vengadores.
El Capitán Rogers les había indicado que aterrizaran en unas aisladas instalaciones a las afueras de la ciudad de Nueva York donde él, personalmente, se encargaría de recibirlos. Solo que omitió mencionar que también los recibiría el resto del equipo y que, a pesar de que eran seres en su mayoría humanos, se sentían como dioses.
Verlos le causó rechazo inmediatamente. Su equipo de raritos e inadaptados que había adoptado ese verano era mucho mejor que cualquier equipo de superhéroes. No iban a dejarse intimidar por brillantes disfraces y graciosos nombres en clave.
Ambos grupos permanecieron de pie frente al otro a una distancia prudente, observándose, analizándose. Richard no los conocía; seguro, los había visto en acción en 2012 cuando todavía vivía en la Tierra como un ser humano normal, pero no los conocía. Y no le daban buena espina.
Se cruzó de brazos y frunció en ceño. Él todavía era amigo personal del Capitán Rogers, eso tenía que ser más de lo que aquellos espías, millonarios, militares y robots eran, ¿cierto?
—Bueno, esto no es para nada incómodo —Pietro dijo, optando por cortar el silencio—. Si me disculpan, voy a buscar café de verdad.
—¡Es té! —no pudo evitar aclarar Richard.
—Por Dios... —resopló Melissa y enseguida se dirigió al grupo de héroes frente suyo—. Gracias, por recibirnos. Es un placer conocerlos formalmente.
—Gracias por venir con tan poco aviso. Y feliz Acción de Gracias.
—Feliz Acción de Gracias para ustedes también...
La forma en la que Melissa dejó la conversación en el aire le hizo preguntarse a Richard si tenía idea del nombre de la persona con quien estaba hablando. Por su parte, él estaba seguro de que nunca antes lo había visto.
—¿Sabemos algo de por qué estamos aquí? —preguntó Sam dando un paso adelante e invitando a ambos grupos a moverse de una vez por todas.
Anthony Stark —Iron Man— se vio fascinado por la idea de que alguien más hubiera tomado la iniciativa de acabar con aquella tortura. Uniendo sus manos en un sonoro y teatral aplauso, caminó junto a Sam mientras le explicaba lo que sabían hasta ahora. Los demás los siguieron en silencio por los pasillos de aquel feo edificio modernista sin alma.
Si Richard tuviera opinión en el asunto, que no la tenía, pondría un par de pinturas en las paredes, quizás alguna lámpara de luz amarilla para generar mejor ambiente, y cambiaría los feos pisos de cerámica por algo más... amigable.
Trabajar en un lugar así debía ser una tortura. No le sorprendería si algún empleado guardaba alcohol por algún lado para ahogar las penas de tener que ver ese edificio a diario. Se preguntó qué tan difícil sería encontrarlo.
—¿Vas a robar algo? —Carol le susurró al oído. Él la apartó de un manotazo y enseguida la escuchó reír, acto que lo fastidió.
—Déjame en paz. Aquí la ladrona eres tú.
—Ay, no. ¿Vas a seguir llorando por el té?
Richard suspiró y, por su propio bien, escogió no responder. En su lugar, tras pasar junto a una mesa de arrimo contra la pared del pasillo, chequeó detrás de una escultura horrenda y se llevó una grata sorpresa al encontrar una petaca con algo líquido dentro.
Festejó en silencio y le dio un rápido trago. Era el vodka más feo y acuoso que había probado en su vida, pero servía para tranquilizarlo un poco.
—Tienes un problema —atacó Carol a su lado.
—¿Quieres? —ofreció y, cuando la oferta fue declinada, volvió a tomar.
—Podía haber sido veneno.
—Pero no lo fue, ¿o sí? Solo es vodka.
—No sé ni para qué me gasto —se quejó la rubia y se le adelantó, alcanzando al resto del grupo que caminaba a varios pasos de él.
Richard volvió a tomar de la petaca, terminando con todo lo que había dentro. ¿Problema? No tenía ningún problema. Sabía perfectamente cuándo dejar de tomar y cuánto podía soportar su cuerpo.
Solo no podía soportar el día que tenía frente suyo cien por ciento sobrio. Eso no se llamaba tener un problema, eso se llamaba tener que convivir con los idiotas de los Vengadores. Eran dos cosas muy diferentes.
estoy considerando seriamente subir esto a ao3 a ver si los gringos me dan más pelota porque la verdad que estoy un poco harta de wattpad y allá siempre me tratan re lindo.
igual gracias a la única personita que está leyendo, no conozco tu nombre pero aprecio el apoyo <33
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