013
MEMENTO MORI
VOLUME TWO, ISSUE #1
en el que los vengadores
celebran acción de gracias
TALLAHASSEE, ESTADOS UNIDOS
otoño 2016
Celebrar una festividad resultaba un pensamiento utópico. Tener que preocuparse por qué tipo de decoración comprar, qué comidas cocinar —teniendo en cuenta las limitaciones alimenticias de los invitados— e incluso definir las acomodaciones de aquellos que viajaban desde lejos, hacía que Melissa quisiera reír de lo extraño que se sentía.
Habían pasado casi cinco meses desde el nefasto fin de semana en que conoció a una facción de los Vengadores, se reencontró con dos amigos que llevaba años sin ver, viajó al espacio, dejó morir a uno de esos amigos —de nuevo— y causó un desastroso incendio en campos neerlandeses. En esos cinco meses, Melissa había encontrado que había perdido el conocimiento de cómo una persona común vivía a diario.
¿Acaso los demás no sufrían constantemente el absoluto terror de ser encontrados por una Sociedad Secreta? ¿De verdad los ciudadanos normales iban en su día a día preocupándose por comprar el pavo adecuado o los vegetales orgánicos en lugar de preocuparse por las mentes silenciosas que se movían por las sombras?
Le parecía incomprensible.
Regresar a casa había sido un proceso agridulce y, a pesar de que el tiempo ya transcurrido había sanado heridas y dado lugar a una honesta comprensión de los hechos por parte de sus padres, lo cierto era que Melissa todavía se sentía una extraña viviendo bajo su techo, y no podía ver la hora de irse una vez más. Los amaba y los había echado de menos inmensamente, pero también había olvidado lo estresante que era convivir con los Gold. Su madre estaba encima de ella todo el tiempo, controlándola como si temiera perderla de nuevo, mientras que su padre la miraba con suspicacia, quizás no creyéndose del todo la versión de la historia que dejaba a Melissa como inocente.
Y no olvidar el hecho de que discutían cada vez que creían que Melissa no los escuchaba. Siempre habían sido así, desde el día en que había llegado a su nuevo hogar los recordaba discutiendo y con ella como tema principal. Con el paso de los años se había acostumbrado, y el apoyo de sus amigos la había ayudado a ignorarlo, pero ahora era diferente: Melissa ya no era más una niña, era una adulta con una gran carga de problemas, y una bomba de tiempo para otra controversia.
—Sabes que adoro a tus padres —escuchó la voz de Richard aparecerse detrás suyo—, pero si tengo que volver a escuchar la historia sobre tu tía Joanne en el paseo en barco del ochenta y dos, voy a enloquecer.
Melissa rio por lo bajo y desvió la atención de su recién horneado pastel de moras para mirar a Dick apoyado en el umbral de la cocina. Era extraño tenerlo en la Tierra, en su casa, caminando por los pasillos de su hogar tomando whiskey como si fuera una persona normal. Tenerlo en casa para Acción de Gracias había conllevado menos manipulación emocional de lo que Melissa creyó en un principio, pues al parecer no era la única de los dos cargada de nostalgia quien soñaba con un ápice de normalidad en la forma de una familiar celebración que imitaba su lejana infancia.
Richard vestía una horrible camisa hawaiana sobre una bermuda beige y unas sandalias con medias. Para ser el ícono fashonista que había regresado del espacio exterior en un atuendo espectacular, ahora parecía un circo. Pero ese era el Richard que siempre había sido, el gracioso, el que buscaba destacar en todos los contextos posibles, el colorido sureño a quien no le importaba lo que los demás dijeran de él.
—Están muy orgullosos de esa anécdota —respondió Melissa. Luego hizo un movimiento con su barbilla como si señalara a la sala de estar detrás de su amigo—. ¿Dejaste a Carol sola con ellos?
—Llevan diez minutos hablando de gatos, creo que va a estar bien. Que, por cierto, no puedo creer que Winston siga vivo —añadió en voz baja para que los padres de Melissa no lo escucharan. La edad del gato era un tema sensible para ellos.
—¿Verdad? Quince años y luchando.
Winston era el gato de la familia Gold. Melissa lo había rescatado de un basurero cuando regresaba a casa de la escuela. En ese momento había sido un escuálido animal con pelaje negro y blanco desesperado por cualquier gramo de comida que se le presentara frente suyo, lo cual era un gran cambio si se veía a la bola de pelos regordete que ahora caminaba por los pasillos, arañaba los muebles y mordía a las visitas.
—Va a vivir más que nosotros, de eso estoy seguro.
—Oh, eso no lo dudes. Tengo mis sospechas de que es inmortal.
—Siempre puede ser un Flerken como Goose —apuntó Richard con ironía, refiriéndose a la extraña gata de Carol (y ahora de él) que habían traído del espacio para las fiestas.
A simple vista, era una gata adulta anaranjada, pero si la hacías enojar, largos y espeluznantes tentáculos salían de su boca y se comía tus muebles.
—Creo que sabría si mi gato de la infancia es un alienígena —bromeó ella con una sonrisa, luego regresó su atención a la comida sobre la encimera—. ¿Sabes algo de los demás invitados? Los pavos estarán listos en media hora.
—Los gemelos están en camino. Traen a West, Wilson y Barnes con ellos. ¿Segura que tienes lugar para que todos se queden? Podemos hospedarlos en la nave.
Melissa hizo un gran esfuerzo por ignorar que la falta de un nombre en la lista la había puesto de mal humor al instante.
—Sí, tranquilo, tenemos el cuarto de huéspedes, el sofá, una cama bajo la mía y un par de colchones inflables, están todos cubiertos. Incluso ustedes dos —añadió refiriéndose al par de guardianes espaciales.
—Me pido el cuarto de huéspedes —reclamó alzando su mano. Melissa rodó los ojos—. Siempre quise quedarme ahí y tus padres no me dejaban.
—Si íbamos a hacer una pijamada, la íbamos a hacer en mi habitación.
—Pero la tienen decorada tan linda...
—Es tuya por la noche —aceptó su amiga y él festejó tal cual un niño—. Pero la vas a tener que compartir con alguien.
Su festejo pasó a ser un puchero, y luego un dedo que la señalaba acusador.
—Yo elijo con quien.
—Como quieras. Mientras la compartas, no me importa con quién sea. —La rubia rio y se encogió de hombros. Enseguida su celular comenzó a vibrar en su bolsillo y el nombre que apareció en pantalla le picó la curiosidad al instante—. ¿Te encargas de que no se queme el pavo? —preguntó a Richard.
—Seguro, atiende tranquila.
Melissa se alejó de la cocina y buscó el camino hacia la habitación de su infancia para recién allí responder la llamada. Estar rodeada de posters de iconos pop de su adolescencia, así como de su mobiliario rosa chicle, revistas de chimentos del momento y fotografías con sus amigos en la secundaria, mientras hablaba por teléfono, la hizo sentir una quinceañera de nuevo.
—Feliz Acción de Gracias —fue lo primero que dijo al responder.
—Feliz Acción de Gracias para ti también, Mel —saludó Steve Rogers del otro lado—. Lamento no poder estar ahí.
—No te preocupes. Solo que te perderás de mi fantástica tarta de moras. Y del pavo que probablemente Dick deje quemar.
—Otro día será... —se lamentó él.
Melissa se mordió la lengua.
—Otro día será —aceptó sin mucha emoción.
Habían planificado reunirse por las fiestas varios meses atrás, cuando terminaron de tratar con la extensa burocracia que supuso regresar a los Estados Unidos, y habían decidido mantenerse en contacto, pues uno no vivenciaba lo que ellos y luego no volvía a saber del otro por el resto de su vida. Así, todos aquellos que quisieran estaban invitados a una cena de Acción de Gracias en casa de Melissa, junto a sus padres.
Y Steve había sido uno de los primeros en aceptar, utilizando la triste excusa de que solía pasar las fiestas solo, sin celebrarlas, y que le gustaría experimentar una noche en familia a pesar de que no fuera la suya.
Pero no había llegado, probablemente ni siquiera estuviera en el mismo continente que Melissa, y ahora el vestido que había comprado para la ocasión viviría por siempre en las perchas de su armario de la infancia.
Sin lugar a dudas estaba regresando a su adolescencia.
—¿Llamaste solo para pedir perdón? —preguntó al darse cuenta de que se habían quedado en completo silencio.
—En parte, sí. Sé que dije que iría y me siento un poco mal por tener que cancelar a tan último momento.
—Asumo que por una buena causa.
—Asumes bien. —Melissa lo oyó suspirar y, de fondo, mover unos papeles—. Estoy con Fury en una de sus bases secretas. Resulta que no somos los únicos que buscan restaurar SHIELD y él también ha estado ocupado últimamente.
—¿Nos dejará reabrir la Academia? —inquirió la rubia al tiempo que tiraba el teléfono sobre la cama para utilizarlo en manos libres.
—Creo que vamos por buen camino, sí. —Steve volvió a hacer silencio y a mover más papeles. Luego volvió a suspirar—. Puede que haya encontrado pistas sobre lo que me habías pedido.
Fue turno de Melissa de hacer silencio. Su caminata nerviosa en círculos alrededor de su cama se detuvo en seco. Se sentó sobre esta, sintiendo el colchón hundirse bajo su incrédulo peso y su mirada se perdió a través de la ventana, en la arbolada frente a su casa.
¿Podía ser cierto? ¿De verdad podría Steve haber encontrado algo sobre la misteriosa mujer que atormentaba su nebulosa memoria?
—Tuve que convencer a Fury de buscarla en la base de datos de SHIELD —comenzó a explicarse y sonaba cansado, o quizás conflictivo, como si lo que tuviera para decirle le pesara. Melissa tragó fuerte y apretó su agarre sobre el celular—. No encontramos nada, resulta ser un fantasma o quizás la única imagen que tenemos de ella no es suficiente para rastrearla. De todas formas, conseguimos una coincidencia en lo que suponemos que es su letra a raíz de un archivo escaneado.
—¿Y?
—Coincide con la letra de una mujer desaparecida en Inglaterra cuyo cuerpo encontraron en el Támesis hace cinco años, antes de las fotos que encontramos de ella. —Melissa soltó un gruñido exasperado, eso no era para nada útil— Lo sé, no es lo que buscabas.
—¿Así que es un fantasma imposible de rastrear?
—Fury seguirá buscando, siente que te lo debe —dijo Steve—. Y si no encontramos nada... La Sociedad seguro aparecerá pronto ahora que saben que los encontramos, así que tendremos una oportunidad nueva para socavar información.
Melissa ya pensaba en eso a diario. Era obvio que regresarían. Habían ido hasta el espacio, habían irrumpido en su base, asesinado a varios de sus guardias, rescatado a uno de sus rehenes y robado información valiosa. Sería ingenuo creer que no buscarían venganza.
Además, también era probable que supieran que estaban buscando a su líder —o a quien fuera que fuera aquella rubia mujer de las fotos—, por lo que tenían más razones para movilizarse.
Habían hecho del problema un tema personal, y fueran cuales fueran sus planes, se harían un hueco para lastimarlos a ellos particularmente. Debían estar listos para cuando eso sucediera.
Melissa volvió a oír a Steve moviendo papeles.
—¿Qué es lo que tanto miras? —se obligó a preguntar pues la curiosidad la estaba matando—. Te puedo oír pasar página tras página sin parar.
Steve suspiró y movió los papeles una vez más. Por alguna razón ese sonido ya estaba empezando a molestar a Melissa. Quizás era porque no podía ver lo que estaba captando su atención. Quizás era porque él no había cumplido su promesa de estar en Florida para Acción de Gracias, como si sus papeles y su academia de SHIELD fueran más importantes que una cena con ella.
—Los registros de visitantes de la cárcel de Washington —le explicó él.
—¿La supermax? —inquirió confundida.
—Hannah Thorne fue visitada varias veces por la misma persona y no logramos encontrar quién es. Los registros... —Steve suspiró cansado. A Melissa comenzó a darle la impresión de que llevaba bastante tiempo sin una buena noche de sueño—. Alguien los modificó para ocultar la identidad del visitante.
—Tienen que ser ellos —adivinó la rubia. Era la única opción que se le ocurría y la única que tenía sentido—. Saben que Hannah los vendió, saben que los estamos buscando.
—¿Crees que pueda tener suficiente información en nosotros como para que la visiten tantas veces?
—Mía y de Jason seguro que sí —asintió Melissa, a pesar de que él no podía verla.
Una voz se oyó en la distancia a través del micrófono de Steve.
—Fury me llama —le informó enseguida—. Tengan un buen Acción de Gracias, y guárdame algo de esa tarta para cuando nos veamos.
—¿Y cuándo será eso? —preguntó ella esperanzada, dándole una rápida e inconsciente mirada al vestido en su placard.
—Espero que pronto.
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Cuando Melissa Gold había enviado un mensaje de texto al improvisado grupo Space Jam —Pietro Maximoff había estado a cargo del nombre— invitándolos a todos a pasar Acción de Gracias en su casa, Elizabeth había pensado que estaba loca. Apenas se conocían y casi ni se habían visto desde que regresaron de Europa, ¿por qué querría pasar una fiesta familiar con ellos? En puto Florida, de todos los lugares.
Sin embargo, a medida que la fecha se acercaba y sus padres le rogaban que regresara a casa, Elizabeth se había visto tentada a aceptar la propuesta de la rubia, más sabiendo que los hermanos Maximoff, Steve y Barnes ya habían aceptado. Luego oyó que Rider y Danvers volverían a la Tierra por las fiestas, y el detonante final para tomar su decisión resultó ser un mensaje de Sam preguntándole qué haría para Acción de Gracias, pues su hermana llevaría a sus sobrinos a Disneyland y él no estaba invitado al viaje familiar.
En consecuencia, se encontraba en el asiento trasero de un vehículo alquilado, sudando como jamás pensó sudar en invierno, buscando la casa de la familia Gold en los suburbios de Tallahassee.
—Google Maps dice que es aquí —señalaba Wanda Maximoff a Sam, quien había resultado el conductor designado—. Es en algún lugar de esta calle.
—¿Alguno tiene una foto del exterior? —preguntó Sam.
—No, solo envió la ubicación.
—¿Quieren que la llame? —ofreció Pietro.
—Podemos encontrarla sin tener que llamarla.
—Todas las casas son iguales —objetó James ante lo dicho por Sam.
Elizabeth tenía que darle la razón, eran todas casas modernistas, de un piso, con techos bajos, jardines delanteros extensos y árboles frondosos cubriendo la vista. Era un lindo lugar para vivir una vez retirado, tranquilo, verde, sin nieve en invierno.
La única desventaja era el calor húmedo que le bajaba la presión a Elizabeth, quien estaba segura de que no sobreviviría ese fin de semana sin desmayarse al menos una vez.
—Esto es ridículo, déjame ver el mapa —pidió Sam tratando de manotear el celular de Wanda. Ella dejó que lo tomara.
—Los ojos en la calle, Samuel, que vas a atropellar a un caimán —lo retó Elizabeth.
El hombre la miró por el retrovisor como si quisiera asesinarla. Podía verse el sudor caer por su frente.
—¿Hay caimanes? —preguntó Pietro preocupado.
James, quien había terminado sentado entre el sokoviano y Elizabeth, dejó caer su cabeza sobre el respaldo y se tapó la cara, al tiempo que dejaba salir un suspiro cansado.
—¿No son la mascota oficial de Florida o algo? —dijo la chica, quien solo hablaba por hablar, y quien también estaba un poco preocupada por tener que avistar ese reptil. O cualquier reptil en general.
—No hay caimanes en los suburbios, y es esa casa de ahí —dijo Sam señalando a su derecha.
La casa resultó que parecía salida de uno de esos programas de renovación que Elizabeth solía mirar con sus padres cuando vivía con ellos. De hecho, parecía recién renovada, con revestimiento de madera blanca, puertas y ventanas azules, un césped que invitaba a caminarlo descalza y una entrada de gravilla.
De uno de los tantos árboles del jardín colgaba una vieja hamaca que pareció sobrevivir la renovación. Trató de imaginarse a Melissa allí, o incluso a Jason o Richard —tenía entendido que los tres eran amigos desde la secundaria—, pero la imagen mental le causó más daño del que debería. Por su culpa esos tres niños imaginarios que veía en su escenario imaginario ya no eran más felices. Por su culpa uno de esos niños estaba muerto.
¿Con qué descaro iba a presentarse allí?
Desgraciadamente ya era tarde para arrepentirse, pues todos se estaban bajando del coche rentado, y Sam ya estaba golpeando la puerta, quizás desesperado por un refrigerio y un descanso de tener que soportarlos por tanto tiempo.
Quien abrió la puerta fue una mujer bastante baja, con cabellos negros y enrulados, tez varios tonos más oscuros que la de Melissa, pequeños ojos marrones detrás de unos grandes anteojos y con un colorido vestido suelto que caía hasta el suelo.
—¡Oh, bienvenidos! —los saludó entusiasta con voz chillona—. Pasen, pasen, hace mucho calor para dejarlos al sol.
La señora Gold no se los tuvo que pedir dos veces. A medida que entraban, uno a uno, todos la saludaron con un beso en la mejilla y, cuando fue el turno de Elizabeth, deseó poder abrazarla. Extrañaba demasiado a sus padres, tenía que estar pasando las fiestas con ellos y no con una familia de extraños.
Odiaba que la culpa la destrozara tanto hasta el punto de temer verlos a los ojos.
—¡Hasta que al fin llegan! —la enfiestada voz de Richard Rider la devolvió a la extraña realidad en la que vivía y le recordó que, a pesar de todo, estaba allí para divertirse.
Y cuando vio lo que el hombre espacial estaba vistiendo esa tarde, supo que iba a encontrar la diversión que buscaba.
Una vez más se tomaron turnos para saludarlo tanto a él como a Carol, quien aprovechó el momento para presentarles a su gata Goose.
—No queríamos dejarla en el espacio —les explicó—. Es parte de la familia, merece pasar las vacaciones con nosotros.
—¿Muerde? —preguntó Wanda.
—No, pero se come tus muebles —dijo Melissa, quien se apareció en vestimentas tan coloridas y chillonas como las de Richard. Solo que su camisa de pequeños gnomos arcoíris tenía mangas que cubrían sus brazos enteros.
—¡Otra vez abrigada! —se quejó la señora Gold al verla—. Sácate eso, Meli, sé que estás acostumbrada al invierno europeo pero aquí todavía hace calor.
—Estoy bien, ma —le restó importancia ella y tiró de la manga derecha.
Todos se percataron del gesto, a excepción de su madre, quien ondeó su mano en el aire y anunció:
—Voy a cuidar el pavo —y dirigiéndose a los recién llegados, añadió—. Convenzan a mi hija de que deje de ser tan terca.
Ninguno se rio y la vieron irse. Cuando estuvo lejos de su campo de visión, obligaron a Melissa a acercárseles, y fue Richard quien la recriminó en nombre del resto.
—¿Qué sabe? —preguntó entre dientes, en voz sumamente baja—. Porque si le ocultas que te dispararon, entonces no sabe nada.
—Sabe lo que sabe la prensa, legalmente no puedo discutir el resto —explicó ella a la defensiva—. Y no sabe que me dispararon porque no quiero preocuparla.
—Con todo respeto, fuiste llamada terrorista por dos años, una herida de bala no va a preocuparla ahora —le soltó Barnes.
—Lo hará si lo ve.
Para probar su punto, Melissa se arremangó y dejó a la vista una cicatriz que no debía estar bien. Elizabeth comprendió el secretismo al instante y apartó la vista de la unión mal formada que había dejado un pequeño bulto en el brazo de Melissa.
—Tienes que hacerte ver eso —objetó Wanda.
—Esa mentalidad es la que intento evitar —dijo la rubia con molestia—. Estoy bien, de verdad. Pero si mi madre lo ve se va a preocupar, pues solo será un recordatorio de la parte de mi vida que quiero que olvide.
—¿Segura...?
—Segura —cortó a Richard—. Ahora, hablar de lo que pasó en Europa está prohibido. Al que mencione el tema lo doy de comer a los caimanes del vecino.
—¿Entonces sí hay caimanes?
James empujó a Pietro lejos.
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Todos siguieron las reglas al pie de la letra. Hablaron de sus pasados, de sus familias, de sus razones para estar pasando Acción de Gracias con ellos en lugar de estar en sus propios hogares. Los gemelos Maximoff hablaron sobre Sokovia y desmintieron decenas de teorías conspiranoicas que el padre de Melissa creía sobre Europa del Este; Carol y Sam compartieron entusiastas sus anécdotas en la Fuerza Aérea y Richard contó a todos la verdad sobre su accidente.
James habló sobre su vida en el cuarenta y terminó siendo obsequiado una copia original del Hobbit autografiado que había pertenecido al abuelo de Melissa. Y Elizabeth... Elizabeth no habló mucho, solo se limitó a reír y comentar las historias de los demás. Pero no quiso comentar la suya, ni tampoco nadie le insistió en que lo hiciera.
Melissa podía ver la culpa pintada sobre su rostro y se sentía terrible por ella. Sabía que todavía seguía mortificándose por lo de Jason. Pensó en hablarle sobre el tema, en asegurarle por vez número mil que ni ella ni James la culpaban por lo sucedido, que la culpable por la muerte de Jason era la Sociedad y no ella.
Pero nunca encontró un momento adecuado para hablarle ni tampoco buscaba agriar las fiestas con un tema tan lúgubre. Después de todo, había sido idea suya prohibir mencionar nada sobre el viaje que los había unido a todos.
Pronto la comida fue desapareciendo de la mesa y más botellas de vino y cerveza aparecían para acompañar lo poco que quedaba de postre. Por alguna razón había música rusa en la radio y, por alguna aun más extraña razón, Wanda y Richard estaban bailando juntos. Los dos con sus mejillas y narices rojizas y los dos con una nefasta coordinación que los hizo trastabillar varias veces. Carol los estaba grabando con una cámara de video que la madre de Melissa había rescatado, y Pietro estaba rogando por una copia de la filmación.
Melissa miró a sus padres, notó la sonrisa en sus rostros y el brillo en sus ojos. Sabía que habían tenido dos horribles años oyendo cosas horribles sobre su crianza y su aptitud parental, sabía que habían sufrido por su culpa y que habían sido alienados por los vecinos. Por lo que en ese momento se sintió eternamente agradecida de que todos hubieran aceptado su invitación y estuvieran entreteniéndolos, trayéndoles un poco de felicidad y diversión tras tan adversos años.
Richard quiso hacer bailar a Sam quien, tras negarse severas veces, se vio obligado a aceptar y comenzó a seguir los pasos que los otros dos le mostraban, con la misma pésima coordinación proporcionada por la cantidad inhumana de alcohol que habían consumido. A Melissa empezó a darle la impresión de que estaban tratando de recrear la coreografía de Rasputín en el Just Dance de memoria.
Wanda invitó a la madre de Melissa a bailar, quien aceptó encantada, y enseguida su padre le pidió a Carol que grabara a su mujer.
—Esto va sin dudas para el video de su cumpleaños sesenta —había dicho él.
—Quiero una invitación a ese cumpleaños —pidió Carol—. Sobre todo si hay más de esta comida y este entretenimiento.
—Los amigos de Melissa siempre serán bienvenidos.
Carol miró a Melissa y ella se encogió de hombros. No eran amigas, ninguna de las personas allí adentro podían considerarse sus amigos —a excepción de Richard—, pero le gustaba creer que había espacio para esa etiqueta en un futuro. Le caían bien, y habían probado ser excelente compañía.
Melissa sacó su celular de su bolsillo para tomar una foto de su madre bailando salsa con Sam —cuándo y por qué habían cambiado de música, Melissa no lo recordaba— y, antes de abrir la cámara, reparó en los miles de mensajes y llamadas perdidas de Steve en la última media hora.
Se fue hasta la cocina para tener un poco más de quietud y abrió el chat, encontrándose con un sinfín de mensajes pidiendo que lo llamara y un link a una noticia de último momento.
—¡Mierda! —exclamó más alto de lo que querría al leer el titular de la noticia.
—¿Qué sucede? —quiso saber James desde la puerta de la cocina.
Ella se dio vuelta y le enseñó la pantalla.
Había habido un accidente en la supermax de Washington y cientos de reclusos lograron escapar.
—¿Thorne? —preguntó él.
—Es probable.
—Felices putas fiestas.
Datos irrelevantes que colecciono mientras escribo este fic de mierda: la temperatura en Tallahassee en Acción de Gracias de 2016 llegó a los 27 grados. Así que sí, hacía calor este día.
Y con esto empezamos el segundo acto! Este acto tiene de mis escenas favoritas y de mis capítulos favoritos en general, pero también les advierto que es un poco más serio y pesado que el anterior (culpo por ello a la falta de Jason relatando los hechos), así que ténganme paciencia.
También decirles que en este mini hiatus sucedieron cosas, y dichas cosas terminaron haciendo que borrara todo el acto de Infinity War/Endgame. Esto se debe a que no tenía sentido ponerlo y cortaba la trama de manera incómoda (ya me van a entender cuando lean el final del tercero, porque venía después de ese) (y el inicio del cuarto también deja bien claro que perder el tiempo con piedritas cósmicas era un delirio y no algo coherente).
Los tkm y más tkm a Liz que por hablarme de este fic el otro día hizo que me dieran ganas de actualizarlo <33
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