012
MEMENTO MORI
VOLUME ONE, ISSUE #12
en el que Melissa hace
nuevas teorías
UITHUIZEN, PAÍSES BAJOS
verano 2016
—¿Sociedad Serpiente? Lo siento, jamás oí hablar de eso. Preguntaré por ahí y veré qué puedo averiguar.
—Gracias, Nick —agradeció Steve a pesar de que esas no eran las palabras que esperaban escuchar cuando lo llamaron—. Realmente nos vendría bien saber a quién nos enfrentamos.
—Sea lo que sea, no tienen por qué ir tras ellos. El gobierno está examinando la veracidad de la información que me enviaron y es casi seguro que les perdonarán el desastre en los campos neerlandeses.
—¿Solo eso? —quiso saber Melissa, quien se mordió el labio inferior y se inclinó un poco más sobre la mesa, como si acercarse al celular fuera a hacer diferencia alguna.
—A nadie le gusta admitir que se equivocaron, menos públicamente, pero estarás recibiendo tu perdón pronto —le informó el exdirector de SHIELD—. Te lo has ganado. También perdonarán a Kirk y a Barnes.
Melissa sintió como un peso era liberado de sus hombros. Tras dos años en las sombras podría regresar a casa, podría volver a cocinar con su padre y ver películas de mal gusto con su madre. Podría volver a pisar el pueblo que la vio crecer y podría darle, por fin, una despedida a Jason como se lo merecía.
Dos años y una arriesgada misión era todo lo que había bastado para arreglar su vida. Ojalá Jason hubiera estado vivo para ver ese esperanzador día en el que el sol finalmente brilló sobre ellos y las chances se inclinaron a su favor.
—De ser posible eviten causar otro desastre internacional —les pidió Fury tras unos momentos en silencio—. Espero pronto traerles buenas noticias.
—Nosotros también —suspiró Steve—. Gracias por todo.
Tras decir aquello la llamada terminó y todos intercambiaron miradas. Había cierto alivio en sus rostros; no había nada como saber que no serían condenados por el mal mando de una desconocida, quien bien pudo haberlos llevado a la ruina.
Habían caminado toda la noche sin rumbo tras haber caído del cielo. Melissa recordaba poco. En su memoria, el tiempo esa noche había dejado de funcionar correctamente, los segundos podían bien haber sido horas y el amanecer pareció llegar tan lento como un nuevo año y tan rápido como un suspiro. Todo lo que recordaba era que no podía ver la hora de encontrar un buen lugar donde recostarse y dormir para siempre.
Fue entonces cuando se toparon con aquel pequeño pueblo neerlandés cuyo nombre no podía pronunciar aunque quisiera. Lo primero en recibirlos había sido una vieja posada campestre, cuyo dueño reconoció el uniforme y escudo de Steve y les permitió hacer uso sus instalaciones por todo el tiempo que desearan, así como también se ofreció a dejarles usar su computadora para lo que necesitaran (lo que, en su caso, significó enviar a Nick Fury por correo toda la información que habían recopilado).
Melissa había dormido el día entero después de eso, el equipo entero lo había hecho. La adrenalina se había esfumado de sus cuerpos y los había azotado una oleada de cansancio y tristeza, la cual trajo consigo el dolor físico.
Steve había insistido en que fuera a ver al único médico del pueblo en cuanto se percató de que Melissa estaba en un constante dolor, y ella, sabiendo que él no dejaría de insistir, había aceptado. Dos días después, drogada en analgésicos y con su brazo encasquetado, se sentía como una persona nueva y casi podía decir que estaba bien. Excepto porque la muerte de Jason seguía repitiéndose en su cabeza en un loop constante. Y las miradas apenadas de todos no la estaban ayudando en lo absoluto.
—Me voy a dar una vuelta —les dijo tras haber cortado con Fury, colgándose su confiable morral al hombro.
Nadie se opuso.
Caminó por un largo rato hasta que encontró un viejo muelle de madera sobre un arroyo al que le vendría bien una lluvia de verano, sacó su libreta plagada de dibujos y dejó que el remolino de emociones que las últimas semanas le habían causado se disipara con cada trazo de su lapicero.
Se quedó allí sentada, con sus piernas colgando sobre el agua y el cuadernillo sobre sus muslos, con su mente en blanco y sus hojas cubiertas de tinta. Por un momento comenzó a sentirse mucho mejor, hasta que uno de los tantos retratos caricaturescos que dibujó le llamó la atención. Comenzó a volver hacia atrás, hacia los dibujos que había realizado mucho antes de esa misión, y volvió a encontrarse con esa misma cara.
Cerró el cuaderno de golpe.
Necesitaba hablar con alguien, con la única persona que podía corroborarle que no estaba por perder la cabeza.
Como si lo hubiera llamado, dicha persona acababa de encontrarla, y su expresión amigable se esfumó de su rostro al instante en que la vio.
—¿Qué pasó?
Melissa intentó no reírse histérica. Habían pasado por tanta mierda en los últimos días que Steve ya era capaz de distinguir al instante cuando las cosas estaban terriblemente mal.
En lugar de reírse le indicó que se sentara con ella y él acató el pedido al instante. Nada de explicarle qué hacía ahí, si la había ido a buscar por algo importante o si solo quería hablar con ella; no, habían vivido lo suficiente para ir directo al grano con sus problemas.
—¿Te acuerdas cuando hablamos sobre nuestros posibles futuros y lo diferentes que serían nuestras vidas? —le preguntó evocando sus momentos en Sacre Cœur, cuando todavía no todo se había ido a la mierda y pudieron permitirse unos minutos de normalidad—. ¿Y me dijiste algo así como que no entendería por qué te gusta tanto dibujar, que no entendería los beneficios terapéuticos que trae?
—Sí, no lo quise decir así. Yo...
—Pues lo entiendo —lo cortó Melissa y apretó con más fuerza el cuaderno sobre su regazo. Antes de lanzarle la bomba, necesitaba darle contexto—. Leíste mi archivo, ¿no?
—Lo hice.
—¿Y qué encontraste?
—Lo normal —le dijo claramente confundido por el inesperado rumbo de la conversación—. Atributos físicos, resultados de tus SATs, notas de la Academia, crímenes en contra de nuestro país.
—Que no cometí.
—Ahora lo sé, sí.
—¿Qué más leíste? —insistió Melissa—. ¿Te dieron mi evaluación psicológica?
—Así es.
—¿La leíste?
—La leí. Pero ¿qué es lo que realmente me quieres preguntar? —le dijo él. No molesto, solo genuinamente curioso e interesado por lo que vendría después—. Porque prefiero que seas tú quien me cuente todo sobre tu vida y no averiguarlo porque lo leí en unos papeles de SHIELD. Somos amigos, supongo —se apresuró a aclarar—, podemos hablar de lo que quieras sin todo este teatro y vueltas. Créeme, soy más amable de lo que parezco.
Melissa apretó los labios y asintió. Le gustaba la idea de que la considerara una amiga, no tenía muchos de esos, tampoco era muy buena haciéndolos. Y si su amigo quería que le soltara todo... Pues allí iba.
—No recuerdo mucho de mi infancia. Yo... Dicen que el trauma puede causar amnesia disociativa y en la mayoría de los casos de abuso infantil, eso pasa, sobre todo cuando sucede en una edad temprana. —Actualmente solo habían dos personas con vida que sabían sobre esa parte de su vida: Richard y el director Fury—. Pasé de casa de acogida en casa de acogida. El único recuerdo que tengo de mi familia biológica fueron nuestras vacaciones a París, cuando vi Sacre Cœur por primera vez. Probablemente porque es el único bueno.
—Jesús, Mel...
—Todo lo demás... —siguió ella en un suspiro—. No lo recuerdo. Y por un tiempo, mientras me paseaban por casas de acogida como a una muñeca de trapo con la que nadie quería jugar a la familia, me cerré. No hablé por un año.
—Pero sí dibujabas —adivinó Steve. Había demasiada pena en su voz como para que Melissa lo soportara—. Era la única forma de olvidar los problemas de una vida sobre la que no tenías control.
—Exacto. Entonces, ya ves, sí tenía sentido lo que decías ese día.
—Me alegra que me lo hayas dicho, pero ¿por qué ahora?
Las manos de Melissa se cerraron con tanta fuerza sobre su libreta que creyó que la rompería en pedazos.
—Porque una de las cosas que dibujaba sin parar, hasta el punto en que llegó a consternar a varios trabajadores sociales, era una mujer —le explicó, esperando que él la estuviera siguiendo—. Cuando entré en el sistema, me dijeron que no tenía familia, que mi madre murió horriblemente.
—¿Crees que la dibujabas a ella?
—Esa era la teoría, que estaba tan arruinada por ella que no podía decir o hacer algo más que dibujarla. Creyeron que si me dejaban hacerlo, entonces recordaría lo que me hizo. Pero nunca recordé, y no estoy segura de querer hacerlo.
—No puedes sanar de heridas que no recuerdas haber obtenido —le dijo él y alcanzó a tocar su brazo sano con suavidad—. Sé que apesta, pero... A veces recordar puede liberarte.
—Quizás... —considero ella. Luego negó con la cabeza—. Ese no es el punto. El punto es... —Melissa soltó el fuerte agarre sobre su libreta y se la extendió a Steve. Él soltó su débil agarre sobre su brazo para poder hojearla—. Mira. La sigo dibujando, incluso hoy. Ignora el resto de los retratos.
—¿Ese soy yo? —preguntó con una leve sonrisa y un tenue tinte rosado en sus mejillas, tinte que pareció contagiarse en Melissa.
—Que no se te suba a la cabeza. Los dibujé a todos.
—Son realmente buenos.
—Lo sé, gracias. Ahora, mira a la mujer —insistió ella y señaló el retrato que quería que acaparara su atención.
—La veo.
—¿Se te hace conocida?
—¿Debería?
Melissa sintió un leve deja vu. Ya habían tenido esa exacta conversación días atrás, en el espacio.
—Recuerdas cuando estábamos buscando archivos, cuando encontré el de... Jason...
Su voz quebrándose la obligó a hacer silencio. Ya había superado la muerte de Jason una vez, no lograba comprender por qué le era tan difícil hacerlo de nuevo. Quizás era porque no soportaba la culpa. Quizás era porque había visto las fotos. Quizás era porque Barnes lo había asesinado frente a ella en nombre del amor.
Fuera cual fuera la razón, ese corazón roto no iba a arreglarse en un futuro cercano.
Su silencio, sin embargo, fue de ayuda para Steve, quien pareció rememorar su inolvidable viaje al espacio. Sus ojos se abrieron un poco más de lo normal, sus cejas se alzaron y se encontró señalándola con su dedo, a pesar de que los dos sabían de quién hablaban.
—Es la mujer de la foto, ¿no? Y dijiste que se te hacía conocida. Es por esto.
—Sí —le confirmó Melissa—. ¿Qué significa? ¿Ella es mi...? —Sacudió la cabeza antes de poder terminar la idea—. Ni siquiera quiero pensar en eso. Pero ¿y si Jason no fue el primero en sobrevivir a los experimentos? ¿Y si yo lo fui?
—Es imposible, eres normal.
—También lo era él.
—No lo era —la contradijo Steve—. Oíste a Buck y viste las fotos, Hydra lo controlaba, estaba lejos de ser normal. Solo hizo un buen trabajo pretendiendo que lo era.
Melissa se mordió el labio una vez más. Entendía lo que Steve le decía, solo deseaba que estuviera equivocado.
—Sé que de alguna forma es más reconfortante creer en esta versión que en la versión que has creído toda tu vida —siguió hablando él en tono extremadamente calmo—, pero no hay evidencia que sostenga tu teoría.
—¿Entonces por qué la dibujo? —inquirió ella, pasándose una desesperada mano por sus dorados cabellos—. ¿Por qué la conozco? Es obvio que estuvo involucrada en mi vida de alguna forma. Todas las cosas que no recuerdo... Tiene que haber sido ella.
—Quizás solo es una coincidencia y tiene un rostro fácil de dibujar.
—O quizás es la culpable de mi infancia de mierda. Y solo hay una forma de saberlo.
Steve asintió.
—Quieres leer los archivos que robamos —adivinó él.
—Exacto —confirmó Melissa—. Si de alguna forma estuve involucrada con esa gente, las pruebas deben estar ahí. Solo que Fury no confía en mí lo suficiente como para decirme qué encuentra.
—Le preguntaré —aceptó el Capitán, logrando un festejo aliviado por parte de Melissa.
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Elizabeth ya no sabía cómo disculparse. Habían pasado días y todavía seguía evitando a Barnes y a Gold, lo cual era un trabajo bastante difícil teniendo en cuenta que se estaban hospedando en el mismo hostal perdido en el medio de la misma nada, esperando que les dieran autorización para moverse sin tener que preocuparse por terminar presos. Sabía que ellos la culpaban por todo, ¿cómo no iban a hacerlo? Había sido ella quien confió ciegamente y se dejó manipular por el enemigo, lo que tristemente terminó por acabar con la vida de un aliado.
El silencio que ocupaba el espacio que Jason debía llenar era insoportable. Elizabeth lo había notado desde el principio, desde que vio el espacio vacío junto a Melissa cuando caminaban sin rumbo la noche que se tiraron del cielo. Lo notaba en las veces que tanto ella como James buscaban a alguien con la mirada para reírse de un chiste interno y la tristeza los abrumaba cuando se encontraban con que no había nadie allí. Lo notaba en la forma en que ninguno de los dos le dirigía la palabra o siquiera la miraba.
Y no había forma de arreglarlo. Había matado a alguien indirectamente, le había arruinado la vida a otras dos personas, ¿y todo por qué? ¿Porque se creyó más inteligente que Hydra o aquella misteriosa Sociedad que parecía estar detrás de todo? Debió saber mejor. Solo tenía veinte años, no tenía idea de lo que estaba haciendo. Nunca debió estar allí.
Estaba sentada en el tejado de la vieja posada que con tanta amabilidad los había recibido. La vista era totalmente diferente a la que había tenido en Ruan, aquí solo podía ver viejas construcciones campestres y un vasto pastizal que se extendía hasta el horizonte, como infinito. Era pacífico. Se preguntó si podría quedarse para siempre en un lugar así, lejos de todos los que alguna vez conoció, pagando por los pecados que cometió.
No. Tenía que regresar a casa y afrontar las consecuencias, mirar a sus padres a los ojos y admitirles que habían criado a una asesina.
—Fue un accidente, lo sabes, ¿cierto?
Pietro Maximoff casi le causa un ataque cardíaco. Reconoció su voz al instante, pues su acento eslavo seguía pareciéndole de lo más interesante.
Lo vio caminar por los tejados como si fuera algo que hiciera a diario para luego sentarse con ella un poco más cerca de lo que le hubiera gustado.
—¿Qué quieres? —casi que le ladró ella.
No eran amigos. No lo precisaba allí.
—Ver cómo estabas.
—¿Y te importa porque...?
—Porque te vi afligida y pensé que te vendría bien una mano amiga. Claramente estaba equivocado —dictaminó ofendido, poniéndose de pie—. Que te diviertas.
Elizabeth se mordió la lengua y apretó los ojos. No podía estar considerando seriamente lo que estaba considerando, pero en el fondo, muy en el fondo, se sintió mal por él.
—Lo siento —le dijo, no reconociéndose a sí misma en sus palabras—. Quédate.
Pietro volvió a sentarse.
—No soy buena haciendo amigos —siguió diciendo ella—, mucho menos aceptando ayuda de desconocidos.
—Para tu suerte, yo sí soy bueno haciendo amigos, y excelente dándole ayuda a desconocidos.
No supo si fueron sus palabras o la forma en la que lo dijo, pero Elizabeth se encontró riendo y fue como si la carga que había arrastrado por los últimos días se disipara y la dejara respirar.
—Si sirve de algo que lo diga, lo que sucedió allí arriba no fue tu culpa. Y nadie aquí lo piensa —volvió a hablar Pietro Maximoff.
Elizabeth ladeó la cabeza, sus amarronados cabellos acompasando el movimiento y siendo apartados de su rostro por la ventisca del atardecer.
—Gold quiso matarme —recordó ella.
—Acababa de perder a un amigo de manera violenta, solo estaba buscando una excusa para justificar su dolor.
—Si no hubiera confiado en esa mujer... —comenzó a lamentarse Elizabeth, quien no dejaba de proyectar una y otra vez en su mente las diferentes formas en que su viaje al espacio pudo haber terminado.
—Que confiaras en ella solo prueba que tienes un gran corazón, Elizabeth —intervino Pietro.
Ella se giró a verlo por primera vez. Tenía un peculiar aspecto, con complexión de atleta olímpico, cabellos con puntas artificialmente blancas —aunque no parecían estar teñidas, o al menos Elizabeth dudaba que se hubiera hecho la tinta en el espacio— y claros ojos que reflejaban cierta tristeza. Vestía ropas que Sam le había prestado, lo cual lo hacía ver mucho más adulto de lo que sospechaba que realmente era.
Sus palabras resonaron en su cabeza. ¿De verdad tenía un gran corazón? ¿O solo había querido jugar al héroe para impresionar a la Capitana Danvers?
—Debí saber que iba a traicionarme —se lamentó en un suspiro—. Y ahora hay alguien muerto.
—Era una zona de guerra —recordó el platinado—. Hubieras confiado en ella o no, cualquiera de nosotros podría haber muerto igualmente. Lo que sucedió, sucedió, y ya no lo puedes cambiar. Pero tampoco puedes pasarte el resto de tus días lamentándote.
—No creo que pueda perdonarme —se encontró admitiendo muy a su pesar.
Esas no eran cosas que quería decir en voz alta, mucho menos a un desconocido. Pietro había estado en lo correcto, era sencillo hablar con él, le transmitía la suficiente confianza para poder sincerarse sin miedo a represalias.
—Te llevará tiempo, sí, pero lograrás perdonarte. —Pietro suspiró, como si algo lo estuviera molestando a él ahora— No apretaste el gatillo, no mataste a nadie.
Un débil recuerdo de los sucesos en Sokovia el año anterior le llegó a Elizabeth. Por supuesto, sabía que así era como Steve conocía a Pietro, y también sabía que estos habían comenzado en lados muy distintos en la guerra contra el androide Ultrón, el cual terminó por causar la destrucción total de la capital del país y acabar con la vida de cientos de miles de habitantes.
Y todo había comenzado con los famosos gemelos Maximoff tomando malas decisiones.
Elizabeth había oído la historia varias veces, pero también había oído cómo se habían retractado al segundo en que fueron conscientes del daño mayor que sus acciones causaron, y cómo se transformaron en héroes, al punto en que Pietro había sacrificado su vida por la causa. A pesar de que ahora estuviera con vida.
Supuso que su insistencia nacía a partir de esos sucesos. Sin embargo, Elizabeth no encontraba lugar en ella para perdonarse, sin importar que no guardaba rencor alguno ni culpaba a Pietro por Sokovia. Eran dos cosas distintas. Los Maximoff jamás pudieron prevenir que semejante situación se desataría, ella sí. De solo haber sido más precavida, Jason Kirk no estaría muerto.
—Como dije, llevará tiempo —dijo él.
—¿Cuánto? —se animó a preguntar la joven.
—Más del que desearías —admitió Pietro—. Pero llegará el día, eso lo puedo prometer.
A Elizabeth le gustaba pensar que tenía razón, pero en ese momento lo sentía un día lejano.
Abrazó sus rodillas y clavó la vista en el horizonte. Quizás Uithuizen no fuera tan mal lugar para vivir.
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El sol estaba cayendo cuando Melissa y Steve decidieron regresar con los demás. Se habían quedado más tiempo del que querían sentados en el muelle, a veces en completo silencio, a veces repasando detalles de la fallida misión o teorías sobre la Sociedad misteriosa que parecía estar detrás de todo. En un momento al que Melissa no recordaba cómo habían llegado, terminaron haciendo una competencia de dibujos, pero como no pudieron acordar un ganador, decidieron buscar quien desempatara su disputa.
Regresar con el resto también significaba afrontar preguntas que todos habían intentado evitar hasta entonces. Nick Fury había pedido que no siguieran la pista de la Sociedad, pero a Melissa le picaba la curiosidad y sabía que no era la única. No solo quería cobrar venganza por la muerte de Jason, quería cobrar venganza por la experimentación ilegal que hicieron en él y en vaya una a saber en cuántas personas más, inclusive en Pietro.
También quería cobrar venganza por ser los responsables de su estatus de fugitiva por dos años. Todo lo malo en su vida se había originado a partir de una Sociedad de Serpientes, no había versión de la historia en la que Melissa no hiciera lo que fuera para asestarles un golpe en retorno.
Por más que deseara una vida normal después de todo lo que había experimentado, era consciente de que lo que pedía era un milagro. Ansiaba la batalla, estaba lista para la guerra, y se encontraba dispuesta para lo que fuera. La vida normal ya no se ajustaba a sus planes.
—¿Qué harás después de esto?
La pregunta de Steve la tomó por sorpresa. Habían hablado de muchas cosas esa tarde, pero lo único que discutieron sobre el futuro era el futuro de la investigación, no el de sus vidas.
—Ir a casa, ver a mis padres, hacerles saber que no criaron a una terrorista —resumió Melissa.
—Suena a un sólido plan —asintió él—. ¿Probarás con arquitectura?
—Oh no —la rubia rio—. Por maravillosa que suene la idea, esa Melissa quedó en el pasado. ¿Qué hay de ti? —se apresuró a añadir—. ¿Qué harás ahora? ¿Escuela de arte?
Fue turno de Steve de reír y negar con su cabeza. La idea de una vida tan mundana resultaba fantástica para ambos, a pesar de que sus corazones añoraban una artística normalidad.
Los cursos de sus vidas habían divergido en enormidad de lo que una vez habían soñado que fueran y, por más que doliera, ambos lo aceptaban agridulcemente.
—La persona que quería eso quedó en el hielo setenta años atrás —se lamentó él—. Probablemente le haga caso a Lizzie y abra con ella la academia de SHIELD una vez más.
Un sinfín de recuerdos felices junto a Jason y Richard se abrieron paso en la mente de Melissa y pintaron una nostálgica sonrisa en su rostro. SHIELD fue lo que fue, pero también fue su hogar, y en esos momentos daría lo que fuera por regresar a ese campus, por volver a tener veinte años y un incierto futuro por delante.
Quería regresar a aprender a pilotear y a disparar, a pasar noches en vela estudiando idiomas y fallando todas sus pruebas de matemática y lógica. La idea le evocó tantos buenos recuerdos que no se sorprendió cuando se le escapó preguntar:
—¿Existe la posibilidad de que me dejen ser parte de su proyecto?
—¿Quieres volver a poner tu vida en el mundo del espionaje internacional? —preguntó Steve con sorpresa.
—¿Por qué no? —dijo ella encogiéndose de hombros.
—Porque acabas de decir que querías volver a casa —le recordó el rubio—, y restaurar una agencia de espionaje con pésima reputación... No es exactamente trabajo que puedas hacer con una vida normal.
—La Academia me dio mis mejores años, y sé que puede volver a serlo para más personas como yo, Jason o Dick.
—Está bien —aceptó Steve y Melissa lo notó contento, quizás aliviado—. Si eso es lo que quieres, estaremos encantados de que te nos sumes. Vamos a necesitar toda la ayuda posible para volver a darle credibilidad y prestigio a la agencia.
—Credibilidad y prestigio son mi segundo y tercer nombre —bromeó ella y logró sacarle una risa.
Caminaron un corto trayecto hacia la posada que estaban utilizando como asentamiento momentáneo, creyendo que todos estarían encerrados en sus respectivas habitaciones —como lo habían hecho hasta ahora— y que nadie los vería llegar. Grande fue su sorpresa cuando los encontraron en la vereda del bar de enfrente, sentados alrededor de una mesa repleta de vasos de cerveza, tanto vacíos como llenos o a medio tomar.
Si Melissa tenía que adivinar, alguien había abierto una cuenta, y todos estaban aprovechándose de ello para tomar lo que quisieran.
—¿Natasha? ¿Wanda?
La confusión de Steve hizo que Melissa prestara un poco más de atención a los comensales y, en efecto, había una mujer pelirroja y otra castaña entre todos los demás. La pelirroja, hasta que no se percató de la presencia de los recién llegados, había estado hablando en secretismo con Barnes, mientras que la castaña abrazaba el brazo de Pietro Maximoff, como si se rehusara a dejarlo ir.
Melissa las reconoció al instante como Natasha Romanoff y Wanda Maximoff. Y si ellas estaban allí, solo podía significar una cosa: podían regresar a casa.
Las mujeres lo saludaron con ánimos y los demás los invitaron a acercarse, ofreciéndoles pintas de cerveza como incentivo.
—Fury nos envió a buscarlos —explicó Romanoff—. Al parecer hay consenso y las pruebas son suficientes como para perdonarlos.
El peso de pronto desapareció de los hombros de Melissa. Ya no tenía que cuidarse la espalda, ya no tenía que preocuparse por la cárcel. Ahora sí, oficialmente, podría regresar a casa.
Y mientras aceptaba el vaso que Barnes le ofrecía y oía las mil y una historias exageradas que los demás trataban de contarles a las recién llegadas, Melissa no pudo evitar desear que Jason estuviera allí.
Uithuizen es un lugar real, por si se lo preguntaban ahre
act one fun facts!
• es el acto más fiel a su primera versión. el resto sufrieron muchos cambios en la reescritura, pero este tuvo cambios muy minúsculos.
• originalmente melissa vivía en una ciudad costera de portugal, no en roma. originalmente jason iba a buscarla a su casa, no la interceptaba en la calle.
• jason supo no tener historia y moría de manera bastante diferente, con otro personaje involucrado. las vueltas de la edición me llevaron a que su historia cambiara por completo y se convirtiera en un personaje que amé escribir.
• pietro siempre revivía. solo que en la primera versión mantenía sus poderes. tengo mis razones para haberle sacado eso ah.
• elizabeth se llamaba johana. después me di cuenta de que eran 4 personajes con nombres en j (jason, james, johanna y otro que ya conocerán) y tuve que cambiarle el nombre porque me pareció un montón. también aproveché para cambiarle la edad y su relevancia en la historia.
• clint tenía protagonismo. de hecho, él y natasha se volvían parte del equipo e iban al espacio con ellos.
• la historia en sus inicios se llamaba serpent society pero después asumí que ese título no iba a atraer mucha gente (jokes on me porque flopeó igual). pero por si se lo preguntan, sí, ellos son los big bads de este fic.
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