010
MEMENTO MORI
VOLUME ONE, ISSUE #10
en el que James cumple
con su promesa
5229-478.7680.2, ÓRBITA TERRESTRE
verano 2016
Melissa y Steve habían decidido dividir el trabajo. Por más que habían predicado que las duplas significaban seguridad y les habían rogado a los demás que por favor no se separaran de su par, lo cierto era que les había tocado una zona bastante amplia y el tiempo se les estaba terminando. Melissa se negaba a regresar sin al menos una prueba que la ayudara a anular su condena, por lo que pensaba llevarse con ella toda la evidencia que pudiera, lo que implicaba barrer más espacio en menos tiempo.
Divide y conquistarás, como decía el dicho.
Y estaban bien así. Steve revisaba el depósito del otro lado del pasillo mientras que ella se encargaba de lo que parecía ser la oficina del director. Las paredes de la oficina estaban cubiertas por altas estanterías repletas de libros en materias e idiomas que Melissa desconocía y, aunque se moría de ganas de abrir algunos de ellos y ver exactamente de qué trataban, no podía permitirse malgastar el poco tiempo que le quedaba.
Miró la hora en el reloj en su muñeca y maldijo interiormente, solo restaban quince minutos antes de tener que volver a reunirse en el hangar. Quince minutos para asegurar toda posible información que pusiera la culpa de lo sucedido en Boston sobre Hydra y no sobre ella. Quince minutos para probar su inocencia. Quince minutos para seguir pasando desapercibidos y no ser descubiertos por quien fuera que estuviera dentro de aquel crucero alienígena además de ellos.
Se acercó al escritorio y tomó asiento en la cómoda y elegante silla de cuero. Se agachó para abrir el ordenador y así poder quitarle el disco duro y, en el proceso, empujó el ratón, causando que el monitor antes en negro ahora se desbloqueara y dejara a la vista un desordenado escritorio, repleto de archivos desperdigados por todos lados.
Estaban cortos de tiempo, lo sabía, pero la curiosidad pudo más con ella y comenzó a husmear. La mayoría eran comprobantes de transferencias a cuentas —probablemente— fantasmas en distintas partes del mundo, aunque también habían archivos sobre proyectos. Fue uno de estos el que hizo que su corazón se detuviera y el que, incluso, logró sacarle una exclamación de sorpresa: Proyecto Deadshot.
Quizás era una coincidencia, después de todo, el nombre en clave de Jason lo habían sacado de un libro de cómics. Quizás no tenía nada que ver con su amigo. O quizás sí. Melissa no iba a levantarse de esa silla sin dejar su duda saciada y, antes de arrepentirse, abrió el archivo, temerosa de lo que pudiera encontrar. Las imágenes que la recibieron fueron suficientes para que quisiera partir el monitor y arrancarse los ojos de la cara.
¿Jason tendría idea de que eso había pasado? Por su propio bienestar, esperaba que no.
Pasó las fotos con rapidez, incapaz de ver a Jason en tal estado. Cuando llegó a la descripción del proyecto, la puerta se abrió de golpe, causando que Melissa se irguiera en la silla y se llevara una mano a la cintura, donde su arma descansaba a espera de ser utilizada. Para su suerte solo se trataba de Steve, a quien no le gustó en lo absoluto su reacción, o el hecho de que estuviera husmeando en lugar de robando.
—¿Qué haces? —dijo y se oía como una reprimienda.
Melissa volvió la vista a la pantalla y tragó con fuerza.
—Tienes que ver esto.
Steve se acercó rápidamente y ella regresó —muy a su pesar— a las fotografías. Lo oyó contener el aliento, y no lo culpaba. No era fácil de ver.
—Me dijo que estuvo ocho meses en coma, nadie está ocho meses en coma y despierta en perfecto estado como lo hizo él —le comentó Melissa, recordando la conversación que habían tenido en Florencia varios días atrás—. No creo que sepa que esto pasó.
—Espero que no lo sepa.
Melissa no podía sacarle los ojos de encima a las imágenes. La primera debía tratarse de los días que siguieron al accidente. Jason parecía estar completamente inconsciente, muerto quizás. Tenía la piel de un tono ceniza y sus rulos caían grasientos sobre su frente. Tenía los ojos artificialmente abiertos con pinzas de metal y una jeringa inyectando un líquido dorado en su iris izquierdo. La segunda foto debía ser de la misma época y el mismo líquido estaba siendo inyectado ahora en su cuello. Para la tercera foto ya parecía estar con vida: al menos su piel había recobrado color. Melissa reparó en que había una mujer rubia a su lado a partir de esa foto, una mujer que se le hacía extrañamente conocida.
—¿La reconoces? —preguntó a Steve.
—No, ¿tú?
—Creo que la conozco, pero no sé exactamente de qué.
—Eso no suena a algo bueno —masculló el hombre.
Coincidía totalmente.
En la siguiente foto había sangre por todos lados, cubriendo el rostro y el torso de Jason y, junto a él, la extraña mujer sonreía con orgullo. Las pocas fotografías que le seguían eran similares a las anteriores: Jason aparentemente muerto, jeringas inyectándole cosas, él cubierto de sangre. Y se repetía. Hasta la última, en un ambiente totalmente diferente a aquel laboratorio en el que se ambientaban las demás. Esta también implicaba a Jason cubierto de sangre, aunque no era la suya, sino de lo que parecía ser un prisionero a quien acababa de matar a golpes y, en el fondo, la misma mujer con aquella sonrisa que helaba su sangre aplaudía, orgullosa.
—Tenemos que salir de aquí, ya —pidió Steve. Enseguida que dijo aquello tomó la iniciativa de arrancar la memoria de la computadora, sin siquiera preocuparse en apagarla.
—¿Qué pasa?
—La última foto, ¿no viste dónde era?
—Una prisión o algo así... —intentó recordar Melissa, aunque la imagen Jason cubierto de sangre seguía siendo lo único que podía ver en su cabeza.
—Sí, pero no cualquier prisión. Esta. —El tono tan grave en el que Steve dijo aquello le provocó un escalofrío—. Lo tenían aquí arriba, lo perdieron allí abajo y nosotros lo trajimos de vuelta.
—Mierda. —Melissa se sintió una completa idiota.
Se levantó con velocidad y pescó lo que parecían ser los últimos archivos firmados por el director antes de seguir a Steve por la puerta. Tenían que encontrar a Jason y tenían que hacerlo cuanto antes. Recordó que lo habían enviado con Richard, por lo que optó por apretar el botón en su pendiente para llamar la atención de su amigo y darle a entender que algo andaba mal.
Enseguida que lo hizo, se tropezó con algo y cayó de bruces al suelo, provocando que todos los papeles con los que cargaba se desperdigaran por el blanco y brillante piso. Al alzar la cabeza, no solo vio a Steve tendido a su lado, sino que notó el desconcierto pintado en su rostro. Siguiendo su mirada se topó con el responsable de aquel acto.
Alto, esbelto, cubierto por ropas deportivas grises y holgadas. Y con una cabellera de rulos castaños, aunque sus puntas tenían un extraño deje de tintura platinada que lo hacían desentonar por completo. Lucía joven, quizás demasiado joven, pero seguía siendo un enemigo.
Melissa optó por levantar su mano sana mientras pensaba en un plan de escape. Richard ya debería haber recibido su señal y probablemente la estaría buscando, por lo que ese sería su elemento sorpresa. Mientras lo esperaba, su trabajo era asegurarse de no morir, y estaba segura de que podía hacerlo en la medida en que ni ella ni Steve dijeran palabra alguna.
Lastima que no compartió su plan con él.
—¿Pietro? —preguntó Steve con extrema confusión.
El chico sonrió y se rascó la nuca.
—¿Me recuerdas?
A Melissa la sorprendió la forma en la que habló. Si alguien no esperaba que estresara sus erres y tuviera ese fuerte y marcado acento eslavo, era él. Estereotípicamente, no había forma de adivinar que aquel extraño fuera ruso.
—Es difícil olvidarte —le aseguró Steve. Melissa intercambiaba su atención de uno al otro de manera constante, tratando de descifrar quién era ese tal Pietro, por qué se conocían y por qué era difícil olvidarlo—. ¿Qué te pasó?
—No lo sé. Me desmayé mientras peleábamos en Sokovia y desperté aquí. Debieron secuestrarme.
—Moriste en Sokovia —lo corrigió Steve.
Ahora sí que Melissa no comprendía nada. Lo único que sabía con certeza era que aquel Pietro no parecía suponer una amenaza inmediata para ellos, pero que otros más hostiles que él podían llegar en cualquier momento. Se puso de pie rápidamente y procedió a recolectar los papeles que había dejado caer.
—¿Morí? —lo escuchó preguntar, incrédulo—. No, no, no, yo... Clint estaba en peligro, lo fui a ayudar...
—Y le salvaste la vida, sí, pero Ultrón te mató. Te enterramos, hicimos un funeral. Wanda estuvo muy mal por mucho tiempo —recordó Steve con pesar.
—No tiene sentido.
Melissa recordó las fotos de Jason muerto y se estremeció. Sí que tenía sentido, tenía todo el sentido del mundo. Fuera lo que fuera que estaban haciendo con los prisioneros allí arriba, los estaba trayendo a la vida.
—Lo siento, pero estamos cortos de tiempo, tenemos que irnos y encontrar a los demás —le explicó Steve—. Ven con nosotros y te explicaré todo, lo prometo.
Pietro dudó. Melissa dudó. ¿Qué les aseguraba que ese era el mismo Pietro que Steve conocía? Absolutamente nada. Podía estar jugando con ellos, engañándolos. Melissa no iba a confiar tan rápido en él. No había nada que pudiera hacer para que fuera merecedor de su beneficio de la duda y prefería equivocarse a confiar ciegamente en él y pagar altas consecuencias.
—Tienen que saber algo antes. No soy el único aquí.
—Contábamos con eso, sí. ¿Tienes idea dónde están? —inquirió Steve. Melissa se mordió la lengua, ¿por qué tenía que hablar tanto?— Tenemos espacio de sobra para sacarlos a todos.
—No creo que quieras hacer eso.
A Melissa le bajó la presión.
—No son prisioneros —aventuró con desdén.
—Trabajan para ellos.
—Para Hydra.
—No, esto no es Hydra —se negó Pietro rotundamente.
Melissa y Steve se miraron, ambos con completa y absoluta confusión. Adrian Pierce los había estado persiguiendo por toda Europa con tal de conseguir las coordenadas para ese maldito crucero alienígena repleto de pruebas incriminadoras y personas revividas. Si no era Hydra quien trabajaba allí arriba, ¿entonces quién?
—No sé quiénes son —siguió diciendo Pietro—. Pero tienen mucha influencia, eso es seguro. Hydra trabaja para ellos.
—¿Cómo puedes saber que no son ellos? —cuestionó Steve.
—Ya fui voluntario para sus experimentos, ¿recuerdas? Sus bases estaban plagadas con su logo, lo mostraban con orgullo. Pero ¿aquí? Aquí las paredes están vacías.
Mirando a su alrededor, y recordando las estériles oficinas que había visitado en los últimos cincuenta minutos, Melissa tuvo que asentir para darle la razón. Lastimosamente era una buena conjetura. Lastimosamente también eso significaba que estaban enfrentándose a un enemigo que estaba por encima de Hydra, que contaba con toda la inteligencia de ellos y que tenía el poder suficiente para controlarlos y usarlos a su gusto.
Con más razón tenían que irse de inmediato.
De pronto comenzaron a oírse pasos corriendo en su dirección. Los tres allí parados miraron hacia atrás. El corazón de Melissa latía a una velocidad para nada sana dentro de su pecho y únicamente se tranquilizó cuando vio a Jason y Richard doblar por el corredor en su dirección, ambos cargando con grandes cajas de cartón en sus manos.
Al verlos, ninguno de los dos detuvo la marcha.
—¡Corran! —exclamó Richard.
—¡Ya vienen! —dijo Jason.
Ninguno de los tres se movió por lo que pareció una eternidad. Y entonces los vieron. Por la exclamación de Pietro, Melissa solo pudo asumir que era de ellos de quienes les había advertido. Al menos diez soldados de uniformes oscuros y robustos, y con sus cabezas cubiertas completamente por pesados cascos, perseguían a Richard y Jason y ahora a ellos también.
Quedarse a mirarlos no era una opción. En cuanto comenzaron a correr, los disparos los siguieron en una sonora y aterradora balacera.
Esquivar balas en un pasillo de amplitud reducida había sido, quizás, una de las tareas más difíciles que Melissa llevó a cabo en su vida. Sentía la mano de Jason en su espalda empujándola hacia adelante, incitándola a que se moviera más rápido. Oía el extraño sonido cósmico de los poderes de Richard siendo utilizados para brindarles protección —y, gracias a Dios por ellos, pues de no contar con su espacial amigo, habrían acabado todos muertos. Tras tomar una curva, encontraron el ascensor que Steve y Melissa habían dejado abierto en caso de tener que escapar con rapidez, y los cinco saltaron dentro.
Jason apretó con frenesí el botón del último piso —piso en el que se encontraba el hangar—, hasta que las puertas se cerraron en el momento justo, salvándoles la vida de milagro.
Melissa se recostó a la pared del elevador y cerró los ojos. Algo le decía que lo peor todavía no había llegado, sino que los estaría esperando una vez que llegaran abajo.
—¿Este quién es? —fue lo primero que preguntó Jason mientras todos trataban de recuperar el aliento.
—No, no, quién es el nuevo es el menor de nuestros problemas —objetó Richard, parecía bastante enojado, a punto de explotar—. Kirk tiene que decirles algo.
—Dick, no es el momento.
—Ya lo sabemos —cortó Melissa antes de que se desatara una discusión que no iba a poder parar—. Encontramos tu archivo.
Jason se vio horrorizado ante sus palabras.
—Mel, lo siento mucho...
A Melissa le dio un vuelco el corazón. ¿Le estaba pidiendo perdón a ella?
—No tienes que disculparte —dijo Steve—. Eres una víctima, Jason, no tienes nada por lo que pedir perdón.
—Pero debí decirles algo... yo... Estamos aquí arriba y... Podría haberles hecho daño si me cruzaba a la persona equivocada.
—Pero estamos todos bien —dijo Melissa, buscándole la mirada que tanto le evitaba.
Quería abrazarlo, quería sacarlo lo más rápido posible de ese lugar que tantos recuerdos horribles deberían estarle causando. Quería saberlo todo. No quería saber nada. Tenía muchas preguntas y un terror enorme por conocer las respuestas.
Lo que optó fue apretarle la mano y dejar la difícil conversación para cuando él estuviera listo para tenerla.
—Van a estar esperándonos, lo saben, ¿cierto? —dijo Pietro—. Tienen armamento que nunca había visto en mi vida y están condicionados para no dejar que nada salga de aquí sin que la jefa lo ordene.
Al Pietro decir la jefa, Melissa no pudo evitar pensar en la mujer rubia de las fotos. ¿Quién era? Y peor todavía, ¿por qué la conocía?
—Entonces peleamos —dictaminó Steve. A Melissa no le gustaba la idea, pero sería una ingenua si creía que existía otra posibilidad—. Pietro, ¿crees que puedas correr y desarmarlos?
—Oh, sobre eso... —Pietro titubeó y cierta tristeza lo abrumó—. Ya no puedo hacer esas cosas. Se aseguraron de ello. —Luego rio amargo—. Por algo me dejan suelto y no en una celda, Cap, no puedo siquiera intentar escapar.
Steve asintió despacio, compasivo. Melissa se preguntó de qué cosas estaban hablando y en qué contexto alguien podría correr y desarmar gente en medio de una batalla sin ser convertido en un colador humano.
—Yo los cubro —se ofreció Richard—. Siempre y cuando corran a la nave o al quinjet y salgan de aquí. Sin mirar atrás, sin esperar.
—Siempre y cuando prometas que estarás detrás nuestro.
—Siempre, Mel —le prometió, pero la promesa parecía vacía.
Las puertas se abrieron y Melissa se quedó con las palabras en la boca. Antes de siquiera poder ver algo, los disparos la ensordecieron y el aroma a pólvora y sangre la abrumaron. Estaban por adentrarse en una verdadera zona de guerra y no había tiempo para pensar sus movimientos de manera rigurosa. Solo tenía su experiencia e intuición a su favor.
Sacó su pistola y siguió a los demás fuera, esperando que ese no fuera su último día en vida.
Tal y como había sucedido pisos más arriba, un ejército cubierto por uniformados robustos componían al equipo enemigo y, tal y como lo había mencionado Pietro Maximoff, contaban con armas que no conformaban el repertorio de armas existentes en la Tierra. Pero disparaban balas, y eso era todo lo que tenían que saber.
Melissa disparaba sin analizar mucho a quién le apuntaba, Jason hacía lo mismo, al igual que James y Sam, quienes ya estaban peleando cuando llegaron. Steve intentaba acercarse tras su escudo, Elizabeth lanzaba flecha tras flecha y Richard golpeaba a todos los que podía con sus blasters de energía. Junto a él, Carol apareció rápidamente y se le unió, generando un poderoso frente que debería derribarlos a todos.
Debería.
Sus contrincantes parecían impasibles a sus ataques y las balas o flechas tampoco les generaban el daño que esperaban.
—¡Váyanse! —les ordenó Richard— ¡Salgan de aquí!
Melissa no quería dejarlo, ¿cómo iba a dejarlo? No podía abandonar a su amigo de esa manera.
Disparó contra los soldados y maldijo cuando la pistola se trabó y ninguna otra bala salió. Quizás ahora sí era un buen momento de irse. Miró al quinjet del otro lado de un gran umbral y sabía que, con la distracción de Richard y Carol, podrían alcanzarlo.
Si no fuera porque alguien lo estaba robando.
Melissa parpadeó dos veces. Sí, estaba viendo bien. Una mujer se estaba subiendo a su quinjet. Atinó a señalarla, pero entonces Elizabeth habló y finalmente Melissa perdió todo conocimiento de la realidad, cayendo en la cuenta de que no tenía la más mínima idea de lo que estaba sucediendo a su alrededor.
—¡Hannah! ¿Qué demonios haces? —gritó Elizabeth.
Al instante en el que lo hizo, Melissa comenzó a correr en dirección a la mujer, siendo seguida de cerca por Jason, quien había dejado la zona de guerra atrás para, como su amiga, cobrar venganza con aquella mujer. Hannah Thorne, la sola responsable de que sus vidas fueran una mierda, la causante del desastre de Boston, la...
Algo empujó a Melissa al suelo con el peso de un cuerpo muerto.
Cayó de frente, sin tiempo a reaccionar, sobre su brazo herido. El dolor le nubló la vista y creyó que se desmayaría. Entonces notó la sangre bajo suyo, un gran charco de un líquido rojo y espeso. ¿Se le habría abierto la herida? Ahora sí que no iba a sanar nunca.
Miró hacia adelante. Hannah estaba por escapar y no había nadie para detenerla. Buscó a Jason detrás suyo para gritarle que la siguiera, pero Jason no podía seguirla.
Jason no podía hacer nada.
Estaba tumbado sobre su espalda y tenía el pecho abierto. Esa era la única forma de describir el gran agujero que la extraña bala había dejado en su torso. Sus ojos seguían abiertos y sus labios todavía se movían, como si murmurara algo.
Melissa no podía moverse de su lugar, ni tampoco quería hacerlo. Todo lo que quería era despertar y que alguien le confirmara que los últimos días habían sido un mal sueño, que de verdad su vida no se había transformado en semejante circo y que, bajo ningún concepto, había matado a Jason dos veces. Pero esa era la vida real, ese era su circo.
Y ese era su amigo agonizando por su culpa una vez más.
Se agachó junto a él, ignorando el punzante dolor en su brazo, e intentó cubrirle la herida con ambas manos, como si eso fuera a servir de algo. No había forma de arreglarlo, Melissa lo sabía a la perfección, pero su histeria la empujaba a al menos intentarlo. Tenía que intentarlo. No podía darse por vencida.
—Lo siento, lo siento —murmuró entre lágrimas—. Lo siento muchísimo.
—Jem... —oyó que Jason murmuraba casi ido.
Por supuesto, pensó Melissa, si iba a morir, que fuera junto a su pareja y no al lado de la responsable de todos sus problemas.
—¡James! ¡James! —lo llamó desesperada.
—Lo prometió, lo prometió... —seguía murmurando Jason incoherentemente—. Jem...
—¡James! —insistió Melissa.
Al alzar la vista, notó que los demás recién se habían percatado de lo que había sucedido. James abandonó la batalla y corrió en su dirección, mientras que el resto trataba de mantener la pelea enfocada en ellos y darles tiempo de decir adiós sin preocuparse por otra cosa.
Por el otro lado, el quinjet ya se había ido y Hannah Thorne había logrado escapar. No que eso fuera importante, a Melissa ya no le importaba; lo único que le importaba es que la había cagado de nuevo y volvía a ser Jason quien se llevara la peor parte.
James se arrodilló junto a ellos sobre el enorme charco de sangre e inspeccionó el cuerpo de Jason, probablemente en busca de la forma de salvarlo.
—Jem —lo llamó Jason, obligándolo a que lo mirara—. Jem, lo prometiste.
—No, no, no... Todavía...
—Lo... prometiste —insistió Jason y su voz parecía apagarse cada vez más—. Prometiste... Lo...
James asintió y Melissa vio una sola lágrima caer, la cual apartó de inmediato. Hasta ese momento, la mujer había intentado mantenerse fuerte, pero ya no lo soportaba más y se permitió llorar. No podía estar viviendo eso de nuevo.
No podía estar perdiendo a Jason de nuevo cuando recién acababa de recuperarlo. Había tanto que quería hacer con él, tanta vida normal que les quedaba por delante, que le partía el corazón saber que ya no sería posible.
Lentamente y tratando de no resbalarse en la sangre, James se irguió sobre sus pies y miró el arma en sus manos. Melissa comenzó a sentir pánico, pánico que se incrementó al momento en el que lo vio apuntar a la cabeza de Jason. ¿Qué estaba haciendo?
—James...
Antes de que Melissa tuviera la oportunidad de detenerlo, James cerró los ojos, murmuró algo inaudible y apretó el gatillo.
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LONDRES, INGLATERRA
otoño, 2015
La chimenea crepitaba con los últimos leños de la noche anterior. Afuera, el sol recién estaba saliendo, evaporando los restos de una temprana nieve de septiembre; adentro, James enrollaba y desenrollaba sus dedos alrededor de los rulos del hombre que dormía sobre su pecho, preguntándose de dónde había sacado tanta suerte como para que su vida llegara a ese punto.
Jason no había sido más que daño colateral, un imprevisto en sus planes que no supo prever, una pieza en el tablero que Hydra había mantenido bajo su manga por todo este tiempo. Habían cruzado caminos por pura casualidad, se habían intentado matar mutuamente y, en el proceso, por error, por azares de la vida, le habían devuelto al otro la vida que habían perdido a manos de Hydra. James recuperó los recuerdos de una vida en la que era libre y Jason recobró autonomía sobre su propio ser.
Y ahora allí estaban, encerrados en su propia burbuja que poca protección les brindaba, esperando a que la racha de buena suerte se les acabara y los enemigos que habían adquirido a lo largo de sus días aparecieran para cobrar su venganza.
Sería solo cuestión de tiempo antes de que todo terminara. Nada bueno duraba para siempre.
James oyó a Jason murmurar en sueños. Siempre lo hacía, ambos lo hacían; era una de las desgracias que venían con el paquete de haber servido a Hydra en contra de su voluntad. A veces los murmullos venían acompañados de movimientos erráticos, como sucedía en ese momento. Trató calmarlo sin despertarlo, pero no parecía surtir efecto.
Le partía el corazón verlo así y no poder hacer nada por ayudarlo. Los dos estaban demasiado rotos como para intentar arreglarse, pero eso no lo detenía de querer al menos intentarlo.
Tras un violento y espasmódico movimiento, Jason despertó de golpe y se sentó con su cabeza entre sus manos. James se incorporó tras él y acarició su espalda.
—¿Puedo hacer algo? —preguntó en voz baja y plantó un beso en su hombro. Al instante, Jason se sintió menos tensionado.
—Estoy bien —le mintió.
—Soy la última persona que va a creerse eso.
Jason giró su cabeza para mirarlo con aquellos amarronados ojos de cachorro que poseía, los causantes de que James le hubiera perdonado la vida en un primer lugar. Siempre había cierta tristeza detrás de ellos, deseaba poder hacerla desaparecer.
—A no ser que puedas sacar a Hydra de mi cabeza, no hay nada que puedas hacer —le dijo con pena—. Pero que estés aquí es suficiente.
—Siempre voy a estar aquí.
Al instante en que lo dijo, se odió por ello; allí se iba una promesa vacía que probablemente no pudiera cumplir. Vivían danzando al borde del precipicio, solo hacía falta una distracción para caer en la ruina.
—¿Con qué soñabas? —preguntó en aras de dejar su falsa promesa detrás.
—Un recuerdo, probablemente. Estaba... —Jason volvió a apartar la vista y a esconder su cabeza entre sus manos.
—Está bien, lo entiendo.
Él asintió y suspiró con cansancio. James ya no sabía qué hacer para hacerlo sentir mejor. Más que nadie entendía lo que era soñar con episodios violentos y sangrientos que él mismo había causado en nombre de la organización que le arruinó la vida. Más que nadie entendía lo que era vivir cada día con el conocimiento de que era una terrible persona que había causado caos y destrucción allí a donde fuera.
Pero más que nadie sabía que enfrentar solo todos esos horribles sentimientos terminaría por arrastrarlo a un oscuro lugar del que no sería fácil salir.
—¿Y si pasa de nuevo?
—Jay... —James se detuvo antes de decirle que no se preocupara por eso. Por supuesto que debía preocuparse, los dos debían hacerlo—. Si pasa estaré aquí para traerte de vuelta. Ya lo hice una vez.
—Podría lastimarte. Jamás me perdonaría si llego a lastimarte.
—No sería tu culpa —le aseguró y volvió a dejar un trazo de besos sobre su hombro. Quizás eso lo calmaría.
—No pueden volver a tenerme, no pueden volver a controlarme. Prométemelo —suplicó Jason.
—No puedo prometerte eso.
—Prométeme que si vuelvo a quedar expuesto para que me usen como su arma personal, vas a evitarlo.
A James no le estaba gustando para nada lo que Jason insinuaba que quería que hiciera.
—Eres el único que sabe lo que se siente hacer cosas terribles y no tener el control —siguió presionando—. Una bala aquí —dijo señalándose la frente— y ya no podrán usar mi destrozado cerebro para programarme a su gusto. Promételo, Jem.
El susodicho cerró los ojos por unos segundos. No quería prometerle eso, no quería ni siquiera pensar en la posibilidad de llegar a ese punto; pero tenía que ser realista, podía suceder en cualquier momento. Hydra estaba barriendo las calles en su búsqueda, no podían moverse por la ciudad sin la constante paranoia de que Pierce o sus secuaces los encontrarían. Sería solo cuestión de tiempo antes de que cualquiera de los dos —o los dos— cayeran en manos enemigas y volvieran a ser empujados en la piel de sus asesinos alter egos.
Lo que Jason le pedía era una salida pacífica y eso era algo que no podía negarle.
—Lo prometo —se encontró diciendo—. Pero espero nunca tener que cumplirlo.
—Espero nunca tengas que hacerlo. —Jason se dio media vuelta, alzó su barbilla y encontró sus labios con los suyos en un lento y agradecido beso—. Gracias —le dijo al separarse—, por no odiarme por pedirte esto.
—Sé que harías lo mismo por mí.
—Sin dudarlo.
James volvió a recostarse sobre la almohada y Jason lo siguió, apoyando una vez más su cabeza sobre su pecho. Era reconfortante tenerlo cerca, le generaba un inmenso deseo de quedarse así para siempre, solo ellos dos, como dos personas normales tratando de formar una relación, sin promesas de asesinato de por medio.
Pero no eran personas normales. Y un año más tarde, tras haber cumplido su promesa y destrozado su corazón en el proceso, James no quería más que regresar a esa fría mañana en Londres.
ejem
no saben lo que me dolía leer sus comentarios amando a jason jajsjsjsjs pido disculpas
en mi defensa, cuando escribí por primera vez la muerte de Jason, no me había apegado emocionalmente a él y la decisión de matarlo fue una decisión simple para mover la trama (de una forma u otra esto es el catalista de absolutamente todo lo que sucede de aquí en más. lit uno de los capítulos más importantes del fic, si no es el capítulo más importante en general).
ahora que le di su propia historia y escribí varios capítulos desde su punto de vista, esto me duele, me lastima. me encariñé MUCHO con él, de mis ocs favoritos de escribir.
rip Jason Kirk, no se hacen una idea de lo que extraño escribirlo </3 estoy terminando el segundo acto y no es lo mismo sin su sarcasmo y su pov caótico. constantemente siento que le falta algo a ese acto y me estoy dando cuenta de que ese algo es jason. q hombre.
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