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009


MEMENTO MORI
VOLUME ONE, ISSUE #9

en el que discuten el alcance
de la invisibilidad



5229-478.7680.2, ÓRBITA TERRESTRE
verano 2016

Acoplar el quinjet fue la peor parte de volar en el espacio. Melissa no habría podido hacerlo sola jamás, no solo porque le faltaba una mano, sino porque calcular las distancias cuando el rozamiento era nulo era prácticamente imposible. Había cedido sus controles a Steve y Sam, este último objetando que, aunque nunca había piloteado en el espacio, sí tenía nociones básicas de aterrizar sobre portaaviones, y una nave espacial no podía ser muy distinto.

A la primera maniobra con la que los sacudió con fuerza se percató de que sí era distinto, pero enseguida entró en sintonía con el jet, y fue cuestión de pocos intentos para que lograran acoplar sin matarse.

—Eso fue genial —bramó Sam con una contagiosa sonrisa pintada en su rostro.

—¿Verdad que sí? —apoyó Melissa—. Siento que ya no importa si vinimos hasta aquí por nada.

—Valió totalmente la pena. Ahora tendré que añadir que volé en el espacio a mi currículum.

—Buena suerte para probarlo —apuntó Elizabeth—. Nadie va a creerte.

—Tómame una foto al regreso. Mis sobrinos van a alucinar cuando me vean.

—Yo también quiero una —intervino Melissa, sin saber exactamente si su felicidad era genuina o una mentira inducida por el extremo estrés que le había causado pilotear hasta el espacio (y por las aspirinas que había tomado antes de partir).

—Todos tendrán sus fotos al regreso —les aseguró Steve, el único de los cuatro que parecía estarse tomando la situación con la seriedad que ameritaba—. Ahora vamos con el resto.

Murmurando disculpas y recuperando la compostura que deberían tener en una situación tan arriesgada como esa, procedieron a abrir la compuerta y bajar al interior del inmenso crucero.

El ambiente artificial parecía sacado de una película de ciencia ficción, y causó que Melissa se sintiera diminuta. Las paredes de metal se extendían altísimas, con pasadizos y puentes conectando un lado con el otro. Dentro de aquel hangar no había más que las dos naves que acababan de arribar, pero había espacio para al menos otras cinco, quizás más. Hacía frío, aunque no suficiente para que sintiera la necesidad de abrigarse.

Era exactamente como Melissa se había imaginado que sería.

—Lamento ser el portador de malas noticias, pero tengo pésimas noticias y necesito que me confirmen que traían armas con ustedes.

Que Richard los recibiera así causó que el ánimo decayera al instante. Melissa cerró los ojos y se agarró el puente de la nariz. Ni dos segundos de paz podía tener.

Pensó en el inventario que habían repasado con Jason y torció el gesto. No tenían mucho más que un par de pistolas de mano. Y esa fue exactamente la respuesta que le dio a su amigo.

—Estamos fritos entonces —concluyó él.

—¿Qué pasó? —preguntó Steve.

—El escáner biométrico dio positivo —les explicó Carol—. En otras palabras, no estamos solos.

—Simplemente perfecto —masculló Elizabeth.

—Diría que no es muy tarde para arrepentirse, pero estamos un poco lejos de casa como para hacerlo —se lamentó Melissa, completamente consciente de que ese había sido su plan y de que era su responsabilidad brindarle a todo el equipo la seguridad de que regresarían en una pieza—. Si no quieren seguir, pueden quedarse aquí.

—Gold, te seguimos hasta el espacio porque creemos en la causa. Nadie se va a dar vuelta, no ahora —le aseguró Sam. Ella apretó los labios en una sonrisa agradecida.

Miró a los demás: todos parecían perfectamente convencidos de seguir adelante a pesar de que amenazas los estaban esperando al segundo en que salieran del hangar. Cuando su atención recayó en Steve, este asintió una vez más para demostrar su apoyo e incitarla a seguir.

—Vinimos hasta aquí porque Hydra está escondiendo algo por lo que están dispuestos a asesinar. La meta es averiguar qué es eso —comenzó a decir y, contrario a lo que creía que sucedería, su voz no flaqueó, sino que se mantuvo firme y potente. Era su momento de liderar y lo iba a hacer bien—. Si encontramos computadoras, nos llevamos sus discos duros. Si encontramos archivos en papel, los traemos en cajas. Si encontramos prisioneros, los llevamos con nosotros. Necesitamos ser rápidos y ágiles, estar el menor tiempo posible aquí arriba. No dejen que los atrapen ni mucho menos que los maten —pidió y esperó que todos cumplieran al menos con este último requerimiento. Luego suspiró—. Nos separamos en duplas, más rápido que ir todos juntos y más seguro que ir solos.

—Me pido a Danvers —reclamó Elizabeth rápidamente—. Si estás de acuerdo.

—Por supuesto —aceptó la susodicha.

—¿Barnes?

James miró a Jason con desdén y luego se volvió a Sam, quien acababa de hablarle.

—Seguro.

—¿Gold? —preguntó Steve.

No iba a mentir, Melissa se sintió halagada de haber sido escogida, por lo que aceptó quizás más rápido de lo que debería haberlo hecho.

Esto formó a la última pareja por descarte: Jason y Richard, y era claro que los dos preferían ir por su cuenta a tener que ir juntos. Pero Melissa no pensaba dejar que sus únicos dos amigos se arriesgaran de esa forma. Los necesitaba, más de lo que jamás iba a admitirles, no podía darse el lujo de perder a ninguno solo porque sus egos eran más grandes que aquel crucero.

—Se separan y los mato yo, ¿me escuchan? —los amenazó. Los dos asintieron, temerosos, algo avergonzados por la reprimienda frente a completos desconocidos—. Y usen esto como una experiencia de acercamiento, a ver si ponen sus dramas de lado de una vez por todas.

—Sí, Mel —musitó Richard.

—Como digas, Mel —aceptó Jason entre dientes.

—Música para mis oídos.

—¿Todos recuerdan el plan? —intervino Steve, tomando la posición de líder por unos momentos. Los demás asintieron o pronunciaron respuestas afirmativas—. Tomen lo que puedan, lo que no, ni lo intenten. Sus vidas importan más que esta misión.

—Nos vemos aquí en una hora —siguió indicando Melissa—. Nadie se irá si no estamos todos, pero no hagamos esperar al resto más tiempo del necesario a no ser que se trate de una emergencia. Estén atentos al tiempo, cuídense las espaldas, no tomen desvíos. Y mucha suerte.



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Si alguien le hubiera dicho a Steve que algún día su vida llegaría a ese punto en concreto, se hubiera reído y dicho que habían perdido la cabeza.

Sin embargo, allí estaba, caminando por los anchos y desolados pasillos de un crucero espacial perteneciente a una raza alienígena, codo a codo con una mujer a quien solo días atrás había considerado una importante criminal, siendo apoyado ciegamente por el grupo de héroes más extraño y valiente que había conocido, en busca de información clasificada de una agencia de inteligencia nazi que se suponía que debía llevar décadas extinta. Todo mientras intentaban no ser asesinados por agentes de dicha agencia.

De quienes, dicho sea de paso, no había señal alguna. Danvers les había informado de la presencia de posibles humanos o alienígenas hostiles allí adentro, pero ¿dónde estaban? De seguro los habían oído llegar y los estaban viendo por las cámaras de seguridad. ¿Por qué no los atacaban? ¿Qué estaban esperando?

La situación era demasiado extraña, eso viniendo de alguien que vivía cotidianamente con rarezas. Pero a pesar de la extrañeza y completa locura de lo que estaba viviendo, lo cierto era que se alegraba de estar allí. Su presencia en ese crucero era prueba irrefutable de que Melissa había estado equivocada, al igual que el resto del mundo, cuando lo llamó un perro faldero del Gobierno, una marioneta que solo actuaba si las autoridades movían los hilos para que lo hiciera. Había llegado allí por sus propias creencias y decisiones; nadie lo había mandado, nadie le había dado órdenes. Él mismo, voluntariamente, había decidido que llegar hasta allí era la mejor decisión que podía tomar con la información que poseía. Y esto era un sentimiento más que liberador.

En cierta forma estar allí limpiaba su nombre, sacándolo de la casilla en la que se había metido sin quererlo por todos estos años.

Y Melissa estaba pasando por algo similar, solo que su situación era un poco más compleja que la de él, y la casilla en la que el mundo la había colocado no era la de —en parte completamente inofensiva— marioneta del Gobierno, sino la de terrorista, criminal, asesina y traidora. Que estuviera allí arriba arriesgándolo absolutamente todo por la remota posibilidad de salvar una vida inocente hablaba más de ella de lo que haría cualquier parte de misiones de SHIELD.

Steve pensaba hacer lo que estuviera a su alcance para asegurarse de que el mundo conociera su valentía y viera su corazón.

—Sé lo que estás pensando —le soltó Melissa tras varios minutos en silencio. Su voz hizo eco a lo largo del metálico pasillo por el que caminaban, irrumpiendo el clínico silencio que los rodeaba.

La forma en la que pronunció aquello le dio la pauta a Steve de que los nervios la estaban carcomiendo, por lo que le ofreció una reconfortante sonrisa y aceptó su intento de generar conversación para distraerse.

—¿Y en qué estoy pensando?

—En que nada nos asegura que Hydra no tenga a un mejorado con la habilidad de volverse invisible parado detrás nuestro con el dedo en el gatillo, listo para dispararnos.

Tal y como cuando le había hablado sobre su pasión por el arte, Melissa escupió aquellas palabras a una alta velocidad y con un extraño acento británico que casi hace que fuera imposible entenderla. Pero Steve la entendió y, lo peor de todo, dejó que su delirio lo afectara. ¿Qué les aseguraba que eso no estuviera sucediendo? Absolutamente nada.

Hydra ya le había dado poderes extraños a seres humanos —los gemelos Maximoff eran prueba de ello—, por lo que no era una idea descabellada. Un sudor frío le recorrió la espalda.

—No estaba pensando en eso, pero gracias por poner la idea en mi cabeza, Mel... issa —se corrigió con rapidez, ocultando su repentina incomodidad tras una tos.

Si ella se dio cuenta, no pareció importarle.

—Si yo tengo que caminar con ese miedo irracional, tú también —fue la respuesta que le dio, e incluso miró hacia atrás, lo que lo llevó a él a hacer lo mismo. No había nada, estaban solos.

O no.

—Si te sirve de consuelo, no creo que tengamos a nadie detrás —concluyó Steve regresando la vista al frente.

—¿Eso por qué?

—Piénsalo. ¿Cómo realmente funciona la invisibilidad? —comenzó a divagar él. Por más que existiera la posibilidad de que el miedo irracional de Melissa fuera real, Steve debía hacerle creer todo lo contrario. Pero nada le decía que en el proceso de hacerle creer tal cosa no podía divertirse un poco—. Tendríamos que haberlo escuchado venir, o al menos lo estaríamos escuchando respirar y caminar atrás nuestro. Pero no lo hacemos.

—Si puede hacer que su ropa sea invisible, quizás también puede hacer que sus movimientos sean inaudibles.

—¿Si puede hacer su ropa invisible eso significa que puede hacer invisible todo lo que toca? —trató de razonar él— ¿Y lo hace a voluntad o sin quererlo?

—Espero que a voluntad, porque odiaría golpearlo y que se caiga de cara al suelo y entonces haga invisible todo el crucero, dejándonos caminando en el espacio.

—No voy a negar que sería una situación desfavorable —aceptó, considerando la racionalidad detrás de tan irracional miedo.

—¿Crees que seriamos capaces de ver algo? —preguntó Melissa y había cierto pavor en su expresión. Steve maldijo interiormente. Su estrategia había causado el efecto contrario al que buscaba—. Dicen que el espacio es oscuro, pero nosotros hoy veíamos para afuera porque el quinjet tiene luces. Si no hay luces...

—Mel —la detuvo él, deteniendo también la marcha. Debía sacarla de su miseria antes de que sus nervios comprometieran toda la misión. Habían llegado demasiado lejos como para permitirse un paso en falso—. Es normal estar asustada.

Ella bajó la mirada y dejó caer su postura estoica.

—¿Es tan obvio?

—Demasiado.

—Es solo que... —Melissa sacudió su mano sana y alzó la vista para alcanzar los ojos de Steve. En ese exacto momento sintió la necesidad de abrazarla, pero enseguida hizo a un lado sus instintos—. De esto depende el resto de mi vida. Si las cosas salen bien, quizás pueda comenzar de cero, vivir como se me de la gana sin preocuparme por si la persona a mi lado va a llevarme presa; mierda, incluso quizás pueda ver a mis padres de nuevo. Pero si no consigo el perdón que necesito, si no puedo volver a casa, entonces no tengo nada.

—Funcionará, lo prometo —Steve detuvo su verborrea al poner ambas manos sobre sus hombros, procurando ser leve en su brazo herido—. Saldremos todos de aquí y podrás regresar a casa.

—No hagas promesas que no puedes cumplir, Capi —canturreó la rubia.

—Me encargaré de poder cumplir esta.



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Habían conspirado en su contra, esa era la única opción. Todos allí lo odiaban —a excepción de Jem, esperaba— por lo que habían decidido hacer su vida miserable al emparejarlo con Dick.

Concentrarse en sus tareas era un trabajo difícil cuando tenía a aquel idiótico ser humano respirando cerca suyo. Tras encontrar lo que parecía ser una oficina, Richard y Jason se habían apresurado a recuperar todo archivo en papel o digital que pudieran encontrar para probar los actos ilícitos que se llevaban a cabo en aquel lugar. Mientras que Jason rebuscaba entre viejos papeles, Richard se encargaba de desmantelar los ordenadores y arrancar sus discos duros.

En parte Jason se alegraba de que Rider no estuviera metiendo sus narices en viejos datos, pues podía encontrar cosas que no lo favorecían. Todos podían encontrar cosas que no lo favorecían. Era más que probable que lo hicieran.

Quizás Jem había tenido razón, quizás debió contar la verdad antes de que saliera a la luz por sí sola y lo hiciera verse más culpable de lo que era. Había sido un idiota. ¿Quién iba a creer en su palabra después de que se enteraran de lo que había hecho? ¿Quién iba a considerar que era el bueno si les había mentido por todo este tiempo?

Se sintió enfermo, creyó que vomitaría allí mismo. Estaba perdido.

—¿Kirk?

La voz de Richard lo hizo sentir peor. No quería mirarlo. ¿Habría encontrado algo? Probablemente sí. Oh, ahora iría a contarles a todos sobre cómo Jason Kirk les había mentido y manipulado por todo este tiempo. Lo iba a delatar por puntos de popularidad, tal y como lo había hecho tantos años atrás.

—Kirk —volvió a llamarlo. Jason se sorprendió al no notar un hostil tono en su voz—. ¿Estás bien? Te ves más pálido que de costumbre.

—Sí —mintió de la mejor forma que pudo—. Solo un poco mareado, eso es todo. Debe haber sido el viaje.

—¿Seguro? Tengo barras energéticas si quieres.

—¡Estoy bien! —explotó, golpeando el escritorio que tenía en frente suyo, causando que se rompiera al medio—. No tienes que pretender que te preocupas por mí.

—¿Y qué pasa si no estoy pretendiendo? —remató Richard, su mirada preocupada pasando del rostro de Jason al escritorio roto.

¿Tenía que ponerse a bromear en esos momentos? ¿De verdad? Jason no creía que tuviera espacio dentro suyo para detestarlo más de lo que ya lo hacía, pero a diario Richard le probaba que todavía era posible. No veía la hora de que regresara al espacio y volviera a perderse entre las constelaciones por el resto de sus días. No quería verlo nunca más. No quería escucharlo nunca más.

Richard se incorporó con la memoria del ordenador en su mano y lo miró con seriedad. Podía leerse en su cara que quería decirle algo y Jason tuvo que controlar sus impulsos de mandarlo a callar de antemano.

—¿Por qué me odias tanto? —le preguntó inocentemente.

A Jason le hirvió la sangre.

—¿Me estás jodiendo? —le espetó, escupiendo las palabras— ¿En serio quieres hacer esto ahora?

—Estamos atascados juntos con posibles amenazas a la vuelta de cada esquina y detrás de cada puerta —le recordó Richard, extendiendo sus brazos a sus lados para hacer énfasis en sus palabras—. Puedes estar malditamente seguro de que vamos a hacer esto ahora porque necesito saber que no me vas a dejar morir a la primera oportunidad que se te presente. O que no vas a matarme directamente —añadió señalando al pedazo de mueble que yacía en el suelo.

Que él creyera eso era un claro ejemplo de que no lo conocía ni nunca lo conoció de verdad. Nunca fueron amigos, tampoco había futuro para que lo fueran, eso había quedado más que obvio.

Jason terminó de cerrar una caja de cartón verde llena de archivos y se apoyó sobre ella.

—Por Dios, Dick, te odio, pero eso no significa que te quiera muerto.

—Pues pareciera que sí. Cada vez que me miras me da la impresión de que vas a cortarme la garganta mientras duermo.

—¡Ahí va de nuevo el rey del drama! —exclamó rodando los ojos lo más atras que pudo.

Dicho eso, Jason se encaminó a la puerta de salida, listo para revisar la próxima oficina en su camino. Enseguida oyó los pasos de Richard correr detrás suyo.

—No seas imbécil y enfrenta esto como el adulto que eres —le reclamó tras llegar a su lado.

Una extraña posibilidad se le cruzó por la mente a Jason tras oír a su némesis tan desesperado. No podía ser, pero en esos momentos era lo único que parecía tener sentido.

—¿De verdad no recuerdas por qué te odio?

—Nunca lo supe —dijo Richard a su lado, encogiéndose de hombros. Al mismo tiempo, empujó una nueva puerta y ambos se adentraron en una nueva oficina, exactamente igual a la anterior: fría, sin rastro de vida inteligente y salida de una película de ciencia ficción de los noventa, de esas que solía mirar con Melissa e, irónicamente, Richard, en las noches que pretendían estudiar para sus exámenes de la Academia de SHIELD—. ¿Computadoras o cajas? —preguntó, desviando el tema por unos segundos.

—Cajas —pidió, sabiendo que era más seguro si él se encargaba de eso. Al menos así Richard demoraría un poco más en enterarse de la verdad.

—¿Entonces? —siguió insistiendo— ¿Qué fue lo tan terrible que te hice?

—Si no lo recuerdas, entonces ¿por qué me odias?

La imagen de una mujer rubia en uno de los archivos que levantó hizo que de pronto la voz de Richard se desvaneciera en el aire y Jason no fuera capaz de oír nada. En esos momentos, su respuesta ya no le importaba, su pelea estúpida ya no le importaba. Recuerdos borrosos de la vida que con tanto esfuerzo intentó olvidar amenazaron con ahogarlo bajo su agonizante peso, le pisotearon el corazón y le arrancaron los pulmones. Podía oír a esa mujer reír de aquella manera tan cínica que la caracterizaba, y el deseo absoluto de morir se volvió a apoderar de él. Hacía meses que no sentía esa desesperante necesidad de escoger la muerte.

Por supuesto que acababan de entrar directo en su juego. Era lo que ella quería, al fin y al cabo, siempre hacían lo que ella quería. No se podía escapar de sus garras. No había decisión en el mundo que alguien pudiera tomar sin que aquella retorcida mujer se enterara.

Mierda, no había decisión en el mundo que alguien pudiera tomar sin que ella ya lo hubiera previsto y planificado una contingencia.

Ahora todos iban a morir y era su culpa. Todo era su culpa. Jason los había matado y viviría con eso por siempre en su conciencia.

—Jason, Jason. —Era la voz de Richard llamándolo desde la lejanía—. Jay.

Su rostro se materializó frente suyo entre toda la bruma en la que se había transformado su visión. Sus claros ojos buscaban los castaños y enrojecidos de Jason con desesperación. Sus manos lo sostenían por los hombros y lo sacudían suavemente, tratando de llamar su atención, pero sin asustarlo más de lo que ya estaba.

—Jay, háblame.

Jason se dio cuenta de que estaba temblando e hiperventilando. Bajó los ojos al archivo en sus manos y Richard lo siguió, reparando en la rubia mujer que había detonado aquella reacción en el hombre.

—¿La conoces? ¿Quién es?

—Estoy en problemas —fue lo que pudo decir. Lo hizo en voz tan baja que se preguntó si Richard había sido capaz de escucharlo.

—Está bien, háblame, ayúdame a ayudarte —le pidió en una tonalidad similar.

El odio que Jason había sentido por él ahora se había disipado y estaba agradecido de que fuera Richard con quien enfrentara esa situación.

—Hay algo que debes saber sobre mí.

Richard asintió y Jason tomó aire. Luego, comenzó a contarle absolutamente todo, sin dejar ningún detalle escondido.



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Elizabeth se percató de su presencia cuando entraron al tercer depósito. Le había parecido escucharla antes, pero había creído que quizás se trataba de su mente jugando con su paranoia.

Desde que Carol les había anunciado que el escáner biométrico había dado positivo, Elizabeth no podía dejar de pensar en qué seres estaban acechándolos por allí. ¿Serían humanos? ¿Serían aliens? ¿Serían híbridos? La respuesta solo se podía obtener enfrentándose cara a cara con ellos y, por más que moría de ganas de saber con qué estaba lidiando, lo cierto era que prefería quedarse con la duda. Todavía le gustaba su vida.

Pero al tercer depósito en el que entraron, la vio. Había sido una ráfaga, una sombra por el rabillo de su ojo, unos distantes pasos que captaron su atención. Había sido rápida, sí, pero también real.

—Pst —chistó en susurros con el objetivo de acaparar la atención de Carol.

La rubia, ocupada filtrando archivos en una estantería, se giró a mirarla.

—¿Qué? —preguntó con voz igual de baja.

—No estamos solas.

Carol dejó al instante lo que estaba haciendo, al igual que Elizabeth. La más joven le indicó que se acercara a la puerta y la entreabrieron solo un poco, lo suficiente como para echar un ojo fuera y analizar en qué tan pésima situación estaban.

Sin embargo, al hacerlo, no vieron más que soledad absoluta y un silencio casi que ficticio.

—¿Estás segura? —inquirió Carol.

—Sí. Sé lo que vi —masculló Elizabeth.

¿La estaba tratando de mentirosa? ¿De loca? No iba a permitirlo. Ella lo había visto y, si Carol no le creía, entonces estaba en sus manos probar que estaba diciendo la verdad. Iría allí afuera y apresaría a cualquier marioneta de Hydra que atentara contra su seguridad.

Intentó abrir más la puerta y fue detenida por la rubia junto a ella, quien presentó resistencia ante tal acción.

—¿Quieres morir, niña?

Elizabeth ni siquiera tuvo tiempo de enojarse por ser llamada niña pues pasos volvieron a oírse en el pasillo. Carol le hizo señas para que se quedara callada. ¿Qué esperaba? ¿Que se pusiera a gritar frente al peligro? Quizás era joven, sí, pero no era una idiota.

Los pasos se siguieron acercando con el sigilo de un león a punto de cazar a su presa. Elizabeth, quien no salía a ningún lugar medianamente peligroso sin su arco y flechas, sacó una del carcaj y la colocó en el arco. Carol asintió despacio y activó sus poderes.

Por supuesto, ¿qué utilidad tenía una arquera al lado de una mujer de su calibre? Ninguna.

Cuando su persecutor estuvo lo suficientemente cerca, Carol disparó y se oyó un quejido, seguido por el ruido de un cuerpo cayendo al suelo. Elizabeth había oído lo que Carol había hecho en París, por lo que sabía que se había contenido en esos momentos, probablemente para poder cuestionar a aquella persona.

Las dos salieron de su escondite con la castaña lista para disparar su flecha de ser necesario, y se encontraron con una mujer recobrando el aliento en el piso. No podía pasar los treinta años, tenía la tez algo tostada y el cabello del mismo tono que Elizabeth misma. Había pecas desperdigadas en sus mejillas. Era bastante linda para una nazi.

—El próximo dolerá más —amenazó Carol—. Así que te conviene hablar.

—Por favor, estoy de su lado, no me maten —pidió la mujer, cubriéndose su rostro con sus manos.

Había decidido comenzar con mentiras y manipulación, típico de Hydra.

—¿Cuántos más de ustedes hay? ¿Dónde están? ¿Para quién trabajan? —cuestionó Elizabeth.

La mujer lloriqueó en el suelo, lo que exasperó todavía más a la joven. Quizás solo debían matarla y ya, un problema menos con el que lidiar, una escoria menos por la que preocuparse.

—Responde —insistió Carol—. No vinimos a jugar.

Tras un lloriqueo más, la mujer habló.

—Seremos veinte personas. Por favor, nos tienen secuestrados aquí, nos hacen cosas terribles. Ustedes... —Se atragantó con lágrimas y tuvo que limpiarse el rostro con su manga antes de poder volver a hablar—. Son nuestra única salvación. Nos van a matar. O peor... Por favor.

A Elizabeth le asaltó la culpa. Había visto a muchos agentes de Hydra mentirle en la cara, sí, pero también había hablado con muchas víctimas como para saber que ella se trataba de una. Ser hostiles con ella era lo último que quería ser. No merecía el mal trato de su parte.

Bajó el arco, apoyándolo sobre la pared a su lado, y caminó hasta la mujer para agacharse a su lado. Sabía que Carol todavía seguía con su mano envuelta en energía amarilla, lista para disparar de ser necesario. Pero no lo sería.

—Lo sentimos —se disculpó la joven por ambas—. Creímos que estabas con ellos.

—¡Jamás! —lloró la desconocida—. Nos han hecho cosas terribles. Nunca estaríamos con ellos.

—Podemos ayudarlos y sacarlos a todos de aquí —le aseguró Carol bajando la guardia—. Solo dinos dónde buscar.

La mujer asintió y, con ayuda de Elizabeth, se irguió sobre sus pies.

—¿Cómo te llamas? —preguntó la más joven.

—Hannah. Hannah Thorne —se presentó ella limpiándose las lágrimas.

—Salgamos de aquí, Hannah.

Las pautas de la misión habían sido claras: sacar de allí adentro toda la información posible o, en el caso de encontrar prisioneros, asegurar su bienestar. Ellas acababan de encontrar prisioneros y, por más valiosa que pudiera ser la información que fueran capaces de recabar, sus vidas valían mucho más. Nadie podía enojarse si se aparecían con las manos vacías y veinte tripulantes más para sus naves, ¿no?


















la fuerza de voluntad que necesito a diario para no borrar esto es enorme, no se hacen una idea.

al final solo publico para liz y lu jajsjsjjs las tkm reinas.

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