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008


MEMENTO MORI
VOLUME ONE, ISSUE #8

en el que Melissa vuela
en el espacio exterior



RUAN, FRANCIA
verano 2016

La Capitana Danvers les había dibujado un cuasi mapa del crucero Kree a base de sus recuerdos, lo que no era mucho, pero sí era más de lo que Steve pensaba tener en manos cuando planificaron salir a la estratosfera.

No iba a mentir, la noche anterior no había podido dormir. Su mente no dejaba de dar vueltas y de analizar fríamente lo que estaban por hacer. Iban a ir al espacio, se adentrarían en un ambiente totalmente desconocido, sin tener la menor idea de qué los esperaría del otro lado, con objetivos que todavía no tenían del todo claro. ¿Qué iban a hacer una vez que llegaran arriba? ¿Qué pasaría si se encontraban con gente que tenían que salvar? ¿Los podrían salvar? ¿SHIELD tenía la capacidad de ayudarlos si fallaban? ¿Qué pasaba si fallaban? ¿Qué tanto, exactamente, estaba en juego si hacían lo que estaban por hacer?

Había mirado al techo por más tiempo del que le gustaría admitir tratando de responder esas dudas. Incluso había barajado la posibilidad de llevarse a Bucky con él, alejarlo de todo ese lío que no lo involucraba, y dejar que el resto se encargara del asunto. A decir verdad, le aterraba la idea de llevarlo directo a una base secreta de Hydra. Recién lo había recuperado, no quería perderlo una vez más.

Pero luego la culpa comenzó a comérselo vivo. Melissa, Jason, incluso Danvers y Rider, habían arriesgado muchísimo para ayudarlo a él a encontrar a su amigo, los dos primeros incluso habían arriesgado su seguridad, y en el camino habían hecho un hallazgo que los dejó en una posición comprometida. Ahora estaban dispuestos a continuar arriesgándolo todo con la premisa de, quizás, salvar más vidas en el camino. Steve sería un idiota si no se sumaba a la cruzada.

Era un héroe, después de todo, ¿cierto?

Y luego se había levantado y los había encontrado a todos alrededor de una misma mesa, desayunando, compartiendo historias de vida, riendo, y comprendió que no había excusa alguna en el universo que lo hiciera abandonarlos. Lo quisiera o no, se había encariñado con ese pequeño grupo de inadaptados, no podía dejarlos cuando las cosas se ponían difíciles.

Entre conversaciones triviales, anécdotas y chistes internos de aquellos que llevaban más tiempo conociéndose, la mañana se había convertido en tarde en un abrir y cerrar de ojos. Fue luego de que hubieron almorzado cuando Danvers les presentó los planos del crucero que todavía retenía en su memoria. Sam había intervenido los dibujos con una idea para un plan de ataque y estrategias de batalla que solo podía conocer alguien que perteneció a la fuerza aérea, con cuestiones técnicas sobre la atmósfera terrestre que nadie más allí dentro sabía qué significaban.

—¿Estás segura de que va a aguantar? —preguntó Elizabeth a Carol cuando esta última propuso hacer uso del quinjet de Jason y Melissa como vehículo para salir al espacio—. No vamos a... no sé... ¿explotar y morir?

—Si yo pude hacerlo con un modelo del noventa, podemos hacerlo con uno actual —fue su explicación.

—¿Por qué no usamos solo la nave de Richard y ya? —ofreció Melissa.

Steve la había visto todo el día tratando de parecer fuerte y segura de lo que estaban haciendo, pero en ese momento sintió su voz flaquear y la vio rascar su ceja, aquel tic nervioso que aparecía cada vez con más frecuencia.

Carol y Richard se miraron. A Steve no le gustó nada la forma en la que lo hicieron. Tampoco le gustó nada la respuesta que dieron. En realidad, ya había dejado de gustarle el plan. Tenía demasiadas situaciones dejadas a manos del azar y puntos débiles que sus contrincantes bien podían explorar para derrotarlos.

—Porque si derriban a uno del aire, todavía queda el otro grupo en pie.

El silencio fue sepulcral. Todos eran conscientes de los riesgos que implicaba aquella misión, no era sorpresa para nadie oír que podían morir; la sorpresa era que alguien tuviera un plan de contingencia para cuando eso sucediera.

—Inteligente —murmuró Jason. Enseguida se ganó un codazo por parte de Bucky—. ¿Qué? —le preguntó molesto.

—Nadie se va a morir, ¿recuerdas?

—Puede suceder. Claramente todos lo sabemos.

Steve miró a Melissa, esperando que ella tuviera idea de qué estaba pasando con aquellos dos, pero la rubia parecía tan desconcertada como él.

—Miren, los ponemos a los dos en la misma nave así si se muere uno se muere el otro, ¿les sirve? —ofreció Elizabeth—. Se van al estilo de Romeo y Romeo y nos libran de este sufrimiento.

—En teoría Romeo...

—Chist —chistó la joven en cuanto Bucky quiso criticar su referencia—. No me importa.

—Estoy de acuerdo con la niña —apuntó Rider—. Los tórtolos van juntos.

—No somos...

—Todos los escuchamos anoche —calló Melissa a Jason. Steve vio los rostros de los dos tornarse carmesí de golpe—. De todas formas —se apresuró a decir para cambiar la atención a otra cosa—, ¿puedo pilotear en el espacio? ¿Es lo mismo que en la atmósfera?

—Parecido. Es un poco... extraño —explicó Carol—, pero si puedes hacerlo bien en la Tierra, puedes hacerlo normal allí arriba.

Cool.

—Entonces —intervino Sam, apoyando ambas manos sobre los planos, tomando las riendas de la situación—. Dos equipos. Entramos, conseguimos todas las pruebas posibles de que algo ilegal está sucediendo allí arriba, sacamos a todas las víctimas que encontremos, y salimos lo más rápido posible. ¿Ese es el plan?

—En teoría, sí —le confirmó Melissa—. Solo que no sabemos si hay información para robar o víctimas que salvar. Solo sabemos que hay una razón por la cual Hydra se está esmerando tanto en recuperar las coordenadas.

—Sea lo que sea que esconden, es suficiente como para querer matarnos a todos —agregó Steve—. Y esa es suficiente razón para investigar.

—La pregunta ahora es, ¿cuándo empezamos?



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—Si no me lo quieres decir, de verdad que no hay problema —le decía Melissa mientras arreglaba las comunicaciones en el quinjet de acuerdo a lo que Dick le había indicado—. Pero no pienses que no sé que nos están escondiendo algo. Los dos.

Jason gruñó con frustración a modo de respuesta.

—¿Tenemos que hacer esto? —preguntó sin mirarla.

Desde el momento en que le había insistido en que la acompañara a acomodar el quinjet para la travesía que les esperaba, Jason supo que Melissa tramaba algo, y no tenía que ser el hombre más inteligente en la faz de la Tierra para saber de qué quería hablarle.

Se rascó la barba con incomodidad. Ya era hora de afeitarla. Jem siempre le había dicho que le gustaba cómo le quedaba, razón importante por la cual se la había dejado crecer en un primer lugar; pero ahora comenzaba a molestarle y los nervios causaban que se rascara todo el tiempo.

—¿No lo vas a negar?

—¿Para qué? —objetó él encogiéndose de hombros—. No te voy a mentir en la cara. Me conoces lo suficiente como para eso.

Melissa lo miró desde su posición en la cabina de pilotaje y él, desde el fondo del quinjet, con dos paracaídas en sus manos, forzó una inocente sonrisa.

—Solo dime una cosa: ¿tengo que preocuparme?

—No, Mel. Es solo... —Jason suspiró y dejó caer los paracaídas al suelo. La situación de por sí ya era estresante, no hacía falta agregarle la presión de su única amiga desconfiando de él. Había prometido que todo estaba bien y planeaba cumplir con su palabra—. Jem se preocupa demasiado. Tiene miedo de que se repita lo de Londres y Hydra vuelva a hacerme daño, eso es todo.

Al menos no había mentido completamente.

Melissa lo estudió por unos segundos y luego regresó a lo que estaba haciendo, aunque eso no significaba que iba a dejar ir el tema así como así. Jason procuró regresar a lo suyo también pues al menos sería una forma decente de mantener la mente ocupada, lejos de los verdaderos problemas que se materializaban como incesantes voces en su cabeza.

Era la culpa, pensó, la culpa de guardar secretos y de aparentar una seguridad que no sentía. La culpa de poder estar llevando a todos a su destino final. Quizás Jem tenía razón, quizás los demás merecían saber la verdad, por más dolorosa que esta fuera. Casi que instintivamente se llevó una mano a su abdomen bajo, sobre su cintura, donde una cicatriz le recordaba día y noche lo feas y violentas que podían llegar a ponerse las cosas en cualquier momento y el daño que él podía llegar a causar.

—¿Por qué no me dijiste? —preguntó Melissa.

El corazón le dio un vuelco y la sangre se le heló. ¿Se habría enterado y todo esto no era nada más que una jugarreta pretenciosa para hacerlo confesar?

—¿De qué hablas? —optó por decir, pretendiendo que la garganta no se le había cerrado y que las rodillas no le temblaban.

—Sobre Barnes, quiero decir. —Jason suspiró aliviado. Al menos ese era un tema del que sí podía y quería hablar—. Cuando me dijiste de ir a buscarlo lo presentaste como un ex Hydra. Podrías haberme dicho que era tu novio y nos ahorrábamos una discusión.

Jamás habían usado esa palabra para describir su relación, pero se oía bien. Muy bien.

—Necesitaba que supieras a qué nos enfrentábamos y con quiénes estábamos lidiando. Mis sentimientos no tenían que ser un factor en tu decisión.

—Hubiera aceptado con más ganas —dijo la rubia. Él sonrió.

—Sé que lo hubieras hecho. Y gracias, por no juzgarme.

—Sabes que te juzgo por muchas cosas, pero jamás por tu gusto en hombres.

Ahora sí se permitió reír. Su risa hizo eco por el vacío quinjet y lo hizo sentir un poco más a gusto en la vida, con los pies más sobre la tierra, y el peso de la culpa y el estrés liberándose de sus hombros.

—Es lindo, ¿no?

—¿Bromeas? —Melissa se incorporó como un rayo y lo señaló de manera acusadora con la pinza que traía entre manos—. Es jodidamente sexy. Si no lo hubieras reclamado antes...

—No, ni se te ocurra. Tú quédate con el amigo.

—¿El Capitán? —preguntó ella riendo sarcásticamente. Jason asintió—. Ni en tus sueños.

—Es lindo —objetó él.

—Sí, pero...

—Y tienen cosas en común —siguió insistiendo con el solo propósito de molestarla. Cuando la vio poner los ojos en blanco, supo que estaba yendo por el buen camino—. A los dos les gusta el arte. Y las iglesias viejas.

—¿Y tu punto es?

—Que deberías aprovechar. Una vez que todo esto termine podrías invitarlo a una cita y luego... —Jason hizo un par de gestos obscenos con sus dedos al tiempo que levantaba y bajaba sus cejas de manera sugestiva.

—No termines esa idea —le pidió Melissa, con cierto color rojizo en sus mejillas—. Olvida que tuvimos esta conversación.

—No, no creo que lo haga.

Melissa refunfuñó y Jason volvió a sonreír. Luego los dos regresaron a sus tareas: ella, terminar de conectar las comunicaciones con las de la nave de Richard y Carol; él, asegurarse de que tenían medidas de seguridad suficientes. Todo debía estar perfecto o, de otra forma, perecerían incluso antes de enfrentarse al verdadero peligro.

Una vez más la garganta de Jason se cerró y recuerdos de tiempos que prefería olvidar lo asaltaron. No, se dijo. Esta vez todo saldría bien. Hydra no tenía por qué tocarlo y sangre no tenía por qué ser derramada.

Regresarían todos sanos y salvos con pruebas contundentes para corroborar su inocencia y ser aceptados de regreso a casa. Melissa podría ver a sus padres de nuevo y él... Al menos podría dormir por las noches en paz sabiendo que nadie quería encerrarlo por traición y terrorismo. Quizás, incluso, si James no se asustaba y lo dejaba ante la idea, podrían mudarse juntos, tal y como lo habían soñado en Londres. Esa vez le había parecido un anhelo tan lejano como imposible, pero ahora estaba a un paso de volverse una realidad.



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Melissa había pretendido que la actitud sospechosa de Jason no era una alerta roja. Se había convencido de que de verdad no había nada por lo que preocuparse y había aceptado que las respuestas que había obtenido de su parte era todo lo que él tenía para decir sobre el tema. Que de verdad las miradas furtivas y los susurros entre él y Barnes cuando creían que nadie los veía eran pura y exclusivamente porque se querían lo suficiente como para preocuparse de más por el otro.

Habían llegado muy lejos ahora como para comenzar a desconfiar, se dijo tras abrocharse el cinturón de seguridad en el asiento de piloto del quinjet.

El sol se estaba poniendo, lo que significaba que era hora de partir. Habían escogido salir de noche para evitar lo más posible ser vistos. La oscuridad era, en esos momentos, su mayor aliada.

Esperaban que fuera suficiente para evitar llamar la atención de Hydra. Sería solo cuestión de tiempo antes de que se percataran de sus planes, sí, pero preferían ganarles un poco de tiempo. Al menos el suficiente para poder llegar al espacio sin ser volados en mil pedazos antes de siquiera salir de la atmósfera.

El asiento a su lado fue ocupado por Steve. Melissa maldecía interiormente a Jason por haberle puesto ideas en la cabeza. ¿Iba a decir que su amigo se equivocaba y que el Capitán no era sexy? Por supuesto que no, Jason bien conocía su tipo. Pero... apenas sí lo conocía, y un hobby compartido no era razón alguna para pedirle una cita.

Ahora, si estaba dispuesto a liberar tensiones en una única —o, bueno, varias— noche de pasión una vez que todo hubiera terminado... Melissa estaba más que dispuesta. Hacía bastante tiempo desde la última vez que tuvo a alguien en su cama, no le importaría en lo absoluto que quien terminara con esa mala racha fuera el rubio a su derecha.

Q-01 a Q-02 —se escuchó por la radio. Melissa se sobresaltó al escuchar la voz de Richard, pero agradeció su intervención, pues todos los escenarios impropios que se había empezado a imaginar se desvanecieron al instante—. ¿Me oyes, Mel?

—Q-02 a Q-01, fuerte y claro —respondió con todo el profesionalismo que pudo. Tenía a Sam y Elizabeth atrás suyo juzgándola, justo las únicas dos personas en el equipo a quienes no les caía bien. Era tonto, pero quería impresionarlos, demostrarles que podían confiar en ella, que era una buena líder—. Prueba de radares.

Su copiloto encendió el radar y enseguida un punto azul apareció en la pantalla a solo unos metros de ellos. Si se lo veía así, parecían dos naves del mismo calibre, pero mirando por el ventanal se podía admirar la monstruosidad en la que cómodamente viajarían Richard, Carol, James y Jason. Era al menos cuatro veces más grande que el quinjet y estaba pintada de un color rojizo. Algo le decía a Melissa que el interior era incluso más alucinante que el exterior.

Radares listos. ¿Propulsores?

Una vez más, su copiloto ayudó encendiendo los propulsores de su lado, y al instante el quinjet comenzó a vibrar, indicando que estaba listo para despegar en cuanto quisieran.

—Propulsores listos —anunció Melissa. Sintió su corazón latir con ferocidad y un cosquilleo recorrerle la sudorosa mano sana que sostenía fuertemente los controles. Pero estaba sonriendo, tenía una amplia y estúpida sonrisa pintada en su rostro, tal y como si volviera a tener dieciséis y estuviera detrás del volante del coche de su padre tras haber obtenido su permiso de conducir—. Dick...

Mel...

—Nos vemos en las estrellas.

Se oyó la risa de Richard en la radio.

Te va a volar la cabeza.

El suelo tembló cuando la verdadera nave espacial despegó, y la sola imagen de aquel suceso completamente alienígena para Melissa la devolvió a la realidad casi que de golpe. Pilotaría una nave en el espacio. Eso iba a pasar. E iba a pasar ya.

Miró hacia atrás.

—Último momento para arrepentirse.

—Ni hablar —se negó Sam—. ¿Era esto lo que esperaba cuando seguí a Steve a Europa? No. ¿Me voy a perder la oportunidad de ver el espacio con mis propios ojos? Ni hablar.

—Si vamos a morir, que sea a lo grande —apoyó Elizabeth.

—¿Steve?

—Hagámoslo —le respondió, asintiendo con su cabeza, mostrándole toda la seguridad y confianza en ella posible.

Melissa se humedeció los labios secos, inspiró y exhaló varias veces, y comenzó el ascenso. En cuanto lo hizo, se sintió como si el tiempo se detuviera.

No había forma de ocultar sus nervios, eso estaba seguro. Podía oír a Carol dándole indicaciones y ánimos por la radio —después de todo, había sido ella quien insistió en que podrían salir al espacio en un quinjet sin implosionar en el intento—, pero en realidad no escuchaba una sola palabra de las que decía. También oía a Steve responderle, probablemente para que no sintiera que hablaba sola, pero tampoco sabía qué le decía. Solo sabía que no dejaban de subir y que el cielo comenzaba a perder color. Que la caída en la temperatura se empezaba a sentir. Que su mano buena temblaba y su mano herida estaba cada vez más entumecida. Que su boca se resecaba. Que su vista se nublaba.

La fuerza G la iba a matar. No estaba en condiciones para hacer eso. ¿En qué había pensado? Dos noches atrás se desmayó por un disparo en el brazo, ahora estaba jugando a ser Han Solo. Era una idiota. Los iba a matar a todos.

Un inesperado calor le envolvió su mano sobre los controles y le devolvió un poco de tranquilidad. Le llevó unos segundos notar que la fuente de calor era otra mano, y que dicha mano le pertenecía a Steve.

—Vas bien —la animó—. Estamos bien.

Mel, Melissa, ¿me oyes?

Esa no era la voz de Richard ni la de Carol en la radio, era la de Jason.

—Sí —logró responderle.

Ya estamos afuera y... Tienes que verlo por ti misma. Por Dios, Mel, es bellísimo. Mejor de lo que te imaginas. Es... esto es impagable.

Melissa sabía por qué había escogido decirle aquello y odiaba que hubiera cumplido su propósito. Ahora tenía curiosidad y no pensaba aceptar que Jason pudiera ver el espacio exterior y ella no.

Su mano dejó de temblar, su vista se enfocó en el objetivo y presionó al quinjet a subir más rápido. La nave tembló, se sacudió con fuerza, por unos momentos la temperatura subió abruptamente y pequeños atisbos de llamas se vislumbraron por los ventanales. Oyó a Elizabeth insultar entre dientes y a Sam decir algo que se asemejaba a una plegaria.

Y luego todo lo que siguió fue silencio y oscuridad, una abrumadora tranquilidad. Y una vista surreal.

El espacio se extendía hasta el infinito frente a ellos, un interminable firmamento pintado con brillantes estrellas que tintineaban sobre un lienzo profundamente oscuro. Si miraban para abajo, el gigantesco planeta Tierra los saludaba y se despedía de ellos, deseándoles una buena travesía. Melissa se preguntó si Richard, Carol y todos los seres que se movían por la galaxia alguna vez se cansaban de esa vista. Supo al instante que la respuesta era no.

Nadie podía cansarse de eso.

La situación los había dejado tan impactados que les llevó un tiempo darse cuenta de que la gravedad ya no afectaba más a sus cuerpos y que lo único previniendo que flotaran sin rumbo en el quinjet eran los arneses que los sostenían a sus asientos.

¿Están todos bien? —preguntó Richard con cierta preocupación en su voz.

—Mejor que nunca —le aseguró ella al tiempo que restablecía la gravedad artificial—. Marca el camino que te seguimos, Nova.


















i love richard rider so much

eso es todo lo que tengo para decir esta semana ahre

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